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El siglo nuestro ha sido testigo de la desaparición de numerosos aspectos de la vida tradicional que parecían inamovibles: El atuendo diferenciador entre comarcas y regiones; pesadas faenas agrícolas en las que el esfuerzo humano o animal se ha visto sustituido por máquinas de colosales motores; la difusión de las noticias y la comunicación, antes lenta y local, se ha transformado por la acción de .medios como la radio o la televisión; el transporte y los viajes han cambiado con la aparición y perfeccionamiento del coche, el ferrocarril o el avión. Para qué seguir; está en el ánimo de todos que los últimos setenta años han provocado en la transmisión de las culturas regionales una ruptura con el pasado, tan profunda y dilatada como nunca antes se vio. La actitud de los niños de las nuevas generaciones ante todo ese material semiperdido, sin embargo, es digna de estudio y merecedora de atención por parte de quienes todavía vemos con optimismo el papel que esa cultura puede cumplir en la sociedad actual, y consideramos muy aprovechable parte de ese bagaje, sobre todo el que no se refiere a aspectos materiales o externos. La fascinación que ejercen sobre los niños algunos monumentos del lenguaje, como el romancero o los cuentos -aunque su descubrimiento se lleve a cabo a través de discos o libros y no por tradición oral-. se diferencia muy poco de la que podían ejercer esos mismos temas sobre las mentes y la imaginación de los pequeños hace un par de siglos, por ejemplo. La sensación maravillosa que produce poder jugar con las palabras y el ingenio por medio de adivinanzas y trabalenguas es sólo comparable a la admiración que pudo despertar en niños de otros tiempos, la Naturaleza o los elementos de la vida orlados de misterio o portadores de algo superior. Consideramos, pues, el lenguaje como el vehículo más adecuado para llegar a apreciar en toda su magnitud los contenidos, lo esencial de esa cultura. Pese a todos los «modernismos» la gente sigue yendo a los curanderos, creyendo en horóscopos, alarmándose por supersticiones, confiando más que nunca en el azar... Puede que los desmesurados avances tecnológicos hayan hecho descuidar otros, tan importantes por lo menos como aquellos para el equilibrio del ser humano.