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Interesados por conocer de cerca la tradicional artesanía de la hojalata, llegamos a este pueblo de Torrejoncillo por la carretera que viene del Puerto de los Castaños. Con la información que teníamos nos dirigimos aquel día de diciembre a visitar al señor Vicente Rivero Vergel, último hojalatero, que lleva 42 años en el oficio; en su casa nos relató «vida y hazañas de aqueste menester».
Esta tradición tiene arraigo en muchas generaciones: nos habló de su maestro Pedro Moreno Leno, más conocido por «Pedro Merendilla», jubilado actualmente, a quien perteneció el taller (máquinas y herramientas), que a su vez se lo compró a Leoncio Galán, hijo del maestro de ambos, José Galán, que procedía de Ceclavín y se instaló en Torrejoncillo hace aproximadamente unos 150 años.
También recordó a otros como al señor Eugenio, a Macario «el Gacho» que estuvo en América y al tío Domingo «el Trovador».
Se dedicaban a recorrer las ferias y mercados de Coria, Cáceres, etc., donde vendían los diferentes artículos de hojalatería que trabajaban: faroles, aceiteras, cantarillos, moldes para dulces, candiles, carburos raneros (usados para pescar ranas), etc. También hoy día se preparan los faroles llamados de «La Encamisá», fiesta popular que tiene lugar en la noche, víspera de la Inmaculada.
De todos estos objetos nos interesan y merecen una especial atención los candiles; son además los que requieren una mayor labor artesanal. Aún en la actualidad se siguen haciendo, aunque con una finalidad decorativa, por encargo, de otra manera no se comprarían, pues hay que venderlos caros para que compense el trabajo que precisan.
Haremos un estudio minucioso de este utensilio mediante una descripción de sus distintas piezas y de su elaboración, que difiere claramente de los candiles de forja (1).
Como material utilizaban chapas de hierro estañadas (hojalata), que tienen un espesor comprendido entre 0,37 mm. a 1 mm. y que importan de Bilbao. Estas planchas de hierro están recubiertas por ambas caras con una larga capa de estaño, para protegerlas del aire, agua, ácidos débiles, etc., en definitiva, para evitar la oxidación.
PROCESO DE ELABORACION
En primer lugar se recortan, con unas tijeras de mano, las cazoletas, siguiendo una plantilla que tiene forma de escuadra; seguidamente se marcan unos filetes (bordones) (v. lámina II, 12) en tres filas paralelas, como refuerzo y ornato ,sólo en la pieza que hará de cazoleta exterior. Antiguamente esta labor se realizaba sobre las ranuras de la bigornia bordoneadora con la piqueta, martillo de pico ligeramente curvado; la bigornia o cruceta se halla colocada en una «burra», nombre que se da a esta especie de taburete por la manera de sentarse del artesano para trabajar, a modo de cabalgadura. Modernamente se hacen con una máquina de bordonear con rodillos.
También en las aristas superiores de ambas escuadras, para dar mayor solidez a los depósitos, se practica un repulgo (rebordeado sencillo) (V. lámina II, 5); antaño se hacía sobre el hierro para doblar, colapé (cola de pez) y se remataba el doblado sobre la superficie plana de la bigornia con el auxilio de un mazo de madera. Ahora este trabajo se suple con la máquina de rebordear.
Por último, una vez que se sacan con los alicates las piqueras de los ángulos de las escuadras, y después de curvar los lados sobre el cuerno cónico de la bigornia, se soldan (por sueldan) los extremos.
Finalizada esta tarea, se recortan los hondones y se sueldan, formando así los dos recipientes.
Después de esto se va completando el candil, añadiendo los diferentes componentes, cacharrinos, como decía el señor Vicente: los postes (V. lámina I,6), recortes de sección rectangular; en el más corto se ha efectuado por el medio una cisura estrecha desde abajo hasta algo más de la mitad; en el más largo, hacia el primer tercio, coincidiendo con el tope de la raja indicada, se suelda la romana (V. lámina I, 5), pieza pequeña en la que se ha hecho por un lado un repulgo y por el otro se ha recortado, formando varios triángulos contiguos, a modo de dientes de sierra; sirve de percha a la candileja, para que se pueda ir inclinando, y así aprovechar mejor el aceite que empapa la «torcida». Para mayor consistencia se rebordean los lados laterales de los postes.