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No pasa inadvertido, entre quienes se dedican a observar los mecanismos de transmisión de la cultura tradicional, el cambio de cometidos que se aprecia entre los propios portadores de conocimientos; los marginales, motores y recreadores de la Tradición con su constante aportación a la misma de nuevos elementos, jamás pensaron en otras épocas -80 ó 100 años atrás- que su obligación más corriente (es decir, la incorporación de materiales novedosos que, sin desvirtuar el estilo, hiciesen evolucionar la morfología de un rito, costumbre o expresión oral ya existente) fuese cuestionada ahora por los defensores de un purismo que nunca tuvo la cultura tradicional. Bien es cierto que, en nuestros días, son más y mayores los peligros que acechan al normal desenvolvimiento de tal cultura; todo está expuesto en un escenario y ese forzado espectáculo resta naturalidad a la ejecución de las funciones que caracterizan el paso de esos conocimientos desde unas generaciones a otras. Pero, ¿no será mucho más peligroso -como hemos advertido ya en alguna ocasión- que la sociedad haya permitido vaciar de contenido los papeles y la labor de esos marginales? Si a un director de "danza" de palos, por ejemplo, se le ocurre incorporar una nueva canción (melodía y letra de "Los Panchos") a la coreografía habitual del paloteo, hay quien se lleva las manos a la cabeza y pone el grito en el cielo por algo que, en otras fechas era una norma, como lo demuestra el hecho de que, en el resto de canciones, tarareadas por los paloteadores para recordar los pasos y golpes que deben dar, se observen, junto a textos y melodías de los siglos XV y XVI, cancioncillas referentes a la "francesada", a la Constitución de Cádiz, a Alfonso XIII o a la República. Todo esto significa que la tradición continúa moviéndose y que sólo falta que el instrumentista y los propios paloteadores vayan "puliendo" durante un tiempo ese tema hasta que se incorpore con total derecho al acervo popular.