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Al paso por Jaén, «encastillada y defendida», echada en la ladera del cerro de Santa Catalina, aparte otras cosas, me fijo en su dragón de leyenda, o lagarto, profusamente representado en piedra o en la madera del coro de su monumento renacentista, figurando en el escudo del Cabildo de la Catedral, bajo la Virgen, sobre las murallas, cuyo perímetro, me dicen, correspondía a la figura del animal. Pregunto; me cuentan. Parece ser que un monstruo tenía su guarida en la misma cuna del agua de la Magdalena, manteniendo a la población en un estado de alarma constante, siendo inútiles los medios que de continuo se empleaban para librarse de semejante bestia, hasta que un caballero, disponiendo sobre su cuerpo un vestido hecho a base de espejos, se atrevió a ello, plantándose de tal guisa ante la cueva, retando al bicho, que, al salir y deslumbrarle, fue presa fácil para el valiente, que acabó allí mismo con la historia, «Caballero de los espejos», por otra, no ajeno a la pluma de Miguel de Cervantes.
En otro lugar -magnífico revuelto de ajetes con gambas, todo es digno de decirse-, me lo refieren de manera distinta. Parece ser que era tal el espanto de la gente, que se prometió cualquier recompensa para el que acabara con la sierpe. Fue un preso el que, casi sin armas, ni espejos ni otras zarandajas, en un descuido, le segó la vida, no queriendo oros por la hazaña, sino su libertad.
Y, por último, que el lagarto consumía carne a rebaño por día, mermando la cabaña comarcal como epidemia, hasta que un pastorcillo le preparó una trampa: piel de cordero rellena de yesca, que ensangrentó y encendió para atraerlo, reventando éste a poco de comerla. Puede que sea la versión más antigua, traída, no ya oralmente, sino en letra impresa, obra de Ordóñez de Ceballos, que da fe de una pintura existente en la antigua fábrica de calicanto levantada para «cubrir el manantial de la Magdalena», donde un pastor pone al alcance de un monstruo un cordero manchado. El documento data de 1628, editado por Pedro de la Cuesta, y también tiene su entresijo, que igual un día anoto, como hago hoy con esta leyenda de Jaén en tres versiones, según iban conviniendo al temporeo de la historia, guardadas en el seno de la tradición, dando fe, al menos, de que fuera o no lagarto, todavía existen pueblos capaces de imaginarlo.