Revista de Folklore

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Costumbres de otros tiempos

MARTIN VIANA, José León

Publicado en el año 1984 en la Revista de Folklore número 45 - sumario >

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En este número de "FOLKLORE" daremos a conocer al comienzo de este trabajo tres facetas del comportamiento de algunos sacerdotes en Tudela de Duero a mediados del siglo XVI. Las prohibiciones que a continuación van a fijar nuestra atención no necesitan de especial comentario; por otra parte serán sucintas ya que, al fin y al cabo, no revisten mayor importancia. Sin embargo, consideramos son lo suficientemente interesantes como para darlas a conocer. Serán tres pinceladas distintas, aludidas en la Visita efectuada en el año 1566.Helas aquí:

1ª "Otrosí mando a los curas e beneficiados e capellanes mayores e menores de esta uilla que de aqui adelante trayan abitos decentes e no trayan armas ofensiuas ni defensibas, no trayan lechuguillas en los cuellos ni mangas de camisa, ni los cuellos de las camisas muy bueltos sobre los de los sayos ni sotanas, y el cabello cortado a la redonda e no a navaxa e no con puntas, e no lleven golpe ni cuchilladas en calzado ni vestidos, so pena de un ducado cada vno por la primera vez, e por la segunda doblada..."

Curiosa cuestión esta de llevar armas ofensivas o defensivas. Desde luego, no parece que este hecho estuviese generalizado, ya que sólo a algunos sacerdotes se refiere; sin embargo él nos está indicando con claridad meridiana el criterio subjetivo de portarlas, ya para defenderse de una agresión, ya para atacar en ocasiones muy concretas. No obstante, nada hay que justifique especialmente a un sacerdote llevar armas. De aquí, que con muy acertado sentido evangélico el Obispo se lo prohiba tajantemente. De otro lado, ¿qué clase de armas serían?, ¿blancas?, ¿de fuego? Lo ignoramos, pero el hecho está ahí y la costumbre (¿desde cuándo?) también.

Pero este texto, enjundioso de por sí, no sólo nos ofrece el aspecto belicoso al menos en parte de algún cura, sino otro no menos negativo que brilla con luz propia, cual es la vanidad. He aquí cómo se manifiesta a través del significado de las palabras, cuyo conjunto nos ofrece el modo de vestir de algunos clérigos:

Lechuguillas.-Cuellos y puños de camisa muy grandes y almidonados por medio de moldes en forma de lechuga rizada, que se usaron mucho en los reinados de Felipe II y Felipe III.

Sayo.-Prenda talar antigua, especie de túnica o capa que usaban los hombres.

Golpe.-Adorno de pasamanería, es decir, galones, trencillas, cordones, bolas o flecos de oro, plata, seda, algodón o lana que se adosaban al vestido o calzado para más engalanarle.

Cuchilladas. -Aberturas angulares con el vértice hacia arriba, que se hacían en los vestidos para que se viese el color de otra tela interior o el lujo y calidad de ésta.

y junto a la belicosidad y la vanidad, la desidia de algunos en el cuidado de su aspecto personal:

Con puntas.-Es decir, con barbas crecidas de varios días.

2ª "...e dan mal exemplo e ocasion de murmurar contra los clerigos..."

¿Por qué se dice esto? ¿Se debe a otra faceta costumbrista aunque no generalizada de algunos sacerdotes que, por lo que se ve, cuidaban muy poco de ser congruentes con su estado y vocación (¿...?), o a una actitud un tanto disoluta de la deontología sacerdotal? Habría en estos casos que otorgar el beneficio de la duda y pensar que en ello no hubo dolo, puesto que al fin y al cabo la sanción no era elevada y de ésta deducimos aquello. El hecho es que estos tales clérigos no asistían a las procesiones cuando lo normal era hacerlo y mientras las comitivas procesionales se celebraban por calles y plazas, ellos paseaban despreocupadamente por el pueblo. Tampoco acudían a la iglesia a rezar con el cabildo las Horas canónicas, al igual que tampoco acompañaban al Santísimo Sacramento cuando era llevado a los enfermos. De aquí que se dijera

"e dan mal exemplo e ocasion de murmurar contra los clerigos..."

3ª Las procesiones que más largo recorrido podían tener eran las que itineraban no solamente por el casco urbano, sino hasta los límites del término municipal, o sea media legua (legua = 5,5 Kms.).

Ocurría a veces que algunos clérigos no asistían a la procesión y, cuando lo hacían, iban andando el trayecto de ida, pero el de vuelta lo realizaban montados a caballo, mientras los cofrades y resto de asistentes lo hacían andando.

Esto motivó que se produjeran quejas al obispo por parte del pueblo y aun de las mismas autoridades, por lo cual se les ordenó que asistieran todos a la procesión a no ser los enfermos e impedidos, que a los caballos los dejaran en las cuadras y que volvieran andando con todos, como fueron, so diversas penas entre ellas, naturalmente, la de excomunión. Además debían ir vestidos adecuadamente con "...rropa larga e sobrepelliz...".

Evitamos en este caso al lector la transcripción literal por ser demasiado extensa, farragosa y reiterativa.

II

Corren los días del año 1585. Atrás quedan siglos de historia llenos de acontecimientos unos trascendentales y otros intrascendentes, que conforman la de los pueblos y sus hombres.

En este año había en Tudela de Duero nada menos que veinte cofradías. La existencia de tan elevado número de asociaciones en esta villa de cuatrocientos vecinos constituía un fenómeno común a todos los pueblos castellanos, cada uno de los cuales tenía las suyas en proporción al número de sus habitantes. Este hecho podría llevarnos a la conclusión de que la religiosidad popular era formidable; sin embargo, si tenemos en cuenta que una persona pertenecía a más de una cofradía, podemos establecer la cuestión dentro de unos límites más acordes con la realidad.

Antaño como hogaño, las cofradías se nutrían: en el aspecto espiritual, del cumplimiento de sus Reglas; en lo humano, del número de sus cofrades; en lo económico, de las aportaciones de éstos, cuya finalidad no era otra que la de honrar con diversos actos de culto el objeto de su devoción: la Virgen o un Santo.
Pero...

Casi siempre hay un pero, pues no todo era culto; no todo espiritualidad. En efecto, por un lento proceso de degeneración, se había llegado a lo largo de media centuria a dar un vuelco a los fines de las cofradías; lo que a principios de siglo había sido un vivero de devoción y culto sin mezcla de fines menos nobles, se había transformado en una vulgar cita de comilonas que periódicamente celebraban los cofrades con los dineros del fondo común. A tal punto de corrupción se llegó, que el obispado no tuvo otro camino que el de intervenir adoptando enérgicas resoluciones prohibiendo estos abusos

"...so pena de quinientos ducados para el ospital deste lugar en que les ovo por condenados reueldes, siendo sin otra declaracion mas de la contenida en este mandamiento, cuya execucion cometio a los curas yn solidum, con facultar de citar, excomulgal y absoluer..."

Fortísima sanción esta de 500 ducados, cantidad que suponía los ingresos anuales de un escribano o el doble de los de un médico. En una directa relación causa-efecto, por la fuerza punitiva podemos comprender la gravedad de la corruptela.

Sin embargo el obispo no quiso cortar de raíz tales abusos y, por ello, a través de sus palabras se advierte el amor pastoral cuando dice que el día de la fiesta de la cofradía pueda ser gastada una cantidad razonable en una frugal colación:

"...y dio su merced licencia para que se puedan gastar en una colación el día de la advocación de la Cofradía, con cada un cofrade medio real y no mas."

Por otra parte el Mayordomo y los Oficiales (lo que hoy se conocería como "Junta Directiva") eran elegidos anualmente de forma rotativa. Pues bien: poco a poco fue introduciéndose otra corruptela consistente en hacer de la mayordomía y la oficialía una especie de coto cerrado familiar. El procedimiento a emplear no es lo que más importa ahora. ¿Fue la prepotencia económica, social o cultural...? ¿Acaso el soborno de múltiples formas efectuado, la coacción, la adulación...? ¿El chantaje? ¿Qué más da? Lo importante es el hecho, que quedó consagrado como costumbre anuladora de otra anterior y, además, ilegal no sólo como conculcación de una Regla canónicamente sancionada, sino como infracción de una norma en forma de ley. De aquí que

"...en execucion de la ley del rreyno no nombren padres a hijos ni hijos a padres, ni hermanos a hermanos, ni cuñados acuñados, ni tio a sobrino ni sobrino a tío..."

Con cuya mandato se da por zanjada una cuestión que recoge un aspecto más de la vida de sociedad castellana que, gracias al testimonio escrito, ha podido llegar a nosotros con toda su autenticidad.

III

Siempre. Siempre ha habido pobres. Y los pobres, por el hecho de serlo, se han visto en la necesidad de implorar la caridad pública sufriendo, es de suponer, la humillación de hacerlo. Hoy, los pobres piden y de modo especial a la puerta de las iglesias aunque en esto existe bastante picaresca y profesionalidad, habiéndose dado casos de haber mendigado hasta la muerte y luego descubrirse que aquel que pedía con cara tan compungida, gesto tan lastimero, tenía una cartilla de ahorros con algunos millones de saldo como aquella señora de Valladolid, mendiga de profesión, pobre de solemnidad, a cuya muerte sus familiares descubrieron entre la lana de su colchón dos millones de pesetas en efectivo.

Pero bueno; en otros tiempos y de modo especial en los pueblos, no era así. ¿Quién que no tenga medio siglo de edad no ha podido ver (y en Tudela precisamente) a aquellos pordioseros que mendigaban de pueblo en pueblo y de casa en casa una limosna "por amor de Dios" siendo muchas veces despedido con un cruel "Dios le ampare, hermano"?

Pero dejemos esto que, de otro lado, podría dar lugar no a un artículo sino a un verdadero tratado acerca del drama vivido por muchos desgraciados seres humanos; la pereza, la abulia de éstos o su imposibilidad de salir de la indigencia (edad, enfermedad, etc.); y también sobre la caridad de algunos y la hipocresía, indiferencia, displicencia y hasta repugnancia de los más, y centrémosnos en el

AÑO 1558

Tanto en Tudela de Duero como en otros pueblos no solamente cercanos ni de la provincia de Valladolid, sino de toda Castilla, existe constancia documental de la pobreza que hubo a lo largo de todo el siglo, en el que la mortalidad de los pobres llegó a alcanzar en el lugar de referencia un promedio del 38,43% sobre el total de los fallecidos.

Nos apresuramos a aclarar ahora que pobre era todo aquel que, a su muerte, no podía dejar en herencia bien raíz alguno a sus herederos. Así, pobre era el pellejero, el botero, el botijero, el carpintero, el pastor, el trillero, el albañil, el tundidor, etc., etc., en fin, todo aquel artesano, todo aquel que tenía una profesión manual, un oficio del que vivía la familia. Si el obrero, el artesano, dejaba de trabajar por falta de trabajo o por enfermedad, agotados los escasos recursos económicos ahorrados, se veía sumido en la pobreza integral; de igual modo su familia a su fallecimiento, si sus hijos eran párvulos; entonces, éstos y su madre, si no podía trabajar, no tenían otra solución que la mendicidad y, muy frecuentemente, la muerte por desnutrición o, precisamente por esto, ser la más fácil presa de la peste.

Pero en este caso nos referimos a los pobres-pobres, a los pobres de solemnidad, o sea, a aquellas personas que para sobrevivir no tenían otro recurso que pedir limosna, acogerse al hospital (frecuentemente inhóspito aunque resulte paradójico), o morir.

Resulta que en aquellos tiempos estaba establecida la costumbre, no solamente de alojarse en el hospital o pedir por las casas, sino de hacerlo también dentro de la iglesia durante la celebración de la misa mayor.

Es fácil imaginarse a dos, cuatro o más pobres pidiendo limosna a los asistentes a misa...Unos van, otros vienen, otros atraviesan por entre los fieles...ruidos, palabras, susurros, negativas, un "Dios se lo pague", un "Dios le ampare", sonido del cobre de algún que otro maravedí o real contra otra moneda en las viejas, sucias, raídas monteras o en las manos del mendigo...

De aquí que en la Visita de dicho año 1558 se diga:

"Iten mando el Sr. Visitador que entre tanto la misa mayor de los domingos y fiestas de guardar, no anden demandas algunas por la yglesia entre la gente, si no fuere entre tanto de la ofrenda, conque volbiendo el preste al altar a proseguir el oficio cesen y se pongan a las puertas de la yglª pa que alli les den sus limosnas las personas deuotas, lo qual ansi ,hagan guardar y cumplir, so pena que el que lo contrario hiziere y el cura que lo consintiere yncurran ipso facto en sentencia de excomunion y en pena de un ducado por cada vez, para la fabrica de la yglª."

No debió hacerse gran caso de la prohibición o bien resurgió después, porque veinticinco años más tarde no es ya el Obispo sino el mismo Papa Pío IV, quien, sin duda, por haberse extendido por todas partes esta costumbre, lo ordena en Motu Proprio. Y así, en 1583, se dice:

"Otrosi su merced mando que en execucion del propio motu de su Santidad, que mientras la misa mayor no se pidan por la yglesia las limosnas por obviar las inquietudes y ruido, pues dello resulta ympedirse el culto dibino y no se hacer con la atención necesaria, y a los rebeldes por cada una vez, condenan en quatro reales. Y so la pena de excomunion mayor, mando a los curas lo executen."

Claramente los textos se refieren a las limosnas que se pedían y se daban en la iglesia durante la misa mayor, lo que significa que solamente estos hechos ocurrían en domingos y días festivos. Sin embargo no se menciona explícitamente a los pobres, aunque es lógico conjeturar que a ellos se referían. Este detalle fundamental lo podemos encontrar muy a principios del siglo siguiente, en la Visita del año 1604, donde se dice:

"...y que no se consienta que anden pobres mendicantes ni ciegos pidiendo limosna ni otras demandas dentro ni a la puerta de las yglesias..."

Hemos visto que en 1558, en 1583 y en 1604 se prohibe lo mismo. Medio siglo sin poder desarraigar esta costumbre ni con amenazas de sanciones pecuniarias ni con las de excomunión. Realmente aquello debió ser un maremágnum, un auténtico espectáculo, ya que no solamente mendigaban los pobres, los ciegos, los lisiados, sino que también lo hacían los cofrades de las distintas cofradías a fin de allegar fondos para ellas. Ruido de pasos, susurros, a veces cortos diálogos...Ni el oficiante podía celebrar la misa con el debido recogimiento ni los fieles participar en ella con un mínimo de atención. He aquí, pues, que estaba sobradamente justificada la prohibición de pedir aunque, como también hemos visto no se hizo demasiado caso de ello.



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Costumbres de otros tiempos

MARTIN VIANA, José León

Publicado en el año 1984 en la Revista de Folklore número 45.

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