Revista de Folklore

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Una fábrica de datos

DIAZ GONZALEZ, Joaquín

Publicado en el año 2020 en la Revista de Folklore número 458 - sumario >

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El Concilio de Trento supuso para la Iglesia universal un radical cambio. Aunque el nacimiento de las parroquias (las diócesis fueron creadas por la Iglesia de Roma siguiendo el modelo de las del imperio) ya había originado muchos siglos antes unas determinadas fórmulas de administración, materiales y espirituales, solo a partir de 1563 –fecha en que finaliza el Concilio– se hacen oficiales las normas por las que el párroco debía anotar puntualmente en varios libros los nacimientos, las bodas y las defunciones que tuviesen lugar en el territorio de su jurisdicción. A esto se añadía que todos los gastos que se originasen en el templo o en las propiedades parroquiales deberían consignarse cuidadosamente en otro manuscrito, reflejando ingresos y gastos en esa «carta cuenta» o libro de fábrica, que abarcaría tanto la fábrica material como la espiritual. Estas anotaciones correrían a cargo de un «mayordomo», nombrado por el obispo, ante quien debería rendir esas cuentas por lo general cada año para que fuesen aprobadas. Tales notas, reflejarían con precisión conceptos opuestos –haberes y expensas, el bien y el mal necesario–, cuestiones que ya habían sido estudiadas a fondo sin abordar temas éticos por el matemático y humanista Luca Pacioli para llevar una buena contabilidad. En su libro titulado Summa de arithmetica, geometria, proportioni et proportionalitá, ofreció multiples ejemplos de la contabilidad por partida doble (ya conocida y practicada desde la época romana –el Dare et Habere– y posteriormente por los mercaderes medievales, particularmente los genoveses y los venecianos) cuyas conclusiones sirvieron durante siglos. También en el terreno civil, el emperador Carlos ya había mandado promulgar en 1549 la famosa pragmática de Cigales que ordenaba a los comerciantes llevar sus libros en castellano y a los bancos llevar cuenta de caja. Poco más tarde, el riosecano Bartolomé Salvador de Solórzano publicaría su Libro de caxa y manual de mercaderes en el que daba normas sobre cómo debían los comerciantes anotar sus haberes y deudas evitando usar «papelajos». En cualquier caso, fue Felipe II quien hizo obligatoria y oficial la costumbre de anotar con detalle todas las cuentas parroquiales, aplicándolo como ley incluso para los territorios americanos bajo la idea general de una necesaria reforma para el clero y el pueblo cristiano. Esa reforma incluía que el obispo residiera en la diócesis para cuya administración había sido nombrado y que recorriera la misma con cierta frecuencia realizando visitas a las parroquias que de él dependieran. Los párrocos debían hacer algo similar llevando una vida ordenada y ejemplar que sería fomentada desde el comienzo de su misión en los seminarios.

Creo que nunca se agradecerá suficientemente a la Iglesia ese cúmulo de registros escritos, que «por fas o por nefas» debía llevar un responsable de la parroquia –primero un mayordomo, que se elegía por San Juan, y después el propio párroco–, en orden al mejor conocimiento y comprensión de la vida y la historia locales. La salus animarum se completaba así con datos acerca de oficios, artesanías, nivel de vida, precios, valor de los trabajos, materiales usados en los mismos, etc.

La llamada «visita del obispo» siempre constituyó –por su carácter pastoral (al obispo le encargaba la Iglesia el cuidado de las almas de su diócesis) y por ser acontecimiento extraordinario (solía efectuarse como he dicho una vez al año)– un hecho insólito que provocaba en los fieles y en el propio prelado, sentimientos muy diversos. Existen innumerables relatos que cuentan en tono humorístico y desenfadado lo que podía acontecer en tales circunstancias como resultado del nerviosismo colectivo o como consecuencia de lo excepcional del hecho. Las preguntas del obispo a los fieles también eran otra fuente inagotable de narraciones y anécdotas –unas serias, otras cómicas–, que dejaban un sello indeleble en la memoria y en el corazón de las gentes. Todos esos aspectos y muchos más aparecen asimismo relacionados en los sínodos y concilios donde se especificaban costumbres seculares y el modo ortodoxo de conservarlas y respetarlas.

Los toques de campana, por ejemplo, que debía dar el gradero para comunicar acontecimientos, estaban minuciosamente especificados. Los días, se iniciaban así con un toque de campana y se terminaban desde el punto de vista cristiano con el toque de Ave María, que debía hacer el sacristán tañendo tres «posas» o badajadas para que entre ellas se pudieran decir tres avemarías. De este modo, de la mañana a la noche, los fieles recordaban que estaban «en la presencia de Dios».



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Una fábrica de datos

DIAZ GONZALEZ, Joaquín

Publicado en el año 2020 en la Revista de Folklore número 458.

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