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Los perros cazadores de los reyes españoles

PERIS BARRIO, Alejandro

Publicado en el año 2019 en la Revista de Folklore número 443 - sumario >

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Los monarcas españoles para practicar su deporte preferido que fue la caza, tema del que venimos ocupándonos últimamente, emplearon además de las aves rapaces, otros animales auxiliares de ella como guepardos, leopardos, leones, hurones, reclamos, etc. pero sobre todo perros.

Los árabes aprovecharon las cualidades de los guepardos, su agilidad y magnífica vista, para la caza de gacelas. Los emires y califas de la España musulmana facilitaron los primeros guepardos a los reyes cristianos. Sancho Garcés II de Navarra (970-994), suegro de Almanzor, fue el primero de los monarcas de la España cristiana que empleó guepardos en sus cacerías. Bastantes años después otro rey de Navarra, Carlos II el Malo, empleo también en la caza guepardos amaestrados.

Los leopardos se emplearon asimismo como auxiliares de la caza pero menos que los guepardos por ser más agresivos y por lo tanto más difíciles de domesticar. El primero que utilizó estos félidos en España para cazar fue también Carlos II el Malo, que llevaba en las cacerías leopardos y a veces leones en la grupa de los caballos de sus monteros y cuando aparecían las piezas, los soltaban y las apresaban con facilidad[1].

El rey de Aragón Fernando I de Antequera (1412-1416) fue también aficionado a cazar con leopardos.

Nuestros monarcas cazadores emplearon siempre hurones para la caza. En el siglo xviii solían comprarlos en algunos pueblos de Toledo como El Carpio, Menasalbas, Polán, etc. Y de Jaén como Vilches, Linares, etc. En 1738 Felipe V pagó por cuantro hurones 600 reales. Carlos IV tuvo muchos hurones y pagaba a sus huroneros un real diario por mantener y cuidar cada animal.

Entre los empleados de la caza de los reyes españoles había un pajarero que tenía a su cargo los reclamos de perdices, codornices, jilgueros, pardillos, verderones, hortelanos, etc.

La caza de perdices con reclamo se introdujo en España en el reinado de Felipe IV. Fueron dos griegos los que se ofrecieron a los empleados de la caza de ese monarca a hacer una demostración de su habilidad a principios de 1625. Como tenían que transcurrir unos meses para ver esa «maravilla nunca usada» porque había que esperar a que los perdigones nuevos fueran grandes y amansarlos, se les proporcionó a los griegos un sueldo, ropas de vestir por valor de 200 reales y aposento para ellos y sus animales en la Casa de Campo[2].

Los perros siempre han sido el mejor animal auxiliar de la caza. Nuestros monarcas dispusieron siempre de muchos y magníficos perrros especializados en las distintas formas de caza mayor y menor: perdigueros, sabuesos, lebreles, podencos, alanos y galgos, etc.

Estos perros estuvieron antiguamente muy bien valorados. Los fueros de Castilla y de Navarra, por ejemplo, imponían fuertes sanciones a los que robaban, lisiaban o mataban perros. El rey Alfonso V de Aragón mandó en 1419 encerrar en prisión a un hombre que mató a unos de sus sabuesos.

Los perrros que se criaban por los perrreros reales eran casi siempre insuficientes para las necesidades de la caza, por lo que tenían que comprarse muchos y de gran calidad en diversos lugares de España e incluso en el extranjero. Se pagaban por ellos importantes cantidades de dinero, que en ocasiones fueron verdaderas fortunas.

Los podencos navarros fueron magníficos y muy apreciados por los reyes españoles, pero a finales del siglo xix estaban ya casi extinguidos.

También los sabuesos navarros estaban considerados de gran calidad. Durante mucho tiempo los monarcas españoles mandaban a sus cazadores a comprarlos allí. En 1587, por ejemplo, se entregaron a dos perreros de Felipe II 250 ducados para adquirir buenos sabuesos. Previamente se avisó al virrey de Navarra para que diera a aquellos todas las facilidades posibles para que la compra se hiciera «por justos y moderados precios»[3].

En el verano de 1616 ordenó Felipe III que se entregasen a uno de sus perreros 300 ducados para que comprase sabuesos de Navarra porque los necesitaba para el tiempo de la brama.

En otros lugares de España como los Montes de Toledo, Sierra de Guadalupe, Sierra Morena, etc. se criaban antiguamente también excelentes sabuesos.

El perdiguero burgalés fue muy utlizado como perro de muestra por nuestros reyes en siglos pasados por su fino olfato, aunque no alcanzaba mucha velocidad.

Carlos IV solía comprar perros perdigueros en Los Yébenes (Toledo). Por uno de esos animales pagó en 1799 nada menos que 640 reales. Isabel II necesitaba en 1861 perros de esta raza y los mandó comprar en Doña Mencía y Carcabuey (Córdoba). Pagó por ocho de ellos 2.000 reales, una verdadera fortuna entonces.

Los lebreles españoles gozaron de gran prestigio y a pesar de su nombre no se utlizaban para cazar liebres sino jabalíes, lobos, etc. Acompañaban estos perros a las mesnadas en la Reconquista y a los conquistadores en América, donde eran muy temidos por los indios.

Tuvieron buena fama en el siglo xviii los galgos de la provincia de Toledo. En 1798 mandó Carlos IV comprar dos de ellos en el pueblo de Cebolla y le costaron en total 1.200 reales y otros dos en Escalonilla por 1.100 reales.

Adquirieron con frecuencia los reyes españoles perros de caza en el extranjero. Felipe II compraba sabuesos en Inglaterra cada cierto tiempo. En 1558 pedía a su embajador en Londres, conde de Feria, que le proporcionase un par de ellos de calidad. Quería el monarca «que fueren negros y de orejas grandes y caydas y de los que tienen quatro ojos, que son unas manchas rubias sobre los ojos…»[4].

Un buen perro era y es un valioso regalo muy apreciado por los aficionados a la caza, que los reyes y sus familias se hacían con frecuencia.

El traslado de los perros por varios hombres hasta el lugar de destino suponía a veces un alto coste. Un caso especial fue el de llevar cuatro perdigueros que regalaron Carlos III y el marqués de la Mina al infante D. Felipe a la ciudad italiana de Parma. Tardaron los cuatro hombres encargarlos de llevarlos 183 días en el viaje y se vieron en serios apuros por las fuertes lluvias, hasta el punto que les faltó poco para ahogarse en el río Estradela. Les habían dado para gastos 3.000 reales pero supusieron 7.680[5].

Los empleados reales con perros a su cargo estaban obligados a tenerlos y cuidarlos en sus propios domicilios. Sin embargo Carlos III tenía una parte de los suyos en palacio y solía dejarlos pasar al comedor y repartirles comida durante el almuerzo y la cena, ante el fastidio de los criados que a veces fueron arrollados por los animales[6].

En 1765 los perros podencos de Carlos III y los del infante D. Luis derribaron en la cuesta de la Vega, junto a palacio, a una pobre lavandera que iba a lavar su ropa en el río Manzanares. Se golpeó en la cabeza y quedó imposibilitada para seguir ejerciendo su oficio. En el mes de agosto de ese mismo año mandó el rey que le dieran a la mujer cuatro doblones de ayuda para su curación[7].

Algunos de nuestros monarcas tuvieron gran cantidad de perros de caza. Sancho IV el Bravo tenía cuatro hombres para cuidar los muchos que debió de poseer. El príncipe Juan, hijo de los Reyes Católicos tuvo muy buenos perros y en gran cantidad. Felipe III, además de bastantes lebreles, perdigueros, etc., tuvo 48 sabuesos. Carlos III en 1769 poseía 231 perros, entre ellos 102 galgos. Carlos IV fue sin duda el monarca que tuvo más perros de caza. En 1789 eran 238 de varias clases. Varios curas de distintas poblaciones se dedicaban a cuidar perros para este monarca.

La manutención y cuidado de estos animales, especialmente en los reinados de Carlos III y Carlos IV, tenían un alto coste y por eso se le propuso a ambos monarcas en varias ocaciones que redujeran su número. Carlos III en 1769 accedió a utilizar sólo para la caza 20 perdigueros, 60 galgos y 50 podencos que eran atendidos por 12 hombres.

Carlos IV también fue reduciendo el número de sus perros para disminuir los gastos. En 1805 tenía ya sólo 176 y decidió desechar 26 lebreles y de presa, a cada uno de los cuales le costaba alimentar tres reales diarios, y 38 entre galgos y podencos cuya alimentación suponía dos reales por animal y día[8].

En abril de 1808 Carlos IV tenía 106 perros y costaba alimentarlos diariamente 242 reales.

El 30 de octubre del mismo año la Junta Suprema Central que gobernó la parte de España no ocupada por la invasión francesa, ordenó que se pusieran en venta los perros, halcones, hurones, etc. de Carlos IV, que había abdicado la corona en su hijo Fernando VII unos meses antes, en un escrito enviado a Lorenzo de Mollinedo, ballestero principal del rey[9]:

Enterada la Junta Suprema Central y Gubernativa del Reino de lo expuesto por V.S. en representación del 25 del corriente sobre lo gravoso que es en el día al Erario la manutención de perros, hurones, perdices y demás reclamos que estaban destinados a la diversión del rey padre, ha resuelto que proceda V.S. inmediatamente a su venta…

Los perrros más jóvenes fueron vendidos a 12, 8 y 4 reales. Los otros, como nadie se interesó por ellos, «fueron despedidos». Perros por los que el rey había pagado importantes cantidades de dinero y habían vivido «a cuerpo de rey», nunca mejor dicho, quedaron abandonados en las calles madrileñas.

Isabel II fue también muy aficionada a los perros y llegó a tener siendo niña muchos de ellos que eran muy bien tratados y alimentados. La condesa de Espoz y Mina, aya de la futura reina, le dijo una vez: «Señora, cuantos españoles envidiarían la suerte de los perros de V.M. si los conocieran». Estas palabras impresionaron a Isabel que decidió prescindir de varios de los animales.

Algunos de los perros que poseyeron nuestros monarcas fueron famosos por su habilidad y por eso muy apreciados por sus dueños. «El Libro de la montería» de Alfonso XI nos habla de las buenas cualidades del sabueso al que llamaban Barbado, el que persiguiendo a un oso se perdió y hallaron quince días después a los dos animales muertos y uno junto al otro.

En el mismo libro se cita al perro «quel decían Moral», que siguió mas de dos leguas y media por el rastro a un oso llevando a los monteros hasta su guarida.

El príncipe Juan, hijo de los Reyes Católicos, tuvo un lebrel llamado Bruto «que en su tiempo no se sabía que en España oviese otro tal». Tenía Bruto tal habilidad que el príncipe dejaba caer un pañuelo o un guante y cuando había recorrido una legua mandaba a su perro por ellos y se los llevaba.

Al morir el príncipe y ser enterrrado el 9 de octubre de 1497 Bruto se echó en la cabecera de la tumba en la iglesia mayor de Salamanca y cuantas veces le quitaban, tantas volvía al mismo lugar. Le pusieron una almohada donde estuvo de día y de noche todo el tiempo que permaneció allí el cuerpo de su amo. Allí comía y bebía y sólo salía de la iglesia para hacer sus necesidades. Después la reina Isabel tuvo siempre junto a ellos el leal lebrel de su hijo[10].

Felipe V tuvo en gran estima a sus magníficos lebreles: Trabuco, Careto, Valenciano, Castillo, León, Alojero, Garrafa, Alentado, Miquines y Pegote.

Entre los numerosos perros de caza que tuvo Fernando VI destacaban varios perdigueros por su habilidad: Dichoso, Vulcano, Barquera, Hermoso, Chulita, Chula, Fiera, Fortuna y Tarugo.

Entre los perros de Alfonso XII destacaron dos llamados Clavel y Sol.

Alfonso XIII tuvo magníficos perros de caza. En una ocasión se le perdieron dos muy queridos por él llamados Pols y Pusa, que le había regalado el marqués de Cenia. Se pusieron anuncios en los periódicos El Imparcial y la Correspondencia de España para encontrarlos y por fin se hallaron. Costaron en total la gratificación que se dio a las personas que los encontraron y los anuncios insertados en los periódicos, 25 pesetas[11].




NOTAS

[1] Salamero Rosa, E. «Estampas de mi tierra». Madrid 1930, páginas 146-147.

[2] Existe en el Archivo General de Palacio una ficha con estos datos pero el expediente no está en el legajo correspondiente quizá por haberse traspapelado.

[3] Archivo General de Palacio. Registro. Cédulas Reales, tomo VI, folio 549.

[4] Almazán, duque de, «Historia de la montería en España». Madrid 1981, página 83.

[5] A.G. de P. Reinados, caja 92.

[6] Fernán Núñez, conde de. «Vida de Carlos III», Madrid 1944, página 410.

[7] A.G. de P. Reinados, caja 605.

[8] A.G. de P. Sección Administrativa, legajo 352.

[9] A.G. de P. Reinados. Caballerizas, legajo 5.

[10] Fernández de Oviedo, G. «Libro de la cámara real del príncipe dos Juan». Madrid 1870 páginas 112-113.

[11] A.G. de P. Sección Administrativa, legajo 353.



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Los perros cazadores de los reyes españoles

PERIS BARRIO, Alejandro

Publicado en el año 2019 en la Revista de Folklore número 443.

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