Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz

Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >

Búsqueda por: autor, título, año o número de revista *
* Es válido cualquier término del nombre/apellido del autor, del título del artículo y del número de revista o año.

Un domingo cualquiera en Tierra de Alba (Zamora)

RODRIGUEZ PASCUAL, Francisco y RODRIGUEZ PELAEZ, Nicolás

Publicado en el año 1983 en la Revista de Folklore número 34.

Esta visualización es solo del texto del artículo.
Puede descargarse el artículo completo en formato PDF desde la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

Revista de Folklore número 34 en formato PDF >


El presente articulo es parte mínima de una amplia investigación etnológica que estamos llevando a cabo en Tierra de Alba (Zamora). Desde hace unos cinco años venimos estudiando el fenómeno de las fiestas y celebraciones en la citada región zamorana, que reúne unas características adecuadas para el "trabajo de campo". Comprende dieciséis pueblecitos, más la villa -Carbajales- que han funcionado en régimen de señorío (Condado de Alba de Liste) desde el siglo XV hasta el XIX. Eclesiásticamente, ha constituido una vicaría dependiente del arzobispado de Compostela desde el siglo XI hasta finales del siglo pasado. Por otra parte, es una comarca natural, que ha recibido indistintamente los nombres de Los Carvajales o Tierra de Alba.

Todas estas circunstancias han contribuido a darle una facies cultural que propicia su estudio. Por razones obvias, nos hemos fijado como limites temporales los años 1850 y 1950. Para el "trabajo de campo" se ha utilizado fundamentalmente la entrevista personal, basada en un cuestionario previamente elaborado. Se ha completado la investigación con la consulta de archivos y el estudio de libros pertinentes.

En la investigación de las celebraciones dominicales hemos seguido el mismo proceso de otras ocasiones. Primeramente, se ha hecho un estudio extensivo en todos los pueblos de la comarca. Después, se ha realizado una investigación intensiva en algunas localidades significativas según los sondeos previos. En esta ocasión escogimos a Carbajales (la villa condal) y a Vide (minúscula y empinada galaza de terreno situada junto al río Aliste) como objetivos preferenciales del "trabajo de campo". Desde un principio dejamos acotadas las parcelas de la investigación: religiosidad, actividad administrativa, descanso y elementos lúdico-festivos.

I RELIGIOSIDAD

El domingo (del latín dominicum) es para los cristianos, desde los tiempos apostólicos, el "día del Señor" (dies dominica), pues en él resucitó Jesús y nos nació a una nueva vida. Suplió al sábado judaico y reemplazó al " dia del Sol" (dies Solis) de la semana planetaria. Desde el primer momento, la jornada dominical se desarrolló en torno a la celebración eucarística y la piedad comunitaria, a la que se agregaba frecuentemente la práctica de la caridad a través de las llamadas "obras de misericordia". El Vaticano II ha recogido esta larga tradición cristiana, tratando de acomodarla a nuestros días.

Vamos a exponer ahora con brevedad cómo han vivido los pueblos de Alba, hasta hace unos lustros, el día del Señor.

1. Religiosidad oficial. -Viene formulada sobre todo en las Constituciones Synodales de las Vicarías de Alba y Aliste. Fueron publicadas en Santiago de Compostela el año 1613, siendo arzobispo titular don Maximiliano de Austria. Han estado vigentes hasta que las vicarias fueron incorporadas a la diócesis de Zamora, ya a finales del siglo pasado. El pueblo conocía su doctrina y trataba de plasmarla en su vivir cotidiano. Pues bien, las citadas Synodales entienden los domingos como "diezmo del tiempo... para sólo Dios, gloria suya y honra de sus santos". Por eso, instan a que "los ocupemos todos en alabanza de Dios, oraciones y devociones y regocijos espirituales". Según los Padres del Sínodo, los domingos y días festivos fueron puestos para que "el pueblo Christiano se juntase en los templos a asistir al santo sacrificio de la Missa, y Oficios Divinos, y a oir la palabra de Dios" (1).

2. Vivencia popular del hecho religioso.- ¿Cómo llevaron los albenses a la práctica estas enseñanzas que, por otra parte, pertenecen al acervo común del catolicismo? Tanto los documentos existentes en los archivos parroquiales como las informaciones personales demuestran que el pueblo entero asistía a la Misa Mayor (o a la Pequeña), generalmente cantada por los hombres desde el coro. Durante el acto, los varones se cubrían -incluso en verano- con las capas alistanas, una auténtica joya de la indumentaria nacional; las mujeres llevaban mantillas mantones o toquillas. Hasta hace muy pocos años ha existido una costumbre original, de la cual se hacen cargo algunos historiadores de la provincia de Zamora, como Gómez Caravias, Felipe Olmedo, Ursicinio Alvarez... Este último la describe así: "En las Vicarías de Alba y Aliste es muy general la costumbre de llevar cada domingo un vecino por turno sendos canastillos de trozos de pan á la Iglesia en la que, al lavatorio en la misma parroquia es dada sobre aquella materia bendición por el Sr. Cura, que después de terminado el Santo Sacrificio, entrega á cada uno de los vecinos un trozo del pan bendito" (2).

Por la tarde se rezaban las Vísperas y el Rosario ,al que solían asistir también todos los vecinos.

3. La caridad como colofón.- Tanto en las Synodales como en los archivos parroquiales aparece otra vertiente de la religiosidad de los albenses. Domingos y fiestas eran los días indicados para realizar las "obras de misericordia": visitar a los recogidos en el hospital y a los presos de la cárcel, interesarse por los enfermos de la localidad, dar limosna a los pobres declarados del pueblo... Muchos vecinos participaban en estos ejercicios de caridad cristiana. Según un Reglamento del Ayuntamiento de Carbajales, escrito en el siglo XVII, los munícipes debían hacerlo, por voto de la corporación, en algunas solemnidades destacadas: Navidad, Domingo de Resurrección, etc. (3).

II ACTIVIDAD ADMINISTRATIVA

Durante los domingos se realizaban algunas actividades administrativas, siendo la más importante el concejo abierto. No encajaba del todo dicha actividad en el esquema dominical. De hecho, existen indicaciones y prohibiciones eclesiásticas al respecto. Pero se impuso la práctica, tal vez porque el domingo era el único día en que se podía reunir a los vecinos. Sobre el concejo albense hemos escrito un largo artículo en El Correo de Zamora.

Existían dos tipos de concejos: los especiales y los ordinarios. Los primeros eran convocados por el regidor o el alcalde para asuntos concretos: sortear los quiñones de la era municipal, acotar y descotar, distribuir la leña, organizar la prestación en los servicios comunitarios, como ir a caminos, echar el agua a las praderas públicas, amojonar, hacer las rozas, etcétera. Los concejos ordinarios se celebraban los domingos -si había algún asunto- a la salida de la Misa Mayor, generalmente en el pórtico de la iglesia, dotado con poyos o asientos adecuados para el acto.

El concejo, como institución de democracia, directa, permitía la intervención sin mediaciones de todos los asistentes, que eran los varones con mayoría de edad. Alcaldes y regidores exponían sus respectivos puntos de vista. Pero participaban, sobre todo, los vecinos: unas veces para subsanar defectos municipales; otras, para presentar mejoras de cara al futuro. Sin embargo, una buena parte del tiempo se invertía en denunciar transgresiones, generalmente contra la propiedad privada o comunal. Se hacía esto señalando a los infractores con sus propios nombres o motes. De este modo, se convertía el concejo, con alguna frecuencia, en una especie de "capítulo de faltas"" conventual. Naturalmente, esto provocó muchas veces peleas entre los asistentes, Según nos dijeron algunos informantes, en más de un concejo el tema principal fue la defensa frente al conde de Alba de Liste por el pago del noveno. Todavía recordaban en Vide unos famosos versos que fueron muy populares en estas tierras:

Conde de Alba de Liste,
señor de horca y cuchillo,
con derecho a pernear...

Los concejos ayudaron, sin duda ,en su trayectoria plurisecular, a concienciar a la gente, a cohesionar el grupo, a vertebrar la microsociedad rural, a sanear y purificar las relaciones vecinales... Pero la literatura y la sabiduría popular nos han transmitido más bien los aspectos negativos de esta institución que tanta importancia llegó a cobrar en algunas regiones de España. Con frecuencia, los concejos eran sagazmente manipulados por los caciques de turno, por los jefes de los clanes familiares e, incluso, por los partidos políticos en los últimos tiempos. Los mecanismos utilizados con este fin nos recuerdan mucho a los que funcionan en algunos movimientos asamblearios de la actualidad.

Durante los concejos se vociaba, se hablaba muy alto (no sabemos si a la "altura exacta del hombre", que diría León Felipe). Todavía se emplea en Tierra de Alba la expresión "hacer más ruido que el concejo de Vide". Las voces respondían con frecuencia a una diversidad o enfrentamiento claro de pareceres. Lo ha reflejado perfectamente el refranero de la región:

Pon lo tuyo en concejo:
unos dirán que es blanco,
otros dirán que es negro.

Por último, los concejos producían muchas veces la infamia de la familia. De ahí el dicho popular:

Trasquílenme en concejo,
pero que no lo sepan en casa.

III EL DESCANSO

Como es bien sabido, Constantino prohíbe, hacia el año 321, el trabajo manual y el ejercicio de la judicatura durante los domingos y días festivos. Sucesivas legislaciones eclesiástico-civiles matizarían después este punto. Por lo que se refiere a Tierra de Alba, las anteriormente citadas Constituciones Synodales recuerdan la obligación de no realizar trabajos serviles, como labrar tierras, coger panes, etc. Haciéndose cargo de algunas prácticas existentes, el arzobispo Maximiliano de Austria pormenoriza más y completa la prohibición: "y asimismo mandamos que los domingos y fiestas de guardar no se pueda caçar, ni pescar, ni hacer concejos, ni ayuntamientos, ni juegos algunos, y que al tiempo que se dice la Missa, no se dé en las tabernas y bodegones vino, comidas ni naypes, so pena de quatro reales por la primera vez..." (4).

De otros documentos eclesiásticos se desprende que -al menos por lo que respecta a la villa condal- costaba menos a su gente privarse del trabajo que de las distracciones con que pretendía llenar los huecos de las jornadas dominicales. En varias ocasiones se queja la autoridad religiosa de la proclividad a la multiplicación de votos de fiestas por parte de Concejos y Ayuntamientos. Así, "vienen a cessar las labores muchos días al año". El fenómeno debía estar bastante extendido, ya que mereció más de una pragmática de nuestros reyes. Para corregir este grave inconveniente laboral, la autoridad eclesiástica propone los siguientes remedios: 1º En las fiestas por voto "cessar de las obras serviles sólo hasta medio dia". 2º No admitir "los votos que quisieran hazer los Concejos, ni fiesta de guardar ninguna que se introduxere por solo voto de los lugares", sin permiso expreso del arzobispo compostelano o de su vicario, que residía habitualmente en la iglesia de Santiago del Burgo, de Zamora (5). Por lo que se desprende de varios documentos posteriores, los albenses hicieron poco caso a estas restricciones. Todo ello viene a corroborar -según nuestra opinión- lo que hemos apuntado en varias ocasiones: aquí tiende a prevalecer, por un cúmulo de circunstancias que no es del caso analizar, el homo ludens o festivus sobre el homo faber o laborans. La actitud o tesitura más extendida frente al trabajo queda reflejada en esta frase que todavía se halla en circulación: con poco basta. Basta con lo suficiente para vivir. Al que entiende así la vida se le llama vividor, palabra que no tiene en estos pagos connotaciones negativas.

IV ELEMENTOS LUDICO-FESTIVOS

A lo largo de los siglos, el pueblo cristiano fue llenando los ocios dominicales con diversos ingredientes festivos. Unas veces fueron asumidos por la Iglesia institucional. Lo cual no debe extrañar, ya que para el auténtico cristiano la otra vida -la verdadera- es la gran fiesta, la fiesta interminable. El Vaticano II -en consonancia con el mensaje revelado- proclama que el domingo es "la fiesta primordial y el día de la alegría y liberación del trabajo".

Pero, en ocasiones, la autoridad eclesiástica puso obstáculos a las expansiones festivas. Recordemos el caso de puritanismo protestante que tan bien ha estudiado Max Weber y, entre nosotros, José Luis Abellán.

Las autoridades religiosas de Alba y Aliste mostraron a veces excesivo celo en evitar que los elementos festivos invadiesen el tiempo sacro o le restasen importancia. Las Synodales afirman de manera tajante que los fieles deben abstenerse de los "regozijos... profanos y lascivos, y comidas demasiadas, y conversaciones y pláticas deshonestas, con que se profanan más las fiestas que se santifican" (6). Sin embargo, la vida real discurrió frecuentemente por otras veredas, río arriba de prohibiciones y cortapisas. De hecho, las manifestaciones lúdicas y festivas ocuparon un lugar preeminente en las celebraciones domingueras de Alba. Como veremos en seguida, dichas manifestaciones fueron protagonizadas en ocasiones por los mismos eclesiásticos, a pesar de que les estaba prohibido jugar a la barra, a la calva, a los cantos... y participar en festejos populares, como las filandorras y las obisparras (7).

Aquello que la fiesta tiene de ruptura con la cuotidianidad se significaba aquí -como en otras zonas rurales- mediante el afeitado sabático, el empleo de la ropa limpia (generalmente el traje de roble de la boda y la camisa de lino) y un pequeño amejoramiento de las comidas. Las expresiones directamente festivas de la comarca se reducían fundamentalmente a dos: el juego y el baile.

I. EL JUEGO

Contra lo que suele opinarse, los juegos y los deportes tuvieron una gran relevancia en este rincón zamorano. Vamos a describirlos brevemente.

1. La barra.- A la salida de misa o una vez terminado el concejo, se organizaba la competición de barra en la plaza o en alguna calle suficientemente amplia del pueblo. La barra -según pudimos comprobar- es una pieza de hierro de unos 70 ó 75 cms. de longitud y unos 4 ó 5 Kgs. de peso. Se jugaba lanzándola desde un sitio determinado, marcado con una raya. Ganaba el que la arrojase a mayor distancia, siempre que la barra cayese de punta (juego limpio). También se valoraba, aunque no desde el punto de vista deportivo, el garbo en el lanzamiento.

Por la historia sabemos que ya practicaban este deporte -como ejercicio gimnástico- los soldados griegos y romanos. Fue también muy frecuente en varias regiones españolas: Navarra, Aragón... Pero los libros especializados en la materia no suelen citar al antiguo reino de León, a pesar de que la barra fue aquí enormemente popular. El trabajo de campo que hemos realizado nos ha llevado a la conclusión de que en Tierra de Alba llegó a tener una gran aceptación social. Se preparaban apasionantes competiciones entre los pueblos cercanos, apostando los espectadores por los ases de la especialidad, cuyos nombres todavía se recuerdan: Juanote (Víde), Andresón (Domez), Goyote (Carbajales), Viquillo (Muga)... Pero ninguno -según nuestros ínformantes- llegó a superar al cura Somorrostro, oriundo de la villa y asentado en Santa Eufemia. Debió ser un clérigo alto y fornido, de luengos brazos y fuerza singular. Su estampa garrida con la sotana arremangada difícilmente se borrará de la memoria de estas gentes. La importancia de la barra quedó plasmada en algunas locuciones populares, como "tirar la barra muy alto", que significa "distinguirse en alguna cosa o presumir de ello".

2. Los cantos.- El deporte de los cantos o del tiracantos tuvo también sus partidarios, al menos en algunos pueblos del antiguo condado. El esquema de juego era parecido al de la barra. Se debían tirar los cantos (piedras o morrillos de varios kilos de peso) desde un sitio prefijado. Ganaba el que lanzase más lejos el proyectil. Solía practicarse en praderas cercanas a las localidades o en la era municipal. Algunos de estos lugares conservan todavía el nombre de Tiracantos, como hemos podido verificar en Muga, Vegalatrave, etc.

3. La calva.- Tanto o más importante que la barra y los cantos fue la calva, juego-deporte muy practicado en el oeste peninsular: Salamanca, León, Zamora, zonas limítrofes de Portugal, etc. Las calvas son trozos de encina en forma de codo o ángulo recto, que se sitúan a una distancia convenida (generalmente entre los 20 y los 30 metros). Los jugadores, por turno riguroso, lanzan una piedra (llamada marro) a la calva que tiene enfrente, intentando darle de lleno (a ser posible en la cresta o parte cimera), sin tocar antes tierra. Si aciertan plenamente, consiguen dos puntos; si tocan algo en el suelo, sólo uno.

Son muchos los que conservan en casa -cual reliquias muy apreciadas- calvas y marros, así como barras y cantos; las hemos podido contemplar con nuestros mismos ojos. Tal vez esperen la resurrección de unas distracciones que llenaron de alegría tantos ocios domingueros durante sus años mozos. El lenguaje ordinario ha recogido la incidencia social de la calva mediante el vocablo calvar, que significa "dar en la parte superior"; en sentido figurado -no sabemos por qué- equivale a "engañar a alguien".

4. La tajuela.- En los pueblos de la ribera del Aliste tuvo muchísima importancia la tajuela. Se trata de un juego, no de un deporte, con esquema operativo similar al de la calva. Según nos explicaron en Vide, consiste sustancialmente en esto: se colocan verticalmente dos piedros o litos a una distancia determinada; con otra piedra plana, llamada tajuela, se tira al lito contrario; cada caída del lito vale cinco puntos. En algunas comarcas de Zamora se llama tajuela a la banqueta empleada por las lavanderas (que antiguamente era de piedra, aunque después se ha utilizado más la de madera) y al tajo de pequeñas proporciones.

5. La rayuela y el piezo.- Existieron también algunos juegos de dinero. Además de las chapas (que se jugaban ocasionalmente durante la barra, la calva o la pelota, si bien su tiempo propio eran las fiestas patronales), estaban la rayuela y el piezo. La rayuela (diminutivo de raya) consistía en tirar perras gordas (los niños se contentaban con tejos) a una raya señalada en el suelo, ganando aquél que la tocaba o se aproximaba más a ella. El piezo (¿tal vez del griego piezóo = apretar, ajustar...?) utilizaba otra técnica de juego. Se chocaban monedas de cobre contra la pared, venciendo el que se ajustaba o acercaba más a los concursantes. Las distancias se median con una cuerda o palo, llamado piezo.

6. La pelota.- Algunos juegos -como el de la rana y los bolos- llegaron a tener cierto éxito en varios pueblos. Pero ninguno superó al conseguido por la pelota-mano. El interés por este bravo y completo deporte rebasó con creces al suscitado por las demás competiciones. Como es de sobra conocido, la pelota posee una larga tradición. Fue practicada por los primeros egipcios, los griegos, los romanos, los mayas... Galeno la recomienda como ejercicio muy saludable. Aunque los vascongados formalizaron y profesionalizaron en el siglo XIX este juego-deporte, varias regiones de España conservan algunos de los caracteres originales. No se puede hablar de influencia vasca reconocible en este punto ni en otros, como la gorra. De aquí que el vocabulario y las técnicas utilizadas resulten bastante diferentes.

En Tierra de Alba se llama salgas a las dos rayas laterales y a la paralela al frontón, que delimitan la acción del juego. Para ganar, no basta con quitar el saque, sino que hay que sacar y ganar el tanto disputado. Por eso, los partidos -muy laboriosos- no superan nunca los veinte tantos. Entre las maneras peculiares de jugar, citamos las siguientes: cachete, sobaquillo, bativolea... No se acostumbraba a jugar dinero ni se admitían apuestas monetarias. Sólo se jugaba la merienda-cena, consistente en un guisado de magro o pulpo, según las estaciones, a cuenta de los vencidos. Los vencedores aportaban el pan y el vino.

7. Las luchas.- Fueron muy aficionados en estas tierras a las luchas de animales. Los domingos por la tarde, durante las ferias, etc., solían montarse apasionantes espectáculos a base del enfrentamiento de animales domésticos. Las más llamativas eran las de toros, que solían reunir a muchísimo personal. Pero las más frecuentes eran las de perros; utilizaban para este fin los mastines del ganado, de raza autóctona y con un pedigree difícilmente identificable; algunos tenían los perros únicamente para lucharlos. En ocasiones, se organizaban también luchas de marones (carneros) y de beches (machos cabríos).

Ningún informante nos habló de luchas de hombres. Sin embargo, existieron en épocas pretéritas, llegando a conseguir un gran éxito entre los habitantes de las riberas del Esla y el Aliste, a los que se ha llamado tradicionalmente carracucos. Dice Ursicinio Alvarez: "La lucha o pujilato entre los mozos vigorosos suele tener también sus aficionados en tierra de Alba y Aliste". Según parece, la forma de la lucha interhumana practicada aquí correspondía a la modalidad leonesa, ya estudiada por algunos etnólogos.

Antes de rematar este apartado, queremos hacer una breve anotación. Las diferencias de sexo y edad estaban muy presentes en las celebraciones dominicales de Tierra de Alba. Eran los hombres quienes asistían ordinariamente a la Misa Mayor, siendo ellos los exclusivos protagonistas del canto; las mujeres solían ir a la Misa Pequeña. Sólo varones con mayoría de edad acudían al concejo. Del mismo modo, los juegos y deportes eran "cosa de hombres", no de muchachos ni de mujeres. Mientras ellos se divertían, ellas charlaban en la solana. Las más "liberadas" a veces se atrevían a jugar a los naipes, haciéndolo siempre con suma cautela, pues estaba socialmente mal visto.

II. EL BAILE

Al atardecer, se organizaba siempre el baile en la plaza del pueblo. Sólo existía una excepción: el tiempo de cuaresma. Durante este periodo litúrgico, en vez del baile se tenía un paseo especial por las eras, al que se llamaba la "trinca de la mula"; hemos escrito ampliamente sobre el mismo en un articulo publicado en El Correo de Zamora.

Como instrumentos animadores del baile solía utilizarse la gaita (flauta) y el tamboril. Pero en esta zona de transición no resultaba nada extraño emplear también el fol, palabra derivada del galaico-portugués fol o fole, que significa fuelle. Era una gaita algo diferente de la gallega y la asturiana, que se ha fabricado hasta hace muy poco en varios lugares de Alba y Aliste. Sólo en contadas ocasiones se llegó a tocar la dulzaina, instrumento más propio del interior peninsular. Como nos decían en Vide, cuando no había otra cosa, se hacia sonar una lata, acompañando rítmicamente a las canciones bailables.

Durante los atardeceres domingueros se bailaban los hermosos bailes típicos de la comarca: las culadas, la jota, el charro, el birondón, la tarara, el bailache... Pronto enviaremos a la imprenta un largo estudio sobre los mismos. En los últimos tiempos se bailaba también algún agarrao, al sonido y compás del manubrio. Durante el baile, las mujeres casadas hacían un gran corro en torno a las parejas; varias canciones populares de la región aluden a esta circunstancia.

Al tamboritero -lo mismo que al médico y al veterinario- se le pagaba al principio mediante avenencia: entrega de algún alquer de trigo, por ejemplo. Posteriormente se optó por darle una perra gorda cada uno de los asistentes. El toque del Angelus señalaba el final del esparcimiento. Los mozos acompañaban a las mozas hasta casa, siempre bajo la mirada atenta de las madres; era uno de los momentos propicios para iniciar o consolidar relaciones amorosas. Una vez en casa, se hacían las geras propias de los labradores, como atender la hacienda, etc. Después de cenar, los hombres marchaban a la taberna, mientras las mujeres se reunían en las filandeiras, espléndida institución de carácter informal que ha llenado los seranos alistanos y albenses de vida y contenido social. Aunque hemos hablado de la misma en más de una ocasión -también lo han hecho otros-, pensamos estudiarla a fondo en fecha no lejana.

De este modo, los habitantes de Tierra de Alba (Zamora) ocupaban los tiempos y los espacios del domingo. Respondieron al reto lanzado por ese día excepcional de la semana, que es el día del Señor, con una serie de prácticas y celebraciones, de las cuales algunas fueron segregadas por la idiosincrasia cultural de estas gentes, mientras otras se debieron a la difusión, al contacto, al préstamo, etc. De todos modos, no interesa demasiado su procedencia, sobre todo en una antropología como la que nosotros profesamos, que presta una atención muy relativa a lo exótico. Exotismo, lirismo y generalización excesiva son los grandes peligros del antropólogo, en opinión de Caro Baroja.

Los albenses vivieron el domingo de una manera en cierto modo arquetípica. Su "interpretación dominical" no difiere mucho de la realizada en tantos y tantos lugares de la España rústica. El cuadro o esquema general ha sido casi siempre idéntico, variando sólo los pormenores o matices del contenido.

Los habitantes de Alba -como los de otras latitudes- mantuvieron sin cambios apreciables su modelo dominguero durante la centuria que hemos investigado (1850-1950). A partir de los años cincuenta, la fuerte emigración y la irrupción multitudinaria de los mass media transformó por completo el entorno social. Poco a poco, las gentes se han ido acomodando a otras formas de vida, a otras maneras de celebrar los domingos.

____________
(1) Constituciones Synodales de las Vicarías de Alba y Aliste (Santiago, 1613), pág. 85.

(2) ALVAREZ, U.: Historia general civil y eclesiástica de la provincia de Zamora (Zamora, 1889), pág. 21.

(3) Archivo Parroquial de Carbajales (A. P. C.). Cuaderno aparte.

(4) Constituciones..., pág. 89.

(5) A. P. C., 1. 4º de Fábrica.

(6) Constituciones..., pág. 87.

(7) A. P. C., 1. 3º de Fábrica.



Esta visualización es solo del texto del artículo.
Puede descargarse el artículo completo en formato PDF.

Revista de Folklore número 34 en formato PDF >


Un domingo cualquiera en Tierra de Alba (Zamora)

RODRIGUEZ PASCUAL, Francisco y RODRIGUEZ PELAEZ, Nicolás

Publicado en el año 1983 en la Revista de Folklore número 34.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz