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Revista de Folklore número

081



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UNA FIESTA TIPICA DE UN PUEBLO

DIEGUEZ AÑEL, Antonio

Publicado en el año 1987 en la Revista de Folklore número 81 - sumario >



LOS PREPARATIVOS

En los pueblos la fiesta se prepara con mucho tiempo por delante y casi al detalle. No se improvisa nada. Esta preparación afecta a todo: a las personas, los alimentos, el vestido, el dinero y hasta se piensa mucho en el tiempo.

Las invitaciones a cada uno de los miembros de una familia se hacen personalmente y con mucha antelación.

Meses antes se seleccionan los alimentos, con sumo cuidado y apartando los mejores para la fiesta. Así, lo mejor del cerdo, en este caso el lacón, y los chorizos de la carne más selecta se elaboran en la matanza seis meses antes, pensando que son para comer en la fiesta. Los repollos y las lechugas se plantan calculando que sirvan para la fiesta. Por eso no se recurre a una simple compra de los productos, sino que se intenta, a ser posible, que la mayoría de las legumbres: patatas, garbanzos (ingredientes del cocido de la fiesta) sean de propia cosecha. Es bonito escuchar los comentarios que se hacen en este sentido cuando están regando las huertas.

Con los animales sucede lo mismo: se cuida que el cabrito tenga una buena carne y fina, no más de tres meses, para que esté a punto para la fiesta. Y que las gallinas, bien alimentadas con maíz, produzcan más huevos, se necesitan muchos, para elaborar el rico roscón de la fiesta, pues los que se compran "no tienen ni color", dicen acertadamente.

Para estrenar traje, cosa corriente, en el día de la fiesta, es preciso dar muchos pasos antes: comprar la tela o el paño, ir al sastre o a la modista, probarlo y tenerlo planchado antes de ponerlo.

Lo que en otras partes puede resultar fácil y sencillo, aquí tiene unas connotaciones y un ritmo propio que hacen que estas cosas simples resulten distintas y con un encanto peculiar, casi paradisíaco.

De niño, he observado repetidas veces a mi abuelo, sastre del pueblo y maestro en estas artes como ninguno, viendo todos los pasos que iba dando en la confección de una prenda: la manera de tomar las medidas (pocos sastres conocen la técnica, nada común, de acomodarse a las variantes de cada cuerpo con caderas, hombros y espaldas ¡tan diferentes!), la precisión al cortar, la forma de planchar... Es todo un ritmo que exige tiempo. Ello puede valer como ejemplo que demuestra la exquisitez con que se preparan los acontecimientos, y la fiesta es uno de los de mayor trascendencia en los pueblos.

A nivel de vecindad los preparativos comienzan por un "concello" o junta de vecinos, en donde se discute, a veces acaloradamente, todo lo referente a la fiesta, partiendo siempre del supuesto de que "no puede faltar". De esta reunión salen elegidos los mayordomos. Ellos serán los responsables y encargados de hacer las gestiones siguientes: buscar la música, comprar los cohetes, pedir la autorización legal, hacer y distribuir el presupuesto, recaudarlo y hablar con el párroco.

Esta labor comienza por contratar una buena banda de música (las charangas se dejan para otros días), compuesta por treinta "números", a lo máximo, pues hay que buscarles comida y alojamiento en el pueblo. Este se soluciona acondicionando con varias camas alguna casa vacía (tarea que corresponde a las mozas), y la comida repartiéndolos entre los vecinos que les sientan a la mesa como un invitado más

Los cohetes, transportados con mucho cuidado en caballerías a más de veinte kilómetros de distancia, se compran por docenas y de tres tipos diferentes: bombas de palenque, cohetes de tres "estralos" y lamparillas o fuegos de luces, en un pueblo limítrofe a la frontera de Portugal.

El "permiso" hay que ir a buscarlo a la capital de la provincia y entregarlo a la Guardia Civil de la localidad, quien marca el tiempo de duración de la fiesta, haciendo responsable a los mayordomos de lo "que pueda pasar".

Las "cuotas" a pagar por los vecinos (el Ayuntamiento y otras entidades nunca han contribuido con aportación alguna) se recaudan puerta a puerta en dinero o en especie: patatas, maíz, centeno... Algunos entregan también a los mayordomos las "ofrendas" u ofertas de una parte del cerdo (manos, cabeza, lacón) hechas al santo como voto por la curación de algún animal doméstico.

Como no puede haber o no se concibe una fiesta sin "santo", tampoco puede faltar la misa en ese día, y además "solemne", con varios sacerdotes y banda de música, procesión y sermón. Esta programación religiosa se determina de acuerdo con el párroco, a quien se le pagan los honorarios establecidos: asistencia, estipendios y comida.

LA VISPERA

La categoría y calidad de la fiesta suele medirse por la traca de fuegos, que se tiran desde la cima de un monte cercano, a fin de que se escuchen en toda la comarca, y así, a las doce del día precedente se anuncia a todos los vientos la fiesta. A ésta sigue un prolongado repique de campanas. El campanero, un verdadero artista que las hace sonar apenas sin rozarlas con el badajo, guarda unos repiques especiales para este día. Las campanas suenan diferente.

Este hombre, que las aprendió a tocar de su abuelo (hay como una saga de campaneros), las maneja de tal manera que, como dice él, las hace hablar. Por otra parte, el sonido de las campanas de este pueblo, tocadas conjuntamente, es todo un concierto. Las dos campanas suenan diferente: una con un sonido muy fino y plateado (comentan en el pueblo que toca así de fino porque cuando la estaban fundiendo un vecino le echó un sombrero de monedas de plata), y otra con sonido más opaco; las dos hacen una mezcla muy armoniosa.

En la víspera también se matan y despojan los cabritos, que se cuelgan a enfriar en la bodega, para adobarlos más tarde con manteca de cerdo y perejil antes de llevarlos al horno del pueblo. Este se calienta y pone a punto en la mañana del día de la fiesta por un experto en este oficio, que cuida atentamente de que todos los cabritos se asen y doren poco a poco, sin quemarse.

Ese día la banda de música, al atardecer, recorre todas las calles del pueblo, presidida por los mayordomos, los niños y el encargado de prender los fuegos, cosa que va realizando escalonadamente mientras se tocan los pasacalles. Al pasar por delante de la casa de alguno que está de luto, por la muerte reciente de un familiar, se guarda silencio, dejando de tocar la música. En las demás viviendas salen a la puerta para invitar a todos los presentes, con dulces y licor-café: una bebida casera hecha con aguardiente, café y frutos secos.

LA MAÑANA

Comienza el día con una salva de fuegos al amanecer. Todo el pueblo despierta y comienza a moverse con ambiente cargado de alegría, sintiendo y viviendo la fiesta por dentro y por fuera. Es una alegría espontánea, que hace olvidarse de todo. Es la fiesta, el día esperado, la fecha en torno a la que gira toda la vida del pueblo: "para la fiesta haremos este trabajo" (regar, plantar...), "antes hay que segar aquel prado"; "después, recoger la hierba"...

Hasta los animales notan que es día de fiesta: se les lleva al mejor pasto, y si no salen disfrutarán de un buen pienso.

Por la mañana no puede faltar la alborada, que ejecutan primorosamente los gaiteros con partituras (famosa es la "Alborada de Veiga") compuestas para este momento, que suenan como un despertar risueño de toda la Naturaleza. ¡Qué aires los de la mañana de fiesta! Con razón cantaba Rosalía: "¡Airiños, airiños, aires!"...

Un largo repique de campanas anuncia que se acerca la hora de la misa. Los pastores cantando y silbando, con el acompañamiento de las campanillas de las vacas, regresan a casa alegres como una Pascua. Los niños saltan y brincan de continuo, con sus zapatos nuevos. Hombres y mujeres, con trajes relucientes, se encaminan hacia el templo. Este está engalanado con las mejores vestimentas: las alfombras y manteles de las fiestas. Incluso hay ornamentos, bordados en oro y plata, que sólo lucen ese día.

Antes de la misa sale la procesión con el santo por las calles del pueblo. Los balcones y ventanas están cubiertos con las colchas que se guardan todo el año en los armarios para este día.

El santo, acompañado por la banda de música, es transportado a hombros por los mozos del pueblo. De regreso, a la entrada del templo, el sacristán hace la subasta del mismo: una puja para ver quién es el que ofrece más dinero y así obtener el privilegio de poder meter al santo dentro de "su santa casa". Y dado que es el único día que sale al sol, no puede permitir que llueva durante la procesión. Las campanas no dejan de sonar desde que el santo sale de la iglesia hasta que regresa. El campanero demuestra su pericia admirable con un toque especial para este día, que consta de siete piezas diferentes, tocadas ininterrumpidamente.

La misa es cantada, con intervención de la banda de música, sin faltar la "Marcha Real" en la consagración. El sermón tampoco puede faltar, aunque los más ancianos ya se lo saben de memoria.

Los trajes de estreno hay que lucirlos en la misa y la procesión.

Al terminar la misa, en la plaza, la banda de música ofrece a los concurrentes lo que se podría catalogar como el concierto cumbre de toda la fiesta. Todos lo escuchan con suma atención, para dar su veredicto al finalizar la actuación. El que se vuelva a contratar para el año siguiente o no, depende de ese momento. La gente del pueblo es más entendida en música de lo que a primera vista parece. Tienen buen gusto y saben apreciar y distinguir lo que de verdad vale. Son bastante exigentes en este aspecto, y charangadas sólo las quieren en los días de Carnaval.

LA COMIDA

La comida es un acto muy importante de la fiesta. No en el sentido de comer más y mejor, que también es cierto, sino por el significado que tiene. Es una comida fundamentalmente de amistad sincera entre familiares y amigos. Si no hay invitados resulta pobre y no gusta. Lo que sí les satisface es poder contar con muchos comensales para compartir con ellos lo mejor que tienen y reservan para el día de la fiesta.

Es una comida abundante, a veces exagerada en cantidad, aunque toda de una calidad inmejorable. Está hecha sin florituras y recetas, pero el gusto es exquisito. La pureza de los alimentos es de una garantía total, por eso todo sabe bien.

Los platos que se pueden considerar como clásicos son:

La empanada, el cocido, el cabrito y el roscón con requesón.

La empanada gallega es múltiple y variada. Es gustosa por el pan, que tiene sus secretos la manera de elaborarlo, y por los ingredientes que lleva: chorizo, lomo, ternera, pollo y mucha cebolla, cuando se hace de carne. Si se quiere de pescado, los componentes pueden ser pulpo, bacalao mezclado con pasas, berberechos, mejillones, bonito y anguilas de río. Cada una de estas modalidades tiene un sabor diferente, sin poder distinguir cuál es la mejor.

El cocido o "pote" gallego se llama así porque antiguamente se cocinaba en esta olla mezclando en la misma garbanzos, verdura, chorizo, lacón, falda de ternera, sin olvidar las patatas cocidas enteras. Del caldo se hace sopa, y lo demás se sirve como un solo plato, que resulta más que suficiente para el apetito más exigente.

El cabrito asado se trae directamente del horno a la mesa, en donde se coloca sin partir, para que cada uno escoja lo que prefiera.

El roscón, hecho en el horno del pueblo, ofrece un aspecto impresionante, tanto por su figura y tamaño (los hay hasta de seis docenas de huevos) como por su suavidad y finura. Si además se le añade el requesón recién hecho de leche de vaca, resulta un manjar delicioso. Como complemento se toma café gallego: café al que se le mezclan unas gotitas, pocas, de aguardiente, que le dan un aroma y sabor especial, que nada tiene que envidiar a otros con nombre extranjero.

LA TARDE

Respondiendo a los estampidos de los cohetes que llaman a la fiesta, todos, casi en tromba y en grupos o familias: niños, abuelos, mamás con niños de pecho..., caminan plácidamente, a ritmo de pueblo, hacia el lugar de los "bailes". Es costumbre que éstos se celebren en un campo amplio y llano, cubierto de hierba verde y cercano al pueblo. Allí están instaladas las mesas que sirven de bares y el palco de la música. También es frecuente que acudan tenderos de otros pueblos con cestas de fruta.

A este lugar van llegando los vecinos y la juventud de toda la comarca. Los jóvenes entran en grupos y cantando.

En el baile participan todos; los que no lo hacen gozan contemplando a los demás. Abundan los pasodobles y los boleros.

Entre pieza y pieza se intercala el baile de la muiñeira por parte de una pareja de mayores, que son los que mejor se acomodan a los cánones tradicionales que cuidan de esta danza.

Durante el baile se realiza el intercambio de pareja, sin que nadie se moleste.

En el campo de la fiesta concurre siempre el fotógrafo de la zona, un señor acreditado por su buen quehacer y comportamiento con el público al que atiende can mucha delicadeza. Todos le conocen por el nombre de "retratista". Es un espectáculo ver cómo realiza su tarea de colocar a la gente, montar el trípode y esconder la cabeza repetidas veces antes del "disparo" final.

Los bailes, por orden de la Guardia Civil presente, se terminan al comenzar a oscurecer. El retorno a los pueblos se hace también entre cantos y con mucha camaradería. Los novios acompañan a sus novias hasta la puerta de casa.

La cena, en menos cantidad y con nuevos invitados, se hace añadiendo algún plato reciente de filetes de ternera o carne estofada al cabrito sobrante que se sirve frío. En espera a que llegue la verbena se organiza una "queimada".

A las doce en punto de la noche, anunciando el comienzo de la verbena, se prenden los fuegos de luces, conocidos por el nombre de lamparillas. Otra vez el pueblo en tromba sale a contemplarlos a la plaza, admirando cómo el cielo se cubre de luces y colores. Con nostalgia, se despide de la fiesta hasta otro año.

EPILOGO

Esta fiesta que aquí se describe es la "fiesta de siempre", que se ha conservado a través de siglos y años. Es común en todos los pueblos de la comarca, aunque aquí me estoy remitiendo a la que se celebra en un pueblo de la provincia de Orense: CASTRO DE LAZA, mi pueblo, en donde el 29 de junio, día de San Pedro, su Patrono, todos los vecinos, aun los que se encuentren lejos, tienen una cita que a nadie le pasa desapercibida, porque es el día grande, la "fiesta del pueblo".



UNA FIESTA TIPICA DE UN PUEBLO

DIEGUEZ AÑEL, Antonio

Publicado en el año 1987 en la Revista de Folklore número 81.

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