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Sin entrar en aspectos que resultarían prolijos para un editorial, basta asomarse al fenómeno de la fiesta tradicional para comprobar que ha variado sustancialmente en los últimos cincuenta años. Tal vez la transformación social unida al alcance de los medios de comunicación) con su capacidad de influencia) hayan contribuido a modificar usos y costumbres. Lo cierto es que independientemente del número de días que se le dedican (que pueden ir en aumento o estarse reduciendo) y del patrocinio de esa fiesta (que normalmente ha ido pasando de ser responsabilidad exclusiva de un mayordomo o cofradía a ser cuestión municipal -lo que no quiere decir «del común» sino a veces todo lo contrario- se está experimentando un notable cambio que afecta incluso a las fechas en que tal celebración tenía lugar. Esta mutación en el calendario habitual, sea por razones económicas (se busca un momento en que haya dinero fresco) o sociales (se intenta que esté en la localidad el mayor número de vecinos y tal cosa sólo se consigue atrayendo en verano a aquellos que se fueron para siempre) ha venido sin duda a incidir -en aquellas localidades en que se ha puesto en práctica- sobre el momento actual de transición que experimenta en muchos campos la fiesta, ante todo aquella que tenía un sentido patronal y que con la relajación de las costumbres religiosas se ha «desritualizado» progresivamente para dar mayor protagonismo a los propios celebrantes quienes, en tiempos no muy lejanos, no pasaban de ser meros comparsas en el espectáculo total. En cualquier caso, el hecho de que aquellos que estaban más penetrados por el sentido ritual de tales fiestas, deploren su forma actual puede llevarnos a cuestionar si la evolución por la que están atravesando es positiva o simplemente «adecuada» a una situación que la misma sociedad propicia.