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Suele existir, entre quienes investigamos o trabajamos en la Cultura tradicional, una tendencia, con frecuencia mal disimulada, al "salto histórico"" Si uno compara diacrónicamente costumbres, ritos o hábitos, suelen hallarse coincidencias o disimilitudes muy útiles para rastrear el proceso histórico de esos hechos. Sin embargo, sea para justificar la pretendida antigüedad de las cosas -que parece imprimir un sello de categoría superior-, sea porque los siglos intermedios están poco o insuficientemente estudiados uno se ve tentado a saltarse épocas dilatadas o, al menos, a pasar sobre ellas de puntillas para llegar al pretérito deseado. Es insostenible la tesis romántica del campesinado novecentista que no había salido de la Edad Media, por ejemplo; cierto que muchas de las fiestas y costumbres se establecieron en esa época y aun antes. Pero, ¿cómo entender que el uso continuado de las mismas no las haya hecho evolucionar, al menos en algún aspecto?
A lo largo de cada siglo (en ocasiones dos o tres veces por centuria), aparecen unos hitos de tipo social, económico, espiritual, etc., que marcan positiva o negativamente a un colectivo humano. Puede ser una guerra, un hallazgo técnico, el nacimiento de una idea religiosa, la lucha por una mejora en las condiciones de trabajo o cualquier otro aspecto ante el cual la vida monótona de una comunidad se conmueve decantándose las opiniones de sus habitantes a favor o en contra de esas ideas. ¿Cómo pensar que no haya cambiado el Carnaval desde los tiempos del Arcipreste de Hita) con la cantidad de prohibiciones y remozamientos que ha tenido que soportar a lo largo de su historia? Nadie niega que la fiesta sea la misma, igual que lo son una casa, un apero o una boda, pongamos por caso; pero no se pueden ignorar los pasos precisos que cada uno de ellos ha dado para llegar al momento actual.