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Apuntes sobre la danza

SANZ, Ignacio

Publicado en el año 2019 en la Revista de Folklore número 443 - sumario >

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Saltamos de alegría. De manera instintiva damos brincos de júbilo. Cuando los niños, pero también los mayores, reciben una noticia que les desborda, espontáneamente saltan y se abrazan entre ellos. Ese impulso que nos incita a saltar podría tomarse como un estadio primario, larvado, en el que se adivina el espíritu de la danza. En algunos juegos infantiles se preludia también, mientras que en otros forma parte específica de su desarrollo. Podríamos decir, por tanto, que la danza es una derivación de la alegría, sometida a un ritmo concreto y encauzada con movimientos coordinados y aprendidos.

No hay pueblo, por remoto o primario que pueda parecernos, que no haya desarrollado una forma de danza colectiva.

Las danzas se han usado para espantar peligros y miedos ancestrales, para atraer la lluvia, para celebrar equinoccios y solsticios, para dar la bienvenida a personas notables que llegan a un pueblo o para rendir honores a la divinidad. Se especula con que algunas danzas que han llegado hasta nosotros tienen reminiscencias guerreras, como si se tratara de ejercicios previos a los entrenamientos para la lucha. Y, ciertamente, su música enervante, evoca la tensión que antecede a un enfrentamiento entre dos contendientes. Pero parece que la danza, tal como se practica es expresión genuina de la alegría de un pueblo. De ahí que, en el occidente cristiano, hayan llegado hasta nosotros vinculadas a las celebraciones festivas en las que se rinde culto a las vírgenes o a los santos en las diferentes fiestas patronales.

Este carácter universal de la danza la convierte en una de las formas de expresión genuinas de cada pueblo. Como la lengua, la alimentación, la arquitectura o la manera de vestir. Es mucho lo que, a través de la danza, podemos colegir sobre las peculiaridades e idiosincrasia de tales pueblos. De ahí las profundas diferencias a la hora de danzar.

Las formas diferentes de abordar el trabajo, las relaciones sociales que se establecen entre los individuos o entre las clases sociales, la manera de relacionarse con la divinidad aparecen latentes en la danza. De tal modo que, al acercarnos a la danza, somos conscientes de que abordamos una de las manifestaciones festivas más peculiares que la cultura popular.

Danza y baile

Existen concomitancias evidentes entre danza y baile; ello da lugar a no pocos equívocos ya que a menudo se usan de manera indistinta; sin embargo conviene señalar que no son sinónimos.

Me acojo a la autoridad del musicólogo Miguel Manzano para aclarar las diferencias: “Mientras la danza sería un drama sagrado que forma parte de una manifestación de tipo preferentemente ritual o litúrgico, relacionada con el mundo de lo religioso, en el que los danzantes actuarían como los sacerdotes u oficiantes de una ceremonia trascendente y por ello serían los intermediarios entre la comunidad y la propia divinidad, el baile tendría un carácter más profano, lúdico o de distracción”. Qué cabalmente define Manzano los dos términos tan próximos, contagiados de mutuas interferencias y que, sin embargo, se confunden a menudo en el lenguaje coloquial.

Covarrubias, el siempre sugestivo Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua Castellana, escrita en el siglo xvii, ya distinguía ambos términos:

Bayle: El bailar no es de su naturaleza malo ni prohibido, antes en algunas tierras es necesario para tomar calor y brío; pero están reprobados los bailes descompuestos y lascivos, especialmente en las yglesias y lugares sagrados, como está dispuesto por muchos Concilios y Cánones…

Dança: Quasi ducanza, a ducendo, porque va uno delante que es el que guía, y los demás le siguen; y por alusión dezimos que el que guía la dança, por el que maneja algún negocio y lleva tras de sí los votos de los demás, siendo la guía y la cabeza dellos. Antiguamente avía muchas diferencias de danças. Unas de doncellas coronadas con guirnaldas de flores, y éstas hazían corros y cantavan y baylavan en alabanza de los dioses. Otras que eran de hombres en dos diferencias: unas mímicas que responden a las de los matachines, que danzando representavan sin hablar, con solos ademanes, una comedia o tragedia; otras danzas havia de hombres armados, que a son del instrumento y a compás ivan unos contra otros, y tratavan una batalla. Estos se llamaron pyrricos, del nombre de Pyrro, inventor de este género de dança, para acostumbrar a los mancebos a sufrir las armas y a caminar y a saltar con ellas… Este género de dança es muy antiguo en España, de que hace mención Silio Itálico, lib. tertio.

Conviene saber, pese a todo, que las diferentes manifestaciones populares resultan a menudo esquivas a las definiciones porque como dejó escrito Joaquín Díaz en su introducción a Cuentos en Castellano: «... no le arriendo la ganancia al que pretenda adentrarse en clasificaciones y taxonomías». Además el lenguaje es algo vivo que, como el mar, nunca se aquieta. Y es que, en efecto, no siempre las danzas tienen un carácter ritual ni se encuentran incardinadas a aspectos religiosos. Aunque en su origen pudieran estarlo, en la actualidad se ejecutan fuera de contexto, como una demostración artística en sí misma, en teatros, sobre escenarios de plazas o en centros culturales, lejos de los ceremoniales en los que pudieron surgir. Ocurre entonces que la danza puede tener carácter festivo más próximo al concepto de baile. O, si se quiere, podría afirmarse que la danza tradicional se ha convertido ahora en espectáculo, sin perder por ello su condición ritual cuando, en ciertas celebraciones festivas, se ejecuta ante las imágenes como parte de un acto religioso.

La danza en la identidad de los pueblos

Las danzas refuerzan, y de qué manera, la identidad de los pueblos que en ellas se reconocen. Se danza ante el patrón o la patrona a cuya protección se acogen siguiendo unos ritmos específicos. Y se hace con un atavío peculiar y concreto. En la defensa de tal atavío suelen poner las mujeres mucho empeño para que nada disuene: medias, cachirulos, camisas bordadas, cintas, enaguas en el caso de que los danzantes lo hagan con enaguas. Pero hay más, a veces, cuando los pueblos viven bajo la amenaza de su desaparición, se aferran a las danzas como una forma de prolongar una vida que agoniza. Intuyen que si las danzas desaparecen el pueblo se desmorona y, a partir de ese momento, será más difícil mantenerlo en pie. Como si las danzas poseyeran un robusto esqueleto sobre el que se sostuviera la vida del pueblo.

El caso de Galve de Sorbe

Félix Contreras Sanz, folklorista segoviano afincado en Extremadura, hijo del célebre dulzainero Mariano Contreras, «El Obispo», me contó esta historia:

Un año, hacia 1970, estuvo su padre tocando en las fiestas de San Miguel, en Ayllón. Fueron aquellos tiempos de una sangría migratoria imparable. Los pueblos, poco a poco, se iban desmoronando. Y no sólo por la marcha masiva de las gentes a las ciudades, en paralelo se debilitaba también porque el armazón de sus usos y costumbres. Y se debilitaba, en buena medida, por la falta de gente que irradiara vitalidad y diera sentido a la gran herencia inmaterial legada por los mayores. Reinaba la desidia, la falta de aprecio por las tradiciones que daban armazón social a los pueblos. Entre esas tradiciones estaban las danzas que, en pequeños pueblos, se desplomaron entonces de manera definitiva.

En Galve de Sorbe, pueblecito de la sierra de Ayllón perteneciente a la provincia de Guadalajara, el alcalde y un concejal, conscientes del peligro de la desaparición de sus danzas, se resistieron con todas sus fuerzas de manera casi heroica. Acababa de morir el dulzainero alcarreño que durante años les había acompañado en las danzas. En aquellos días apenas quedaban dulzaineros, entre otras cosas porque tampoco había dulzainas ni nadie que las construyera. Al día siguiente de terminar las fiestas de San Miguel, patrón de Ayllón, se celebraban las fiestas de Galve y, por primera vez en mucho tiempo, no habría danzas porque no había dulzainero que pudiera tocar. Al enterarse en Galve que «El Obispo» estaba tocando en Ayllón, aquella misma noche llamaron por teléfono a un taxista de Atienza para que les recogiera y les trasladara hasta allí. Tratarían de convencerle para que tocara en Galve al día siguiente. Llegaron a Ayllón hacia las dos y pico de la mañana; todavía quedaba algún corrillo de jóvenes por la plaza; les preguntaron por el paradero del dulzainero y les dijeron que si hubieran llegado un cuarto de hora antes, todavía le habrían pillado, pero que a esas horas, el taxi que lo llevaba camino de su casa estaría en Riaza, lo más cerca.

¿Qué hacemos?, preguntó el alcalde al concejal con cierto desconsuelo. Allí mismo decidieron prolongar el viaje hasta Segovia, conscientes de la dificultad de encontrar en plena noche, en una ciudad como Segovia, con cerca entonces de 50.000 habitantes, a un dulzainero apodado «El Obispo». Les quedaba más de una hora por delante circulando por la carretera de Soria-Plasencia. Riaza, Prádena, Arcones, Collado y Torrecaballeros fueron algunos de los hitos del camino. Entraron en Segovia por el barrio de San Lorenzo, vieron a un hombre que llevaba un saco al hombro que caminaba desganado por la Vía Roma. Pararon el coche y le preguntaron si conocía por casualidad a un dulzainero segoviano apodado «El Obispo». Hombre, «El Obispo», ¿cómo no le voy a conocer? ¿Y sabe dónde vive? Por supuesto, en este barrio todos sabemos donde vivimos, pero a estas horas y sin su permiso, me niego a decir a nadie el domicilio de una persona de bien. Hombre, no nos fastidie, que ya lo ve, en las calles no hay nadie y nosotros venimos en son de paz, que somos, aquí donde nos ve, el alcalde y un concejal de un pueblo de Guadalajara donde queremos...

—En ese caso, que no se hable más –les dijo el hombre del saco. Y si le despiertan, que le despierten; por las veces que él me despertó a mí dando la revolada. Ahí mismo vive, en la primera casa de esa calle que sube hacia arriba.

Picaron con fuerza el llamador en la puerta. Lo encontraron recién acostado. Salió somnoliento a abrir.

—¿Ustedes dirán?

Tras pedir disculpas por las horas intempestivas, le declararon su propósito. El «Obispo» quedó desconcertado.

—¿Creen ustedes que la música de unas danzas se improvisa así como así? Yo soy dulzainero, pero ignoro la melodía.

—No se preocupe, yo he sido danzante —le dijo el alcalde—. En el camino, de regreso hacia Galve, se las iré tarareando. Verá como en las dos horas que nos quedan se las aprende.

El Obispo» estaba molido, pero aquello era un reto y el estipendio de dos días tampoco sería desdeñable. Los dulzaineros no tocan cuando quieren, sólo cuando les contratan. Fueron a buscar al tamborilero que estaba también recién acostado y los cuatro, cinco con el taxista, se pusieron en marcha camino de Galve. Durante las dos horas largas de viaje, el alcalde no paró de tararear, mientras «El Obispo», la cabeza convertida en una grabadora, trataba de retener aquellas melodías. De manera que el reducido espacio del taxi se convirtió por momentos en un conservatorio de música popular.

Llegaron al pueblo a las seis de la mañana y hacia las ocho y media, tras una breve cabezada, ya estaban dando la rebolada por las calles desiertas, tratando de animar los festejos. Por supuesto que hubo danzas aquel año en la procesión. Aquel año y los que siguieron.

—Hasta el año de su muerte siempre le llamaron a mi padre para tocar, me decía Félix, orgulloso.

—Pero el mérito principal fue del alcalde que puso todo su empeño para que las danzas no desaparecieran —le dije.

—Por supuesto. ¿Quién puede negar que el mérito fue del alcalde?

El caso de Luezas de Cameros

El caso de Luezas de Cameros resulta todavía más asombroso si cabe. Luezas es un pueblo desaparecido de La Rioja que en las primeras décadas del siglo xx llegó a tener cincuenta vecinos. Está situado a 1.100 metros de altitud. Aunque sus antiguos habitantes se han marchado, hay una docena de casas arregladas y la gente regresa los fines de semana y los veranos. Pero no sólo regresan, tratan de que el pueblo conserve los ritos que le dieron vida cuando la gente lo habitaba. Lo extraordinario de Luezas es que obliga a sus descendientes a juntarse en Logroño, donde viven la mayoría, para ensayar las danzas que han de bailar ante la Virgen, de tal modo que ahora constituyen un elemento de unión y de afirmación de identidad, aún cuando ya nadie vive en el pueblo de manera permanente.

Así lo escribía Rafael Pascual Elías en el nº 13, de la revista de etnografía «Piedra de Rayo», correspondiente a Julio de 2.004:

A principios del siglo xx sólo danzaban chicos que vestían pantalón y camisa blanca adornada con dos cintas, zapatillas de esparto con cintas rojas y en la cabeza un cachirulo. Las danzas eran de seis personas más el cachi que iba vestido igual que los danzadores pero además llevaba un chaleco y un palo al que se ataba un zurrón.

Hoy en día, después de recuperarlas, también danzan chicas que visten medias y enaguas de ganchillo... Los chicos visten igual que antes y se danza el 15 de agosto en el pueblo y el primer domingo de octubre en la ermita de Royuela.

Son doce danzas: diez troquelados, un pasacalles y una danza de pañuelos. En los años ‘20 también se hacía una danza especial al salir la virgen de la iglesia y la danza del árbol».

Como decía, resulta admirable que un pueblo que prácticamente ha sido borrado del mapa, un pueblo que ya sólo vive disperso, se resista a morir gracias al impulso y a la cohesión que le dan las danzas tradicionales, uno de los últimos refugios de su identidad.

Danzas para espantar a la muerte

Como hemos dicho, la mayoría de las danzas expresan alegría y se hacen en honor de una deidad o a un patrón; La Divina Comedia concluye con una danza para expresar el amor que Dante sentía por Beatriz; esta danza culmina con una compleja coreografía; como se puede deducir las danzas sirven también para exaltar a una colectividad o para dejar constancia de cariño o de admiración hacia una persona en concreto. En Vinuesa, (Soria) fui testigo, hacia 1990, de la danza que ejecutó el antropólogo inglés Michael Kenny de manera solemne ante Nuestra Señora del Pino el 15 de agosto, día de la Pinochada, con motivo del homenaje que le tributaron los pinochos. Kenny, entrañable y sabio, fue uno de los pioneros en los trabajos de campo en España.

Pero también las danzas pueden hacerse para espantar a la muerte, que es una manera de luchar contra el miedo. Por lo general la muerte produce rechazo, incluso espanto cuando se manifiesta en forma de peste.

Y es que antiguamente sobrevenían muchas pestes que poco a poco arrasaban con poblaciones enteras. No había una manera eficaz de combatirlas y en ocasiones se recurría a prácticas mágicas, basadas en supersticiones. La danza era una de ellas. Para conmemorar el triunfo de la vida o la victoria contra el demonio o contra enemigos concretos como los musulmanes, se hacían este tipo de danzas que, por suerte, han llegado hasta nosotros.

Quizá la más célebre entre las danzas contra la muerte sea la de Berga, pueblo de Barcelona en el que se celebra La Patúm, una fiesta declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. En esta villa, coincidiendo con la fiesta del Corpus, se hace una representación en las calles. Los danzantes llevan un atuendo que representa a la muerte. El origen de esta fiesta es medieval.

Lo extraordinario es que la fiesta, acaso por convertirse en un rito que conmemora la lucha contra la muerte, ha llegado hasta nuestros días con su esplendor colorista y su riqueza participativa, a ratos catártica. Es más, gracias a ese esplendor y a esa participación popular, Berga y La Patúm se han convertido e una de las referencias culturales y festivas más importantes de España. Pero, en el fondo de todo, no hay que perderlo de vista, está la danza.

Ahora bien, la relación de la danza con la muerte continúa hasta nuestros días. Nacho Duato, director de la Compañía Nacional de Danza manifestaba que la muerte es uno de los temas recurrentes en sus trabajos.

Y el gran actor Lindsay Kemp, que hiciera una gira teatral por España en la primavera de 2005 interpretando a la reina Isabel I de Inglaterra en «Elizabeth I, el último baile», contaba en esta obra, según trascripción del crítico Javier Vallejo en El País, «Las últimas 14 horas de su vida las pasó en pie, en una especie de trance. El espectáculo comienza ahí. Elizabeth llamó a los músicos para espantar a la muerte con una danza. Trato hechos históricos desde la perspectiva ensoñada de una mujer moribunda, con libertad poética», decía Kemp.

Consideraciones finales

Resulta sorprendente la vigencia que las danzas tradicionales tienen en nuestros días, cuando tantas costumbres se desdibujan y hasta se borran. Estamos en 2018 y acaba de aparecer el libro Guía turística de dances de la provincia de Zaragoza, publicado por la Diputación de dicha provincia con textos de Mario Gros y Jesús Cancer. Se recogen en esta Guía documentos fotográficos de sesenta y dos pueblos con una pequeña descripción de las características generales. Cada pueblo aparece representado con una ficha descriptiva y con dos fotografías, una más antigua, con frecuencia en blanco y negro, y otra moderna. Sorprende la riqueza y colorido de los atavíos que usan los danzantes, así como las diferencias de forma y color en los palos que utilizan para danzar. Porque, eso sí, la mayor parte de los pueblos zaragozanos utilizan palos y excepcionalmente espadas.

Además las danzas dan pie a pequeños festivales que se organizan durante los meses estivales, originando invitaciones entre pueblos de diferentes provincias, comunidades e, incluso, países, ya que los más importantes tienen rango internacional. En todos los casos, los danzantes son aficionados, lo que da lugar a una interrelación muy interesante, creándose un curioso tejido social.



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Apuntes sobre la danza

SANZ, Ignacio

Publicado en el año 2019 en la Revista de Folklore número 443.

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