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Apuntes de arquitectura popular

BELLIDO BLANCO, Antonio

Publicado en el año 2002 en la Revista de Folklore número 262.

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Puede descargarse el artículo completo en formato PDF desde la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

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Cuando se empieza a indagar en el conocimiento de la arquitectura popular, resulta inevitable acudir en primer lugar a una serie de maestros pioneros. Éstos en su momento marcaron una serie de pautas que habrían de servir de modelo para los estudiosos posteriores. Destacan en este sentido trabajos que pueden localizarse entre 1918 y los años treinta en la revista madrileña Arquitectura y en las obras de Vicente de Lampérez, Leopoldo Torres Balbás y Fernando García Mercadal.

Pero muchos años antes la arquitectura popular ya había llamado la atención de los eruditos de la ilustración. De ello nos ha quedado una clara evidencia a través de los relatos de distintos viajeros que atraviesan las tierras españolas. Se refieren a aspectos pintorescos y extraños en sus lugares de origen, a veces aludiendo a orígenes que tienen algo de leyenda y están poco asentados en las fuentes históricas. Así, por ejemplo, dice la escocesa Jane Leck al recorrer el trayecto entre Palencia y León (1884):

“Las casas están todas construidas con adobes hechos de barro y paja desmenuzada, costumbre mora que ha sobrevivido durante siglos. Los tejados están cubiertos con tejas encanecidas con líquenes, tan poco diferenciados del suelo como el resto de la construcción.”

Otros aluden a viviendas que les sorprenden, como Robert Southey cuando habla de las pallozas (1797):

“El arriero duerme al lado de su mula, el amor fraternal de Sancho por su rucio puede verse en cada cabaña; y caballos, vacas, gatos, perros, gallinas, personas y cerdos ocupan el mismo aposento (...). Las casas son exactamente como las representaciones que he visto de las chozas de Kamchatka. El tejado de paja llega hasta el suelo, y en él se ha rasgado un vano que permite a los habitantes entrar y al humo salir. La techumbre está ennegrecida por el humo y en consecuencia carece de musgo.”

O Hans Gadow cuando descubre los hórreos de Riaño (1897):

“Estos depósitos de grano diseminados por el pueblo se encuentran siempre a cierta distancia de la casa o granja a que pertenecen. El cuerpo del edificio descansa sobre cuatro troncos o piedras de más de cuatro o cinco pies de alto. En el extremo superior de estos postes hay anchas lajas de piedra que impiden el paso a ratones y otras alimañas. (...) Los graneros en cuestión no son celtas. El celta prefiere piedra a madera, incluso cuando tiene abundancia de esta última. No son legado de los romanos, que de otra forma los hubieran introducido en otros lugares más cercanos que las montañas de Asturias. Finalmente, tampoco son de origen ibero puesto que están ausentes de las provincias vascas, último reducto de este misterioso pueblo. De hecho no me cabe duda que estos graneros con pies fueron introducidos por los suevos, en el año 409 irrumpieron en España y se establecieron en las provincias del noroeste donde siguen sus descendientes.”

En la primera mitad del siglo XX encontramos abundantes artículos y libros tanto sobre tipos de edificios concretos (Herrero y Pacheco sobre la casa pinariega, Frankowski sobre los hórreos y palafitos, por ejemplo) y elementos decorativos (Peñalosa sobre los esgrafiados segovianos), como con reflexiones generales sobre el carácter de este tipo de arquitectura, que recibe los apelativos de “rural” y “popular”. Entre estos últimos, Leopoldo Torres Balbás resalta dos puntos de vista para el estudio de la vivienda popular: el arquitectónico y el de las condiciones geográficas y el medio físico. Además marca una neta distinción entre la casa rural y la urbana:

“Las viviendas urbanas, como queda dicho, van uniformándose en el mundo entero, perdiendo las características que antes las diferenciaban. Las humildes de campos y aldeas, en cambio, varían notablemente de unas a otras comarcas. En las rurales existe un tipo de casa de tradición secular, que se ha venido repitiendo desde fecha remota, al cual todas obedecen en mayor o menor grado, presentando caracteres comunes, lo que no entraña nunca identidad de ejemplares, materiales idénticos, empleados de la misma manera, igual disposición y reparto, el mismo aspecto.”

Se habla aquí de la continuidad de las formas y tradiciones, que es el aspecto que más resaltan todos los estudiosos, aunque sin dejar de admitir la influencia de las modas. Así afirma Fernando García Mercadal:

“Los gustos, las modas y las costumbres de cada generación, hacen que la casa carezca de una permanencia absoluta, y sólo la perennidad de los factores físicos, clima y materiales, tiende a la formación de tipos locales, con características sobre las que poco o nada influyen los llamados estilos históricos.”

Durante estos años y a lo largo de todo el siglo XX se aprecia la importancia de establecer tipos funcionales y constructivos. Como señala José Luis García Grinda:

“Los textos generales dedicados a la arquitectura popular en nuestro país identifican una serie de tipos característicos aplicados a las grandes áreas geográficas del territorio, como símbolos de las mismas, en algunos casos como correspondencia de una identificación asumida socialmente y que puede relacionarse con los movimientos culturales y políticos de reafirmación nacional y regional y que, en muchos casos, han contribuido a una imagen estereotipada de la arquitectura popular.”

En los años cincuenta y sesenta se aprecia una disminución en el interés por estos temas. No obstante, a partir de los setenta reciben un fuerte impulso gracias a la publicación de las obras generales sobre el conjunto de España elaboradas por Carlos Flores y Luis Feduchi. A partir de su publicación en 1974 va a ir acrecentándose la bibliografía disponible sobre arquitectura popular.

Uno de los aspectos que más han influido en los autores posteriores son las características con que definen a la arquitectura popular, pese a que ya se encontraban establecidas en los autores anteriores. Luis Feduchi señala que,

“si en la arquitectura como bella arte son pocas las influencias y aportaciones que puede tener el llamado arte popular, en éste sólo pueden aplicarse rudimentariamente los avances técnicos y sí en cambio ciertos elementos ornamentales y decorativos, los cuales tienen una fácil aplicación en las viviendas modestas y rurales realizadas con una interpretación ingenua y sincera por un autor desconocido. Una rápida visión sobre la casa popular en España confirma sus profundas raíces en el medio ambiente, enraizamiento en el que influyen fundamentalmente tres factores invariables: el clima (...), la tierra o morfología del suelo y de los materiales que han de servir para fabricarla y el hombre con su propia idiosincrasia, su ambiente, su vida de relación y sus necesidades económicas.”

Del mismo modo relevantes han sido los veinticuatro puntos con los que Carlos Flores marca las características de la arquitectura popular. Aceptados casi sin discusión, recojamos alguno de ellos:

“2/ Predominio del sentido utilitario que informa todo el vivir de sus creadores-usuarios. Funcionalismo hasta donde los limitados conocimientos técnicos permiten llegar. (...) 4/ La arquitectura popular raramente introduce innovaciones gratuitas. Cuando admite una novedad lo hace apoyándose en razones lógicas muy poderosas. El arquitecto popular, al construir su casa, da por supuesto, tácitamente, que será semejante a todas las demás que le rodean. (...) 6/ El factor económico ejerce sobre ella un efecto importante, si bien, generalmente, no se ahorra en aquello que a la larga originaría mayores dispendios: espesor de muros, seguridad en la cubierta, etc. (...) 21/ La arquitectura popular se plantea como respuesta inmediata, o al menos a corto plazo, a problemas particulares y concretos. No busca una generalización ni pretende la creación de tipos, a lo que sin embargo, se llega en sentido amplio, mediante el acatamiento por su autor de las costumbres y tradiciones del país y por su deseo a someterse a las normas del sentido común antes que pretender significarse y destacar respecto de cuanto le rodea.”

Abundan ahora los trabajos de investigación sobre comarcas o provincias concretas, así como sobre determinados tipos de edificios (bodegas, palomares, molinos) y el uso de materiales (en especial, el barro). Se trata la mayoría de los casos de trabajos donde prima la descripción de tipos arquitectónicos a partir de un minucioso trabajo de campo y una detallada planimetría. Una buena declaración de principios metodológicos la proporciona el trabajo de José Luis García Grinda sobre la arquitectura popular leonesa:

“El desarrollo del estudio se ha basado en un sistemático trabajo de campo, buscando el contacto directo con el objeto arquitectónico. Se ha recorrido toda la geografía provincial de norte a sur y de este a oeste, llegando a la totalidad de los lugares de población existentes. (...) El trabajo de campo, previamente apoyado en una revisión de la corta bibliografía específica existente y de los datos suministrados por algunas fuentes secundarias, entre las que cabe citar por lo inhabitual las cartografías antiguas a escala 1:50.000, se realizó en recorridos organizados por comarcas o áreas geográficas más o menos homogéneas.”

El ejemplo más desarrollado de este tipo de trabajos lo encontramos en las recientes obras de Benito Martín (1998) y de Ponga y Rodríguez (2000), que abarcan la totalidad del territorio de Castilla y León. Dividido el espacio autonómico por comarcas más o menos amplias, se establecen una serie de rasgos que las individualizan y dan sentido a la división. Se organiza la arquitectura según su urbanismo, los tipos de construcciones principales, los sistemas de agrupación de viviendas, dimensión de la parcela, disposición del corral y la vivienda, altura de la edificación principal, materiales constructivos de muros, techumbres y aleros, composición de la fachada y el acceso y forma de los vanos, aleros y chimeneas. De este modo pese a la división comarcal y a la definición de pautas generales y de “tipos”, Félix Benito Martín no puede dejar de reconocer la individualidad de cada una de las construcciones y de ese reconocimiento emanan sus siguientes palabras:

“El resultado es una relación tal con el medio, que en lugar de hablar de integración podemos afirmar que esta arquitectura, tradicional o vernácula, emana del propio territorio. Hace referencia, no tanto a un legado de épocas pretéritas como a la identidad y naturaleza de un lugar, de una comunidad. Por ello es única: no hay respuestas construidas iguales en diferentes lugares. La enorme diversidad de matices que cada área geográfica conlleva se manifiesta en lo construido. Cada una de estas arquitecturas constituye un testimonio único de la identidad de la comunidad humana que la ha producido y a su vez, entre todas, de la enorme variedad y riqueza cultural de nuestro planeta.”

En los ensayos de los años ochenta y noventa hay un hueco importante para referirse a los elementos históricos de la arquitectura popular. Ahora cada vez es menos algo intemporal y vernáculo, sino que se admite la llegada de elementos nuevos desde otras regiones en momentos que pueden datarse con precisión. Las referencias se ciñen en su mayoría a los siglos XVIII y XIX, pero no por ello se ve disminuido su valor. No se trata ya sólo de la influencia de los tratados de arquitectura renacentista en las grandes casonas rurales, sino de la introducción de elementos en el conjunto de las edificaciones más sencillas, las del común de las gentes. Vienen bien al caso las palabras de Javier Rivera Blanco:

“A través de las fuentes documentales inexploradas hasta la fecha se pueden encontrar nombres propios que erigieron estos edificios, dataciones antes, durante y después de construidos, se puede probar que la arquitectura popular no sólo era rural sino también urbana y que ha sido la evolución de los núcleos la que la ha hecho desaparecer y que su existencia no se debe sólo a su condición de pertenencia a entornos agropecuarios, que en determinados momentos avances tecnológicos o nuevas modas, desastres del medio y de la ecología, alteraciones de los medios de producción, etc., han posibilitado que en ocasiones se produjeran evoluciones rápidas y que sólo en aquellas en las que no aparecían agentes disturbadores la inercia continuara con el mantenimiento de los modelos.”

Otro apartado que ha ido cobrando cada vez más peso en los estudios antropológicos de la arquitectura popular es el de su papel en las relaciones sociales y económicas y en el ámbito de las ideologías y estructuras mentales simbólicas de las gentes. Para conocer hasta donde pueden llegar estos estudios recurriremos a las palabras de María Cátedra:

“este libro enseña a leer los espacios y escucha los mensajes del sistema cultural de un pueblecito andaluz. Su teoría se centra básicamente en la naturaleza comunicativa de la arquitectura –la arquitectura como lenguaje– y también en la interacción de los sujetos en ese espacio, que es otro lenguaje. Por supuesto trata, aunque situados en nuevos contextos, temas clásicos e importantes de la estructura social andaluza, como, por ejemplo la estratificación social del área a través del espacio o la honra a través de la arquitectura; también analiza los distintos niveles territoriales: la casa, la calle y el pueblo y sus valores adscritos. (...) Pero además su atención se dirige tanto a las formas tradicionales (desde la casa señorial o el cortijo a la casilla del pueblo y de la huerta, el centro y el arrabal) como a las nuevas estructuras urbanísticas: el chalet de las afueras, la zona residencial de las huertas.”

Este tipo de enfoques permite adentrarse en el hecho de que los edificios no son sólo configuraciones arquitectónicas o urbanísticas de carácter meramente funcional, sino que además expresan formas de organización social, ideas y valores culturales. Un ejemplo de estos trabajos que profundizan en los aspectos sociales y simbólicos lo proporciona el estudio de María Isabel Jociles sobre una zona de Tarragona, cuya obra tiene varios apartados:

“El primero de ellos está dirigido a exponer los distintos “relata” a los que la palabra casa hace referencia (un edificio, un linaje, un grupo doméstico y el patrimonio que le está asociado), y a examinar las interrelaciones existentes entre los mismos a nivel material, verbal y simbólicos. El segundo se orienta, en cambio, a la descripción de los tipos de cases de poble más frecuentes en nuestras comarcas y al análisis de los grados de publicidad/privacidad de sus espacios internos. El tercero, como indica su título, nos acerca a las pautas de residencia post-nupcial y a los regímenes económicos familiares que es posible encontrar en las dos áreas de Tarragona que, fijándonos en el sistema hereditario prevalente en cada una de ellas, hemos denominado, respectivamente, zona de hereu y zona de partes iguales-mejora. (...) El quinto de estos apartados busca mostrar a la casa en sus relaciones externas con el resto de la comunidad local y, finalmente, el sexto emprende la tarea de presentarla como un elemento básico del proceso de identificación de las personas en las poblaciones rurales que integran la que hemos denominado zona de hereu.”

Sobre la realización de este trabajo resulta muy revelador atender al tipo de trabajo de campo que realiza su autora, por contraste con el modo tradicional de abordarlo en otros trabajos de campo:

“Las técnicas de recogida de datos que utilizamos durante los meses que duró el trabajo de campo fueron: las entrevistas en profundidad a la población autóctona (...), la observación directa de sus comportamientos en la vida cotidiana y en momentos extraordinarios, como pueden ser las fiestas y las romerías, las encuestas en busca de datos cuantificables, y el análisis de documentos (testamentos, capitulaciones matrimoniales, cartas de pago...) y de publicaciones de todo tipo (folletos, revistas, semanarios...).”

No nos resistimos a incluir un ejemplo más. Se refiere al estudio de un pueblo de repoblación, creado a mediados del siglo XX por los técnicos del Iryda para trasladar a una población dentro de la provincia de Málaga. Francisco Sánchez pone en evidencia que en el diseño de las nuevas casas no se tuvo en cuenta la importancia del patio y la cocina como lugar de socialización, incluyéndose sin embargo salones que no se usaban; organizando además el urbanismo a partir de un reticulado de calles con una plaza en las afueras como único espacio público. Destaca que las viviendas son reflejo de una ideología y un sistema de valores que incluye una manera de entender la familia, la sociedad y la economía, mientras que los técnicos contemplaron simplemente la funcionalidad arquitectónica. Como dice en su trabajo:

“Si desde un punto de vista económico o agrícola el proyecto ha cumplido con parte de sus objetivos originales, no se puede decir lo mismo en lo que al plano social se refiere. (...) El criterio seguido para el diseño de los diferentes espacios fue el de la funcionalidad, lo que, para los técnicos significaba que los espacios arquitectónico, urbanístico y agrario, debían permitir el máximo de eficacia para la obtención de resultados –siempre de carácter marcadamente economicista– (...). Pero obviaron el hecho de que una casa o un pueblo contienen una carga simbólica que sobrepasa ampliamente la dimensión económica. En lo que al plano urbano de Cerralba se refiere, uno llega a la conclusión de que la idea rectora en su diseño es que un pueblo no es más que la suma de un determinado número de casas, y una comunidad un agregado de familias.”

Mucho puede trabajarse aún en el ámbito de las ideologías y las mentalidades aplicadas al campo de la arquitectura popular.

Pero por encima de todo lo anterior, de los muchos enfoques que ha experimentado el estudio de la arquitectura popular, nos gustaría destacar que se trata de un fenómeno que no puede considerarse estancado, como si se hubiera detenido. Su evolución no se detuvo a mediados del siglo XX, sino que ha sido objeto de una fuerte embestida por parte de la llegada de nuevas concepciones sociales, económicas, culturales, técnicas y materiales, unidas a un importante proceso de despoblación. Este suceso no debería ser un obstáculo para seguir abordando los cambios que protagoniza la arquitectura rural considerando los nuevos factores que inciden en ella. El patrimonio arquitectónico no tiene por qué tratarse como si fuera un fósil del pasado, sino que hay que dar cabida a su renovación y expansión. E incluso podemos ser, desde nuestra posición de conocedores del pasado y del presente, un elemento de definición de lo que queremos que sea el futuro de la arquitectura popular y rural a través de planes directores.

En este sentido como antropólogos hemos de tener siempre como máxima la realización de trabajos interdisciplinares que interrelacionen aspectos urbanísticos, del medio natural, del patrimonio histórico y de la propia historia de las gentes y sus valores presentes. En un trabajo con aplicaciones prácticas de recuperación del patrimonio histórico y natural, la Fundación Marcelino Botín reconoce la importancia de “la idea de pacto” entre la población y las autoridades sobre el modelo de localidad que se desea y los objetivos básicos del modelo del plan de protección. Cristina Gutiérrez-Cortines incide en esta idea diciendo que:

“Protección significa diálogo y aceptación de las condiciones que plantea el contexto físico, el rango de los conjuntos a preservar y los requerimientos que plantee la historia y la imagen de cada edificio. La aproximación de posturas es la única solución aceptable porque, de lo contrario, sólo se abren dos caminos: la paralización de toda iniciativa en aras de una protección estática, o el crecimiento y desarrollo que desvincula pasado y presente, para conseguir los mayores beneficios a corto plazo y la satisfacción de muchos deseos individuales descoordinados.”

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Bibliografía:

Benito Martín, F. (1998); Arquitectura tradicional de Castilla y León, Junta de Castilla y León.

Casado Lobato, C. (1994); La vida tradicional según los viajeros. Así nos vieron, Centro de Cultura Tradicional, Diputación de Salamanca.

Cátedra, M. (1990); Prólogo, en F. Sánchez Pérez (1990); La liturgia del espacio. Casarabonela: un pueblo aljamiado, Nerea, Madrid.

Feduchi, L. (1974); Itinerarios de Arquitectura Española, Editorial Blume, Barcelona.

Flores López, C. (1973); La arquitectura popular española, Editorial Aguilar, Madrid.

García Grinda, J. L. (1990); La aplicación y el concepto del tipo en la arquitectura popular: evolución versus permanencia en el territorio castellano-leonés, Actas de las Jornadas “Arquitectura Popular en España” (1-5 diciembre 1987), Biblioteca de Dialectología y Tradiciones Populares, CSIC, Madrid: 431-447.

García Grinda, J. L. (1991); Arquitectura Popular Leonesa, Diputación Provincial de León.

García Mercadal, F. (1930); La casa popular en España, Espasa-Calpe, S. A., Bilbao.

Gutiérrez-Cortines Corral, C. (1999); El patrimonio histórico natural en el marco del desarrollo sostenible, Construir sin destruir. Propuestas, Fundación Marcelino Botín, Santander: 15-23.

Jociles Rubio, Mª I. (1989); La casa en la Catalunya Nova, Ministerio de Cultura, Madrid.

Kavanagh, W. (1990); La memoria colectiva como condicionante de la arquitectura popular, Actas de las Jornadas “Arquitectura Popular en España” (1-5 diciembre 1987), Biblioteca de Dialectología y Tradiciones Populares, CSIC, Madrid: 55-60.

Ponga Mayo, J. C. y Rodríguez Rodríguez, Mª A. (2000); Arquitectura popular en las comarcas de Castilla y León, Junta de Castilla y León.

Rivera Blanco, J. (1992); La investigación de la Arquitectura Popular desde las fuentes documentales. Materiales historiográficos y el archivo de la Real Chancillería de Valladolid, Arquitectura popular de Castilla y León: bases para un estudio, Instituto de Ciencias de la Educación, Universidad de Valladolid: 107-131.

Sánchez Pérez, F. (1993); Tradición y modernidad en la arquitectura popular del valle del Guadahorce, Espacio y Cultura, Editorial Coloquio, Madrid: 51-69.

Torres Balbás, L. (1934); La vivienda popular en España, Folklore y Costumbres de España, tomo III, Editorial Alberto Martín, Barcelona: 137-502.



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BELLIDO BLANCO, Antonio

Publicado en el año 2002 en la Revista de Folklore número 262.

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