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Revista de Folklore número

094



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SANJUANEANDO

GARRIDO PALACIOS, Manuel

Publicado en el año 1988 en la Revista de Folklore número 94 - sumario >



«El día trece de junio,
San Antonio es el primero,
el veinticuatro San Juan,
el veintinueve San Pedro.

Día de San Juan Alegre
día triste para mí,
que Juanillo se llamaba
la prenda que yo perdí.»

Así como en Alora (Málaga) las mocitas van al Convento de Flores, donde un San Antonio paciente aguanta que le tiren piedras a salva sea la parte, debiendo acertar, según voz del pueblo, en el «huevo izquierdo», ya que «al dolerle, hace el milagro pronto para que no repitan», o en Chiclana, en la Ermita que la corona, las mozas golpean con el tacón del zapato la campana si desean casarse, o en Granada hacen sonar la de la Torre de la Vela, en la fe de que la que lo haga emparejará en el año, o que en El Gastor (Cádiz) se cuelguen columpios de nogales, o de balcones, para balanceo de muchachas en sazón, a las que bamberas viejas testifican ante mozos rondadores, o se piense que si una moza logra el primer alfiler de una recién casada, será la protagonista de inmediato, puntualizando: casará antes que todas las que asistieron a la boda, o que el mismo favor se pida tañendo la campana de la Peña de Alajar, en la Sierra de Aracena, o que en el Andévalo (Huelva) se mida la cercanía del amor echando gotas de plomo a un recipiente con aceite, sabiendo distancias por la forma diálogo que adoptan los metales en el líquido, o que la mujer vaya al pozo, saque el primer agua y se mire, viéndose la cara clara o turbia, indicios que cree definitorios para el amor ese día, o que al acostarse casque un huevo en un plato y lo meta bajo la cama, siendo su aspecto a la mañana siguiente -flotante o deshecho-, el que decida en asuntos amorosos, o que un personaje antiguo al que memoran como «Pantasma», cuidara noviazgos asustando a la gente por las esquinas oscuras:

(«El amor es un niño
que cuando nace,
con poquito que coma
se satisface.

Pero en creciendo,
cuanto más le van dando,
más va queriendo.»)

así, por San Juan, en Alosno, donde se dice que los atunes navegan al revés en esa fecha, llegando mejor a la almadraba, o que el Sol baila en la mañana no sé que ritmo cósmico, o que la simiente de helecho florece ese día, o donde se produce el lenguaje de las plantas, -jara, haragana, hierba buena, su nombre lo canta, peral, te quiero más, adelfa, olvido-, que los mozos cortan y ponen en las ventanas, balcones, tejados de las mozas, estableciendo diálogo cuya respuesta se prolongará hasta el baile, plaza o futuro encuentro,

(«Ole ole
por donde vas a misa
ole ole que no te veo
ole ole por el empedraillo
ole ole que han hecho nuevo»).

se produce el milagro humano del Pino, árbol que día antes han ido a cortar al campo y que traen los más capaces sobre sus hombros, para más que bailarle, diría; adorarle,

(«En esta calle hay un pino
en el pino hay un tomate
en el tomate un espejo
donde se mira mi amante.

Estando bailando el pino,
eché la vista hacia un lado
y vi que estaba mi amante
un poco disimulado.

Yo le dije, amante mio,
qué disimulado estás,
estando bailando el pino
no me quisiste mirar»),

rememorando un tiempo arcaico, pagano, en el que la fertilidad era más importante que la cantidad, donde se invitaba a la tierra a ser generosa para con los mortales. Siempre anduve detrás de saber por qué pasa lo que pasa en los dentros del hombre. Una fiesta podría ser en nuestros días no más allá de una cáscara envolvente que nos impidiera palpar la chicha del fruto, a veces, para encontrarlo vacío, quedando esa piel como único vestigio inteligible. ¿Qué nos puede remover internamente ver que unos hombres van al campo, cortan un pino, lo clavan en el centro del pueblo para que éste lo adorne? Yo no sé si los primitivos «por qués» de este acto están en esos momentos en la mente de los que bailan: «No me pregunten qué hago aquí; sólo sé que estoy», o los seres humanos tenemos una reserva invisible, atemporal, a la que recurrimos a ciclos, la cosa es que, por San Juan, en Alosno y en muchos pueblos, se sacan -¿de dónde?- estas señas de identidad como ritos de reafirmación. El Dr. Feria Jaldón nos ilustra en un viejo escrito acerca de las palabras que el Dr. Van der Lew dijo: «En el mundo antiguo, la fecundidad era más potente y santa que la castidad. La salvación no revestía otra forma que el falo que la aportaba». Por ahí debe andar esta reminiscencia de nuestro Pino/pene, símbolo de lo fértil dentro del mundo rural; se pretendía estimular a la Naturaleza para que propiciara esa gran boda sagrada entre los elementos, esa sexualidad cósmica para beneficio común; ya digo, no sé si todo este meollo está o no dentro del círculo que provoca el mastro clavado en mitad del pueblo al que sus gentes cantan, bailan, adornan, como si el mundo girara alrededor de un eje, el único eje, el más antiguo, el de la fertilidad. Si sé que, a nuestra dimensión y memoria, era en la rueda humana, en comunión de Pino, donde se producían emparejamientos, baile hombre mujer, careo continuo propiciado por el estribillo letanía, la música, el ritmo constante, los diálogos mudos que tanto dicen, cumpliéndose una vez más por siempre la liturgia de los de a pie en esa cola de poema de Miguel Hernández:

«Beso que va a un porvenir
de muchachas y muchachos,
que no dejaran desiertos
ni las calles ni los campos».



SANJUANEANDO

GARRIDO PALACIOS, Manuel

Publicado en el año 1988 en la Revista de Folklore número 94.

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