Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz

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ALMERIA

GARRIDO PALACIOS, Manuel

Publicado en el año 1992 en la Revista de Folklore número 144.

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Puede descargarse el artículo completo en formato PDF desde la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

Revista de Folklore número 144 en formato PDF >


De chico me figuraba que Almería era un lugar donde se guardaban las almas y durante un tiempo estuve convencido de que de allí había venido la mía a ocupar mi cuerpo y al mismo sitio volvería cuando me muriera. Almería era para mí como el Cielo y yo la imaginaba un gran almacén en las nubes adonde se iba por el alma al venir al mundo. Luego fui mayor y mi idea sufrió un duro golpe al nacer un primo mío y atreverme a preguntar a los padres si fueron a Almería a encargarle el alma. La respuesta de que no había sido a Almería sino a París, me creó la primera confusión de mi vida que, como en el juego de La Oca, fue del laberinto al treinta y tiro porque me toca. Aún hoy -¿por qué no?- Almería me suena a lo mismo, aunque mi primo sea algo mayor y mis tíos viejos. Ahora no vengo a llevarme un alma, sino que voy de paso y me paro.

Dicen que al individuo natural de Almería le llaman taranto, no en balde la canción propia de estas latitudes es la taranta, desde donde parece viajar hacia Jaén, Murcia, Alicante.

La salud de los mineros
se cambia por los metales,
del metal sale el dinero,
y del dinero los males
en este mundo embustero.

Esto lo hablo en una taberna-foro ante un tinto y unos tomates abiertos con sal. Datan la presencia de este cante por el siglo XVIII, que la historia cuenta que por ese tiempo, ya lindando el XIX, toma su sitio aquéllo que empieza a llamarse "lo andaluz", evolucionando en sus formas hasta hoy. Una voz bronca opina que la taranta es cante levantino, pero sureño, lo que hace que se encuentre con la Andalucía oriental. Otro contertulio dice que su cuna también pudiera ser Cartagena, Murcia o Mazarrón, y que al emigrar gente de allí a Linares y Almería, llevaron el cante consigo. Cultura que viaja y se instala en sitio nuevo. Otros no teorizan tanto y se limitan a reflejarla como un fandango que toma el carácter de la zona. En América del Sur, taranta es lo mismo que tarántula. Aquí, en tiempos pasados, tarántula equivalía a tarantela, a zapateado. Si la taranta goza de cierta libertad expresiva en sus cinco versos, el taranto va a compás justo, muy marcado por la guitarra. Taranta, taranto y tarantilla para contar y cantar cosas de la mina.

Dime de qué pueblo eres
que no haces más que cantar,
si tu mirada es de hondura,
tu palabra es mineral
y tu corazón de altura.

Existe aquí la Peña Taranto donde se cuida este cante con recitales y conferencias, uno de cuyos miembros, José Sorroche, me explica que está enclavada en unos aljibes árabes cedidos por el Ayuntamiento. Abro un libro de Hipólito Rossy, que ve la taranta como "una bella variedad cadencial dentro del flamenco, no sujeta al grupo de los fandangos ni al de la soleá" .Génesis García es una gran especialista en el tema, que bien podría resumir un poco todas estas opiniones, de estar presente.

Dónde andará el capataz
que ayer le dije en el tajo
que me subiera el jornal,
si no a la mina no bajo.

En la taranta se inicia la guitarra con arpegios y trémolos, siempre muriendo al modo dórico, sale el cantaor y la guitarra lo va llevando sin prisas, resaltando los versos, subrayando la evolución del tono. Diría, al escucharla tan cerca y tan bien cantada que, junto con la seguidilla, puede ser el cante más triste que tenga Andalucía, aparte canciones locales de parecido aire, como ciertos villancicos, el Pandero de Encinasola o el Parao de Alosno.

Visito a un guitarrista del que traigo las señas. Ambos nos sentamos a recontar vida en su patio fresco. A poco de estar hablando saca la guitarra y me advierte:

-Cuando empiece a tocar vendrá el hijo de una vecina, que nació enfermo, aquí le decimos "inocente", ¿lo entiendes? Observa que si toco alegrías, bulerías o piezas de bulla, él va a responder con gritos y saltos, dando palmas, yo diría que bailando a su modo. Pero si toco la taranta, le entrará el miedo y correrá a la calle.

El guitarrista toca. Acude el niño. Mientras suenan cosas alegres permanece atento, balanceando su cuerpo, forzando sonidos que podrían entenderse como expresión de que le agrada lo que oye. Pero de pronto surge la taranta, que lo pone tenso, temblándole los labios, y lo hace huir con un grito largo, triste, a su casa.

Taranta, tristeza inerme
de un gozo, tiene tu trino
el sabor de las espigas
ya doradas, fuego hondo
perfilando el infinito,
todo garganta en la pena,
todo misterio en lo vivo.



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ALMERIA

GARRIDO PALACIOS, Manuel

Publicado en el año 1992 en la Revista de Folklore número 144.

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