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Se encuentra Villacidayo de Rueda, dentro de la provincia de León a la que pertenece, en la margen derecha del río Esla, en un paisaje de ribera (sotos, prados, choperas) cercado por unos montes suaves de robles. Pertenece al Ayuntamiento de Gradefes, población que cuenta con un conocido monasterio cisterciense de monjas, Santa María la Real de Gradefes, fundado a finales del siglo XII.
Nos proponemos en el presente trabajo dar cuenta de la vida pastoril de Villacidayo, siguiendo la pista a los dos tipos de ganado que tradicionalmente se han pastoreado en el pueblo: las ovejas y las vacas, esto es, el ganado lanar y el ganado vacuno. También, en época más lejana, existía una cabaña de ganado caballar, hoy prácticamente desaparecido de la zona. El límite del presente trabajo abarca también al cercano pueblo de Villanófar de Rueda, sobre todo al hablar de la vacada; es un pueblo lindante con Villacidayo, y ambos tienen algunos terrenos comunes, como el valle de Valdeaguado, del que hablaremos. La vida pastoril en estas tierras está atestiguada ya en la tradición literaria, pues la novela del escritor portugués Jorge de Montemayor Los Siete Libros de Diana, escrita en castellano y que inaugura, en la segunda mitad del siglo XVI, la narración pastoril en nuestra literatura, se desarrolla, como veremos en la cita, en estas tierras leonesas de la ribera del río Esla. En la novela, varios pastores, entre los que destacan Sireno y Silvano, nos han contado sus cuitas amorosas a la par que apacientan sus ganados en un paisaje ameno (locus amoenus) al lado del río:
"En los campos de la principal y antigua ciudad de León, riberas del río Ezla, hubo una pastora, llamada Diana, cuya hermosura fue extremadíssima sobre todas las de su tiempo. Esta quiso y fue querida en extremo de un pastor, llamado Sireno; en cuyos amores hubo toda la limpieza y honestidad possible" (1).
Actualmente ya no existe la vacada en el pueblo, aunque sigue habiendo bastantes vacas, por tanto, todo lo que digamos de ella pertenece al pasado. Sigue habiendo dos rebaños de ovejas, pero ya no son de los vecinos del pueblo sino de los propios pastores, con lo cual también es del pasado lo que digamos de ellas. Es el presente un trabajo sobre algo que ya se está perdiendo y que está desapareciendo en esta comarca leonesa de las tierras de Rueda a la que pertenece Villacidayo.
LAS OVEJAS (2)
Organización del rebaño
Por Villacidayo pasa una de las cañadas de La Mesta, algo que conocen bien los vecinos, pues cada mes de junio subían las merinas (llamadas en el pueblo meritas) camino de las montañas leonesas y la gente tenía que estar atenta para que no entraran en los sembrados, poniéndose, formando una fila, en los bordes de la cañada. Guiando las merinas pasaban los pastores, con las caballerías cargadas con los enseres necesarios para la temporada veraniega en la montaña, a los que se conocía con el nombre de meriteros. Y en cada octubre bajaban camino de Extremadura. Pero no son las merinas las ovejas apacentadas en Villacidayo, sino las conocidas como del país o churras, que es de las que hablaremos.
Varios eran los rebaños de ovejas del pueblo, se formaban con el ganado que cada vecino encomendaba a uno u otro pastor para su cuidado y apacentamiento en el monte. Cada rebaño no era, pues, del pastor aunque podía tener en él alguna cabeza, sino de varios vecinos, que lo contrataban para cuidarlo, estos vecinos recibían el nombre de alparceros, y un rebaño podía ser de diez o quince alparceros generalmente.
Se le asignaba al pastor entre todos los alparceros propietarios del ganado una cantidad de dinero al año (cada uno pagaba lo estipulado por cabeza), que se distribuía en dos pagos, uno por San Pedro y otro por Navidad. En tiempo anterior se pagaba en especies (heminas de grano, etc.)
El mantenimiento alimenticio del pastor corría también por cuenta de los propietarios de las ovejas. Por cada diez ovejas que tuviera un vecino (alparcero) en el rebaño tenía que mantener un día al pastor: el desayuno y la cena los hacía en casa del alparcero y éste, a la vez, tenía que darle la merienda para la jornada, así como un caniego (pan alargado, de cente no, con una raya en medio, también alargada, para comer los perros) por la mañana, en el desayuno, y otro por la noche, en la cena. Se formaba así, la corrida, es decir, el turno o ronda del mantenimiento alimenticio del pastor y los perros; cuando terminaba una corrida, una ronda de alimentación, empezaba otra nueva.
Las ovejas que formaban el rebaño recibían distintos nombres, según su edad y sexo. Cuando no habían llegado al año eran corderas o corderos (que tienen dientes mamones, todos iguales). Al cumplir el año se llamaban cacines a los machos y cacinas a las hembras (se distinguen porque, en la parte central de la mandíbula, les sobresalen los dientes, llamados palas, de los demás). Al cumplir los dos años los machos se conocían como primales y las hembras como borras (les sobresalen del resto de la dentadura cuatro palas). A los tres años se les llama carneros a los machos y sobreborras a las hembras (tienen ya seis palas, que sobresalen). Estos eran las nombres según edades y sexo. A los cuatro años ya tenían ocho palas, o sea, toda la dentadura estaba formada por palas, pues ya se igualaban todas las piezas. El semental destinado a cubrir a las hembras se llamaba marón. Y la oveja que nunca se cubría recibía el nombre de machorra o manflorita (etimología popular ,del término "hermafrodita").
En marzo, abril y mayo, mientras parían las ovejas, se separaba de rebaño el vacío, término con el que se designaba todo el ganado que no paría: carneros, cacinas y cacines y machorras, e iba con el vacío un pastor llamado vaciero. Las ovejas solían parir hacia principios de abril, ya que se les echaban los marones por San Simón (28 de octubre) o por los Santos y duraba cinco meses el período de gestación, de ahí el refrán:
"San Simón,
echa tu oveja al marón".
El pastoreo
El rebaño estaba al cuidado del pastor, que para ir por los montes llevaba su indumentaria particular y a la vez característica de la zona, compuesta, de los pies a la cabeza, por los siguientes elementos:
Los pies se calzaban con chanclos, calzado cuyo piso es de madera y que llevaba en su base tres tacos, también de madera, uno en el tacón y dos delante, llamados tarucos; el piso se recubría con material de cuero, con la forma de bota, clavado con puntas a la madera. O también podía calzar el pastor choclos, iguales que los chanclos pero sin tarucos. Si llevaba madreñas se ponía los escarpines (zapatillas de estameña, terminadas en pico, para meter dentro de las madreñas).
De las rodillas a los pies se cubría el pastor con polainas de cuero, atadas con hebillas, y que en su parte baja tienen una campana que cubre el calzado (campana de forma redondeada, de cuero); o podía cubrirse también con los leguis, iguales que las polainas pero sin la campana que cubre e calzado.
Atados por la cintura, colgaban los zahones hasta las rodillas, tomando la forma de las piernas, a las que iban atados; los zahones eran de cuero curtido. Podían ser también de piel de oveja, conservando la lana en su parte externa, y entonces se llamaban bragos.
El tórax estaba recubierto por la zamarra, de piel de oveja con la lana. La zamarra llega hasta el inicio de la bifurcación de las piernas; tenía abertura para la cabeza y también para los brazos, a los que cubra hasta el codo.
(Si tuviéramos que citar un ropaje al que se pareciera la zamarra, éste sería una dalmática usada en los oficios religiosos). También se recubría los brazos con mangas de pellejo de oveja.
Y en la cabeza, para guarecerse de la lluvia, la nieve o el frío, llevaba el pastor un capirucho o gorro de piel de oveja, con su lana en la parte externa también, que completaba su vestimenta.
Pero aún hay que citar la zurrona, morral o bolso también de piel de oveja con lana, que llevaba el pastor en bandolera y en el que guardaba la merienda, metida en un cuerno de vaca con tapadera de madera (tocino, morcilla, chorizo poco, porque decían los amos que picaba...), y la lesna, aguja con mango de madera para taladrar las pieles y coserlas luego. Llevaba asimismo el pastor, para el camino, el porraco, cayada grande, de fresno o negrillo (maderas elegidas por su dureza), cuya curva no se cerraba al final sino que quedaba abierta
El pastor, para entretenerse y combatir el aburrimiento de las jornadas montareces, se dedicaba, por ejemplo, a tejer calcetines de lana; o a labrar cucharas de madera o de asta de cuerno; o a elaborar calzado, como los chanclos o los choclos, ya descritos ambos.
Elemento importante en el cuidado y pastoreo del ganado eran los perros; todo rebaño contaba con sus buenos y adiestrados perros. Los había de todos tipos: perros mastines, destinados a vigilar al lobo y a combatirlo si se presentaba a matar ovejas; y perros de carea, cuya misión era guiar y correr a las ovejas si se desbandaban del redil; a los perros de carea solía ,ponérseles cascabel, al cual distinguían las ovejas cuando, descarriadas, iba el perro por ellas. El respeto y el miedo al lobo ha sido siempre tradicional entre los pastores; su ataque se conoce como lobada; atacaba a las ovejas mordiéndolas por la gorguera (garganta), por donde se desangraban enseguida, y por el reteso (las ubres de la leche), por donde al instante salían las tripas. Los despojos que dejaba el lobo de la oveja, una vez comida (huesos, pellejos, lanas...) se llaman zalegos (3).
Las ovejas llevaban cencerras de metal, con badajo de asta de cuerno o de madera de roble o de urce. Las cencerras de las ovejas se diferenciaban de las de las cabras en que las de estas últimas son estrechas arriba y abajo acampanadas, mientras que las de las ovejas son del mismo diámetro arriba que abajo. Iban atadas al cuello con un collar de cuero, sin embargo el collar de las de las cabras era de madera. Es interesante indicar los tipos de cencerras de ovejas y de cabras que distinguen los pastores de esta zona (4). Clases de cencerras de ovejas, de menor a mayor tamaño:
Piqueta
Cuadrada pequeña
Cuadrada grande
Recorto pequeño
Recorto grande
Mediano pequeño
Mediano grande
Serrano
Cencerro
Y tipos de cencerras de cabras, también de menor a mayor tamaño:
Piquetín
Piquete
Piqueta pequeña
Piqueta grande
Pedrera
Pedrero de chivo Para que las cencerras sonaran bien había que picarlas (golpear su metal por la parte externa con un pequeño martillo, y con buen oído), ya que algunas estaban tronadas, es decir, no daban la voz.
En los valles y laderas de los montes existían manantiales para beber los pastores y el ganado. Los hombres bebían en los corchos, manantiales en el suelo, en los que se metía un trozo de tronco de árbol hueco, para mantener limpia el agua, sin fusca ni insectos. Para beber el ganado se hacían pozas, dos o tres o más sucesivas, a distintos niveles, aprovechando los caños o regatillos que discurrían por las laderas o el cauce de los valles y de los vallejos.
Por junio solían esquilarse las ovejas, por San Juan o San Pedro, o en julio, dependía del tiempo y del estado de los animales, con las tijeras destinadas al esquileo, para el que se bajaba el ganado al pueblo. Solía durar un día; venían esquiladores de pueblos forasteros, que eran ayudados por los pastores y los vecinos propietarios. Para esquilarlas se les ataban las patas con una cuerda, tarea que realizaba el pastor, que las conocía bien.
Recogida del ganado
Las ovejas se recogían en las llamadas cortes del ganado, que eran corrales ubicados en el monte, donde se llevaba al rebaño por las noches para su descanso.
Aún se conservan varias cortes del ganado, en Valderrejuelas, en La Pelada y en Valmoro. Es interesante describir la estructura de una corte del ganado, por ejemplo, la de Valderrejuelas (ver el plano), en bastante buen estado de conservación:
Se trata de un recinto cuadrado, con paredes o cercas construidas con adobe (barro y paja) y tapial (tierra mezclada con piedras), al que se entra por una puerta principal protegida con un tejadillo, puerta que recibe el nombre de puertas grandes, por ellas se sacaba el estiércol o abono. El lado izquierdo y el del fondo del recinto forman un ángulo techado a dos aguas, cuyo tejado está sostenido en su parte exterior por las cercas y por postes de madera en su interior; este espacio techado protegía a las ovejas del frío de la noche y de la lluvia o la nieve y recibe el nombre de portalada; en la portalada existen dos pequeños departamentos, en la parte derecha del fondo, para guardar las crías, que reciben el nombre de chiveros o cortijos. En la portalada del fondo hay otra puerta (enfrente justo de las puertas grandes), por donde, entraba y salía el ganado, que se conoce como puerta trasera o postigo. Y hay dos paredes o cercas formando ángulo, la de la entrada principal y la del lado derecho, que enmarcan junto con el ángulo de las portaladas, un amplio espacio interior, cuadrado, a cielo abierto, que se llama campana o corraleta; estas paredes o cercas, como están expuestas a las inclemencias del tiempo, tienen en su parte superior un remate de, bardal para protegerlas (el bardal es un entretejido de tapines, planchas de césped, y de urces, plantas de monte bajo). La separación de los dos espacios interiores de la corte, el cubierto de las portaladas y el abierto de la campana o corraleta, se realiza bien con bardas (ramajes de los árboles, en posición vertical, que forman una empalizada) o bien con angarillas (armazones de tablas y palos). En el exterior de la parte trasera de la corte o corral del ganado, a la salida de la puerta del postigo, están las saleras (largos recipientes o duernos fabricados bien con tablas o bien aprovechando los troncos de los árboles, a los que se les hace un cuenco), que se colocan encima de unas horquetas de madera clavadas en el suelo; en ellas se les echaba al ganado la sal y los piensos.
Cuando el ganado salía al monte desde la puerta del postigo de la corte, a cada oveja se le iba echando sus crías, para que fueran con su madre, aunque también las crías podían salir a golondrón, o sea, en desbandada, buscando cada una luego a su madre.
Pero en ciertas épocas del año, sobre todo por primavera, desde mitad de mayo hasta San Pedro, y por otoño, en septiembre y octubre, hasta que comenzaban las primeras heladas, las ovejas no se recogían por las noches en las cortes o corrales ni el pastor se iba a dormir a su casa, sino que tenía que hacerlo en el campo. Dormían en la majada, esto es, en las tierras del los dueños de las ovejas; había que dormir en las tierras de un amo tantas noches como días de ganado tuviese (ya sabemos que correspondía un día por cada diez cabezas en el rebaño). Las ovejas dormían recogidas en un redil formado con las canciellas (armazones de tres tablas horizontales, cada una encima de otra, clavadas en dos troncos verticales en los extremos; como las angarillas, pero más bajas), unidas unas con otras por zapatas (maderas rectangulares puestas en el suelo, con un agujero en cada extremo, en los que iban metidos los troncos verticales de las canciellas). Las canciellas se llevaban a las tierras donde correspondía dormir desde el pueblo en carros y se sujetaban en las zapatas con corras (bilortas flexibles de la corteza de los árboles). Cuando una tierra terminaba de ser majada se llevaban las canciellas a la siguiente que correspondía por corrida o ronda, transportándolas también en un carro. Al caer hacia finales de octubre las primeras heladas, el pastor y las ovejas dejaban de dormir al aire libre y el ganado volvía a descansar en las cortes o corrales y el pastor en su casa del pueblo.
LAS VACAS (5)
Organización de la vacada
Según su función, existen por esta zona dos tipos de ganado vacuno: las reses destinadas al trabajo agrícola y las destinadas a la cría y a la leche (aunque estas últimas, en el tiempo de que hablamos, se destinaban más a la primera tarea que a la segunda). La vacada estaba formada por las vacas no destinadas al trabajo del campo, era el conjunto de las reses de los distintos vecinos del pueblo. Estos ajustaban a un pastor que las cuidaba, el vaquero, al que contrataban, según la costumbre, en San Pedro (29 de junio) por un año, pagándole a cambio de sus servicios una soldada, que era en especies: por ejemplo, si había ciento veinte vacas se le daban -es un decir- doce cargas de grano (trigo, sobre todo) por todas las reses, más un cuartillo de potaje (garbanzos o fréjoles) por cada res al año. La comida, al contrario de lo que ocurría en el caso del pastor de ovejas, corría por cuenta del vaquero. Podía haber en la vacada hasta ciento sesenta o doscientas vacas.
El vaquero salía con la cabaña del ganado desde el primero de marzo hasta el final de noviembre, que era el período que duraba al año la vacada. Desde el primero de marzo hasta San Pedro tenía que acompañar al vaquero un jatero, ya que en la vacada, durante' este tiempo, había jatos (terneros destetados al cumplir el medio año) y había que cuidarlos. Si, por ejemplo, había treinta jatos, se establecía una corrida o ronda entre sus dueños, que se convertían, así, en jateros para ayudar al pastor. Los jatos, cuando llegaba San Pedro (que era el tiempo de ajustar al vaquero), comenzaban ya a pagar, como cualquier res. También, a veces, de primeros de marzo a primeros de mayo, los jatos no se incorporaban a la vacada, sino que iban a pastar al soto al cuidado de los jateros, por corrida o turno, incorporándose a la vacada en esta última fecha.
El vaquero tenía que dormir en el monte con la vacada desde, mitad de junio hasta últimos de septiembre. En esta época dormia en el camperón (espacio de monte sin árboles) la vacada; el vaquero tenía para dormir un chozo formado con troncos, ramas y tapines: en un agujero hecho en lo alto del tronco de un roble se introducía una viga maestra que se sostenía en el otro extremo con una horqueta y a ambos lados de la viga se iban poniendo ramas, formando entre ellas y el suelo un triángulo; estas ramas constituían las dos aguas del chozo, y se cubrían con tapines para que no entrara el agua; la entrada era también triangular y el suelo era el del monte, de tierra o césped. Había también chozos para dormir de adobe y techo de tejas, con lugar para hacer la lumbre y trébede en su interior. En este tiempo de dormir en el monte, se juntaban los vaqueros de Villacidayo y Villanófar (poblaciones lindantes) en el terreno común del valle de Valdeaguado y dormían juntos, así como ambas cabañas de ganado.
La veceria, formada por los bueyes que se empleaban para trabajar en las faenas agrícolas (cada familia tenía una o dos parejas, tener tres ya era mucho), salía desde e ocho de mayo hasta San Miguel (29 de septiembre), con ella iban dos veceros o voiceros, ambos salían a buscar al vaquero al monte por la mañana, cuando dejaba de dormir, con la vacada, y en el valle de Valdeaguado se reunían la vacada y la vecería, iban después a sestear a casa, pues ya era buen tiempo, y a las dos y media de la tarde volvían a salir para pacer en el soto. Al atardecer, desde el soto, la vacada subía al monte y las reses de la vecería iban cada una a su cuadra; pero los voiceros ayudaban al vaquero a llevar las vacas hasta la linde del monte, acto que se conocía con el nombre de arimar (con "r" simple) las vacas para el monte. Los domingos, cuando habían venido las vacas del monte, por la mañana, cada vecino, en su cuadra, daba la sal a sus reses, antes de salir al soto a las dos y media.
Cuando el vaquero no dormía en el monte ni tampoco, por tanto, la vacada, para la salida del ganado de las cuadras al amanecer tocaba el torullo (cuerno de res sonoro) para avisar a los vecinos que sacaran sus reses. Y también se tocaba el torullo, en la época de dormida en el monte, para salir al soto a las dos y media de la tarde, (salida ya descrita). En el soto a veces, se juntaban las vacadas de Villanófar con las de Cubillas y San Cipriano, pueblos al otro lado del río Esla, en un terreno común conocido como Soto de los Nueve Reales.
La vacada estaba forma por las baldías, es decir, por las vacas que no se usaban para trabajar en el campo. Las que se utilizaban para el trabajo agrícola se reunían, como hemos visto, en la vecería.
El ganado vacuno se divide en esta zona, por edades y sexo, de la siguiente forma: jatas y jatos son los terneros, desde que se destetan hasta que cumplen el año; anojas y anojos, de uno a dos años; novillas y novillos, de dos a tres años; vacas y toros, de cinco a seis años; y bueyes, toros capados, utilizados generalmente para las faenas agricolas. Al semental que cubre a las vacas se le llama toro, y recibe sobrenombres como "arrogante", "majito", etc. y vaca tara es la que está en celo, para ser cubierta.
El pastoreo de la vacada
La vestimenta de vaquero era idéntica a la que hemos descrito ya en el pastor de ovejas: chanclos o choclos para los pies, o, si llevaba madreñas, se ponía unos escarpines; polainas o leguis de la rodilla a los pies; zahones o bragos de la cintura a la rodilla; la zamarra, cubriéndole el tórax y los hombros; las mangas, de pellejo de oveja; y el capirucho para la cabeza. Y, para meter la merienda y los pequeños utensilios, la zurrona; en tiempo menos frío, ni el pastor de ovejas ni el vaquero llevaban zamarra, poniéndose en su lugar una chaqueta de pellejo de oveja.
También, en sus entretenimientos en el monte, tejía el vaquero calcetines de lana; o hacía badajos de asta de cuerno, de roble o de urce; o collares de madera de roble o negrillo para las cencerras; o tarucos para los chanclos; y con bilortas de mimbre, de palera o de balsa hacía cestas; y también ramaos (escobas), para barrer las cuadras, las portaladas y la era, bien de cabícuerna (arbusto alto que cría unas motas negras) o bien de zarangüénganos (arbusto que se da en lugares del soto).
El lobo podía atacar a las vacas, y solía hacerlo por detrás: por el curso (por donde defecan) y por la nación (por donde paren y orinan); aunque tenía la tarea más difícil que con las ovejas, pues si las vacas estaban todas juntas se defendían bien, amontonándose enseguida y embistiéndolo hasta ahuyentarlo. Cuando estaba una sola lo tenía peor si no encontraba una defensa en su retroceso, ya fuera una sebe (pared vegetal de ramajes muy tupidos, para separar los lindes de las fincas) o una pared.
Los vaqueros, junto con los pastores de ovejas, tenían la costumbre de limpiar y asear las pozas del monte, donde bebía el ganado; cuando lo hacían, salían después por el pueblo a pedir los torreznos; los vecinos les daban torreznos, chorizos, morcillas, huevos, nueces... y luego se juntaban en el monte todos los pastores y hacían una merienda en la siesta, ya que sólo se podía en ese momento libre en que sesteaba el ganado. Pedían el torrezno porque no eran ellos quienes tenían que limpiar las pozas, sino el pueblo; era, por tanto, una petición por el trabajo realizado.
A veces, en el valle de Valdeaguado, se juntaban las vacadas y los rebaños de ovejas; había zagalas y zagales y un ambiente alegre, en el que se daban los requiebros y guiños amorosos. En ocasiones, se ordeñaban las vacas y se bebía la leche. Y en este ambiente festivo era donde surgían los cantares pastoriles; hemos podido oir fragmentos de algunos, valgan como muestra las letras (muestras muy fragmentadas, al hilo de la memoria de quien nos los cantó) (6) de tres:
Pastor que estás en el monte
comiendo pan de centeno,
si te casaras conmigo
comerías trigo bueno".
Otro cantar:
"No me deja ir a misa
ni tampoco oir sermón,
quiere que me quede en casa
remendándole el zurrón.
El reguñir y yo regañar.
El zurronico, madre,
para llevar el pan".
Y un tercer cantar:
"Pastora: Cómo llueve, cómo atruena,
cómo atruenan las montañas,
qué harán los pobres pastores
en esas noches tan largas.
Pastor: La flor del romero
me la van llevando ya,
si la llevan que la lleven
que a mí lo mismo me da".
LOS CABALLOS Y LOS ASNOS
Existió también en Villacidayo, en un tiempo anterior al que relatamos, una vecería de yeguas y también de asnos o burros. Ambas vecerías estaban al cuidado de un yegüero la primera y de un burriquero la segunda. Uno de los que fue yegüero es actualmente la persona de más edad del pueblo, cercano ya a los cien años y siempre ha sido y es mudo. Actualmente, y desde hace tiempo ya, no existe este tipo de ganado en Villacidayo, pues las tareas del campo, como hemos dicho repetidas veces, se realizaban con bueyes, que también han sido sustituidos hoy ya por la maquinaria agrícola.
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(1) Jorge de MONTEMAYOR, Los Siete Libros de Diana, Edición de Enrique MORENO BAEZ, Madrid, 1955, pág. 11.
(2) Informante: Amancio Corral Antón, de 68 años, pastor jubilado, que llegó a Villacidayo en 1943 desde su pueblo natal de San Bartolomé de Rueda; desde entonces ejerció el pastoreo en Villacidayo, donde se casó y se estableció como vecino. A él, como a los demás pastores del pueblo, está dedicado el presente trabajo.
(3) Cuando oíamos a los pastores hablar con tanto respeto del lobo, creíamos que lo tenían como un animal mítico, pero apenas existente. Sin embargo, cuando realizábamos este trabajo, en la noche del 11 al 12 de agosto de 1987 , hubo una lobada, el lobo atacó al rebaño de Villanófar y mató a varias ovejas. Vimos, en el valle de Valdeaguado, la mañana siguiente, ovejas mordidas por el lobo en la gorguera, sangrando, y despojos o zalegos de otras, devoradas, con el quebrantahuesos planeando por el cielo del valle.
(4) El pastor Teodomiro Marcos, de 60 años, natural de Garfín de Rueda, en activo en Villacidayo, donde vive y está casado, con rebaño propio, nos informó, junto con Amancio, de las cencerras.
(5) Informante: Isaac Yugueros Puente, de 68 años, vaquero jubilado de Villanófar, de donde es natural y donde comenzó a ejercer el pastoreo en 1946, hasta 1965, en que lo dejó. También nos informaron en Villacidayo las hermanas Pilar y Natalia Fernández.
(6) Nos cantó Esperanza Pascual Gago, de 67 años, esposa del vaquero Isaac, y natural del pueblo leonés de Castromudarra, estos cantares.