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Revista de Folklore número

267



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NOTAS SOBRE INDUMENTARIA INFANTIL EN CASTILLA Y LEON.

PORRO FERNANDEZ, Carlos A.

Publicado en el año 2003 en la Revista de Folklore número 267 - sumario >



Del mismo modo que los niños de "antes" tenían en su mundo cotidiano un mobiliario determinado o un repertorio amplísimo y específico de juegos, canciones, dichos y retahilas que les separaba claramente de los adultos (l), tenían en su vestimenta un elemento diferenciador principalmente en razón de su edad, el diminuto y minucioso indumento que envolvía el cuerpecillo de los infantes.

El tema, simpático cuando menos, no ha llamado la atención de la misma manera que el vestir tradicional de los adultos. Habitualmente hemos venido echando de menos el tratamiento de este tema en las publicaciones de indumentaria (2) tanto de dentro como fuera de nuestra comunidad y son pocos los museos y las colecciones etnográficas que cuentan entre sus fondos con algunas de estas prendas de uso infantil (3). Sí resultó más curioso para los fotógrafos de principios y mediados de siglo pasado, como Laurent, Ortíz Echagüe, Andrade, Carrafa o Berrueta quienes reflejaron en graciosas instantáneas unos documentos hoy ya irrepetibles.(4)

Este tipo de prendas se han conservado con mayor dificultad que las de los adultos, bien por el uso continuado de las mismas gastándose hasta su completa destrucción (prendas que muchas veces se confeccionaban con retales o con desechos de prendas de los mayores ya usadas) y que mantenía a las niñas con sayas minifalderas y a los niños con chaquetas cuyas bocamangas llegaban a los codos. También la aparición de los cómodos "babys" y blusillas de tejidos industriales de algodón y tergal, que modernizaron también el indumento de mayores, acabaron con multitud de arcaicas prendas, ante la baratura de las mismas y la comodidad a la hora de lavarlas. No obstante nuestras abuelas han guardado de las arcas preciosos cuerpecillos o sayas de paños, mantillas y gorros de bautizar, o los amuletos que protegieron a sus antepasados de toda suerte de males y que permiten conocer multitud de complementos y hábitos del vestir de los infantes durante sus primeros años de vida.

No trataremos en estos comentarios la indumentaria de tipo culto, burgués o urbano más dada a las modas rápidas y a los adornos y motivos extranjeros, motivos que tardaban más tiempo en calar entre la población rural pero que desde luego se daban. No obstante sí es de señalar que tanto una indumentaria, la popular y tradicional como la otra, la "de época" se han interrelacionado desde el principio de las clases, tomando modelos y copiando formas unas de otras.

Podríamos clasificar en tres períodos el uso de las diferentes prendas del indumento de los niños hasta que comenzaban a diferenciarse claramente en razón de su sexo copiando las prendas de los adultos: a).- Fajado de cuerpo entero, b).- Fajado de mantillas y de medio cuerpo, y c)- de manteo.

LAS MADRES y la preparación del parto.

"En las clases altas de la sociedad que llevan vida más sedentaria, son frecuentes los paseos para asegurar un parto favorable, vestir hábito del Carmen o de la Dolorosa" (Burgos) (5). En nuestro campo, donde esa vida sedentaria no existía ni en el transcurso del embarazo (no eran raros los casos de alumbramientos en el campo en plena tarea agrícola) la mujer preparaba su embarazo soltanto algunos pliegues, "churros" o "candiles" del manteo o cosiendo una tabla al mismo para darle mayor holgura, conociéndose esta prenda ya como "manteo barriguera". En el momento del parto, que era en casa y según la costumbre de pié, en cuclillas o sobre las rodillas del marido o padrino de boda, la mujer daba a luz vestida. Así lo atestigua ya la conocida Encuesta del Ateno de 1901, entre otros lugares, en Morales de Toro (Zamora), donde "la parida se muda de ropa a los tres días", en Villamayor (Salamanca) donde "en invierno y en verano se acuestan con la ropa interior y algún refajo de los que tienen, durante el parto y dicho se está, que medias, camisa, enaguas (las que las tienen) y refajo son siempre prendas dignas de ser llevadas, no a la colada, sino al estercolero, pues para el caso se ponen lo peor, y aún cuando levantadas, pues tardan en mudarse de ropa varios días en la creencia de que "parto sudao, parto curao". Un certero apunte del doctor Montero, en la misma encuesta atestigua en Navarros (Navacarros?), pueblo de la Sierra de Béjar que "el no mudarse la parida de ropa responde a que no la tiene, no a la creencia de que perjudicaría a su salud al hacerlo"(6).

l.-ENFAJADO DE CUERPO ENTERO:

Tras el parto, la comadrona ataba el ombligo del niño con un cordoncito de hilo para que no se le soltara. Un trozo de lienzo (conocido como "venda ombliguera") sujetaba el ombligo hasta que cicatrizaba guardándose luego, en ocasiones, en una pequeña taleguita de recuerdo. Mientras, la madre, quedaba unos días también con el vientre fajado o con un pañuelo anudado a la cintura, para soltar toda la placenta e impedir a su vez posibles hemorragias (7).

Durante los primeros días de vida, el niño permanecía aprisionado entre las envueltas anudado de pies y manos, inmovilizado completamente, estiradas las piernas y los brazos pegados al cuerpo cubierto por un pañal fajado. En Mallorca según la encuesta citada era costumbre fajar hasta la cabeza con un "barret", gorro con unas cintas anchas que rodeaban la cabecita buscando "formar" la alargada cabeza que tenía el crío al nacer, "ajustando los huesos del cráneo". Este era "el capet" que en Cataluña hacía la misma función (8).

Una variante castellana de estos capillos de lienzo serían los sencillos gorros lisos blancos anudados bajo la barbilla, que según informaciones recogidas en tierras de Palencia se colocaba en la cabeza del niño inmediatamente después del alumbramiento, sin habérsela limpiado siquiera. Esta costumbre según creencias, protegía al niño de las enfermedades en los ojos y de cegeras posiblemente en la idea de que al estar abierta podría afectar la visión (9).

Esta costumbre de fajar, harto extendida por todo el mundo desde la Antigüedad (se conservan representaciones pictóricas y relieves egipcios en los que aparecen los niños así ataviados) responde a figuraciones que entendían que el niño, con esta práctica, fortalecía los huesos y los enderezaba, llegando a producir en cambio terribles malformaciones. Esta forma de arropar era también utilizada como mortaja en el caso de fallecimiento de los niños más pequeños que no habían superado los primeros meses de vida.

La práctica está documentada con asiduidad en la tradición oral actual hasta finales el siglo XX (10), así como en algunos viejos ex-votos metálicos que representan al niño así amordazado (ll), en tablas-exvoto de madera pintada o figuras de cera como la que observamos en la documentación gráfica (fig. 1). Este curiosísimo y realista exvoto presenta a un niño de cera de pocos meses fajado de pies y manos, aprisionado en sus mantillas, que se nos antoja ofrecido por sus padres en el santuario local buscando seguramente recobrar la salud perdida. Esta sería la ropita que llevaría de mortaja en el caso de no haber superado la enfermedad. En niños de más edad la mortaja era sustituida por una camisilla blanca larga, de hilo, lienzo o lino adornaba de cintas, flores y otros elementos festivos, un hábito franciscano o de otra orden si habían podido comprarle en el monasterio al que estaban adscritos como devotos. Con la llegada de la fotografía, se plasmó el recuerdo de los seres queridos en los más pequeños y se conservan numerosas fotografías de los fallecimientos infantiles en los que aparecen los niños orlados de cintas, flores, pañuelos y papelillos de colores, casi simulando una fiesta, en una situación muy alejada de la tristeza y oscuridad causada por el fallecimiento de un adulto (12).

Cuando el niño cogía algo de fuerza, cuando era capaz de mantener la cabeza, pasado el mes o los cuarenta días de obligada reclusión materna y coincidiendo con la primera salida de la madre a misa de parida, al niño se le liberaba de este sufrimiento en parte, ya que se le sacaban los bracitos aunque seguía fajado de cintura para abajo.

Esta costumbre de "sacamanos" era motivo de una gran alegría ya que muchas veces indicaba que el niño había pasado una época crítica de su vida, las primeras semanas y tenía más probabilidades de seguir viviendo, aún dentro de la mortandad que se registraba en nuestros pueblos en épocas pasadas. La circunstancia originaba en algunas zonas, y no nos extraña dada la alta mortalidad infantil, una pequeña fiesta familiar (13).

No obstante todavía se acostumbraba a asir los brazos al cuerpo con algún pañuelo de los que las madres usaban para la cabeza, y que puesto a pico desde la espalda se cruzaba al pecho y anudaba atrás, impidiendo toda suerte de movimientos.

2.- "ESTAR EN MANTILLAS".

Tal vez sea esta la prenda más representativa del hábito de los infantes en la tierna edad. La costumbre de heredarse y guardarse de padres a hijos ha hecho que se conserven algunas que han arropado a tres generaciones o más de una misma familia, aunque también cambiaban con el paso del tiempo, siendo regaladas muchas veces por el padrino del bautizo, de igual manera que el gorro o los primeros pendientes eran regalo de la madrina (14).

Los niños se envolvían, dejando asomar los bracitos, en los culeros, piezas rectangulares de lino o lienzo a manera de pañales, retales en ocasiones de sábanas y camisas, que se recubrían, a su vez, con las mantillas de empañar, también denominadas "las envueltas" o mantillas de acristianar, hatos o "jatos" de envolver(15), mantillas de criar o simplemente de niño, denominación esta última citada frecuentemente en los inventarios testamentarios para diferenciarla de las mantillas y tocas femeninas de la cabeza. Solían colocarse varias de ellas, para lucirlas y para sujetar mejor al niño recubriéndolo por completo con varias vueltas, aunque alguna de ellas, la cimera o "mantillo" (en Gredos, Avila) apenas cerraba por detrás. También para dormir, en esta misma área, se les colocaba una mantilla negra grande de sayal, gruesa, y "las bragas de gato" o "zurroncillo" pañal abierto entre las piernas por donde se aliviaban, acostados sobre un pellejo de oveja que también recogía los orines.

El material empleado para la confección de estas llamativas prendas era principalmente la lana, tejida tanto en casa como en telares "profesionales" o incluso últimamente de confección industrial. Así se utilizaba la estameña, jerga o el sayal, tejidos recios, o el paño, muletón (denominadas éstas en Avila "las mantillas labradas") o algodón dependiendo de la ocasión, la fiesta y el tiempo. Era costumbre lucir las mejores en el bateo, colocándolas todas a la vez, eso sí, escalonadas para poder dar fe de todas ellas.

Estas pequeña mantas tenían dos funciones fundamentales, la de protección frente al frío y como gala en las fiestas y el bautizo principalmente, de ahí el nombre genérico de "mantilla de acristianar". Se conservan tintadas en muchos colores, frecuentemente pajizos y encarnados aunque este detalle variaba en la costumbre según épocas y lugares; blancas, verdes, pardas, azules, naranjas, o negras si existía un luto familiar, y decoradas siguiendo las diferentes técnicas tradicionales de decoración, el bordado en estambre, liso o multicolor, con lentejuela, mostacilla o felpilla, de picado sobrepuesto de tela o paño (fíg. 2, 3, 4, 7) y el encintado de listas de encaje, galones de seda, de terciopelo o pasamanería (fig. 5, 6), más o menos adornadas según su uso diario o festivo, las manos que las hacían o la economía. La decoración se centra en una de las esquinas, justamente la que queda vista a un lado y animada con el árbol de la vida, símbolo de desarrollo y crecimiento, y un motivo que se adapta muy bien a este espacio triangular, una vez que se han extendido las ramificaciones hasta ocupar una parte del espacio de la mantilla. Dependiendo de las zonas, se animan con motivos geométricos en zig zag, carquises, encomiendas, dientes de sierra, animalísticos y vegetales, pájaras, jarrones, tréboles, tulipanes, hojas o corazones siempre entretejidos mediante ramos y lazos.

Otras mantillas de diario son lisas o llevan una sencilla tira de adorno, llamada "la castañuela" tirana de aguja de gancho, en punto de "llares" (cadeneta), de "incrustación" o de "festón" como en el caso de algunas de la sierra de Gredos (Avila). En otras partes de Avila y Valladolid llamaban "castañuelas" a cada uno de los motivos o golpes redondos de la tirana que adornaba tanto la saya de la mujer como la mantilla del niño.

Las últimas mantillas "de criar" que conservan algunos elementos tradicionales o populares significativos como para que las tratemos en este comentario venían confeccionadas ya industrialmente de fábricas catalanas, en paños más finos que los antiguos y con una decoración impresa mediante una estampación de plancha metálica(fig. 8), que marcaba el motivo en tinta o al fuego, sobre fondos amarillos o rojos (16). Este color encarnado hizo que uno de los usos de estas mantillas fuese el medicinal, ya que con ellas se tapaba al niño cuando contraía el sarampión, creyendo que el color rojo, en una relación mágica de tipo simpático lo aliviaría pronto la enfermedad. Muchas de ellas, así como las sayas y manteos iluminados con estas impresiones conservan entre sus adornos, medio ocultos, los números de las planchas con las que se imprimieron. A pesar de estar confeccionadas industrialmente, el gusto popular por la impronta diferenciadora hizo que estos diseños tan poco artesanos, se acercasen más al gusto popular por medio de pequeños detalles realizados en casa, cintas que podían ir rematando la mantilla formando figuras, recortando ondas, picos, repulgos varios o pasando detalles del dibujo con lentejuela o bordándolo con cadenetas. No es raro que las mantillas en su decoración utilicen técnicas mixtas, y sobre el picado o estampado, se borde encima remarcando el dibujo, rellenando vacíos o rodeando la pieza con una cinta de seda o de agremanes. En estos casos, esta decoración superpuesta a la decoración original (picada o estampada) no se realiza en toda la superficie sino solamente en la parte que queda vista una vez envuelto el niño, la esquina y uno de los laterales de la pieza.(fíg. 8).

La decoración de estas mantillas, bien sea el bordado, picado, estampado industrial o encintado, coincide, en estética y técnica con la decoración habitual de los faldamentos de las madres, tanto en manteos redondos como abiertos (de vuelta o rodaos), casi como en un intento de protección mágica por afinidad de seguir acogiendo en esta mantilla al niño, de igual manera que la saya de la madre lo había acogido ya durante nueve meses.

Se conservan piezas que son auténticas maravillas del arte popular, desarrollándose una verdadera tipología de piezas en cuanto a técnicas y motivos de adorno comarcales, la mayor parte de ellos por estudiar (17).

Una prenda de corte similar que fue variando en el tiempo y en el lugar, de color, tamaño y uso, similar en principio a la mantilla, fue la frisa. La frisa "de empañar" o "de niño", como se cita en los documento hasta el XIX se correspondería con un modelo de mantilla más tosco y antiguo de confección casera que aún subsiste en algunas áreas de arcaica indumentaria como prenda de abrigo femenina. En áreas concretas (Maragatería-León) sí se conserva en la memoria o en prendas-testigo esta pieza, utilizada como abrigo para la mujer, como mantilla de la cabeza o para envolver a los niños. En Valladolid, en la zona de los montes Torozos, se documenta una pieza, la "frisa de empañar", de bayeta o serafina hasta la primera mitad del XIX y en Avila, en Navalosa y Navalacruz se conserva el "cujío", una basta toca parda que se echaba por la cabeza la madre y acogía sobre su seno al niño. Esta pieza, sería un medio manto que cumplía las funciones de abrigo como los mantones de lana, toquillas o chales, de telar o aguja, negros o de colores que aún hoy día se emplean para acoger al niño en brazos.

Cerrando el cuerpecillo y sobre las mantillas, ya en épocas modernas se colocaba un faldón blanco. Los del bautizo, iban lujosamente adornados de puntillas, encajes, bordados y cintillas de forma y corte similar a los actuales.

GORROS, CAPILLOS, ESCALABRADORES, Y GORGUERAS.

Protegiendo al niño del sol, del frío, de los golpes en su frágil cabecita, las madres, siempre previsoras, colocaban unos gorretes de tela de fabricación casera, minuciosa y laboriosa, aunque algunos de ellos llegaron a ser de fabricación industrial catalana de igual modo que las últimas mantillas (gorros "valencianos" los llamaban en Burgos refiriéndose seguramente a su procedencia). Además del uso práctico mencionado servían para adornar a los infantes en las festividades y el bautizo, ya que se figuraban coloristas hasta extremos insospechados y se adornaban profusamente (dependiendo de la economía y el uso) con telas brocadas, cintas de seda, flores, brillantinas, amuletos, medallas, bolas de seda, plumas, bordados, lentejuelas o pompones, de los que colgaban medallitas y otros amuletos que los protegían de diferentes males (18). Usados también como protección ante los golpes eran los escalabradores o chinchoneras, de paja trenzada con un mullido relleno de lana y trapos. Estos escalabradores, de uso muy extendido, sobre todo en las clases más acomodadas se realizaban en los materiales locales amén de comprarse en tiendas. En Cataluña y parte del Levante estos mullidos se realizaban en paja de arroz y se denominaban "gorras de corp". De este tipo, aunque de uso protector solar eran las gorras o sombreras que se ponían, tanto adultos como niños, en la sierra y llano de Segovia, Avila o alguna zona de Salamanca (La Armuña o la Sierra) armadas mediante trenzas de paja de centeno adornadas con múltiples retalillos de colores, pañetes y floretas y "encarrujados" de paja.

Estas características "sombreras" de las niñas en Avila se diferenciaban de las de las muchachas que ya moceaban y de las demás mujeres, en el recorrido del ala, y se adornaban y confeccionaban de manera diferente. En Bohoyo el adorno de estas gorras infantiles llamadas "de coleta" llevaba dos flores laterales hechas con cinta fruncida y con un botón forrado en el centro de ésta y, otro más pequeño que se ponía arriba, en el centro de la copa, mientras que las mujeres y mozas llevaban como adorno un corazón central de tela de diferentes colores según fuese su estado civil, con algún sencillo motivo bordado enmarcado por un trenzado y enramado de paja.(19) Estos gorros de tela que se mantenían hasta los tres o cuatro años (ocasionalmente con más edad también), antaño extendidos por toda España, han sobrevivido en usos cotidianos hasta los años de la posguerra, como otros muchos testigos del pasado, solamente ya en áreas arcaicas de la comunidad o de cierto aislamiento geográfico, como es el caso de Gredos (Avila), Maragatería, zonas bañezanas o en la Cabrera (León), media provincia de Zamora y Segovia y en algunas partes de Salamanca (La Sierra de Gata, Los Arribes, etc) desapareciendo en las demás a principios de siglo XX (20)(fig,9).

Las finas cofias y fallas, desaparecidas antes que los gorretes descritos, cubrían asimismo la cabeza del infante, siendo sustituidas en la actualidad ambas piezas por gorros de seda y encajes o de ganchillo blancos, (o azules si es niño y rosa si es niña) algunos tan pomposos que nos recuerdan estos antiguos gorros floridos de sedas y borlas.

Destacan por su venerable ancianidad dentro de este apartado de prendas capitales, el capillo, propio del bautismo y de la festividad del Corpus Christi, muy raro ya, y se ha conservado escasamente en comarcas occidentales zamoranas y leonesas, en tejidos de lino y decorados a punto de cruz (21). Es una prenda arcaica junto a los redondos baberos o babadores de puntilla y la corbata, pieza triangular de lino adornada también a punto de cruz en Zamora y León o en técnica de colchado o "acorchado" en Segovia que rodeaba el cuello e iba colocada hacia la espalda, y que servía de refuerzo al cuellecito del niño cuando por su corta edad aún no tenía suficientemente desarrollados los músculos. Muy pocos ejemplares nos han llegado de estas "corbatas" alistanas o "galonas" del Bajo Orbigo leonés que no son sino un remedo de lo que en el Siglo de Oro fueron las gorgueras y los cuellos valones que estuvieron extendidos por toda la comunidad y conocemos por legados testamentarios, hasta el XIX, manteniéndose desde entonces ya sólo en estas áreas arcaicas. Aún en zonas cercanas a Maragatería se encuentran piezas, de uso confuso para niños o mujeres (y que en ambos casos se utilizó como la (fig.10) de estos capillos y monteras de colorines y afollados que nos retrotraen a épocas desde luego más lejanas para lo que es el concepto "organizado" de la tipología del traje tradicional en el siglo XIX.

Otra prenda de cabeza era la marmota, un gorrillo de lana adornado también con profusión de encajes y puntas de bolillo y borlas, de una altura considerable. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua lo define como: "Gorra de abrigo, generalmente hecha de estambre que han usado las mujeres y los niños". La prenda tuvo que ser habitual en el siglo pasado siendo una variante de estos gorros floridos aunque más consistente y propio de los inviernos. Conocemos su uso hasta los primeros años del siglo XX en la comarca de la Churrería (Valladolid y Segovia) y Candelario (Salamanca), localidad, ésta, en la que la prenda venía a ser el tercero de los gorros que se ponían al niño, tras uno pequeño de lienzo blanco, y otro ya adornado de cintas y encajes. La marmota en otras áreas (en Tierras de Alba en Zamora) era una denominación habitual del gorro de "crista" (22), mientras que en Olombrada (Segovia) y alrededores suelen referirse a él como "gorro perifollo" (fig. 6) y en otras zonas segovianas como "el capotito".

LOS JUBONES y CAMISOLINAS.

Los jubones o "mangas" de niño eran prendas de uso habitual en el cuerpo de estos "angelitos" cuando aún gastaban la mantilla. Blusillas de manga justa, "juboncillos" atados en la espalda o de manga amplia (de ahí la denominación zamorana de "mangones") de niños y niñas, eran utilizados hasta que por su edad comenzaban a separarse los indumentos claramente. Estas piezas son similares en hechura a los jubones de la mujer, entallados de cuerpo y ampulosas mangas que recogen su vuelo en diminutos pliegues en el puño, prendas que serán sustituidas cuando el niño crezca por la camisa, la chupa y el chaleco o por la camisa, el justillo, el dengue, o el mantón si es niña. Estas mangas se confeccionaban con retales sobrantes de otras prendas, de ahí el colorido y la variedad de tejidos y paños en una misma pieza, en la que aparecen las mangas de un tejido y los puños de otro, el cuerpo delantero de una pieza distinta a la trasera, o diferentes piezas de tela en la delantera. Frecuente era el uso de camisillas blancas de medio o cuerpo entero sobre las que también se ponían los juboncillos de manga ajustada (23).

Se conservan muchos de estos coloristas jubones en áreas donde hasta hace poco tiempo se usaron, principalmente en comarcas zamoranas, y salmantinas, aunque no siempre es en la periferia de nuestra comunidad en la que se localizan las piezas arcaicas. Estos juboncitos prescindían del cuerpo en la comarca de la Churrería (Valladolid - Segovia), colocándose para las fiestas dos amplias mangos de algodón floreado, cogidos por una cintilla que pasaba por la espalda del bebé y que se ponían sobre una camisilla de lienzo.

LAS CAPITAS.

Una prenda que se ha mantenido hasta hoy día en algunos de los pomposos trajes que llevan los niños al bautizo es la capa, aunque, variando su ornamentación, confección y diseño con respecto a las antiguas de las que tenemos noticia. La capa con capillo de bautizo eran prendas frecuentes en Cataluña(24) aunque en nuestra comunidad no lo era tanto. Conocemos algunos ejemplares de capas palentinas de bayeta o paño fino blanco y capucha adornadas con picados de tela sobrepuesta del mismo color que estuvieron vigentes hasta los años treinta del siglo y algunas otras segovianas, adornadas con pequeños encajes de puntos de España de plata y oro, pequeños picados y repulgos de seda figurando ondas o picos y dientes de sierra(25). La capa era así una pieza más que cubría completamente al niño y a las varias mantillas el día del bautizo, prendas que junto a los varios gorros que podía llevar, cintas y amuletos inmovilizaba durante ese tiempo a la criatura en ocasiones "por su bien" (26).

Las habituales capas de sedas bordadas, blancos encajes junto a inmaculadas y finas mantillas y faldones empezaron a ponerse de moda a finales de siglo entre las clases burguesas y su uso fue extendiéndose con el siglo entre el resto de la población hasta la actualidad (27) y no era raro que ya en el siglo XX se bautizara utilizando ambas prendas, mantillas de paño y faldellines de encaje.

LOS CINTOS Y FAJEROS

Los "orillos" o fajeros, ceñideros y ciñidores son cintas que sujetan la mantilla exterior a la cintura del crío mediante varias vueltas. Estos "cintos" lisos, de hiladillo, o con adornos bordados o picados se confeccionaban tanto en casa en telares de bajo lizo, como se adquirían en mercaderías. En áreas leonesas, de Zamora (Aliste) o de Avila (Gredos) se han conservado a manera de testigo último algunos viejos telares de mano (lizos o sencillos peines), en los que los hilos de la urdimbre sujeta a un punto fijo se separan con la mano, mientras se pasa la trama enrollada en una madejilla. En estos telares se realizaban estas coloristas tiras, que se utilizaban también como ligas o ceñidores de mandiles y manteos.

En Valladolid en el siglo pasado se traían por piezas de las fábricas industriales de Bilardell o de Bilbao a los comercios de las localidades. Los más modernos conservados son de algodón o de piqué y han llegado hasta nuestros días en muchas provincias, utilizados hasta hace escasas décadas. Estos fajeros podían también ser cintas o galones de seda multicolor de varios metros (de las que habitualmente adornaban el cabello femenino), cubriéndose de otros más consistentes de tela más recia y más cortos. De ellos se colgaban los amuletos, dijes y evangelios cuando no estaban ensartados en una cadenilla o en un cinto todos juntos. Estos dijeres, manijas, rastras o recintos seguían utilizándose una vez que se habían cambiado las mantillas por otras ropas colgándose de la cintura o del cuello del niño.

AMULETOS Y DIJES

Rodeaban al niño en su cintura, cuello, hombros o estaban prendidos en el gorro y le protegían de sus diferentes males además de entretenerle y adornarle. El diccionario de Autoridades de 1732 define la voz "Dix, dixe ú dixes" de la siguiente manera: "Evangelios, relicarios, chupadores, campanillas y otras bruxerías pequeñas de cristal, plata y oro que ponen a los niños, en la garganta, hombros u otras partes, para preservarlos de algún mal, divertirlos u adornarlos"(28).

El origen de la palabra, apunta Covarrubias (1611), podría estar en que "los niños a todo lo que reluce llaman dix", aunque "puede ser griego, del nombre...ostentatio". También anota que se cuelgan al cuello estas piezas "para acallarlos y alegrarlos; y aún dicen también que para divertir a los que miran para que no los aojen si les están mirando al rostro de hito en hito. Algunos dicen ser palabra inventada por las madres cuando muestran a los niños las cositas que relucen. Otros que es arábigo." Serviría además, dado el tintineo metálico constante del conjunto para orientar a las madres sobre donde encontrar a los hijos, además de distraer y entretener la vista y las manitas de la criatura ante la falta de juguetes.

Estas sartas de alamares se hallan ya descritos en textos antiguos y desde el Siglo de Oro varios escritores refieren comentarios sobre su uso, costumbre que quedó plasmada en numerosos retratos aristocráticos del XVI y XVII, como los conocidos de las hijas de Felipe III, pintadas por Pantoja de la Cruz, los de "el Príncipe Felipe Próspero" y de "Doña Antonia de Ipeñarrieta y Galdós con su hijo Luis del Corral" de Velázquez, el del "Duque de Alburquerque" atribuido también Velázquez o "Fernando de Austria" de Bartolomé González, repitiendo los modelos de Sánchez Coello. Dentro de estos testigos pictóricos un interesante documento es el cuadro del "Desenclavo de Cristo" de 1772 de Medina del Campo (convento de Santa María Magdalena) en el que aparecen tres niños portadores de los elementos de la pasión (la cruz, la escalera, etc). De sus cinturas penden varios amuletos en un dijero, una campana, una higa de azabache, una varilla de coral, una pata de tejón o los santos evangelios (29).

Y en grabados, en tallas de madera vestideras del XVIII con la imagen del Niño Jesús, aparecen no pocas veces cuelgas con esos amuletos o un fajero del que penden con una cadenilla, de una cinta de seda o de un cordón.

Las encuestas del Ateneo de 1901 testimoniaron como costumbre frecuente en toda España, en los albores del siglo, el uso de estos elementos protectores, costumbre que fue desapareciendo paulatinamente conservándose solamente hoy día el uso de algunos evangelios y escapularios realizados por las laboriosas manos de las monjas, junto a pequeñas medallitas de devociones locales y cruces que nada tiene que ver con aquellas extendidas medallas de plata troqueladas. En Asturias sigue siendo de uso corriente el regalar una cadenilla para el cuello con una higa de azabache engastada en oro o plata a los recién nacidos. De lejos viene también la antigua costumbre de bendecir la ropita limpia del niño en las mudas, así como llevar algún amuleto cosido al jubón, la chaqueta, entre el forro de la ropa o unas medallas cogidas en un imperdible en la camisilla que se mudaba (30).

Entre las múltiples piezas que acompañaban al niño y lo protegían destacan los conocidos Evangelios y la Regla de San Benito: hojas impresas con textos en latín que, guardados dentro de bolsitas de colores realizadas en casa o de labor detallista de monjas, servían de "detente" y escudo protector contra los males dado el contenido religioso. La antigua costumbre la recoge Concha Casado en uno de sus libros (31) donde refiere una cita de San Juan Crisóstomo (siglo IV) quién en Antioquía, ya sermoneaba: "¿No ves cómo las mujeres y los niños pequeños se cuelgan al cuello los evangelios, a modo de gran protección, y los llevan consigo a donde quiera que van". Hoy día sigue la costumbre y son varios los conventos que realizan en materiales modernos plásticos y con un trocito de tela de sayuelo bendecido estos evangelios y otros escapularios.

Las ramitas de coral prevenían contra los malos espíritus y el aojamiento tanto infantil como adulto, siendo habitual salir a pasear con ellos para evitar esos malos deseos. También facilitaba la coagulación de la sangre de las heridas, apartaba el rayo y los torbellinos, y evitaba los vómitos, teniéndose el coral como muy beneficioso en medicina, al igual que el azabache. El conocido gesto de desprecio de la "higa" repelía cualquier aojamiento o efecto nocivo sobre el niño, y se tallaba en estos materiales, pero también en ámbar, hueso, etc, esta figura. Aún hoy en día se hace con la mano este gesto cuando se ve un gato negro, o si se quiere evitar la mala suerte.

La Campanilla y los cascabeles, ahuyentaba con su sonido a las brujas, demonios y otros seres malignos, a la vez que hacía despertar el sistema auditivo del infante en una función más de entretenimiento y de espabiladera o sonajero que de otra cosa.

El chupador, una barrita de cristal de colores, favorecía la dentición por la salivación continuada y calmaba así los dolores del niño cuando a este le comenzaban a asomar los dientecillos. Para la consecución de este fin se colgaban mandíbulas de erizo, dientes o puntas de jabalí, y hasta asta de ciervo se utilizaban con esta intención sanadora.

Un pez metálico, cuyas escamas estaban ensartadas en un eje móvil, pretendía facilitar con su movimiento el desarrollo del lenguaje, mientras en algunos lugares era costumbre introducir la cola de un pez vivo en la boca para corregir problemas del lenguaje o la misma tartamudez.

La castaña de Indias, conocida también como "castaña loca", servía, llevándola en un bolso para dar suerte y proteger de la locura y aliviar el dolor de oídos y preservar al infante de tumores o quistes. También colgaban a los niños una garra de tejón seca o uñas "de la gran bestia", para el mal de ojo junto a puntas de cuerno, dientes de jabalí, utilizadas contra la mordedura de serpientes y otras alimañas.

Y mil motivos más, que en cada lugar variaba en su remedio y aplicación, medallas de Vírgenes y Santos, cruces (32), bollagras y pomas que contenían ungüentos, conchas marinas y caracolas, fósiles, cuernos, monedas antiguas, la sirena, un trozo de pan bendito figurado en una bolsita adornado o pintado en ocasiones(33), una cabeza de víbora, un saquito de alcanfor o de olorosas lavandas, "detentes", diferentes cristales y piedras de colores engastadas en cerquillos de plata que servían para un fin o para otro diferente según la localidad y el momento aunque muy relacionadas con la magia simpática e imitativa propia de prácticas muy antiguas. Hay que tener en cuenta que muchos de estos amuletos se colgaban también de los collares de las mujeres, de los "braceros" (cuelgas de amuletos que pendían del brazo, símbolo también de riqueza) sirviendo asimismo de adorno personal además de elemento protector, como las piedras de leche, que facilitaban la lactancia cuando a la madre se la retrasaba la bajada de la leche, o las de sangre que eliminaban las dolencias de los ciclos menstruales.

3.-DE MANTEO

Transcurrido el medio año o varios meses más, cuando el niño ya se mantenía en pie, cuando estaba bien tieso, iniciaba sus andaduras o dejaba la lactancia (a veces alargada hasta dos años) se procedía a un cambio de indumentaria "vistiendo de corto" a la criatura, sustituyendo las envueltas por una saya tanto si era niño como si era niña, aunque para dormir se siguieran utilizando las mantillas (34). Este cambio se hacía coincidir con la llegada del buen tiempo evitando los fríos a los niños, celebrándose por el 1 de marzo, festividad del Santo Ángel, de modo y manera que un niño, dependiendo de cuando había nacido podía estar en mantillas seis o siete meses si había nacido tras el verano o un año.

La costumbre se mantenía hasta los tres o cuatro años, época en la que se individualizaban los trajes según su sexo aunque conocemos casos en los que esta costumbre se alargaba durante algunos años más(35). Relacionado con este manteo estaría una prenda denominada según lugares, sayo, mandil o mandilete, de cuerpo entero (jubón y manteo), similar al baby actual, de diferentes tejidos y cerrado mediante botonadura en la delantera, en la espalda o con lazos en la cintura y que se usaba hasta la edad escolar. La prenda, que nos trae vestigios medievales por su relación con los briales, se conserva ocasionalmente en león la Sierra de Gredos (Avila).

La mezcla de prendas en estos años era grande al aprovechar las de un estado propiamente infantil y de otro adulto. El niño podía así aparecer con un manteo, una camisa, chaqueta, chaleco y un sombrero o con el gorro de acristianar, y la niña de manteo, con su pañuelo de talle y jubón, hasta que con el paso del tiempo se definían las prendas claramente(36). Sabemos que la costumbre se mantuvo a principios de siglo en algunos puntos del este de la comunidad y hasta la primera mitad en áreas occidentales y del sur (fig.ll y l2).

Estos manteos variaban en su decoración como los de las madres según las comarcas, estados y fiestas y podían ir lujosamente adornados de picados, bordados o estampados o ser lisos. Parejos a estos manteos y usados interiormente se llevaban unos refajillos blancos de punto de aguja de minuciosa y diminuta labor donde observamos la misma hechura que en los gorros, una factura minuciosa artesanal y otra de corte más industrializado.

DE LOS PIES A LA CABEZA. EL CALZADO Y EL TOCADO.

Las duras economías rurales obligaban en muchos casos a que el niño en sus primeros tiempos anduviese descalzo o con unos sencillos calcetines de lana o paño ("calzapollitos" los llamaban en Avila o "chapitos" en Palencia) sustituidos más recientemente por los conocidos patucos.

Diminutas albarcas, galochas o madreñas de madera utilizadas según la geografía, la montaña o el llano se usaban como calzado ordinario o de invierno, junto a los choclos o cholas, calzado de suela de madera y empeine de material que martirizarían estos diminutos pies. Calzado éste de madera que se ponía en La Montaña de León o Palencia con escarpín o con "calzón", un escarpín alto que cubría hasta media caña, de áspero sayal y que obligaba a los niños a dormir unos días con ellos puestos para que se fueran adaptando a la forma del pie y no les mancara. Y según las economías, botines de fino cuero o zapatos de madera o de material. Era costumbre que cuando el niño estrenaba ya el calzado se lo colocase su madre para ir a la iglesia, para que así los primeros pasos los diera en suelo sagrado (37).

Del mismo modo se consideraba casi día de fiesta cuando se cortaba el pelo por primera vez, a los varones, ya que a las niñas se les dejaba crecer para enroscarlos o trenzarlos en moños o coletas (38).

El pelo largo se llevó hasta bien pasado el siglo XIX en muchas partes de España como costumbre habitual entre los hombres y también en los niños. Nos quedan algunos testimonios de las melenas de los alístanos en esta época y varios grabados de finales del XVIII donde aparecen, entre otros tipos un serrano de Piedrahita de largas guedejas, unos arrieros maragatos de cabeza rasurada y melena, unos molineros y leñadores sorianos pintados por V. D Bécquer con la melena al viento al estilo actual , un vecino de la Bañeza al que el pelo le llega hasta los hombros o unos charros y segovianos de coleta recogida en una lazada de moño de "picaporte" tan común en las mujeres españolas (39).

"La melena", era también un flequillo que se dejaba a los niños de la zona serrana de Avila, Segovia y Soria mientras el resto del pelo se rapaba. También V. D. Bécquer dejó el testimonio en algunas de sus pinturas sorianas como "La bendición de la mesa", "El santero" o "el cuento del abuelo". A las niñas las recogían el pelo bajo un pañuelo que ocultaba el moño de picaporte, la trenza de varios cabos o las dos coletas, que a veces se cruzaban bajo la nuca y prendían en la parte cimera de cabeza, mientras a los más pequeños se les recogía el pelo en un "quiqui" o "quiriqui" que quedaba de punta en la cabeza y que se anudaba con una cinta de color. Alguna pintura española recoge esta costumbre también entre las clases aristocráticas ya en los siglos XVI y XVII (40). Las niñas curiosamente, y como costumbre muy extendida en la península, se las ataba el nudo del pañuelo de una u otra manera bien fueran niñas o mocitas, de igual modo que si eran solteras, casadas o viudas. Así ocurría en la maragatería leonesa, donde a las niñas se las ataba el pañuelo a un lado de la sien, y a lo cimero y con orejas si moceaban, aprovechando para estrenar ya los pañuelos de palma sustituyendo a unos pañuelos de algodón blanquecinos, que luego trocarían por los conocidos de seda toledana de cuadros, claros de solteras y verdi-rojos de las casadas.

La edad en la que la niñas empezaban a dejarse rodete, rizos, "cocas" (moños laterales) o moño de picaporte (llamado según las zonas de "aldabón", de "castañuela", de "picayo", o "de martillo") era de seis o siete años, cuando tenían ya una mata de pelo lo suficientemente larga como para poder montar el trenzado. Bécquer nos dejó también detallistas pinturas de Avila y Soria en las que aparecían niñas sobre estas edades, incluso algo menores, con el moño de picaporte perfectamente tejido, a veces oculto por un pañuelo, mantilla o sombrero, que alzaba considerablemente el tocado. En ocasiones el pelo se llevaba suelto o recogido en una trenza, o doblada ésta y unida a la base del trenzado con una cintilla hasta que ya mocitas casaban como ocurría en algunas zonas de León, Palencia o Avila dejándose desde ese momento el moño de rosca (41). Indispensable para este peinado de picaporte eran las dos cocas o ruedas laterales que se torcían a la altura de las orejas y que asomaban mediadas bajo el pañuelo o mantilla (42).

4.- DE ADULTO-NIÑO

A medida que el niño iba creciendo su indumentaria se identificaba con la de los mayores. Aquí, junto al tamaño de las prendas, algunos colores podían identificar un estado, más que aparente, como era el de la inocencia infantil, el color vivo de los pañuelos, de las cintas y adornos de las niñas o el color blanco o animado de los velos para ir a misa como se ha mantenido hasta hace unos años(43).Este es el caso de los lazos del moño que gastaban las mocitas, más coloristas que los de las casadas (morada era esta cinta del pelo o "sígueme-pollo" de las solteras segovianas); del color amarillo o blanco de los pañuelos de cabeza de las maragatas solteras, mocitas y jóvenes, el color azul turquí del serenero de las niñas de Candelario (Salamanca) que se convertía en verde cuando moceaban, y en amarillo "yema de huevo" al casar, pasando más tarde al negro si enviudaban. Y poco más, las prendas de niños ya mozos en nada se diferencian de las de los adultos salvo en el tamaño y, en ocasiones, en estos adornos coloristas.

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NOTAS:

(1) Véase entre otros cancioneros infantiles este extenso repertorio en J.M. Fraile Gil. "La poesía infantil en la tradición oral madrileña", Biblioteca Básica Madrileña 8. Consejería de Ed. y Cultura de la Comunidad de Madrid, 1994.

(2) Novedosa fue así la compilación de Concha Casado Lobato: "Indumentaria Tradicional de las Comarcas Leonesas". Dip. Prov. de León, 1991. Unas breves referencias a la indumentaria infantil segoviana pueden consultarse en "Costumbres populares segovianas de nacimiento, matrimonio y muerte" (Encuesta del Ateneo 1901-1902) de Guillermo Herrero Gómez y Carlos Merino Arroyo, Dip. Prov. de Segovia, 1996, pág 42. El resto de los estudios de indumentaria segoviana que conocemos no tratan el tema o lo mencionan sólo anecdóticamente. Véase también "El mundo infantil en la Zamora de principios de siglo". Guía de la exposición, por Concha Casado y Carlos Piñel. Caja de Zamora, 1990. "La Zamora que se va". Colección etnográfica castellano-leonesa de Caja España, de Carlos Piñel. La Opinión el Correo de Zamora 1993. Algunos otros comentarios aparecen en Blanco, J. E. "Magia y simbolismo en la indumentaria tradicional." Moda en sombras. Museo Nacional del Pueblo Español. Ministerio de Cultura, Madrid, 1991 (pgs.44 y 45).

(3) Entre estos auténticos museos se encuentran los fondos de la colección Caja España que contiene un buen muestrario de esta indumentaria, de Zamora principalmente. También en los fondos del antiguo Museo del Pueblo Español, hoy Museo Nacional de Antropología, se conservan preciosos testimonios de todo el país. El muestrario infantil que conserva este museo de nuestra comunidad lo componen piezas de acristianar de León, Zamora (Benavente y Aliste), Salamanca (Armuña), Segovia y algunos trajes de niños algo más mayores, como uno de niña de Armuña (Salamanca) y un traje de niño pastor de Bernardos (Segovia). También la colección etnográfica de la Diputación Provincial de León conserva algunas piezas de este apartado.

(4) La obra de Ortiz-Echagüe cuenta con preciosas fotografías de niños. "España: Tipos y Trajes". Publicaciones Ortiz-Echagüe 1971. Duodécima edición.

Más frecuente fue el tema entre pintores costumbristas del XIX como V. D. Bécquer, quién trató en sus obras muchas veces el ambiente infantil cotidiano. Ahí están los cuadros de tema abulense "La fuente en la ermita de Sonsoles" o los sorianos de "El baile del tambor", "El cuento del abuelo", "las panaderas de Almazán", "La bendición de la mesa" o "El santero".

(5) "El ciclo vital en España". (Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902). El Nacimiento. Tomo I Y II. Edición crítica de Antonio Limón y Eulalia Castellote, Museo del Pueblo Español y Asociación de Amigos del Museo del Pueblo Español, Ministerio de Cultura, Madrid 1990 (pág. 98).

(6) "El ciclo vital, " op. cit. pág. 584.

(7) Zurbarán ya plasmó este detalle en una de sus obras "La adoración de los pastores" donde el Niño Jesús aparece sobre un pañal con una venda umbilical que rodea su cinturilla.

(8) Ateneo op. cit. pág 823. "La vida a la llar". E. Curent i Lola Anglada. Ed. alta Fulla, Barcelona 1981. pág 253-254 y Violant y Simorra, R. "Etnografía de Reus y la seva comarca". Ed. Alta Fulla, Barcelona, 1990, pág 472-479 (Reed.)

(9) Así se hacía en Vilalcón de los Caballeros (Palencia) hasta principios del XX.

(10) "Hasta hace poco se practicó en muchos pueblos (es posible que en algunos se practique todavía, como se practica en los de Liébana (Santander) lo siguiente: Temerosas las mujeres de que las extremidades de los niños adquieran algún vicio de conformación, y según su juicio, para que vigorizasen, no se las dejaba sueltas durante los primeros cuarenta días; se creía que hacer lo contrario era no sólo atrevimiento imperdonable sino causa merecedora de ejemplar castigo. Con los brazos derechos y unidos al cuerpo y rectas las piernas los envolvían apretadamente en los pañales y demás ropas y encima de todo una amplia bayeta que los cubría de la cabeza a los pies. Sobre esta bayeta fajaban al niño en toda su longitud imposibilitando toda suerte de movimiento. En el norte de León se recuerda ya con horror esta práctica y las torturas que padecieron todos los que pasan de 20 o 30 años, y si alguien se atreviera a repetirla fuera juzgada como intolerable crueldad". "El ciclo vital..." op. cit. pág. 463.

En un estudio crítico de Ignacio Fernández de la Mata sobre las fichas de la encuesta del Ateneo en Burgos aparecen algunas referencias similares de la costumbre ("De la vida, del amor y de la muerte. Burgos y su provincia, en la encuesta de 1901-1902 del Ateneo de Madrid". Librería Berceo, Burgos, 1997, pág. 60): "En el pueblo de Castrillo de la Reina (Salas de los Infantes), existía la costumbre hasta hace muy pocos años de fajar a los recién nacidos de un modo parecido a las momias egipcias.

Luengos paños envolvían desde el cuello al recién nacido, se doblaban por la parte inferior a la altura de los pies, se les recogían los brazos a lo largo del cuerpo, y un fajero daba vueltas en toda la extensión del cuerpo, semejando la criatura un paquete. Un pañuelo cuadrado blanco como de treinta centímetros de lado, cosido en dos de sus partes era el gorro que usaban para sus hijos con el aditamento de una gran borla de hilos de estambre de colores chillones, sobre la frente". El comentario se acom106 pana además de la siguiente nota. "Este traje debió usarse en España en los siglos 16 y 17 y aún posteriormente. Véase entre otros cuadros, "la Adoración de los Reyes" de Velázquez del Museo del Prado". Efectivamente la conocida obra del pintor así nos muestra al Niño en brazos de su madre, fajado de pies y manos, siguiendo la que debía ser la costumbre habitual en esa época que duró todavía, en algunas áreas arcaicas de nuestra península, hasta finales del siglo XIX y principios del XX. Zurbarán reflejó la costumbre en "La Sagrada Familia" (Museo de Budapest) en la que aparece el Niño inmovilizado también entre las mantillas.

(11) "El mundo infantil en Zamora..." op. cit. pág. 17.

(12) Recordemos que en los funerales de los niños era frecuente un toque de campanas animado, "a gloria", propio de festividades y no el triste repique que todos asociamos en estos casos. F.n determinadas culturas, incluida la nuestra, hasta este siglo se celebraba baile en casa de los padres del niño fallecido, considerando en este acto la alegría "causada" por haber subido un angelito al cielo se intentaba animar a los afligidos padres en el momento del pésame con frases tétricas como la de "Salud, pa criar angelitos p'al cielo".

(13) Concretamente en Aragón este rito se denominaba "de sacamanetas". (Beltrán, A. "Indumentaria aragonesa" Ed. Moncayo, 1993, pág 179-182.) Sería una fiesta similar a la que se hacía cuando el niño comenzaba a usar calzado, en la "fiesta del calzar" (Aragón) o el "día del calcar-lo" (Cataluña) celebrada en meses impares.

(14)En Laguna de Negrillos (León), los padrinos regalaban el gorro, las sabanillas y las mantillas. En Villablino (León), por ejemplo, el gorro lo regalaba la madrina, en Bembibre (León) era el padrino quien regalaba la capa o mantilla. En Destriana (León), la madrina regalaba la gorra o capota y en Béjar (Salamanca), ésta, es la que paga los primeros pendientes y el traje de corto. En Villarramiel (Palencia) los padrinos regalan el primer gorro del bautismo y el primer traje de corto, y en Avila "la gorra" del bautizo. (El ciclo vital en España...op.cit. pp. 699-705).

(15) Se llama jato, hato o envoltorio en Martín del Río (Salamanca).

(16) Estas estampaciones también llegaron a hacerse artesanalmente mediante planchas de metal con los dibujos geométricos recortados, planchas que una vez sobrepuestas en la tela se impregnaban de pólvora y se prendían quedando un estampado al fuego.

(17) El trabajo de catalogación de estas mantillas por áreas, como en el caso general de la indumentaria está aún por hacer. En el caso de León, Zamora y parte de Salamanca se conocen las características y formas locales, aunque en el resto de las provincias no. En Avila conocemos mantillas de estampación industrial (presentes en toda la comunidad por la modernidad de las piezas), de cintas de paño y de tiranas picadas como se puede observar en la documentación gráfica. En Valladolid, además de las industriales que en toda la provincia se readornaban con lentejuela o azabache conocemos otras de picados en la zona oeste que representan el conocido árbol de la vida, otras de piqué, etc. En Segovia pueden coexistir en un mismo ámbito las de tirana picada o las de encintado, decoración muy habitual en Segovia en la indumentaria tradicional. Del resto de las provincias, apenas conocemos piezas.

(18) La costumbre la refleja también el pintor José de Ribera (XVII) en "La mujer barbuda" que presenta al niño que está en brazos con un capillo blanco con una flor de encaje a un lado, de la que cuelga un pequeño cuernecillo de coral. (Ars Hispaniae. Ed Plus Ultra Madrid, 1958, Tomo XV, pg. 136).

(19) En estas gorras de "coleta" en "la parte de la escotadura trasera, (por la que asomaba el moño de las mujeres), las primeras vueltas del ala no se completaban, pero las últimas sí. Sin llegar a tener el ala corrida como los sombreros, protegían el cuello de los rayos del sol. Esto era posible dado que las niñas carecían de moño." "Las gorras de paja de Bohoyo" por Carmen Martín Benito. Narria, nº 33. Provincia de Avila. UAM, 1984.

(20) En el Aliste zamorano estos gorros se denominan de "parede" por las cintas fruncidas que rodean el frente y marcan los laterales y al servir como protección a los golpes, o de "crista", de cresta, por los adornos cimeros de borlas. En Serranillos (Avila) se denominan simplemente "la gorrilla" y en Campaspero (Valladolid) "marmotas". La "marmota" es uno de los varios gorros que se colocan sobre la cabeza de los niños.

(21) Esta prenda también se describe en Burgos. Véase la nota 10.

(22) En "Tipos y trajes". Caja España 1986, pág 120 aparece una descripción del traje de acristianar de Candelario (Salamanca) y de la Sierra de Béjar en "El ciclo vital en op. cit. pág 780, se citan algunas de estas piezas de cabeza.

(23) Zurbarán en "La adoración de los Magos" presenta a Jesús con una de estas camisillas, fajado y con una mantilla, como sería lo habitual de la época.

(24) "Folklore de Catalunya". J. Amades. Biblioteca selecta de Cataluña, Barcelona, 1969. pág 56-58 y 84. Véase nota 8.

(25) Una de estas capas y el resto del traje de acristianar se puede ver en "El arte popular en el ciclo de la vida humana. Nacimiento, matrimonio y muerte", de Guadalupe González-Hontoria y Allende-Salazar. Testimonio. Compañía Ed. 1991. pág 44.

(26) En Sayago "al regresar del bautizo se tiene al niño con la ropa de cristianar por espacio de una hora aproximadamente porque existe la creencia de que si cayese en un pozo tardaría en ahogarse el mismo tiempo que estuvo puesta la ropa mencionada". El Ateneo, op. cit. pág. . 1065. En Pinarnegrillo (Segovia) se echaba a dormir al niño inmediatamente tras el bautizo, en la misma creencia de que cuanto más tiempo estuviese dormido más tiempo aguantaría en caso de que cayera a un pozo.

(27) Se habla en Burgos de taima o capa de cristiandad y de los gorros de bautismo como gorros "valencianos". "De la vida, del amor ..." op. cit. Pág. . 60.

(28) De consulta obligada son los Catálogos de amuletos del Museo del Pueblo español, hoy Museo Nacional de Antropología, obra de Carmen Caro Baroja ("Trabajos y materiales del Museo del Pueblo Español. Catálogo de amuletos", Madrid, 1945) y de Concepción Alarcón Román ("Catálogo de amuletos. Museo del pueblo español". Ministerio de Cultura Dirección General de Bellas Artes y Archivos, Madrid 1987).

(29) Antonio Sánchez de Barrio en "La función del Desenclavo en un cuadro de 1722. Objetos mágicos y simbólicos en algunos de sus personajes" en RF, Caja España, tomo 16 II, nº 187, 1996. DESCRIPCIÓN DE TIEDRA

(30) Lope de Vega en "La Dorotea. 1ª parte, acto I, escena 2ª: "¿Que niño no ha curado de enojo?, ¿qué criatura no se ha logrado, si ella le bendice las primeras mantillas?. Citado en "El ciclo vital en ..." op. cit. Pág. 496.

(31) Casado Lobato, C. "El nacer y el morir en tierras leonesas". Caja España 1992. pág. 28 y 30.

(32) Frecuentísimo obviamente. En La Sierra de Gredos, en Navalmoral, se colgaba del cuello unas cruces de sahugo a los recien nacidos como primera prevención contra el aojamiento y las brujas principalmente.

(33) Recordemos las conocidas figurillas de San Andrés de Teixido en La Coruña, que se traen los romeros para ponerlas en casa, en las cuadras o al ganado preservándolos de toda suerte de males.

(34) En la Sierra de Béjar (Salamanca) "cuando están bien desarrollados les ponen manteos, que esto suele suceder cuando el niño tiene siete u ocho meses, según la estación". "El ciclo vital ..." op. cit. pág. 780.

(35) Las investigadoras zamoranas Carmen Ramos y Agustina Calles (A. E "Bajo Duero") en unos estudios recientes sobre indumentaria tradicional sayaguesa constataron esta costumbre en niños de más edad, incluso de seis y ocho años. La edad, ya muy elevada para el uso de esta prenda dependería sin duda alguna de la disponibilidad económica de la familia para confeccionar un traje nuevo acorde con la edad. El conocido tamboritero de Cibanal. Isaías, se jactaba frecuentemente de haber andado con saya y rodao hasta los ocho años, todavía a mediados de siglo XX.

(36) En Zamarramala, Segovia "visten a los chicos de modo que no se sabe a qué sexo pertenecen; es su traje hermafrodita porque se les ve con sombrero y manteos, delantal y chaqueta, con una faltriquera a un lado y siempre llenos de libritos, escapularios. manitas con uñas, colmillos y cuernecillos que por lo menos les sirven para entretenerse cuando no tienen ganas de comer o de llorar." Seminario Pintoresco Español, 1839. José María Avrial. "Trajes, usos y costumbres provinciales: El día de Santa Águeda en Zamarramala" (reed. en "La España pintoresca del siglo" XIX. Reedición de Juan Eco. Blanco, Diputación de Salamanca. 1992.) "... en Carbajales (de Alba) tanto los niños como las niñas llevaban rodao o manteo abierto hasta que iban a la escuela; entonces era cuando se comenzaba a distinguir la indumentaria por razón del sexo, siendo un gran acontecimiento para los crios." Eco. R. Pascual. Tipos y trajes de Zamora. Salamanca y León. Caja Zamora 1986, pág. . 113.

(37) Ver nota 13.

(38) Entre los descendientes de los incas aún es costumbre celebrar una fiesta y regalar una llama al niño cuando se le corta el pelo por primera vez, que suele hacerse a los ocho meses.

(39). "Trajes y costumbres" C. Casado y J. Díaz. Ed. Leonesas. Santiago García editor. León, 1988. Véanse los grabados de las pág. 51, 84, 93, 96, 121, 143, 166,]69 y 170.

(40) Así aparece, por ejemplo, "el Duque de Alburquerque", niño, en una obra atribuida a Velázquez.

(41) Véase nota 18. A esta sazón vimos en Nava del Rey (Valladolid) una pequeña mantilla de lista aterciopelada negra, de ceremonia; de niña, que tenía dos pequeños rodetes laterales, directamente cosidos a la mantilla, de tal manera que colocada ésta de cierta guisa, aparecíanse como los verdaderos de la portadora.

(42) Este tipo de peinado se seguía conservando, según las áreas, tras la boda. Así por ejemplo la coleta la seguían usando las segovianas, zamoranas o abulenses cuando se ponía la montera. Incluso las cocas laterales las seguían realizando las más ancianas con postizos cuando ya apenas tenían pelo. Para este detalle son muy señeros los cuadros de Zuloaga de "las brujas de San Millán" donde asoman oscuros postizos adornando o coronando la cabellera blanca de cuatro pelos. En la tierra de Campos de Palencia tras la boda, y desde principios del XX, las recién casadas se dejaban ya el moño y las medias negras hasta su fallecimiento.

(43) En otras ocasiones este blanco de los velos era propio de las mozas solteras ya mayores y aún de la novia, para el día de la boda. Son muy conocidas las mantillas blancas de la boda de Navalcán y Lagartera (Toledo) o las virginales de misa y ceremonia de Aliste (Zamora). Las costumbres, como vemos, han variado mucho a lo largo de la historia.

Este artículo se presentó como ponencia en la VI Muestra de Música Tradicional "Joaquín Díaz" de Viana de Cega (Valladolid) en el simposio "Folklore para niños" en agosto de 1997.



NOTAS SOBRE INDUMENTARIA INFANTIL EN CASTILLA Y LEON.

PORRO FERNANDEZ, Carlos A.

Publicado en el año 2003 en la Revista de Folklore número 267.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz