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Revista de Folklore número

374



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Lupu mannaru, panaro y lobizón: el hombre-lobo, un inmigrante transoceánico

CHAVEZ HUALPA, Fabiola Yvonne

Publicado en el año 2013 en la Revista de Folklore número 374 - sumario >



Introducción

El tema de la licantropía dentro del contexto antropológico se puede definir como un «síndrome cultural»[1] donde el elemento mítico de la metamorfosis theriomórfica es predominante. Presente en muchas culturas tradicionales, la licantropía ha pasado a formar parte del imaginario popular de aquellas culturas que, como las indígenas de América, han sufrido un proceso de sincretismo con el cristianismo principalmente.

El presente trabajo expone una breve aproximación a dicha temática referida a la zona de los Apeninos centrales de Italia (Leonessa) en donde la originaria matriz cultural ha sido alimentada por la persistencia de la cultura autóctona —la de los sabinos— y ampliada por las numerosas ocupaciones que se han sucedido en los siglos. Así, resulta evidente la influencia de los longobardos, quienes conquistaron el territorio en el siglo viii, o la de otros pueblos como los españoles (dos siglos de dominación empezando con los aragoneses), por mencionar algunos de los aportes más significativos a nivel cultural en la actual Leonessa.

En la cultura popular de los Apeninos centrales, hemos documentado la persistencia del tema mítico del lupo mannaro, también llamado lupo panaro ya que no se trata propiamente del animal salvaje sino de un hombre que se vuelve lobo y por tanto es panaro («panero»), es decir: que come pan, producto del trabajo del hombre y de la sociedad agrícola sedentaria, cuya contraparte es la existencia errabunda y salvaje del lobo. Actualmente los leonessanos, cuando se animan a hablar del argumento, muestran cierto temor de ser juzgados como supersticiosos: aseguran que se trata de una «enfermedad» (mmalatia), aunque no sepan realmente qué tipo de enfermedad. Además, afirman que la modernidad, al llevar el agua dentro de las casas, ha hecho desaparecer la necesidad por parte de estos «enfermos» de sumergirse en las fuentes públicas. «Oggi li lupi mannari restano drento casa: hoy los hombres-lobo permanecen en su casa». Cuando los entrevistamos, percibimos un aire de duda en sus palabras (es solo una enfermedad ¿no?), casi buscando apoyo en quien los escucha.

En zonas de serranías como aquellas en donde está ubicada Leonessa, el invierno es una temporada de gran aislamiento: los veraneantes romanos se han ido después de su estadía vacacional y, con el último acontecimiento importante como es la sagra della patata (fiesta de las patatas) en octubre, finalmente la ciudad vuelve a su ritmo cotidiano... Y el invierno, con su nieve y sus cortas jornadas de luz, despierta en la mente del leonessano antiguos temores, pues en invierno vuelven a aparecer, ya que bajan de las montañas en busca de alimento, otros leonessanos autóctonos no tan queridos por sus paisanos: el lobo y el zorro, por mencionar los «salvajes» más temidos. Pero, para una parte de la población adulta que ha alcanzado la vejez, no solo regresan ellos, también cualquier «ser» que pueda merodear oculto en la oscuridad. Algunos de estos prefieren las noches de luna llena.

Aún hoy, en voz baja, se habla de estos hombres-lobo como de personas conocidas con nombre y apellido y, años atrás, era frecuente que en cada «fracción» hubiese al menos uno.

Para poder entender el simbolismo y el origen de este personaje, debemos remontarnos a algunas fuentes históricas que hablen de los hombres-lobo, los mismos que, en unos contextos culturales, pertenecían a la esfera de lo sagrado: guerreros-chamanes o, en otros contextos, seres cuyo comportamiento era visto como «fuera de ley». Partiendo de estos antepasados míticos podemos comparar y deducir que —en la versión documentada en los Apeninos centrales— el aspecto de lo sagrado, al desaparecer el marco mágico-religioso que lo sustentaba, se ha perdido para solo quedar un personaje de incontrolable fuerza, que busca desesperadamente una fuente, un manantial donde poder zambullirse.

Al inmigrar los europeos en América, obviamente, llevaron su bagaje cultural mágico-religioso como en el caso del hombre-lobo, el cual tuvo buena acogida en algunas culturas amerindias en donde la metamorfosis theriomórfica no era desconocida: aún más, pertenecía al mundo mágico-religioso autóctono. En las zonas de selva, bajando desde Mesoamérica hasta América del Sur, será un felino, el jaguar, animal sagrado, cuyo espíritu era guía de chamanes. Paralelamente, en la sierra del Perú, desde tiempos muy lejanos, tenemos al puma (v. p. ej. la cultura de chavín de Huántar).

En los territorios de la cultura guaraní, el mito del yaguareté-abá —el hombre-jaguar— en el imaginario de las nuevas poblaciones que se establecieron en su territorio, dio paso a otro inmigrante: el lobisome / lobizón / lobisón: lupus-homo, el hombre-lobo.

Presentamos breves datos procedentes de la cultura popular argentina, en donde encontramos una copiosa bibliografía sobre el tema, especialmente en el ámbito narrativo y también en otras expresiones culturales como la música popular y el cine.

I. Los antecedentes etnohistóricos de los hombres-lobo

Los orígenes de esta leyenda se pueden remontar a los albores de la cultura europea. Pasamos una reseña muy escueta de las noticias más relevantes en diversos ámbitos culturales.

A. Helénicos, romanos y otros

En el contexto helénico, la palabra licantropía procede de dos vocablos: lykos (lobo) y antropos (hombre). Dentro la mitología, se cuenta que fue un castigo de Zeus por el cual Licaón, rey de Arcadia, se transformaba en lobo (Pausania 8, 2).

En el contexto del culto a Zeus-lobo —Zeus Lýkaios— celebrado en el Monte Liceo, se practicaban los sacrificios humanos y el canibalismo ritual. Después de ingerir carne humana, los participantes en el macabro rito se transformaban en lobos por un decenio, pero si se abstenían de comerla volverían a ser hombres (Pausania, 8, 2; Plinio Nat. Hist. 8, 80-83; Platón, Rep. 8, 15).

Publio Ovidio en las Metamorfosis narra lo ocurrido a Licaón: «Los brazos se transforman en patas, el vestido en pelo, y es lobo (...) el aspecto feroz con los ojos de fuego».

La transformación de un soldado-licántropo, uersipellis (que cambia de piel), es mencionada por Petronio, el cual se encontraba de viaje acompañado por un amigo soldado:

«Cuando miré hacia mi compañero, vi que este se quitaba las vestimentas y las ponía todas juntas cerca del camino. Yo tenía el corazón en la garganta y estaba como muerto. Aquel orinó alrededor de su ropa y de inmediato se volvió lobo. No creáis que yo esté bromeando: si miento, pueda yo quedarme sin un centavo en el bolsillo. Después de lo que les dije, habiéndose transformado en lobo, comenzó a aullar y se escapó en el bosque. Al comienzo yo no sabía ni dónde me encontraba; luego me acerqué para recoger su ropa, pero aquella estaba hecha como de piedra» (Satyr. 62).

Propercio narra de la maga Acántide que transformaba su dorso en un lobo nocturno (Eleg. 4, 5, 14); Virgilio habla de algunas mujeres que, mediante filtros mágicos, se transformaban en lobos y de la maga Circe, la cual transformaba los hombres en animales y, entre estos, en lobos (Aen. 7, 15-20).

Otras noticias sobre metamorfosis en lobo se refieren a los neuros, de los cuales Heródoto decía que se volvían lobos una vez al año, pero solo por unos días (Hist. 4, 105).

Durante el Medioevo y el Renacimiento, la difusión de la leyenda continuará (Chiari 1981: 62-66) para llegar a nuestros días.

B. Germanos

La literatura medieval escandinava escrita en el antiguo islandés —o norreno— es muy rica en sagas donde el protagonista principal es un héroe, o toda una estirpe. La Volsungar Saga relata la historia de la madre del rey Sigger que, en apariencia de lobo, despedazó a los hijos de Volsung que estaban prisioneros. Se narra sobre todo la historia de dos «hombres-lobo»: Sigmundur y Sinfjtli quienes, atravesando la selva, llegan a una casa donde se encuentran dormidos dos hijos del rey prisioneros de una magia por la cual cada diez días podían liberarse de la piel del lobo y retomar la apariencia de humanos. Encima de los durmientes están colgadas en la pared las pieles de lobo. Los dos visitantes llegan precisamente el décimo día y, sin saber de la maldición, toman las pieles y se las ponen para después darse cuenta que ya no pueden liberarse de ellas. Transformados en lobos, huyen a la selva. Al décimo día regresan a la casa y de nuevo retomando la apariencia humana, queman las pieles de lobo para que no hagan más daño.

Entre los nórdicos la figura del hombre-lobo, poseído por el instinto salvaje, aparece en la obra de Olaus Magnus Historia de gentibus septentrionalibus. Ahí estos personajes, arrebatados por el furor, entran en las cantinas en busca de cerveza; se reúnen en la noche de Navidad y, al igual que los berserkir, raptan mujeres.

En general, en la literatura mitológica escandinava, por habitar en uno de los lugares más sagrados para los germanos (el bosque), el lobo era un símbolo del mal y de la vuelta al caos primordial, como Fenrir —el lobo que en el último día del mundo y de los dioses, el ragnarökk, engullirá el Sol— cuyo nombre es también Freki: «devorador». Estos hombres-lobo guerreros, en su cultura originaria, manifestaban a lo extraordinario y, con la llegada del cristianismo, se los consideró «fuera de la ley» y fueron perseguidos (los últimos dos, en el siglo xvii, fueron matados en Islandia por orden del obispo, siendo arrojados a un abismo ya que resultaban invulnerables al hierro y al fuego).

Podemos distinguir dos tipos de guerreros germánicos: de un lado el guerrero-lobo[2], partícipe por medio de la iniciación de la furia del dios Òðinn (cuyo nombre procede de la palabra òðr, «furia»); del otro lado, el personaje aparece en narraciones en donde es descrito como prepotente que desafía a los maridos para apoderarse de sus esposas.

Entre los individuos pertenecientes al grupo lingüístico germánico en sus dos macroáreas, es decir el grupo septentrional (suecos, noruegos, daneses) y el occidental (alemanes), los ùlfheðnar eran hombres poseídos por el poder del animal; actuaban cubiertos con una piel del lobo; gritaban y eran dotados de fuerza y coraje sobrehumanos, volviéndose invencibles en las batallas pues resultaban invulnerables al hierro y al fuego. Etimológicamente, ùlfheðinn significa «vestido de lobo», (ùlfr = lobo; heðinn = la casaca de piel sin mangas y con capucha).

Estos guerreros eran consagrados al dios Òðinn[3]/Woðan (llamado de esta última manera entre los germanos continentales), dios-chamán asceta y mago que se somete a terribles pruebas para adquirir el conocimiento de las runas[4] (usadas como alfabeto y en la mántica); de los cantos mágicos y la poesía. Òðinn, el máximo experto en alomorfismo, asume la forma de un animal o de un hombre, y sus guerreros eran chamanes-guerreros poseedores de un furor (òðr) procedente de Òðinn, un furor despertado por especiales prácticas psicofísicas y por la ingestión de sustancias psicotrópicas como el hongo agárico Amanita muscaria conocido también en el chamanismo siberiano.

Sobre la extraordinaria fuerza y ferocidad de estos chamanes-guerreros consagrados, George Dumézil escribe:

«Los bersekir de Òðinn no solamente se asemejaban a los lobos, a los osos, etc., sino que por la fuerza y la ferocidad eran de alguna manera estos mismos animales. Su furor manifestaba al exterior una segunda esencia que vivía en ellos, y los artificios del aspecto (...) el cambio de ropa (...) servían solo para ayudar a afirmar esta metamorfosis, a imponerla a los amigos y enemigos asustados» (Dumezil 1974: 141-144).

La saga de los Ynglingar, escrita por el islandés Snorri Sturluson (1178-1241) refiriéndose a los antiguos reyes suecos y noruegos iniciados por Òðinn así se expresa: «Sus hombres avanzaban sin coraza, invadidos por la furia como lobos (...) mordían sus escudos, eran fuertes como osos o toros, exterminaban multitudes enteras» (Chiesa Isnardi 1977: 89).

En el poema Hráfnsmál, la Valquiria así conversa con un cuervo (mensajero de Òðinn) sobre estos guerreros:

«Se llaman pieles de lobo,

se les ve golpear los escudos,

manchados de sangre de los caídos,

enrojecidas las espadas

cuando llegan a la batalla»

Con la difusión del cristianismo en Escandinavia en el siglo xii y el nacimiento del caballero cortés a partir del mismo siglo, el guerrero poseído por la «furia» fue entendido como persona enferma, o incluso como un hombre víctima de una «posesión demoniaca».

C. La península Itálica

Entre los antiguos moradores de los Apeninos centrales, los sabinos, el hirpus soranus, (hirpus = lobo varón) era un guerrero-lobo poseedor de poderes sobrenaturales (caminaba sobre las brasas) consagrado a Soranus, divinidad ctonia (Estrabón 5, 2, 9). Sobre los longobardos, que llegaron a conquistar gran parte de la península Itálica, el historiador Paolo Diácono atestigua la existencia de guerreros «con cabeza de perro» (kynokephaloi), quienes bebían la sangre de sus víctimas (Hist. Lang. 1, 11).

Existe una extensa bibliografía sobre las regiones de Toscana, Lacio, Las Marcas, Abruzos, Molise, Campania, Pulla, Calabria y Sicilia acerca de la persistencia de la leyenda del lupo mannaro.

Seleccionaremos obras de las regiones cercanas a nuestra zona de investigación (además de algunos escritos sobre la misma Lacio) como son los territorios cercanos a Leonessa que pertenecen a la región Umbría y forman parte del territorio de la Valnerina, en Las Marcas (la provincia de Ascoli) y en los Abruzos (Leonessa perteneció a esta región, provincia de L’Aquila, hasta 1928).

Entre los autores del siglo xix que publicaron noticias de la región del Lacio tenemos a Zanazzo (1907: 69) y a Lister, quien entrevistó a los campesinos que habitaban en los castillos romanos:

«El lobo menaro de los campesinos es muy terrible, él sale de su habitación y se desnuda todo y su cuerpo se cubre de pelos gruesos y largos que le crecen en un momento (...) la fuerza del lobo es superior a la de diez hombres (...) se cree que sea una simple enfermedad y que se puede curar si un valiente hiere ligeramente al enfermo y hace caer de la herida tres gotas de sangre» (Lister 1893-94: 36).

En los Abruzos la bibliografía es muy rica y variada. Tenemos, por ejemplo, una creencia de fines del siglo xix, en la cual el ser lòpe menare estaba condicionado a la fecha en que nacía el hijo varón: la vigilia de Navidad, o en la medianoche del 25 de marzo, día de la Anunciación. De ser así, los padres podían contrarrestar los efectos negativos trazando sobre las plantas de los pies del recién nacido una cruz con un hierro ardiente (Finamore 1998: 76). Otro autor del mismo siglo, Antonio De Nino, expone una versión muy particular donde san Rainero, tocando una campana y recitando una fórmula, induce a un lupe menare a devolver un niño raptado (De Nino 1964: 162-163).

En la Valnerina (región Umbría), al estado actual de las investigaciones no se ha establecido un nexo exacto entre la transformación licántropa y la luna llena; según los campesinos de Cascia ocurriría en la luna nueva cuando «se trasformavano col pelo» (Polia 2009, Vol II: 591-596). Una manera de protegerse de ellos cuando uno sale por las noches es llevar algo que ilumine, pues el menaro teme cualquier tipo de luz. Para curarlo, se hace lo mismo que en otros lugares: se le hiere para que salgan unas gotas de sangre (ídem).

Existe la creencia de que la sangre de la persona «enferma» —es decir del mannaro— sufra un fuerte calentamiento que lo obligue a buscar alivio en el agua fría (ídem). Esta última interpretación es muy significativa, pues expresa el vestigio de una precedente teoría médica popular sobre el balance del frío-calor en el hombre. El exceso de uno de estos principios ocasionaría una enfermedad, en este caso la licantropía.

En los últimos trabajos etnográficos en la región de Las Marcas en la provincia de Ascoli, los entrevistados proporcionan datos que reconfirman la persistencia de las características del lupe menare: la licantropía es considerada una enfermedad que afecta a la persona; en las noches de luna llena: «se trasformava ‘l pelo e je venia’ tutte le mane pelose» (Polia 2012, V.II: 151). El menare necesita sumergirse en el agua, rapta a los niños (no se especifica si bautizados o no), sale una vez a la semana (los viernes), se le puede curar hiriéndole con una lezna para que salga un poco de su sangre. Una información interesante está relacionada con el hecho de que lupe mennare no es consecuencia de ser el séptimo hijo —como en los Abruzos— sino porque en el momento del bautismo uno de los padrinos se ha equivocado al responder al cura, o se equivoca al recitar el Credo en la ceremonia del bautismo (ídem: 152-154).

II. Trabajo etnográfico

A. El contexto: Leonessa

Leonessa se encuentra en la zona de los Apeninos Centrales en la provincia de Rieti (región del Lacio). Es un pueblo que se encuentra a 1.000 m s. n. m. aproximadamente, y su población estable se acerca a los 3.000 habitantes. Políticamente, está dividido en 37 «fracciones» las cuales, por su ubicación geográfica, son conocidas como «fracciones de la parte alta» y «de la parte baja». La actividad principal es la agricultura, en especial el cultivo de patatas, por lo que la ciudad es muy conocida en esta parte central de Italia. También existe un incipiente cultivo de lino (cultivo que hace unos años existía en la zona pero que se abandonó). Otra actividad tradicional es la ganadería vacuna y el pastoreo de ovinos.

Actualmente —debido a gente proveniente de poblados limítrofes de la región de Umbría—, se ha iniciado el cultivo en gran escala de lentejas y fréjoles destinados a la industria y al comercio.

La historia de Leonessa es antigua y compleja ya que el territorio ha estado bajo diversas ocupaciones: la población originaria, perteneciente a la etnia sabina y al grupo étnico de los naharcos, fue conquistada por los romanos en el ii siglo a. C. Posteriormente, sufrió las dominaciones de godos, longobardos, normandos, franceses, aragoneses. Fundada por Charles I de Anjou en 1278 (formando parte del Reino de Nápoles con el emperador Carlos V von Habsburg), Leonessa fue parte de la dote de su hija natural Margarita de Austria cuando esta contrajo nupcias con Octavio Farnese. Este último es el periodo recordado con más afecto por los Leonessanos, ya que la Madama modificó la ciudad arquitectónicamente y aún hoy en la parte central de la ciudad se pueden ver los balcones tipo español de «ferro battuto» (hierro forjado). Además, la fiesta cívica más importante del año (Il Palio del velluto), donde se recrea una competencia a la manera del siglo xvi, recuerda las costumbres del tiempo de Margarita.

Con los Borbones cesan las ocupaciones extranjeras, surgiendo luego el proceso de la unificación italiana (1860) que dio lugar al Reino de Italia.

B. La investigación

El material etnográfico es el resultado de conversaciones con personas de entre 50 y 90 años. Se ha seleccionado teniendo en cuenta factores como: edad, sexo, nivel de educación y actividad principal. Prefiero definir los coloquios como «conversaciones» y no entrevistas, porque se intentó siempre crear un ambiente de confianza en el cual los informantes pudieran sentirse libres de hablar de temas que hoy en día pueden ser entendidos como supersticiones y considerados los que los cuentan como ignorantes. Es por tal motivo por lo que se coloca el nombre de los que lo han autorizado y, en el caso que hayan querido permanecer en el anonimato, se coloca N.N.

Una conversación pertenece a un trabajo etnográfico desarrollado entre 2001 y 2003 (en Villa Massi); las otras fueron realizadas entre noviembre y diciembre de 2012.

Dos temas son entrelazados en el imaginario popular de esta parte de los Apeninos: la existencia de lobos y osos[5] paneros. ¿Por qué se les dice paneros? Porque se tratan de personas que toman las características físicas y comportamentales de dichos animales pero comen «pan», alimento humano por excelencia.

C. Las narraciones del lupo mannaro/pannaro

Se exponen casos acaecidos en Leonessa y en las fracciones (ville) de la parte baja: Villa Massi, Villa Climinti, Vallunga, Villa Bigioni. Se ha preferido presentar la transcripción de las narraciones, por lo que es necesario hacer unas aclaraciones: cuando uso los paréntesis (...), significa que he cortado parte del discurso por tratarse de expresiones repetitivas; los corchetes [....] indican que se trata de integraciones mías para clarificar lo narrado.

1. Villa Massi

«Decían que en el momento que les cogía la crisis, se les alargaban las uñas, les crecían los cabellos (...) ahora, si es verdad no sé (...) se volvían muy agresivos, que si te encontraban en la noche en plena crisis era muy peligroso (...) cuando yo era jovencito (...) me decían: ‘Mira que la noche es peligrosa, mira que si pasas de nuevo por la fuente a la una, a las dos de la madrugada, sabes, es una mala hora: pueden estar los lobos paneros, si se dan cuenta que tú pasas te cogen, te estrangulan ¡eh!...’. Entonces se hablaba de estos lobos paneros que habían algunos, tal vez también aquí en esta fracción (...) casi en todas las fracciones había alguno» (Antonio Felice, 70 años, agricultor, ganadero).

2. Villa Climinti

«Olivieri Bernardo (...) era apasionado por la cacería e iba siempre con el fusil al hombro. No era como ahora, periodo [de cacería] de inicio y final, lo llevaban siempre. Entonces habían cantinas en las fracciones y él, en la noche, se daba un paseo y se iba a comprar cigarrillos en Villa Lucci (...) era de noche y había nieve cuando, bajando por la loma que va de Villa Berti a la fuente de Villa Lucci, se detuvo porque sintió grandes movimientos en el valle, dice: ‘No importa, con el fusil en la mano voy tranquilo’. Llegando a la fuente había la nieve con la luna, ha visto el montoncito de ropas (...) después ha volteado el ojo hacía la fuente y ha visto que era una persona (...) solo la cabeza se le veía, estaba todo dentro el agua (...) Entonces como él debía pasarle cerca, cuando lo ha visto ha tomado el fusil, se lo ha apuntado y ha caminado, se volteaba, caminaba e iba para atrás y ha ido allí abajo a la cantina. Pero, cierto, ha tenido miedo (...) hacia las 10, las 11 (...) diciembre, enero un periodo así, y este era una persona bastante seria y contaba las cosas verdaderas (...) y así ha contado que se había dado cuenta que allí dentro estaba el lobo mannaro».

«Después le han dicho otras personas que esta persona, este enfermo digamos, de aquella parte lo conocían, él no sabía, le decían —es verdad—: ‘De vez en cuando se siente allí dentro...’, pero como él estaba obligado a pasar por ahí por culpa de la nieve…» (Pierino Marchetti, 52 años, agricultor, conductor de autobús).

Este hecho ocurrió aproximadamente en el año 1945:

«Después [aconteció] a mi abuelo (...) a sus tiempos hacían el turno para regar cada uno el pedacito de su tierra (...) a media noche era el cambio de agua y debía ir mi abuelo a abrir, eran llamadas ´le bocchette´ [las compuertas], las abría y desviaba el agua. Andaba él con la pala y adelante un perro, uno de sus perros (...). Había un poco de luna —dicen que estas cosas suceden cuando hay la luna, estos cambios del lobo mannaro (...)— y él se escondió detrás de un matorral y ha visto que había pasado este hombre» (ídem).

3. Leonessa

«En Leonessa yo lo he escuchado decir y lo dicen todavía las personas ancianas que recuerdan estas cosas (...). Había un señor que sufría de esta enfermedad, que (...) cuando le cogía esta enfermedad él salía, se iba, iba a las fuentes: ahora el agua hay en las casas, antes no era así. Iba a las fuentes. Cuando le pasaba, tocaba [a la puerta]. Decían que cuando volvía sano debía de tocar tres veces (...), la esposa le podía abrir, porque él no se daba cuenta. La esposa se había dormido (...), creía que había tocado tres veces, le ha abierto: este ha cogido a la mujer y la ha estrangulado» (ídem).

«Este Tomás era un herrero (...), dicen que ha luchado. Dicen que al lobo mannaro le aumentan las fuerzas, les crecen los pelos así dicen (...). [Tomás] era una persona que incluso cuando herraba los caballos, cogía la pata y la volteaba él solo, tenía una fuerza (...). Ha peleado con el lobo mannaro (...), él estaba en el viejo matadero (...) [que] se encontraba sobre la estación de policía de ahora (...). El agua pasaba por abajo y por la vía de la ´Ripa´ hay una vieja fuente. Este [el mannaro] de improviso ha salido de un pasaje y lo cogió, él se voltió y peleó. Si no dicen que te matan, tienen una fuerza enorme (...), dicen que cuando les cogían estas cosas, si lograbas sacarles un poco de sangre, hacerles un corte, dicen que sanaba. Pero ¡quién les hace el corte!» (ídem).

«En los primeros años que yo trabajaba para la ´Troiani´ [la línea de autobús que sirve las fracciones] era el día después de la fiesta de San José [patrono de Leonessa]. El día después, por la mañana, yo estaba de servicio y estaba en el paradero inicial, cuando escucho en la parte alta [el paradero se encuentra a unos pocos metros de unos cerros], pensé: serán los perros (...). Fuerte, unos quejidos fuertes, muy fuertes. Porque ahí arriba está (...) donde se recoge el agua (...) que después pasa por las fracciones para irrigar, no es la potable. Hablando con una persona que es de ahí cerca, esta se puso a reír y yo le digo: ‘¿Por qué ríes? [Y le respondió la persona:] ¿Es qué acaso es la primera vez? (...) Mira que están aquí en Leonessa ¿entiendes?’» (ídem).

4. Villa Bigioni

Un señor, originario de Roma pero que vive en Leonessa desde hace más de treinta años, cuenta que una noche de febrero, al regresar a pie de Poggio Bustone (una ciudad vecina), en la carretera que une las dos ciudades:

«Me lo recuerdo, era una noche con una luna llena tan clara que decidí apagar la linterna. Mientras caminaba pasé por la antigua fuente —todavía no había la fuente grande—, era muy tarde y vi junto a la fuente unas ropas bien dobladas y unos zapatos. Pensé: ¿Quién iba a bañarse de noche? Hacía mucho frío y había nevado. Sentí algo que se movía entre los árboles» (N.N, 65 años, Doctor en Letras Clásicas). Él interpretó el hecho como la presencia de un lobo panero.

5.Vallunga

Nuestra informante, que actualmente tiene 90 años, nos narró que cuando era joven una noche de verano, regresando a su casa acompañada por su hermano Giovanni y un amigo, vio a uno de estos personajes bañándose en un foso:

«Yo pasaba el foso a caballo [jalando un burro], el burro no quería pasar, no quería atravesar el foso porque sentía ciertos movimientos, yo lo forzaba, pero no quería pasar, entonces me di cuenta que un hombre estaba dentro del agua (...) en este foso hay mucha agua y este hombre estaba ahí dentro de espaldas, velludo, con las manos como aquellos que nadan sobre el agua (...) mi hermano se dio cuenta y me vino al encuentro, yo sentí tanto miedo porque lo he visto (...). Este [el amigo que los acompañaba] me contaba que muy frecuentemente veían a ese hombre, tal vez ha reconocido quién era pero no me lo ha dicho. ¡Tuve tanto miedo!» (Rosa Olivieri, 90 años, ama de casa, agricultora).

III. Un inmigrante europeo: el lobizón

En Argentina septentrional, hay un fuerte presencia de narraciones de hombres-lobo llamados lobisome/lobisón/lobizón. Algunos estudiosos han interpretado que esta fuerte presencia sea consecuencia de una difusión proveniente del Brasil.

Para Julio Caro Baroja, ha sido gracias a la presencia portuguesa desde el siglo xviii en territorios del Paraguay y Uruguay por lo que la creencia era muy extendida; mientras que en la Argentina se encuentra especialmente en las provincias de Santa Fe y Corrientes (Caro Baroja 1992: 140).

Basándose en sus investigaciones en territorios de lengua lusitana y en sus estudios comparativos, Teófilo Braga sostenía la proveniencia de la creencia del lobisomem del mundo escandinavo.

A fines del xix, Juan Bautista Ambrosetti —padre del folklore y de la arqueología argentina— escucha unos versos en la provincia de Río Grande do Sul (Brasil), estado fronterizo al oeste con Argentina:

Dentro em meu peito tenho

una dor que me consome:

ando cumprindo o meu fado

em trajes de lobisome

(Dentro de mi pecho tengo / un dolor que me consume: / ando cumpliendo mi destino / en trajes de lobisome).

En el mismo estado brasileño de Río Grande do Sul, se creía que la transformación en lobisomem era una especie de castigo por haber tenido relaciones sexuales con las comadres, lo cual era considerado un tabú. La creencia tiene entonces un rol de control social. El respetar las reglas sociales, como son aquellas que dictan con quiénes no se puede tener relaciones sexuales[6].

«Diziam que eran homens que havendo tido relações impuras con suas comadres, emagreciam; todas as sextas-feiras, alta noite, saíam de suas casas transformados en cachorro ou em porco, e mordiam as pessoas que tais desoras encontravam; estas por sua vez ficavam sujeitas a transformarem-se em lobisomens» (Simões Neto 1913: 91).

Intrigado por saber quién era el nominado lobisome, Ambrosetti comenzó a indagar entre la población de los territorios limítrofes de la Argentina, como en la provincia de Misiones.

El incansable investigador recogió notables datos concernientes la cultura de los pueblos nativos, entre ellos la creencia en transformaciones theriomórficas como, entre los nativos guaraníes, el mito del yaguareté-abá o jaguar-hombre: un jaguar en el noreste (en la zona de los guaraníes) llamado uturunco (tigre) en el noroeste argentino[7]. Dos mitos: uno foráneo (hombre-lobo), el otro autóctono (hombre-jaguar), se encontrarán sumándose a ellos elementos procedentes del cristianismo católico.

Comenzamos por el mito autóctono del hombre-jaguar, el cual después de la cristianización de las poblaciones indígenas hará surgir una mitología sincrética donde el hombre-jaguar será satanizado.

A. El jaguar en las culturas amerindias

En diversas culturas mesoamericanas y sudamericanas, el jaguar es un animal sagrado, el mensajero entre el mundo de los hombres y el mundo de los dioses y de los ancestros fundadores; entre el tiempo presente y el tiempo sagrado. A través de él es posible que el hombre, mediante prácticas mágico-religiosas, trascienda el espacio-tiempo de lo cotidiano. Este hombre debe ser poseedor de un «don» otorgado por los dioses para desenvolver esta función para su comunidad. Generalmente son sacerdotes-chamanes quienes, después de un rito de iniciación, entre sus diversas cualidades estará la de transformarse voluntariamente. Este elemento es común en la gran mayoría de las culturas amerindias.

Por ejemplo, entre las etnias que viven en la selva colombiana (como los kogi, de la Sierra Nevada), se consideran «hijos del jaguar» ya que entre sus ancestros míticos figura uno que se llama Namsiku (hombre-jaguar). O como entre los indios Páez, en donde el chamán debe ingerir drogas psicotrópicas que le permitan «ver» el espíritu-jaguar que lo guiará en su transformación:

«... el espíritu-jaguar o monstruo-jaguar, tiene cualidades chamánicas, y es quien guía y ayuda al chamán. Además está asociado con el trueno, la lluvia y los lagos. Muchos de sus atributos tienen relación con la agresión sexual (...) durante sus alucinaciones el chamán puede consultar el espíritu-jaguar o puede hacer daño disfrazado de jaguar» (Reichel-Dolmatoff 1978: 62).

Entre los tukano —siempre en la selva colombiana— es la ingestión del rapé por parte del payé (chamán) lo que permite la transformación en hombres-jaguar con la principal finalidad de devorar a sus enemigos (se ha documentado entre los desana y los tukano que pueden atacar y violar mujeres). En ambas etnias, el cuerpo del chamán yace echado mientras como hombre-jaguar puede ir a distancias increíbles[8].

Al transformarse el orden de los órganos internos cambia de lugar inversamente: «Lo que está abajo está arriba». El corazón, por ejemplo, está en el lomo como una forma de protección. Presenta el físico exterior de un jaguar y se comporta como tal: devora carne cruda, duerme en el suelo (ídem: 134).

En el noreste argentino, en las provincias de Misiones y Corrientes, Ambrosetti recogió entre los indios bautizados la leyenda del Yaguareté-Abá el cual:

«... se separa de los demás y en la oscuridad de la noche, y al abrigo de algún matorral, se empieza a revolcar en el suelo, de izquierda a derecha, rezando al mismo tiempo un Credo al revés, mientras cambia de aspecto poco a poco. Para retomar su forma primitiva hace la operación en sentido contrario» (Ambrosetti 1976: 60).

Investigaciones modernas del antropólogo y novelista argentino Colombres reconfirman que la leyenda del Yaguareté-Abá, siempre entre los viejos indios bautizados, sigue siendo muy difundida en las provincias de Corrientes y Misiones y en el Paraguay, solamente que durante la transformación se revuelcan sobre un cuero de jaguar de la izquierda a la derecha mientras que el rezo del Credo al revés es igual (Colombres 1984: 36). En otras versiones, se afirma que para quitarle el poder hay que sustraerle el cuero y escupirle en la cara tres veces.

Estos datos revelan que, en la población autóctona, se ha llevado a cabo un sincretismo que ha integrado elementos de la magia occidental, como es el Credo al revés, cuyo uso está relacionado con prácticas diabólicas[9]. Por otro lado, el revolcarse de izquierda a derecha en el suelo expresa la relación con el pasado, con lo «no-cultivado» y con lo salvaje (la izquierda) como fuente de poder y con el suelo en su connotación sagrada. En la versión recogida por Colombres, el hecho de revolcarse sobre un cuero de jaguar, además del simbolismo sagrado relacionado con el animal en sí, está regido por lo que en antropología se llama la «magia contagiosa»: el contacto directo con la piel de un jaguar trasmitiría al hombre no solo sus cualidades físicas (velocidad, destreza, etc.) sino también de carácter. Así como ocurría entre los germanos con la piel del lobo y la del oso.

Para regresar al mundo de los hombres, la acción ritual debe ir en sentido inverso, describiendo en esta forma el símbolo de la doble espiral.

En el actual chamanismo mestizo amerindio, todo lo relacionado con el lado izquierdo está asociado con lo salvaje, lo no-cultivado y con el pasado ancestral, dominio de los espíritus y seres que aún habitan los cerros, los ríos, la naturaleza… principalmente en los parajes menos frecuentados por las personas.

B. El nordeste de Argentina: el lobisome/lobizón/lobisón

1. Estudios

Ambrosetti, en varias de sus publicaciones, como en su libro Supersticiones y leyendas: región Misionera, Valles Calchaquíes, Las Pampas, describe las siguientes características del lobisome:

-ser el séptimo hijo varón consecutivo.

-por lo que concierne al cuerpo, el hombre es delgado, alto, de mal semblante; padece del estómago (debido a que cuando se transforma ingiere excrementos de todo tipo, además de comer niños no bautizados).

-los viernes, a la medianoche, se produce la metamorfosis.

-todos los sábados se queda en la cama como consecuencia de sus correrías de la noche anterior.

-transformado, tiene una apariencia entre perro y cerdo con grandes orejas y de color bayo o negro.

-siendo lobisome, si alguien lo hiere puede recobrar su forma humana, pero el heridor puede ser matado, por lo cual se recomienda que si uno se encuentra por casualidad con un lobisome, mejor es matarlo.

El simbolismo del chancho como animal relacionado con el diablo ha sido importado del viejo mundo[10].

En el mismo periodo de Ambrosetti —a finales del siglo xix—, el escritor y filólogo de origen español Daniel Granada, en su obra sobre las supersticiones existentes en Río de la Plata, donde se refiere al séptimo hijo varón de una secuela ininterrumpida, escribe:

«Nace brujo, capaz de adquirir la forma animal que le place. Libéresele de la condición á que le sujeta la fatalidad septenaria, teniéndole en la pila el mayor de los siete hermanos» (Granada 1896: 583)[11].

Es esta la única evidencia en donde se menciona que la transformación puede ser voluntaria y que puede tomar «la forma animal que le place». Lo que puede identificar que un hombre es un lobisón es: «El ser, por ejemplo, muy flaco y bajito, ó muy escuálido y alto, con algo de singular en sus costumbres, lo hacen sospechoso, ése es muy probable que sea lobisón» (ídem: 623).

En sus numerosos viajes por el norte argentino, Augusto Raúl Cortázar —uno de los mayores folkloristas argentinos— escribe que en las provincias de Corrientes y Misiones el «lobisón» es:

-mezcla de perro y jaguar con grandes orejas.

-a medianoche de los viernes se transforma hasta el primer canto del gallo.

-se revuelca hacia la izquierda sobre inmundicias mientras reza un Credo al revés.

-engulle «golosamente» sangre de niños, remueve tumbas en busca de cadáveres, busca entre los estiércoles, come carroñas.

-la maldición cesa si alguien lo hiere con un cuchillo (Cortázar 1957: 20-21).

Agrega que esto es común en Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia.

Aquí, el «lobisón» que chupa sangre de niños recuerda a otro ser de la mitología norteña: el pombero, el protector de los pájaros que habitan en la selva (pomba: paloma), ataca a los humanos que desean cazar o hacer daño a los volátiles. Entre sus atribuciones está la de raptar niños y beber su sangre dejando los cadáveres colgados en un árbol.

En investigaciones más modernas —como de la estudiosa Bossi en las provincias de Entre Ríos, Buenos Aires, Misiones, Corrientes, Santa Fe, Formosa y Chaco[12]— entre los métodos para combatir un lobizón se mencionan los siguientes:

-dispararle con una bala bendecida en 3 o 7 iglesias apuntando a la «sombra», no al cuerpo.

-herirlo con un cuchillo en forma de cruz que haya sido bendecido.

-llevar una linterna con pilas bendecidas.

-pegarle con una alpargata: de esta forma volverá su estado humano (Bossi 1994: 7).

Las alpargatas forman parte de las «pilchas» gauchas y los hombres las usan generalmente con las «bombachas» (un tipo de pantalones). Trátase de un calzado hecho con lona en la parte superior, con suela de yute o cáñamo, muy resistente. Esta prenda en la cultura popular goza también de usos apotropaicos. Se cree, por ejemplo, que para alejar el diablo en una noche de tormenta se deben poner las alpargatas de punta o que no se deben colocar las alpargatas al revés porque traerán desgracias.

Una interpretación que podemos dar a ese uso es que la suela formada por trenzado hará que el diablo «se enrede» y no pueda entrar en la casa.

En nuestro caso, el «pegarle al lobizón» con un objeto producto del trabajo del hombre representa lo civilizado contra lo salvaje, es por eso por lo que este contacto lo hace retomar su apariencia humana[13].

El usar una bala bendecida y un cuchillo en forma de cruz bendecido expresa la idea de que el ser pertenece al mundo de los ínferos y que solo tiene el poder de detenerlo todo elemento que haya sido bendecido, o muestra un símbolo cristiano como la cruz participando de su poder.

El hecho de apuntarle a la «sombra[14]» al doble anímico, que en el moderno sincretismo no es identificado con el alma de los cristianos, expresa la continuidad con prácticas chamánicas como la transformación de la «sombra» de un chamán (llamado más comúnmente curandero) en un animal. En la teoría curanderil es conocido el hecho de que para el ataque/defensa de una «sombra» se deben usar espadas, varas, balas de fusil (con la cruz grabada)… rociadas con agua bendita. Así, las heridas infringidas a la «sombra» se transmiten al cuerpo por lo que, «matando la sombra», se elimina a la persona que se ha transformado.

Algunas de las características físicas y comportamentales mencionadas en otras versiones de la leyenda son:

-el varón, llegado a la adolescencia, sufrirá la metamorfosis solo los martes y viernes.

-en el proceso de metamorfosis se revuelca en arena, ceniza u otro elemento parecido en las cercanías de cementerios o cuando florece el acónito[15].

-si un lobizón pasa entre las piernas de una persona, la «maldición» recae en ella.

-una característica física que distingue al lobizón del lobo normal es la del tener los ojos «fulgurantes».

Respecto a los ojos «fulgurantes», es frecuente encontrar en la literatura de las culturas tradicionales amerindias que una de las características del doble anímico —como por ejemplo del «animal-nahualli» es el intenso resplandor de los ojos.


2. Manifestaciones artísticas

2.1. Música folklórica

El personaje del lobizón es uno de los más mencionados en diversos géneros musicales, muy sentidos especialmente en el norte argentino. Las composiciones al respecto son numerosas. Presentamos solo dos géneros folklóricos de gran aceptación en el pueblos argentino: el chamamé y la payada.

Chamamé: Un tipo de música folklórica es el «chamamé», música bailable, típica de las provincias de Corrientes, Misiones, Entre Ríos, Santa Fe, Chaco y Formosa. Este género musical en donde se pueden identificar elementos guaraníes, españoles y alemanes tiene diversas variantes, como lo es el «chamamé maceta», de ritmo vivo y tocado generalmente en los bailes y festivales. Un representante es Monchito (Ramón) Merlo, cantante de voz muy cálida quien interpreta «La leyenda del Ani Re Ñemi», en la cual se hallan elementos como el ser séptimo hijo varón y la extremada delgadez, característicos del lobizón cuyo «destino triste y amargo» es de transformarse en noches de luna en «una mezcla de chancho y ternero» merodeando en busca de alimento, mejor si son niños no-bautizados, «banquete de su placer»:

Concierto que dan los grillos en noches de luna clara (....)

La lechuza nos anuncia oscuros presentimientos

La luna toca su cuerpo,

en cuero él se revuelca

y transformado ya sale

sacudiendo su osamenta.

Cual mensajero temible

vaga por los campos y ranchos.

El lobizón se pasea

oliendo a azufre y a rancio (bis).

Aullidos vienen en la noche,

por la sangre sube el miedo,

el corazón es tambor

estremeciendo los pechos.

Mezcla de chancho y ternero

va emplazado y bien chueco

husmeando la bestia humana.

Aúllan perros y gritan perros,

el hombre lobo ha salido,

hay luna llena en el cielo.

Supersticiones paisanas

anidan en nuestro suelo.

Los niños no bautizados,

banquete de su placer.

Ronda los ranchos por fuera,

vaga su estrella al nacer (bis).

Destino triste y amargo

ser séptimo hijo varón,

castigo cruel de la vida

nacer y ser lobizón.

De aspecto medio flacucho,

las uñas todas quebradas,

cangado ser de este mundo

ya su suerte está marcada.

La luna se pierde lejos

y el belvo se vuelve hombre,

el misterio indescifrable

en silencio ya se esconde,

es lobo el aquí en cadena

de magia, embrujo y ofrenda.

El mentado lobo humano

dueño de la gran leyenda (bis).

Aquí el lobizón no es solo un lobo, pues se trata de un ser sobrenatural: «mezcla de chancho y ternero». Este ser tiene características que lo asocian a un ser diabólico como el oler a azufre (elemento que identifica al diablo) y en el hecho de preferir a los niños sin bautismo. En estos detalles podemos reconocer una doble función: la primera, negativa, el comerse niños; la segunda, positiva, pues él desarrolla un rol de «control social»: los niños no deben quedarse por mucho tiempo sin bautismo ya que pueden convertirse en potenciales «banquetes» del lobizón.

La Payada: El «payar» es el arte de improvisar, poesía cantada por trovadores gauchos. Trovadores rurales que tocan —generalmente acompañados de la guitarra— al ritmo de la milonga rural (anterior a la milonga ciudadana que es bailable).

Uno de los actuales representantes de este folklore musical es el nuevejuliense Jorge Alberto Soccodato, del cual exponemos unos extractos del relato entrerriano «El lobizón» (compuesto por el escritor Don Justo Pedro Sáenz Quesada en 1927 bajo el seudónimo de Higinio Cuevas), cantado en dialecto de los gauchos, donde se cuenta el encuentro y la pelea cuerpo a cuerpo con un lobizón:

«La cosa jué ansina:

yo andaba tropiando

allá por las puntas del Mocoretá

con unos patrones que arrendaban campos

a los Goicochea, de Puerta Yerúa. (...)

Un medio borrego iba acomodando

sobre el cirigote, pa’marcharme ya...

cuando la patrona, que andaba atrás mío,

comenzó a decirme, con gran ansiedad:

‘Fíjese paisano lo que nos sucede...

esto ya no es vida, a mi modo de ver

pasan aquí cosas tan demás tremendas

que yo le aseguro, no sé lo que hacer.

De un tiempo a esta parte, toditas las noches,

un lobizón suele llegar hasta acá.

Le pido, paisano, no nos deje solos

esta noche es viernes y aparecerá’.

Qué quiere que hiciera, no pude negarme (...)

Mi Dios bicho fiero había sido aquello

en cuanto lo vide, ya me persigné,

era un bulto grande con laya’e ternero;

y el hocico largo como el yacaré (...)

que del primer tiro me lo aseguré.

Como trenza de ocho, rodamos po’el suelo

yo a las puñaladas y él por hacer pie

cuando una voz débil sentí que decía:

‘No me mate amigo... por Dios, déjeme’.

Fue tal la sorpresa que perdí el resuello,

trémulo y confuso, sujeté ahí nomás.

Viendo que aquel bicho se me iba escurriendo

y salía un cristiano, por el lao’de atrás.

Dio unos sacudones, queriendo pararse,

y yo, de ayudarlo, al punto traté

y él pegando un grito, se cayó de espaldas

del mundo’e los vivos, pa’ siempre se jué...»

Este lobizón tiene la particularidad de tener «el hocico largo como el yacaré». Donde yacaré es palabra guaraní que significa caimán. Se trata por lo tanto de un lobizón de las zonas vecinas a un río. Un lobizón que ha conservado el habla humana y que antes de morir vuelve a ser hombre, cuyo cambio se inicia por la parte posterior.

2.2. En el cine

En la década de los 70 del siglo pasado, el cantautor argentino Leonardo Favio[16] dirige la película «Nazareno Cruz y el lobo» (1975). Conocedor de la gran difusión de la leyenda del lobizón, recrea una historia desarrollada en un lugar indeterminado de la pampa argentina. Desde el inicio, el ambiente transmite la fuerza salvaje e incontrolable de la naturaleza: una furiosa tormenta en medio de la cual nace un niño, el séptimo hijo varón. El temor por los futuros acontecimientos trágicos que están por venir son expresados en las palabras que la bruja Lechiguana implora al padre del que está por nacer: «Jeremías, Jeremías no dejes parir a tu mujer! Seis hijos te dio el Señor. El séptimo leche de diabla mamará y te nacerá lobizón».

El niño es bautizado con el nombre de Nazareno Cruz, con la esperanza de poder modificar el destino de este séptimo varón.

Esta película —una de las más bellas y de las más taquilleras realizadas por Favio— recoge elementos folklóricos: el nacimiento de un séptimo hijo, la transformación que se lleva a cabo los viernes en noches de luna llena, la muerte por una bala de plata… y enlaza estos elementos con otros del mundo cristiano (como el diablo que se le presenta a Nazareno) para dar a luz una trágica historia de amor entre Nazareno y Griselda, hija del caudillo del pueblo.

En esta historia, el amor y la «maldición» de la metamorfosis en lobo están unidos: el diablo vestido de gaucho, quien pedirá después a Nazareno interceder por él cuando esté delante de Dios, le ofrece dos alternativas: tener amor y ser condenado a ser lobo, o ser hombre rico sin amor, a lo cual Nazareno elije la primera opción.

Nazareno, como lobizón, una noche de luna ataca a un pastor y a sus ovejas por lo que es perseguido hasta que, finalmente, lo encuentran en forma de lobo junto a su amada Griselda que lo acaricia, muriendo juntos por los disparos con balas de plata.

La historia es enriquecida también por la presencia de la bruja Lechiguana y la de la niña Fidelia que nunca crece, lo que otorga al relato todo un aire de misterio.

Es muy relevante cómo, en el contexto argentino, la literatura sobre el lobizón se encuentra asociada frecuentemente a historias de amor, como en el cuento de Mújica Láinez (v. abajo).

Aun hoy en día, como nos cuenta nuestro informante de Eldorado (provincia de Misiones), en el hablar popular entre hombres, el lobizón —como otros personajes míticos del lugar— está caracterizado por una gran potencia sexual, y con él las mujeres «guampean» (traicionan) a sus parejas:

«Otras veces, sobre todos los varones, inventamos historias en las que aparecen el lobizón, el yasí[17] o el pombero[18], para gastar bromas a los amigos, sobre todo diciéndoles que su novia o esposa lo ´guampea´ con el lobizón, el yasí o el pombero, ponderando la virilidad de estos a la vez que menospreciando la capacidad marital del ´guampeado´. Nos reímos un rato hasta que el afectado empieza a enojarse un poco. Entonces, todo el mundo se calla la boca, se pasa y olvida el tema, como para no terminar la reunión a las trompadas» (Antonio Alberto Ortiz, 61 años, contador público).

2.3. En la literatura: cuentos de lobizones

En la literatura argentina numerosos escritores han tratado este argumento. Como muestra de esta amplia bibliografía, hago un resumen muy breve de El Lobisón cuento de Manuel Mújica Láinez, escritor, biógrafo, crítico de arte y periodista de orígenes aristocráticos (descendiente del fundador de Buenos Aires y Santa Fe). Si bien no trata directamente sobre un caso de metamorfosis theriomórfica, expresa magníficamente cuán enraizado está el mito en el imaginario popular.

Este bellísimo cuento está ambientado en 1633. El protagonista principal es el gobernador del Río de la Plata, Don Pedro Esteban Dávila. La historia se inicia cuando el gobernador, junto con su ejército, pasando por la zona llamada de los «Montes Grandes» de regreso del Luján, llega a una choza donde vive una joven mestiza: María-Clara, cuya belleza impresiona al gobernador. Pero ella es mujer de Sancho Cejas, hombre mucho mayor que ella, feo, con las orejas separadas, en punta y vellos en la cara y brazos.

Retomando la marcha, el hidalgo escucha de Felipe Medrano —mitad bufón, mitad confidente— una historia sobre un lobisón de los Montes Grandes que en las noches de luna llena aúlla. El Gobernador responde: «En el Río de la Plata no hay lobos. Esas son patrañas de viejas». A lo que añade Medrano: «Los endemoniados trocan la catadura y se mudan en una suerte de grandes zorros que los guaraníes llaman aguará-guazú».

Al escuchar tales leyendas, el hidalgo recuerda haberlas sentido mencionar en Cervantes, Homero, Plinio, Ovidio y Plauto. Además de versiones oídas en Italia, Flandes y Castilla agrega que: «La leyenda del licántropo, florecida en América como una planta dañina, toda garfios y ponzoña, cuyo germen regaron los conquistadores, sin quererlo, en la charla nocturna de las carabelas». La imagen de este ser se sobrepone a la de Sancho Cejas: «Con las orejas triangulares separadas del cráneo, con los dientes filosos».

Poseído por el recuerdo ardiente de la joven mestiza, el hidalgo planea un encuentro con ella y burlonamente titula a su idea «la farsa del lobo cornudo». La joven acepta el encuentro amoroso con Don Pedro para lo cual debe hacer creer a su marido que es un lobisón y que en las noches de luna sale corriendo por la llanura y que regresa cubierto de sangre y que ella lo limpiaba mientras duerme, por eso él no se había dado cuenta, y que la noche de luna llena se deje amarrar de manos y pies fuera de la casa.

Finalmente con esta artimaña el hidalgo realiza su encuentro con su amor vasallo. Se desata la lluvia y truena fuerte, se escucha un grito de Sancho y Don Pedro cree oír el jadear de una bestia, toma su espada y sale de la choza para finalmente irse. Cayéndose y levantándose en su huida, el gobernador se hace una herida en la frente y sangra mucho. El caballo no está, en cambio se ve rodeado de lobos espectrales que arañan sus brazos. Duendes arrastran los muertos de sus tumbas. Corre desesperado mientras intenta rezar en latín y arrepentirse de yacer con María-Clara. Divisa a su fiel Felipe, pero este lo cree un hombre lobo por el aspecto terrible: bañado en sangre, la ropa hecha jirones, lleno de fango. Huye. Don Pedro cae en el lodo.

Al día siguiente es encontrado por unos carreteros que lo arrojan en su carreta sobre unos fardos malolientes y lo llevan a Buenos Aires. Sus cabellos son blancos, sus dientes y manos tiemblan.

IV. Comentario final

En el contexto europeo, en las actuales narraciones sobre lupo mannaro/panaro, las características principales son la siguientes:

-El licántropo es víctima de una «enfermedad», por lo que su origen ha perdido toda relación con prácticas chamánicas relacionadas con guerreros-chamanes. Es más próximo en cambio a la figura del «fuera de ley», trasgresor de normas.

-El lupo mannaro/pannaro se transforma en las noches de luna llena y busca desesperadamente dónde sumergirse.

-Mata a hombres sin un motivo especial, ni siquiera por venganza: víctima puede ser cualquiera que se le cruce por el camino.

-Como su colega americano, siendo considerado perteneciente al mundo ínfero, para eliminarlo es necesario utilizar objetos bendecidos.

En el contexto americano tenemos:

-El mito del Yaguareté-Abá propio de los territorios de la etnia guaraní, dio cabida por su semejanza —un ser humano que puede transformarse en un animal salvaje— al mito importado del lobizón.

-En las diferentes variantes, el lobizón puede tener características físicas lobeznas, pero también puede adquirir rasgos de otros animales como el cerdo, el perro, el jaguar o el caimán dando lugar a un ser sobrenatural propio de estos lugares. Los animales importados como el cerdo y el perro, asociados a menudo por la cultura popular europea al maligno, llegaron a tierras americanas con esta valencia negativa y se incorporaron y fusionaron con seres de la mitología autóctona. El jaguar y el caimán, animales autóctonos, han sido considerados sagrados por las culturas amerindias.

-Mientras el hombre-jaguar se transforma voluntariamente, el lobizón es resultado de una crisis que ocurre en días determinados y es resultado de una «maldición» siendo, como en Europa, el séptimo hijo varón consecutivo.

-El hombre-jaguar (ya del mundo sincrético) y el lobizón tienen en común el proceso de metamorfosis; el echarse al suelo y revolcarse de izquierda a derecha, mientras recita un Credo al revés. En ambos casos, debido a la cristianización, estas acciones son vistas como manifestaciones diabólicas. El diablo cristiano se ha sobrepuesto a Aña/Añanga (el genio del mal entre los guaraníes) o a su equivalente del noroeste argentino de matriz quechua: el Zupay.

-El lobizón, siendo diabólico, solo puede ser eliminado con objetos que hayan sido bendecidos. Al igual que la «bruja» (la cual es la séptima hija mujer consecutiva), sale los martes y viernes, días en que se creía que las brujas salían a hacer daño sobre todo a los niños.

-El lobizón puede tener atributos propios del diablo como oler a azufre.

-En el imaginario popular argentino, el personaje del lobizón es muy actual en un contexto donde aún son vigentes prácticas chamanísticas sincréticas del mundo rural. Esta vigencia es demostrada en las composiciones sobre todo a nivel musical que narran las características y acciones del «mentado lobo humano dueño de la gran leyenda».

Fabiola Y. Chávez Hualpa

Investigadora del Museo Demo-antropológico de Leonessa (Rieti, Italia)

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[1] Con el término de «síndrome cultural» nos referimos a aquellos cuadros nosográficos producidos por un trauma psíquico, o por alteraciones profundas de la psique capaces de desencadenar disturbios, o también enfermedades físicas para cuya curación se requiere la intervención de un operador carismático de la medicina tradicional indígena (curandero o chamán) o, como en el caso del lobizón, remedios contemplados por la tradición como es, por ejemplo, sacar la sangre de la persona «enferma».


[2] Y también el guerrero-oso.


[3] Al igual que los berserkir (ber = oso; serkr = túnica sin mangas, hábito militar).


[4] «Runa» significa «misterio»; la runa ûruz, cuya forma asemeja la posición de los cuernos de un toro salvaje (latín: úrus), en el momento del ataque ha sido interpretada como la runa de la potencia guerrera (Polia 1999: 44).


[5] Los osos han desaparecido en Leonessa desde el siglo xviii.


[6] Existen dentro del mundo de los seres sobrenaturales amerindios personajes que refuerzan el control social, como es en este caso del Brasil el lobisomem.


[7] Del quechua uturunku: jaguar.


[8] El desdoblamiento es uno de los elementos de diversos tipos de chamanismo. Por citar un ejemplo entre las sagas escandinavas, encontramos personajes que participan en combates como osos mientras su cuerpo yace en la retaguardia (Polia 1983: 20). La bibliografía acerca del chamanismo amerindio es muy rica sobre la capacidad de los chamanes de poder desdoblarse y realizar «viajes». En nuestras investigaciones en los Andes norteños del Perú el desdoblamiento ocurre sobre todo como consecuencia de la ingestión del sanpedro, durante el rito de la mesada.


[9] El uso del Credo al revés lo hemos documentado en el chamanismo de los Andes norteños del Perú entre los llamados «maleros» ya que esta fórmula expresa una negación de todo el Credo cristiano, junto con el aspecto mágico concerniente el recitarlo iniciando por el fin. Es una de las fórmulas del chamanismo sincrético latinoamericano del presente. Actualmente es usado en otros contextos esotéricos y new age.


[10] Basta recordar que en la iconografía de uno de los mayores santos de la cultura popular europea, san Antonio Abad, aparece a sus pies un chancho (originalmente un sajino) que representa el mal dominado por el santo protector de las actividades del mundo rural.


[11] En otras versiones, además de ser el padrino el hermano mayor, debe bautizársele con el nombre de Benito y ser llevado en siete iglesias.


[12] Debemos resaltar que es muy significativo que en las provincias de Entre Ríos, Buenos Aires, Misiones, Corrientes y Santa Fe, los migrantes alemanes fundaron colonias.


[13] Hemos documentado, en Italia central, un síndrome cultural llamado del «bimbo allupato»: niño alobado, caracterizado por el hambre insaciable que le acosa —síndrome producido porque la madre durante el embarazo comió carne de algún animal matado por el lobo—, que se puede sanar si se coloca al niño en la puerta del horno donde se cocina el pan, diciéndole: «Sáciate». En este caso, el horno y el olor del pan —como con el lobizón la alpargata— producen el contacto con el producto del trabajo humano que neutraliza lo salvaje, o sea el hambre voraz de los lobos y comportarse del niño como un animal salvaje.


[14] «Sombra» es uno de los dobles anímicos. En las culturas amerindias era común la creencia de que el hombre, así como todo ser viviente y no viviente, tuviese al menos un doble anímico.

En la Mesoamérica, entre las culturas de lengua náhuatl, el doble anímico que puede transformarse en otro ser es el nahualli. La persona poseedora de este doble anímico transforma voluntariamente su cuerpo, especialmente metamorfosis zoomorfas.

La palabra española «sombra» reemplaza al nombre autóctono que se ha perdido. En la literatura antropológica es conocido generalmente como soul.


[15]Aconitum napellus. Esta planta posee un veneno que es fuertísimo y que penetra cutáneamente y ataca el sistema nervioso. Aparece en mitologías europeas, por ejemplo. Por su flor de color azul es llamada «yelmo de Odhin» o «yelmo de Júpiter». Los alemanes lo llaman también «hierba del diablo». En la cultura popular campesina europea la conocen como «matalobos», ya que con el veneno se frotaban pedazos de carne que eran dejados para los lobos. Noticias de su potente veneno nos las brindan Plinio y Dioscórides.


[16] Favio se inspiró en un radioteatro («Nazareno Cruz y el lobo») de Juan Carlos Chiappe transmitido por Radio del Pueblo en 78 capítulos (años cincuenta del siglo pasado).


[17] Yasí: duende que mora en las cataratas del Iguazú. Enano, rubio con barba que entre otras acciones puede secuestrar mujeres bonitas.


[18] Pombero: genio protector de los pájaros de la selva, su nombre en guaraní es cuarahú-yara (dueño del sol). Es representado como un hombre; dependiendo de las versiones puede ser alto o, como en las más modernas, bajo.


Lupu mannaru, panaro y lobizón: el hombre-lobo, un inmigrante transoceánico

CHAVEZ HUALPA, Fabiola Yvonne

Publicado en el año 2013 en la Revista de Folklore número 374.

Revista de Folklore

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