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En 1912, Julio Vicuña Cifuentes publica parte de un manuscrito fechado en 1605 que contiene 24 composiciones, 22 de las cuales son romances (1). Se encuentran en un expediente del capitán Francisco Donoso Cerrudo, sobre la rendición de cuentas del tiempo en que se desempeñó como curador de los menores hijos de don Hernando del Prado y doña Lorenza Berrú (2). Al pie del manuscrito aparece la fecha de «4 de Marso (sic) de mil seis sientos (sic) i cinco» y en otro lugar figura «dieziocho de agosto» del mismo año. También Inés Dölz Henry alude a estos romances en su libro (3).
Con estos ejemplos creemos poder afirmar para la poesía chilena con Menéndez Pidal que debe ser considerada no sólo la poesía de «ver y tocar» (4) sino también aquella que se encuentra en «estado latente» (5).
Según el parecer de Vicuña Cifuentes, el capitán Francisco Donoso debe haberse entretenido del tedio de la contabilidad de los bienes de sus pupilos, escribiendo esos romances que se sabía de memoria, a juzgar por los numerosos errores de ortografía en la escritura. De los 22 romances, 18 se hallan o en el Romancero General de 1604, impreso en Madrid por Juan de la Cuesta, o en el de Durán de 1851. Otros dos pertenecen al género lírico y, según Vicuña Cifuentes, carecen de importancia, pero hay dos que, según Vicuña, no figuran en las recopilaciones españolas: uno llamado «Del enojo del Cid al saber la frenta hecha a sus hijas», que comienza con estos versos:
Pensatibo estaba el Cid
lleno de pena i cuidado
de saber cómo a sus hijas
los condes an afrentado.
El segundo, llamado Bernardo del Carpio, comienza:
Altas i soberbias torres
questais a orillas de Francia
funestos i altos sipreses
que siñen buestras murallas.(6)
Fuera de este documento, no existe otra evidencia que nos certifique que los romances que persistieron en Chile hasta ser recopilados por Julio Vicuña Cifuentes hayan llegado con los primeros conquistadores. En el caso de Chile podría decirse, que muchos romances pudieron llegar con los soldados que tuvieron que ser enviados para suplir las pérdidas del ejército español en los trescientos años que duró la Guerra de Arauco, cosa perfectamente posible y así lo afirma Inés Dölz; sin embargo, la mayoría de los investigadores de la poesía popular americana coinciden en situar a ésta como la legítima continuadora del romancero español llegado con los primeros conquistadores: «La penetración de la poesía tradicional española en América fue tan profunda como valioso su acopio; (...) en la tradición oral latinoamericana hay cantares hechos aquí de temas tratados por los poetas de los cancioneros del siglo XV, (...) y no obstante la guerra de la Independencia, llena de odios contra España, no obstante la avalancha inmigratoria que arrolló con las tradiciones criollas, no obstante la enseñanza primaria y secundaria desconocedora, a sabiendas, de lo hispánico, el pueblo americano se conservó clásico, y guardó para dar fe de su estirpe un mundo de cantares castizos, delicados...» (7).
Para el investigador cubano Jesús Orta Ruiz, hay certeza de ese aporte: «Nuestros conquistadores, (...) trajeron sus formas poéticas coetáneas y ya popularizadas en la Península: villanelas, villancicos, cantares, romances y coplas» (8).
Por su parte, Inés Dölz Henry en su libro sobre la poesía popular chilena (9) , dedica tres capítulos al análisis de romances españoles y moriscos encontrados en Chile, estableciendo, según su juicio, que «podemos asegurar que Chile cuenta con la colección más completa en América y, en relación al romance del ciclo épico, es el único país americano que cuenta con algunas muestras» (10).
Inés Dölz establece que el romance se hallaba en plena decadencia en España en el siglo XV y que, al iniciarse la Conquista al siglo siguiente, los soldados tenían poco interés en repetir muestras de un género ya decadente. Sin embargo afirma: «Como ya dijimos, es chile el país hispanoamericano que cuenta con más romances de este tipo (héroes medievales españoles, moriscos y del ciclo carolingio). Una de las causas puede ser el prolongado ambiente bélico que se tuvo debido a la guerra con los araucanos. Tal vez esto ayudó a que se recordara con mayor frecuencia a los héroes medievales» (11).
Diego Muñoz establece que al despreciarse el romance en la corte española, éste huye «pero esta fuga es de expansión y de conquista, (...) llega hasta las colonias de ultramar y cubre una extensión geográfica que ningún otro género literario ha alcanzado jamás» (12).
«Con la espada, la cruz y el arado, llegaron también los romances (corridos), villancicos, letrillas, seguidillas y otros metros y temas de la poesía tradicional de la Península» (13). Es decir, a pesar de la decadencia del género en España, al llegar los soldados a América parece que el romance cobró una nueva vida. También examinando el libro de Pereira Salas se puede comprobar que en esto el autor no sólo está de acuerdo con los historiadores ya citados, sino además con J. T. Medina, Ricardo Palma, Luis Alberto Sánchez, todos citados por él (14).
En Chile poseemos versiones de casi todos los romances más populares en la tradición española y portuguesa: por ejemplo, el Cid, el Conde Alarcos, Bernardo del Carpio, Blanca Flor y Filomena, Delgadina, Gerifalte, don Juan de Austria, Oliveros y Fierabás, la Mujer Adúltera, el Reconocimiento del Marido, la Mala Hierba, el Galán y la Calavera, la Dama y el Pastor, el Penitente, el Hilo de Oro, la Devota, don Jacinto y doña Leonor, el Caballero Enamorado, los Dos Mágicos. Igualmente encontramos variados temas bíblicos que, por cierto, también figuran en la tradición europea: la Magdalena, la Navidad, la Pasión de Cristo, el Martirio de Santa Catalina, la Virgen Presiente la Pasión, las Santas Mujeres, la Enamorada de Cristo, etc.
«Españoles y portugueses trajeron a América sus canciones y romances tradicionales; algunos de ellos, como el de Delgadina y el de Gerineldo, la Pájara Pinta y la Limón, se siguen cantando en la ciudad y en el campo. Diéronse, además, a improvisar nuevas canciones y romances. Este tipo de poesía cotidiana, espontánea, no tardó en ser uno de los hábitos permanentes del hombre nuevo del Nuevo Mundo. Lo mismo entre los campesinos que entre los más humildes trabajadores de las ciudades hubo siempre -y sigue habiéndolo- poetas que improvisan acompañados de la guitarra. (...) Componen canciones amorosas, religiosas, humorísticas, homilías morales, discursos escépticos en verso. Miden sus fuerzas en largas justas poéticas llamadas porfías y contrapuntos» (15), nos dice.Pedro Henríquez Ureña, señalando algo que hemos visto ya es común para toda América, la herencia del romancero y la creación de nuevas composiciones americanas. Con respecto al mestizaje de esas composiciones, dice Henríquez Ureña: «En países o regiones de vasta población indígena, el verso criollo se convierte a menudo en mestizo: mezcla palabras nativas con palabras españolas y portuguesas. En Cuba y también en el Brasil, hay mezcla de palabras africanas y europeas» (16). Y a continuación, nos da noticias de la influencia mutua de las dos culturas: «En la literatura de los tiempos coloniales no faltaron, aquí y allá, los ecos de cantos populares y parodias de dialectos locales, como por ejemplo, en los villancicos de Juana Inés de la Cruz; esta práctica vino también de España y Portugal, de Juan del Encina y Gil Vicente, de Lope y Tirso, Quevedo y Góngora...» (17). Como ejemplo de esta influencia tomemos el siguiente poema de Góngora de 1609:
Pongamos fustana
e bailemo alegra;
que aunque samo negra,
sa hermosa tú.
Zambambú, morenica del Congo,
zambambú.
Vamo a la sagraria, prima,
veremo la procesión. (18)
El libro de Julio Vicuña Cifuentes contiene 166 versiones de romances, divididos como sigue: Romances Populares, procedentes de la tradición oral por excelencia, aunque no se descarta en alguno de ellos su divulgación por escrito, total: 38 romances; Romances Vulgares, cuya totalidad, en general, procede de hojas sueltas u otras publicaciones, total: 33 romances; otros ejemplos, como son romances derivados en quintillas o en décimas, o bien romances prosificados pero que conservan una parte en verso, más un apéndice, que don Julio Vicuña parece haber agregado justo antes de la publicación, con hallazgos recientes, total: 18 composiciones. Esto da un total de 89 composiciones, pero como muchas de ellas cuentan con hasta 10 a 14 versiones distintas, esto da un total de 166 versiones. Los informantes abarcan prácticamente todas las edades, desde niños de 10, 13 y 15 años, capaces de recitar largos romances de memoria, hasta ancianas que dicen tener 105 años (19).
Cuando en 1905 don Ramón Menéndez Pidal visitó Chile, don Julio Vicuña le .obsequió con quince versiones de romances. El propio Menéndez Pidal, guiado por Vicuña, pudo interrogar a algunos informantes y recoger él mismo algunas versiones, declarando que en Chile había encontrado tantos romances vivos como en cualquier provincia de España (20).
El primer romance que figura en la antología de Vicuña Cifuentes, «El Cid en San Pedro de Cardeña», recitado en los alrededores de Santiago por una mujer de 66 años, en una versión de 28 versos, corresponde al romance «Ganada Valencia, el Cid va a San Pedro de Cardeña», de 40 versos, que figura en el Romancero Español, Aguilar 1961, con prólogo de Luis Santullano. En la versión chilena el romance no aparece estragado sino sólo disminuido, pero se puede completar casi totalmente con una versión de 20 versos, que el propio Vicuña recogió en la villa de Alhué, en las cercanías de Santiago, de un recitador de 68 años. El comentario que sigue a estos romances dice: «Es raro encontrar romances históricos en la tradición oral. Sin embargo, ninguna de las dos versiones que publico de este romance, procede directamente de impreso: la primera la oyó, cuando niña, la recitadora a individuos de su familia; la segunda me la dictó un pobre analfabeto de nuestros campos, sin comercio alguno con personas que tengan manejo de libros» (21).
El romance «El Conde Alarcos» que figura en la antología de Vicuña con el número siete, le fue dictado por una campesina de 40 años en Altecura, provincia de Coquimbo. Consta de sólo 140 versos contra 408 de la versión en el Romancero Español de Santullano. Sin embargo, de esta versión reducida chilena dijo Ramón Menéndez Pidal: «Es notable por lo fiel al texto antiguo, mucho más que las catalanas y las asturianas hasta ahora conocidas» (22). Vicuña agrega: «Faltan en la versión chilena muchas de las bellezas del original; pero -¿por qué no decirlo ?- encuentro también que en algunos lugares del romance ha ganado en rapidez y concisión, aligerándose de no pocos versos prolijos y vulgares que retardan a veces su marcha. Con respecto al argumento, nada esencial se echa de menos en la versión chilena...» (23).
El romance de «Delgadina, que figura en la antología de Vicuña con el número ocho, consta con 14 versiones de distinta extensión. Resulta particularmente interesante la primera versión que le fuera dictada al antologador por una joven de 23 años y que lo aprendió en Coronel, provincia de Concepción. Esta versión de 80 versos contiene dos más que la versión seleccionada por Santullano y mantiene un equilibrio poético que, a nuestro juicio, la hace superior a la española. Recordemos que, como dijo Menéndez Pidal, este romance es uno de los más populares en España a tal punto que casi no hay región en la que no se conozca.
Otro de los romances muy populares en el tiempo en que recopiló don Julio Vicuña es el del «Reconocimiento del marido», que en el Romancero Español de Santullano figura en dos versiones relativamente breves bajo el título de «Romances de Ausencia». En la Antología de Vicuña figuran nueve versiones y es notable hacer ver la semejanza de todas ellas, en circunstancias que están recogidas en puntos muy distantes, unos en La Serena, otros en Santiago, otros más al sur, hasta uno en Concepción; es decir, abarcan casi todo el mapa geográfico de las recopilaciones de Vicuña Cifuentes.
En la Antología de Vicuña figuran todos los romances populares en España que ya nombramos anteriormente; a ésos hay que agregar: Lucas Barroso, La Fe del Ciego y hasta una versión prosificada de Don Juan. El que lleva como título «La Adúltera», recogido en 1905 según Vicuña Cifuentes (24), es la primera versión recogida en castellano, ya que las que se conocían hasta la época eran versiones francesas, italianas y portuguesas. El romance de Doña Urgelia y Doña Exendra, que en Chile se conoce como «La mala hierba», debe haber sido tan popular que ya en la época en que lo recogió Julio Vicuña existían versiones en zamacueca y en décimas (25).
Varios de los romances recopilados por Vicuña contienen «cabo» o «finida» o «despedida», lo que, como ya hemos señalado, constituye una característica de la poesía del Canto a lo humano y Canto a lo divino. Hasta 1912, fecha de la publicación de este libro, se había recogido en Chile cuatro versiones de «Lucas Barroso» y en España sólo una, en Andalucía. Una versión del romance «El hilo de oro», recogida por Vicuña, termina con una copla tan popular en América Latina que la hemos escuchado cantar en la música de baile de Centroamérica:
Zapato que yo desecho
no me lo vuelvo a poner. (26)
Uno de los datos de mayor interés para nosotros en Vicuña es su referencia a las Hojas Sueltas de Poesía que imprimía y repartía la Iglesia a sus devotos y que, según Vicuña, luego «se transformarían en verdaderas revistas» (27); además, en la propia antología figuran varios romances marianos y devotos. Esto demuestra la temprana preocupación de la Iglesia por servirse de la poesía popular para sus prédicas y prácticas religiosas.
Con el número 101 aparece un bellísimo romance bajo el nombre de «Prisión y muerte de Atahualpa» de 164 versos, recogido de labios de un recitador de 65 años, quien los aprendió en Libún, provincia de Talca. Vicuña cree que fue escrito en el Perú o en Colombia, sin dar mayores razones para tal afirmación (28). Señala, eso sí, que no lo ha encontrado en ninguna colección española; es muy probable, en consecuencia, que éste sea uno de los tantos romances escritos en la Conquista, de los cuales hablan varios historiadores, sin dar nada más que la noticia de su existencia. El lenguaje prueba el origen académico del romance; el recitador campesino se mantiene fiel a dicho lenguaje, demostrando cuánto respeto tiene por la composición:
Tened lástima de un rey
que visteis en ricas Indias
de oro fino, que hoy se postra
a tus extranjeras plantas.
No por sembrar la doctrina
con mi sangre has de regarla:
de una sementera chica
no esperes cosecha alta.
Déjame, gran capitán,
........................
gozar de mi edad florida,
que de los treinta no pasa..
Mis canoas de una pieza
han de ceder a tus barcas,
y mis vicuñas no pueden
dar a tus caballos caza. (29)
La recopilación de romances efectuada por Vicuña Cifuentes y sus discípulos prueba la eficacia de este género como entretenimiento y esparcimiento. El romance llega Con los españoles, quienes lo practican y lo transmiten, es tomado por los criollos y mestizos, quienes lo conservan y recrean, llegando hasta el siglo XX y demostrando una notable vitalidad histórica.
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(1) Julio VICUÑA CIFUENTES; Romances populares y vulgares. Biblioteca. de Escritores de Chile, vol. VII, Santiago de Chile, 1912.
(2) Archivo de la Real Audiencia, vol. 1.823, pieza 1.
(3) Inés DÖLZ HENRY; Los Romances tradicionales chilenos. Temática y técnica. Santiago de Chile (Nascimento), pág.19. Según Vicuña Cifuentes, el manuscrito contiene 24 composiciones, de las cuales 22 son romances; 18 ,de estos romances se encuentran en romanceros ya editados; de los cuatro no editados, a dos Vicuña Cifuentes no les da importancia por pertenecer al género lírico, por lo tanto publica los dos restantes. La señora Dölz establece en forma general en su libro, en la pág. 14, que nuestra fuente principal ha sido la obra de Julio Vicuña Cifuentes, Romances populares y vulgares (...), primera y última obra chilena que trata exclusivamente del romance”. Luego nos habla de 20 romances inéditos, señalando que le fueron copiados a mano por un miembro del Archivo O'Higgins; "Veinte romances de un manuscrito en muy mal estado de la Real Audiencia de Santiago, fechado en 1605. Los escribió un capitán que los sabía de memoria, como nos llevan a deducir los errores ortográficos de carácter fonético..." (op. cit., pág. 19. A nuestro parecer, deben ser los 20 romances no publicados por Vicuña Cifuentes, por las razones por él explicadas). En la pág.35 de su libro vuelve a insistir en que estos romances "están escritos en forma fonética, por lo que suponemos que los sabía de memoria". (En la pág. 6 del libro de Vicuña leemos: "Don Federico Hanssen me comunicó el hallazgo de varios romances y canciones en un manuscrito..."; y más adelante agrega; "parece que Francisco Donoso (...), se distraía (...) escribiendo (...), versos que sabía de memoria (...), a juzgar por la ortografía.... Desde luego cabe hacer notar que la señora Dölz llega a las mismas conclusiones a las que había llegado Vicuña Cifuentes 64 años antes. Finalmente, la señora Dölz promete en la pág. 19 de su libro, agregar como apéndice los romances en cuestión por "inéditos", cosa que luego olvida; es una lástima, ya que, aunque Vicuña establezca que las versiones existentes en los romanceros no guarden demasiada diferencia con los encontrados por el Sr. Hanssen, siempre sería útil su confrontación.
(4) Véase Ramón MENENDEZ PIDAL; Poesía juglaresca y orígenes de las literaturas románicas. Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1957, 6ª. ed., pág. VI.
(5) "En mis frecuentes trabajos sobre las actividades colectivas del hombre, desde el lenguaje hasta la literatura tradicional, me he encontrado siempre frente a largos períodos en que la actividad desaparece ante nuestros ojos, aunque tenemos indicios o pruebas de su existencia; se halla, pues, en estado latente". Ramón MENENDEZ PIDAL; "El estado latente en la vida tradicional", en Revista de Occidente, año I, 2ª ep., nº. 2, 1963, pág. 129.
(6) VICUÑA CIFUENTES, Op. cit., págs. 4 y 13.
(7) Juan ALFONSO CARRIZO; "Prólogo" de Lidia Rosalía de Jijena Sánchez, Poesía popular tradicional americana. Buenos Aires, Espasa y Calpe, 1952, pág. 12.
(8) Jesús ORTA RUIZ: Décima y Folclor. La Habana, Ed. Unión, 1980, pág. 37. Jesús Orta se basa en los escritos de don Ramón Menéndez Pidal y especialmente en la descripción que hace éste de los juglares, estableciendo la comparación con los poetas isleños: la costumbre de elegir un nombre sonoro, llamativo y a menudo elogioso; la calidad de imitadores o remedadores; además la divulgación de la poesía popular a través de hojas y pliegos sueltos.
(9) Inés DÖLZ HENRY: Antología critica de la poesía popular chilena. México D. F., Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1979.
(10) Inés DÖLZ HENRY: Antología..., pág. 15.
(11) Inés DÖLZ HENRY: Antología..., pág. 16.
(12) Diego MUÑOZ, op. cit., pág. 15.
(13) Juan URIBE ECHEVARRIA: Cantos..., pág. 11.
(14) Eugenio PEREIRA SALAS: Los orígenes del arte musical en Chile. Santiago, Ediciones Universidad de Chile, 1941, pág. 172.
(15) Pedro HENRIQUEZ UREÑA: Corrientes literarias en la América Hispánica. México D. F., Fondo de Cultura Económica, 1954, pág. 114.
(16) Ibid.
(17) HENRIQUEZ UREÑA, op. cit., pág. 115.
(18) M. PICON SALAS, op. Cit., pág. 136.
(19) Sabemos que en ciertas regiones del campo de Chile la gente gozaba hasta hace muy poco de larga vida. No es imposible, pues, que esos informantes de don Julio Vicuña realmente tuviesen más de cien años. (Violeta Parra en los años cincuenta también encuentra informantes de más de cien años.
Violeta PARRA : Cantos folklóricos de Chile. Santiago de Chile (Nascimento), 1979).
(20) Fernando ALEGRIA, op. cit., pág. 127.
(21) VICUÑA CIFUENTES, op. cit., pág. 3.
(22) R. MENÉNDEZ PIDAL: "Los romances tradicionales en América", en Cultura española, nº. 1. Madrid, 1960, págs.72-11; cit. por VlCUÑA CIFUENTES, op. cit., pág. 19.
(23) VICUÑA CIFUENTES, op. cit., pág. 19.
(24) VICUÑA CIFUENTES, op. cit., pág. 97.
(25) VICUÑA CIFUENTES, op. cit., pág. 110. Según establecen Manuel Dannemann y Raquel Barros, los romances tienden a atomizarse y transformarse en tonada o canción de diferente tipo, a medida que el elemento musical se hace más importante. DANNEMANN y BARROS: El romancero chileno. Santiago de Chile, Ed. Univ. de Chile, 197., pág. 110.) (26) VICUÑA CIFUENTES, op. cit., pág. 159.
(27) VICUÑA CIFUENTES, op. cit., pág. 173.
(28) VICUÑA CIFUENTES, op. cit., pág. 264.
(29) VICUÑA CIFUENTES, op. cit., págs. 261-262.