Revista de Folklore

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Del hombre pájaro al pez volador de Plasencia

DOMINGUEZ MORENO, José María

Publicado en el año 2019 en la Revista de Folklore número 451 - sumario >

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I. Hombre-pájaro, el mito de Ícaro

A partir de que Homero[1] se fijara en Dédalo, este mítico personaje llamó la atención de diferentes escritores grecolatinos[2], a través de los cuales se fue gestando una biografía que hoy nos resulta familiar. Un buen resumen de ella la encontramos en la obra del Pseudo-Apolodoro, un escritor del siglo I que llevó a cabo una gran compilación de toda la mitología griega. Apunta al respecto:

Minos fue el primero en dominar el mar y extendió su poder sobre casi todas las islas. Pero Posidón se irritó con él por no haberle sacrificado el toro, lo volvió salvaje e hizo que Pasífae sintiera deseo por él. Enamorada del toro, utilizó a Dédalo de cómplice, el cual era arquitecto y había huido de Atenas por un asesinato. Éste fabricó una vaca de madera sobre ruedas, la hizo hueca por dentro y la envolvió con la piel de una vaca desollada, poniéndola en el prado en que el toro acostumbraba a pacer; metió luego dentro a Pasífae, y así el toro se precipitó y copuló como con una vaca de verdad. Entonces aquélla dio a luz a Asterio, el llamado Minotauro; tenía éste cara de toro y el resto de hombre. Pero Minos lo encerró en el laberinto de acuerdo con ciertos oráculos, y le puso vigilancia. El laberinto, construido por Dédalo, era una prisión que a base de intrincados corredores burlaba la salida[3].

[Teseo] fue escogido como tercer tributo para el Minotauro o, como dicen algunos, se presentó el mismo voluntariamente. Cuando llegó a Creta Ariadna, hija de Minos, se enamoró de él y se ofreció a ayudarlo si prometía llevarla a Atenas y hacerla su mujer. Y habiéndolo prometido Teseo bajo juramento, rogó ella a Dédalo que le revelara la salida del laberinto.

Entonces, por consejo de aquel, le dio a Teseo, cuando entraba en el laberinto, un hilo; Teseo lo ató a la puerta y arrastrándolo tras de sí iba entrando. Cuando encontró a Minotauro en la parte extrema del laberinto, lo mató golpeándolo con sus puños, y recogido el hilo, salió. Por la noche llegó a Naxos en compañía de Ariadna y los muchachos del tributo…

Cuando Minos se enteró de la fuga de Teseo y sus compañeros, encerró en el laberinto a Dédalo como responsable junto con su hijo Ícaro, que le había nacido de la esclava de Minos Náucrate. Pero aquel se construyó unas alas para sí y para su hijo y a este, en el momento en que echaba a volar, le recomendó que no volase hacia lo alto, no fuese que la cola se derritiera por el sol y las plumas no se despegaran, ni tampoco cerca del mar para que las alas no se desligaran por la humedad.

Pero Ícaro, encantado, descuidando las instrucciones de su padre, empezó a elevarse cada vez más hasta que fundida la cola, cayó en el mar Icario, así llamado por su nombre, y murió[4].

Ovidio nos ofrece una detallada descripción de los preparativos para una huida que resulta imposible por el mar. Dédalo se convence, puesto que Minos «no posee el aire», de que la única solución es escapar por el cielo. Valiéndose en «unas ignotas artes» se enfrasca en la tarea de confeccionar unas alas para él y otras para su hijo Ícaro. Seguidamente nos describe el vuelo y cómo la imprudencia de Ícaro termina con su propia vida.

Pues pone en orden unas plumas,
por la menor empezadas, a una larga una más breve siguiendo,
de modo que en pendiente que habían crecido pienses: así la rústica fístula
un día paulatinamente surge, con sus dispares avenas.
Luego con lino las de en medio, con ceras aliga las de más abajo,
y así, compuestas en una pequeña curvatura, las dobla
para que a verdaderas aves imite...
Después que la mano última a su empresa
impuesto se hubo, su artesano balanceó en sus gemelas alas
su propio cuerpo, y en el aura por él movida quedó suspendido.
Instruye también a su nacido y: «Por la mitad de la senda que corras,
Ícaro», dice, «te advierto, para que no, si más abatido irás,
la onda grave tus plumas, si más elevado, el fuego las abrase...».
Al par los preceptos del volar
le entrega y desconocidas para sus hombros le acomoda las alas...
Dio unos besos al nacido suyo
que de nuevo no había de repetir, y con sus alas elevado
delante vuela y por su acompañante teme, como la pájara que desde el alto,
a su tierna prole ha empujado a los aires, del nido,
y les exhorta a seguirla e instruye en las dañinas artes.
También mueve él las suyas, y las alas de su nacido se vuelve para mirar.
… cuando el niño empezó a gozar de una audaz voladura
y abandonó a su guía y por el deseo de cielo arrastrado
más alto hizo su camino: del robador sol la vecindad
mulló -de las plumas sujeción- las perfumadas ceras.
Se habían deshecho esas ceras. Desnudos agita él los brazos,
y de remeros carente, no percibe auras algunas
y su boca, el paterno nombre gritando, azul
la recoge un agua que el nombre saca de él.
Mas el padre infeliz, y no ya padre: «¡Ícaro!», dijo,
«¡Ícaro!», dijo, «¿Dónde estás? ¿Por qué región a ti he de buscarte?
¡Ícaro!», decía. Las plumas divisó en las ondas,
y maldijo sus propias artes, y su cuerpo en un sepulcro
encerró, también tierra por el nombre dicha del sepultado[5].

II. El Ícaro placentino

Son muy numerosas las traducciones que de las obras del poeta latino Publio Virgilio Marón se hacen a lo largo del siglo XVI y en las primeras décadas del XVII. Y otro tanto sucede con los comentarios que por esas fechas se llevan a cabo sobre sus composiciones más importantes: Eneida, Bucólicas y Geórgicas. De entre estos comentarios destaca el que de la primera de las obras, y concretamente de los libros I al VI, hizo el jesuita Juan Luis de la Cerda en el año 1612[6].

No son muchos los versos que Virgilio dedica al vuelo de Dédalo, pero el comentario que de ellos hace el Padre de la Cerda es de gran importancia para el tema que nos ocupa. He aquí los versos en cuestión:

Daedalus, ut fama est, fugiens Minoia regna
praepetibus pennis ausus se credere caelo
insuetum per iter gelidas enavit ad Arctos,
Chalcidicaque levis tandem super astitit arce.
redditus his primum terris tibi, Phoebe, sacrauit
remigium alarum posuitque immania templa[7].

Y esto es lo que el Padre de la Cerda señala sobre la osadía del mítico personaje para llevar a buen término la huida, de la que informa Virgilio:

Fue bien audaz Dédalo, que haciéndose unas alas recorrió volando el espacio que media entre Creta y Cumas. Ya advertí que aceptar tal vuelo no es posible. Pero añadiré ahora que, si no tanto espacio -pues eso no puede ser-, algo sí que puede uno desplazarse con semejantes artes. Cierto individuo de Plasencia -la de los hispanos- había huido a sagrado, como suele ocurrir, por miedo al poder secular. Y como quisiera evadirse, también adaptó alas a sus brazos, y se lanzó al cielo desde la torre más alta, y atravesó volando toda la ciudad, y cayó lejos de sus muros, agotado de tanto agitar su cuerpo. Aún hoy se muestra el lugar de la caída. Y fueron testigos oculares de este hecho todos los de Plasencia, que vieron a un hombre volar. Por lo tanto puede decirse que el vuelo de Dédalo pudo ser cierto y tan largo, pero solo por arte demoníacas y por magia. Y se encontrará a muchos que de esta manera volaron[8].

Este párrafo de Juan Luis de la Cerda es la primera referencia existente sobre el hombre que voló en Plasencia. En él busca similitudes entre Dédalo y el hombre pájaro placentino: están privados de libertad y se adaptan unas alas a su cuerpo para volar. No vuelan por placer, sino por necesidad.

Sin embargo, más que con Dédalo el volador de Plasencia tiene relación con Ícaro, su hijo. Este terminó la aventura cuando el sol derritió sus alas, mientras que el placentino cayó por agotamiento. De la Cerda cree en la certeza de ambos vuelos, si bien aclara que si Dédalo recorrió un tramo tan largo solo fue posible por medio de la magia o de influencias diabólicas. Como pruebas del vuelo del fugitivo de Plasencia apunta que fueron numerosos los testigos que presenciaron tal maravilla y que «aún hoy» se muestre el lugar donde se produjo el aterrizaje.

Nada dice el autor del texto sobre cómo conoció el relato que ubica en Plasencia. Puesto que no existe documentos que utilizara como fuente, es posible pensar que se sirviera de una tradición oral transmitida a través de los padres de su congregación, la Compañía de Jesús, que contaba con un colegio en aquella ciudad desde el año 1555. Si así fuere, tal «historia» no gozaría de gran difusión ni de excesiva credibilidad, habida cuenta de que nada dicen al respecto el perspicaz historiador Fray Alonso Fernández ni el embaucador Tamayo Salazar, que tantas páginas escribieron sobre Plasencia no mucho tiempo después de que Juan Luis de la Cerda redactara las anotaciones a la obra de Virgilio.

Aunque tampoco es descartable que la información partiera de su colega y contemporáneo Jerónimo Román de la Higuera[9], capaz de convertir en historia cualquier elucubración o de buscar enclaves para ubicar hechos acaecido en lugares alejados. Román de la Higuera fue destinado al colegio que los Jesuitas tenían en Plasencia, en el año 1596, para alejarlo de la polémica creada en Toledo por sus invenciones acerca de San Tirso y el intento de vincularlo a la Ciudad Imperial. Nada puede sorprender que el Ícaro de Plasencia fuera el fruto de su propia fantasía[10].

III. Pioneros de la aviación

Por otro lado, el vuelo del Ícaro de Plasencia es una copia del salto que a principios del siglo xi realizó el monje benedictino Eilmer de Malmesbury. Gran estudioso de las leyes matemáticas y de la astronomía, tenía plena seguridad de que el vuelo de Dédalo era posible y se propuso comprobarlo. Fabricó unas alas mediante una estructura de madera que adaptó a los brazos y se lanzó desde la torre de la abadía de Malmesbury. Su recorrido alcanzó los doscientos metros. Aunque como consecuencia de la caída se fracturó ambas piernas, la experiencia le sirvió para sacar sus propias conclusiones: si colocaba una cola el aterrizaje sería controlable. Pero no pudo comprobarlo por prohibición expresa del abad[11].

Bien documentado está el vuelo que con anterioridad había hecho el hispanomusulmán Abbás Ibn Firnás. Poeta, astrólogo e inventor de reconocido prestigio, en 852 se lanzó de una torre de Córdoba sosteniendo una lona a modo de capa, que le amortiguó el impacto contra el suelo. No satisfecho con la invención de este incipiente paracaídas, en el año 875 decidió planear tirándose desde el punto más alto de la mezquita. Con este fin fabricó unas alas de madera y tela, añadiéndole plumas de aves. Tras mantenerse un tiempo en el aire se desplomó. Las consecuencias fueron dos piernas rotas.

La hazaña de este pionero de la aviación inspiró a algunos otros, como es el caso del citado Eilmer de Malmesbury. Incluso existe alguna opinión que se inclina por que este utilizó los planos de las alas Ibn Firnás, que llegaron a Europa de la mano de los cruzados[12].

En contra de lo apuntado por Juan Luis de la Cerda, de poco le sirvió la magia para volar al sarraceno que en el siglo xii quiso asombrar al emperador Manuel Comneno:

… lanzándose desde la torre del hipódromo, fiado en que sus amplios ropajes ahuecados con mimbres le servirían á guisa de alas y aun de paracaídas. Desgraciadamente no se realizaron sus esperanzas y se destrozó al caer[13].

Tampoco quedó en muy buenas condiciones el cuerpo de Juan Bautista Dante, el matemático de Perusa que en el siglo xv inventó un artilugio para volar, y sobre el que planeó exitosamente el lago Trasimeno. En el año 1420 hizo una demostración pública y todo transcurrió conforme a lo esperado, hasta que se rompió una de las varillas de hierro con las que manejaba la máquina y se precipitó sobre el tejado de la iglesia de San Marcos, fracturándose el fémur izquierdo[14]. A pesar de este relativo fracaso, lo cierto es que hizo realidad cuanto de una manera científica había preconizado en el siglo XIII el franciscano Roger Bacón (1214-1294) en una de sus célebres epístolas[15]. En ese tratado titula su capítulo IV De instrumentis artificiosis mirabilibus, y de él entresacamos el siguiente párrafo:

Possunt etiam, fieri instrumenta volandi, ut homo sedens inmedio instrumenti, revolvens aliquod ingeniu[m], per quod alae artificialiter compositae aerem verberent, ad modum avis volantis. Fieri etiam potest inftrumentu[m] parvum in quantitate ad elevandum & deprimendum pondera quasi infinita, quo nihil est utilius in casu. Nam per instrumentum altitudinis trium digitorum & latitudinis eorum , & minoris quantitatis, posset homo se ipsum & socios ab omni periculo carceris eripere, & elevare & descendere[16].

Bacón expone lo que considera muy factible de llevarse a cabo: el hecho de volar. El hombre puede fabricar un artilugio y metido dentro de él, mediante un mecanismo, podrá mover unas alas a la manera que lo hacen los pájaros. Con él ascenderá y descenderá conforme estime oportuno.

En el mismo siglo de Juan Bautista Dante nos topamos con el bávaro Juan Muller Regiomontano, astrónomo y matemático, a quien se le atribuyen varios inventos relacionados con el arte de volar. Se cuenta que fabricó una mosca de hierro provista de un mecanismo de relojería que planeaba mientras le duraba la cuerda. Y que igualmente había creado un águila, también metálica, cuya autonomía de vuelo alcanzaba los quinientos pasos. Pero ambos inventos ya fueron puestos en entredichos por quienes se han dedicado al estudio de los avances científicos, como bien aclara Luis Figuier:

El vulgo atribuyó á Regiomontano inventos maravillosos; en mecánica, por ejemplo, una mosca de hierro que, en las comidas que Regiomontano daba á sus amigos, iba á visitar á los convidados y después volvía á posarse en su mano. Hablábase también de un águila autómata, que, elevándose cierto día en los aires, prendió al Emperador, y le acompañó cerniéndose hasta las puertas de la ciudad.

Esta credulidad de los contemporáneos de Regiomontano, era el efecto del amor á lo maravilloso inherente á la misma naturaleza del hombre. No era peculiar de la Edad Media y de la época del Renacimiento, sino que ha sido y será siempre patrimonio de los hombres. En otros tiempos se atribuyeron á Alberto el Grande, Ramón Lull, Regiomontano y otros muchos los mismos hechos maravillosos que el vulgo de nuestra época, y con él muchos ilustrados talentos atribuyen á los espíritus y á los médiums. Las preocupaciones, las creencias, los sentimientos, las pasiones, cambian de objeto con el curso de las edades; pero la naturaleza del hombre continúa inalterable, á despecho de la variedad de tiempos y de lugares, con su credulidad y sus debilidades[17].

Curiosamente a inventos semejantes a los de Muller se les da una gran antigüedad, como prueba la maravillosa creación atribuida al pitagórico Architas de Tarento. De sus manos salió una paloma de madera, a la que en su momento se refirió Aulo Gelio[18]:

…pero eso que se dice de haber inventado y construido el pitagórico Arquitas sin embargo, por igual ha de considerarse no fantasioso y no menos admirable; pues tanto la mayor parte de los nobles griegos como Favorino el filósofo, afanoso recolector de recuerdos de los antiguos, muy enfáticamente escribieron que una reproducción de una paloma hecha de madera por Arquitas con cálculo y cierta disciplina mecánica, de hecho voló; así a saber, era suspendida por el equilibrio y excitada por el soplo del aire oculto adentro[19].

Tras la aparición en escena de Leonardo da Vinci, en el siglo xv, comienza lo que se ha dado en llamar «el estudio racional de la aviación». Este genio polifacético estudió durante más de una década el vuelo de los pájaros, llegando a escribir un tratado sobre el particular, Código del vuelo de las aves, y sacó sus propias conclusiones sobre las posibilidades de que el hombre se mantuviera en el aire. Inspirado en el aleteo de los pájaros diseñó el ornitóptero. Este artilugio batía las alas por la fuerza que el hombre, de pie o echado, era capaz de transmitirle. Pero contando con que la potencia de los brazos resultaba insuficiente, su diseño se orientó a que al mismo tiempo se utilizara el impulso de las piernas. Con las creaciones de esta y de otras máquinas voladoras puede afirmarse que con Leonardo da Vinci empezó a abordarse el hecho de volar con un rigor científico[20].

Si volvemos a la leyenda del hombre-pájaro de Plasencia[21], una vez repasados someramente los avances en el arte de volar, se ve a las claras que estamos ante la presencia de un hombre desubicado. Por los finales del siglo xv, momento en los que Juan Luis de la Cerda sitúa a nuestro personaje, hacía ya cientos de años que se había descartado el vuelo mediante las técnicas usadas por Ícaro y Dédalo. Parece del todo evidente que el Ícaro placentino desconoce los modernos avances científicos sobre las técnicas del vuelo.

IV. Con Ponz se fijó la leyenda

Durante mucho tiempo la de Juan Luis de la Cerda fue la única referencia existente sobre este hombre pájaro de Plasencia. Habrían de pasar seis décadas hasta que otro jesuita, el Padre Francisco Garau, citando a su colega, hiciera una escueta referencia a la historia:

Hasta a vn hombre (quien lo creyera!) enseñó la necesidad a bolar. Sueño fue en Dedalo; pero España lo vió con verdad en Placencia, bolando desde vna torre, gran parte della sin daño, vn retraído. Crece el ingenio, con los males[22].

Un siglo más tarde volverá a ser cita obligada de un eminente científico, el doctor Cosme Bueno, medico español afincado en Perú. En el año 1772 nos ofrecía el siguiente texto:

El padre Cerda, sobre Virgilio, cuenta por cosa muy cierta, que un retraido por temor de la justicia en Plasencia, se hizo unas alas, con que voló por cima de la ciudad y murió. Dice que aun es conocido el lugar donde cayó. Todos estos hechos parece que prueban en lo absoluto la posibilidad de volar[23].

En el año 1778 aparece la primera edición del Tomo VIII correspondiente a la magna obra de Antonio Ponz, Viage de España[24]. La primera parte de la Carta VI la dedica al relato de la aventura voladora del Ícaro de Plasencia.

Ponz nos informa del oficio y de las supuestas razones que el sujeto en cuestión tuvo para emprender el vuelo, del que no tiene la mínima duda. Tan es así que comienza afirmando que se trata de «un hecho verdadero sucedido en Plasencia. Voló un hombre, y voló un gran trecho». Anota lo apuntado por el Padre Luis de la Cerda y comparte cuanto dice, ya que «el modo de contarlo es como de un hecho cierto, sucedido no habria gran tiempo, citando los testigos oculares». Y afirma que la tradición acerca del hombre volátil se mantiene en Plasencia, «aunque haya alguna variedad en el modo de referir el cuento»[25]. En lo que hay absoluta conformidad es en que murió despanzurrado en la Dehesa de los Caballos, «medio cuarto de legua distante de Plasencia»[26].

Ciertamente difieren los motivos del encierro, si bien la identidad del prisionero es comúnmente aceptada: «tal avechucho fue el que hizo la sillería del coro de la catedral», y del que Ponz ignoraba su nombre. Habrá de pasar más de un siglo para que se descubra la identidad del artista. Se trata del maestro Rodrigo Alemán, autor de las tallas de los coros de Plasencia, Toledo, Ciudad Rodrigo y, posiblemente, de Zamora[27]. Para unos la reclusión le fue impuesta a tenor de una arrogante irreverencia, al comparar su obra con la de Dios:

Dicen unos (y son los del populacho) que lleno de vanidad el artífice de la sillería, prorumpió en la blasfemia, de «que Dios no podía, ni sabría hacerla mejor»: que habiéndole puesto preso por tal disparate en una de las torres de la fortaleza, aguzó el ingenio hasta encontrar el modo de salir volando, como lo executó á mitad del dia. Pasmados todos quantos le vieron, le conjuraron, y cayó, haciéndose pedazos en la Dehesa de los caballos; no habiendo permitido Dios que tal blasfemo quedase sin castigo[28].

Según esta versión el fugitivo vuela con gran soltura, siendo la admiración de cuantos lo ven. Este había aguzado el ingenio para escapar, sin que se aluda de manera explícita a algún tipo de artilugio. Si tenemos en cuanta que se precipita hasta el suelo cuando es objeto del correspondiente conjuro, es factible concluir, habida cuenta del pecado cometido, que el ingenio al que recurre no es de tipo material, sino que tiene que ver con la magia o con la ayuda diabólica. En este caso se cumpliría lo indicado por el Padre de la Cerda en el sentido de que «por arte demoníacas y por magia… se encontrará a muchos que de esta manera volaron»[29].

La otra opinión de la que se hace eco Antonio Ponz es la aceptada por las personas de un mayor nivel cultural y social de Plasencia. Los motivos que dan del encierro, que el artífice decidió hacerlo en sagrado para librarse del poder secular, son de orden económico:

Otros (y son de los que suponen algo en la República) aseguran, que habiendo consumido muchos millares, mas de los que debia percebir durante dicha obra, le citaron sus acreedores ante la justicia y temeroso de que le prendiesen, se retiró á sagrado, en el que estuvo mas de un año, siendo su habitación la torre de la iglesia, que entonces era uno de los cubos de la muralla, pues la presente aun no estaba hecha: que desde allí, quando hubo compuesto su artificio, dió el famoso vuelo[30].

En este caso vemos cómo el prófugo de la justicia recurre a un planteamiento «científico», del que los informantes tienen conocimiento por haberlo oído de boca de «cierto anciano de bastante autoridad, recogedor de papeles antiguos, que falleció no ha mucho»:

… para escapar determinó dos cosas, comer poco para adelgazarse, y que todo su alimento fuese de aves, las que se mandaba llevar con sus plumas, hasta que juntó gran porcion. Pesaba, segun el viejo, la carne de las aves peladas, y luego sus plumas, y sacaba por cómputo fixo que para sostener dos libras de carne eran necesarias quatro onzas de plumas: así averiguó el peso de la gallina, perdiz, &c. con el respectivo de sus plumas.

Averiguada dicha proporcion, sacó por conseqüencia, que tantas libras, ó arrobas, que él pesaba, necesitaban tantas onzas, ó libras de plumas para mantenerse en el ayre, y juntándolas las pegó con cierto engrudo á los pies, cabeza, brazos, y á todas las demás partes de su cuerpo, dexando hechas dos alas para llevarlas en las manos, y remar con ellas: así se arrojó este emplumado al viento, y despues del trecho referido se precipitó, haciéndose pedazos[31].

Aunque resulta novedoso el estudio de la proporcionalidad entre los pesos del pájaro y de sus plumas, a pesar de no encontrarse una equivalencia en todas las aves, por lo que respecta a la confección de las alas y a su utilización sigue el método empleado por el Dédalo que nos presenta Virgilio. Si el supuesto vuelo del hombre pájaro placentino se dio a finales del siglo xv, una época en el que ya se conocían determinados avances en el terreno de los planeamientos, como hemos visto con anterioridad, quienes inventaron la leyenda posiblemente ignoraban los intentos más o menos exitosos de los citados Ibn Firnás, Eilmer de Malmesbury, Juan Bautista Dante, Regiomontano o Leonardo da Vinci. El adecuarle cualquiera de los artilugios de aquellos u otro similar hubiera resultado más creíble e incluso el volador placentino, alejado de la fábula, podría figurar como un ficticio pionero de la aviación. Desgraciadamente, no innovó nada.

Parece evidente que aquí solo se pretendió una adaptación del mito de Dédalo a Plasencia, que en Juan Luis de la Cerda se presenta de forma muy primaria y que evoluciona hasta el modo ofrecido por Antonio Ponz. Si Dédalo era un arquitecto y un artista de la madera, necesario se hace buscar el equivalente placentino[32], que al igual que aquel sea capaz de fabricar unas alas[33]. Y de esta manera surge la figura del tallador del coro de la catedral, al que también hay que encarcelar para que huya de la misma manera que lo hizo el cretense. Aunque su final es el de Ícaro.

No parece que esta leyenda se conociera en Plasencia fuera de círculos muy reducidos y nunca llamó la atención de los naturales para su impresión, por lo que hasta al propio Ponz le sorprende el desconocimiento de la historia del protagonista:

Qué año sucedió esto, cómo se llamaba el nuevo páxaro, y en qué nido naciese, no parece que lo han dexado escrito los que cuentan el caso. Si fué el escultor de las sillas del coro, hasta en esto se parece á Dédalo, y aun en haber hecho otro laberinto, que en parte se puede asegurar serlo dicha obra. Lo peor fué que se pareció también á Icaro en precipitarse[34].

Rastreando la obra de obra de Ponz es posible descubrir al informante de esta leyenda. De él da cuenta cuando refiere su paso por Móstoles, camino de Extremadura:

En el mesón tuve el buen encuentro de un Prebendado de Plasencia, que iba á la Corte, con quien traté, años pasados hallándome en aquella ciudad, y fue mi compañero en una divertidísima expedición al Monasterio de Yuste[35].

Y a este clérigo debe ser al que le atribuye Ponz una carta que le envía dando una exhaustiva descripción de la comarca de la Vera, en la que pone de manifiesto una gran erudición. El viajero hace la correspondiente anotación:

Por esta carta conocerá V. que también por estas tierras adelante se encuentran personas de nuestro humor. En vista del zelo de quien la ha escrito, y de los grandes deseos que en él reconocí, de que los nuestros se vean en parte, ó en todo efectuados, luego que tuve la suerte de conocerle, le admití por uno de nuestros comilitones[36].

V. La opinión de los viajeros

Tras la publicación de Antonio Ponz la leyenda del Ícaro placentino quedó fijada de manera definitiva. Aunque, curiosamente, llamó más la atención de los foráneos, especialmente viajeros, que cuando se referían a Plasencia les atraía en mayor medida la hazaña del hombre pájaro que los valores históricos o artísticos de la ciudad, en ocasiones ignorados. E, incluso, es lo que venden los placentinos. Basta con detenernos en el párrafo que, siete décadas después de la aparición de Viage de España, escribiera Víctor Balaguer, sobre la ciudad cuando se detuvo en ella camino del monasterio de Yuste:

Cuando llega un viajero á Plasencia, esa ciudad de los bellos recuerdos y de los pintorescos contornos, lo primero que le cuentan, es la historia del artífice que después de construir la caprichosa y bella sillería del coro de su catedral, se echó buenamente á volar por el espacio como un nuevo Icaro[37].

La información que siguen dando los placentinos no difiere un ápice de lo marcado por Antonio Ponz. Así constatamos que el mismo año que Balaguer publica Los Frailes y sus Conventos sale de la imprenta un curioso libro editado por el clérigo José María Barrio Rufo[38].

Acerca del mismo señala Vicente Barrantes:

Entre lo poquísimo estimable que encontramos en estos «Apuntes», merecen recuerdo las noticias tradicionales que inserta del famoso ensayo de aereostática hecho en Plasencia, según se cree, por el entallador que construyó la preciosa sillería del coro, ensayo de que ya habló Ponz.

Lo que no dice el crítico es que tal aportación se reduce a una copia literal del Viage de España y, por consiguiente, se salva de lo que en otras partes del libro califica de un «servilismo que se confunde con el plagio»[39].

Por su parte el erudito Vicente Paredes apuntaba estar en posesión de una serie de manuscritos inéditos en los que se informaba «que fué encerrado en la Torre porque dijo que Dios no podría hacer una sillería tan artística como la que él había hecho»[40]. Está claro que sus autores innominados, al igual que Barrio Rufo, habían copiado a Antonio Ponz, cuya obra no es citada por Paredes, del que también saca tajada[41].

Lo dicho para los estudiosos placentinos cabe aplicarlo a los viajeros de otros países que, en los siglos xviii y xix, hicieron crónicas de sus recorridos por España. A todos cuantos reflejaron el hecho del hombre pájaro de Plasencia el libro de Ponz les sirvió de auténtico manual guía. Así sucedió con Antonio Conca y Alcaraz. Se trata de un jesuita, nacido en Onteniente, que recaló en Italia tras el decreto de expulsión de la Compañía decretada por Carlos III en el año 1767. Puesto que algunas de sus obras las escribió en italiano, por lo general se incluye entre los extranjeros que visitaron España en el siglo xviii[42]. Entre los años 1793 y 1797 publica su Descrizione odeporica della Spagna, que aparece en cuatro tomos, y viene a suponer un resumen del Viage de España de Ponz. En el tercero de ellos inserta de manera prácticamente literal lo apuntado sobre el volátil placentino[43]. Y puesto que nada añade con respecto a la identidad del volador, concluye con la traducción de Antonio Ponz acerca del mismo:

In che anno ciò avvenisse, come si chiamasse questo sfortunato Volatile, in che nido egli nascesse, non si è lasciato scritto da coloro, che contano il caso. Se egli fu lo scultore del sedili del Coro, imitò Dedalo formandone un laberinto, ed Icaro nel precipitarsi, siccome venne poi imitato da altri della sua professione, non però con sì infelice successo[44].

Idénticos resultados nos depara el inglés Robert Southey que dos años más tarde da a la imprenta las impresiones de su viaje por España y Portugal. Aunque en este caso advierte quien es el autor del que extrae sus palabras: «Ponz relata una historia curiosa de uno de los habitantes, de la que te haré una traducción»[45].

Algunas observaciones interesantes encontramos en la obra de Doré y Davillier, publicada sesenta y cinco años más tarde. El protagonista del vuelo se lanza desde la torre de la catedral. Más que por eludir una prisión, de la que nada dice, la hazaña se presenta como una exhibición de su arte ante «todos los habitantes de Plasencia [que] le vieron tomar el vuelo y elevarse en los aires». Aunque la forma de prepararse para volar poco difiere de la ya conocida:

Como Dédalo, quiso atravesar los aires volando, y para conseguir mejor su propósito comenzó a adelgazar, disminuyendo poco a poco su alimento, que solo consistía en pájaros con la esperanza –decía él- de convertirse él mismo en pájaro. Siempre que comía un volátil tenía cuidado de separar la carne y las plumas y de pesarlas muy exactamente para tomar nota de sus pesos respectivos. Sus experiencias le enseñaron que hacían falta cuatro onzas de plumas para sostener un cuerpo que pesase dos libras. Después de haberse pesado, puso aparte la cantidad de plumas que según sus cálculos correspondían a su propio peso, y después de haberse untado el cuerpo con una cola que había preparado para fijar las plumas, reservó las mayores para los brazos, que debían servirle de alas.

Con este singular traje se lanzó un buen día desde lo alto del campanario de la catedral. Todos los habitantes de Plasencia le vieron tomar el vuelo y elevarse en los aires. Parece ser que planeó algún tiempo por encima de la ciudad, pero, el nuevo Ícaro, no pudo sostenerse mucho tiempo en el aire. Sus fuerzas se agotaron en seguida, las alas cesaron de agitarse y fue a caer a un cuarto de legua de la ciudad, en una pradera llamada Dehesa de los Caballeros (sic), donde encontraron su cuerpo inanimado[46].

Aquí se nos presenta al escultor placentino como un inventor. Y así también lo vemos en algunas nuevas versiones de la leyenda. Aunque este inventor ignora que por ese tiempo el modelo que está poniendo a punto para volar ya está muy superado. Por otro lado, no oculta su propósito. Compra aves en el mercado, a la vista de todo el mundo, para calcular la proporcionalidad entre las plumas y la carne. Pasa muchas horas en el campanario para analizar el movimiento de los pájaros desde la altura. Y se ejercita con las alas adosadas a los brazos imitando el ritmo de las cigüeñas que revolotean en torno al nido. Todo el pueblo lo sabe y la expectación es grande cuando se produce el anunciado vuelo. Y aunque nadie lo vio descender, se supuso que un cadáver que tiempo después encontraron comido por las alimañas e irreconocible era el del artista de coro de la catedral que murió al caer e impactar contra el suelo[47].

VI. La apropiación de un arquetipo

Cuando en el año 1987 escribí acerca del hombre pájaro de Plasencia enunciaba otra dimensión, fundamentada en aspectos menos conocidos de este acontecer legendario. A las dos razones para la reclusión del artífice (comportamiento blasfemo e impago de deudas) se añadía otra tercera menos prosaica que las anteriores. En este sentido la tradición oral recoge que el escultor sufrió prisión, que sería perpetua, para evitar que pudiera ejecutar otras tallas que superaran el esplendor de las del coro de Plasencia[48].

Tal pensamiento responde a un arquetipo que, dependiendo de los casos, se resuelve de una u otra manera. Es conocida la leyenda oral, transmitida de generación en generación, que cuenta cómo, una vez terminada la grandiosa obra del Pórtico de la Gloria, el Maestro Mateo fue víctima de una terrible crueldad: le sacaron los ojos para que no repitiera el modelo[49]. Otro tanto se dice acerca del anónimo escultor de la cadena de piedra que rodea la capilla de los Vélez, en la catedral de Murcia. Concluida la obra el Marqués de los Vélez le sacó los ojos, le cortó las manos y lo encarceló de por vida para que nunca pudiera esculpir una obra tan singular[50]. Lo mismo se refiere del maestro Hanus, constructor del reloj astronómico de Praga, del artífice del de la catedral de Strasburgo e, incluso, del fabricante del reloj de la Torre dell’Orilogio en la veneciana plaza de San Marcos.

VII. El pez volador

Si prácticamente resultó desconocida la hazaña del Ícaro placentino hasta que Antonio Ponz la difundió en el último cuarto del siglo xviii, más ignorado aún era en la misma ciudad el vuelo del que sería conocido como pez aerostático. De él dicen que, en los primeros días del mes de marzo del año 1784, cubrió las doce leguas que separan Plasencia de la ciudad de Coria. A tal hecho se refirió en 1910 Manuel de Salaregui y Medina, dando el nombre del aviador que tripuló el extraño dirigible en forma de pez espada: José Patiño[51]. Su información la extrae de un «ilustrado periódico alemán», que inserta un grabado existente en la Biblioteca Nacional de París, del mismo año en que tuvo lugar la supuesta aventura. La lámina había sido expuesta en Frankfurt con motivo de una exposición sobre la historia de la aviación (Aus Der geschichte der luftschifffahrt). Lo describe del siguiente modo:

En la estampa, perfectamente clara y detallada, aparece el fantástico volador, afectando, con toda propiedad y exactitud, la forma de pez-espada; va tripulado por tres hombres, de los cuales, uno maneja con la ayuda de un juego de diversos guardines, los timones de dirección, tal vez horizontal y vertical, que fingen ser la cola del pescado, y sobre su lomo y á horcajadas, bogan los otros dos, á remos paralelos, simulando –supongo yo– con tales palancas, el motor que debería funcionar, constituyendo el secreto del sistema en el hueco interior del artefacto[52].

Se trata de un aguafuerte, con coloreado a mano, cuyo autor es C. Bresse[53]. A los pies de la imagen recoge una inscripción que da cuenta del acontecimiento:

Poisson Aérostatique enlevé a Plazentia Ville d’Espagne situé au milieu des Montagnes, et dirigé par Dom Joseph Patinho jusqu’a la Ville de Coria aur bort de la Riviere d’Arragon, éloigné de 12 lieues de Plazentia le 10 mars 1784.

En el año 1853 la revista francesa Le Magasin pittoresque, bajo la dirección de M. Édouard Chartón, publicó cuatro entregas de una serie titulada Les Aerostats. Tentatives et Experiences. En la tercera inserta un grabado en tono satírico del artista Dessin de Foulquier. Se trata de una caricaturesca copia del aguafuerte de Bresse. Plasencia y Coria se representan como dos puntos situados, una ciudad frente a la otra, a la orilla del agua.

Aunque se supone que se trata del río Alagón, se observan las características propias de un brazo de mar con los acantilados de la costa. A los pies de la lámina se copia la misma inscripción[54].

Tras la exposición de Frankfurt se produce una gran divulgación del aguafuerte de Bresse. Una revista francesa con cierta difusión en España inserta un detalle del famoso grabado en el año 1909, dentro de un artículo titulado «Les étapes de la navigation aérienne»[55].

Será a partir de esa fecha cuando surja un interés en España por recabar información acerca de la veracidad del vuelo de José Patiño. Así vemos cómo a principios de 1910 se dirige al ayuntamiento de Plasencia, y es de suponer que también al de Coria, Enrique Arrillaga, capitán y piloto libre en el Parque Aerostático de Guadalajara, pidiendo información sobre el hipotético vuelo. Esta solicitud y la información ofrecida por Salaregui y Medina en las páginas de Blanco y Negro movieron a Vicente Paredes a realizar algunas pesquisas en los archivos del consistorio placentino. Tras ello concluye que «de la certeza de este viaje no he podido encontrar ningún documento oficial comprobante», si bien se hace eco de un dato que pudiera aludir al supuesto vuelo:

… y en el Libro de Acuerdos del Ayuntamiento de 1765, consta que se contrató el teatro del Hospital de la Merced, que también llamaban de las Llagas, del que era único Patrono el Ayuntamiento, á una compañía de «cómicos volátiles», sin que se sepa que se llamarían así porque eran ambulantes por la tierra ó porque lo fueran por los aires. Tampoco se sabe si el viaje, representado en el grabado, fue una copia real del que se hiciese de Plasencia á Coria, pasando el río Jerte y el Alagón, ó de una á otra ciudad pintadas en el escenario del Teatro del Hospital de las Llagas, en el que se manejasen con cuerdas la máquina que figuran conducir los tres tripulantes moviendo los remos y la cola[56].

Aquí se apunta la posibilidad de representarse la escena del fabuloso vuelo ante un telón de fondo en el que figuraran las ciudades de Plasencia y Coria. Un entramado de cuerdas movería el artilugio en forma de pez espada sobre el que «volaban» a horcajadas los tres tripulantes. En este caso el telón sería reutilizado en los diferentes lugares donde actuasen los comediantes, solamente cambiando el nombre de las ciudades, ya que no existe ningún elemento gráfico que las identifique como tales.

De ser así estaríamos sin más ante una parodia de los vuelos en globo aerostático que por esas fechas de la segunda mitad del siglo xviii se habían prodigado de manera considerable, con mayor o menor fortuna, y que no escapaban a las pullas de los artistas. Basta con recordar el pez volador que apareció en el año 1784, poco después de las primeras pruebas en globo de los hermanos Montgolfier, que llevaran a efecto en junio de 1783. Este pez, pintado de perfil, lleva diez pares de aletas verdes, y presenta en el centro una puerta y dos ventanas enmarcadas en madera. Bajo esta imagen surrealista se lee la inscripción que transcribo:

Pescado aerostático compuesto de hojalata que debe llenarse con aire inflamable, con una cámara dentro limpia para colocar a alguien que lo conduzca en el aire. Al darle a este pez los movimientos que naturalmente tiene en el agua, lograremos hacer de esta forma una máquina que tendrá todo el sentido, incluso contra el viento, a voluntad del conductor[57].

La base teórica de quienes proponen los diseños de los peces voladores, movidos por remos o aletas, resulta sumamente sencilla:

… si el aire es un fluido como el agua, desplazarse por entre las nubes es como hacerlo bajo el mar y quién mejor que un pez para ello. Claro que es necesario gobernar un ingenio semejante para hacer la navegación viable y nada como incorporar unos remos hechos con plumas y usar la cola del pez como timón[58].

VIII. Las caricaturas de los viajes aerostáticos

El tratamiento caricaturesco de los vuelos en globo prolifera en Francia en este tiempo. En la Bibliothèque Nationale de France (Département Estampes et photographie)  se conserva una amplia y valiosa colección de grabados de los más variopintos. En ellos se hace pilotar a cualquier personaje de la época en el artefacto más sorprendente e incluso se le lanza al aire sin artilugio[59]. Es el caso que vemos en la lámina titulada L’homme aérostatique ou Mon pauvre. En la La vieille et le gascon el protagonista se mantiene en el aire gracias a las pequeñas alas que calza y a una mariposa que sostiene una especie de paracaídas. Más sorprendente es la estampa anónima conocida por Scène fantastique avec aérostat. El globo es soplado por cuatro bocas en representación de los cuatro vientos. De él pende un barco cargado de personas, algunas de las cuales se precipitan al vacío, y más abajo, una langosta gigantesca montada por el que se presume ser el director del vuelo.

Resulta sumamente curiosa la caricatura del famoso piloto de globo Étienne-Gaspard Robert es el Voyage Aérostatique de Mrs. Robertson Père et Fils, que hasta cierto punto recuerda al viaje de nuestro José Patiño. El protagonista va montado sobre una barca provista de hélices de madera en un lateral, que se representa colgada de un pez en cuyo interior se ve una especie de alfombra voladora.

El hecho de que José Patiño aparezca como protagonista de una caricatura del tipo de las mencionadas no es casual, aunque nada nos parece que tenga que ver con un vuelo que nunca existió y que solo tomaba forma en la imaginación de unos comediantes. José Patiño era un grabador, aunque tal vez su condición de artista le hubiera llevado a pintar algún tipo de telón para teatros. Incluso algunos dudan si atribuirle la lámina de Bresse[60]. En todo caso el artista francés sí pudo tener presente a Patiño a la hora de realizar su aguafuerte del viaje aéreo.

Hay que tener presente que José Patiño dibujó y grabó al cobre las láminas insertadas en el libro de Zacarías Seriman, Viaggi di Enrico Wanton alle terre incognite australi ed ai regni delle Scimmie e dei Cinocefali, publicado en 1749, del que se hicieron diferentes ediciones[61]. En buena medida la obra supone una sátira contra «las costumbres i policía de Inglaterra, Francia y España», una «crítica injeniosa de las costumbres, de los sabios i de los médicos de su tiempo»[62]. Indudablemente debió ser conocida por los humoristas gráficos franceses que tuvieron su fuente de inspiración en los inventos de aquellos años, entre los que se encontraban los vuelos aerostáticos. Como colofón de la obra nos encontramos con el esperpéntico viaje de regreso de los protagonistas Enrique y Roberto de los alejados territorios australes sobre un «vagel volante» que un maquinista les hace llegar e instruye sobre su conducción:

… tenia tambien su cubierto, á manera de una caxa de coche, para defenderse de los malos temporales; encendimos un gran farol, que estaba en la trasera, ó popa (como quisieren mis lectores) en la forma, que le tienen las naves en Europa; y , en breves razones (gracias á su claridad ) me instruyó en todo el uso de cuerdas, muelles, garruchas, palancas, tornos, curias, velamen, clavijas, y demás instrumentos, con que para parar, ó para qualquiera de las siete leyes del movimiento ya lento, ya apresurado, se manejaba aquella mole; me instruyó del peso, que podía sufrir, á proporcion de la elevacion, que se tomáse, pudiendo éste llegar hasta el enorme de veinte arrobas (cosa que, me dixo, ni aún por el pensamiento havia pasado, á quantos Hydrosráticos havian solicitado hasta entonces este descubrimiento) me proveyó de martillo, tenazas, clavos, y otras prevenciones, por si ocurría algun accidente, en que fueran necesarias; y, ultimamente, instruido de la ruta, que Yo quería tomar, me dió una especie de brújula, para que me sirviese, como de guía…[63].

Creo que es el conocimiento que los artistas franceses tienen de Patiño y de sus producciones satíricas, sobre todo a partir de esta publicación, lo que hace que Bresse lo convierta en protagonista de una de sus estampas caricaturescas, el Poisson Aérostatique. Por otro lado, está claro que en el vecino país jamás tomaron tal grabado como el reflejo de un hecho histórico, y otro tanto sucedió en España, donde también se dibujaron estampas surrealistas, como la plasmada por Isidro Carnicero referente a una corrida en la que el toro y el caballo con el picador penden de sendos globos[64] (Figura 12). Basta recurrir a la crónica manuscrita de los placentinos Francisco Ramos de Collazos y Pedro María Ramos, padre e hijo. Se trata de una memoria en la que día a día van anotando todo cuanto de interés acaece a su alrededor: Noticias particulares de lo que va sucediendo en Plasencia. Abarca del año 1738 al 1800[65]. Nada se dice con respecto del hipotético vuelo, aunque sí se da un cierto dato que guarda alguna relación con el tema de los globos. Apuntan estos amanuenses que el 8 de octubre de 1787, en Plasencia,

... unos aficionados fabricaron un globo con papeles y le hacían volar por los aires, desde junto a San Nicolás hasta el puente de Nieblas, cosa que admiró mucho a toda la ciudad, pues no se había visto[66].

Al decir del investigador Domingo Sánchez Loro este entretenimiento de los aficionados placentinos fue lo que originó la «historia» de la navegación aérea de José Patiño desde esta ciudad a la de Coria[67]. Tal aseveración carece de objetividad, ya que el la lámina de Bresse fue elaborada en 1784, tres años antes del hecho recogido por Ramos de Collazos.

IX. La parodia del ministro Patiño

Actualmente el pez aerostático de Patiño sigue presentándose en Francia como una caricatura, y de tal manera se exhiben sus copias en las casas de venta y de subasta. Se anuncian añadiendo el siguiente rótulo:

Premier tirage de cette eau-forte caricaturant le ministre du commerce espagnol qui voulait abolir le commerce avec l’Amérique[68].

Desde esta perspectiva hay que tener en cuenta que unos años antes de la fecha atribuida al poisson aérotatique, concretamente en 1778, Carlos III firmó el Reglamento y Aranceles Reales para el comercio libre de España a Indias[69]. Entre las medidas arbitradas se contaban la prohibición de la venta de determinados productos no nacionales, imposición de aranceles a la exportación extranjera muy superiores a los españoles o la obligatoriedad de que las embarcaciones de cualquier país, si procedían de América, atracaran en puertos españoles. Ante tal coyuntura hubieron de reaccionar los gobiernos extranjeros y hasta algún artista, como sería el caso de Bresse, plasmaría con cierto sarcasmo y sátira la actuación proteccionista española. Hace al ministro de comercio vigilante sobre un pez desde las alturas. Pero se da la circunstancia de que el político y militar José Patiño, nombrado Intendente General de la Marina por Felipe V, había fallecido en 1736. Ese cargo era el equivalente a ministro de marina, y Patiño tuvo encomendada la reconstrucción de la armada para la rehabilitación del comercio con las Indias. No obstante, a pesar del tiempo pasado, Patiño seguía siendo conocido, por lo que nada sorprendería si su nombre fue colocado en lugar del actual ministro de comercio.

En este caso la ironía no tendría límites: el Intendente de Marina, pilotando sobre el aire un pez espada. La elección del pescado tampoco parece baladí, pues nada mejor que una espada en un espacio aéreo donde ya se especula que habrá lucha o confrontación para salvaguardar unos intereses comerciales.




NOTAS

[1] Iliada, XVIII, 591.

[2] Diodoro Sículo, Biblioteca Historica, IV, 76-80; Jenofonte, Memorables IV, 2, 33; Estrabón, Geografía, XIV, 1, 19; Higino, Fábulas, 39, 40, 44; Ovidio, Las metamorfosis, VIII, 180-262, Arte de amar, II. Pseudo-Apolodoro, Biblioteca mitológica, III, 1, 3-4; III, 15, 8-9, Biblioteca mitológica (Epítome I 10-12); Luciano de Samosata, Gallo, 23; Flavio Arriano, Anábasis de Alejandro Magno, VII, 20, 5;  Pausanias, Descripción de Grecia, IX, 11, 4-6.

[3]Biblioteca mitológica, Libro III, I, 3-4.

[4]Biblioteca mitológica (Epítome I 10 - 12). Traducción de José Calderón Felices. Madrid, editorial Akal, 1987.

[5] OVIDIO NASÓN, Publio: Metamorfosis, VIII, 184-237. Traducción de Ana Pérez Vega. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Alicante, 2002.

[6]P. Virgilii Maronis Priores sex libri Aeneidos argumentis, explicationibus, notis illustrati, auctore Ioanne Ludouico de la Cerda… Editio quae non antè lucem vidit, cum indicibus necessariis. Lugduni sumptibus Horatij Cardon. 1612.

[7]Eneida, Libro VI, 14-19. VIRGILIO: Eneida. Madrid, Alianza Editorial, 1990. Introducción de Rafael Fontán Barreiro, a quien también corresponde esta traducción: Dédalo, según es fama, huyendo del reino de Minos osó lanzarse al cielo con plumas veloces por un camino nuevo y bogó hasta las Osas heladas, y sobre la roca calcídica se detuvo al fin suavemente. En cuanto regresó a estas tierras te consagró, Febo, los remos de sus alas y te levantó un templo enorme. Pág. 80.

[8] CERDA, Juan Luis: P. Virgilii Maronis Priores sex libri Aeneidos argumentis, pág. 603. Traducción: Moráis Morán, José Alberto: «Arte daemonum et magia: Plasencia y la violencia de las artes en la redefinición del artífice medieval», en Roda da Fortuna. Revista Eletrônica sobre Antiguidade e Medievo. 2013, Volume 2, Número 1-1 (Número Especial), pág. 84.

[9] FLORES DEL MANZANO, Fernando: Mitos y leyendas de tradición oral en la Alta Extremadura. Editora Regional de Extremadura. Gráficas Romero. Jaraíz, 1998. Pág. 82. Hay que tener en cuenta que del Padre Jerónimo Román de la Higuera se conservan dos manuscritos sobre la ciudad placentina. Uno lleva el título de Historia del colegio de Santa Ana y San Vicente mártir, de la Compañía de Jesús, en Plasencia, que fundó el Ilustrísimo y Reverendísimo Sr. D. Gutierre de Carvajal, obispo de la misma ciudad. El otro responde a la inscripción de Historia de la ciudad de Plasencia. Cit. BARRANTES, Vicente: Aparato Bibliográfico para la Historia de Extremadura, III. Madrid, Establecimiento Tipográfico de Pedro Núñez, 1877. Págs. 25 y 27.

[10]CARROBLES SANTOS, Jesús y MORÍN DE PABLOS, Jorge: «Falsos de Toledo: piezas inventadas para la construcción de un ideal cívico», en Realidad, ficción y autenticidad en el Mundo Antiguo: La investigación ante documentos sospechosos. Antigüedad y Cristianismo. Monografías Históricas sobre la Antigüedad Tardía. (Murcia) XXIX, 2012. Págs. 141-158.

[11] El primero que dio a conocer el vuelo de Eilmer fue el eminente historiador inglés del siglo XII Willian de Malmesbury: De Gestis Regum Anglorum (1125). Señala que «agitado por el viento y la corriente del aire, al igual que por la consistencia del audaz intento, cayó y se fracturó las piernas, quedando cojo para siempre».

[12] ESCRIG LLARES, Félix y PÉREZ VALCÁRCEL, Juan: La modernidad del gótico: cinco puntos de vista sobre la arquitectura medieval. Universidad de Sevilla. Secretariado de Publicaciones. Sevilla, 2004. Pág. 10.

[13]La Aerostación Moderna. Enciclopedia Ilustrada. Director: Miguel de Toro y Gómez. París, A. Lussy, Editor, 1903. Pág. 7.

[14] ROLDÁN VILLÉN, Adolfo: «La aeronáutica hasta el siglo XIX. Fábulas, leyendas y tradiciones», en VII Jornadas de Historia Militar. Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional. Madrid, 2002. Pág. 92

[15]Epistola fratris Rogerii Baconis de secretis operibus artis et naturæ, et de nullitate magiæ. De esta obra se hicieron diferentes ediciones a lo largo de los siglos XVI y XVII. He manejado la editada en  Hmaburgui, Ex Bibliopolio Frobeniano, 1618.

[16]Ibídem, pág. 37.

[17]La ciencia y sus hombres. Vidas de los sabios ilustres desde la antigüedad hasta el siglo XIX. Traducción de la tercera edición francesa por don Pelegrín Casabó y Pagés… Tomo II. Barcelona, D. Jaime Seix, editor, 1880. Págs. 16-17.

[18]Noctes atticae, X, 12.  Lugduni apud Seb. Gryphium, 1534. Págs. 256-257.

[19] FARAH CALDERÓN, Walter: «Entre la mentira y la verdad pitagórica: el caso de Arquitas de Tarento», en Hybris. Revista de Filosofía. Centro de Altos Estudios Filosóficos y de Ciencias Sociales. Volumen 3, 2 (Madrid, 2012). Traducción: Claudio R. Varela, con la colaboración de Ofelia Leiva. Pág. 91.

[20] ESCARTI, Francisco: El secreto de los pájaros. (Como el hombre aprendió a volar). Dauro Ediciones. Granada, 2012.

[21] Un interesante estudio sobre el particular es el de José Alberto Moráis Morán, al que debo alguna información para este trabajo: «Cuando Ícaro voló sobre Plasencia. El comentario a la Eneida de Fray Juan Luis de la Cerda y las reelaboraciones de un mito medieval», en Troianalexandrina: Anuario sobre literatura medieval de materia clásica, 13 (Santiago de Compostela, 2013). Págs. 143-168.

[22]El sabio instruido de la naturaleza, en quarenta maximas politicas, y morales, illustradas con todo genero de erudicion sacra, y umana… Sacale a luz Iacinto Dou, Ciudadano onrado de Barcelona. En Barcelona, en casa Cormellas, por Vicente Suriá, 1675. Máxima 23. Pág. 215-216.

[23] «Disertación sobre el arte de volar», en Documentos literarios del Perú. Colectados y arreglados por Manuel de Odriozola. Tomo III. (Monográfico sobre el Dr. Cosme Bueno.) Lima, Imprenta del Estado, 1872. Pág. 267.

[24]Viaje de España, en que se da noticia de las cosas más apreciables, y dignas de saberse, que hay en ella. Tomo VII. Madrid, por don Joaquín Ibarra, 1778.

[25]Ibídem, Carta VI, 3-4, págs. 130-131.

[26]Ibídem, Carta V, 49-51, págs. 103-106. Describe el coro de la catedral, pero sin llegar a citar el nombre del artífice.

[27] En Plasencia trabajó entre los años 1497 y 1503. Existe una amplia bibliografía sobre el coro de la catedral y sobre su artífice. De ella entresacamos varios títulos: MOGOLLÓN CANO-CORTÉS, P. y PIZARRO GÓMEZ, F. J.: La Sillería del Coro de la Catedral de Plasencia. Cáceres, Universidad de Extremadura, 1992. «El tema del salvaje en la sillería de coro de la catedral de Plasencia», en Anales de Historia del Arte, Volumen 4, Universidad Complutense de Madrid, 1993-1994. Págs. 455-462. HEIM, Dorothée: «Las intarsias de la sillería del coro de Plasencia: influencia italiana temprana en el núcleo artístico toledano», en Anales de Historia del Arte, 83, vol. 22. Universidad Complutense de Madrid, 2012. Págs. 59-84. «El entallador Rodrigo Alemán: su origen y su taller», en Archivo español de arte. Centro de Estudios Históricos, tomo 68, núm. 270, (Madrid, 1995). Págs. 131-144. RAMOS BERROCOSO, Juan Manuel: La sillería coral de la Catedral de Plasencia: datos sobre su autoría y su cronología. NORBA, Revista de Arte, Vol. XXXVI (Cáceres, 2016), págs. 43-67.

[28]Viage de España, Carta VI, 2, págs. 129-130.

[29] CERDA, José Luis: P. Virgilii Maronis Priores sex libri Aeneidos argumentis, pág. 603.

[30]Viage de España, Carta VI, 2, págs. 130.

[31]Ibídem, 5-6, págs. 131-132.

[32] Como arquitecto, Rodrigo Alemán dirigió la construcción del llamado Puente Nuevo, por encargo del concejo de Plasencia.

[33] A este escultor se le abonan en Toledo, en el año 1496, ciertas cantidades de dinero por la confección de «ocho pares de alas con setenta y tres plumas» para los ángeles que van en la procesión del Corpus. Datos documentales para la historia del arte español, II. Documentos de la catedral de Toledo. Colección formada en los años de 1869-74 y donada al centro en 1914 por D. Manuel R. Zarco del Valle, I (Madrid, 1916), pág. 28. Cit. CARO BAROJA, Julio: «Dédalo, Ícaro y Rodrigo Alemán», en El Señor Inquisidor y otras vidas por oficio. Alianza Editorial. Madrid, 1970. Pág. 165.

[34] PONZ, Antonio: Viaje de España, Carta VI, 7, pág, 132.

[35]Ibídem, Carta I, 8, pág. 4.

[36]Ibídem, Carta VI, 36, pág. 146.

[37] BALAGUER, Víctor: Los Frailes y sus Conventos. Su historia, su descripción, sus tradiciones, sus costumbres, su importancia por… obra acompañada de hermosas láminas grabadas sobre acero por Antonio Roca; dibujadas por J. Puiggarí, representando ya vistas de interior y exterior de los conventos, a escenas entresacadas de los principales pasajes del texto. Barcelona, Llorens Hermanos, 1851. Pág. 121.

[38]Apuntes para la historia general de la M. N. y M. L. ciudad de Plasencia de Extremadura. Recogidos y coordinados por el presbítero D. José María Barrio, capellan de número de su santa iglesia catedral, quien los dedica al señor marqués de Miravel, conde de Berantevila, etc., etc. Plasencia. Imprenta de D. Manuel Ramos. 1851. Se conserva manuscrito del mismo, sin referencia de año, aunque de mediados del siglo XIX, conservado en el Archivo Histórico Provincial de Cáceres. Legado Vicente Paredes. Leg. 126, exp. 35.

[39]Aparato Bibliográfico para la Historia de Extremadura, III. Madrid, Establecimiento Tipográfico de Pedro Núñez, 1877. Págs. 41-42.

[40] PAREDES GUILLÉN, Vicente: «Prioridad de Plasencia en la Aviación», en Revista de Extremadura, Tomo XII Cuaderno V-VI (Mayo-Junio, 1910), págs. 193-194.

[41] PAREDES GULLÉN, Vicente: «Arte retrospectivo. La sillería del coro de la catedral de Plasencia», en Revista de Extremadura, Tomo XII, Cuaderno CXXXIII (Julio, 1910), págs. 306-307,

[42] FUSTER, Justo Pastor: Biblioteca Valenciana de Escritores que florecieron hasta nuestros día y de los que aún viven. Con adiciones y enmiendas á la de D. Vicente Ximeno. Tomo Segundo. Valencia, Imprenta y Librería de Ildefonso Mompié, 1834. Pág. 414.

[43] CONCA Y ALCARAZ, Antonio: Descrizione odeporica della Spagna: in cui spezialmente si dà notizia delle cose spettanti alle belle arti degne dell’attenzione del curioso viaggiatore. Parma, dalla Stamperia Reale, 1795. Págs. 36-39.

[44]Ibídem, pág. 38.

[45] SOUTHEY, Robert: Letters Written During a Short Residence in Spain and Portugal. Bristol, Printed by Bulgin and Rosser, for Joseph Cottle, and G.G. and J.Robinson, and Cadell and Davies, London, 1797. Págs. 227-228.

[46] DAVILLIER, Jean-Charles y DORÉ, Gustavo: Viaje por España, II. Capítulo XXV. (1862). Anjana Ediciones. Madrid, 1982. Págs. 106-107.

[47] SENDÍN BLÁZQUEZ, José: Leyendas Extremeñas. Editorial Everet. León, 1988. Págs.183-187.

[48] DOMINGUEZ MORENO; José María: «Rituales, Mitos y Creencias Populares Extremeñas», en Saber Popular, Revista Extremeña de Folklore, 1 (Fregenal de la Sierra, 1987), págs. 7-8.

[49] BOUZA POL, Carlos Antonio: «¿Era leonés el maestro Mateo?», en Diario de León, 30-03-2005.

[50] REYES, Antonio de los: La Catedral de Murcia. Los Fajardo y la cadena de Los Vélez. Mvrgetana. Número 130, Año LXV, (Murcia, 2013). Pág. 58.

[51] «Un precursor», en Blanco y Negro. Número 988. Madrid, 10 de abril de 1910. Págs. 21-22.

[52]Ibidem, pág. 22.

[53]Pez aerostático elevado en Plasencia. Bresse aqva forti. Biblioteca Nacional de España. Traducción: «Pez aerostático elevado en Plasencia, ciudad de España situada en el medio de las montañas, y dirigido por Dom Joseph Patinho a la ciudad de Coria por la orilla del río Arragon (sic), distante 12 leguas de Plasencia, el 10 de marzo de 1784». El editor del grabado fue J. Chereau, como se lee en el pie de la imagen: «A Paris chez Chereau rue D.t. Jacques au dessus de la Fontaine S.n. Severin aux 2 Colonnes. n°257».

[54] XXIe Année. París, Typographie de J. Best, 1853, pág. 301. El nombre del aviador lo escribe Patihna en lugar de Pathino. En ambos cuadros pone Arragón por Alagón.

[55]La Nature revue des sciences et de leurs applications aus et à l’industrie. Journal Hebdomadaire Illustré. Trente-Septième, nº 1891, París, 1909. Deuxieme Semestre. Masson et Cie. Éditeurs. Pág. 186. La imagen había sido impresa con anterioridad en la misma publicación, nº 418, pág. 186, del año 1881.

[56] PAREDES GUILLÉN, Vicente: «Prioridad de Plasencia en la Aviación», pág. 199.

[57] Biblioteca Nacionale de France. Département Estampes et photographie.

[58] LABRADOR MÉNDEZ, Germán: «Las luces figuradas. Imágenes de dispositivos científicos y secularización», en Cuadernos dieciochistas. Universidad de Salamanca, 9, 2008. Págs. 67-68.

[59] Todas ellas se pueden consultar en Montgolfières - Caricatures et dessins humoristiques y en Collection de Vinck. Un siècle d’histoire de France par l’estampe, 1770-1870. Vol. 6 (pièces 880-1045), Ancien Régime et Révolution.

[60] VEGA GONZÁLEZ, Jesusa: Ciencia, Arte e Ilusión en la España Ilustrada. Ediciones Polifemo. Madrid, 2010. Pág. 209.

[61] Fue traducido al castellano, con el titulo Viages de Enrique Wanton a las tierras incógnitas australes, y al pais de las Monas; en donde se expresan las costumbres, carácter, ciencias y policía de estos extraordinarios habitantes, por Joaquín de Guzmán y Manrique. Cuatro Tomos. El primero está impreso en Alcalá, Imprenta de doña María García de Briones, Impresora de la Universidad, 1769.

[62] BARROS ARANA, Diego: «Notas para una Bibliogrofía de obras anónimas i seudónimas sobre la historia, la geografía i la literatura de América», en Anales de la Universidad de Chile. Primera Sección: Memorias Científicas y Literarias. Tomo LXI. Santiago, Imprenta Nacional, 1882. Págs. 144-145

[63] SERIMAN, Zacarías: Viages de Enrique Wanton a las tierras incógnitas australes, y al pais de las Monas… Tomo IV. Traducción de Joaquín de Guzmán y Manrique. En Madrid, por don Antonio de Sancha, 1778. Págs. 174-176.

[64] Sobre el autor pueden consultarse las obras de ALBARRÁN MARTÍN, Virginia, «Isidro Carnicero. Su relación con la Academia de Bellas Artes de San Fernando», en Anales de Historia del Arte, vol. 15 (Madrid, 2005), págs. 219-245. MARTÍNEZ IBÁÑEZ, María Antonia, «Isidro Carnicero Leguina, director en escultura de la Academia», en Academia. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 69 (Madrid, 1989), págs. 397-415. OSSORIO Y BERNARD, Manuel: Galería biográfica de artistas españoles del siglo XIX. Madrid, Ramón Moreno, 1868, págs. 134-135.

[65] En la década de 1950 se anunció la impresión de esta miscelánea en la extinta editorial del Departamento de Seminarios de la Jefatura Provincial del Movimiento, aunque nunca llegó a realizarse.

[66]SÁNCHEZ LORO, Domingo: El parecer de un Deán. (Don Diego de Jerez, consejero de los Reyes Católicos, servidor de los duques de Plasencia, Deán y Protonotario de su Iglesia Catedral). Biblioteca Extremeña. Departamento de Seminarios de la Jefatura Provincial del Movimiento. Cáceres, 1959.

[67] Cit. FLORES DEL MANZANO, Fernando: Mitos y leyendas de tradición oral en la Alta Extremadura, pág. 82.

[68]L’Aéronautique: des Pionniers à la Conquête Spatiale. Chez Briscadieu Bordeaux. Bordeaux, 2017. Pierre Berge & associés: A la conquête de l’air. Les frères Gaston et Albert TISSANDIER. Drouot-Richelieu. París, 2015.

[69] Madrid, en la Imprenta de Pedro Marín. 12 de octubre de 1778.



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Del hombre pájaro al pez volador de Plasencia

DOMINGUEZ MORENO, José María

Publicado en el año 2019 en la Revista de Folklore número 451.

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