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El agustino P. César Morán es un gran escritor leonés que realizó en Salamanca la mayor parte de sus obras. Entre otros libros y ensayos a él se deben «Investigaciones acerca de Arqueología y Prehistoria de la región salmantina», «Curiosidades epigráficas de la provincia de Salamanca», «El Cerro del Berrueco en los límites de Ávila y Salamanca», «Poesía popular salmantina», «Excavaciones arqueológicas en el Cerro del Berrueco», «Folklore de Rosales» -sobre términos como «Quemar la vieja», «Echar el rastro», «La maquila», «La facendera», «Los pelos de mujer que al caer al caer a una fuente o arroyo se convierten luego en culebras», «El palo de los pobres (dando posada a los mendigos)», «Las nateras o vasijas para poner la leche al relente», «El alumbrado con una especie de teas», «Las filanderas en torno al hogar en las noches de invierno», «medicina1», «El arco mayuelo» y otras curiosidades lingüísticas- y «Por tierras de León (historia, costumbres, monumentos, leyendas, filología y arte)», Salamanca, 1925.
Su vinculación a la ciudad del río Tormes fue debida a su prolongada permanencia -prácticamente casi toda su vida- en el convento de su Orden. Nació el P. Morán, nuestro guía etnográfico, en un lugar de las montañas de León, frías y pobres, saliendo de su pueblo en la más temprana adolescencia. Por su bibliografía o catálogo de sus obras vemos las materias en que empleó su inteligencia y su actividad cuando sus obligaciones monacales se lo permitían.
El mismo nos dice refiriéndose a su patria chica: «He vuelto a mi tierra algunas veces y he recogido ciertos apuntes de las curiosidades que me salían al paso; he tomado algunas fotografías, he interrogado a las gentes, he observado las costumbres y recorrido el terreno. Fruto de estas observaciones es el libro, lector ,que entre las manos tienes.» De él vamos a tomar unas cuantas notas interesantes.
Respecto a los trajes típicos, en el pueblecito de Canales, yendo de La Magdalena a Pandorado, anota que el traje regional, típico en la comarca a comienzos de siglo, «se distingue en el modo de atar el pañuelo de la cabeza con un nudo al lado de la frente, y otro pañuelo más grande, continuación del dengue, que se pone por la espalda, se cruza por delante del pecho y se ata atrás de la cintura.»
Añade luego que aún había otro más antiguo «del que ya sólo quedan algunos en el fondo de las arcas -como recuerdo de los antepasados; éste se componía de rodao y los dos pañuelos colocados en la forma que ya dijimos, justillo prendido con cordones, chambra de ajustados y pintorescos puños, mandil de varios colores, escarpines de grueso paño con negras y brillantes botoneras y madreñas (zuecos) de palo con decoración incisa y herradas con tres clavos.»
Pasado Soto y Amio, «en el sitio que llaman Valdelavilla, hay una peña que dicen peña forada, en la que ve la imaginación popular un hombre pintado o dibujado, un martillo y un yunque, y dicen que suena al golpear como una campana. Dicho peñasco horadado, erosionado y con muchos hoyos naturales, no ofrece nada de particular, ningún interés arqueológico. Pero estas leyendas autorizan para sospechar que ha sido en otros tiempos lugar sagrado donde se reunían los habitantes de un castro próximo a ofrecer sacrificios.»
Del pueblo y alfoz de Rosales recoge don César muestra de una costumbre navideña arraigada en forma de cantata por las mozas, sacando a relucir todos los acontecimientos cómicos ocurridos en la localidad en el año que va a concluir. Como ejemplo da esta chusca muestra de una cacería:
«El señor Cura y Juanín
se ponen en las Piniellas,
porque les parece a ellos
que era la espera más cierta.
Estaban ambos a dos
entretenidos y hablando,
cuando miran para adelante
ya ven l corzo saltando.
El Cura le dice a Juan,
tira tú y tírale luego,
porque tienes mejor ojo
para la caza de pelo.
Juanín dice para sí:
allá te va un cañonazo,
¡ay, pobrecito del corzo,
pa mí que le partí el rabo!
Al ver que no se movía,
luego ha gritado muy alto:
-Venid acá, compañeros,
que el corzo cayó en mis manos.
Luego llegaron los mozos,
todos corriendo y saltando.
Cuando llegaron al sitio
era un rebollo quemado.»
El P .Morán va recogiendo coplas populares en su deambular por el León nativo. Entre los robledales del Bierzo vio un hato de ovejas y cabras con su perro ladrador, mientras una pastorcilla a un zagal le cantaba:
«El clavel que tú me diste
el .jueves de la Ascensión,
no fue clavel sino clavo
que me clavó el corazón.»
Y a una vieja lugareña del valle de Osmaña, le oyó:
«Devanar devanaste,
pero no acabaste;
si una vuelta más
hubieras dao,
una devanadera de oro
hubieras sacao.»
En algunos pueblos que riega el Sil, como los Rabanales, hablan un dialecto fósil, entre asturiano, gallego y cántabro, como puede verse por esta muestra folklórica:
«No me llamen gallega
que soy berciana,
cuatro leguas pa arriba
de Ponferrada.»
Porque influidos por la proximidad de la frontera, el acento de estos leoneses, la tonalidad y muchos giros son francamente gallegos; por eso el aquel de la copla entre los tratantes.
De la tierra astorgana, por el oeste y el su, la gente solía pregonar la popularidad de los famosos arrieros de esta forma:
«Maragato, pato,
rabo de cuchar ,
si no me das un cuarto
te voy a matar.
Maragato pulido,
vay pa tu tierra,
que está la maragata
muerta de pena.»
La aldea de San Justo era cuna de cardadores de lana y los mozos de los poblados limítrofes cantaban en las noches de ronda:
«Era de San Justo
y era cardador;
era de San Justo
Judas el traidor.»
Lo cual motivaba no pocas trifulcas, disputas y riñas con los de la localidad.
A la artesanía alude esta copla:
«Por una triste peineta
que me hiciste para el pelo,
me quieres tener sujeta
como el anillo en el dedo.»
Sugiere una costumbre de arte popular, la de hacer regalos los mozos a las muchachas que requerían de amores. Entre estos obsequios se contaban las castañuelas de palo labradas, para que ellas las repiquetearan en el baile. También se hacían cochuchos o alfileteros de boj labrados a navaja y de cuerno con incisos. Y antaño, ruecas y husos para hilar en las trasnochadas junto a la lumbre, bajo la ancha campana de las chimeneas. En estas cocinas se alumbraban con candiles de aceite y almenaras con teas, que ponían brillos dorados en el bronce de las espeteras. Afuera, los mozos cantaban al son de guitarras y bandurrias, cantares de todo corte:
«Fierra las madreñas altas,
mociña, que eres pequeña;
tienes mucha vanidad,
no tienes donde metela.»
O esta otra:
«Echas los humos muy altos
y la chimenea es baja.
¿Enteindes lo que te digo?
Ques eres pobre y vas muy maja.»
Otro día con más tiempo y espacio, para no extendernos demasiado en este artículo, seguiremos espigando en las obras del P. César Morán, pues sus rastrojos son ricos en grano y merece la pena para acrecentar el granero etnográfico leonés ante las generaciones actuales.