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Revista de Folklore número

441



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Un acercamiento a la persistencia y evolución de la fábula «La cigarra y la hormiga»

DE LA FUENTE GONZALEZ, Miguel Ángel

Publicado en el año 2018 en la Revista de Folklore número 441 - sumario >



Considera Rodríguez Adrados (1979: 11) la fábula como «un género popular y tradicional, esencialmente abierto, que vive en infinitas variantes»[1]. Pues bien, la fábula «La cigarra y la hormiga», objeto de este estudio, evoluciona y persiste, fundamentalmente, en dos campos: las reelaboraciones literarias y las alusiones o aplicaciones (generalmente en ensayos).

Tales recreaciones de la fábula, partiendo de las versiones tradicionales, se prolongan, a partir del siglo xviii hasta nuestros días, tanto en verso como en prosa, sin excluir el chiste gráfico o la publicidad. Además puede comprobarse que la fábula de «La cigarra y la hormiga», a grandes rasgos, adopta cinco direcciones desde sus inicios hasta nuestros días, lo que se refleja, fundamentalmente, en las cinco soluciones o desenlaces diferentes, que clasificaremos dentro del esquema clásico de tesis, antítesis y síntesis, al que añadimos la visión neutra y la anti-sintética. Así podría, pues, esquematizarse la quíntuple tipología de nuestra fábula:

Lo comentamos brevemente:

A) Tesis: versión con desenlace negativo para la cigarra. Es la visión tradicional, en la que, más que aprobar o no la conducta de la hormiga, se resalta la holgazanería y la imprevisión de la cigarra, con sus consecuencias negativas.

B) Antítesis: solución negativa para la hormiga. La cigarra triunfa y la hormiga queda humillada. Según esta visión, realista y un tanto cínica, no siempre triunfa el trabajo —incluso el honesto— frente a la picardía y la astucia.

C) Síntesis: versiones donde la hormiga termina por compartir su alimento y la cigarra renuncia a su holgazanería; incluso, pueden llegar a conciliarse trabajo y arte (ocio), que se complementan en mutuo beneficio. Serán, sobre todo, versiones escolares.

D) Versión anti-síntesis: negativa tanto para la cigarra como para la hormiga. No hemos localizado ninguna de este tipo.

E) Neutra: desenlace que no es negativo ni para la cigarra ni para la hormiga.

Volviendo a la variabilidad de las fábulas, escribe García Gual (1978, 23): «La modificación del resultado, y de la moraleja, de una fábula mediante una nueva versión, con un afán consciente de corregir el sentido general, es un proceso muy repetido en la historia de la literatura»[2]. Lo cual puede comprobarse en las versiones antitéticas, sintéticas y neutrales que estudiaremos. Precisamente, García Gual pone como ejemplo de tales variaciones «El zorro y el cuervo» y «La cigarra y la hormiga», fábulas no del todo carentes de relación, como se verá.

Antes de comenzar con las versiones clásicas agonales, desfavorables para la hormiga (hasta ahora al menos, las más populares y divulgadas), es necesario ir aún más atrás, a las fábulas etiológicas, que precisamente nos presentan la visión contraria.

1. Las dos fábulas etiológicas

Las fábulas etiológicas, según Rodríguez Adrados (1979: 163), se caracterizan por que «representan una explicación de la realidad, no ejemplifican una conducta que hay que seguir», y «puede referirse a un solo personaje», cuyos rasgos físicos o conducta especiales se explican «por un don o un castigo de un dios, normalmente Zeus»; además, en estas fábulas no suele haber enfrentamiento (agón). Veremos las fábulas etiológicas que Esopo y Platón dedican a la hormiga y la cigarra respectivamente.

1.1. La fábula etiológica «La hormiga», de Esopo (s. vi a. C.), intenta justificar la existencia de esta especie y su conducta como castigo divino:

La hormiga de hoy antaño era un hombre que, dedicado a la agricultura, no le bastaba con su propio esfuerzo, al contrario, miraba con envidia a los demás y no dejaba de robar los frutos de sus vecinos. Zeus, indignado por su codicia, lo metamorfoseó en este animal que se llama hormiga. Pero aunque cambió de forma no mudó el carácter, hasta el punto que ahora, cuando marcha por los campos, va recogiendo el trigo y la cebada de los demás y la guarda para sí.

Moraleja: La fábula muestra que los perversos por naturaleza, aunque se los castigue duramente, no cambian de carácter[3].

En resumen, los vicios que caracterizan al agricultor castigado son la envidia, el robo y la codicia. Por otra parte, la condena a trabajar de forma obsesiva le privará del disfrute de placeres de la vida como la música, quizás el arte suprema, representada por la cigarra.

Desde otro ángulo un tanto diferente, según Pérez-Rioja, «en la antigua Grecia, los tesalios —creyéndose descendientes de este insecto— le rendían honores divinos», además de que los tenían por «un atributo de Ceres y se empleaban en las observaciones de los augures»[4].

1.2. La fábula etiológica de las cigarras, la encontramos en el «Fedro» de Platón (h. 428 a. C.-347 a. C.) y, en palabras de Rodríguez Adrados (1979, 163 y 175), trata «del origen de la cigarra y del hecho de que pasen la vida cantando sin comer ni beber», además de explicar «la manera de ser de los hombres consagrados a las Musas». Reproducimos la versión de Platón:

Se cuenta que, en otros tiempos, las cigarras eran hombres de esos que existieron antes de las Musas, pero que, al nacer estas y aparecer el canto, algunos de ellos quedaron embelesados de gozo hasta tal punto que se pusieron a cantar sin acordarse de comer ni beber, y en ese olvido se murieron. De ellos se originó después la raza de las cigarras, que recibieron de las Musas ese don de no necesitar alimento alguno desde que nacen y, sin comer ni beber, no dejan de cantar hasta que mueren y, después de esto, el de ir a las Musas a anunciarles quién de los de aquí abajo honra a cada una de ellas[5].

A ello hay que añadir un dato importante y complementario, que también proporciona Platón (1986, 372), el canto de las cigarras será también «el don que han recibido de los dioses para dárselo a los hombres».

En resumen: los hombres seducidos por la música mueren por olvidarse de comer, pero reciben el premio de la inmortalidad, ser mensajeros de las musas y portadores de un don para disfrute de los humanos. Sin embargo, Pérez-Rioja (1984, 128) nos da otra visión un tanto diferente:

Anacreonte y otros líricos griegos aluden con frecuencia a la cigarra, la cual estaba consagrada al dios Apolo y simbolizaba —en oposición al cisne— a los malos poetas y cantores. Refería una fábula que las Musas, compadecidas de los malos poetas, los habían transformado en cigarras.

Por consiguiente, tanto los hombres seducidos por la música como los malos poetas y cantores tendrían el mismo destino. Además, nos recuerda que «Cantar como una cigarra se dice del que canta mucho y mal» (Pérez-Rioja 1984, 128).

Sin embargo, y quizás por influjo de Anacreonte y los tesalios —o de las paradojas de la humana condición—, las fábulas etiológicas no solo se olvidan, sino que, en la práctica, se dan la vuelta en las fábulas agonales, de mayor difusión, donde el personaje imitable parece ser la hormiga avariciosa, castigada por Zeus, mientras la cigarra, premiada por las musas, llevará el sambenito de vaga e imprevisora.

Hay, además, dos datos contrarios a la experiencia: la hormiga no es un animal precisamente individualista, sino un miembro más del hormiguero que trabaja en beneficio del conjunto (o sea, debería ser modelo de colaboración, aunque no fuera del hormiguero, como se verá). Por su parte, la cigarra (que, según la fábula etiológica, olvidó su necesidad de comer) no debería plantearse suplicar comida a nadie.

2. Las fábulas agonales

Rodríguez Adrados (1979, 49) define las fábulas agonales como aquellas en que «hay realmente un enfrentamiento [agón], de palabras o acción o ambas cosas a la vez, entre los protagonistas»; por tanto, en oposición a las fábulas etiológicas, presentan «el agon o enfrentamiento de dos animales o de un animal y un hombre […], del cual se deduce o una explicación o una parénesis [enseñanza], aunque también, a veces, una lamentación o un sarcasmo» (Rodríguez Adrados 1979, 164).

Dentro de las fábulas agonales, Rodríguez Adrados (1979, 192-193) establece siete tipos. El nº 4 (representado por «El cuervo y la zorra») plantea la situación de «alguien que se jacta de lo que no tiene y es replicado con sarcasmo, pero no está presente el rey o poderoso». Y, dentro del subtipo o variante que «no hay que jactarse demasiado pronto del triunfo», menciona «La hormiga y el escarabajo» y «La hormiga y la cigarra».

Sin embargo, «La cigarra y la hormiga» también podría relacionarse con el tipo 6 (representado por «La zorra y el erizo»), fábulas de debate, en las que se «se trata de elucidar [verbalmente o en función de unos resultados] las ventajas e inconvenientes de dos posiciones o de dos animales o dos plantas» (Rodríguez Adrados 1979, 194) Las dos posiciones, obviamente, serían el trabajo recolector de la hormiga, y el canto, materialmente improductivo, de la cigarra.

Pues bien, para estudiar las versiones agonales (negativas para la cigarra), hemos elaborado una lista de funciones o componentes que pueden presentarse o no en las diversas versiones, y pueden manifestarse de formas variadas e incluso opuestas. Estos componentes o funciones los distribuiremos en los tres momentos básicos de la fábula: situación inicial (o contextualización), el diálogo y el cierre. Vamos a verlos.

I) Situación inicial

.F1.- Referencia a la actividad previa de la cigarra o de la hormiga.

.F2.- Ataque verbal de la cigarra a la hormiga.

.F3.- Existencia de vecindad entre ambas.

II) Diálogo

.F4.- Petición de trigo incitando a la compasión por parte de la cigarra.

.F5.- Mención de la abundancia del grano almacenado por la hormiga.

.F6.- Petición del grano como préstamo.

.F7.- Respuesta a la pregunta por la actividad veraniega de la cigarra: función del canto de la cigarra libre / altruista.

.F8.- Negación y acción significativa.

.F9.- Réplica de la hormiga: crítica / sarcasmo.

III) Cierre

.F10.- La moraleja.

Comentaremos brevemente en qué consiste cada función o componente y su repercusión en la dinámica narrativa de la fábula.

Con respecto al la mención de las actividad previa de las protagonistas (F.1), en las diversas versiones solo se cita una de las dos; y, por tratarse del inicio del texto, se centraría la atención en el insecto mencionado.

El ataque verbal de la cigarra (F.2) importa porque podría justificar o explicar la negativa de la hormiga a socorrerla y la burla final. Sin embargo, curiosamente, tal ataque solo aparece, además de en el cuento Dalmau, en la fábula de Esopo, donde no hay propiamente una burla, sino cierta crítica. Por el contrario, las restantes fábulas estudiadas terminan con el consabido sarcasmo, aunque no se mencionan ataques previos. Por tanto, los motivos habría que buscarlos en los pensamientos e intereses de la hormiga.

La mención de la vecindad (F.3) podría acentuar la crueldad de la negativa: no es lo mismo negar un favor a un conocido que a un extraño. Sin embargo, ya se sabe que, por lógica, la envidia y las desavenencias abundan entre las personas cercanas.

Los recursos utilizados por la cigarra para justificar su petición y conseguir su propósito pueden ser tres: incitando a la compasión (F.4), destacando la abundancia de grano almacenado (F.5) o pidiéndolo como préstamo (F.6). Solo Samaniego utiliza los tres. La fuerza de la argumentación también podría acentuar lo injustificado de la negativa (si no existe rencor por los ataques previos de la cigarra, o es muestra de la picardía de la cigarra).

Importa mucho la función del canto de la cigarra (F.7), que podría adoptar dos modalidades: libre o altruista (beneficioso para los demás).

La negativa a compartir el grano (F.8) no suele ser explícita, aunque a veces se materializa en la acción de guardarlo u ocultar la llave del granero (la aceptación a compartir solo se da en las versiones sintéticas). Por otra parte, la respuesta de la hormiga a la petición (F.9) puede tener la forma de una crítica a la conducta irresponsable (solo en Esopo) o, más común, un sarcasmo.

En cuanto a la moraleja (F.10), explícitamente solo aparece en la versión de Esopo, lo que no quita que sea consustancial a la fábula, ya que, según la definición de García Gual (1978, 11), «la fábula es propiamente la puesta en acción de una moraleja por medio de la ficción; o, incluso, una instrucción moral que se cubre del velo de la alegoría».

Sin embargo, en el caso de nuestra fábula, la moraleja es implícita y no fácil de concretar. Ya Rousseau (1995, 144) advertía sobre la ambivalencia de algunas fábulas y su peligro para los lectores infantiles, que, «en situación de aplicarlas, casi siempre hacen lo contrario de la intención del autor y que, en vez de vigilarse sobre el defecto del que se les quieres curar o preservar, se inclinan a amar el vicio con que se saca partido de los defectos de otro»[6]. Y refiriéndose a la de «La cigarra y la hormiga», advierte:

Creéis darle la cigarra por ejemplo; nada de eso: elegirán la hormiga. A nadie le gusta humillarse: siempre adoptarán el papel bueno; es lo que elige el amor propio, y es una elección muy natural. Y ¡qué horrible lección para la infancia! El más odioso de todos los monstruos sería un niño avaro y duro que supiese lo que se le pide y él niega. La hormiga hace más todavía: le enseña a burlarse de sus negativas (Rousseau 1995, 144).

Quizás el origen de esa dificultad para establecer una moraleja se encuentre en que sus protagonistas tienen tanto su lado positivo como su lado negativo, y sucedería algo similar a lo que pasa con las oraciones negativas, que resultan más difíciles de procesar que las positivas, ya que toda negación remite a una afirmación previa.

Después de este repaso de los componentes, ya podemos centrarnos en las versiones que podríamos clasificar como «clásicas», concretamente las de Esopo, Babrio, La Fontaine, Samaniego y un cuento moderno, versiones todas donde la cigarra es la perjudicada, como ya se dijo.

2.1. Y tenemos que comenzar no con la cigarra, sino con el escarabajo, pues «La hormiga y el escarabajo», de Esopo (1978, 92), la protagoniza tal insecto, que no canta:

En el verano, una hormiga que iba por el campo recogía granos de trigo y cebada, que almacenaba como alimento para el invierno. Un escarabajo se asombró de verla trabajar tanto, pues se agotaba cuando los demás animales, dejando a un lado los trabajos, se entregaban al descanso.

La hormiga, por el momento, guardaba silencio, pero más tarde, cuando llegó el invierno y la lluvia empapó el estiércol, el escarabajo, hambriento, fue a pedirle que le diera algo de comida. Y la hormiga le dijo: «Escarabajo, si hubieras trabajado entonces, cuando te metías conmigo porque me esforzaba, no te faltaría ahora comida».

Así, los que durante el tiempo de abundancia no se preocupan del futuro caen en la mayor miseria cuando las circunstancias cambian.

La fábula comienza aludiendo a la actividad de la hormiga (F.1). Con respecto al ataque del escarabajo (F.2), la cosa no queda demasiado clara: se menciona el «asombro» del escarabajo al ver que la hormiga es el único animal que trabaja (los otros descansan); sin embargo, más tarde la hormiga le reprocha «haberse metido» con ella. Por otra parte, no hay ninguna argumentación en la petición ni se especifica la función del canto, no pertinente en el caso de un escarabajo.

En cuanto a la reacción ante la petición del escarabajo (F.9), la hormiga no utiliza el que será socorrido sarcasmo («burla sangrienta, ironía mordaz y cruel con que se ofende o maltrata a alguien o algo», según el Diccionario de la RAE en la Red), y eso que el ataque parece bastante probable, sino que más bien reprende a la cigarra («corregir, amonestar a alguien vituperando o desaprobando lo que ha dicho o hecho» Diccionario RAE, en la Red). Por ello, porque no hay una negativa expresa a compartir ni hay una burla final, la reacción de la hormiga es muy diferente a la que veremos en las otras fábulas. Además, recordemos, esta es la única versión en la que hay una moraleja explícita (F.10), que se refiere a la imprevisión.

En conclusión, la fábula de Esopo, comparada con las otras que estudiaremos, tiene tres importantes diferencias: cuenta con un escarabajo (no una cigarra) y, aunque existe ataque verbal previo, la respuesta no es una burla, además de contar con una moraleja.

2.2. La fábula «La cigarra y la hormiga», de Babrio (s. II a. C.), se corresponde con la de Esopo que acabamos de ver; y dice así:

En el invierno una hormiga sacaba a airear de su hormiguero el grano que había amontonado durante el verano. Una cigarra hambrienta le suplicaba que le diese algo de comida para seguir viviendo. «¿Qué hacías tú el verano pasado?», preguntó la hormiga. «No estuve haraganeando —dijo la cigarra—, sino ocupada todo el tiempo en cantar». Riéndose la hormiga y guardando el grano dijo: «Pues baila en invierno ya que en verano tocaste la flauta» (en Esopo 1978, 379-381).

Comienza la fábula mencionando las actividades de la hormiga (F.1). La cigarra, para conseguir su propósito, intenta provocar la compasión (F.4): «suplicaba que le diese algo de comida para seguir viviendo».

Con la sustitución del escarabajo de Esopo por la cigarra cantarina, entra en juego el importante factor del canto, don destinado a los hombres; sin embargo, la función del canto (F.7) de la cigarra es aquí libre (no altruista): «ocupada todo el tiempo en cantar».

La hormiga no justifica su negativa, sino que se burla (F.9): «Pues baila en invierno…». Y este parece el origen del sarcasmo que se perpetúa en las restantes versiones (La Fontaine, Samaniego y el cuento Dalmau). Como no se mencionan ataques previos por parte de la cigarra, la causa de la negativa habría que buscarla en la avaricia o la envidia no confesada de la hormiga, por ejemplo.

Al final, hay risa y acción significativa (F.8): «Riéndose la hormiga y guardando el grano», mientras suelta el sarcasmo (F.9): «Pues baila…». En cuanto a finales con burla o escarnio, afirma Rodríguez Adrados 1979, 178 y 179) que suelen darse especialmente cuando la víctima «debe su desgracia a su propia tontería», aunque aquí, como sucede en las fábulas de otros tipos, no termina con «el lamento del débil vencido».

A propósito de la risa, recordemos la función agresiva del humor, que Francia y Fernández comentan así: «Destruir al adversario desde el humor tiene la doble maldad de destruir y de utilizar un elemento tan bueno para fines tan perversos»[7]. Los mismos autores estudian los múltiples beneficios del humor y la risa: psicológicos, fisiológicos, intelectuales, pedagógicos, terapéuticos, etc. Sin embargo, la burla resulta muy humillante y destructiva.

Por último, no existe una moraleja explícita o epimitio (F.10). Según Rodríguez Adrados (1979, 38-39), de los prólogos de Babrio se deduce que considera a la fábula, «más que otra cosa, como un ejercicio literario, un grato pasatiempo: el hecho de que deje algunas fábulas sin epimitio confirma este punto de vista, último estadio de una evolución que alejaba al género de su sentido natural [o tradicional]».

2.3. Y damos un gran salto para llegar a «La cigarra y la hormiga» de La Fontaine (1621-1695), autor de patente influjo literario, y no solo en nuestro Samaniego. Veamos su versión de la fábula:

Cantó la cigarra el verano entero, y al llegar el frío se encontró sin nada: ni una mosca, ni un gusano. Fuese a llorar su hambre a la hormiga su vecina pidiéndole para vivir que la prestara grano hasta la estación venidera:

—Te pagaré —le dijo—, antes de la cosecha, la deuda con sus réditos; a fe mía.

Mas la hormiga no es banquera, al fin, su menor defecto.

—¿Qué hacías tú cuando el tiempo era cálido? —preguntó a la necesitada.

—Cantaba noche y día libremente.

—¿Con que cantabas? ¡Me gusta tu frescura! Pues baila ahora, amiga mía [8].

La fábula comienza refiriéndose a la actividad de la cigarra (F.1) y se menciona la vecindad (F.3) de ambos insectos. La cigarra utiliza la compasión (F.4): «Fuese a llorar…» y el argumento del préstamo «hasta la estación venidera» (F.6).

Y hay que recordar aquí la fábula «El cuervo y la zorra», donde la habilidad para convencer de la zorra resulta en beneficio propio y en perjuicio del cuervo. En cuanto al posible préstamo, teniendo en cuenta la naturaleza de la cigarra (no de recolectora precisamente), podría considerarse una burda mentira, pues, según Rodríguez Adrados (1979, 372), «si el fuerte aplica su poder sin escrúpulos, también aplica su ingenio sin escrúpulos el débil astuto»; además, en el mundo de las fábulas se considera imposible que la naturaleza cambie, pues «solo en un mundo al revés el tonto dejaría de ser tonto». Iría, pues, contra su propia naturaleza si la cigarra se dedicara a recolectar grano para pagar el préstamo. Por otra parte, Pérez-Rioja (1984, 128) nos recuerda que «hablar como una cigarra es frase corriente con la que se moteja a los charlatanes».

En cuanto a la función del canto (F.7), también aquí es libre y, al final, la hormiga responde con el consabido sarcasmo (F.9): «Pues baila ahora…».

2.4. Aunque Samaniego (1745-1801) afirma, en su fábula-dedicatoria, seguir a Esopo («pues escuchad a Esopo, mis jóvenes amados»[9]), y recoge en sus fábulas la etiológica de «La hormiga» de Esopo, con título similar, y en una versión prácticamente calcada (Samaniego 1998, 177-178), su verdadero modelo para «La cigarra y la hormiga» parece más bien La Fontaine. Por otra parte, la versión de Samaniego es más extensa que las tres anteriores, por lo que no la reproduciremos íntegramente, sino que combinaremos resúmenes y citas.

La fábula comienza mencionando a la cigarra que se pasó el verano cantando (F.1) y, llegado el invierno, recurre a su vecina (F.3). Y pasamos a la extensa y tentadora petición:

... y con mil expresiones

de atención y respeto

la dijo: «Doña Hormiga,

pues que en vuestro granero

sobran las provisiones

para vuestro alimento,

prestad alguna cosa

con que viva el invierno

esta triste cigarra,

que alegre en otro tiempo

nunca conoció el daño

nunca supo temerlo.

No dudéis en prestarme,

que fielmente prometo

pagaros con ganancias

por el nombre que tengo»

(Samaniego 1998, 55).

Por tanto, la hormiga utiliza, zalamera, los tres recursos en su argumentación: la compasión (F.4) («esta triste cigarra, que alegre en otro tiempo…»); la abundancia de grano (F.5) y el recurso al préstamo (F 6). Tal catarata de palabras y argumentos nos recuerda a la zorra ante el cuervo. Sin embargo, la hormiga no transige; y, al respecto, tenemos dos momentos. El primero es la negativa:

La codiciosa hormiga

respondió con denuedo

ocultando a la espalda

las llaves del granero:

«¡Yo prestar lo que gano

con un trabajo inmenso!...»

(Samaniego 1998, 55).

Tenemos, por tanto, la negativa verbal a compartir (F.8), formulada en una pregunta retórica («¡Yo prestar lo que gano…!»), a la que acompaña la acción de ocultar las llaves del granero. El segundo momento coincide con el final de la fábula:

«Dime, pues, holgazana,

¿qué has hecho en el buen tiempo

«Yo, dijo la Cigarra,

a todo pasajero

cantaba alegremente

sin cesar un momento».

«Hola, ¿con que cantabas

cuando yo estaba al remo?

Pues ahora que yo como,

baila pese a tu cuerpo»

(Samaniego 1998, 55-56).

Aquí, a la pregunta por la actividad veraniega de la cigarra, la respuesta apela a la función altruista del canto (F.7): «a todo pasajero cantaba», cumpliendo con el objetivo del don recibido de las musas. Sin embargo, la hormiga desprecia tal argumento y, a pesar de que tampoco existió un ataque previo de la cigarra, consuma su segunda negativa con el consabido sarcasmo (F.9).

Podría explicar tal negativa la envidia de la hormiga y la afrenta que para ella podría suponer el simple hecho de que otro insecto (además holgazán) intente, aunque sea mendigando, privarle de alguno de sus bienes. Su agresividad y celo por sus posesiones puede llegar a extremos como los narrados en una fabulilla incrustada (caso infrecuente) en «La pava y la hormiga», también de Samaniego:

Un gusano roía

un grano de centeno;

viéronle las Hormigas:

¡Qué gritos! ¡Qué aspavientos!

«Aquí fue Troya —dicen—.

Muere, pícaro, perro».

Y ellas ¿qué hacían? Nada:

robar todo el granero

(Samaniego 1998, 162).

Mientras que las hormigas no caen en la cuenta de que su granero todo es producto de la desaforada rapiña, ven y reaccionan violentamente ante el pequeño robo del gusano (la paja en el ojo ajeno). Recordemos que también Samaniego incluye en sus fábulas, la etiológica de las hormigas, donde se destaca su inmutable naturaleza cleptómana.

2.5. La que llamaremos versión Dalmau (edición sin autor, fecha ni registro oficial) mantiene el título tradicional de «La cigarra y la hormiga», y está escrita en prosa. Además, se nota su mayor interés por adaptarse al lector infantil moderno, como se comprueba no solo por estar incluida en la Colección Cuentos de la Abuela de la editorial (Dalmau Carles Pla), sino también por sus abundantes ilustraciones (una por cada una de sus 16 páginas), su pequeño formato (17x12 cm.) y ciertas características literarias que comentaremos. Parece ser una reedición de alguna versión decimonónica, pues se utiliza vos en vez de tú. De todas formas, se trata de una adaptación bastante libre de la fábula de Samaniego, que cuenta con innovaciones y detalles interesantes, ausentes de las versiones en verso vistas. Su final, sin embargo, sigue siendo negativo para la cigarra.

Como esta versión es bastante extensa, resumiremos y seleccionaremos para las citas aquello que consideremos pertinentes para nuestro análisis.

En cuanto a la situación inicial, comienza la fábula con la caracterización de la cigarra (F.1), y la alusión a la vecindad (F.2). La amplia y detallada caracterización de la cigarra es triple: holgazana, ladrona e imprevisora. La holgazanería y la imprevisión se destacan ya desde el párrafo inicial:

Érase una vez, una cigarra muy holgazana, la [más holgazana] de todas las cigarras conocidas; apenas hubo nacido, concibió para ella la feliz idea de vivir lo más regaladamente posible, tratándose a cuerpo de rey, sin trabajar jamás, sin acordarse nunca del mañana, sin quebraderos de cabeza ni preocupaciones, cual si la única misión de los animalitos fuese comer, dormir y divertirse[10].

Como holgazana que es, desea un lecho confortable que piensa utilizar no solo para dormir, sino también para descansar mientras toca la guitarra e, incluso, para comer tumbada. Así que se dirige al gran almacén de la araña para comprar una hamaca. Pero la hamaca cuestas «veintidós moscas» (Dalmau, s. f., 6), y la cigarra, en contra de su naturaleza (insólito en el mundo de la fábula, donde la naturaleza es determinista), tendrá que dedicar unas cuantas horas a cazarlas: «Fue la primera vez que trabajó en su vida, y le supo tan mal que se hizo el firme propósito de no repetir la suerte» (Dalmau, s. f., 6). Claro que también, en algún momento del día, tendrá que robar la comida, lo que no le resultará excesivamente trabajoso.

En segundo lugar, la cigarra se caracteriza por ser una ladrona. Para comer sin tener que trabajar, la solución es el robo (y en esto se asemejaría a la hormiga, ladrona también según la fábula etiológica). Su plan fantástico era este: «Los campos eran como una gran despensa provista de toda clase de alimentos; solo hacía falta ser un poco atrevida y correr el riesgo de que la pegaran un palo si la pillaban llenándose el estómago a cuenta de los demás» (Dalmau, s. f., 2). Ante tales afirmaciones, el lector debería pensar en granos y semillas; sin embargo, nos sorprenden tres ilustraciones donde se representa la cigarra cargada o alimentándose de jamón, chorizos, morcillas, latas de conservas e incluso vino, todo producto de sus insólitos robos, pues, contra toda lógica, resulta, que los campesinos del cuento «no guardan la comida en la alacena» (Dalmau, s. f., 2). Es de suponer que el texto no se refería a embutidos, sino al tradicional trigo de la fábula.

No deja de ser curioso que, en ciertas ediciones infantiles españolas no demasiado lejanas, se produzca el desajuste entre texto e imagen, unas veces más obvio que otras (lo hemos constatado en algunos estudios), lo que hoy, con ediciones infantiles más cuidadas, resulta más difícil de encontrar.

En cuanto a su imprevisión (el tercer defecto de la cigarra), la hormiga trata de aleccionarla, en un gesto que la honra, cuando aquella le echa en cara que solo piense en trabajar:

—Pienso en el porvenir, hermana. ¿Qué diríais vos si mañana os faltaran la comida y el cobijo?

—¡Que me quiten lo bailado! Eso es lo que diría. Pero ¿quién piensa en mañana? Solo los tontos como vos (Dalmau, s. f., 12).

Su imprevisión la lleva al autoengaño. Así, cuando el invierno está comenzando, cuando la hormiga, ya con la despensa repleta, acondicione la casa como refugio para los rigores próximos, «todavía le causaba risa [a la cigarra], sobre todo al medio día, cuando, por calentar aún el sol, creía que aquello era pasajero» (Dalmau, s. f., 14), atinada observación psicológica.

Abundan los ataques previos de la cigarra (F.3), y se manifiestan no solo con palabras, sino también con risas. Así, la hormiga, solo interrumpe su música y su descanso «para comer, dormir y burlarse de la laboriosidad de su vecina» (Dalmau, s. f., 12).

Al respecto, se narra un episodio interesante y original. La cigarra, cuando ve a su vecina dispuesta a desayunar, tiene la costumbre de aprovechar la ocasión para invitarse, aunque acabe despreciando la comida que ésta cortésmente le ofrece:

—Buenos días, hermana. ¿Tampoco convidáis hoy?

—Si gustáis

—¡Bah! ¡Pan y queso como todos los días! Mi paladar no se ha hecho para manjares tan groseros. Ya encontraré luego por ahí algo más sabroso y apetecible (Dalmau s. f., 10-11).

En otra ocasión, la cigarra humilla a la hormiga como persona inculta y carente de gustos refinados:

—¿Qué me decís de mi música, hermana?

—Un poco monótona me parece, hermana.

—¡Bah! Vos no entendéis de eso. Sólo pensáis en trabajar y, como la miel no se hizo para boca de asno, no os agradan las bellas artes (Dalmau s. f., 12).

A pesar de la detallada y morosa narración, las funciones finales del relato se desarrollan casi con la misma celeridad de las fábulas clásicas. La cigarra se presenta a la puerta de la casa de la hormiga, implorando compasión (F.4): «¡Que me muero!, ¡que me muero de hambre y de frío!» (Dalmau, s. f., 15). Y a la consabida pregunta por su actividad en el verano, la respuesta menciona la función libre de su canto (F.7): «Cantaba alegremente sin cesar ni un momento»; se trata de una cita literal de la fábula de Samaniego; aunque en algún momento anterior se reconoce cierto altruismo, pues «amenizaba el trabajo de la hormiga y su propia holgazanería con interminables conciertos» (Dalmau, s. f., 12).

La réplica de la hormiga es copia casi literal del sarcasmo de Samaniego (F.9): «¡Hola! ¿Con que cantabas cuando yo andaba al remo? Pues ahora que yo como y tengo refugio, baila tú, pese a tu cuerpo» (Dalmau, s. f., 15-16).

Como las fábulas ya vistas, esta también carece de moraleja explícita, aunque, como texto interesado por la infancia que es, aprovecha las ocasiones que se le presentan para subrayar actividades y modos dignos de imitar: «La más laboriosa de las hormigas, una hormiguita para la cual el día no tenía horas suficientes, pues no le bastaban para sus muchos quehaceres que se había impuesto» (Dalmau, s. f., 7-8).

Además de su laboriosidad, se menciona lo referente a su aseo diario: se lava por las mañanas «sin miedo al agua» (fría, claro, y odiada en aquella época por los niños); el vestido («su batita y delantal que deslumbraban de limpios»); y los buenos modales en la mesa: desayuna «poniendo mucho cuidado en no ensuciarse y recogiendo las cortezas del queso y las migajas de pan en su delantal» (Dalmau, s. f., 9 y 10). Su laboriosidad y previsión se detalla, por ejemplo, en la elaboración de conservas; así, una de sus actividades es cazar «pequeñísimas cucarachas, que abiertas en canal y convenientemente adobadas, guardaba cuidadosamente en botellas» (Dalmau, s. f., 12).

Como resumen y comparando esta versión con las hasta aquí vistas, podemos recordar las diferencias más importantes en comparación con las otras versiones:

La versión Dalmau recalca los defectos de la cigarra (holgazana, ladrona e imprevisora), además de su agresividad verbal y ataques (solo registrados en la versión de Esopo), que luego podrán justificar y explicar, de algún modo, la negativa y el sarcasmo final de la hormiga.

Tienen un extenso y original desarrollo la parte inicial y central de la fábula.

Su adaptación al público infantil es mucho mayor, y se manifiesta en el lenguaje, las ilustraciones, su ejemplaridad y humor, entre otros.

Y, antes de seguir en nuestro estudio, hacemos un alto para recapitular los paralelismos de las tres fábulas vistas (Babrio, La Fontaine y Samaniego) y el cuento Dalmau (exceptuamos a Esopo). Y constatamos que las cuatro versiones mencionadas solo coinciden en dos funciones o componentes: el argumento de la compasión utilizado por la cigarra (F.4), y el sarcasmo final de la hormiga (F.9). Para comprobarlo, y para tener una visión de conjunto de las fábulas agonales, se pueden consultar los gráficos:

3. Citas y alusiones: otras formas de persistencia de la fábula

Además de las reelaboraciones literaria vistas, «La cigarra y la hormiga», en su versión desfavorable a la cigarra, se cita oportunamente y se aplica a circunstancias que se consideren adecuadas. Así, pueden encontrarse referencias ocasionalmente en diversos textos con desarrollo, extensión y aplicaciones muy variados. Citaremos solo tres, aunque sin duda su abundancia podría dar lugar a más de un estudio.

En la primera cita, y en consonancia con el gran interés actual por los asuntos económicos, la fábula se aplica a los países ricos en recursos cuya economía, sin embargo, no acaba precisamente boyante. Así, en «Las fábulas de La Fontaine nos enseñan economía», la venezolana Karelys Abarca menciona nuestra fábula:

Hay países con muchos recursos naturales, que explotan sin ahorrar para el futuro, dilapidando sus ingresos, tal como la cigarra. Cuando sobreviene la crisis, estos mismos países que no planifican su economía y se gastan todo sin ahorrar, no les queda más que rogar, pedir prestado y endeudarse con aquellos países ricos y mezquinos, como la hormiga[11].

Por su parte, Juan Velarde se refiere a la economía española, en su artículo «La cigarra española ¿ha cantado ocho años?». Así termina:

Se nos empieza a calificar, con portugueses, griegos e italianos, como «las cigarras del Sur». Para España, concretamente por su política económica de todo va muy bien y de no preocupar con exigencias fatigosas, como en cambio hacía la hormiga alemana. Quizá sea esto aún más despectivo que incluirnos en el grupo de los PIGS[12].

En relación con el mundo escolar, en el artículo «Complejo de cigarra», Silvia Cófreces se refiere a la imprevisión estudiantil que lo deja todo para la víspera de los exámenes, y afirma que «no estudiar hasta el último momento no es de zánganos, es una dura patología»[13].

4. Simbología de la hormiga y la cigarra

Como ya hemos visto, a las fábulas etiológicas de la cigarra y de la hormiga se les da la vuelta en las fábulas agonales, donde la hormiga avariciosa quedará en mejor puesto que la cigarra, premiada por las Musas. Y, más o menos, tal enfoque es el que predomina en la simbología occidental con respecto a las protagonistas de nuestra fábula.

4.1. La visión positiva de la hormiga es común a nuestra cultura. En la tradición judeo-cristiana, San Clemente de Alejandría, a partir de Prov. 6,6, escribe: «También está dicho: ve a ver a la hormiga, perezoso, y procura ser más prudente que ella. Pues la hormiga, en la cosecha, almacena un alimento abundante y variado para hacer frente a la amenaza del invierno»[14], según recogemos de Chevalier y Gheerbrant. Por otra parte, en nuestro idioma, como nos recuerda Pérez-Rioja (1984, 245), «hormiga u hormiguita se dice, en lenguaje popular, de la persona previsora, moderada y ahorrativa». Por ejemplo, recordando la labor del modisto turolense Pertegaz, Pedro Mansilla escribe: «Era un trabajador incansable y una hormiguita con el dinero, así que trabajó y ahorró toda su vida, prácticamente hasta que la dama de negro lo cogió probando a una de sus fieles clientas»[15].

Sin embargo, sobre la hormiga también se proyectan sombras. Así, en palabras de Chevalier y Gheerbrant (1999, 576), «la hormiga es un símbolo de la actividad industriosa, de la vida organizada en sociedad, de previsión, que La Fontaine eleva hasta el egoísmo y la avaricia», mientras que el budismo tibetano la considera «símbolo de vida industriosa y excesiva dependencia de los bienes de este mundo».

4.2. En cuanto a la cigarra, según Pérez-Rioja (1984, 128), «a partir de La Fontaine, la cigarra ha sido para los fabulistas, en oposición a la hormiga, el símbolo de la pereza y de la inconsciente imprevisión». Y, según Chevalier y Gheerbrant (1999, 290), se la considera «imagen de la negligencia y la imprevisión», además de que «ha llegado a constituir el atributo de los malos poetas, cuya inspiración es intermitente».

En la fábula «El buey y la cigarra», de Iriarte[16], ésta simboliza a quien no hace nada, pero se dedica a criticar las faltas de los que trabajaban, como el buey, que incurre en un pequeño descuido mientras está arando.

5. Las versiones antitéticas

En algún momento, tenía que llegar la reacción a la creencia tan extendida y aceptada de que siempre el trabajo, especialmente el honrado, tiene su recompensa. La realidad es más compleja que la visión simplista de la inocente cigarra y la malvada hormiga. Así, por ejemplo, Miguel Martín afirmaba que ninguna de las fábulas que recordaba tenía vigencia, y se refería así a la nuestra:

Las laboriosas hormiguitas, que trabajan día y noche para llegar a fin de mes, son el hazmerreír de las cantarinas cigarras que perciben el subsidio de paro sin dar golpe o forman conjuntos [musicales] que contratan los ayuntamientos a peso de oro con el IRTP de los pobres himenópteros[17].

En consecuencia, el mismo autor clama por la aparición de fabulistas que dieran la vuelta a las fábulas clásicas con una visión totalmente diferente:

Es preciso que surjan fabulistas modernos que ensalcen las ventajas de los intermediarios sobre los honrados trabajadores, del cinismo y la mentira bien arropados sobre la verdad desnuda, de la codicia desmedida sobre la honorable moderación, del exceso sobre la mesura, y de cuantas «desvirtudes», en fin, contribuyen al triunfo en la Sociedad macroeconómica y micromoral que nos hemos procurado (Martín 1999, 7).

Por su parte, Sergio del Molino (2018, 14), en un artículo de título muy significativo, «Una sociedad infantilizada»[18], arremete contra la actual sociedad, donde parecería que «espectadores y lectores hubiesen perdido la capacidad de juzgar o de enfrentarse a las paradojas y a los dilemas», pues está claro que «la hormiga no siempre vence a la cigarra y Caperucita puede ser una psicópata». Y es que, según el mismo autor, la misión del arte «es precisamente incomodar, sembrar dudas, hacer que el receptor se cuestione su propia vida y actitud».

Pero no sólo a través de la literatura le llegan ataques a la materialista hormiga, también desde las atalayas financieras se pregona la ineficacia del ahorro. Así, en un artículo titulado «Ya no ahorran ni las hormigas», José María García-Hoz (2006: 6), después de resumir la visión clásica de la fábula, arguye: «Pero al día de la fecha, y para desgracia de los ahorradores hormiguitas, guardar el dinero excedente en un banco o en un fondo de dinero es un dispendio que puede acabar con el patrimonio del ahorrador»[19].

Por tanto, surgirán las versiones antitéticas, en las que, como se dijo, la perjudicada será la hormiga de muy diversas maneras y en muy variadas circunstancias. Se trata de versiones más modernas y a las cuales normalmente no merece la pena aplicar el esquema de análisis que hemos utilizado con las fábulas agonales. Nos detendremos en cinco versiones, de los autores Bierce (dos), Pérez-Reverte, Istóchinka y una tira de viñetas de Max.

5.1. Comenzaremos con «El saltamontes y la hormiga», de Ambrose Bierce (Ohio, 1842-México 19…), que podemos considerar como una fábula de transición de las agonales clásicas a las antitéticas. Aquí la cigarra ha sido reemplazada por el saltamontes (adaptación al contexto geográfico del autor, o problema de traducción del inglés). Dice así:

Un día de frío invierno un Saltamontes famélico le pidió a una Hormiga parte de la comida que ella y sus compañeras habían almacenado.

—Si no estuvieras todo el día cantando, tendrías tiempo para almacenar tu propia comida —le dijo la Hormiga enfadada.

—Eso precisamente es lo que hice —contestó el Saltamontes—, pero vosotras, compañeras, entrasteis y me dejasteis sin nada[20].

El saltamontes acusa a las hormigas de ladronas (algo que ya venía de la fábula etiológica); sin embargo, todo queda en una simple acusación, y no prosigue con un mayor descrédito o humillación de las hormigas, como sucederá en otras fábulas antitéticas. Por ello, la consideramos una fábula de transición.

5.2. En otra fábula del mismo Bierce (1997, 139) con título similar, «El saltamontes y las hormigas», emplea la técnica de la rehumanización, y está protagonizada por miembros del Parlamento y un buscador de oro. Las versiones rehumanizadas (más cercanas en el tiempo) se caracterizan por que los protagonistas son seres humanos que asumen las características y conductas correspondientes a los animales que los simbolizaban. Con ello, se cerraría el círculo: el humano que, en la fábula, fue sustituido por animales retoma su puesto y los desplaza, conservando sus característicos defectos o virtudes. Así dice:

Algunos Miembros del Parlamento hacían el balance de sus ganancias cuando, al terminar la sesión, se acercó un Minero y les pidió parte de estas riquezas. Los Miembros del Parlamento le preguntaron:

—¿Por qué no cogiste algunas propiedades?

—Porque —replicó el Honesto Minero— estaba tan ocupado buscando oro que no tuve tiempo para guardar nada.

Entonces fue expulsado por los Miembros del Parlamento, diciéndole:

—Si te entretienes en diversiones que no te recompensan, es normal que no aprecies las ventajas que te ofrece la industria.

El mundo que nos presenta Bierce ya no es otro: el de la profesionalización de la política y la industrialización. Ahora se enriquece el político, cuya actividad, muy frecuentemente, se reduce a hablar (la charlatana cigarra) y a no hacer nada en concreto; mientras que el trabajador no recibe beneficio de su sacrificada actividad (la hormiga desfavorecida).

La fábula comienza mencionando la actividad de los parlamentarios-cigarras (F.1), a los que el minero-hormiga solicita su parte, aunque sin argumento alguno. La respuesta a la pregunta de los parlamentarios (F.7) describe el trabajo del «Honesto Minero», tan ocupado que no tuvo tiempo «para guardar nada». El reproche o burla final (F.9) se refiere a realidades tan cercanas como el trabajo artesanal frente a la producción industrial en carrera imparable, además de la alianza entre política y empresa.

5.3. La versión de Arturo Pérez-Reverte tiene un título sorprendente: «Canción de Navidad». El motivo puede ser la fecha de su publicación en la prensa; o quizás un intento de que el lector lo relacione con la famosa obra de Dickens, con el tema de la avaricia de fondo, además de que coincide con la estación invernal, fatal para las cigarras, aunque aquí el final le será favorable.

En su inicio, Pérez Reverte intenta que el lector tienda un puente con la conocida versión clásica, aunque sea para luego darle la vuelta, empezando por su lenguaje desenfadado:

A lo mejor ya conocen la historia. O les suena. El caso es que estaba la hormiga dale que te pego, curranta como era, acarreando granos de trigo y todo cuanto podía a su hormiguero, sudando la gota gorda porque era agosto y hacía un calor que se iba la vareta[21].

Comienza, pues, refiriéndose a la hormiga (F.1) que, en su obsesión recolectora, desprecia, además de las insinuaciones del «hormigo» que la pretende, las de una cigarra, que holgazanea y le canta canciones de Alejandro Sanz «choteándose» (F.2): «Hay que ser gilipollas para andar de arriba abajo acarreando trigo, con la que está cayendo» (Pérez-Reverte 2001, 83-84). Pero la hormiga aguanta los calores[22] y los ataques de la cigarra consolándose con la futura revancha, que cree segura.

Sin embargo, cuando llega el invierno, y está la hormiga en su casa cómodamente viendo la televisión y saboreando la aplazada venganza, llama a su puerta la cigarra con un abrigo de visón y con un Rolls Royce esperándola: viene a despedirse, pues ha ligado a un grillo millonario que la ha puesto un piso y ahora la lleva a Londres para grabar un disco; de allí se irán a un crucero por el Mediterráneo. A la cigarra, por tanto, con sus cálculos y manipulaciones, le sonríe la vida, mientras la hormiga queda resentida y en ridículo. También aquí las palabras de la hormiga cierran la fábula, pero, en este caso, no con un sarcasmo, sino con un lamento final (Rodríguez Adrados 1919, 164), característico de otras fábulas:

Mecachis, piensa. Se me ha olvidado decirle a la cigarra que, ya que va a Grecia, pregunte si todavía vive allí un tal Esopo. Un señor mayor, que escribe. Y, si se lo encuentra, que le de recuerdos de mi parte. A él y a la madre que lo parió (Pérez-Reverte 2001, 84).

5.4. Istóchnika (pseudónimo), en su fábula inédita «De acaparadores, músicos y trabajos terminales», sigue la corriente antitética. La reproducimos íntegra:

Pedía, a la Hormiga, la Cigarra trigo;

y se le unió la Muerte, en disfraz de mendigo.

—¡Trabajad, holgazanas! —la Hormiga brama.

—Llevarte es mi trabajo —dice la Muerte.

—Y el mío —la Cigarra—, cantarte el réquiem.

Lo sustancial de la fábula sigue siendo la confrontación verbal entre la cigarra y ahora dos interlocutores, con ecos de las medievales danzas de la muerte. Ni la dedicación exclusiva a acumular bienes ni la despensa llena podrán evitar la visita del necesitado o del pedigüeño ni, en su momento, la de los servicios funerarios. El trabajo adictivo, por tanto, significa una negación de las realidades más irritantes e inaceptables, que, sin embargo, acabarán imponiéndose.

5.5. Por último, tenemos una versión en cuatro viñetas firmada por Max: «Vida de los insectos». En este caso, la hormiga es escritora y «labora pacientemente un día tras otro acumulando ideas, juntando palabras, trenzando oraciones, párrafos capítulos…»[23] (viñeta 1). Mientras tanto (viñeta 2), la cigarra baila al son de una canción de moda —seguramente, Despacito; el viñetista, sin embargo, no la representa cantando (no figura bocadillo), con lo que renuncia a presentarla como compositora de éxito—. Cuando se publica, el libro de la hormiga pasa desapercibido, con la consiguiente desilusión; aunque no cejará en su empeño: «Puede que a la próxima…» (viñeta 3). En la viñeta final, continúa la cigarra su baile al mismo son.

Esta versión puede interpretarse como una crítica al clamoroso éxito de alguna música pop (no siempre lograda con gran esfuerzo), frente al fracaso, o casi nulo eco, del trabajo concienzudo y constante que, en este caso, supone la literatura.

6. Las versiones sintéticas

Las versiones sintéticas pretenden presentar una situación más acorde con su destino infantil, recurriendo a una solución más satisfactoria. Así las caracteriza García Gual (1978, 23):

En versiones modernas para niños de «La cigarra y la hormiga», ésta acaba compadeciéndose de la holgazana cantora y le da cobijo y comida, mientras aquella ameniza con sus cantos la rutinaria faena del hormiguero. Así se dulcifica la lógica y cruel conclusión del relato.

Sin embargo, y aunque aquí no vayamos a estudiar tales recreaciones (por problemas de espacio), reproduciremos algunas muestras de las otras formas de persistencia de la fábula; es decir, las alusiones o referencias. Citaremos solamente tres, muy breves.

La primera es una aplicación al terreno pedagógico: «Un educador con humor es la eficacia festiva, síntesis de la chicharra [cigarra] y la hormiga», según Francia y Fernández (2009, 41). Y, en cuanto al terreno de la creación literario, Luis Landero, haciendo recuento de sus lecturas anuales, concluye: «Con la lectura he ejercido de cigarra, cantando alegremente, sin temor al futuro, y de paso he hecho, casi sin querer, los buenos oficios de la hormiga, acumulando un poco de sabiduría para los días aciagos del invierno»[24]. Y, por su parte, Gloria Fuertes, en un simple dístico, formulaba así su ideal de vida: «Ser un poco cigarra / y un mucho hormiga»[25].

7. Las versiones neutras

En las versiones neutras, como ya se dijo, el desenlace no es negativo ni para la cigarra ni para la hormiga. La imparcialidad de la versión de Dámaso Alonso (1898-1990) se atribuye a Dios. La fábula se rehumaniza en la pareja evangélica Marta-actividad-hormiga y María-contemplación-cigarra (o trabajo y ocio). Parece partir, pues, de la visión judeo-cristiana, pero donde se han olvidado no solo la pereza de la cigarra, sino también la avaricia y crueldad de la hormiga. Son solo cinco dísticos:

La veleta, la cigarra.

Pero el molino, la hormiga.

Muele pan, molino, muele.

Trenza, veleta, poesía.

Lo que Marta laboraba,

se lo soñaba María.

Dios —no es verdad—, Dios no supo

cuál de las dos prefería.

Porque él era solo el viento

que mueve, y pasa, y no mira[26].

La fábula describe metafóricamente las actividades de Marta y María. Sin embargo, en este caso, el Cristo que mostraba preferencias por María-cigarra (Lucas, 10, 41) es sustituido por el Dios que, como la naturaleza, ni juzga ni condena, sino que actúa como motor de la vida —una vida que adquiere formas variadas y antitéticas—; se trata del Dios que, sin juzgarlos, «hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mateo, 5, 45).

Curiosamente, se titula «Ejemplos» (muy de acuerdo con la ejemplaridad del género fabulístico, F.10), y parece sugerir que ambas actitudes, aunque antitéticas, son igualmente válidas e imitables. Se vuelve, pues, a la coexistencia de los contrarios de la doctrina de Heráclito.

8. Conclusiones

Para finalizar, y teniendo en cuenta las lagunas y fallos de este trabajo (no exhaustivo, claro), con todos sus límites humanos y limitaciones de tiempo, espacio y recursos, vamos a recapitular algunas conclusiones:

1) Que la fábula de «La cigarra y la hormiga» persiste hasta nuestros días en diversas recreaciones literarias, así como a través de referencias en la prosa fundamentalmente.

2) La valoración que de ambos insectos hacen las fábulas etiológicas se tuerce en las agonales (las más difundidas) y en la simbología occidental. Así, aunque, por su origen, la cigarra, y no la hormiga, es la favorecida con la inmortalidad, termina siendo la figura rechazada, mientras la hormiga goza de las preferencias.

3.) Además de las reelaboraciones del modelo clásico, donde la cigarra es la perjudicada, tenemos versiones antitéticas, donde la perjudicada será la hormiga; y versiones sintéticas donde la hormiga comparte su alimento y la cigarra renuncia a su holgazanería, llegándose, a veces, a la complementariedad de trabajo y arte u ocio; sin olvidar versiones neutrales y las antisintéticas. Con todas ellas, el simplismo inicial de la fábula se enriquece con otras visiones más realistas y completas del problema que suponen el trabajo y el arte.

4.) Que de las fábulas que siguen la visión clásica, la de Esopo destaca por su singularidad, ya que su protagonista es un insecto sin el don del canto (el escarabajo) y, aunque éste ataca verbalmente a la hormiga, ésta no reacciona con un sarcasmo que figura en otras fábulas, sino con una crítica que evidencia que, por su imprevisión, él mismo es el causante de su problema.

5.) Que las otras tres fábulas analizadas (Babrio, La Fontaine y Samaniego) y el cuento Dalmau solo coinciden en dos componentes: el recurso a la compasión que hace la cigarra para conseguir su objetivo (F.4), y el sarcasmo final de la hormiga (F.5). Además, teniendo en cuenta las diez funciones analizadas, en ninguna de las cuatro fábulas se dan todas, y la más completa es, sin duda, la de Samaniego, con ocho de las diez. Por su parte, el cuento Dalmau tiene un desarrollo más extenso y se explaya en detalles más originales.

6.) Que de las versiones tradicionales de «La cigarra y la hormiga», no resulta fácil determinar su enseñanza (la moraleja falta en todas las estudiadas, menos en la de Esopo), pues ambas protagonistas tienen, más o menos patente, su lado negativo. Por contra, en las versiones antitéticas, sintéticas y neutrales, la enseñanza surge más fácilmente.

7.) Para finalizar, hay que reconocer que, por un lado, los temas del trabajo, la avaricia y la inhumanidad de la hormiga; y la pereza y la imprevisión de la cigarra, por otro, propia de las fábulas agonales, así como las restantes visiones (antitéticas, sintéticas y neutras) pueden ser vistos desde enfoques múltiples y muy variados: el humano, el social, el político, el religioso, el económico, el ético, etc. Además, se presta para reflexionar sobre multitud de temas: trabajo y robo; riqueza y solidaridad (fábula para el verano, el momento de actuar y prever; y fábula para el invierno, el momento compartir); egocentrismo y altruismo; trabajo y ocio; la actividad económica bien remunerada y la precariedad de quienes se dedican a las artes con escaso éxito; etc.




BIBLIOGRAFÍA

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NOTAS

[1] Francisco Rodríguez Adrdaos, Historia de la fábula greco-latina (I). Introducción y de los orígenes a la edad helenística, (Madrid, Editorial de la Universidad Complutense, 1979), 11.

[2] Carlos García Gual, «Introducción general. Acerca de las fábulas griegas como género literario», en Esopo, Fábulas de Esopo. Vida de Esopo. Fábulas de Babrio (Madrid, Gredos, 1978, 7-26); 23.

[3] Esopo, Fábulas de Esopo. Vida de Esopo. Fábulas de Babrio (Madrid: Gredos, 1978), 115.

[4] José Antonio Pérez Rioja, Diccionario de símbolos y mitos (Madrid, Tecnos, 1984), 244.

[5] Platón, Diálogos III. Fedón, Banquete y Fedro (Madrid, Editorial Gredos, 1986), 372.

[6] Jean-Jacques Rousseau, Emilio o De la educación (Madrid, Alianza Editorial), 1995, 144.

[7] Alfonso Francia y Jesús D. Fernández, Educar con humor (Málaga, Ed. Aljibe, 2009), 66.

[8] Jean de La Fontaine, Fábulas (Madrid, Ediciones Internacionales Universitarias, 1998), 15.

[9] Félix María de Samaniego, Fábulas (Madrid, Editorial Alba, 1989), 53.

[10] Versión Dalmau, La cigarra y la hormiga (Barcelona, Edit. Dalmau Carles Pla, s. f.), 1.

[11] Karelys Abarca (2018): «Las fábulas de La Fontaine nos enseñan economía». En https://www.americaeconomia.com/analisis-opinion/las-fabulas-de-la-fontaine-nos-ensenan-economia (consultado en enero de 2018).

[12] Juan Velarde, «La cigarra española ¿ha cantado ocho años?», ABC (27 de junio de 2011), 38.

[13] Silvia Cófreces, «Complejo de cigarra», Diario Palentino (5 de febrero de 2007), 3.

[14] Jean Chevalier y y Alain Gheerbrant, Diccionario de los símbolos (Barcelona, Herder, 1999), 576.

[15] Pedro Mansilla, «Cien años sin/con Pertegaz», La Razón (18 de mayo de 2018), 37.

[16] Tomás Iriarte, Fábulas literarias (Madrid, Magisterio Español, S. A., 1980), 95.

[17] Miguel Martín, «De fábulas», La Razón (19 de septiembre de 1999), 7.

[18] Sergio del Molino, «Una sociedad infantilizada», El País (13 de enero de 2018), 14.

[19] José Mª García-Hoz, «Ya no ahorran ni las hormigas», ABC (20 de junio 2006), 6.

[20] Ambrose Bierce, Fábulas fantásticas (Barcelona, Edicomunicación, 1997), 123.

[21] Arturo Pérez-Reverte, «Canción de Navidad», en Con ánimo de ofender (1998-2001) (Madrid, Alfaguara, 2001, 81-84), 81.

[22] Pero no solo es el caso de la hormiga peninsular; la hormiga sahariana Cataglyphis bombycina no detiene su actividad ni siquiera a 50º C, «para localizar y recoger los cadáveres de de otros animales» (nadie cosecha trigo en el Sahara); y ello es posible gracias a la protección de unos originales pelos triangulares que reflejan la luz como un prisma, según unos investigadores belgas. Tomo el dato de «Hormigas resistentes al calor», sin firma, National Geografic España, diciembre de 2016, 28 (la paginación no figura impresa).

[23] Max «Vida de los insectos», El País-Babelia (9 de diciembre de 2017), 9.

[24] Luis Landero, «La ilusión de la inmortalidad», El País-Babelia (17 de diciembre de 2016), 6.

[25] Gloria Fuertes, Gloriarías (para que os enteréis) (Madrid, Ed. Torremozas, 2001), 69.

[26] Dámaso Alonso, «Ejemplos». En Antología del grupo poético de 1927 (Madrid, Cátedra, 1994), 171.



Un acercamiento a la persistencia y evolución de la fábula «La cigarra y la hormiga»

DE LA FUENTE GONZALEZ, Miguel Ángel

Publicado en el año 2018 en la Revista de Folklore número 441.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz