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La novela mítica (1) tiende a observar la realidad y la vida humana en términos de mito y leyenda, de forma que la materia novelesca se transforma en materia mítica al estar impregnada de profundas significaciones: "todo lo que sucede tiene un sentido, más o menos oculto. Todo hecho realista se articula allí a un contexto simbólico, y la intriga se confunde con una leyenda tácita" (2). Hay un presupuesto teórico que fundamenta, prácticamente, todos los simbolismos: en algún lugar del tiempo y del espacio existe la "verdad" oculta que será nuestra salvación. La novela mítica intentará acercarse a esa gran verdad, abrirla mediante el símbolo en "una visión del mundo propia del hombre primitivo, religioso o poeta" donde "las cosas concretas son manifestación de alguna fuerza oculta" (3). Es, por consiguiente, la afirmación de que el misterio mueve nuestras vidas y en el misterio se encuentra la solución de nuestras inseguridades y angustias. El novelista tratará de conseguir los efectos propios de la poesía mediante el lenguaje connotativo y la utilización frecuente de elementos propios del folklore y la literatura tradicional(4): leyendas, cuentos populares, elementos míticos y mágicos, etcétera. La conjunción de estas características comunica a la obra un indudable acento poético, habiendo llegado a considerarse, en algunas apreciaciones críticas, la novela mítica como una rama más, junto al relato lírico, de la novela poética; como cualquier clasificación inflexible, ésta no es rigurosamente exacta, sin embargo, es evidente que toda gran novela entra en conexión con la narración simbólica o mítica, porque, por encima de todo, tiene una función "absolutamente decisiva: transformar el mundo en que vemos y contamos el mundo" (5).
Ramón Buckley, siguiendo la pauta marcada por el crítico inglés C. S. Lewis, va a enumerar las condiciones necesarias para que una narración sea mito o tenga cualidades míticas, señalando cinco características que han de reunir las novelas encuadradas dentro de esta tendencia:
1) Ha de ser patente su calidad de versión, una de las muchas posibles, de una realidad o de una verdad común perteneciente a una tradición extraliteraria.
2) La historia relatada ha de sobrepasar las barreras de lo anecdótico y atraer al lector por circunstancias ajenas al "suspense" o la "sorpresa".
3) El lector no llega nunca a identificarse con el héroe mítico. No obstante sus acciones tendrán un significado profundo; no llegaremos nunca a vernos reflejados en el protagonista pero sí haremos nuestra su empresa heroica.
4) El mito es fantástico, en terminología de Buckley, "un caso de posible-imposible, es decir, de posible del sueño" (6).
5) El resultado final de la novela mítica ha de ser una experiencia que nos afecte o conmueva. Por lo tanto, atendiendo a estas condiciones expuestas, la efectividad de la comunicación autor-lector depende esencialmente de valores temáticos; no dependerá de imágenes sino de los símbolos que tras estas imágenes se ocultan. En el símbolo mítico (7) el escritor distorsiona la realidad circundante en función del tema.
Para Lukács la novela es la degradación última de la epopeya, la epopeya de un mundo sin dioses, en la que se han perdido todos los rasgos esenciales del discurso épico que "señala tanto hacia un pasado como hacia un futuro, desde un presente en crisis(...). La epopeya sólo puede darse en aquel pueblo que tenga conciencia viva de estos tres tiempos históricos" (9). En el mundo occidental es prácticamente imposible la existencia de una narrativa épica en nuestros días, pues sus rasgos serían ajenos a los fundamentos de la civilización actual; por el contrario "el País Vasco es la excepción en la medida en que no pertenece a ella. Hasta hace un siglo era el único pueblo que vivía decididamente al margen del progreso y la civilización de Occidente. Recluido en sus confines pirenaicos, presentaba un modelo de sociedad que no había variado sustancialmente en muchos siglos. Permaneciendo al margen de la historia, era el único pueblo que había permanecido, en sentido estricto, fiel a sí mismo" (10). La crisis, el momento oportuno para el florecimiento de la epopeya, se produce ante el contacto de este mundo anclado y primitivo con las formas de vida de una cultura distinta que conlleva un cambio radical de mentalidad y costumbres; bruscamente se realizará el trasvase de una concepción mágica y mitológica de la realidad al racionalismo excluyente contemporáneo, de unos orígenes matriarcales a una sociedad patriarcal (11) .
Narración épica y símbolo mítico. La novela de Ramiro Pinilla (12) va a bucear en el origen, que podríamos denominar prehistórico -o al menos, fuera de la historia-, para encontrar la esencia del hombre, no sólo ya del hombre vasco sino del hombre colectivo, del hombre-género, simbolizado en unos personajes propios del entorno personal del escritor. Aquí nace el héroe épico. Un héroe que será capaz de sacralizar lo profano, de convertir en colectivo lo individual y de realizar, gracias a esa llamada misteriosa -mitema característico de la primera parte de toda vida heroica- llegada de algún lugar oculto y profundo, las hazañas y trabajos que esperan su fuerza y voluntad. Y sus obras van a atender al presupuesto teórico fundamental del simbolismo novelístico y rastrearán la geografía física y terrestre, se sumergirán hasta el fondo del tiempo en busca de esa "gran verdad" oculta que sea solución al fracaso y al desamparo, a la orfandad inmensa que caracteriza a los personajes literarios del escritor bilbaíno. El País Vasco y sus tradiciones son el espacio real que envuelve la acción de la casi totalidad de sus novelas; para Pinilla las montañas y valles vascongados, los nombres de sus pueblos y ciudades son en sí mágicos, le sitúan ante un mundo misterioso, abierto y oscuro a la vez. Ese mundo que es una amalgama de seres irracionales y humanos, sin deslindar apenas los campos, unos sobre otros en comunión fecunda con la tierra y el mar, con encinas y algas. Un mundo de mitos que garantizan al hombre "que lo que se dispone a hacer ha sido ya hecho, le ayudan a borrar las dudas que pudiera concebir sobre el resultado de su empresa (...) basta simplemente con repetir el ritual cosmogónico, y el territorio desconocido (=el Caos) se transforma en "Cosmos", se hace un imago mundi, una "habitación legitimada ritualmente". La existencia de un modelo ejemplar no dificulta en modo alguno la marcha creadora. El modelo mítico es susceptible de múltiples aplicaciones" (13). Por este motivo el hombre de las sociedades en que el mito es una realidad viva habita un mundo abierto, aunque misterioso. El mundo "habla" al hombre y para comprender ese lenguaje basta con conocer los mitos y descifrar sus símbolos.
Dos son los grandes mitos que subyacen en la obra de Pinilla: el mito de la libertad y el mito del paraíso perdido o del primitivismo, ambos íntimamente ligados y con un origen común en la literatura clásica. Junto a ellos, y en estrecha relación en muchas ocasiones, hallaremos otros como constantes de su narrativa; así el mito del eterno retorno, del viaje retrospectivo hacia un pasado utópico, o el mito de Sísifo, relacionado con la fábula de las hormigas laboriosas, o la fuerza de la feminidad -de lo femenino- reflejada en la añoranza del calor materno y fundamentada en el sistema mitológico vasco. Sobre esta última presencia mítica quiero detenerme en realizar algunas consideraciones.
La mujer -lo femenino- juega un papel primordial en algunas de las novelas de Ramiro Pinilla. Dos son las razones de este protagonismo: el matriarcado como organización latente en la sociedad vasca y el significado de estas obras como regreso a un estado primitivo en el que la mujer es el centro del mundo, el ser auténtico, la tierra, todo. Es un canto a la feminidad, a la fertilidad de la mujer como esposa y como madre y es un canto a la tierra y es un canto a la mar, símbolo por antonomasia de todo lo femenino. Va a ser en Seno (14) y La gran guerra de doña Toda (15), donde el narrador amplifique el héroe femenino que llenará, de forma claramente distinta, como veremos, ambos relatos.
Para el antropólogo Andrés Ortiz Osés (16) el matriarcalismo, como conciencia, es una realidad latente en el País Vasco, la organización de esa sociedad en un tiempo más o menos lejano y que pervive aún en el subconsciente colectivo, aunque de una forma velada; la manifestación de este matriarcalismo subjetivo en el trasfondo del pueblo vasco hay que buscarla en la mitología, a través de numerosísimos cuentos y leyendas populares (17). Cuentos y leyendas que Ramiro Pinilla recoge y reelabora para escribir Andanzas de Txiki Baskardo (18), donde, en quince relatos breves, va a trazar la historia mítica de su pueblo. La diosa Mari o Amaya -para Pinilla Amai(19) en Andanzas de Txiki Baskardo- podría identificarse con el arquetipo de la Gran Madre (20) y es, indudablemente, el más importante de los dioses, símbolo de la vida, de la naturaleza y la fertilidad y madre de todos los dioses menores y fuerzas personificadas, predominantemente femeninos. Utzi, la divinidad masculina, el dios sol, queda relegado a un segundo plano ante la omnipresencia de la diosa Mari, que es, en realidad, la fuerza predominante en el sistema mitológico vasco. No obstante la naturaleza no se contempla "como un estado pasivo sino activo (natura naturans) poseído por una energía que todo lo vivifica" (21); esta energía, denominada adur en euskera, todo lo sostiene y todo lo regula y halla su representación en otro de los mitos del País Vasco: el Basajaun, "una figura gigantesca, desnuda y cubierta de pelo animal (...) el cual, para tomar hembra, estrenó la costumbre de llamar a gritos por su nombre a la muchacha baska más de su gusto, y ella no podía evitar el acudir a la cita en las selvas. Esto ocurría siempre en primavera y se repetiría en todas las generaciones" (22). También cuentan las leyendas que el Basajaun ayuda a los campesinos en sus labores agrícolas y que es capaz de realizar en una noche los trabajos de un mes, "y a la mañana siguiente las layas, hoces y guadañas aparecían con los metales tan viejos que resultaba imposible creer que horas antes habían sido nuevas" (23). El Basajaun es el símbolo de la fertilización de la naturaleza, la fuerza activa -el adur- que necesita ésta, personificada en Amai, para cobrar vida. Veamos también cómo son numerosos los paralelismos con la mitología cristiana:
"Al cabo, el anciano y los Baskardo se enzarzaron en una polémica sobre las divinidades. Cuenta la leyenda que el forastero les habló de Dios y que "Baskardo le cortó para decirle que los baskos ya tenían a Utzi. Entonces el anciano habló de la Virgen, y Baskardo le nombró a Amai. Finalmente el anciano habló de Jesucristo y de la cruz, y Baskardo, que le estaba tomando gusto al debate, abrió un cajón y le mostró el lauburu".
-Todo eso ya lo teníamos nosotros -concluyó Baskardo" (24).
También el misterio de la Virgen Madre está presente en la mitología vasca, así como la fuerza de la vida, representada en la tradición cristiana por el Espíritu Santo, cobra forma en el Basajaun. Es el proceso de creación del universo que periódicamente ha de repetirse; "según los baskos y tantos otros pueblos primitivos, esta renovación de la vida, esta reencarnación de Dios en la tierra, se produce cada primavera. Entonces (...) desciende el Batzajaun de las montañas y escoge a una campesina virgen. Al fecundarla fecunda también la tierra de su país y renueva así el ciclo de su existencia" (25).
En Seno Pinilla va a narrar la historia de un caserío vesco, de una etxe (26), donde la vida se organiza matriarcalmente en torno a la figura de la etxokoandre o señora de la casa (27). En "Arrigúnaga Chiqui", caserío de los Zanarruza denominado así en recuerdo de "Arrigúnaga" de Guecho, de donde un día emigraron cambiando mar por tierra adentro, la locura va a apoderarse de todos los miembros del clan familiar, locura de hombres desmadrados que buscarán desesperadamente el calor femenino protector del que se hallan desposeídos tras la muerte de Jacinta, la madre. Jacinta va asentir la premonición de su muerte y comprará una vaca en la que los varones Zanarruza verán la representación de la maternidad perdida y a la que darán sus cuidados y mimos con la devoción de la orfandad. La desesperación y la soledad de los Zanarruza ante la madre muerta se acrecienta por su desarraigo del mar y sólo desaparecerá si logran encontrar el camino de regreso a su origen, tanto geográfico -el caserío "Arrigúnaga" de Guecho- como familiar -la organización matriarcal-. En Seno Ramiro Pinilla "nos apunta tajantemente una idealización doble: la mar y la madre. La mar-tierra y la madre-virgen-esposa-hermana: la madre-seno" (28); la idealización del mar, principio de todas las cosas, representada en esa fuerza misteriosa que obliga a todos los Zanarruza a dejar sus bienes y pertenencias y viajar al mar en algún momento de su vida para darse el baño purificador en agua salada al que obligan sus leyes ancestrales, porque los Zanarruza son mar ("Cierta noche de luna llena y marea viva, una extraña fuerza sacó a uno de los patriarcas de la cama y le hizo ponerse a labrar con sílex en el muro que daba a la mar la figura de un humano con cola de pez, para que por los siglos de los siglos no olvidaran los suyos de donde procedían" (29), y sólo serán tierra cuando la tierra sea tan suya como el mar ( "De modo que ellos mismos se fabricaron la tierra con sus propios residuos, y sólo entonces se confiaron a ella y más tarde la quisieron" (30). Mar, siempre femenino en la novela, tierra, hembra fértil, sustento de todo lo que existe y tiene nombre. La idealización femenina, con la figura de María como centro, es extraordinariamente sugerente y rica en matices. María es la representación de la maternidad, la madre por excelencia (31), para quien todos los hombres son niños indefensos y necesitados de afecto, y así su primo José, con quien duerme santamente, unas veces le huele a hijo, otras a esposo y otras a su mismo abuelo Isidro; María es el calor de la naturaleza a cuyo amparo acudirán las más variadas parejas de animales a procrear y criar, en la semioscuridad de la estancia donde se halla postergada, y olvidada de todos, por un accidente que tuvo cuando niña. María es, en definitiva, la misma diosa Mari, y por ello el centro de la vida en "Arrigúnaga" -aunque los demás, en la ceguera de su orfandad, no acierten a adivinarlo-, como Mari es madre de la naturaleza y de los hombres.
Como todos los héroes, como Sabas (32) y Asier (33) en obras anteriores, María recibe la "llamada" que la obligará a emprender el viaje, junto a todos los miembros de su clan, hacia la costa. "Aquí es donde Pini1la une la tradición cristiana y la vasca: una mujer virgen llamada María y su esposo célibe llamado José han de tener un hijo por la intervención de una fuerza sobrenatura" (34); María concebirá un hijo del Basajaun, el ser que dote de vida a la naturaleza, y parirá en "Arrigúnaga" el día de San Isidro (35) entre un buey y un burro, después de un largo y penoso viaje. La presencia de la tradición cristiana es evidente, en planteamiento, ya hemos señalado la identificación del Basajaun y el Espíritu Santo, y culminación, el nacimiento del último de los Zanarruza entre un buey y un asno. Y al mismo tiempo la fuerza de la maternidad vuelve a vencer, porque junto a María, en aquel mismo momento, "la vaca de Jacinta les dio una ternera a los hombres de la familia y se murió con las últimas fuerzas que le quedaban" (36).
Son siempre caracteres femeninos los que llenan y dan sentido a las páginas de Seno: la naturaleza desbordada que amenaza con ocultar las paredes del caserío de "Arrigúnaga Chiqui" antes del viaje hacia el mar, como en una violenta eclosión de vida; la figura de María impregnando con su calor de hembra-madre todo lo que la envuelve; el mar -la mar- de donde proceden todos los miembros de la familia y que, al menos una vez, les acogerá en su seno de "gran madre" de todo lo vivo; la tierra misma fertilizada en primavera... Seno es la nostalgia infinita del calor materno, ese calor que llevará a los varones del clan Zanarruza, al final de la novela, a errar detrás de la ternera recién nacida por no reconocer en María a la madre perdida y "haber aceptado el reto de las nostalgias más profundas que acechan a todos los hombres" (37).
En La gran guerra de doña Toda el personaje femenino de Toda Garzea inunda por completo el desarrollo de la obra. La vida de los Garzea se organiza en torno a la inmensa figura de la matriarca que ocupará los puestos reservados para los varones en un mundo de hombres desvalidos, ansiosos del calor y la protección femenina. Doña Toda, como señora de la torre de los Garzea, madre o esposa, es el refugio de sus súbditos, hijos y maridos, de todo un mundo masculino que se mueve alrededor de su persona; sin embargo, esta aparente fortaleza necesita también el amparo de una fuerza superior, la gran soledad de doña Toda -mitigada únicamente por su ansia de amor- buscará en el mar la respuesta inexistente a sus deseos de sentir muy cerca el sabor de la sal del agua y el olor de la brisa marina:
"Ella era la primera sorprendida. Cumpliría ciento treinta años y se moriría sin descubrir las raíces de aquel deseo. Ni siquiera cuando su hijo Ombecco, apremiado por la incesante frase de su madre pidiendo el mar, le trajo la ballena y ella pudo oler a salitre, desentrañó el misterio, limitándose a sentirse feliz" (38).
Nuevamente el mar, representación femenina de la naturaleza y, como en Seno, origen de la vida porque también un Garzea "en una ocasión perdida en la noche de las edades, salió de la mar, engrosando el grupo de los 48 Fundadores de la raza vasca, a inaugurar la vida sobre la tierra" (39); el mar es el reflejo de doña Toda, madre de sesenta y nueve hijos y esposa en veinticuatro ocasiones, y por esa razón necesita descubrirse a sí misma en el olor a salitre de las aguas marinas. La matriarca de los Garzea será el centro de la vida en el reducido mundo de una torre amurallada, allí será dueña y señora, sacerdotisa de un templo que, como la etxe en el mundo rural vasco, será lugar de vida y de muerte, lecho nupcial y cementerio; llegará a la antropofagia con todos y cada uno de sus maridos porque ella es la que debe sobrevivir, la que tiene en su vientre la capacidad de dar nuevas vidas que defiendan el honor y los derechos de su linaje. Mas todos sus desvelos serán inútiles, los suyos morirán uno tras otro, su estirpe se verá abocada a la desaparición, y su enorme soledad de mujer abandonada al más cruel de los destinos tan sólo será vencida por la presencia del mar en el hedor de una ballena putrefacta.
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(1) "De ella resultaría difícil dar, no ya una definición, sino tan siquiera una imagen adecuada. En cierto modo, y a la vista de las obras que diversos críticos tienden a incluir en este apartado, cabría decir que una novela de tal tipo vendría a caracterizarse porque el lector sensible se da cuenta de que, tras lo que el narrador le está contando, hay en virtud de misteriosos símbolos o alegorías- un constante aludir a algo que subyace profundamente". (Mariano Baquero Goyanes: Estructuras de la novela actual, Planeta, Barcelona, 1970, págs. 71-72).
(2) R. M. Albèrés: Métamorphose d1l roman, Albil Michel, Paris, 1966, pág. 134.
(3) Andrés Amorós: Introducción a la novela contemporánea, Cátedra, Madrid, 1979, pág. 120.
(4) vid. Augusto Raúl Cortázar: Folklore y Literatura, Editorial Universitaria de Buenos Aires, Buenos Aires, 1971 (3).
(5) Michel Butor: Sobre literatura (vol. II), Seix Barral, Barcelona, 1967 (2), pág. 116.
(6) Ramón Buckley: Problemas formales en la novela española contemporánea, Península, Barcelona, 1973 (2), pág. 174.
(7) De acuerdo con la terminología de Carlos Bousoño (Teoría de la expresión poética, Gredos, Madrid, 1966 (4)) el símbolo mítico es monosémico ya que, deformando la anécdota, atiende únicamente al tema.
(8) Georges Lukács: Theórie du Roman, Gonthier (Bibliothèque Méditations), París, 1963.
(9) Ramón Buckley: Raíces tradicionales de la novela contemporánea en España, Península, Barcelona, 1982, pág. 28.
(10) lbidem, pág. 28.
(11) Como estudian Andrés Ortiz Osés y Karl Mayr: El matriarcalismo vasco, Universidad de Deusto, Bilbao, 1980.
(12) La novela de Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923) nace sin una relación directa con las tendencias novelisticas predominantes en el tránsito a la década de los sesenta, aportando una concepción diferente de la narración literaria, distanciada de las soluciones habituales de los títulos que ven la luz en la segunda mitad de los cincuenta. Las ciegas hormigas (1961, Premio "Nadal"), su primera novela, se halla muy lejos, tanto en concepción formal y temática como en materialización literaria, de los planteamientos del realismo social y de las técnicas behavioristas, y son muy pocos los nexos de unión con el grupo de escritores definidos como neorrealistas. Pinilla va a forjar un mundo novelístico propio, para mantenerse siempre fiel a unas preocupaciones constantes que caracterizan la casi totalidad de su producción literaria; un universo personal, ligado estrechamente a la realidad mítica y mágica del País Vasco y sus hombres, visto mediante la descripción múltiple de unos temas constantes.
Sus novelas -En el tiempo de los tallos verdes (1969), Seno (1972), El Salto (1) 1975), La gran guerra de doña Toda (1978), Verdes valles, colinas rojas (1986)- y libros de relatos -¡Recuerda oh, recuerda! (1975), Primeras historias de la guerra interminable (1977), Andanzas de Txiki Baskardo (1980)- van a abrir la senda que marca la búsqueda incesante de un lugar propio para el hombre, donde su condición humana plena le lleve a superar el mal entendido progreso de la civilización y le restituya la libertad absoluta de la adaptación a un medio, propio y natural. Completa Ramiro Pinilla su producción literaria con una novela de fuerza extraordinaria e impecable factura, que se aparta de la línea habitual de ambientación en el mundo vasco, Antonio B... "El Rojo" (1977); un libro de difícil clasificación, a caballo entre el periodismo crítico, la crónica costumbrista y el libro de viajes, como es la Guía secreta de Vizcaya (1975) ,distinta a cualquier guía turística al uso y en la que, desde el apasionamiento crítico y el amor a su tierra, deja Pinilla páginas de temple y fuerza realmente antológicas; y una pieza teatral, Proceso, anatematizacron y quema de una bruja en un ensayo general (1978, escrita y estrenada en 1971), que representada por el grupo "Akelarre" obtiene el Primer Premio de la "Semana de Teatro" de Sitges en 1971.
El conjunto de su producción literaria hace de Pinilla una figura singular dentro de la novelística actual, que ha dado frutos importantísimos que merecen ocupar un primer plano en el panorama de la narrativa española de nuestros días.
(13). Mircea Eliade: Mito y realidad, Guadarrama, Madrid, 1981 (4), pág. 149.
(14) Ramiro Finilla: Seno, Planeta, Barcelona, 1972.
(15) Ramiro Pinilla: La gran guerra de doña Toda, Ed. Libropueblo, Guecho, 1978.
(16) Andrés Ortiz Osés y Karl Mayr: El matriarcalismo vasco.
(17) Vid. José María de Barandiarán: Mitología vasca, La Gran Enciclopedia Vasca, Bilbao, 1950.
(18) Ramiro Pinilla: Andanzas de Txiki Baskardo. Ed. Libropueblo, Guecho, 1980.
(19) "Sabia Txiki Baskardo que eran varias las moradas de Amai, una en cada cumbre, y que una nube negra señalaba en cual se encontraba (...) Encontró a Amai peinando su cabellera a la entrada de una gruta y en el centro de un corro de lamias (...) Bien. Sólo los Baskardo os negáis a creer esa tontería de que soy una diosa. ¡Soy tan humana que hasta me muero. Lo que pasa es que siempre hay una hija mía para ocupar mi puesto, en las montañas. Mi vientre no es sembrado por hombres, sino por semillas" (lbídem., págs. 63-64).
(20) Vid. J.G. Frazer: La rama dorada, F.C.E., México, 1951 (2), págs. 27, 403 y 409.
(21) Ramón Buckley: Raíces tradicionales de la novela contemporánea en España, pág. 73.
(22) Ramiro Pinilla: Andanzas de Txiki Baskardo, pág. 92.
(23) Ramiro Pinilla: Seno, pág. 24.
(24) Ramiro Pinilla: Andanzas de Txiki Baskardo, pág. 83.
(25) Ramón Buckley : Raíces tradicionales de la novela contemporánea en España, pág. 74.
(26) "Y es que la Etxe vasca, la casa o caserío, reconstituye la cueva o caverna cuyo númen es Mari, y cuya representación ahora es la "Etxecoandre" o Señora y Sacerdotisa de la casa. La etxe vasca es radical, elemental y absolutamente matriarcal-femenina: a la vez tiempo-espacio de comunión de vivos y muertos, la etxe es morada y sepultura, templo y cementerio, lugar de vida (procreación) y muerte (rememoración), ámbito del día y de la noche, lugar natural del fuego del hogar y comunidad totémica de vegetales-animales-hombres. De este modo, se da una contigüidad o metonimia natural entre Tierra-Natura (Ama Lur), Andra Mari su personificación y la morada Etxe con su Etxecoandre. El mundo vasco está impregnado por Mari como "Mania o mater laurum". (Andrés Ortiz Osés y Karl Mayr; El matriarcalismo vasco, pág. 53).
(27) Un espléndido relato de Ramiro Pinilla, con este mismo titulo, "Etxecoandre (Señora de la casa)", fue publicado en Et Cetera, nº5, Tarragona, 1983, págs. 3-5.
(28) José Javier Rapha Bilbao: "Seno madre y mar" en Hierro, Bilbao, 10-VIII-1972.
(29) Ramiro Pinilla: Seno, pág. 270.
(30) lbídem, pág. 270.
(31) También en Las ciegas hormigas (Destino, Barcelona, 1961) observamos en Nerea la fuerza de esa maternidad, símbolo de la vida, proyectada sobre unos indefensos gatitos a los que acoge bajo su tutela: "Sois muy bonitos -les susurró-. Os quiero mucho. Soy vuestra madre" {pág. 65). Nerea, una niña aún, permanecerá ajena a todo lo que en su casa ocurre, su única obsesión es salvar a los pequeños animales de la muerte que les espera ante la imposibilidad de la familia de mantenerlos a su cargo. Nerea pondrá en ellos todo su amor de madre: "No toco más que huesos y piel; huesos pequeños y delgados, y piel vacía, llena de pelos secos, cortos y ásperos. Están sin comer hace más de tres días.
Mi vestido no tiene botones por delante, por eso tengo que bajármelo de los hombros, de los dos, pues de otro modo no podría bajármelo como yo quiero. Saco los brazos de él y me lo bajo. Cojo al gatito y acerco su cabeza a mi pecho, sin importarme que casi tenga que gritar cuando noto su áspera lengua raspar mi botoncito, y sus dientes, que aprietan mi carne.
-Come, come, pobrecito -le digo.
Y él muerde furiosamente y en seguida me doy cuenta de que me ha hecho sangrar, pero lo mantengo, no lo retiro, apretándolo contra mí, mientras él chupa y chupa, y los otros dos de la cesta saltan más que antes, corno si supieran que su hermanito, al fin, ya está comiendo.
-Ya os tocará, ya os tocará -les digo" (págs. 249-250).
(32) Sabas es el personaje en torno al cual gira la acción relatada en Las ciegas hormigas, que narra en una grandeza temática de tono épico el esfuerzo tenaz de ese hombre, trasmitido a toda su familia, para intentar recuperar el carbón de un buque inglés encallado en el litoral vasco, en la Galea, una noche de temporal; el titánico esfuerzo, que será estéril, va a trasformar el valor intrínseco de la carga del mercante en símbolo de lucha y de independencia para una familia. El fracaso se convierte, de esta forma, en un aliciente para seguir luchando, porque Sabas pierde el carbón pero alcanza, aunque sólo fuera un Instante, la vision de su propia libertad.
(33) Asier Altube, benjamín del caserío Altubena, es el protagonista de En el tiempo de los tallos verdes (Destino, Barcelona, 1969). Bajo la apariencia externa de un hábil relato de aventuras, casi de planteamiento policíaco, se descubre una narración poderosa, la historia de una voluntad enorme, de una tenacidad sin fin movida por la fidelidad y la entrega, representada en ese niño de trece años, Asier, que tratará por todos los medios de esclarecer una misteriosa muerte, de la que culpan a un hombre con quien el muchacho se siente unido por lazos que van más allá del afecto.
(34) Ramón Buckley: Raíces tradicionales de la novela contemporánea en España, pág. 270.
(35) De acuerdo con lo dispuesro en el testamento del abuelo Isidro, que "donaría su caserío con todas las tierras a la mujer de la familia que le pariera un hijo varón en "Arrigúnaga" el día de San Isidro" (Ramiro Pinilla: Seno, pág. 7).
(36) lbídem., pág. 296. la vaca es un animal sacralizado -totem- en su simbolismo materno. Se produce la identificación entre el totem y la figura del progenitor de la tribu -figura indudablemente femenina en este caso- en un proceso de revelación: al atribuir cualidades humanas a un animal el hombre remarca el valor de esas cualidades y las hace objeto de su culto. La vaca, en Seno, es el símbolo de la madre perdida, Jacinta, que agrupará a los varones de la familia.
(37) Ramiro Pinilla: Seno, pág. 307.
(38) Ramiro Pinilla: La gran guerra de doña Toda, pág.38.
(39) lbídem., pág. 12.