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Endrinal, con sus escasas mil almas, es sólo uno más de los muchos pueblos de la salmantina Sierra de Francia, situado ya en los límites septentrionales y envuelto por Los Santos, Casafranca, Frades y Monleón. Su particular historia se ha escrito a las sombras del viejo castillo de la última población, aunque a cambio Endrinal dio a Monleón la tragedia retratada en asta de toro. Me cuentan los ancianos .del lugar que fue aquí donde el negro bruto segó la vida de Manuel Sánchez, el hijo de la viuda monleonense, que nos recuerda el romance y que uno de estos hombres bruñidos relata con la emoción del tiempo no transcurrido:
Los mozos de Monleón
se fueron a arar temprano
para ir a la joriza
y remudar con despacio.
Pero al hijo de la viuda
el remudo no le han dado.
-Al toro tengo que ir
aunque vaya de prestado.
-Pos quiera Dios que si vas,
que te traigan en un carro,
las albarcas y el sombrero
de los puntales colgando.
Los mozos con el remudo
se marchan el monte abajo
preguntando por el toro
y el toro ya está encerrado-
Al vaquero le preguntan
porque si el toro es muy bravo.
-Muchachos, no entréis al toro,
que el toro tiene ocho años
y la leche que mamó
se la di yo por mi mano.
Manuel Sánchez llama al toro,
nunca lo hubiera llamado.
Por en dentro de los pechos
le lleva la plaza arrastrando,
y cuando el toro lo suelta
ya lo ha dejado muy malo.
-Compañeros, yo me muero;
amigos, yo estoy muy malo;
tres pañuelos tengo dentro
y con éste ya son cuatro.
Al rico de Monleón
le piden los bueyes y el carro
para llevar a Manuel,
que el torito le ha matado.
A la puerta de la viuda,
allí detienen el carro.
-Aquí tenéis vuestro hijo,
como lo habéis demandado.
San Juan es en Endrinal sinónimo de toros y los oros son pasión y división del año en el antes y en el después. Los viejos carros, muchos de ellos ya arrumbados, configuran la plaza y cobijan a los pusilánimes. Las coplas toreras llenan el ambiente de las tabernas entre corrida y corrida. Los jóvenes hacen por aprender las que los más ancianos todavía no olvidaron:
Los toritos vienen,
los toritos van;
los toritos vienen
por el arenal,
por el arenal
del Guadalquivir;
los toritos vienen
para divertir.
Salga el toro, salga el toro,
que aquí lo espera el torero
en el medio de la plaza
con banderillas de fuego.
Salga el toro, salga el toro,
salga el toro del toril,
que lo espera Juan Calama,
que lo va a hacerlo morir.
Cachucha ya no es Cachucha,
Cachucha ya no es quien era;
lo ha cogido un toro bravo
cuando subía a la barrera.
De la tradición taurina de Endrinal de la Sierra es indicadora, incluso más que San Juan de junio, la Virgen de El Mensegal, su ermita a media legua del pueblo y la romería primaveral en la que el astado, hasta hace algunos lustros, vaciaba los núcleos del contorno. Virgen y toro, paralelo a los festejos marianos salmantinos de las Nuestras Señoras de Valdejimena, la Vega, el Castañar..., vestigios de lejanos mitos y de cultos a la tierra.
Junto al ábside del pequeño santuario pervive desafiante el paso del tiempo, de siglos que llegan a la repoblación medieval, la plaza de toros, tal vez la más antigua de los campos castellanos, mitad excavada, mitad aguantando impertérrita la ventisca invernal, con trazas de corrala pastoril. Sus piedras pregonan la valentía, la sangre y el grito femenino. Tras la misa, la comida. y más tarde la corrida, para que el morlaco pinche en la tripa llena. El cura y el alcalde, los dos poderes, han de burlar las primeras embestidas, paso previo para que los mozos casaderos claven en el cuerpo del animal los rejones engalanados por sus prometidas. El aire se respira con olor a sangre y con olor a rituales de fertilidad.
Nuestra Señora de El Mensegal sabe de toros y de penas, de esperanzas y de hechos que fueron deseos. El postconcilio aniquiló los exvotos que colgaban de algunas paredes de la ermita: cera hecha arte en forma de cualquier parte del cuerpo, la foto del hijo que fue a servir a Melilla, la «piedra de rayo» que la tormenta arrojó a los pies del vaquero, el anillo de casada que la joven prometió si un lugareño la llevaba al altar...En dos ocasiones, fuera de las fechas ordinarias, la Señora de El Mensegal peregrina hasta el pueblo. Son, por un lado, los días de la rogativa, cuando se resecan los campos, los hombres temen por el próximo pan de cada jornada, cuando todas las gargantas entonan el ruego piadoso:
Esa fuente que tenéis
al lado de vuestra ermita,
hacedla una nube de agua,
que el campo la necesita.
El otro momento coincide con los tiempos de misiones, en que dominicos o paúles buscan ablandar conciencias teniendo a la patrona de Endrinal como cercana valedora. Niños y mayores recorren las calles anunciando, en el nombre de su virgen, el comienzo de los actos religiosos:
A misión nos llama,
errantes ovejas,
vuestra eterna Madre,
la Pastora Excelsa.
Divina Pastora,
nuestra dulce Amada Prenda,
nuestra eterna Madre,
la Pastora Excelsa.
La Divina Pastora, protectora de rebaños y de rabadanes contra el lobo, no detiene en esta ocasión la mano que empuña la daga asesina. Lo cuentan, sobre todo en las noches de invierno, y lo refiere mi amigo Ramón Grande del Brío, nacido en estas tierras y amigo del «hermano lobo». A los pies del santuario de El Mensegal reposan los despojos de un joven muerto por las duras garras del «bicho». Curiosa leyenda del lobo devorador, que vuelve a cargar con las culpas de lo que el pueblo, siempre en voz baja, supuso homicidio pasional. Es el lobo leyenda, historia legendaria, romance... Un anciano, pastor durante la mocedad, nos canta una versión de La loba parda con la emoción que da el despertar vivencias y el transformar la lucha hombre-animal en una estampa bucólica:
Estaba el pastor en vela
pintando la su cayada
y vio venir siete lobos
y en medio la loba parda.
Y venían echando suerte
a ver a cuál le tocaba.
Y por fin hubo de tocar
y le tocó a la loba parda.
No te arrimes, loba parda,.
que tengo siete cachorros
y la perra trujillana,
y el perrito de los yerros
que para ti solo basta.
Perritos, todos a ella,
a coger la loba parda.
Siete leguas van corridas
por las tierras trujillanas.
Y al subir una ribera
y al bajar una costana
se puso el pastor delante
con el puñal y la vaina.
No me mates, pastorcito;
déjame ir a la montaña.
No me mates, pastorcito;
no volveré a tu majada.
Pastores y agricultores, eternos enemigos seculares y fuentes inagotables de sátiras e inquinas. Las coplas inclinan al pastor al bestialismo, les hacen máximos representantes de la incultura, del mal vestir y de la irreligiosidad:
Un pastor de aquellos sierros
le dijo a una pobre vieja:
¿Para qué quiero mujeres,
teniendo que tengo ovejas?
No te cases con pastores
que llevan cabras al monte
pos no comerás las migas
al no ser con otros hombres.
Los pastores no son hombres,
que son brutos animales:
comen migas en calderos
y oyen misas en corrales.
En el baile una pastora
pegaba saltos;
se le cayeron las bragas,
y eran de esparto.
El recuerdo bíblico es agua suficiente para que el pastor endrinalino limpie sus contradecires. La cita evangélica glorifica la figura del rabadán:
Los pastores no son hombres,
que son ángeles del cielo;
en el nacimiento de Cristo
ellos fueron los primeros .
Versos sueltos que suenan a Navidad, noche en la que los careas y zagales, dejando los campos serranos, bajaban al pueblo y en su iglesia se ponían más cerca del Niño, para escenificar «La Pastorela», la heredada «Corderada» de la que aún, sólo algunos, recuerdan varias estrofas:
En las sombras de la noche,
pastores de aquestas tierras
ha nacido el Dios del cielo
entre el frío y la inclemencia.
Pastorcitos de estos valles,
que habitáis en estas tierras,
oídme bien la embajada
que os traigo de buena nueva.
Pastores que festejan el nacimiento de Dios y que aprovechan a la deidad para sanar en su nombre el hato enfermo. La nube, la muerma, la pedera, la piojera, la moorra, la coquera...Males femeninos, los peores para el ganado. La farmacopea es el conjuro, el ensalmo, la voz masculina, lo positivo, lo que cura. Es necesario que el pastor recite para que el «coco» muera:
Buenos días, Buen Señor,
detrás de ti vengo yo.
En los cocos de tus ovejas .
caiga la maldición.
Que se sequen los cocos
como lo demanda Dios.
Sécate coco,
sécate tú,
como el mal ladrón
se secó en la cruz.
Amén.
Rechaza el pastor, el «villano vil», el pan blanco, la gustosa cama, los prados en el llano, las «teticas agudicas»...que la aldeana, la labriega, le ofrece si la desposa. Porque también en Endrinal de la Sierra, hasta no hace tanto, casaba el pastor con la hija de su igual. Cuando el joven carea aprendía a manejar la navaja y a tocarle las tetas a las ovejas, dos elementos de marcado simbolismo sexual y configuradores del ritual de pasaje, escuchaba el «ya puedes buscarte un apaño». Y el apaño, la destinada al monte desde niña, ya mujer apagará la soledad de los campos, secará las lágrimas del esposo que siente la muerte del ganado como una parte de sí mismo:
Por el río abajo
llora el cabrero,
que se le ha muerto un chivo
del mal postrero.
En lo alto del monte
llora «El Manteca»,
que se le ha muerto un chivo
de la cagueta.
Si el artístico grabado del asta o de la madera marcaron el inicio del noviazgo pastoril, el perfecto manejo del arado es el indicativo de la aptitud erótica del labriego. El arado, símil del miembro viril, que se clava erecto en la matriz de la tierra, la Tierra-Madre, la Gran Esposa. Significados que el agricultor de Endrinal ya ignora, quizás, porque al simbolismo de las viejas religiones alguien permutó en el simbolismo de la redención cristiana y que estos hombres, que crecieron asidos a la mancera, cantan cada otoñada:
El arado cantaré,
de piezas lo iré formando
y en la pasión de Cristo
misterios iré explicando.
La mancera es el rosal
donde nacen los olores;
María coge colores
de su vientre virginal.
Las orejeras son dos,
las abrió Dios con sus manos;
son las puertas de la gloria
que nosotros esperamos.
La reja será la lengua,
la que todo lo decía.
¡Válgame el Dios Divino
y la sagrada María!
Los bueyes son los judíos,
los que a Cristo arrastraron
desde la casa de Anás
hasta el Monte del Calvario.
Los cordeles son de esparto,
los que a Cristo maniataron.
¡Válgame el Dios del cielo,
amparo de los cristianos!
El timón que hace derecho
por el dental y la cama
significarán la cruz
donde a Cristo lo clavaban.
La telera y la chaveta
entre las dos hacen cruz.
Consideremos, cristianos,
que en ella murió Jesús.
La semilla que derrama
el gañán cuando va arando,
significará la sangre
que Jesús ha derramado.
Versos que reclaman una escenificación que antaño sí se llevó a cabo. Nazarenos vivientes, crucificados al timón, forrados de sogas, soportando en sus manos el peso de las bilortas, recorrían, en lo que semejan rituales mitriacos, las calles del pueblo la noche del Viernes Santo, la noche en la que todavía las mujeres salmodian canciones que inspiran la compasión:
¿Dónde va la soledad
a deshoras de la noche?
En busca de su hijo amado
que lo entierran esta noche.
No busques al criminal
que ha dado muerte a tu hijo
a deshoras de la noche.
El pecado de los hombres
morir en la cruz le hizo.
Con la Resurrección vuelven las rondas, acalladas durante los muchos días de la Cuaresma. Los jijeos encienden los ánimos de los grupos noctámbulos. Y las pullas, coplas satíricas, vertidas bajo la ventana de la moza que dijo nones, hicieron más de una vez brillar el chuzo, estallar la cachiporra y correr la sangre. Son coplas que todavía buscan encontrar, en la noche sanjuanera, oídos femenimos abiertos:
Dicen que tienes, que tienes,
que tienes un olivar,
y ese olivar que tú tienes
es que te quieres casar.
Debajo de tu mandil
tienes una sartenita;
déjame freir dos huevos
y una tajá de longaniza.
Debajo de tu mandil
tienes al Niño Jesús
déjame poner la vela,
que él no puede estar sin luz.
Ahora que estás en la cama
a mi me da el presentimiento
que tú tienes metido el dedo
donde yo meto el pensamiento.
Todas las mujeres tienen
en la barriga un lunar
y un poquito más abajo
la raya de Portugal.
Eres alta como un huevo,
derecha como la hoz,
blanca como la morcilla.
¡Mira qué linda es la flor!
A tu puerta estamos cuatro,
todos cuatro te queremos
saca la mano y escoge,
los demás nos marcharemos.
A tu puerta, gorrina,
me tiro un pedo,
y así sepas, gorrina,
que yo rondeo.
También voces lisonjeras, las menos, esparcen el eco de esquina en esquina en pos de la anónima mozuela que aguarda trovas de amor:
El día que tú naciste
aquel día nací yo;
el día que tú te mueras
nos moriremos los dos .
Eres chiquita y bonita
como espiga de cebada;
¿lo que tienes de bonita
lo tienes de resalada.
Pocas veces canta la joven coplas, mas cuando lo hace reflejan la desconfianza hacia los hombres y el dolor por la ausencia. Son palabras tristes que suelen flotar en medio de la festiva alegría:
No te fíes de los hombres
aunque los veas llorar;
con las lágrimas te dicen
el pago que te han de dar .
Ya se van los quintos, madre;
ya se va mi corazón;
ya se va quien me tiraba
chinitas a mi balcón.
El quinto de Endrinal, como en todos los pueblos serranos, llena el estómago de vino y llena el aire de lamentos, no siempre bien disimulados, las vísperas de acuartelarse.
Yo me voy para Madrid,
yo me voy para Larache.
Lo que siento es que a mi novia
algún chulo la maltrate.
Los quintos se vienen,
los quintos se van;
pobrecitas madres,
cuánto llorarán.
Los quintos cuando se van
a sus novias les encargan
que no se dejen meter
las manos por las enaguas.
En Endrinal de la Sierra se hizo de siempre poco noviazgo. Entre la declaración y la mili pasan pocos meses, como pocos meses pasan entre el final del servicio y la boda. El mozalbete requiere el sí de la muchacha que desea ser requerida, aunque la aceptación se condicione al más difícil sí del ama:
¡Hola, cachito de canela!
Dile a tu madre
si quiere ser mi suegra.
Yo te pico,
te repico,
te arrimo la mano al culo:
¿tienes compromiso con alguno?
En ocasiones asoma la inquisición directa y la moza disipa el interrogante sin rubor:
-¿Me quieres, talega?
-Te quiero, costal.
-Coge la manta
y vamos al pajar .
El mandato último no extraña. En este pueblo de la sierra, como en los montes leoneses, las parejas, tras el sí de rigor, a solas dormían y retozaban con beneplácito social las noches de los meses de verano, sobre la paja acabada de guardar. De la curiosa entrega de las vírgenes serranas supo don Luis Maldonado por Baldomero Gabriel y Galán, el hermano del conocido versificador de Frades.
Son septembrinas las bodas de Endrinal de la Sierra. Ha de trabajar el novio, ahora segador, los meses de calorina, puesto que ha de embarazar la billetera antes que a la desposada. Con la manija, la hoz, la cuerna y la piedra afiladora echará manada por los agostados campos de Extremadura y de Castilla. Vuelven los romances a las gargantas aclaradas por el vino y su ritmo a acompasar el incesante arqueo de los brazos segadores en los eternos días estivales. Canta Angel Sánchez bellas estrofas aprendidas en la comarca de la Alcántara cacereña, narradoras de la fábula de la Serrana malvada, la matadora de hombres:
En el pueblo de la Olla,
media legua de Plasencia,
habitaba una serrana
alta, rubia y sandunguera,
con vara y media de pecho,
cuarta y media de muñeca,
con una mata de pelo
que a los zancajos le llega.
De medio cuerpo p' arriba
tiene figura de fiera
y de medio cuerpo p' abajo
tiene figura de yegua.
Cuando tenía ganas de agua
se bajaba a la ribera
y cuando tenía ganas de hombres
se sube a las altas peñas .
Ya vio venir a un serrano
con una carga de leña;
lo agarraba de su mano
y a la cueva se lo lleva.
No lo lleva por caminos
ni tampoco por veredas,
que lo lleva por el monte,
por donde nadie lo vea.
Y llegaron a la cueva.
Le tenía una rica cena
de perdices y conejos,
de tórtolas y aguileñas.
A eso de las doce y media
le mandó cerrar la puerta
y el serrano, como astuto,
l'ha dejado medio abierta.
Y le ha dado de beber
vino por la calavera
y el serrano, como astuto
no quiere beber por ella.
-Bebe, serranito, bebe,
bebe por la calavera,
que puede que algún día
también por la tuya beba.
A eso de las dos y media
salió a dar una vuelta,
cuando vio que iba detrás
aquella terrible fiera
con una china en la honda q
ue pesaba arroba y media.
-Lo que te encargo, serrano,
que no descubras mi cueva.
-No la descubriré, no,
en lo que llegue a la sierra.
No es la serrana sensual de otras versiones del romance. Pero la sensualidad en juegos y cantos son inherentes a las labores campesinas, de la arada a la sementera. En Endrinal aún la máquina no arrasó totalmente la belleza del campo y el segador de siempre no melló su sentimiento con el trinar de la moda y mantiene sus reaños para no convertir al «santo obispo» en emperador del antiguo imperio. La Bastarda del pueblo serrano recoge transposiciones que ponen la nota jocosa en el relato cargado de simbolismo.
El santo obispo de Roma
tiene una hija bastarda
que la quiere meter monja
y ella quiere ser casada.
Ha mandado hacer un convento
para tenerla encerrada.
Ya la encierran, ya la llevan,
ya está en su morada.
A los tres días siguientes
se ha asomado a la ventana;
vio venir tres segadores
por las vegas de Granada.
De los tres el más pequeño
de todos se diferenciaba.
Gasta manija de oro
y empuñadura de plata.
-Oiga usted, segador,
¿quiere segar mis enaras?
-Sí, señora, ¿por qué no
tengo yo de ir a segarlas?
Esas enaras, señora,
¿dónde están pa ir a segarlas?
-Esas enaras, señor,
ni están en tierra llana,
ni está en alto ni está en bajos,
ni en sombrío ni en solana,
que está por cima mis muslos,
bajito de mis enaguas .
-Esas enaras, señora
no son para mi el segarlas;
son pa duques y marqueses,
que es comida regalada.
Echa mano al su bolsillo
y cien duros le regala;
y por fin ya la ajustaron
a peseta la manada.
Se ponen a echar manadas;
echan una y echan dos
y a las tres ya se desmaya.
-No te desmayes, Dios mío,
no te desmayes, mi alma,
que a la lancha de la lumbre
tengo una perdiz bien guisada
y una botella de vino
sin goterita de agua. .
A los tres días siguientes
fue su padre a visitarla.
-¿Qué tienes tú, hija mía?,
¿qué tienes tú en la cama?
-¿Qué he de tener, padre mío?
La criada que está mala.
-¡Carajo con tu criada!
y ¡cómo le relumbran las barbas!
A esto pronto el segador
se ha tirado de la cama
y por una ventana que había
a la calle se tiraba.
A los tres días siguientes
han doblado las campanas.
¿Quién ha muerto, quién ha muerto?
El segador de la bastarda.
No ha muerto de calentura
ni de pulmonía mala,
que ha muerto de un rabotazo
que le ha dado la bastarda.
Se madruga para llevar la mies a la era. Dos bueyes uncidos al yugo mueven pausadamente el carro, que descansa a media mañana para que las moscas no trajinen. La última carga lleva el pelele, muñeco con tripas de bálago, sobre el haz más elevado, en lo que parecen reminiscencias del espíritu del grano. El gañán, pica al hombro, pica al yugo, marca un compás con sus cantos:
Aparéjame al borrico,
que me voy a vender nabos.
Tralará.
Y en el medio del camino
me salieron los gitanos.
Tralará.
Me robaron el borrico
y me dieron cuatro palos.
Tralará.
Da la mujer horas de sol sobre el trillo con dientes de sílex. Es labor femenina la de la era, aunque el varón acuda al venteo, el acarreo de la paja y del trigo, a tender la parva y a soportar la sátira.
Un cazador fue a cazar
y mató dos ciervos,
y mató dos ciervos,
y se trajo pa casa
los cuatro cuernos.
los cuatro cuernos,
Y su mujer le dice:
Con los que yo te pongo
tienes bastante,
tienes bastante.
Y en el jardín de la hierba buena
y en el jardín de las azucenas.
También femeninos son los trabajos del lino, desde el espadado al tejido. Suenan igualmente las melodías, las dulces melodías de las no menos dulces hembras de Endrinal que ironizan a los «machos» afanosos de estas labores prohibidas: Espadilla los millos
del lino fino,
que lo espadan los hijos
del tío Merino.
Espadilla los millos
del lino vasto,
que lo espadan los hijos
del tío Canasto.
Espadilla los millos
del lino viejo,
que lo espadan los hijos
del tío Pellejo.
Que yo soy más fea
que los demonios,
los bienes de mis padres
me traen los novios.
En el tejido de lino borda la moza, ya requerida en matrimonio, bellas filigranas, famosas en los pueblos serranos, que van llenando arcones, El ajuar de la boda que habrá de ser expuesto ante vecinas, familiares y amigas, quienes obligadamente alabarán los gráciles dedos bordadores. Vísperas de los desposorios. Pasean los mozos, junto al novio que dejará de serlo en pocas horas, el cabrón engalanado, a la espera de la noche. Es el momento, cuando el novio se retira, de cantarle la alborada a quienes se ofrecieron a soportar el padrinazgo.
El padrino es un lucero,
la madrina es una estrella,
el novio la media luna
y la novia la luna entera.
Florezca la luna,
florezca la flor,
florezca la nobleza
de este señor.
Si tuviera una aceituna,
aunque fuera cordobesa,
se la diera a los padrinos
que nos dieron las almendras.
Florezca la luna...
Entre florezca y florezca brotan coplas no alusivas al acto, pero que traen a colación los vapores del aguardiente:
Si la luna fuera un queso
y las estrellas molletes
y la mar fuera de vino,
¡qué tragos y qué zoquetes!
Los serranos de Endrinal tienen prisa, ya que la boda es boda cuando en la casa de los desposados se mece una cuna que apaga el llanto de un niño. Por eso en ocasiones el sí de la madre se mezclaba con las aguas bautismales del pequeño y con el «ven que te coja, que crezcas como un grano de trigo» que el padre dice al recién acristianado.
Las bodas fueron preludio del frío y de las lluvias, de que las aguas del Alagón vendrán con fuerza para mover la rueda del molino, el molino en torno al cual la inspiración popular adivinó juegos amorosos:
Ya vengo de moler, morena,
de los molinos de arriba;
dormí con la molinera,
no me cobró la maquila.
Y olé, morena.
Ya vengo de moler, morena,
de los molinos de abajo,.
dormí con la molinera,
no me ha cobrado el trabajo.
Y olé, morena.
Ya vengo de moler, morena,
de los molinos del medio,.
no me ha cobrado el trabajo,
no estaba el molinero.
Y olé, morena.