Revista de Folklore

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Cuentos humorísticos y seriados en la pedanía murciana de Javalí Nuevo

HERNANDEZ FERNANDEZ, Ángel

Publicado en el año 2005 en la Revista de Folklore número 291.

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La colección de cuentos que aquí se presenta fue recogida por Francisca del Cerro y yo en la pedanía de Javalí Nuevo, situada a ocho kilómetros de Murcia capital, en la vega media del río Segura.

Los cuentos fueron grabados en el primer semestre del año 1993 y después transcritos literalmente, de acuerdo a lo que es norma en los trabajos folklóricos actuales.

Los narradores son oriundos y residen en su totalidad en Javalí Nuevo, lugar donde aprendieron los cuentos de sus mayores.

En notas a los cuentos se lleva a cabo su catalogación, realizada de acuerdo a Antti Aarne y Stith Thompson, Los tipos del cuento folklórico. Una clasificación (trad. de Fernando Peñalosa), FF Communications, 258 (Helsinki: Academia Scientiarum Fennica, 1995). También se menciona, cuando el cuento en cuestión no aparece en el índice referido anteriormente, el catálogo de cuentos aragoneses de Carlos González Sanz, Catálogo tipológico de cuentos folklóricos aragoneses, Instituto Aragonés de Antropología (Zaragoza, 1996).

El material que ahora se ofrece forma parte de un conjunto más amplio de literatura folklórica que con el título de Cuentos y romances de tradición oral de la huerta de Murcia presenté como trabajo para el curso de doctorado Folklore y literatura, dirigido por D. José Fradejas Lebrero en la Facultad de Filología de la UNED.

Los cuentos que aquí presento constituyen la segunda entrega de la colección y abarcan los apartados, de acuerdo al catálogo de Aarne-Thompson, de chanzas y anécdotas y cuentos seriados y formulísticos (con la excepción del primer relato, el cual bajo forma humorística narra una argumento propio del cuento maravilloso).


EL QUE QUISO ENGAÑAR A LA MUERTE

Hace muchos años vivió un hombre llamado Patiño que no estaba conforme con la idea de morir. Para evitarlo, quiso engañar a la Muerte de este modo: se vistió de niño con un babero muy corto que apenas le tapaba sus vergüenzas.

Un día, se sentó a la puerta de la iglesia. Y en esto que llega la muerte, la cual, viendo los atributos del viejo que asomaban por debajo del babero, le dijo:

– Vamos, Patiño,
que tus huevos no son de niño.

Y se lo llevó (1).

Narradora: Bárbara Beltrán Hernández


EL ARRIERO Y SU REATA

Lo que te voy a contar ocurrió hace muchos, muchísimos años; tantos, que los medios de transporte eran inexistentes. No había ni automóviles, ni motos, ni bicicletas, y ni siquiera carros. Las mercancías se tenían que transportar a lomos de caballerías, principalmente en burros, que son unos animales resistentes y muy sufridos. El arriero, con su reata, era el encargado de transportar las mercancías de un lugar a otro.

(¡Ah!, se me olvidaba decirte que se le llama «reata» a un grupo de caballerías unidas entre sí por una cuerda y colocadas en fila. De esta manera, una sola persona, el arriero, podía dirigir fácilmente toda la reata).

Este arriero de nuestro cuento era un hombre bueno, pero algo simplote.

Cierto día que iba con su reata transportando mercancías, se puso a contar las caballerías que tenía a su cargo y le faltaba una; vuelta a contar y el mismo resultado. Entonces se baja del borrico en el que iba montado y cuenta nuevamente, y ya no le faltaba ninguna caballería. Se tranquiliza y monta de nuevo en el borrico. Una vez montado inicia la marcha y, al cabo de un rato, vuelve a contar y otra vez le falta un animal; se baja y al contar desde el suelo están todos los animales.

Entonces el arriero se hace esta pregunta: «¿Cómo puede ser que si cuento montado me falta un burro y si me bajo y cuento los tengo todos?».

Pasaba que cuando contaba montado, no contaba el burro que lo transportaba; y cuando se bajaba y contaba, contaba todos los animales. A esta conclusión llegó después de sesudos razonamientos (2).

Narrador: Andrés Hernández Navajas


LA ESPOSA FALSA

Esto era un matrimonio que la mujer decía:

– Marío, yo te quiero muncho; pa que te mueras tú, que me muera yo.

A otro día le volvía a decir:

– Te quiero muncho. Pa que te mueras tú, que me muera yo.

Y venga y venga a decírselo. Entoces dice el hombre:

– Voy a probar yo a ésta, a ver si es verdá lo que dice.

Va y se hace el muerto. Entonces la mujer dice:

– ¡Ay, que se ha muerto mi marío, se ha muerto! La gente empezó a acudir, empezó la gente venga a llegar a la casa… Entoces ella decía:

– ¡Dejarme sola con él, dejarme sola! ¡Yo quiero estar sola con él! Y se ponía por la ventana:

– ¡Ay, qué sentir! [Cantando:] Mañana, si Dios quiere, vendrán por ti; mañana, si Dios quiere, vendrán por ti.

Y entoces se ponía otra vez por la ventana:

– ¡Ay, qué sentimiento! Y entoces se ponía por rededor dél: [Cantando:]

– ¡Ay qué gozo tengo porque te has muerto! ¡Ay qué gozo que tengo porque te has muerto! ¡Ay, qué soledá! [Cantando:] Si tú te has muerto, otro vendrá; si tú te has muerto, otro vendrá.

Entoces se levantó el hombre y dice:

– Esto no es así ya.

Se levantó; y al levantarse, del susto que se llevó ella, se murió y se queó él vivo.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado (3).

Narradora: Encarna Ruiz Torres


LA MUERTE PELADA

Esto era un matrimonio que decía la mujer tamién:

– ¡Ay marío, pa que te mueras tú, que me muera yo!; ¡pa que te mueras tú, que me muera yo! Y se lo decía tós los días. Y él, cansao, compró un pollo y lo puso en la reja.

Dice:

– Mujer, esta noche vas a dormir tú en la habitación de adentro y yo en la de afuera.

Entoces va ella y abre la puerta de la ventana y ve un pollo pelao en la reja. Dice:

– ¡Ay muerte pelá, si vienes a por mi marido, en aquella habitación está! (4).

Narradora: Encarna Ruiz Torres


«¡PIOJOSO!»

Pues ná. Eran dos hombres que se pelearon y el uno le dijo al otro «piojoso». Y el otro no quería que le dijera «piojoso» y lo tiró a la cequia.

Se iba hundiendo en la cequia. Como no se se lo podía decir con la boca «piojoso», sacó los brazos y se lo dijo con los dedos (5).

Y colorín colorado, por el puente de Murcia se va al mercado (6).

Narradora: Bárbara Beltrán Hernández


LA MUJER TONTA Y EL MARIDO LISTO

Esto era una que se casó con un campusino y era mu pava, mu tonta. Y fue y el marío se iba a trabajar al campo.

Y cuando venía estaba acostá.

Y decía:

– ¿Pero qué haces que estás siempre acostá, qué haces?

Y dice:

– Pues ná, que estoy aquí. Y tú veste a trabajar al campo que cuando vengas, aquí estoy.

– Cuando venga tienes que tener al crío arreglao y peinao y curioso.

Dice:

– Bueno.

Pues se va el hombre a trabajar y cuando viene:

– ¿Ánde está el crio?

Dice:

– Está durmiendo hasta esta mañana: no se ha despertao.

Y va a la cuna y se lo encuentra muerto. Despeinándolo le rompió los sesos, la tonta. Y entoces le dice:

– Permita Dios que cuando venga mañana estés embarcá.

Dice:

– Bueno.

Pues se va el hombre al campo. Y cuando viene llama a la puerta y dice:

– Espérate, que estoy ya puesta a correr en la barca –rompió las tinajas y en la artesa empezó a remar.

Dice el marío:

– ¿Pero qué ha hecho la tonta esta?

Y entoces, cuando llegó tenía toa la casa llena de agua y ella metía en la artesa, y por allí dando vueltas con la escoba remando. Entoces dice:

– Me voy ahora mismo y te dejo. Me voy, no quiero estar contigo más.

Dice:

– Pues anda, veste, que ande vayas encontrarás más tontos que soy yo.

Pues se va a un pueblo y está el pueblo solo, solitario. Y dice a un viejo que había ahí, sentao en una esquina; dice:

– Pero hombre, ¿qué pasa en este pueblo que no hay nadie, está tó cerrao?

Dice:

– Hijo, han visto un cerrajón en lo alto del campanario y se han metío a la iglesia y no salen. Ha venío un hombre vendiendo medias colorás y se han puesto toas medias colarás y no saben salir de la iglesia: no saben cuáles son sus piernas ninguna pa poder salir.

Dice:

– Ahora verá usté qué pronto salen.

Se mete con un látigo. Empieza por el altar mayor, por el cura, a darle latigazos a tós y salieron tós corriendo a la calle que se las pelaban.

Y ya está (7).

Narradora: Encarna Ruiz Torres


EL MARIDO EXIGENTE

Esto era un matrimonio. Y la suegra le decía al hijo:

– Tiés que darle a tu mujer una paliza.

Dice:

– Mamá, si no puedo. Si tó lo que digo, dice ella que sí.

– Pues tú vas a llegar y vas a meter el burro, cuando tenga la casa limpia, lo vas a meter de culo pa que le raye toa la casa y se inrite. Entoces tú le das una paliza.

Bueno, pues llega, mete el burro. Dice la mujer:

– ¡Ay, animalico! ¡No le pegues, no le pegues, déjalo! Mira qué bien entra así. Así lo vas a meter tós los días.

Y no tomaba pesadumbre y no le pegaba.

– Pos mañana vas a decirle cuando te diga qué vas a comer: «¿Yo?: una mierda me voy a comer».

Dice:

– Bueno, hombre.

Conque se va al patio y viene con una mierda de gallina y se la pone en el plato. Viene y destapa el plato. Y dice:

– ¿Pero qué es esto?

– ¿Pues tú no me has dicho que querías comerte una mierda? Pues una mierda tienes en el plato.

Y dice:

– Madre, no puedo pegarle de ninguna manera porque tó lo que le digo le viene bien (8).

Narradora: Encarna Ruiz Torres


LOS AÑOS BISIESTOS

Era un marchante. Y el hombre pues se iba a los mercaos, a los negocios de su ganao y eso.

Y un día pues se fue –siempre que se iba, se iba por dos o tres días–, pero aquel día no sé qué pensó que volvió; así, a la madrugá, volvió a su casa. Y cuando llegó, pues se acuesta en la cama. Y se acuesta, y al hombre le dio por hacer: «Uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis». Decía:

– Mujer, ¿cómo puede ser que haya en la cama seis pies?

– Cállate ya y duérmete, follonero. ¡Qué van a haber seis pies en la cama! Están los tuyos y los míos.

Y a la miaja, otra vez:

– Uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis.

– Pero esto no es antojo mío, ¿sabes?: aquí en la cama hay seis pies.

– Que no, que te duermas y te calles.

En cuanto llegó así a amanecer, pues tenía que salir temprano para irse con el ganao. Dice:

– Bueno, pues ya me voy.

Y salía tan deprisa… –y entonces, en aquellos tiempos, tampoco había luz–; y cogió y en vez de ponerse su chaqueta, se puso las sotanas del cura, que era el que estaba con la mujer. Y se fue.

Y cuando la mujer se levantó y se dio cuenta, va y le dice a una vecina que vivía al lao:

– ¡Ay tía María Pepa, lo que me ha pasao!

– ¿Qué te ha pasao?

– Que, mire: que estaba el cura conmigo y ha venío mi marío. Y en vez de ir a su chaqueta, se ha llevao las sotanas del cura. Imagínese ahora cuando se dé cuenta.

– Tú no te preocupes, que esto lo soluciono yo.

Conque coge la tía, se va pal campo. Y más o menos por donde sabía que él estaba, se va pal campo, coge su copo y en vez de ponerle lino le puso lana. Y se puso allí a hilar. Y llega él, dice:

– Buenos días, tía María Pepa. ¿Qué hace usté tan temprano por aquí?

– Pues mira, hijo, que he salío a tomar la fresca un poco.

– ¿Y qué hace?

– Pues hilando.

– ¿Hilando? Pero si no tiene usté lino. Lo que tiene es lana.

– ¡Ay, pues sí que es verdá! ¿Tú sabes qué pasa?: que es año bisiesto «y el lino se vuelve lana, y las chaquetas, sotanas; y cuatro pies, seis en la cama».

– ¡Anda, con razón me ha pasao a mí eso! Que fíjate que en vez de llevar chaqueta llevo sotana, y esta noche iba a volver loca a mi mujer con que habían seis pies en la cama.

– Pues no, hijo, eso es porque es año bisiesto.

Y así se quedó tan conforme en que era año bisiesto (9).

Narradora: Josefa González Pérez

LA JOROBADA Y EL COJO

Había una muchacha que estaba sentada en su puerta. Llegó un muchacho en un caballo montao y se enamoró de ella, y se hicieron novios.

Cuando ya se casaron, entonces le dijo en la boda el novio:

– ¡Ay, que te engañé! –arboleando la pierna.

Y entonces sacó ella la chepa:

– ¡Y a mí por qué, y a mí por qué! –meneando la chepa.

Y el cuento ha terminado, y por el puente de Murcia se va al mercado (10).

Narradora: Bárbara Beltrán Hernández


LAS TRES NOVIAS POBRES

Había un hombre muy pobre que tenía tres hijas. Un día iban a venir los pretendientes a verlas y como no tenían vestidos nuevos ni dinero para comprar otros, el padre les compró un pequeño detalle a cada una: un anillo, unos zapatos y unos pendientes.

Cuando llegaron los pretendientes, la que llevaba el anillo dijo señalando con el dedo:

– ¡Mira qué araña!

La que llevaba los zapatos, levantando un pie dijo:

– ¿La mato?, ¿la mato? La última, moviendo la cabeza de manera que se vieran los pendientes, dijo:

– ¡No, no, no!

Así los pretendientes no se fijaron en sus vestidos rotos (11).

Narradora: M.ª Nieves Fernández González (30 años, S. L.)


EL JUEZ DE LOS DIVORCIOS

Un muchacho se quería casar y no encontraba apaño.

Y entoces dice su madre:

– Cásate con Fulana, nene.

Decía:

– Ésa es mu grande.

– Cásate con Mengana.

– Esa es mu grande, mamá, ésa no.

– Bueno, pues mira: pues cásate con Mengana, que es más pequeña.

– Pos sí.

Entoces se fue a su casa, habló con ella –antes se usaba hablar con los padres– y tal, y se casó con ella.

Y se ponía ella un camisón de dormir blanco; a otro día uno colorao…: nada; otro día uno negro…: nada. No había ná que hacer. Y entoces dice:

– Nada, yo con éste me desparzo, de éste me desparzo yo.

Y entonces se fue al juzgao y dio cuenta de él:

– Mire usté, que yo me quiero desparcir de con mi marido.

– Dígale usté que venga él a ver por qué motivo por qué es –no sacaban por lo que era («¿Y por qué, y por qué?»): no se lo sacaban.

Conque entonces los llevaron a los dos y van los dos.

Dice:

—Bueno, ¿usté por qué se quiere usté desparcir de con su marido, amos a ver?

–Mire usté, señor juez, porque como vi que era, creí que tuviera; y luego, señor juez, ni tan siquiera (12).

– ¿Y vio usté? Entoces, ¿usté por qué se casó con ella?

– Porque yo, como vi que no era, creí que no tuviera; y luego, señor juez –se quita la gorra que llevaba–, como mi montera.

Narradora: Josefa Ruiz Torres


EL NOVIO TÍMIDO

– Nena, ¿es que el novio no te hace ná? Pos esta noche vas a subir a la cámara con el candil.

Y cuando vino el novio le dijo la madre:

– Tomar el candil y bajarme una cosa de la cámara.

Cuando iban por las escaleras, como veía la novia que no le hacía nada porque estaba de noche, le dijo:

– ¿Es que no me haces nada? Y entonces le dijo él:

– ¡Fu, que te quemo con el candil!

Narradora: Bárbara Beltrán Hernández


A LO QUE DA EL HILO

Era un noviaje que se iban a casar. Y entonces la novia estaba esperando al novio. Y viendo que no venía, se hizo de noche. Y salían a buscarlo unos hombres. Y se lo encontraron por la mitad del camino y le preguntaron:

– Hombre, ¿cómo vienes tan tarde que se ha hecho de noche? –y llevaba las apargatas atás.

Y él contestó:

– Vengo a tó lo que me da el hilo.

Narradora: Bárbara Beltrán Hernández

EL NOVIO Y LA LLUVIA

Esto era un campusino que tenía novia y se fue cá la novia. Y cuando iba a irse empezó a llover muncho. Y dice la novia:

– Madre, está lloviendo mucho. Si se va, se va a calal.

– Pues dile que duerma aquí.

Dice:

– Bueno.

– Dice mi madre que te quedes aquí a dormir.

Dice:

– Bueno.

Se sale pa la puerta. Y viendo que no venía, se asoma y venía calao por allá lenjos. Y cuando llega, dice:

– ¿De dónde vienes?

– Pues de decirle a mi madre que me quedo aquí a dormir.

Narradora: Encarna Ruiz Torres


EL NOVIO LITERAL

La Micaela era una moza de aldea que las malas lenguas decían que era fea y de mal encare. Por eso los mozos huían de ella como de mula respingona. Ya había cumplido la treintena y estaba en camino de quedarse para vestir santos, así que pensaron casarla con el Joaquín. El Joaquín no era tonto del todo pero sí una miaja cerril. La culpa fue de la patada que le dio la Torda a los cuatro años y que lo tuvo sin sentido otros dos, y ni entonces lo recuperó del todo.

Las familias concertaron la boda de los dos mozos y acordaron que el Joaquín fuera a visitar a la Micaela y llevarle unos presentes, como era costumbre en el lugar. La madre del Joaquín puso en el bolsillo delantero de la alforja un hermoso queso casero y dos chorizos de los de mejor ver; en el bolsillo trasero, otros presentes de peor calidad para la madre de la Micaela. Como el Joaquín era corto de palabras y de seso, su madre le repitió muchas veces, para que calara en su dura mollera, que los presentes del bolsillo delantero eran para su futura mujer y los del bolsillo trasero para su futura suegra.

Bien aleccionado por su madre de lo que tenía que decir, al llegar al cortijo de la Micaela el Joaquín se planta en el centro de la cocina con su alforja al hombro y larga este discurso:

– Güenas. Dice mi madre que lo dalante pa ti y lo datrás pa tu madre.

– ¿Qué? –dice el futuro suegro, mosqueado.

– Güenas. Dice mi madre que lo dalante pa ti y lo datrás pa tu madre –repite el Joaquín.

Los hermanos de la novia toman el discurso del Joaquín por una desvergüenza y lo corren a estacazos hasta las mismas puertas de su choza. Y así termina lo que pudo haber sido y no fue (13).

Narrador: Andrés Hernández Navajas


EL ZAPATERO Y EL SASTRE

El tío Pepe «el Dulce» (se llamaba así porque tenía mucha melodía para hablar, mucho salero: era muy gracioso) era un hombre que le gustaba mucho el beber pero que no tenía una perra para beber.

Y resulta que tenía un compadre que le llamaban el tío Clanco. Un día llegó el tío Clanco a su casa (que tenía más dinero) y le dijo:

– Hombre, compadre, ¿qué le pasa a usté que lo veo tan triste?

Dice el tío Pepe:

– ¡Qué me va a pasar! ¡Que tanta gana tengo de vino y no lo puedo catar porque no tengo una perra!

Dice el tío Clanco:

– ¿Usté quiere tener cuartos? Si usté quiere tener cuartos, tiene que hacer tó lo que yo le diga.

Dice el tío Pepe:

– Claro que hago lo que usté me diga.

– Pues entonces –dice el tío Clanco– va a hacer usté lo siguiente: usté se va a hacer el muerto. Aunque lo lleven a enterrar, aunque vea usté que viene el cura, aunque vea que traen la caja, todo, usté tranquilo, que no le va a pasar ná, ná más que se hace el muerto. Yo mañana me encargo de hacer las diligencias del forense, de tó lo que haya que hacer. Y entonces pues usté, cuando vea el resultao, verá cómo aquí hay dinero y mucho dinero. Bueno, pues en eso quedamos.

Se va el tío Clanco de la casa. Aquella noche el tío Pepe se queda. Y otro día amanece el tío Pepe como que se ha muerto. Le dijo que se echara zafrán debajo de los sobacos pa que se pusiera amarillo y que se untara la cara con yeso blanco. Y entonces, claro, hizo lo que le dijo.

Y otro día fue el tío Clanco. Abrió la puerta:

– ¡Ay qué lástima de mi compadre! ¡Anoche se acostó sano y bueno y hoy ha amanecío aquí tieso, hecho un ganso! Nada, pues tó el mundo fue a ver al tío Pepe:

– Se ha muerto el tío Pepe, se ha muerto el tío Pepe… Pos por la tarde, a la hora del entierro, se lo llevaron al tío Pepe. Y dijo el tío Clanco:

– Mi compadre no se entierra. Se quea en depósito por si acaso resucitara y ya mañana, si no ha resucitao, lo enterraremos.

Y entonces se vinieron tós: el tío Clanco y toa la gente se vinieron. Se quedó en depósito el tío Pepe aquella noche. Pero a las doce de la noche se acuerda el tío Clanco de que se había dejao el chaleco allí. Y estando acostao dice:

– ¡Madre mía!, si me he dejao el chaleco cuando hemos ido al muerto de mi compadre y me he dejao el chaleco allí en el cementerio. Pos voy ahora mismo por el chaleco.

Se levantó y se fue por el chaleco. Y cuando llegó el tío Clanco por el chaleco, pues estaban unos ladrones que habían robao repartiéndose el dinero. Y el tío Clanco sartó por la tapia, que era muy pequeña, pero al ver que había mucha gente allí se escondió debajo de unas esteras pa que los ladrones no lo vieran y no lo fueran a matar.

Y cuando estaban partiéndose el dinero, había una cantidad en la que tocaban a mucho dinero cada uno pero sobraba un dinero que no estaba para igualarse. Y el capitán de los ladrones dijo allí a tós los ladrones:

– Aquí sobra un dinero que no sale parejo para poder igualarnos. El que tenga valor de darle una puñalá al muerto que hay en el depósito, se le da el dinero que sobra.

Y entonces salta uno y dice:

– Yo mismo, voy ahora mismo.

Claro, el tío Pepe, que lo estaba viendo allí en el depósito, estaba diciendo:

– Bueno, pues ahora sí me matan de verdad.

Pero cuando vio que iba a entrar el que iba con el puñal a darle la puñalá, dice:

– ¡Vengan todos mis difuntos! Dice el tío Clanco, que estaba en el otro lao, debajo de las esteras:

– ¡Allá vamos todos juntos! Arrearon los ladrones y se lo dejaron tó el dinero. Y se fueron pero se quearon en observancia, a ver lo que pasaba.

Y le dice el tío Clanco al tío Pepe:

– Pepe, dame el cuarto que me debes, que ahora sí que hay cuartos.

Y dicen los ladrones:

– ¡María Santísima!, ¿cuántas almas se habrán juntao que tocan a cuarto cada una a tantos cuartos que llevamos nosotros? Y entonces arrearon y se fueron corriendo. Y el tío Pepe y el tío Clanco se fueron al pueblo.

El tío Pepe se fue an cál tío Pepe el Jover, que vendía vino, a beber vino. Y era ya la una y media o las dos de la mañana y ya estaba tó cerrao. Y el tío Pepe llamó y le dice al tío Jover:

– Pepe, abre.

– ¿Quién eres?

– Pepe el Dulce.

– ¿Cómo Pepe el Dulce? ¿Pues a ti no te enterraron ayer?

– Es que me he resucitao pa que me des vino.

Y entonces el tío Pepe le dijo a su mujer:

– Mujer, enciende el candil y espacha a ese hombre si puedes, que yo me he cagao en los pantalones y no puedo salir.

Y entonces salió la mujer, espachó al tío Pepe y dice:

– ¿Qué es lo que ha pasao?

– Pues ná, que me llevaron a enterrarme y resulta que ya me se ha pasao la angustia y me he venío.

Pero luego el tío Pepe empezó a correr tabernas y a tós los taberneros los iba levantando que no le habían querido dar vino antes, y asustándolos a tós. Llegaba a otra taberna:

– ¡Venga, que soy el tío Pepe el Dulce! Y se hinchó de vino aquella noche a cuenta de tós los taberneros sin que le cobraran una perra (14).

Narrador: Antonio del Cerro Rosell


EL INCRÉDULO

Había uno trabajando en el huerto de los jesuitas pero que no creía en Dios, no creía en la religión. Y le dicen los jesuitas:

– Pero mire usted: que se va usted a condenar. ¿Usted cree que está bien que trabajando usted en los jesuitas, Dios luego nos pida cuentas de que usted se ha condenao? Usted se va a condenar. ¿Por qué no cree en Dios?

– Porque no, no creo yo en Dios porque me hacen un lío: porque me dicen que es uno, por un lao, y que luego son tres. Y si es uno no son tres; y si son tres no es uno.

Y dicen los jesuitas:

– Bueno, pero si es que mire usted: son tres personas pero un solo Dios.

– Por ahí ya no entro yo: si son tres, no es uno; y si es uno, no son tres.

– Mire usté: lo mismo que un árbol tiene tres ramas y el tronco y es el mismo árbol, y lo mismo que un arma tiene tres potencias pero es la misma arma…

– Ustedes digan lo que quieran, pero si es uno, es uno; y si son tres, son tres.

Cuando los jesuitas estaban hartos de bregar con él, uno que también trabajaba allí, que era medio analfabeto o analfabeto del tó, les dice:

– ¿Queréis que vaya yo a ver si lo convenzo?

– Si entre tós no hemos podío convencerlo, ¿lo vas a convencer tú?

– Sí, yo a lo mejor lo convenzo.

Fue entonces y le dijo al tonto:

– Hombre, me he enterao de que tú no crees en Dios. ¿Por qué tú tienes que ser ateo y no creer en Dios?

– Porque es que a mí los jesuitas me vuelven loco, porque me dicen a mí, por un lao, que son tres, y por otro lao, que es uno. Y yo digo: si son tres, no es uno; y si es uno, no son tres. O es uno o son tres.

Y dice el otro:

– Bueno, y digo yo una cosa: y si son tres, como si es uno, como si son quince, ¿tú tienes que darle de comer a alguno?

– Pues no.

– Entonces, ¿qué más te da que sea uno, que sean tres, que sean quince o que sean los que sean? Tú cree, y que sean los que quieran.

– ¡Pos tié usté razón, pues si es verdá! (15).

Narrador: Antonio del Cerro Rosell


EL TONTO DE LOS JAMONES

Se cuenta de uno del Javalí que lo llamaban el tío Pachicho y estaba trabajando con los jesuitas en los Jerónimos, allí en el huerto, y lo mandaron, porque tenía que recoger unos jamones, a Mula. Y se fue a por los jamones, pero era en tiempo en que había mucha hambre. Y claro, medio tonto que era y un poco tonto que se hacía, venía por el camino pensando: «¿Pero que los jesuitas se van a comer los cuatro jamones estos y yo no voy a pillar ná?».

Y entonces, cuando pasó por el Javalí dejó un jamón en su casa y se fue a los Jerónimos con los otros tres jamones. Pero los jesuitas le dijeron:

– Bueno, ¿te han dao la factura de lo que valen los jamones?

– Pues sí.

Le entrega la factura. Y decía la factura: «Cuatro jamones a tanto, tanto». Y los jesuitas, como ná más que metió tres, dijeron:

– Pero aquí falta un jamón porque aquí no hay más que tres.

– Pos tres.

– Sí, pero es que la factura dice cuatro.

– Pos cuatro.

– ¡Pero bueno, la factura dice son cuatro!

– Pos cuatro.

– Sí, pero tú traes tres.

– Pos tres.

– ¡Pero bueno!, ¿en qué quedamos? ¿A ti no te han dao cuatro jamones?

– Pos cuatro.

– Pero entonces, ¿cómo es que ahora traes tres?

– Pos tres.

– ¡Chacho!, ¿tú es que quieres volvernos locos? ¿Qué es lo que pasa aquí? Dinos lo que ha pasao aquí: ¿se ha perdío un jamón?, ¿se ha caío? ¿Qué es lo que pasa?

– Pos lo que usté diga.

– Si es que la factura dice cuatro.

– Pos cuatro.

– Si es que tú traes tres.

– Pos tres.

– ¡Anda veste por ahí! ¡Por aquí no vuelvas más! Y cuando se fue a su casa, dijo:

—Pos eso es lo que yo quería: que me echaran, pero era pa comerme el jamón (16).

Narrador: Antonio del Cerro Rosell


¿PAN O LECHE?

Esto era una madre que le pregunta a su hijo:

– Nene, ¿qué quieres?: ¿pan o leche?

— Y le responde su hijo:

– Pues deme usté sopas, madre (17).

Narradora: Ascensión Martínez González


CHISTES SOBRE BATURROS

1.

Un maño con la cara hinchada se encuentra a un amigo y le dice:

– ¿De dónde vienes que tienes la cara hinchá?

– De cál dentista.

– ¿Y qué te ha sacao?

– Cinco pesetas que a mí me duelen.


2.

Un baturro vendiendo un pollo. Una señora va a comprárselo y le dice:

– ¿Qué me va usté a llevar por un pollo?

Dice:

– Me paice que por tres pesetas no encontrará usté un pollo como éste.

– Si no fuera tuerto...

– ¿Y eso qué importa? ¿Le va usté a enseñar a escribir?


3.

– Amigo, vengo a ver si me puedes dejar la burra.

– No pué ser porque se la ha llevao el circo.

– Si la estoy oyendo rebuznar en la cuadra…

– ¿Pero es que vas a dar más crédito a un animal que a mí? (18).


4.

– Maño, ¿qué te gusta más?: ¿la pelota o los toros?

– Los toros.

– Entonces tienes el mismo gusto que las vacas.


5.

Un maño se cortó el dedo regando y no lo advirtió.

Y cuando salió del agua, vio el dedo y dijo:

– ¡Ridié, qué gusarapo más raro! Y cuando se puso el calzado, dijo:

– ¡Ridié, que el gusarapo era el dedo gordo de mi pie!


6.

Un maño a su yerno:

– Dí, granuja, ¿por qué te has dao prisica en gastarte los cuatro mil reales que le di a mi hija cuando sus casásteis?

– Porque no quiero que digan que yo me casé con la Pabla porque tiene dinero.


7.

– Dime, maño, ¿cuánto debes al tabernero?

– De vino, nada; de agua, la mar de litros.

Narrador: Antonio del Cerro Rosell


LOS HUERTANOS Y EL TREN

Eran dos que estaban trabajando en la huerta y dijeron:

– Vamos a descansar ahí en la sombra y a echarnos un trago de vino de la bota.

Por allí pasaba el tren. Y dijeron:

– Vamos a estar bebiendo mientras pasan los trenes.

Uno le dijo al otro que bebiera primero mientras pasaba el primer tren, que sólo llevaba la máquina. Y ná más empinarse la bota le dijo el otro:

– Ya está.

Entonces le tocaba al segundo cuando pasara el segundo tren. Y empezó a beber mientras el otro le decía:

– Ni tavía, ni tavía, ni tavía… –así hasta que se bebió la bota.

Eso se le dice a alguien cuando está bebiendo mucho.

Narradora: Francisca del Cerro Beltrán


EL CLAVO

Esto sí que ocurrió de verdad. Como entonces los mozos no tenían otras cosas más que cosas de divertirse, le dicen a uno:

– Te damos tanto si vas al cementerio y hincas un clavo en la puerta.

Claro, como era la noche de invierno y hacía aire, pos aquél se fue. Dice:

– Pos claro que voy.

Se fue con un clavo, lo hincó en la puerta del cementerio, que era de hierro, pero como hacía aire se clavó el gabán con el clavo sin darse cuenta. Y cuando iba a salir, cuando se iba a ir ya con el clavo clavao, empezó a tirar y pensaba que es que era un muerto (como era de noche, que no se veía ná, pensaba que es que era un muerto que le tiraba del gabán).

– ¡Que me voy, que me voy, que yo no he hecho ná!

Y no caía en quitarse el gabán y venirse sin abrigo del cementerio. Y entoces, lo que le dieran le darían, pero el agujero que le hizo al gabán… Y el gabán, si pudo desclavar el clavo a otro día, lo desclavó (19).

Narrador: Antonio del Cerro Rosell


EL HERMANO TONTO Y EL HERMANO LISTO

Una vez habían dos hermanos, un tonto y uno listo, que el listo tenía novia en el campo. Y se fueron a ver a la novia los dos. Y el listo le dijo al hermano:

– Si te invitan a comer, tú dí que no tienes gana.

Entonces pues después de terminar, que comieron sémola, le sobró a la casa de la novia. Y cuando estaban acostaos le dice el tonto al listo:

– Hermano, yo tengo hambre.

– Bueno, pues levántate sin hacer ruido y ves a la sartén, y con la mano (no busques cuchara porque vas a hacer ruido) te comes la sémola.

Conque, cuando ya se la había comío, vuelve a acostarse otra vez con el hermano y le dice:

– Hermano, que me he untao las manos de sémola.

– Bueno, pues ve al patio, que hay un cántaro que tiene agua. Metes primero la mano, después la otra, te lavas y te vienes.

Pero entonces cogió y metió las dos manos y no pudo sacarlas. Entonces, con el cántaro en las dos manos vuelve y le dice:

– Hermano, que me he traído el cántaro porque no he podío sacar las manos de…

Y le dice el hermano otra vez:

– Pues bueno, ves al patio y en una piedra rompes el cántaro y te vienes.

Y en ese intermedio salió la abuela a cagar al patio en camisa. Y entonces el tonto fue y, ¡pom!, le dio un porrazo y la mató.

Entonces vuelve el hermano y le dice:

– He matao a la abuela.

– Bueno, bueno, vámonos que por la mañana cuando se despierten, que no estemos aquí.

Entoces se fueron y por el camino le dice el hermano:

– ¿Has cerrao la puerta?

Y el tonto dice:

– No,

– Bueno, pues ves y ciérrala y vente pacá.

Conque entonces cogió la puerta, se la echó a cuestas: arrancó la puerta y se fue. Y llegaron a un pino, como era de madrugá, y la subieron a lo alto. Y allí, a pasar la noche.

Y en ese intermedio llegaron unos ladrones a hacer de cenar debajo del pino. Y le dice el tonto al listo:

– Hermano, tengo ganas de mear.

– Bueno, pues mea por ahí con cuidao, por la orilla.

Entoces los ladrones, que habían puesto la sartén pa hacer la cena, les cayó los meaos. Y le dicen los ladrones:

– ¡Olé!, que nos cae del cielo aceite –se dicen unos a otros.

Conque al momento dice el tonto:

– Hermano, que tengo gana de cagar.

– Pues caga con cuidao.

Y volvió a caer a la sartén. Y los ladrones decían:

– Ahora nos echan longanizas del cielo.

Conque, cuando ya les había echao la longaniza (como decían), la puerta se les vino abajo y los ladrones salieron corriendo, diciendo:

– ¡Que se nos echa el cielo encima! Y pues entonces por la mañana los dos hermanos se fueron a su casa.

Y colorín colorao, este cuento se ha acabao (20).

Narrador: Antonio Cascales Alarcón


EL HIJO TONTO

Había una mujer viuda que tenía un hijo que el pobrecillo era muy tonto. Y resulta que su madre lo mandó al molino. Le dijo:

– Nene, anda que te muela la harina ésta que hay en la cabecera y te la traes pa que haga una miaja de pan, que comamos algo.

Y dijo el hijo:

– ¡Pero si yo no sé hablar! ¿Yo qué le voy a decir al hombre?

– Pues tú le dices que te muela tres celemines de harina que llevas.

– ¿Y cómo me voy a acordar yo luego que son tres celemines de harina si yo no sé ná?

– Mira, tú vas por el camino hablando: «Tres celemines ná más, tres celemines ná más, tres celemines ná más…». Y cuando llegues allí le dices al hombre: «Muélame usted tres celemines de harina que llevo».

Pos va diciendo: «Tres celemines ná más…». Y se encuentra un hombre que estaba sembrando tierra, que llevaba más de una fanega sembrá. Y el hombre, que lo oye decir «Tres celemines ná más», dice:

– ¿Pero qué es lo que estás diciendo?: ¿que me produzca esta cebá ná más que tres celemines cuando llevo ya tres fanegas sembrás? Y salió y le pegó dos o tres guantás.

– ¿Pos qué quié usté que diga? –dijo el tonto.

– Pues que salga bastante.

Pos luego se va por tó el camino:

– Que salga bastante, que salga bastante, que salga bastante, que salga bastante… Se encuentra a uno que se le había roto un pellejo de vino y se salía tó el vino.

– Que salga bastante, que salga bastante...

– Muchacho, ¿pero qué es lo que dices?: ¿que salga bastante vino? ¡Pues si se ha salío ya la mitá! Otra paliza.

– ¿Pos qué es lo que quié usté que diga?

– Que no salga ninguno.

– Que no salga ninguno, que no salga ninguno, que no salga ninguno… Se encuentra a unos jóvenes que estaban por ahí, atascaos en un bancal regao, que no podían salir.

– ¿Qué es lo que dices?: ¿que no salga ninguno? Pos espérate.

Y cuando salió, otra paliza.

– ¿Pos qué quié usté que diga?

– Que te vayas por ahí a segar.

Y se fue entonces y cogió otra vez la cosa de «tres celemines ná más, tres celemines ná más, tres celemines ná más…». Y ya llegó allí y se acordó de los tres celemines.

Y como no paraba, no paraba, no paraba, el molinero le dijo:

– ¿Qué es lo que hablas? Y le pegó otro par de trompazos. Le molió la harina y le dijo:

– Tira pa tu casa, que me vas a volver loco a mí con los tres celemines.

Y cuando le molió la harina, se sube pallá a un cabezo y dice:

– Harinilla por el aire –y empezó a tirar la harina–.

Yo he traído el panizo pero la harina que se vaya por el aire. Cuando vaya a llegar, ya tiene mi maire las gachasmigas hechas.

Y llega a su casa y le dice la maire:

– Hijo, ¿dónde está la harina?

– Pos por el aire: harinilla por el aire la he echao. ¿Es que no ha venío?

– ¡Que nooooo! ¡Cómo va a venir la harina por el aire! ¿Pos no te has llevao el panizo? ¿Cómo no has traío la harina?

– Pos si es que a mí me han dicho que la harinilla por el aire venía aquí a la casa.

– Pos ya no comemos hoy. Espérate, que voy a ver si compro algo pa comer.

Pero se fue la mujer a sacar de ande tenía las perras.

Y él, ¿qué hizo?: venirse detrás. Y estaba allí una orcilla que tenía su maire con duros en plata. Cuando se fue la maire a comprar comida, pasó por allí un hombre vendiendo ollas. Y le dice:

– ¿Quiere usté esta orza de rulillas que tiene aquí mi mamá por una olla?

– ¿Qué rulillas? Y las vio y dijo:

– Sí hombre, tráelas –y le cambió una orza de duros en plata por una olla de barro.

Cuando vino la madre, le dijo:

– Miá lo que he comprao.

– ¿Qué has comprao?

– Una olla, que ha pasao por ahí uno vendiendo ollas.

– ¿Pero qué te ha costao?

– Ná: una orza de rulillas que había ahí, que no valía ná.

– ¿La orza de rulillas? ¿Qué rulillas? Y cuando fue a la orza de los duros, no tenía un duro.

– ¡Ya me ha dao tós los duros que tengo! !Ay qué hijo más tonto tengo, que ya no puedo dejarlo solo porque m’arruinao la casa! ¡Anda, tonto, que me voy por no verte! Cuando te vengas, tráete la puerta pacá.

Y el tonto arrancó la puerta y se la echó a las costillas (21).

Narrador: Antonio del Cerro Rosell


LA SORDA

Esto era una muchacha que vivía en el campo y estaba sorda la pobre. Le decían María Lías y se iba a casar: le faltaban unos días pa casarse.

Y pasa un vecino con unas mulas que iba a labrar, y ella estaba barriendo la puerta. Y dice el vecino:

– Buenos días, María Lías.

Salta ella y dice:

– De mañana en quince días.

Dice:

– Estás muy sorda.

Dice:

– Con esto del casamiento no estoy muy gorda.

Y dice:

– ¡Pulmonías que te den!

Dice:

– Muchas gracias, eso es lo que es menester (22).

Narradora: Josefa Ruiz Torres (54 años, S. L.)


LA COMUNIÓN DEL GITANO

Entró una vez a una iglesia y estaban dando la comunión. Y el gitano, sin confesar y sin ná, se arrimó a comulgar pensando que eso era una cosa que repartían.

Y cuando remató el cura de dar la comunión, ya que la gente se estaba sentando en los bancos, le dijo el gitano al cura:

– Ponga usté otra ronda, que ésta la pago yo (23).

Narrador: Antonio del Cerro Rosell


EL CURA DE CUCUÑÁN

Un cura se fue al cielo a preguntar a dónde se habían ido los cucuñanes que habían muerto antes que él. Y entonces San Pedro le dijo:

– Aquí no hay ninguno.

Entonces se fue al purgatorio y el ángel encargado del purgatorio le dijo:

– No hay aquí ninguno de los cucuñanes.

Y entonces el cura, viendo que allí no estaba ninguno ni tampoco en el cielo, dijo: «¿Pues dónde están mis cucuñanes que tanto les prediqué? Si no están en el cielo ni en el purgatorio y al infierno no puedo pasar, y aunque estén en el infierno no pueden salir, ¿qué es lo que vamos a hacer aquí?».

Y entonces el cura se fue al cielo y los cucuñanes se quedaban donde estaban (24).

Narrador: Antonio del Cerro Rosell


LA CONFESIÓN DEL GITANO

Esto era un gitano que fue a confesar. Y como los gitanos saben poco de doctrina, cuando llegó le preguntó el cura:

– ¿Cuántos dioses hay?

Dice:

– Veinte.

Dice el cura:

– ¡Qué exagerao! ¿Sabes algo de la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo?

– No.

– Bueno, pues mira: te voy a confesar, pero ya si vienes sin saber ná de los dioses que hay ni de la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo, ya no te puedo confesar.

Esta vez te voy a confesar, pero ya más no.

Y entonces se encuentra, cuando venía por el camino, con otro gitano y le dice:

– ¿Dónde vas?

– A confesar.

– ¿Cuántos dioses le vas a decir al cura que hay?

– Uno.

– ¡Conque le he dicho yo que habían veinte y no se ha conformao! Pero es que además están averiguando la muerte de un payo y dice que a ver si sé yo algo, porque seguramente quieren meternos mano por la muerte de ese payo.

Y ése es el cuento del gitano (25).

Narrador: Antonio del Cerro Rosell


EL PIOJO Y EL CURA

Esto era que en el tiempo de los piojos, pues los piojos le picaban a tós los humanos: no respetaban si era cura o fraile o obispo. Entonces resulta que estando haciendo una ceremonia en el altar, pues había un piojo que le estaba picando al cura, y el cura lo sabía pero nadie lo sabía. Y entonces el cura, como en latín se hacían las ceremonias, le dice al piojo:

– In cabezam de sacerdotali picasti. Morirás entre los dedos meuos de Cristum Domino Nostrum.

Y dice el sacristán:

– ¡Amén! Dice el cura:

– ¿Es que te ha picao a ti tamién? (26).

Narrador: Antonio del Cerro Rosell


UN SANTO DE PALO

Todas las mañanas, a la salida del sol, el tío Pedro conducía sus ovejas a pastar. A unos quinientos metros a la salida del pueblo, a la derecha de la cañada, el viejo ciruelo le ofrecía sus frescas frutas, pero eso era antes: hacía dos años que un rayo dañó tan malamente su raíz que ya el tronco era sólo sombra muda de lo que antes fue. Así fue mucho tiempo, y cada mañana el tío Pedro recordaba, haciéndosele la boca agua, los jugosos frutos que el ciruelo le ofrecía.

Grande fue su sorpresa cuando una mañana vio que el tronco del ciruelo había desaparecido. Ya en el pueblo, se enteró de que la gente importante había contratado a un escultor para hacer una imagen del santo patrón del pueblo y que el escultor había decidido hacer la escultura con la madera del ciruelo. Y así se hizo.

Andando el tiempo, una terrible sequía tenía agostados los campos y las bestias; el polvo y las moscas eran los dueños. Las rogativas simples del cura y de las viejas beatas no dieron resultado. Se pensó hacer una procesión solemne con la imagen del santo patrón que, ya terminada, presidía misas y rosarios en un lugar preferente de la iglesia. La rogativa se anunció de vecino a vecino, pero como el pueblo era pequeño, todos se enteraron y se dispusieron a acompañar al patrón con sus galas de fiesta, aunque no pudieron asearse por aquello de la sequía.

La comitiva recorrió el pueblo calle a calle y hasta casa a casa pero ni una pequeña nubecilla apareció en todo el horizonte. El tío Pedro mira y remira el santo y entre dientes recita:

– Yo te conocí, ciruelo,
y de tus frutos comí;
los milagros que tú hagas
que me los claven aquí –en la frente (27).

Narrador: Andrés Hernández Navajas


UN CUENTO DE CAZADORES

A mediados del siglo veinte, en los pueblos pequeños de Andalucía, la distracción de los muchachos, en los días de invierno, era reunirse en las barberías y contar u oír contar los relatos de los hechos cotidianos poniéndoles buena dosis de fantasía.

Estos relatos de ordinario eran fantásticos, pero si tenías la suerte de que ese día hubiera cazadores o pescadores, entonces la fantasía se elevaba a lo sublime.

Yo, de naturaleza ingenua, creía a pie juntillas todo lo que allí se decía. Ignoraba, como ahora sé, que cazadores y pescadores son unos grandísimos embusteros. Pero esa ignorancia, acrecentada por mis pocos años, hacía que todo lo que se decía me pareciera maravilloso, ya que no lo ponía en tela de juicio.

Para que os hagáis una idea de cómo eran esos relatos, os voy a contar uno de ellos que tuve la suerte de oír relatar. Fue así: estábamos sentados a lo largo de la pared esperando nuestro turno, cuando llegan dos cazadores hablando entre ellos, pero en tono tan alto que todos los presentes podíamos oírlos. Decía el más bajito:

– Iba yo la otra tarde, a la puesta del sol, a rondar a la Matilde a su cortijo, cuando vi salir una hermosa liebre de unos matorrales. Echo mano para coger la escopeta, pero no la tenía. Entonces saco la pistola, apunto lentamente y disparo. La liebre cae rodando monte abajo. Miro la pieza y veo que la bala le había entrado por una pata y salido por la oreja.

Entonces los oyentes empiezan a decir que eso no podía ser. Ante el apuro del cazador por tan tremendo embuste, sale en ayuda su compañero y aclara:

– Es que la liebre se estaba rascando la oreja.

– Bueno, eso ya sí nos lo creemos –dijeron los presentes.

Una vez fuera de la peluquería, el compañero le dice:

– Otra vez no digas una mentira tan gorda, que me he visto negro para juntarle a la liebre la pata con la oreja (28).

Narrador: Andrés Hernández Navajas


EL PIOJO Y LA PULGA

Dice que un piojo se dejó a una pulga haciendo las gachasmigas y cuando volvió, la pulga se había caído dentro de la sartén. Entonces fue a la vecinica de enfrente y le dijo:

– Vecinica de enfrente, dame una gucharica pa sacar la pulguica de las gachicas.

Dice la vecinica de enfrente:

– Pos anda y dile a la cabra que te dé leche.

Fue a la cabra el piojo y le dijo:

– Cabra, dame leche pa la vecinica de enfrente, pa que la vecinica de enfrente me dé una gucharica pa sacar la pulguica de las gachicas.

Dice la cabra:

– Anda y ve a la parra que te dé hoja.

– Parra, dame hoja pa que coma la cabra, pa que la cabra me dé leche pa la vecinica de enfrente, pa que la vecinica de enfrente me dé una gucharica pa sacar la pulguica de las gachicas.

Dice la parra:

– Pos anda y dile al río que te dé agua.

– Río, dame agua pa regar la parra, pa que la parra me dé hoja pa que coma la cabra, pa que la cabra me dé leche pa la vecinica de enfrente, pa que la vecinica de enfrente me dé una gucharica pa sacar la pulguica de las gachicas.

Dice el río:

– Anda, ve y dile a las hijas del rey que vengan a bañarse al río.

– Hijas del rey, ir a bañarse al río, pa que el río me dé agua pa regar la parra, pa que la parra me dé hoja pa que coma la cabra, pa que la cabra me dé leche pa la vecinica de enfrente, pa que la vecinica de enfrente me dé una gucharica pa sacar la pulguica de las gachicas.

– Pos anda y dile al zapatero que nos haga unos zapatos.

– Zapatero, hazle unos zapatos a las hijas del rey, pa que las hijas del rey vayan a bañarse al río, pa que el río me dé agua pa regar la parra, pa que la parra me dé hoja pa que coma la cabra, pa que la cabra me dé leche pa la vecinica de enfrente, pa que la vecinica de enfrente me dé una gucharica pa sacar la pulguica de las gachicas.

– Pos anda y dile al cerdo que te dé cuero.

– Cerdo, dame cuero pal zapatero, pa que el zapatero le haga unos zapatos a las hijas del rey, pa que las hijas del rey vayan a bañarse al río, pa que el río me dé agua pa regar la parra, pa que la parra me dé hoja pa que coma la cabra, pa que la cabra me dé leche pa la vecinica de enfrente, pa que la vecinica de enfrente me dé una gucharica pa sacar la pulguica de las gachicas.

Dijo el cerdo:

– Pos anda y dile al hornero que te dé pan.

– Hornero, dame pan pal cerdo, pa que el cerdo me dé cuero pal zapatero, pa que el zapatero le haga unos zapatos a las hijas del rey, pa que las hijas del rey vayan a bañarse al río, pa que el río me dé agua pa regar la parra, pa que la parra me dé hoja pa que coma la cabra, pa que la cabra me dé leche pa la vecinica de enfrente, pa que la vecinica de enfrente me dé una gucharica pa sacar la pulguica de las gachicas.

– Pos anda y dile al campo que te dé leña.

– Campo, dame leña pal hornero, pa que el hornero me dé pan pal cerdo, pa que el cerdo me dé cuero pal zapatero, pa que el zapatero le haga unos zapatos a las hijas del rey, pa que las hijas del rey vayana bañarse al río, pa que el río me dé agua pa regar la parra, pa que la parra me dé hoja pa la cabra, pa que la cabra me dé leche pa la vecinica de enfrente, pa que la vecinica de enfrente me dé una gucharica pa sacar la pulguica de las gachicas.

El campo le dio leña pal hornero; el hornero le dio pan pal cerdo; el cerdo le dio cuero pal zapatero; el zapatero le hizo unos zapatos pa las hijas del rey; las hijas del rey fueron a bañarse al río; el río le dio agua pa regar la parra; la parra le dio hoja pa la cabra; la cabra le dio leche pa la vecinica de enfrente; y la vecinica de enfrente le dio una gucharica pa sacar la pulguica de las gachicas.

Pero cuando volvió, la pulguica se había asao (29).

Narrador: Antonio del Cerro Rosell


SAN JUAN DE LA BELLOTA

San Juan de la bellota,
que tiene la pipa rota.
¿Con qué se la aviaremos?:
con un palo que le demos.
¿Dónde está ese palo?:
el agua se lo ha llevado.
¿Dónde está el agua?:
los bueyes se la han bebido.
¿Dónde están los bueyes?:
a labrar se han ido.
¿Dónde está el labrador?:
las gallinas lo han escarbado.
¿Dónde están las gallinas?:
a poner huevos se han ido.
¿Dónde están los huevos?:
en el monte Calvario.
Patas de gallina
y patas de gallo (30).

Narradora: Encarna Ruiz Torres


EL GATICO

Había una vez un gatico
que tenía las patas de trapico
y el culico de papel...
¿Quieres que te lo cuente otra vez? (31).

Narradora: Bárbara Beltrán Hernandez


EL REY Y SUS TRES HIJAS

Había una vez un rey que tenía tres hijas
y las metió en tres botijas
y las tapó con pez…
¿Quieres que te lo cuente otra vez? (32).

Narradora: Bárbara Beltrán Hernández


DOS POLACOS Y UN FRANCÉS

Una vez habían tres:
dos polacos y un francés.
El francés tira del rabo.
¡Tira, tira, que me cago! (33).

Narrador: Antonio Cascales Alarcón


UN CURA CENANDO

Había una vez un curica cenando.
Se le apagó el candil
y no tenía por dónde salir;
salió por la chimenea,
por donde los gaticos mean;
se fue a Caravaca
y se compró una jaca;
llegó a Roma
y se encontró una mona.
Y le dijo:
– Mona, ¿qué comes?
– Pan y cebolla.
– Pues maldito sea tu culo
que tanto se folla (34).

Narrador: Antonio del Cerro Rosell


EL CUENTO DE MARÍA SARMIENTO

Érase una vez el cuento de María Salmiento, que fue a mear y se la llevó el viento; volvió a cagar y se la terminó de llevar (35).

Narradora: Bárbara Beltrán Hernández


¿QUIERES QUE TE CUENTE UN CUENTO?

– ¿Quieres que te cuente un cuento recuento que nunca se acaba?

– Sí.

– Yo no digo que sí. Yo digo que si quieres que te cuente un cuento recuento que nunca se acaba.

– No.

– Yo no digo que no. Yo digo que si quieres que te cuente un cuento recuento que nunca se acaba.

– Sí y no.

– Yo no digo que sí ni que no. Lo que digo es que si quieres que te cuente un cuento recuento que nunca se acaba… (36).

Narradora: Bárbara Beltrán Hernández


LA CARAVANA DE GITANOS

Una vez era una caravana de gitanos. Iban andando, andando y llegaron a un puente. Se pusieron a cruzar el puente: cruzó el primero, cruzó el segundo… Y cuando terminaron de cruzar el puente, pues aparcaron y se acabó el cuento (37).

Narradora: Josefa González Pérez

____________

NOTAS

(1) Tipo [332J], [Viejo intenta engañar a la Muerte disfrazándose de niño]: nuevo número-tipo creado por J. Camarena y M. Chevalier en su Catálogo tipológico del cuento folklórico español: cuentos maravillosos, Gredos (Madrid, 1995).

(2) Tipo 1288A, El tonto no puede encontrar al asno que ha montado.

(3) Tipo 1350, La esposa cariñosa.

(4) Tipo 1354, La muerte del viejo matrimonio.

(5) La narradora junta las uñas de los pulgares indicando como si se matara una pulga.

(6) Tipo 1365C, La esposa insulta al esposo llamándolo “cabeza piojosa”.

(7) Este relato, como es habitual en los cuentos sobre tontos, combina varios chistes que pueden trasladarse fácilmente de un tipo folklórico a otro. Así, se inicia con el motivo de la esposa perezosa, que da nombre al cuento-tipo número 1370. A continuación se desarrolla brevemente el esquema argumental propio del tipo 1681B, El tonto de guardián de la casa y de los animales (con la nimia diferencia de que aquí los protagonistas no son matrimonio sino madre e hijo), con una secuencia que es variante del tipo 1012, La limpieza del niño. Continúa después el relato con el tipo 1384, El esposo busca tres personas igual de estúpidas que su esposa, seguido de una variante del 1318A, El ladrón o el animal en la iglesia confundido con fantasma, y 1288, Los tontos no pueden encontrar sus propias piernas.

(8) Tipo 1408B, El esposo estupefacto encuentra fallos.

(9) Variante del tipo 1419G, Los pantalones del sacerdote. Carlos González Sanz cataloga esta variante como [1419K], La sotana del cura.

(10) Si bien este cuento, no catalogado por Aarne-Thompson, podría situarse entre los tipos 1430-1439, La pareja tonta, en realidad se adscribe mucho mejor al 1702B*, La pareja nupcial no quiere hablar uno a otro; cada uno está tratando de esconder su tartamudeo, del que constituye una variante de poca importancia: los esposos pretenden ocultar su tartamudeo, en un caso, o la cojera o joroba, en otro.

(11) Tipo 1459**, Guardan las apariencias.

(12) Hace la narradora ademán de mostrar algo diminuto.

(13) Cf. tipo 1696, ¿Qué debería haber dicho (hecho)?

(14) Tipo 1654, Los ladrones en la cámara del muerto.

(15) Recoge el cuento Juan Valera, Cuentos y chascarrillos tomados de la boca del vulgo (San Sebastián: Biblio Manías, 2000), pp. 26-28: «Conversión de un heterodoxo».

(16) Cf. tipo 1296B, El indio goloso.

(17) Lo incluye Chevalier en sus Cuentecillos tradicionales en la España del Siglo de Oro (Madrid: Gredos, 1975), signatura K1. Creo que, teniendo en cuenta la descripción que del cuento hacen Aarne-Thompson en su catálogo, podría incluirse en el tipo 1388A*: Escoge la comida que quieras. – Toda.

(18) Ibidem, O31. También, del mismo Chevalier, véase Cuentos folklóricos españoles del Siglo de Oro (Barcelona: Crítica, 1983), relato n.º 204.

(19) Tipo 1676B, La ropa atorada en el camposanto.

(20) Tipo 1691, No comas tan vorazmente, seguido de 1009, La vigilancia de la puerta, y 1653B, Los hermanos en el árbol.

(21) Tipo 1696, ¿Qué debería haber dicho (hecho)?, seguido de 1291D, Objetos enviados a caminar por sí solos (la harina enviada por el aire), 1385*, No sabe de dinero, y 1009, La vigilancia de la puerta.

(22) Tipo 1698D, La invitación a la boda.

(23) Variante de 1691A*, Un predicador es suficiente.

(24) Tipo 1738B*, El sueño del clérigo: todos sus feligreses están en el infierno.

(25) Tipo 1810A*, ¿Cuántos dioses hay?.

(26) Se trata de una variante no catalogada del tipo 1785, El clérigo en dificultades durante el sermón, y el 1831, El clérigo y el sacristán en misa.

(27) Cuento no catalogado por Aarne-Thompson que sin embargo es muy popular en el ámbito hispánico. Carlos González Sanz le asigna, en su catálogo de cuentos aragoneses, el nuevo número-tipo [1824A], El santo pariente del pesebre. Puede consultarse también la bibliografía que de él ofrece M. Chevalier en su libro citado, Cuentos folklóricos en la España del Siglo de Oro, relato número 86.

(28) Se trata de una variante no catalogada del tipo 1890, El tiro afortunado.

(29) Combinación de los tipos 2021A, La muerte del gallo, y 2021*, El piojo se lamenta por su cónyuge, la pulga.

(30) Tipo 2011, ¿Adónde te has ido, ganso? (cf. tipo 2330, Cuentos-juegos).

(31) Tipo 2013, Había una mujer,… la mujer tenía un hijo (cf. tipo 2320, Rondas: cuentos que empiezan y se repiten).

(32) Véase la nota anterior.

(33) Tipo 2271, Cuentos falsos para niños.

(34) Véase la nota anterior.

(35) Véase la nota anterior.

(36) Tipo 2275, Te doy el cuento del cerdo verde. – No quiero decir eso.

(37) Tipo 2300, Cuentos interminables. La narradora dice que se contaba este cuento para tener entretenidos a los niños mientras comían. La enumeración de los gitanos que cruzan el puente concluía cuando el niño había terminado de comer.



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Revista de Folklore número 291 en formato PDF >


Cuentos humorísticos y seriados en la pedanía murciana de Javalí Nuevo

HERNANDEZ FERNANDEZ, Ángel

Publicado en el año 2005 en la Revista de Folklore número 291.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz