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1.- INTRODUCCION Y RECOPILACION DE DATOS.
Un rápido paseo por los pueblos cacereños nos pone al descubierto, por lo que respecta al mundo del folklore en su más amplia expresión, lo poco que conocemos y lo mucho que aún queda por descubrir. Al contrario de lo que ha sucedido en otros puntos de la Península, este es un campo que en la Alta Extremadura apenas ha llamado la atención de los estudiosos, si exceptuamos a la generación de los costumbristas de principios de siglo ya algunos otros que se relacionan con parcelas muy concretas.
Esta evidente falta de material recopilado no deja de constituir un problema para las futuras investigaciones etnológicas, sobre todo si tenemos en cuenta que cada día resulta más difícil la recogida de datos de interés etnográfico. Se ve claramente que los pueblos van perdiendo la identidad que los diferenciaba entre sí, sus rasgos característicos y peculiares, y caminan a pasos agigantados hacia la unificación de usos y de costumbres. A ello contribuye, como ya señalaran Durkheim, Malinowski y otros antropólogos de la Escuela Funcional, la desaparición de las funciones que esos comportamientos tradicionales tuvieron en la comunidad rural principalmente. Por tal razón se hace obligado recurrir, aunque no sea nuevo, al método que podemos denominar como arqueología etnográfica: recopilación de datos, documentos y testimonios incompletos y diseminados; análisis y comparación de los mismos; aislamiento de lo autóctono; y, por último, reconstrucción del hecho. Esta reconstrucción, sin embargo, nunca será definitiva y siempre podrá estar sujeta a críticas, interpretaciones y conclusiones distintas o, incluso, opuestas.
Precisamente el anterior planteamiento o método me ha llevado a estudiar y a redescubrir una bonita leyenda, con rasgos de mito, desconocida en su totalidad por mis informantes, quienes sólo recordaban algunos pasajes y muchas veces sin hilación. Uniendo las distintas partes del relato, encuadrándolas dentro de un conjunto semiordenado y procurando hilvanar su contexto he rehecho lo que supongo cuerpo de la leyenda.
De la existencia de la misma tuve conocimiento de una manera fortuita en el verano de 1972. Me hallaba recorriendo el término de Ahigal (Cáceres) en un intento de elaborar la carta arqueológica del municipio. Uno de los días me acompañaba el tío Desiderio Ratón, un filósofo del pasado y de la vida. Nos dirigimos al llamado "Canchu la sangri" con la finalidad de analizar ciertas pigmentaciones rojizas que presenta en su parte superior, supuesta mancha de sangre imborrable. Tal roca se halla en la margen del arroyo Palomero, uno de los afluentes del río Alagón, a un par de kilómetros del pueblo.
El origen y la razón de las manchas sobre la superficie de la roca resultaban claras para mi septuagenario guía. El cancho, según pude observar, constituía para el tío Desiderio un objeto casi de veneración. "Ehti canchu -me dijo- eh mu mentáu. Eh el Canchu la sangri... andi rebentó el ehcorndáu... Antobía ehta colol eh la sangri el ehcorndáu...". Ante mis preguntas el hombre prosiguió: "Era esi (el ehcorndáu) algu asín com´una mehclorancia d´un caballu y d´un jabalín y d´un toru gachu, peru el bichu no era gachu, qu´eh que tinía un cuernu solitu y lo tinía asín apuntáu pa huera, el mehmitu mediu la cotorina. Lo mehmu aballó e p´andi loh moruh... Yo no m´ancontráu Cosa igual ni siendu rabán. Lo el ehcorndáu hue mu patrá".
Poco más pudo contarme mi acompañante de aquella jornada, si bien me puso al corriente de algunas personas "sabihondah en dilmih y diretih" que me serían indispensables para el esclarecimiento del mito.
Mis informantes, en número de siete, son los que responden en el trabajo a las letras a, b, c, d, e, f y g. Sus edades oscilan entre los 67 y los 78 años. Las primeras conversaciones con ellos resultaron clarificadoras y de ellas se desprende que todos habían oído hablar del ehcorndáu, al que sin excepción le atribuían una existencia real, y que ninguno podía relatarme la "historia" en su totalidad. "A mí m´an dichu c´abía un cuernu qu´era d´esi ehcorndáu... y c´andi él s´iban lah muherih a curalsi loh malih e lah muherih, comu el mal e la madri y esu..., y la horrura y asín. Me creu qu´el cuernu ehtaba pa la ermita el Crihtu" (b). "Esi ehcorndáu pegó un ehplotíu pal Canchu la sangri...; tinía un cuernu mu largu en toa la ehcorná y hue a pinchali a lah muherih y rebentó" (d). "Tinía una cuerna en to la trenti, com´un palu aguzáu mu grandoti saliu p´alantri... De la una metá pa un lau era de habalín y de la otra metá pal otru lau era un caballu. Y digu yo qu´el habalín abía sel un güen habalín, pa compahinal l´alzá, y antobía..." (a). "El ehcornáu..., peol que la pehti, que la mala pehti. ¡Uf, si yo te cuentara...!" (c). "Del ehcorndáu m´aprendí yo de cuandu era un muchachu un acertahón, polqu´entonci s´acían acertahonih a barullu, y era mu enreosu... Endibina: ¿qué son lah doh cosah máh paeciah?...Poh la barrena d´un guarrapu, ¿entiendih?, y el cuernu d´un ehcorndáu..., que dambu a doh tien la punta retorcía..., comu la punta d´una barrena d´aburacal cabriuh de retorcía" (f). "El mí padri sabía to y toíto del ehcorndáu, peru a mí ya no me furrula del to la morra... Poh el cuernu lu truhun pa l´armita, que me paé que pa santa Marina... Icía (su padre) qu´el obihpu mo lo quitó porqui era un pecáu el teneilu y yo me creu bien qu´era una recordancia po lo que lo pusun. Comu ehó ehtal, poh naidi s´acordaba aluegu ehpué del cuernu y naidi preguntaba na por el cuernu y asina naidi cuentaba na del ehcornáu. Que s´olbió" (e). "Era el mehmitu demoniu, que no queaba títiri sanu p´andi andaba..., que cuandu se murió hizum proseción y misa y repiqui" (g).
El informante e da la causa que, en su opinión, ha constituido el olvido de la leyenda. La falta del cuerno, que era el aglutinante del recuerdo y el objeto que mantenía viva la curiosidad en torno a un relato, hace que el pueblo no se pregunte acerca de él, que las gentes dejen de buscar una explicación a algo que no ven ya. Mas si tenemos en cuenta, como indica b, su carácter curativo de la infertilidad y de otros males femeninos, nos encontramos con que la pérdida de esa importante función conduce al olvido del mito que esa funcionalidad mantenía y hacía posible. Sin embargo, no nos importa ahora dar con las causas reales que hacen que una "historia" muy popular hace tan sólo cien años llegue a ser ignorada en la actualidad por casi todos los vecinos de Ahigal. Lo que verdaderamente nos interesa es redescubrir la leyenda partiendo de lo que a, b, c, d, e, f y g pueden aportar. En el intento surgen una serie de preguntas que se irán aclarando a lo largo del trabajo: ¿qué era el ehcornáu?, ¿cuál su aspecto?, ¿cómo su aparición?, ¿cuál fue su vida y su muerte?...
Para c el ehcornáu es sinónimo de la peste y, al igual que este mal contagioso, es enviado como castigo divino: "P´aquí toh éramuh pero que mu malituh y antonci Dio se hartó y ¡za!, moh harreó el ehcornáu p´acá pa que moh ateniéramuh a lah consicuencia". Es la misma subjetiva opinión de d, aunque éste detalla lo que supone razones para que Dios se canse y responda con la venganza que las víctimas de los ahigalenses no pueden llevar a efecto: "Yo tengu oyíu qu´era un mal mandáu de p´arriba, pol hacel pecáu y to... Binía un forahtero y la henti, ¡ala!, a´mborrachailu pa quitaili el sintíu y la monea. Loh forahteroh dicían que la genti del pueblu eran mu güenah polqui le daban binu de móhili, peru cuandu golbían en sín... ¡Búhcate la cartera! Si a lo mehol no s´emborrachaba, poh (le daban) un pehcozón en el cogoti cuandu máh dehcudiáu andaba y (lo tiraban) al pozu. Asín d´ ahogáu no dicía ni píu. Al que huera albeliáu pa binil no le queaban ni el burru. Pos si era (el burro) cohú, lo capaban, o lo ponían rabón, o se lah enmañaban y le royían la sorehah. Y si alguien lo conocía, poh l´ehpetaban: "éhti tie la marca d´una oreha royía; éhti tie la seña d´un ohu faltu, po si huera menehtel l´ontuertaban y to. Güenu, qu´ehtu apaecía lo del francé. Loh de pal Guihu, ¡qué montri!, no ansomaban la cotorina de la Cru de palu y loh santibañehuh tenían un cerullu que se zurraban y hacían rodéu pa il a Granailla. Asín to loh puebluh, que hueron al marqué (a decirle) que no podían binil al mercáu. El marqué bibía en Granailla y s´allegó p´acá pa hacel ley... Era mu farrocu y la henti lo enganchó y lo apeó po lah patah y lo pusun ehpicolgáu po lah patah d´una higuera cum´un higu, así al sol pa que le se doblara el poléu y toh le tiraban con piedra y esu. Eh que la ley p´aquí ni fun ni fan. Y Dio: pa que soh enteréih de lo qu´eh güenu, allá soh ba ehtu... Y p´acá binu el ehcornáu, que no se golbiera con las facatúah".
La idea del castigo divino que se hace patente en los dos párrafos anteriores es común a todos los informantes, aunque en a la aparición del ehcornáu es la consecuencia de un acto contra natura. "El mi agüelo moh cuentaba de chicu qu´el ehcornáu era la cría d´un habalín y d´una yegua, o me pae c´al rebé, qu´eh lo mehmu. Lo máh enreosu eh sabel quién montaba, polqui hadría falta un milagro pa c´un caballu empreñara una habalina". Connotaciones muy especiales, aunque guardando paralelos con la cita precedente, la hallamos en el informante f, quien presenta dos versiones generacionales del ehcornáu. "Anti abía yeguah que parían sin cubrilsi: lo hacía el agua que huera fina y una yerba que naci pa lah regaterah con lainbemá. Esu dicin, que yo no sé. Peru esah yeguah tamién parían con la cubrición de behtiah, manqui no hueran de loh suyuh. Mehmu d´un toro. Del mo éhti nació el ehcornáu, que tenía un cuernu mu largu y picú p´alantri en el mehmu mediu la frenti. Mah dificultosu eh que teniera hechura de habalín y de caballu, manqui de lo milagreru eh hablal de baldi. El tíu, ¿cómu se llamaba?... el tíu Pichicha, sí, el tíu Pichicha el pahtol, tenía la conocencia del casu, poh abía tiníu una pahtoría pa ondi ehtá el Canchu la sangri y toa la oha, y s´abía procuráu el sabelu. Pa él c´un pahtol le s´abía rehuntáu a una obeha y esu no podía sel, y pa ehcarmientu que Dio hizu que naciera el bichu. Yo lo que no puéu dicil eh si lacosa eh la una o la cosa eh la otra, namáh qu´era carneru y habalín con un cuernu en toa l´ahcorná".
La última versión es compartida tanto por el informante e como por el informante g. Para el primero hace ya muchos años los pastores de Ahigal iban con sus rebaños al campo, no volviendo al pueblo durante meses, y "...comu no bían máh hembrah que la sobehah, poh con ellah liaban la babilonia, y d´ehtuh enrelíuh no podían salil cosa güena e nenguna manera. Que comu dici el otru, e lo malu se saca lo malu. Anti nacían muchuh bichuh con raredá y era pol esu, comu el cuerpu ehpinu, que tie pinchuh en la rebailla y el moítu, y el bahtardu e cuatru patah y la manu pelúa y esu. Peru malu malu ni a´bíu y ni b´abel en la bida comu el ehcornáu". También g puntualiza en este hecho concreto, viendo en el ehcornáu un símbolo de maldad desde su concepción: "Tengu la conocencia de quél bichu se hizu d´una componienda d´una obeha y d´un rabán, asín que tinía que sel malitu de pol sín... Aluegu que no nació de nacencia, poh comu l´abía salíu un cuernu en to el morro, po se lo hincó a la su madri y la mató y salió por la brocal. Que na, que lo cohió el guhtinu a la sangri y esi sabol quea mu p´aentro, comu loh perroh con lah gallinah, y recién salió mató al pahtol, qu´era el su padri, y lo pinchó en el cuernu igualitu c´un teneol. Ni con esu se hartó y acabó en un santiamén con el rebañu enteritu y beru. A lo sotroh día s´iba lobandu un rebañu detrá d´otro, y lo mehmu o loh perroh c´a loh pahtorih".
Si bien las versiones acerca del nacimiento del ehcornáu son relativamente abundantes y presentan una cierta semejanza, siempre según los testimonios últimos de a, f, e y g, no ocurre lo mismo cuando entramos a averiguar las costumbres de este animal fantástico. Hay coincidencia en cuanto a su afán sanguinario, aunque no en los móviles de sus constantes y numerosas carnicerías. "Tenía que comel muchu, polqui to lo que se mobía lo pinchaba con el cuernu y se lo comía. ¡Menú cuchillu matanceru tenía el mal bichu! Cuandu lo tenía embotáu él mehmu lo aguzaba en un canchal" (b). "Pa mí qu´esi ehcornáu era el demoniu o un enlobáu pol alguna maldición quiciá, poh berá: to lo mataba, toitu; bía un ombri, poh to lah tripah le sacaba con el su cuernu, y si mehmu el su muchachu iba pa buhcalu polqui no binía, poh el ehcornáu hacia igual, y asina toa la casa. Ya iba a lah bacah y tamién a loh toroh, y lah obehah, y loh caballuh. Pa lah muherih se daba la maña tamién; c´a una c´atrapaba l´embochaba el cuernu den di la cosa pa la cotorina y la llebaba que paecía la bandera del Crihtu... To l´apetaba pa comel" (c). Esta opinión demoniaca y lobuna se halla en el informante g, si bien la acepción es diferente. El ehcornáu, según él, mata todo lo que cae a su alcance, sin importarle la especie, sólo por el simple placer. En muy contadas ocasiones se alimenta de las víctimas citadas, ya que su alimento preferido son las palomas. El hecho de comer estas aves, y aquí cifra mi informante su carácter demoniaco, se debe a que las palomas son las representantes del Espíritu Santo. "Anti pa otroh tiempuh abía palomah a barollu pal Palomeru, que se llama Palomero porqui sobraban lah palomah al tutiplén, pero cuandu lo del ehcornáu se dehcahtó... Se ponía asín de punta con lah patah y pinchaba con el cuernu qu´era máh largu a lo mehol que treh metroh toh loh níuh pa tumbaluh y hincalsi loh palominuh y loh güebuh que s´emparehaban... A lah (palomas) grandih lah notizaba comu lah culebrah y ellah solitah binían pa la su boca del ehcornáu. Lo de matal mataba pol matal".
Ante este comportamiento del fabuloso ser el pueblo se hallaba atemorizado y sus tierras se encontraban abandonadas en gran parte. Agricultores y ganaderos, es decir, la totalidad de los habitantes se hallaban expuestos en sus salidas a la fiereza del ehcornáu "...y menuh mal que no s´apartaba de pal Palomeru... Lo que pasa eh qu´el Palomeru atrabiesa to la campana y con el ehcornáu naidi era ehcapá pa tenel albelía p´aballal pal otro lau e la campana" (b). La peligrosidad del animal se veía potenciada por su continua asechanza y por su aparición súbita y sigilosa en el momento más inesperado. Para a y para f siempre dormía con un ojo abierto, además de poseer una vista aguda y un oído portentoso. "Asín que naidi podía matalu... y se hizún recuah e muchuh cazadorih, pero comu si na... Le tiraban de mu lehuh, polqui ¿abel quién s´arrimaba al toru?, y ni cohquillina, asín que comu si na" (a).
Respecto a los intentos de aniquilación del monstruo se conocen varios, además del anterior, siendo el informante d el que más detalles aporta: "Yo del ehcornáu no sé ni cómu era... Sólo sé que tenía mala sangri y encima con pellehu aceráu. Hizun un muñecu con una saya y una chambra, to aparenti a una muhel, y aentru pusun pólbora arrehunta con carni pa que goliera a una persona. Lo pusun toitu en una tarimba y toah lah henti (decían): cuanti que la topi ehpanta lah nubih del ehtampíu que b´a pegal. ¿Poh qué te creih? Poh qu´ehtampó y (no le hizo) ni pin menuh herri. No beh que tinía piel acerá. Me paé que tamién el cura, se conoci que con el miéu a quealsi sin henti pa pagal rehponsu, le harreó una paulina dendi lah Cabecillah. Na..., c´al oyíu del ehcornáu no le dio la real oyilu. Aluegu tamién truhun al Crihtu de l´armita pal molinu Sosu con proseción. ¿Poh sabih que hizu el demoniu del ehcornáu? C´arremetió con la proseción y armó la de Dio. P´alli queó el Crihtu..., c´ahta el cura y loh monacilluh y el sacrihtán ahuyerun a la dehbandá. Antobía le fartan doh deuh al Crihtu de la tumbarra. Me pae c´aluegu hue santa Marina. Tubu que hacel el milagro y l´ahtatua ehtá pisandu el pehcuezu a un dragu polqui hizu rebental al ehcornáu pa que loh del pueblu hicieran la romería a la su ermita de lah Canchorrah, cáal pocu la truhun p´acá".
El informante c coincide en varios extremos con el párrafo anterior, tales como la excomunión con resultados negativos que el cura lanza contra el ehcornáu y la consiguiente rogativa. Ahora bien, en el último aspecto introduce algunas modificaciones y puntualizaciones de gran interés etnológico. Las rogativas son dos y para nada interviene el poder milagroso de Santa Marina. "Cuandu era la cofradía de la (Vera) Cru dihu el mandamá que salían con la cru igualitu que cuandu no lluevi, que de seguro que con la cro no iba a podel el ehcornáu, polqui si era el demoniu s´ehcapaba pa siempri. ¡Ya! C´arremetió con la proseción y queó tiesu a media ocena... ¡Y menuh mal que lo sotruh s´echaron al chapehcu! Se bía bien bihtu que nengún naidi ehcarmentaba en la cabeza d´otro alguién. Y asín lah muherih (dijeron): amuh a sacal el ehtandarti del Rosariu a bel que pasa... y toah lah muherih alreol del ehtandarti a buhcal al ehcornáu ríu arriba, ríu abahu... p´allí ehtaba el ehcornáu, pal Canchu la sangri. ¡Ay madri!, de que bio a lah tíah de la cofradía... a pol ellah. Y una de la cofradía: detenti en el nombri de la Virhin. ¡Amuh!, qu´el ehcornáu s´ehtesió y se queó de quietu sin andal, y empezó a hinchalsi, hinchalsi, hinchalsi, y se queó reondu Y ¡plan! Pegó un ehplotíu que se queó muertu del rabotazu".
2.- RECONSTRUCCION DE LA LEYENDA.
Según los anteriores testimonios la leyenda se centra en el término de Ahigal y en ellos se citan lugares e instituciones que son conocidos. No obstante, a pesar de su localismo se puede observar que participa de aspectos y simbolismos de mitos universales, como habrá ocasión de comprobar. Basándonos en estos testimonios expuestos en páginas anteriores literalmente es posible reconstruir la leyenda, sin que ello signifique que futuros investigadores no la interpreten de manera distinta.
La acción cabe fijarla a fines del XVI, como se desprende del detalle de que la ermita de Santa Marina, que entonces estaba sita en el lugar de las Canchorras, fue trasladada al poco tiempo a las proximidades del pueblo. En esas fechas hace acto de presencia el ehcornáu, un fabuloso animal que llenó de terror y de muerte las cercanías del Palomero, arroyo que desemboca en el río Alagón tras cruzar el término municipal de Este a Oeste.
Las opiniones difieren a la hora de buscar las causas de su aparición, si bien hay coincidencia en aceptar el hecho como un castigo divino. Dios envía el fantástico ser para vengar las maldades de los ahigalenses para con los habitantes de los pueblos vecinos y para hacer pagar los pecados contra natura que cometen los solitarios pastores. Para quienes consideran el primer punto, el ehcornáu sería engendrado por un caballo y una jabalina, o por una yegua y un jabalí, o por un caballo y una vaca, o por un toro y una yegua. En estos casos el ehcornáu presenta un aspecto de caballo en la parte trasera y de jabalí los cuartos delanteros, con un cuerno largo y agudo, con sección espiral, que le sale vertical del medio de la frente. Cuando el animal se ha originado a causa del pecado nefando, entonces se configura como una mezcla de carnero y jabalí con piel escamada (pellehu aceráu) y con un cuerno en disposición y forma semejante al anterior. El duro cuerno, al que algún informante le da tres metros de longitud, era su única arma y él mismo se lo afilaba en las rocas.
Sus pasos siempre buscaban la muerte. Pastores, campesinos y ganados fueron algunas de sus víctimas. Contra las mujeres empleaba una saña especial, ya que les atravesaba el cuerno a lo largo de todo el cuerpo y las paseaba de tal guisa. Entre sus hábitos alimenticios raras veces figuraban las personas y los animales domésticos, a los que mataba por puro placer, puesto que su manjar favorito lo constituían las palomas que abundaban a lo largo del arroyo Palomero.
Se hicieron batidas para acabar con el ehcornáu, pero ni la metralla ni la pólvora fueron capaces de atravesar la escamosa piel. Como castigo divino se suponía a la sanguinaria fiera, sólo por medios divinos se creía que su exterminio sería posible. Hubo excomunión para el ehcornáu, rogativas que terminaron en tragedia al atacar el animal la procesión presidida por los cofrades de la Vera Cruz, etc. Finalmente la cofradía del Rosario tuvo éxito en su enfrentamiento. Al pretender el ehcornáu atacar a las mujeres que portaban el estandarte de la Virgen, una fuerza divina lo paralizó al encontrarse frente a él e, hinchándose como una pelota, reventó. Esta muerte del fiero animal ocurrió a la altura del llamado "Canchu la sangri", que aún, como dicen los informantes, presenta pigmentaciones rojizas que corresponden ala sangre del ehcornáu.
Al milagroso suceso siguieron fiestas y alegrías. El cuerno fue traído hasta Ahigal como recuerdo de aquella tragedia que asoló al pueblo y fue expuesto en la ermita del Cristo. No falta quien piensa que la mortífera arma se conservaba en la ermita de Santa Marina por considerar a esta santa la aniquiladora del monstruo.
El asta del ehcornáu llegó a alcanzar categoría de reliquia. Se tomaban raspaduras del cuerno, ya que se suponían sanadoras de la esterilidad femenina principalmente, aunque también se consideraban remediadoras de otros variados males, especialmente de insomnio, estómago, nerviosismo y crecimiento. Incluso los mozos que entraban en quinta guardaban raspaduras en sus bolsillos con el convencimiento de que merced a ese amuleto o talismán lograban números que les libraran de la mili.
A mediados del pasado siglo un obispo de la diócesis de Coria giró su visita pastoral a Ahigal y comprobó cómo las gentes confiaban más en las virtudes de los polvos del ehcornáu que en los ruegos al Cristo. Deseando que el pueblo conservara su devoción al crucificado no tuvo otra idea que la de cortar por lo sano, llevándose el milagroso cuerno. Es precisamente aquí donde se pierde el rastro del asta del fabuloso animal que trajo en jaque a la población de Ahigal, como hemos podido ver, hace más de trescientos años.
3.- SU PARALELISMO CON OTRO MITO.
Si nos fijamos detenidamente y con afán crítico en esta leyenda reconstruida, tal y como la hemos presentado, veremos que guarda unos paralelismos muy claros con el conocido mito del unicornio. Al descomponer este mito nos encontramos aspectos concordantes con el relato del ehcornáu que nos hacen sospechar en algo más que una simple coincidencia. A ellos dedicaremos la atención.
A) En el Mahabharata, libro indio escrito hacia el 2000 a. de C., se cuenta la historia de un ermitaño que mantuvo relaciones con una gacela. De tales relaciones nació un hijo, Ekasringa, con un pequeño cuerno en la frente.
En la leyenda de Ahigal es un pastor el que mantiene contactos sexuales con una oveja de su propio rebaño, naciendo de la unión el ehcornáu, mezcla de jabalí y de carnero, con un cuerno en la frente. En uno y en otro caso surge un ser fabuloso concreto.
B) Además del aspecto citado de Ekasringa, cuyo nombre significa unicornio, el animal fabuloso presenta otras diversas figuras. Ctesias, médico griego que hacia el 400 a. de C. residía en la corte del rey Atajerjes Mnemón, le describe como un asno salvaje blanco de gran ligereza, con cabeza rojiza y un cuerno en la frente de un codo y medio de longitud. Lo consideraba natural de la India. Plinio habla del unicornio, monoceronte, en estos términos: "Fiera con cuerpo de caballo, cabeza de ciervo, patas de elefante y cola de jabalí, con un cuerno de dos codos de longitud y que mugía espantablemente". Aristóteles, en el siglo IV a. de C., habla del asno de India, animal de un solo cuerno y con las uñas juntas. Con posterioridad el alejandrino Physiologos en su libro Conocer la Naturaleza dice que el unicornio no es mayor que una cabra y que, a pesar de su apariencia alegre y divertida, actúa con una enorme fiereza.
Durante la Edad Media se representaba al unicornio de no muy diversas maneras a como lo supusieron en la antigüedad. En un tapiz del Museo de Cluny, el titulado La dama con el unicornio, el animal fabuloso está a la izquierda de una joven sentada y sobre su regazo tiene colocadas las patas delanteras. Su figura es la de un caballo blanco con un largo y puntiagudo cuerno en el medio de la frente. También con total apariencia de caballo se ha representado el unicornio ante un fraile en un mosaico de la italiana catedral de Otranto. En el último tercio del siglo XV unos peregrinos a Tierra Santa afirman haber observado un extraño camello al que su guía supuso un unicornio auténtico.
En el siglo XVII se creía ciegamente en su existencia, aceptada incluso por filósofos de la talla de Leibniz o por naturalistas, como fue el caso de Johnston. Este describe seis tipos de unicornio y concretamente uno, al que llama "monoceronte marino", lo supone con las extremidades posteriores en forma de pie de pato.
El aspecto del ehcornáu de Ahigal no guarda gran parentesco en cuanto al físico con los diferentes unicornios, tal como fueron concebidos por los autores citados, entre los que tampoco hay una clara uniformidad. No obstante, en lo que supone una mezcla de varios animales, se aproxima un poco a la definición dada por Plinio. En uno y otro caso se combinan miembros de caballo y de jabalí, aunque en el caso del investigador griego se conjugan caracteres de otras especies faunísticas, y ambos están dotados de un largo cuerno. Es muy posible que alguno de los supuestos unicornios hayan sido adornados con las peculiaridades físicas de los animales que habitan en el entorno en que se desenvuelve la fábula.
C) Son numerosos los tratadistas que al hablan del unicornio destacan su fiereza, que suele complementarse con la gran fuerza y una no menor agilidad. Physiologos ya hizo hincapié en ello, dando a entender al mismo tiempo lo difícil que resultaba su captura. Según Plinio cuando luchaba con un elefante se aguzaba el cuerno con una piedra. San Gregorio y San Isidoro coinciden en afirmar su ferocidad y su tendencia a alimentarse de palomas, llegando incluso a vivir en los sitios en que éstas anidaban. Muchos aseguraron que la mujer no virgen que caía en sus manos era masacrada terriblemente hasta morir.
Notamos una clara coincidencia de las costumbres del unicornio con las del ehcornáu. Hemos visto en la reconstrucción de la leyenda las enormes fiereza y peligrosidad del fabuloso animal ahigalense, así como la imposibilidad de su captura. En ello influían el fino oído, el agudo olfato y el hecho de dormir siempre con uno de los dos ojos abierto. Al igual que apunta Plinio, también el ehcornáu afilaba su cuerno en las rocas para lograr mayor poder destructivo. Aunque en la dieta alimenticia incluía animales y personas algunas veces, su manjar predilecto eran las palomas y, según dicen, por esta causa no se movía de los parajes próximos al arroyo Palomero.
D) Ekasringa, el joven unicornio del Mahabharata indio, fue amansado y llevado a la corte gracias a la presencia de la bella hija del rey. El ya citado Physiologos insiste en que la fiereza del unicornio desaparece ante una joven virgen. Es la misma idea que persiste en los siglos de la Edad Media y en el Renacimiento. Muchas son las representaciones de esos períodos en las que se ve al unicornio rendido a los pies de una casta doncella. Solamente la inocencia es el arma que logra vencer al feroz y fantástico animal.
Por lo que respecta al ehcornáu hemos visto cómo fue objeto de varios intentos de exterminio, es decir, de terminar con la fiereza y agresividad que le eran inherentes. Ello sólo lo consigue la presencia de una virgen, en este caso la Virgen María, ante cuya representación en el estandarte el animal sucumbe. En otra versión es Santa Marina, también virgen, la que pone fin a las maldades del ehcornáu.
E) Es conocido cómo Lutero, postrado ya en el lecho de la muerte, probó polvos de cuerno de unicornio con la esperanza de recobrar al salud. Estos mismos polvos servían de medicación para enfermedades epilépticas. El mismo Cervantes los cita como conocido antídoto. Desde la antigüedad se consideraban fuente de potencia genésica y física. En la Corona de Aragón fueron estimados a causa de las virtudes medicinales que se les atribuían. Pero no sólo curaban la enfermedad, sino que también podían prevenirla. En Francia, hasta fines del siglo XVIII, en la corte se realizaba la ceremonia de la prueba de manjares, bebidas y cubiertos con un cuerno de unicornio como medio para descubrir posibles envenenamientos. Los vasos de asta de unicornio que usaban monarcas, cortesanos y pontífices de la Edad Media neutralizaban los efectos del veneno. Al contacto con alimentos envenenados estos cuernos ennegrecían y trasudaban.
También al asta del ehcornáu se le atribuyeron especiales virtudes. Sus raspaduras curaban las enfermedades nerviosas, gástricas, insomnios, raquitismo y las relacionadas con la esterilidad, sin olvidar su utilización talismática en ciertos momentos.
4.- ACOTACIONES.
Existió en Extremadura la convicción general que la mayor parte de los males que achacaban a los hombres eran enviados por Dios para castigarlos por sus culpas, faltas y pecados. Los más insospechados castigos divinos (sequías, huracanes, epidemias, muertes, etc.) constituían la expresión palpable de la cólera de Dios. Por consiguiente, el ehcornáu ha de ser interpretado desde este prisma de razonamiento. Dios envía al ehcornáu contra el pueblo de Ahigal para buscar el arrepentimiento de sus habitantes, lo que repercutirá en el posterior perdón que llega por intermedio de la Virgen. Este papel de la Santa María es el que los autores medievales, como el caso de Berceo, destacan en sus escritos.
No es tampoco la primera vez que nos encontramos en Extremadura a la Virgen como aniquiladora de seres fabulosos que siembran el terror en una Zona Concreta. Refiere Publio Hurtado ("Supersticiones extremeñas", en Rev. de Extremadura, III (1901), pág. 556) que los habitantes de Valle de la Serena ofrecen a la Virgen de la Salud una cabra virgen por haberlos librado de unos monstruos que ocasionaron daños incontables y que habían nacido de las relaciones sexuales de los pastores con sus ovejas. Su paralelismo con la leyenda del ehcornáu es evidente, como también el parentesco de ambas con otras narraciones de dentro y de fuera de la región.
Roso de Luna recogió el bello romance de la Guaxa asturiana, un ser fabuloso salido de los infiernos y que sembró de muerte las tierras de Luarco, dicen que en el siglo XVI. Su milagrosa vuelta a los infiernos se debió ala intervención de la Virgen del Carmen. Apunta el referido autor extremeño la analogía de esta leyenda con las del Callejón de la Cava, de Torrejón el Rubio, y con la del Horno del Drago, en Pozuelo y Santa Cruz de Paniagua (El tesoro de los lagos de Somiedo, Madrid, 1916, págs. 176-178). En esta última leyenda el dragón, tras acabar con los habitantes y con los ganados de la Alta Extremadura, se marchó a Andalucía, no influyendo en esta emigración la intervención divina.
En la alquería hurdana de Ovejuela aún hablan de un dragón que tuvo su morada próxima al convento de los Angeles, cuando éste se construía. Dicen los lugareños que el extraño animal, con forma de lagarto, es el que la iconografía cristiana coloca bajo los pies de la Virgen. También Santa Marina, que en Extremadura cuenta con algunos lugares devocionales (Cañaveral, Badajoz, Ahigal, Aceituna...), se representa con un dragón sumiso a sus plantas. No hay que olvidar que el culto a Santa Marina proviene de Oriente, concretamente de Antioquía, y parece ser que esta virgen se posesionó de viejas advocaciones de deidades paganas. En la época que se supone su nacimiento (siglo III) estaba muy viva la creencia en el unicornio en sus tierras originarias y con ella pudo venir la leyenda de su victoria sobre el fiero animal de la manera que se recoge en una de las variantes de Ahigal.
La narración mítica del Toru de Mingulubitu, también recogido en este pueblo, destaca cómo la presencia de una joven virgen es capaz de amansar a un bravo toro que se lanza contra las mujeres. Aparte del sentido sexual, genésico, etc., se percibe en el mito lo que quiere ser una explicación del poder de la castidad. Muchas veces la pureza es algo inherente a los ritos de iniciación, como cabe interpretar a estas luchas con los monstruos que venimos mencionando.
La Virgen, Santa Marina (también conocida como Santa Margarita de Antioquía) y las doncellas matadoras y amansadoras de monstruos y de dragones son las heroínas que en la mitología cristiana interpretan el papel de otros héroes míticos paganos. En ninguno de estos casos hay combate, al contrario de la que ocurre en el mito de San Jorge y de otros que le precedieron: Indra, Hércules, Marduk...
Auténticos luchadores, también héroes redivivos, son los que mediante una lucha, muchas veces encarnizada, aniquilan al monstruo de rigor. En Calzadilla de Coria un lagarto del tamaño de un cocodrilo asolaba los campos hasta que un pastor lo mató de un disparo certero. El animal quedó expuesto en la ermita del Cristo por habérsele atribuido su muerte a un hecho milagroso. De igual suerte milagrosa fue muerto un lagarto de proporciones gigantescas que estuvo a la vista en la iglesia de San Eudaldo de Ripoll después de que hubiera devorado a numerosas personas del partido de Ribas y un caso parecido ocurrió en Aix (Caro Baroja: El estío festivo, Madrid, 1984, pág. 80). Es muy posible que el supuesto cocodrilo que existió en la iglesia de Casar de Cáceres fuera objeto de leyendas semejantes. En Arroyo de la Luz un caballero mitificado vence al sanguinario jabalí que llenó de terror la zona y del mismo modo su homónimo lusitano pone fuera de combate, aseguran que en el siglo VII, a los parcas de Murça, Torre de Dona Chama y Parada de Infançôes, a los que había que pagar tributos en forma de doncellas (Leite de Vasconcelos: Religiôes da Lusitania, III, Lisboa, 1913, págs. 16-25). De este modelo arquetípico de héroe participa el joven que aniquila a la conocida por "fiera malvada" en las múltiples versiones de dentro y de fuera de Extremadura (Amades: "La fiera malvada", en RDTP, VIII (1952), págs. 117 ss.). Seguramente algunos de los elementos de esta popular leyenda, sobre todo los que se refieren a la dura piel, a la caza de que es objeto, a sus múltiples carnicerías, etc., pudieron fácilmente pasar al mito del ehcornáu.
Otro aspecto a destacar es el papel decisivo de las mujeres de Ahigal en la victoria sobre el monstruo. No es un hecho nuevo el que las mujeres tomen las riendas de la lucha en sustitución de los hombres vencidos. La fiesta de la "Pinochada" de Vinuesa recuerda el éxito de las mujeres del pueblo contra las fuerzas de Covaleda que pretendían quitarles la Virgen del Pino. En el antaño pueblo extremeño de La Alberca muestran el pendón que las mujeres arrebataron a las tropas del prior de Ocrato que apoyaba a la Beltraneja (Blanco, Carlos: Las fiestas de aquí, Valladolid, 1983, págs. 55 y 98). Aunque es muy probable que la parte de la leyenda del ehcornáu que contrasta el poder de la Virgen sobre la imagen del Cristo haya que enmarcarla dentro de las rivalidades y enfrentamientos entre las dos cofradías que existían en el pueblo, la de la Vera Cruz y la Hermandad de la Virgen del Rosario.
Hasta aquí he intentado un primer acercamiento a la leyenda extremeña reconstruida, la cual, dentro de sus connotaciones peculiares y localistas, hay que relacionarla inevitablemente con el mito universal del unicornio, sin olvidar de ninguna de las maneras sus más que seguras influencias de otras leyendas y mitos que aún se conservan en la Península y en la región. Quedan algunos puntos que convendría aclarar, pero sobre ellos habrá que volver en otra ocasión.