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Hay elementos de la cultura popular de los que nos olvidamos frecuentemente a la hora de hacer inventario de formas de expresión. Uno de los que más riqueza ha aportado en sus muchas variantes, y del que no se puede decir que haya perdido vigencia o atenuado su Uso, es el juego de los naipes. Las cuarenta y ocho cartas de la baraja llamada "española" han pasado por innumerables modos de utilización, desde los de mera diversión (con los cuales han acompañado las horas de ocio generaciones y generaciones) hasta los que entran con pleno derecho dentro de la cartomancia, pasando por entretenimientos en los que el envite supera y anula casi siempre a la simple e inocua distracción, atrayendo, en consecuencia, sobre ellos prohibiciones o desprestigio social.
Son múltiples los aspectos de los juegos de naipes que pueden ser objeto de nuestra atención. La iconografía rica y creativa (dentro de una constante), con sus ribetes pictóricos y simbólicos correspondientes (números y su sentido; efigies y su significación histórica o popular, etc.). Los nombres con que cada juego es conocido según la comarca o región en que se practica. Las modalidades ejecutadas con sus respectivas variantes. Los solitarios, acompañados muy frecuentemente por relaciones en verso, que ayudan a recordar o contribuyen a hacer de un sencillo recreo una fórmula oral efectiva, transmitida de boca en boca a través de generaciones. Por último, la jurisprudencia abundante acerca del tema, motivada tanto por la propia práctica de variantes que daban origen a engaños (como el monte, el cané, el pasar, la carteta, etc.) cuanto por el perjuicio que a individuos o familias enteras acarreó la interpretación, desviada o viciosa, de un simple esparcimiento.