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Este maravilloso D. Ramón María del Valle Inclán, es capaz de crear desde dos mundos distintos, y desde sus obras constituir referencias irremplazables. ¿No es milagroso que su «Tirano Banderas» -imagen de un dictador de la 'tierra caliente-, sea el origen de otras obras nacidas desde la entraña misma del mito, el folklore de países diversos unidos por el mismo implacable destino? «El señor Presidente» de Miguel Angel Asturias, «Yo, el Supremo» de Augusto Roa Bastos, «El otoño del Patriarca» de Gabriel García Márquez..., son epílogos de esa obra-madre que nació de la unión compulsiva del escritor con esta nueva realidad que surgía igualmente del contraste con su tierra lluviosa, melancólica y terrible, en la marginación social de sus gentes, en la magia de sus arcanos que se hacían realidad en las noches fantasmagóricas de las corredoiras umbrías, de las planicies donde se reunían los seres de otro mundo a los de éste, llamados en conjuros irrepetibles, ..Galicia está dentro de Valle Inclán y el escritor la vuelca desde su esencia, mucho más que desde la pura anécdota del folklorismo formalista y gratuito.
Desde los pronunciamientos estéticos de una publicación como la «Revista de Folklore», intento recoger la entraña última de la obra de Valle Inclán, desde el magma de un folklore que participa del misterio, de la magia, de la especial temperatura física, paisajística antropológica que caracteriza a Galicia y que es transfigurada estéticamente, sin perder un ápice de la pureza originaria, el matiz preciso, la sensación de verdad que en tan pocas ocasiones ocurre. El escritor se nutre de la tierra, su savia es a la vez la de la creación y ambos testimonios, el geográfico y el literario aparecen estrechamente unidos, como si formaran parte de un idéntico cuerpo. Así, las obras galaicas de D. Ramón nos muestran una tierra y sus secretos específicos desde la comunicación universal. ¿Acaso no es «El Embrujado» una tragedia que une el propio Valle de Salnés al arquetipo griego? Desde esta unión de lo concreto y específico a lo general se plasma una escritura densa, bellísima. que es también teatro, aunque su construcción, su carpin1ería sea tan diferente a la usual, precisamente por el sustrato telúrico, ecológico y mágico que se incorpora a las palabras, a las situaciones, a los silencios, a las internas pulsaciones de la tierra y de los hombres en su comunión total y trágica.
Ante un texto como «El Embrujado», y voy a tomarlo como base de este trabajo por su peculiaridad, tal vez menos brillante que «Divinas Palabras» o «Las comedias bárbaras», se ve claramente la diferencia entre Valle y los otros en el tratamiento de lo que, inmediatamente, se podría llamar lo «rural». El campo, la vegetación la casona de D. Pedro, las corredoiras, los cruceros, las piedras llenas de verdín tienen una función esencial, no simplemente formalista. Al lado de «El Embrujado», una obra de Benavente «La Malquerida» -éxito clamoroso en su época- utiliza el contexto folklórico como si se tratara de cartón piedra. Existe una reversión esencial: en Valle, la tierra condiciona las conductas, en D. Jacinto está predeterminado el drama y su localización funciona exclusivamente como figuración.
La diferencia entre el auténtico folklore y su remedo se encuentra precisamente en su configuración esencial o en el espectro puramente decorativo que es el que ha primado de forma casi general, intentando sepultar incluso al primero.
«El Embrujado» titulada Tragedia de la tierra de Salnés, ofrece una serie de claves interpretativas sumamente complejas, en las que es necesario tener en cuenta la geografía, la antropología, la sociología para potenciar la teatralidad de la obra, la serie de tensiones que la entrecruzan y que ofrecen una originalísima versión de los temas trágicos que han sido los arquetipos de la tragedia griega: la relación de los hombres y los dioses, el destino, la paternidad como continuidad, la sexualidad, el amor y la muerte, la dominación o el poder, económico y pasional, el canto que surge del fondo de la tierra brumosa, los perros que ladran a lo lejos, la transformación del espacio o del tiempo, la pobreza como coartada, el canto del pueblo con esos ciegos maravillosos y terribles. Concretada geográficamente «El Embrujado» rompe la limitación de lo «rural» y se integra en el mundo reducidísimo de obras eternas, abiertas y profundas a las que nunca se finaliza de comprender o interpretar. No es extraño, aunque debiera serlo, que ante una obra de estas características las puestas en escena hayan sido escasísimas -y no desde teatros profesionales-. La densidad de la pieza valleinclanesca, la complejidad de sus situaciones, la aparente ausencia de brillantez gratificante son causas determinantes del desconocimiento y el olvido que han caído -injustamente- sobre ella.
En «El Embrujado» existe una historia previa que condiciona la que se desarrolla escénicamente y es aquella la que está impregnada de toda la fiebre, el delirio que surge de la entraña de la tierra. Valle recupera el Pazo de Brandao, sus raíces más fuertes, y desde el perfecto conocimiento de lo real, se opera la transfiguración mágica y sombría, oprimente, desesperanzadora, animalesca incluso, pero dotada de una extraña, atrayente vitalidad. Al recio sabor feudal de la casa de D. Pedro Bolaño se opone la figura subversiva, erótica, compulsiva de Rosa Galans. Dos campos de fuerza -lo viejo que se agosta- no hay sucesión para el Señor- y lo nuevo que rompe a medias el esquema-. Valle no es nada compasivo con la Galans: personaje duro, sensual, codicioso, capaz de jugar con su propio hijo -la víctima inocente-, con Mauriña y Anxelo, «El Embrujado», con el propio representante de un mundo que viene de fuera: el Pajarito. D. Pedro Bolaños, visto desde esa especial complicidad de Valle con los grandes señores de la tierra, los Bradomin, los Montenegro, tampoco sale, con todo, bien librado. Como el campo reseco, la vida, la savia huye de él y su egoísmo, la paralela codicia, rompe el cordón umbilical que todavía le uncía a la realidad. Esta lucha inmisericorde ante el coro que forman las mujeres de la casa, potenciada y motivada por el juglar -los ciegos inmersos igualmente en la podredumbre- es la imagen de las fuerzas ocultas que el contexto geográfico y ecológico, ofrece. Desde la miseria, el caciquismo, como hechos sociológicos, la superstición y la magia pseudoreligiosa como fuerzas ancestrales, identificadas además con la savia, el humus, la arquitectura sombría de los pazos, los lugares de encuentro (los cruceros, encrucijadas de caminantes, lugar de cita de los fantasmas, de los sueños de una razón que se ciñe alternativamente al abismo o al cielo...
Galicia es para Ramón María del Valle Inclán, esencia. Sus vivencias posteriores se reflejaron en una obra riquísima y plural -esperpento- transubstanciación iluminista-épica-poética de un barroquismo inimitable. Ya en el Embrujado coexiste el iluminismo teosófico de «la lámpara maravillosa», que confiere un específico carácter mágico al nudo de los conflictos, superando así los hechos y trascendiendo las situaciones al arquetipo mítico. La tragedia es peculiarísima aunque no falten en ella los componentes esenciales del teatro griego, incluso la máscara que se fija al final en los rostros de los embrujados. Lo demoníaco procede de un concepto mucho más rico y complejo que la simple referencia al trasgo o al macho cabrío. Podría hablarse incluso de revolución-rebelión al orden establecido, aunque el futuro se presente para los personajes trágicos bajo el signo de la iniquidad.
La lucha de este mundo vivo, corporalmente ambiguo y excitante -encarnado por Rosa Galans-, con el cada vez más putrefacto y yermo mayorazgo, representado a su vez por Pedro Bolaño, su invisible familia, la virgen Isoldina que pudo ser y no fue el elemento fertilizante, es tan universal como eterna. Los protagonistas no existen solitarios: son contemplados, reflejados, proyectados al vacío por «el otro» -y aquí de nuevo la antropología galaica-, el pueblo ignorante humilde y cruel a la vez, que acepta más gustosamente su servidumbre de siglos que la pequeña aura en la que ésta ha sido absolutamente descartada. Por eso los criados de la casa, los de dentro y los que aspiran a formar parte de ella, no toman partido sino por la permanencia del antiguo sistema. Sólo desde la mediación de esos personajes-testigos, el ciego de Gondar en primer término de su trashumancia sapiente y artera, capaz de provocar el caos desintegrador a su alrededor, algo que no es simplemente la tierra se mueve, aunque las boqueadas sean ligeras y todo vuelva a cerrarse en el silencio de un tiempo inmóvil. «El Embrujado» supone, en su final abierto, una puerta incógnita para los transgresores, que conduce a no se sabe qué extraños arcanos, quizá el propio purgatorio donde mora el maligno y desde el que las almas en pena salen, incluido el hidalgo arosano, que vendió su alma al diablo, fue enterrado con vestido de franciscano y se aparecía a las corredoiras, pidiendo a los aldeanos que rajaran el sayo para poder ir al infierno, donde no le admitían con esa vestimenta.
Esta unión del Valle gallego al paisaje de su tierra, a su mítica, a su folklore, a su sustrato último, se realiza paradójicamente desde el idioma castellano, único capaz de expresar a través de la palabra y su multiplicidad de significaciones el complejo tejido de signos que constituyen su obra. Prueba evidente de que el profundo enraizamiento no procede o se justifica exclusivamente en la lengua. La universalidad de esta tragedia, o las restantes piezas de la tierra de Salnés. surge en primer término de su verdad intrínseca y luego de la capacidad de comunicación a través del espacio y del tiempo. La modernidad. la contemporaneidad de la obra valleinclanesca parte precisamente de esa escritura intemporal cuya aparente desmesura no lo es tal, al ceñirse a la imagen representada, en la que lo externo y lo interno tienen cabida. En paralelo al mundo en el que surge, la realidad valleinclanesca toca también el subconsciente colectivo. las fronteras de lo onírico y de lo mágico, las fuerzas de la tierra, de los dioses o de los demonios que la cubren.
La conmemoración de don Ramón María del Valle Inclán nos proyecta un personaje único y una obra todavía no estudiada ni representada en la profundidad requerida, en la que coexisten zonas de misterio con otras ya desveladas. En «El Embrujado», título que hemos tomado como ejemplo, y que la Escuela Provincial de Teatro trabajó exhaustivamente el último curso, las constantes de este gran hombre de teatro se integran en un contexto mágico y arquetípico, antropológico y folklórico que consigue el milagro de aunar lo próximo y lo ancestral desde el magma complejo que lo constituye, y que es causa inmediata de su lacerante. y hasta subversiva. contemporaneidad.