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La canción tradicional se ha visto desarraigada de su medio natural por una serie de factores cuya génesis y desarrollo no nos son ajenos: Exodo del campo a la ciudad, poderosa influencia en el medio rural de la televisión y la radio, comercialización desmesurada de la cultura tradicional que queda reducida en ocasiones a simple espectáculo, etc.
Este hecho innegable ha dado pie para que algunos derrotistas pensaran en la inmediata o paulatina desaparición de nuestro patrimonio musical y literario. Creemos que la misma alarma que existe en estos momentos sacudió a todos los recopiladores desde la invención del fonógrafo. Los Cancioneros de Marazuela, Fernández Núñez, Sixto Córdova y Oña, y tantos otros incluyen en sus páginas palabras de aviso; llamadas de atención sobre un problema que, ya en su época, comenzaba a plantearse al investigador con toda su crudeza: ¿Qué parte de nuestro legado tradicional está vivo y qué parte no lo está? La labor del folklorista es muy útil desde el momento en que puede servir de testigo fiel de una época y unas circunstancias; sin embargo, de nada valdrán sus apreciaciones si entran dentro del campo de la profecía. Temas y símbolos que aparentemente estaban muertos a principios de siglo, tras un periodo de latencia son recuperados para la tradición oral sin demasiado esfuerzo. Lo importante, pensamos, es esa tendencia de la persona o de la comunidad hacia el descubrimiento y estudio de las propias raíces; tal tendencia contribuirá, no sólo a asegurar la pervivencia de antiguos conocimientos, sino también a que su posesión y práctica no provoquen sentimientos de vergüenza en las próximas generaciones.