Revista de Folklore

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El monstruo que devora la luna

MARTIN CRIADO, Arturo

Publicado en el año 2019 en la Revista de Folklore número 448 - sumario >

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En un artículo anterior publicado en el número 447 de esta misma Revista de Folklore, presentaba una casa de tipo tradicional de Morón de Almazán (Soria), construida en el siglo xviii, y estudiaba los dos monstruos que guardan la ventana y el balcón de la planta alta. En este, me ocuparé de la escena tallada en el dintel monolítico de la puerta: una escena formada por un gran león pasante, en sentido heráldico, y una figura de la luna menguante, a la que el león amenaza con sus fauces (fig. 1). El animal levanta su mano derecha como si quisiera alcanzar con ella al astro, al que toca con su lengua ondeante y amenazadora. Además hay algunos elementos puramente ornamentales, una rocalla y amorcillos, que no forman parte de la escena, que tienen una función meramente de relleno decorativo. Es frecuente ver leones en la fachada de ciertos palacios y casonas, sobre todo en relación con elementos heráldicos, pero no es el caso en esta ocasión. ¿Qué sentido puede tener esta escena tan poco frecuente? Sin duda tendrá algo que ver con las creencias sobre las influencias de los astros, en especial el sol y la luna, en la vida de las personas. Ya hemos visto en el artículo antes mencionado que la astrología ha sido muy popular e influyente en todo tipo de personas y estamentos desde la Antigüedad hasta los tiempos modernos. Es posible que la escena represente una interpretación dramática de un eclipse lunar, que fue un motivo muy extendido por las mitologías antiguas de casi todo el mundo, y así figura en el Motif-index of folk-literature de Thompson con el número A737.1 “Eclipse caused by monster devouring sun or moon»[1]. Un monstruo, una divinidad teriomorfa, sea sierpe, dragón, león, lobo o perro, persigue a los astros con intención de engullirlos, lo que a veces consigue temporalmente. Otra posibilidad es que no se refiera a los eclipses sino a ese continuo crecer y menguar de nuestro satélite, a las fases de la luna y a la subordinación de la luna al poder del sol, que estaría representado por el león como animal solar.

Es de sobra conocida la importancia que la luna ha tenido en la historia de la humanidad, en la medida del tiempo, en la agricultura, en la religión. La luna tuvo más relevancia en las creencias y mitos de las culturas primitivas que el sol, cuya mitología se desarrolló tardíamente en algunas civilizaciones ya estatales. El devenir regular de la luna regía el tiempo y las actividades de las personas, dando origen al más antiguo calendario y a alguna creencia que ha marcado la historia de la humanidad: «el mito fundamental asociado con la Luna es el de la muerte y el renacimiento»[2]. Así como la luna desaparece del cielo durante tres días y luego resucita, así habrá resurrección para los humanos después de la muerte: «Quoi qu´il en soit, le mythe de la résurrection du héros divin, le trosiéme jour après sa mort, mythe bien connu par la legende d´Attis et par l´Evangile, a son prototype et son origine dans la disaparition et réapparition de la lune»[3].

Los eclipses de luna y el monstruo que la engulle

El gran interés que todas las civilizaciones antiguas mostraron por la astronomía les permitió que en el I milenio a. C. la mayoría conociera los fundamentos empíricos de los eclipses, las causas por las que se producían. Esto no evitó que mitos y creencias mucho más antiguos siguieran marcando la relación de la mayoría de la población con los astros. No es raro que los eclipses lunares tuvieran una importancia augural extraordinaria, por lo general de tipo negativo, ya que el eclipse supone una ruptura del ritmo regular de las fases lunares, una ruptura de la regularidad natural, lo mismo que veíamos al hablar de los monstruos. En muchas culturas antiguas, se creía que la luna se veía a veces en dificultades, que se manifestaban en su ocultación precisamente cuando más visible era, cuando estaba en la fase de luna llena, porque algún ser monstruoso la atacaba, la engullía.

En la India, en el Mahabharata, se dice: «La felicidad de las criaturas que son abrumadas por la oscuridad desaparece como el esplendor de la Luna cuando es acosada por Rahu»[4]. Y ¿quién es Rahu? Cuando los dioses hinduistas crean el elixir de la inmortalidad, prometen a los asura compartirlo si les ayudan, pero faltan a su palabra y no se lo dan[5]. El asura Rahu se esconde y lo prueba. En ese momento, el dios Visnu le corta la cabeza, pero esta ya es inmortal por haber ingerido el elixir, que no ha llegado al resto del cuerpo. Como ha sido delatado por el Sol y la Luna, los persigue por el cielo; cuando los traga provoca los eclipses, pero duran poco pues en seguida reaparece el astro por el cuello cortado. Un misionero jesuita, ya en época moderna, se refiere así a la reacción de los habitantes de la India ante los eclipses:

Nada hay más extravagante que el juicio de los Indios tocante a los eclypses. Todas las veces que la sombra de la tierra nos oculta a la Luna, o que la Luna nos impide ver el sol (todos saben que estas son las causas de los eclipses) imagina esta gente supersticiosa que un dragón traga los dos Astros, y los priva de su vista: y lo que es aún más ridículo, para hacer que el dragón suelte la presa, todo el tiempo que dura están dando unos gritos, y alharidos espantosos[6].

Algo similar se pensaba en China, donde también se producían reacciones de parecido tenor:

Los chinos, como los otros pueblos antiguos, temían los eclipses, que eran para ellos presagios funestos […] Los eclipses daban lugar a ceremonias de exorcismo en que se batía el tambor y se tiraban flechas hacia el sol o hacia la luna en peligro. Los provocaba en realidad un monstruo que devoraba al astro afectado[7],

Monstruo, que solía ser un dragón (fig. 2), un sapo o Tiangou, el perro celestial.

En distintas culturas de África o de América existían creencias similares y se reaccionaba de forma parecida ante el peligro que amenazaba con los eclipses[8]. Muy expresivo resulta el testimonio directo del Inca Garcilaso de la Vega:

Al eclypse de la luna, viéndola ir negreciendo, dezían que enfermaua la luna, y que si acabaua de escurecerse auía de morir, y caerse del cielo, y cogerlos a todos debaxo, y matarles, y que se auía de acabar el mundo: por este miedo, en empeçando a eclypsarse la luna, tocauan trompetas, cornetas, caracoles, atabales, y atambores y quantos instrumentos podían auer que hiziessen ruydo: atauan los perros grandes y chicos, dauanles muchos palos para que aullassen y llamassen la luna[9].

En Grecia, a pesar de que desde el siglo V a.C. se conocía la explicación empírica de por qué se producían los eclipses, estos seguían teniendo una función augural muy fuerte. Siempre se pone como ejemplo de esto la derrota de la escuadra ateniense frente a los siracusanos narrada por Tucídides, por haberse dejado influir por un eclipse de luna: «Pero mientras se disponía la partida ocurrió un eclipse de luna estando llena, lo cual muchos de los atenienses tuvieron por mal agüero, y aconsejaron por esto no partir, principalmente Nicias, que daba gran crédito a semejantes agüeros y cosas»[10].

Los romanos también consideraban los eclipses un prodigio natural astronómico, cuya explicación comprendían, lo que no evitaba que le atribuyeran consecuencias nefastas. Marco Manilio, al hablar de la esfericidad de la tierra, parece hacer alusión a la costumbre romana de golpear cacharros de bronce durante los eclipses[11]. La razón por la que las gentes salían a la calle y armaban un ruido infernal durante los eclipses de luna nos la menciona Plinio: «en los eclipses veían con temor crímenes o algún tipo de muerte de los astros […] o bien el hombre mortal veía hechizos en el de la luna y por eso la ayudaban con un ruido desacompasado»[12]. Ovidio nos presenta a la hechicera Medea amenazando a la luna con sus hechicerías: «También a ti, Luna, te arrastro aun cuando los bronces de Temesa alivien tus angustias; a mis conjuros palidece también tu carro»[13], y el mismo autor en otra ocasión: «como la Luna, cuando se eclipsa porque han encantado con ensalmos a sus caballos»[14] (fig. 3).

Plutarco, en la vida del cónsul Paulo Emilio, al narrar la batalla de Pidna, en la que los romanos derrotaron a los macedonios, nos cuenta la reacción al eclipse que tuvo lugar ese año de 168 a. C.

Al hacerse de noche, y cuando después del rancho se iban a dormir y descansar, la luna, que estaba en su lleno y bien descubierta, empezó de pronto a ennegrecerse, y desfalleciendo su luz, habiendo cambiado diferentes colores, desapareció. Los romanos, como es de ceremonia, la imploraban para que les volviese su luz, con el ruido de los bronces, y alzando al cielo muchas luces con tizones y hachas […] apenas vio a la luna recobrar su pureza, le sacrificó once novillos y no bien se hizo de día, cuando inmoló bueyes a Hércules, sin obtener buenos presagios, no parando entonces hasta veinte[15].

Según esto, vemos que la reacción de los soldados romanos consiste en hacer ruido, pero además en lanzar hacia el cielo velas y antorchas encendidas, y, una vez acabado el eclipse, hacer sacrificios de toros a la Luna y a Hércules, dado que la interpretación oracular de este fenómeno astronómico exigía congraciarse con la divinidad para evitar los malos augurios.

En esta narración hay que recalcar el segundo aspecto de la reacción de los soldados romanos, levantar tizones y antorchas hacia el cielo con el objetivo de iluminarlo, para que volviera la luz de la luna oscurecida. No deja de ser curioso que la mayoría de los autores que han estudiado fiestas o costumbres en que se encienden hogueras nocturnas, las relacionan más con el calor y el sol que con la luna y el peligro de que esta deje de lucir. Sería el caso, sobre todo, de las hogueras de la noche de san Juan, que siempre se relacionan con el solsticio de verano, en su aspecto solar, y no se hace hincapié en que esa es la noche más corta del año. Caro Baroja, en el estudio más completo sobre esta festividad, concluye: «De lo expuesto en este capítulo se deduce que hay que buscar fuera del mundo clásico el origen de las fiestas del solsticio de verano»[16]. Algunos han defendido un posible origen céltico o germánico. Es el caso de un autor que a finales del siglo xix publicó una memoria sobre la procesión conocida como la lunade que se celebraba, y todavía se celebra, esa noche en la villa limusina de Tulle, o Tula en dialecto limusín. Según el calendario celta, de tipo lunar, el día comienza al anochecer, por lo que la procesión no era el día de la víspera, sino el mismo día del solsticio, festividad que fue sustituida por la Natividad de san Juan Bautista, debido al arraigo de la celebración pagana[17]. Las luminarias, nombre tradicional con que siempre se han designado en Castilla y León, tendrían un sentido cultual lumínico que se ofrece a la luna para reforzarla en esos momentos de predominio solar.

Carácter augural tendrían también los eclipses entre los celtas de la Península Ibérica, como es sabido gracias al testimonio romano en relación con el cerco de la ciudad vaccea de Pallantia. El cónsul Emilio Lepido fracasó en la toma de esta ciudad y, cuando se retiraba precipitadamente, fue atacado por los vacceos, que amenazaban con aniquilar a su ejército. Pero entonces se produjo un eclipse de luna y los guerreros vacceos, considerándolo mal augurio, se volvieron a sus casas, y dejaron que los romanos se retiraran con tranquilidad[18].

Los escritores cristianos de la Alta Edad Media en sus sermones, o las autoridades y concilios en sus cánones y penitenciales, hablan a menudo de las llamadas «paganías», es decir costumbres y ritos de origen pagano que siguen vivos entre las gentes cristianas. Entre otros muchos asuntos, aparece la censura de dar culto al sol y la luna, como hace Cesáreo de Arlés en uno de sus sermones, mencionando los eclipses lunares, «cuando personas estultas creen que deben socorrer a la luna casi desfallecida»[19], interviniendo en un conflicto «que piensan que superará con sonido de cuernos y el absurdo ruido metálico agitando campanillas»[20]. El arzobispo alemán Rabano Mauro, famoso monje y teólogo del monasterio de Fulda, titula su homilía XLII «Contra los que, en el eclipse lunar, se fatigaban con griterío»[21]. Este personaje investiga por qué la gente, ante un eclipse lunar, montaba tal algarabía de gritos y lanzamiento de dardos y fuego, y cuenta: «Me dijeron que vuestro griterío ayudaría a la luna cansada»[22], y describe algunos detalles como que algunos imitaban los mugidos de las vacas y los gruñidos de los cerdos. Además le informaron de «que otros vieron lanzar dardos y saetas contra la luna; otros lanzar fuegos hacia el cielo; y afirmaron que no sé qué monstruo despedazaba a la luna, y a no ser que ellos le prestaran auxilio, estos monstruos la devorarían totalmente»[23]. Entre los ruidos disformes que se elevaban hacia la luna durante su eclipse, también se pronunciaban voces de ánimo, en concreto tenemos testimonios de que gritaban «vince luna!» para apoyar al astro en su batalla contra el monstruo que pretendía devorarla[24].

Con motivo de la muerte del rey Felipe IV el Grande en 1666, se montó un catafalco en Salamanca con jeroglíficos, como era costumbre en la época. El quinto se describe así en la publicación que de esta celebración se hizo:

Estaba vn Sol padeciendo Eclipse, y enfrente del vna Luna ensangrentada, con esta Letra poco inmutada de Seneca. Sol expectatorem non habet, nisi deficiens, nec Luna nisi laborans.

Que mortal ay, que no salga/ A ver con admiración,/ Los trauajos de la Luna,/ Y los Eclipses del Sol?

Estaban diferentes personas, vnas como admiradas, y otras como gritando, y tocando vnos cimbalillos que llamó Cistros la Antigüedad: aciendo alusión a los de Tracia, que se juzgaban poderosos para socorrer a la Luna en sus Eclipses con los gritos que daban al ruido confuso de estos instrumentos. Viase en lo lejos de vna buena perspectiua vna Torre muy parecida a la de Salamanca, con esta Letra de Ouidio.

Ara auxiliaría Luna./ Tierno aliuio de la Luna,/ Quando bermegea en sangre,/ Es el metal destas voces,/ Y la voz destos metales»[25].

El jeroglífico, del que no hay grabado, representaba verbalmente un eclipse y a la gente de Salamanca gritando y tocando pequeñas campanas para socorrer a la luna. El eclipse del jeroglífico solo era una metáfora de la desaparición temporal de la realeza, que provocaba dolor y llanto, como cuando se producía un eclipse verdadero.

Uno de los apartados que no solía faltar en los lunarios, calendarios, almanaques de pronósticos y demás era el de los eclipses. En el que hizo Torres Villarroel para el año de 1719, hay un apartado, «De los eclipses que habrá este año de 1719»[26], donde cita dos de sol y tres de luna y sobre sus efectos, comenta: «De todos cinco no hay que temer sino al segundo de luna, que es el más visible: sus efectos son muerte de un poderoso, malos partos y dolores de costado, y mortandad en los ganados»[27]. Más tarde incluso editó cuadernillos dedicados monográficamente a eclipses concretos, por ejemplo uno de sol de 1760, que explica con un sencillo grabado y dedica parte de las 12 páginas a enumerar los efectos nocivos que tendrá[28]. Otro librito de 18 páginas imprimió dedicado al eclipse total de luna del 18 de mayo de 1761[29] (fig. 4), también con sus grabados y sus efectos, si bien ya en tono menos serio: «Los muertos serán los mismos (difunto más o menos) que otros años»[30].

El lobo monstruoso devorador de la luna

En la mitología germánica, hay una vena dramática protagonizada por unos cuantos seres monstruosos entre los que se encuentra el lobo. El lobo Hati, nombre cuyo significado es ‘el que odia’, persigue a la luna y a veces se la traga, provocando un eclipse. En paralelo, su hermano Sköll persigue al sol[31]. Ambos son hijos de una giganta hechicera, «y se dice que el más poderoso de ese linaje se llama Managarm (‘Lobo de la luna’, otro nombre de Hati), se alimenta con la vida de todos los hombres que mueren, y tragará la luna y rociará con su sangre el cielo y todo el aire»[32]. Es posible que las imágenes en que aparecen lobos o perros «aullando» a la luna, en realidad representen una amenaza de engullimiento (fig. 5). Quizás los perros funerarios que reciben a los muertos o los embalsaman, como el griego Cerbero o el egipcio Anubis, realizan la misma función, trasladar al muerto, o a su espíritu, al otro mundo. También entre los germanos las gentes golpeaban calderos y cacharros para mantener al lobo alejado de la luna.

Con este mito se ha relacionado imágenes de distintas culturas célticas que representan a un lobo a punto de tragarse al sol o a la luna. En una estela de la céltica Clunia, que se halla en el Museo de Burgos (fig. 6), por una de sus caras se ve una vaca, con una buena cornamenta de forma lunar, y sobre ella un lobo que la devora. La escena está rodeada por una serpiente bicéfala, anfisbena, es decir, «que camina en dos direcciones», la serpiente celeste que representa en muchas culturas el cielo o el arcoíris. En la cara opuesta, un caballero, quizás el dios solar Lug, ataca con su lanza a la serpiente bicéfala, que podría ser la oscuridad o la noche. De acuerdo con esta interpretación, aquí se representa algún mito cósmico, sobre la marcha de los astros relacionada con el mundo de los muertos[33]. Entre algunos pueblos célticos de la cuenca del Duero como arévacos y vacceos, parece que se empleó con cierta abundancia la imagen cenital de un lobo que lanza su lengua ondeante hacia un objeto circular que se ha interpretado de varias maneras, pero que yo creo, de acuerdo con Almagro-Gorbea[34], que representa el sol o la luna, y que, por lo tanto, está aludiendo al mismo mito (fig. 7). Según este autor,

... la mitología comparada permitiría interpretar dicha escena como representación de un mito cosmológico asociado a un numen o divinidad primordial: el mito del «Lobo que devora al Sol», un importante mitema cosmológico de carácter escatológico de la mitología indoeuropea conservado en la mitología germánica, pues aparece recogido en las Eddas islandesas, y que también existía en la mitología celta, pues aparece representado en monedas y tradiciones populares[35].

Aparte de lo que veremos sobre Galicia al final, Krappe reseña testimonios en el folklore francés, en la región de Borgoña, donde se dice: «Dieu garde la lune des loups», y en Siberia, por ejemplo entre los yakutos[36].

El lobo es un animal que ha desempeñado un papel importante en la mitología de los pueblos del centro y norte de Europa. En el Mediterráneo, a pesar de que el lobo estuvo ligado a Apolo y a los fundadores de Roma, acabó siendo desplazado por otros animales. En la Edad Media casi siempre aparece con una connotación negativa[37]. María de Francia en sus Fábulas representa al buen rey por medio de animales como el águila y el león, mientras que «... el rey injusto, despiadado, que se aprovecha con malas artes de sus súbditos tiene como imagen al lobo, animal malvado, glotón, asesino y terrorífico como pocos»[38]. En la heráldica española, no así en la europea, se emplea a menudo la imagen del lobo, a veces con un cordero en la boca. Según Valero de Bernabé, «... representa al guerrero esforzado, cruel con sus enemigos, a los que nunca da cuartel, y siempre listo para la acción, lo que se manifiesta por su posición de pasante»[39].

El león ha sido un animal conocido en Europa desde tiempos prehistóricos. En algunos yacimientos han aparecido huesos del león de las cavernas, y en tiempos de Aristóteles todavía se veían en las cercanías de Atenas. En la mitología griega, predomina el león monstruoso que es matado por el héroe, como el león de Mégara o del Citerón, que había matado al hijo mayor del rey Megareo, quien había prometido la mano de su hija y el reino quien lo matara, como hizo Alcátoo[40]. Más famoso es el león de Nemea, ciudad situada en el Peloponeso, al sur y cerca de Corinto. Este león era hijo de Tifón y vivía en una cueva de los montes cercanos a la ciudad, cueva que todavía se podía visitar en tiempos de Pausanias[41]. El primero de los trabajos de Heracles fue precisamente matar a este monstruo, cuya piel le sirvió de vestimenta en adelante.

Los romanos dieron muerte a miles en espectáculos de circo. Como ya en Europa no había, los importaban desde el norte de África, de la famosa especie del llamado león del Atlas, contribuyendo a su extinción. Junto al animal real, fue una imagen frecuente desde la Antigüedad[42]. Para el cristianismo es una figura ambivalente. En el Antiguo Testamento y en algunos escritos neotestamentarios y de padres de la iglesia es «... un ser temido, violento, que encarna las fuerzas del mal y que pasa a ser imagen del mismo Diablo»[43]. Sin embargo, en otros pasajes bíblicos, tiene una valoración positiva y el mismo Jesucristo es aclamado como «León de Judá»[44]. Esta consideración ambigua es la que predomina durante la Edad Media[45], si bien la heráldica recalcó su valoración positiva como rey de los animales, como figura de poder apropiada para el mundo feudal. No hay que olvidar que la atribución de un carácter simbólico a los animales no tiene tanto que ver con su naturaleza real, cuanto con las relaciones que, desde tratados astrológicos o bestiarios, se les fueron adjudicando.

El sol monstruoso engulle periódicamente la luna

Es posible que el león monstruoso que amenaza a la luna sea el sol, pues este animal siempre ha tenido carácter solar, sustituyendo en ese papel al lobo en los países meridionales, mientras que «L´idée de la lune menacée de certains loups reparait dans une grende partie de l´Asie du Nord. Par exemple, les Yakoutes expliquent les phases lunaires par l´action de loups et d´ours cherchant à devorer le corps celeste»[46].

En el mitraismo, Mitra, el dios de origen persa, se asimila al sol[47], y la conocida escena de la tauroctonía se interpreta como un mapa celeste.

En esta escena, fundamento de toda iconografía mitraica, el dios Mitra somete y acuchilla al toro lunar, cuyos cuernos recuerdan la imagen de este astro, mientras a la sangre que brota de la herida acuden una serpiente y un perro. En la tauroctonía del mitreo de santo Stefano Rotondo de Roma (fig. 8) la figura del dios conserva la policromía dorada de su rostro, brillante como el sol de mediodía, y roja de sus vestimentas, al tiempo que gira su cabeza hacía el sol que avanza en su cuadriga. Al otro lado, sobre el perro, la luna guía una biga, carro tirado por dos toros o bueyes. Bajo el sol, está un muchacho que levanta una antorcha, Cautes, el sol del amanecer, el día, y bajo la luna otro muchacho, Cautopates, dirige su antorcha hacia el suelo, el sol del atardecer, la noche.

La religión de Mitra desapareció, como casi todo el paganismo, arrollada por el cristianismo desde que Constantino lo proclamó religión oficial del Imperio, pero no del todo, como ya vimos antes, y Jesucristo ocupó algunos de sus rasgos, desde el día de su nacimiento, hasta su carácter solar, y se cree que la costumbre de representar el sol y la luna a los lados de la crucifixión procede de estas imágenes mitraicas. El sol y la luna desempeñaron también un papel muy importante en la alquimia, que ya fue cultivada en la Antigüedad, en especial en Egipto y en el mundo griego. G. Luck distingue dos tipos de fines o dos planos. El primero, el práctico consistía en mejorar ciertos procesos químicos y físicos para conseguir metales preciosos, drogas para curar y alargar la vida, cosméticos y tintes valiosos. El segundo, el espiritual o místico se concretaba en la mejora de la persona, en la liberación de las trabas materiales, en una purificación[48].

Durante la Edad Media, la alquimia, cuyo propósito básico era el hallazgo de la piedra filosofal o elixir de la vida, se convirtió en la obsesión de muchos poderosos guiados por sus fines materiales. Sin embargo, hubo también gran cantidad de iluminados que buscaban superar el rechazo del cristianismo a la naturaleza mediante la unión de los contrarios, la transformación de lo material en espiritual y de lo espiritual en material, transformaciones que figuradamente se representaban mediante la unión conyugal del sol y la luna, del rey y la reina, que coexiste con la lucha entre el león solar y el toro, o el unicornio, lunar[49]. Se escribieron muchos tratados alquímicos alguno de los cuales se llegó a imprimir tiempo después. El más famoso es el Rosarium philosophorum, tratado medieval anónimo impreso por primera vez en 1550[50]. En esta obra hay un capítulo titulado «De nuestro mercurio que es el león verde devorando al sol», acompañado de un grabado (fig. 9), que fue reinterpretado por Janos Griemiller en su traducción al checo añadiendo la figura de la luna (fig. 10). Estas imágenes tenían un sentido oculto sobre la función milagrosa del mercurio en la naturaleza, que llevó a algunos a ingerirlo para conseguir la inmortalidad resultando envenenados, y del azufre, elemento relacionado con el sol. No creo que esta doctrina fuera conocida salvo en círculos muy reducidos, pero quizás la imágenes pudieron ponerse en relación con otras creencias.

El escritor gallego Manuel Murguía nos da testimonio de que, en el siglo xix, en Galicia, se creía que la luna era un astro subordinado al sol por designio divino y condenado a ser devorado por el sol-lobo: «En una leyenda gallega dice Dios a la luna: «te condeno a andar de noche y a que el lobo te coma». El lobo es como se sabe representante del sol. Es pues manifiesta aquí la superioridad de este astro sobre el de la noche»[51]. El mismo autor, después, añade: «En el primer tercio de este siglo una mujer de Mondoñedo decía que a la luna se la veía una veces y otras no, porque se la tragaba un león y después la vomitaba: el león es aquí símbolo de la luz solar»[52]. Es decir, parece ser que en la Galicia decimonónica pervivía la creencia en un sol-lobo devorador de la luna, que tendría un carácter arcaico, junto a la creencia en un sol-león, que supondría una adaptación a tiempos más modernos. Es plausible pensar que esta imagen de Morón de Almazán nos esté hablando de esta creencia en tierras castellanas, del sol como león poderoso que presta la luz y domina la vida de la luna.




NOTAS

[1] S. Thompson, Motif-index of folk-literature : a classification of narrative elements in folktales, ballads, myths, fables, mediaeval romances, exempla, fabliaux, jest-books, and local legends. Revised and enlarged. edition. Bloomington : Indiana University Press, 1955-1958.

https://sites.ualberta.ca/~urban/Projects/English/Motif_Index.htm

[2] J. Casford, La Luna. Símbolo de transformación. Gerona: Atalanta, 2018, p. 22.

[3] A. H. Krappe, Le gènese des Mythes. París: Payot, 1952, p. 113

[4] «The happiness of creatures that are overwhelmed by Darkness Disappears like the splendour of the Moon when afflicted by Rahu«.Libro 12 Santi Parva, parte 2ª, sección CXC, p. 36. http://www.sacred-texts.com/hin/maha/index.htm

[5] En la mitología védica, los asura son divinidades de ambigua condición. En el hinduismo posterior se convierten en oponentes y rivales de los deva. Véase E. Pirart, «Mitología védica», en G. del Olmo Lete, Mitología y religión del Oriente Antiguo. III. Indoeuropeos, Sabadell: Ausa, 1998, pp. 351-509, en concreto p. 426, nota 202.

[6]Cartas edificantes y curiosas escritas de las missiones estrangeras por algunos missioneros de la Compañía de Jesús, III, Madrid: Viuda de Manuel Fernández, 1754, pp. 133-134.

[7] Y. Bonnefoy, Diccionario de las mitologías y de las religiones de las sociedades tradicionales y del mundo antiguo. Volumen 5. Las mitologías de Asia. Barcelona: Destino, 2000, p. 457.

[8] Krappe, Op. cit., p. 135.

[9]Primera parte de los comentarios reales que tratan del origen de los incas, libro II, cp. XXIII, p. 48 v, Lisboa, Pedro Crasbeeck, 1609.

[10]Historia de la Guerra del Peloponeso, VII, cap. IX.. Madrid: Gredos, p. 99

[11] Marco Manilio, Astrología, I, 221-228, Biblioteca Clásica Gredos, 2002, pp. 11-12.

[12]Historia natural. Libros I-II, II, 12, 54. Madrid: Gredos, 1995, p. 357.

[13]Metamorfosis, VII, 207-208, ed. de A. Ruiz de Elvira, Madrid: CSIC, 1988, v. II, pp. 60-61.

[14]Amores, II, 5, 38-39, ed. de V. Cristobal. Barcelona: RBA-Gredos, 2008, pp. 75-76.

[15]Vida de Paulo Emilio, XVII, en Vidas paralelas, ed. de J. Alsina, Barcelona: Planeta, 1991, pp. 229-230.

[16]La estación de Amor. Fiestas populares de mayo a san Juan. Madrid: Taurus, 1979, p. 295.

[17] M. Deloche, «Memoire sur la procession dite de la lunade et les feux de la saint.Jean a Tulle (Bas Limousin)», Memoires de l´Institut de France, 1891, 32.2, pp. 143-200. https://www.persee.fr/doc/minf_0398-3609_1891_num_32_2_1522 . Origen celta tendrían las fiestas del paso del fuego en san Pedro Manrique, según R. Barroso Cabrera y J. Morín de Pablos, «Lupercos, Hirpi Sorani y otros lobos. El rito del paso del fuego de la fiesta se san Juan en San Pedro Manrique (Soria)». Polis. Revista de ideas y formas políticas de la Antigüedad Clásica, 26, 2014, pp. 7-50.

[18] Algunos autores han considerado esto como testimonio de culto lunar, lo que es negado por otros. Véase J. C. Bermejo Barrera, Mitología y mitos de la Hispania prerromana 2, Madrid: Akal, 1986, pp. 54-55.

[19] «Quando stulti homines quasi lunae laboranti putant se debere succurrere». Cesarius Arelatensis, sermo LII, http://www.ethesis.net/more_paganorum/more_paganorum_deel_IX.htm#3.1. Sermones.

[20] «Quem bucinae sonitu vel ridiculo concussis tintinabulis putant se superare posse tinnitu». Ib.

[21] «Contra eos qui in lunae defectu clamoribus se fatigabant». Rabanus Maurus , Homilia XLII, http://www.ethesis.net/more_paganorum/more_paganorum_deel_IX.htm#3.1. Sermones.

[22] «Dixerunt mihi quod laboranti lunae vestra vociferatio subvenisset». Ib.

[23] «Quod alios viderint tela et sagittas contra lunam jactasse; alios autem focos in coelum sparsisse; affirmaveruntque quod lunam nescio quae portenta laniarent, et nisi ipsi ei auxilium praeberent, penitus illam ipsa monstra devorarent». Ib.

[24] «C. XCIX. Si quis vince luna clamaverit...», Poenitentiale Vindoboniense. Ib. «21. De lunae defectione quod dicunt «vince luna!», Additamentum ad Pippini capitularia: Indiculus superstitionum et paganiarum. Ib.

[25] P. de Quirós, Parentación real que en la mverte de Felipe IV el Grande rey de España, domador de la eregía, vindice de la fe, celebró la mvy noble y mvy leal civdad de Salamanca . Salamanca: Gómes de los Cvbos, 1666, pp. 333-334. https://archive.org/details/bub_gb_qNttG0DcUQcC/page/n389

[26] F. Durán López, «Segundo teatro de almanaques españoles. (Extractos de los pronósticos de 1719, 1722, 1723 y 1724 de Torres Villarroel, con sus dedicatorias, prólogos e invenciones en verso y prosa)», Cuadernos de Ilustración y Romanticismo, 20, 2014, p. 258 https://revistas.uca.es/index.php/cir/article/download/1987/1893

[27]Ib. p, 259.

[28] D. Torres Villarroel, Aviso seguro, perfil puntual y conjetura de su intercadencias y trompicones del eclipse visible de el sol en el día 13 de junio de 1760, Salamanca: Antonio Villagordo.

[29] D. Torres Villarroel, Quadernillo simple que asegura con certeza mathematica la visibilidad del eclipse de luna de el día 18 de mayo de este presente año de 1761. Madrid: Andrés Ortega.

[30]Ib., p. 16.

[31] «Rápido viaja el Sol, y parecería que está asustada (el sol es femenino), y no apresuraría más su marcha si temiese la muerte» […] «Hay dos lobos, y el que va tras ella (el sol) se llama Skoll; la asusta y quiere cogerla. Y se llama Hati (‘el que odia’) […] el que corre delante de ella y quiere coger a Luna, y así habrá de ser.» Snorri Sturluson, Textos mitológicos de las Eddas. Ed. de Enrique Bernárdez. Madrid: Editora Nacional, 1983, p. 100.

[32]Ib.

[33] R. Abad Lara, «La divinidad celeste/solar en el panteón céltico peninsular», en Espacio, Tiempo y Forma, Serie II, Historia Antigua, 21, 2008, pp. 79-103. Lo referente a la citada estela en las pp. 86-88.

[34] M. Almagro-Gorbea, X. Ballester y M. Turiel, «Tésera celtibérica con «lobo cenital» procedente de Burgos», BSSA Arqueología, 83, 2017, pp. 157-185. Véanse sobre todo pp. 167-170.

[35]Ib. pp. 167-168.

[36] A. H. Krappe, Op. cit., p. 137.

[37] En los bestiarios medievales apenas se cita. I. Malaxechevarría no lo recoge en la antología Bestiario medieval. Madrid: Siruela, 1986. Cuando aparece en alguno, como el Bestiario de Aberdeen, folio 16 v, lo hace con una imagen de fiera sanguinaria que ataca una majada de ovejas.

[38] R. Piñero Moral, «De fábulas y bestiarios: la estética de los animales en la Edad Media», Estudios humanísticos. Filología, 35, 2013, pp. 85-96. Cita en las pp. 92-93.

[39] L. Valero de Bernabé, Análisis de las características generales de la heráldica gentilicia española y de las particularidades heráldicas existentes entre los diversos territorios históricos hispanos. Tesis doctoral presentada en la Universidad Complutense de Madrid, 2007, p. 143. www.bne.es/opencms/es/Micrositios/Guias/Genealogia/.../Valero.pdf

[40] M. Detienne, Apolo con el cuchillo en la mano. Una aproximación experimental al politeísmo griego. Madrid: Akal, 2001, p. 104.

[41] Descripción de Grecia, II, 15, 2. Madrid: Gredos, p. 252

[42] F. García García, «El león», Revista Digital de Iconografía Medieval, vol. I, nº 2, 2009, pp. 33-46.

[43]Ib., p. 35.

[44]Ib.

[45] De lo que no cabe duda es de la importancia sobresaliente que se le dio. Suele encabezar los catálogos de animales de los bestiarios, e incluso en algunas copias del Phisiologus ocupa varias entradas.

[46] A. H. Krappe, Op. cit., p. 137.

[47] Según el Avesta, aunque es un dios vinculado a la luz, no es un dios solar hasta que sufrió esta transformación con el maniqueísmo. Cf. R. Lemosín, «Mitología del Irán Antiguo (mazdeísmo)», en G. del Olmo Lete, Mitología y religión del Oriente Antiguo. III. Indoeuropeos, Sabadell: Ausa, 1998, pp. 247-350. Véase p. 276.

[48] G. Luck, Arcana mundi. Magia y ciencias ocultas en el mundo griego y romano. Madrid: Gredos, 1995, pp. 411-416.

[49] J. Cashford, Op. cit., pp. 442-444.

[50] https://www.scriptaetveritas.com.br/livrospdf/Rosarium-Philosophorum-El-Rosario-de-Los-Filosofos.pdf

[51] Manuel Murguía, España, sus monumentos y artes, su naturaleza e historia. Galicia. Barcelona: Daniel Cortezo, 1888, p. 184, nota 2.

[52]Ib. p. 186.



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El monstruo que devora la luna

MARTIN CRIADO, Arturo

Publicado en el año 2019 en la Revista de Folklore número 448.

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