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Siempre se ha dicho que España es como la piel de un toro. Y así es, en efecto. "Si queremos extender esta semejanza con más particularidad teniendo la carta pintada delante, vemos cómo el cuello desta piel, do estaba la cabeza, es lo que se junta con Francia, y la cola el cabo de Gata abajo de Almería." Así define el historiador y cronista de Felipe II, Ambrosio de Morales nuestra patria y la suya, comparándola como la "FAMOSA PIEL VACUNA, DE VACA O DE TORO".
¿Desde cuándo existen las corridas de toros? A juicio de la CRONICA GENERAL sabemos que fueron prosificados varios cantares de gesta, y es de notar en uno de sus capítulos "cómo llegaron a Valencia donna Jimena et sus fijas, et cómo las rescibió el Cid", en el cual se narran las nobles bodas, que hicieron con los Infantes de Carrión, durante los cuales, según dicha Crónica, los festejos consistían en "MATAR MUCHOS TOROS, ALANZAR TABLADOS y BOFORDAR".
Parece ser que la primera ciudad española en la que se celebraron fiestas de toros fue Oviedo, según la Crónica de Alfonso X el Sabio, para festejar la convocatoria de Cortes por el rey Alfonso II el Casto, en los comienzos del siglo noveno. Vemos, pues, que, desde entonces, se inicia, en nuestra Península, la costumbre de CORRER TOROS. Y para más abundancia de cuanto decimos, ahí está el POEMA DE FERNAN GONZALEZ, en el que, también, se mencionan fiestas taurinas (que, naturalmente, no serían como en la actualidad), aunque de una forma campera y cinegética. En Fuenterrabía (Guipúzcoa) ya se celebraban festejos taurinos en julio de 1474, según dispuso, en aquel entonces, su Consejo, en la plaza de Armas, actualmente existente ante el Parador de Carlos V, antiguo palacio-fortaleza.
Asimismo, son numerosos los textos que confirman la continuación de la COSTUMBRE DE CORRER TOROS durante toda la Edad Media, sobre todo en los siglos XIV y XV. Por esta causa, aunque haya, de vez en cuando, alguna desgracia mortal, ¿quién se atrevería a abolir esta costumbre milenaria en nuestro solar patrio? Hubo un tiempo, sí, en el siglo XV, en que el cardenal Juan de Torquemada, "alma de los concilios de Basilea y Florencia", quiso abolir la fiesta de los toros, por el riesgo que suponía para la vida de los "toreadores", máxime actuando por diversión o por espectáculo para los demás.
Posteriormente, en la primera mitad del siglo XVI, Santo Tomás de Villanueva (que fue más tarde arzobispo de Valencia, nacido en Fuenllana, provincia de Ciudad Real, o sea el antiguo LAMINIUM) tronó en sus sermones contra tal costumbre, sumándose a otros muchos que también combatían nuestra Fiesta Nacional. Llegaron las cosas a tales alturas que San Pío V, en su MOTU PROPRIO "De salutis gregis dominici" (año 1567), prohibía la fiesta bajo pena de EXCOMUNION a todos, lo cual resultó muy exagerado para España, tan católica siempre, y podría servir de piedra de escándalo y mal ejemplo al ser incumplida.
Por esta causa, Felipe II, que, según sus cronistas, no era muy aficionado a los toros, comprendió que la condena era muy grande y "sin publicar, ni autorizar la publicación de la BULA", delegó en su embajador, el Duque de Sesa, para que negociase la mitigación de tan grave pena eclesiástica. También sabemos que, en la Biblioteca Nacional, hay una CARTA del famoso teólogo, filósofo y poeta Fray Luis de León, dirigida por la Universidad de Salamanca al secretario Mateo Vázquez sobre un Breve que el Obispo tiene para proceder contra los eclesiásticos que vieren TOROS, la cual está fechado el día 8 de julio de 1586.
Vemos, pues, que cuatro Papas -San Pío V, Gregorio XIII, Sixto V y Clemente VIII- condenaron las corridas de TOROS, pero siempre surgía, en sus pragmáticas, un "tira y afloja" en el que prevalecía la tolerancia, debido al desprecio que hacían de la EXCOMUNION los aficionados a correr y ver correr los toros (como actualmente hacen en Pamplona y en muchos pueblos de España), con lo cual poco ganaba el prestigio de la autoridad eclesiástica y el de la propia religión católica. ¡A ver! Que nos lancen, ahora, a los españoles, un anatema de EXCOMUNION como el de aquel entonces. ¿Cuántos católicos lo cumplirían? Pues los novicios y las monjas de clausura.
El caso es que, en torno a nuestra Fiesta Nacional, se armó la Marimorena, como diría un abonado del tendido 7 madrileño, una violenta polémica, en la que tomaron parte las más ilustres personalidades eclesiásticas, incluso el famoso historiador talaverano Padre Juan de Mariana (año 1536-1623), el cual presintiendo, tal vez, la muerte de Gallito en la plaza de su pueblo por el toro "Bailaor"" el día 16 de mayo de 1920, fue uno de los opositores más intransigentes de nuestra Fiesta Nacional, al decir textualmente: "¿Queréis sangre? ¡Tenéis la de Jesucristo!".
El pueblo español, fiel siempre a nuestras tradiciones, luchó con fe y entusiasmo contra los enemigos de la Fiesta, haciendo caso omiso de la cuestión planteada, en 1785 (hace ya doscientos años), prohibiendo "las fiestas de toros de muerte en los pueblos del reino". Prueba de ello es que, en 1790, aparecía una Real Provisión por la cual se prohibía nuevamente "el abuso de correr por las calles novillos y toros, que llaman de cuerda, así de día como de noche".
Hay que hacer constar que tampoco había unanimidad de criterio entre las clases dirigentes y gobernantes. Así vemos que, en 1792, una Orden del Real Acuerdo de Aragón dispensa a los corregidores y justicias de pedir permiso a superior alguno para celebrar la función de correr novillos o vaquillas, siendo de valde". Sin embargo, hasta el siglo XIX no entran de lleno las prohibiciones; no obstante, en 1805, Carlos IV, por medio de la Pragmática Sanción, prohíbe las fiestas de toros y novillos absolutamente en todo el reino, pero sin conseguir desarraigar la afición de los españoles, "ni impedir" que entre los resquicios de la letra de la ley (ya dice un refrán que "donde está la ley, está la trampa") se escapasen autorizaciones para celebrar tales fiestas cuantas veces se pedía permiso -salvo excepciones-, como en los años comprendidos entre 1804 y 1868". No obstante, se sabe que Bonaparte, durante su escaso tiempo que usufructó el trono, concedió autorización para celebrar corridas en Madrid, incluso costeándolas el propio Estado.
Finalizada la guerra de la Independencia, tales prohibiciones se convirtieron ya, prácticamente, en letra muerta, iniciándose así un nuevo amanecer en nuestra Fiesta Nacional, que "hacia evocar los gloriosos tiempos de Costillares, los Romeros y Pepe-Hillo, dando así entrada a la interpretación romántica de la fiesta".
Por todo lo expuesto anteriormente, se deduce que ni los Papas, Cardenales, Obispos, Eclesiásticos y Gobiernos fueron capaces de destruir nuestra Fiesta Nacional, porque está (y estará siempre, mientras haya un español) incrustada en la propia naturaleza de nuestro ser y es consustancial con nuestra idiosincrasia.
COSTUMBRISMO TAURINO
¿Quién es el valiente que se atreve, hoy día, a abolir una Fiesta Nacional, como la taurina, que viene celebrándose en España desde el siglo IX (o tal vez antes, según algunos historiadores), con el beneplácito de la inmensa mayoría del pueblo español? He ahí un ejemplo de tozudez férrea, que es fiel reflejo de cuanto decimos, al compás de este popular refrán, que dice:
"Aunque la villa no tenga dinero,
ha de haber vacas por San lrineo."
Se refiere a la secular pasión que sienten los vecinos de Valtierra (Navarra) por la corrida de Vaquillas, como otros muchísimos pueblos de la estepa ibérica, donde nuestra Fiesta Nacional está hermanada siempre con los colores de la Bandera de España.
Así vemos que, desde Budia (Guadalajara) hasta Santo Domingo de la Calzada (Logroño); desde Guisando (Avila -¡oh los famosos toros de Guisando, antiguos monumentos romanos o quizá celtibéricos!- hasta Plasencia (Cáceres); desde Buenamadre (Salamanca) hasta Loja (Granada), pasando por Navalcarnero, Corella, Benavente, Tornavacas, Arenas de San Pedro y Estella, dando la vuelta por toda España, surge, en seguida, la COPLA POPULAR TAURINA, ancestral, tradicional, como un manantial inagotable de canciones eternas, infinitas, cual las tierras de Don Quijote, que conservan muchas de ellas, dentro del acervo común de sus moradores, cierta "miaja" de pica y repica como la pimienta y cierta filosofía sanchopancesca, como ocurre con esta charrada salmantina, en forma de jota, que se canta en las fiestas del pueblo de San Cristóbal de la Cuesta, para pedir al alcalde la corrida de toros:
¡Señor alcalde, / Señor Alcalde,
que si no hay toros / tampoco hay baile;
tampoco hay baile, / tampoco hay misa,
porque los mozos / no la precisan!
Por todas partes es asombrosa la inventiva del pueblo español, para exaltar a su Fiesta Nacional, la de toda España, la que heredaron de sus antepasados, plena de colorido, de requiebros, de lucha bélica entre dos figuras: el TORO y el TORERO. Con razón decía Zorrilla que
"El diestro es la vertical
y el toro la horizontal.
En estos dos admirables versos está la fórmula del arte de torear.
¡Cuántas coplas, Dios mío, no se habrán cantado, en nuestras más de QUINIENTAS PLAZAS de toros con que cuenta la fiesta taurina española, que tanto ha dado que hablar y escribir a todo el mundo, señal inequívoca de que "ALGO" tiene, cuando se ensalza y se fustiga al mismo tiempo! ¡Cuántas diversiones antiguas y modernas no ha deparado esta fiesta en nuestra Península, recordando, entre ellas, las de TOROS y CAÑAS, de las que se ocupó José de Valdivielso (año 1560-1638) en su Ensaladilla de Navidad, al hacer mención a esta fiesta, diciendo:
"Porque está parida la Reina,
Corren toros y cañas juegan."
¿Quién no recuerda el baile famoso del Caballero de Olmedo, de autor anónimo, al que menciona Lope de Vega, en 1617, en sus "Comedias, Loas y Entremeses", en cuyo romance se da muerte al Caballero de Olmedo "por parte de seis emboscados, envidiosos del porte de tan favorecido galán?". ¿Y qué decir de "EL TORO DE FUEGO" (en el Levante valenciano se le llama Bou de Foch), tan celebrado en varias provincias, de una característica imborrable, que tradicionalmente tiene su mejor marco escénico en la ribera del Jalón? ¿Y qué del TORO DE CUERDA (o gayumbo), que se practicó en Loja (Granada) hasta finales del pasado siglo, costumbre que también siguieron en diversas provincias de España? ¿Y cómo no mencionar al TORO DE LA VEGA, de Tordesillas (Valladolid), que ha de ser de casta, con un peso de unas 40 arrobas, al cual, después de lidiarle y ponerle banderillas en la plaza, se le suelta y, a su paso, "se encuentra con más de 300 jinetes y peones, que le lancean a campo abierto hasta hacerlo doblar? ¿Y qué de las antiquísimas fiestas sorianas denominadas de la Madre de Dios o San Juan ganadero, en la que el fin primordial de la misma es el CULTO AL TORO?
Para la celebración de estas Fiestas, la ciudad se divide, en 12 cuadrillas, cada una con su nombre, como la de San Pedro, Santiago, Santa Bárbara, etc., que dan un colorido a las mismas y pueden considerarse como UNICAS en su género dentro de la Península, cuyos toros, encontrándose pasteando en el monte de Valonsandero, son conducidos por un camino señalado en viejas ordenanzas promulgadas por la Emperatriz Isabel en 1535, sin más variaciones que las impuestas por las modernas vías de comunicación, obedeciendo a diestros caballistas hasta llegar a la plaza de toros, habiendo recorrido unos siete kilómetros.
Dentro de nuestra Fiesta Nacional hay un hecho real, imprescindible, y es la aparición de la sangre por el ruedo de la plaza, bien sea del torero o del toro. Lo pide así esta fiesta brava, llena de sol, de amores, de mujeres, de griterío y de manzanilla jerezana. Por esta causa, a nadie debe extrañar que, a veces, el presentimiento (que "es la sonda del alma en el misterio", según el poeta García Lorca) se apodere del alma femenina y se niegue a entregar la ropa al torerillo del lugar -vulgarmente conocido por MALETILLA-, que quiere jugarse la vida en la plaza de su pueblo. Así se desprende del romancero taurino, tan extendido por todas las regiones de España, especialmente en las provincias de Cáceres, Badajoz, Granada, Soria y Salamanca, uno de los cuales, el conocido como el famoso "LOS MOZOS DE MONLEON", de Ledesma (Salamanca), sirve como una especie de modelo para narrar diversos hechos luctuosos, ocurridos a innumerables "MALETILLAS", según puede desprenderse en los versos siguientes:
"Los mozos de Monleón
se fueron a arar "trempano",
para ir a la "joriza"
(corrida de toros)
y "remudar" con despacio.
(ponerse ropa limpia)
El 60 por 100 de los que presencian nuestra Fiesta Nacional sólo ven, en el ruedo, al toro y al torero, sin fijarse que, en el mismo, hay hombres, mujeres y jóvenes; es decir, de las quejas y desdenes en los que se refleja fidelísimamente el carácter de la copla popular taurina, como aquella que canta:
"De un toro y de una "mujé"
yo me he visto "perseguío":
del toro pude librarme;
de la "mujé" no he "podío".
Finalmente, ¿cómo silenciar EL TORO DE SAN MARCOS a través de nuestras tradiciones y costumbres populares, del que se han ocupado numerosos escritores, incluso el famoso benedictino Padre Feijóo, en su obra (año 1736) THEATRO CRITICO UNIVERSAL? Por cierto que hay un cuadro maravilloso del pintor Veredas titulado EL RITO DEL TORO DE SAN MARCOS, EN EXTREMADURA, en el cual se ve a un sacerdote celebrar la Santa Misa y detrás del monaguillo aparece un toro rodeado de feligreses. Sobre este particular nadie mejor que fray Juan de la Trinidad, en su Crónica de la Provincia de San Gabriel, editada en Sevilla, año 1652, ha sabido darnos una clara y sucinta idea de lo que supone EL TORO DE SAN MARCOS, dentro de nuestra TAUROMAQUIA FOLKLORICA O MUSICA y TOROS.
Por cierto que en el Museo Provincial de Valladolid puede verse también un maravilloso lienzo, pintado por el monje del convento de San Francisco, de dicha capital, fray Diego de Frutos, que describe un milagro de San Pedro Regalado, actualmente Patrón de los toreros españoles. "SALIENDO EL SANTO DEL ABROJO PARA VALLADOLID, SIN SABER QUE HUBIESE FIESTAS DE TOROS, SE SALTO UNO DE LA PLAZA, EL CUAL, COGIENDO EL CAMINO DEL ABROJO, HALLO AL SANTO, A QUIEN ACOMETIO FURIOSO. ESTE LE MANDO POSTRARSE, Y LO EJECUTO RENDIDO. LE QUITO EL SANTO LAS GARROCHAS Y, ECHANDOLE SU BENDICION, LE MANDO SE FUESE, SIN QUE HICIESE MAL A NADIE, COMO ASI SUCEDIÓ."
Yo recuerdo, siendo niño, la gran impresión que me causó el dibujo de Gustavo Doré titulado "NIÑOS DE RONDA JUGANDO A LOS TOROS", en el que se podía observar cómo éstos, "en su afán de imitar a los hombres, han adoptado algunas muestras del toreo, convertidas en juego", lo cual puede apreciarse fácilmente a través de nuestros "Cancioneros Infantiles" de cada región.
Nuestra Fiesta Nacional ha sido exaltada ardientemente por los más ilustres pintores, como Goya, a través de sus aguafuertes; Eugenio Lucas y Padilla, Agrasot, Lizcano, Sorolla, Casas, Iturrino y Regoyos, entre otros muchos, así como Zuloaga, Vázquez Díaz y Solana, juntamente con el inmortal Picasso. Y si de los pintores pasamos a los poetas, a partir del siglo XVI hasta nuestros días tenemos a Lope de Vega, Valdivielso, Quevedo, Villarreal, Moratín, el Duque de Rivas, Rubén Darío, "Demófilo", Villaespesa, Gerardo Diego sin olvidar a otros muchos escritores como Blasco Ibáñez, José Ortega y Gasset, José Marra de Cossio, etc., que han sabido encontrar en nuestra Fiesta Nacional a un pueblo que mantiene su secular CULTO AL TORO. Está demostrado, pues, que por muchos detractores que tenga nuestra Fiesta Nacional, ésta se mantendrá eternamente incólume como España.
y para terminar, vamos a evocar las emotivas Coplas para guitarra en la muerte de Joselito, de Rafael Sánchez Mazas, diciendo:
¿Quién te había de llorar,
Joselito, en Primavera?
¿Por qué fuiste a torear
y a morir en Talavera?
¿Quién te había de llorar?
Y yo añado por mi cuenta:
¡Le lloró la España entera!