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Muchas veces llega a olvidarse que los conceptos de Folklore, sobre cómo denominarlo y sobre las materias que están comprendidas dentro de ese término u otros de significado semejante, son cuestiones que reciben distinta solución de acuerdo con las diversas tradiciones culturales. Como recoge Paulo de Calvalho Neto en su libro sobre la Historia del Folklore Iberoamericano, desde la perspectiva del mundo anglosajón se ha identificado, sobre todo a Folklore con Folk literature y tanto en los Diccionarios de. Mitología y Folklore más consultados como en la obra editada por Richard Dorson sobre Folklore americano, o, mejor dicho, norteamericano, encontramos esa noción del Folklore como algo que sugiere o implica una literatura no escrita. No debe sorprendernos tampoco que los estudios sobre Folklore hayan estado en Norteamérica muy condicionados, hasta un determinado momento, por el modelo inglés sobre el tema, y en Latinoamérica hayan influido los modelos que, demasiado simplistamente quizá, podríamos llamar "mediterráneos". De modo que la concepción de Folklore en Iberoamérica, y en esto Carvalho Neto lleva razón, tiende a englobar, además de los aspectos literarios o lingüísticos, aquellos que el mencionado autor denomina magic folklore, social folklore y ergologic folklore. Lo que William R. Bascom definió como verbal art sólo abarcaría los tres primeros puntos de los seis en que autores latinoamericanos como Carvalho Neto agrupan las diversas formas de Folklore.
De otro lado, y tal como señala Alan Dundes, los folkloristas europeos han seguido, en su gran mayoría, ligando la idea de Folklore al más bajo estrato de la sociedad, al vulgo, y, especialmente, al vulgo rural, pareciendo que sólo hay Folklore entre los campesinos o que nada más ese Folklore merece ser estudiado. Tal concepción, relacionada con la de que el Folklore es un segmento de pasado que sobrevive en el presente ha configurado el enfoque -"amateur" y "culto"- de los estudios folklóricos en España. El "moderno concepto de Folklore" defendido por los más importantes folfkloristas norteamericanos de hoy, amplía considerablemente esa estrecha perspectiva y haciendo posible que se hable de un Folklore urbano, como en una obra de Dundes y Patger que lleva ese título, y de un Folklore creado ahora mismo en círculos de obreros, profesionales de todo tipo, e incluso de académicos. Esta línea de trabajo que, en nuestro contexto, puede aún resultar atrevida y escandalosa, no está, por otra parte, tan lejos de los planteamientos de Machado y otros folkloristas de su tiempo que comenzaban a vislumbrar al Folklore como una realidad dinámica, en perpetua recreación, cuyo proceso creativo es aprehensible en el presente.
Así enfocado el problema, no tienen mucho sentido aquellas posturas "catastrofistas" que reducen el Folklore a una operación de rescate de los rancios y añejos tesoros que están a punto de desaparecer y justifican con la urgencia la falta de planteamientos teóricos y metodológicos. Por supuesto que, muy especialmente en el campo de la llamada "cultura material", conviene hacer acopio de aquellas piezas que por su valor documental pueden ser de gran interés en el futuro, pero no han de ser, por fuerza, ni las más viejas ni las más raras. No es que nos vayamos a oponer a que aquello que ha dejado de ser funcional y puede desaparecer, por lo tanto, pase a un museo apropiado; al contrarío, eso sería lo más deseable. Como señaló Vladimir Propp en un trabajo muy recientemente publicado, por primera vez, en inglés, el Folklore descriptivo y que intenta descubrir en la ,Historia el origen del fenómeno que se va a estudiar, coincide con la Etnografía. Pero en el Folklore entrarían, como objetos de estudio, aspectos que desbordan lo puramente etnográfico, si aceptamos el amplío enfoque más arriba expuesto.
De acuerdo con ese planteamiento, podría hablarse de un "Folklore por facsímil -como hace Dundes- y considerar como material digno de estudio a los chistes gráficos, obligadamente anónimos, que circulan de mano en mano y en distintas versiones por fábricas y oficinas.
En el estudio del Folklore han pesado, frecuentemente, factores políticos de exaltación nacionalista, o éticos, en virtud de los cuales se viene contraponiendo un modelo "arcádico" de sociedad "folk", rural, tradicional y arcaizante, a la que, mayoritariamente, vivimos y, en muchos aspectos, padecemos. Desde los años 60, de manera paralela -y complementaria- al desarrollo de los movimientos ecologistas, se ha intensificado el interés por lo "folk" como reflexión, y, a veces, rechazo respecto al actual sistema de vida. Lo "folk" se ofrece, así, como alternativa de vida más "natural", armónica y solidaria; pero este enfoque que podemos llamar "ético" no ha de reducir el Folklore a posturas puramente testimoniales cuando, como disciplina científica, su importancia social es grande, resultando posible diagnosticar, a través suyo, los complejos y prejuicios de una sociedad.
El Folklore como ciencia, llamémoslo de uno u otro modo, es hoy, en sus complementarias facetas de identificación e interpretación, un modo de hacer Antropología, lo que no contradice su derecho como disciplina especifica, sobre todo sí tenemos en cuenta que dentro del término Antropología caben quizá en estos momentos, demasiadas piezas, de manera que parece, a veces, una especie de cajón de sastre de las Humanidades menos definidas. Que a los folkloristas de nuestro país no les vendría nada mal acercarse más a la Antropología es cosa tan clara como necesaria. Que a los antropólogos españoles les conviene informarse sobre las aportaciones y vías marcadas por algunos folkloristas actuales, es también una obvia realidad. Complejos y prejuicios corporativistas han dificultado esa deseable comunicación entre Antropología y Folklore en España. Aquí, los no pocos antropólogos que trabajan en gran proximidad al folklorista entendido en un sentido moderno, siguen identificando el Folklore con el movimiento nostálgico que tanto tiempo ha sido, con una especie de Antropología balbuciente y rudimentaria, o incluso con sus propios primeros pasos en el campo antropológico. Ven, pues, el Folklore como algo superado, si no como experiencia primeriza y vergonzante. Sin embargo, el Folklore se encuentra actualmente, en otros países, a la Vanguardia de las más penetrantes y sofisticadas corrientes de las ciencias sociales.
Desde esa perspectiva, el folklorista, hoy, no es ni ha de ser el quincallero sabidillo de tipismos y reliquias populares que en ocasiones fue, sino un bien adiestrado especialista capaz de desentrañar el proceso creativo de una colectividad y su plasmación estilística, pues se trata más que de averiguar cómo se gesta una obra, de saber cómo se fija un estilo dentro del cual se vierten sucesivas creaciones. Aunque los modernos folkloristas sigan trabajando, básicamente, sobre los mismos temas que sus antecesores recogieron y estudiaron, habrán, por fin, de penetrar en ellos y no contentarse con la recolección y clasificación de piezas peregrinas o arcaicas.
En Folklore, como en tantas otras disciplinas, se sigue pensando -en nuestro país- que el "saber" es cosa acumulativa, si no posesiva, como una especie de atesoramiento de los bienes inmuebles del espíritu. Así, el folklorista ha de amontonar materiales en bodegas o museos más que ponerse a estudiarlos a fondo, y será "bueno en su oficio" si está al tanto de todas las rarezas, sean fiestas, costumbres o mojigangas que acontecen en torno suyo. De este modo y con semejantes ejemplos, el folklorista se ejercita más como archivero del costumbrismo de su provincia que como científico que observa la realidad e intenta interpretarla. Lo que importa es que sepa que existe esto y aquello y, como en casos llega a ocurrir, que lo oculte al posible competidor, pensándose poseedor, ¡qué tremenda paradoja!, del saber colectivo.
Creo que hemos de prepararnos para saber qué hacer con un determinado material, cómo entrar en él, cómo saber más de su naturaleza, conocer qué herramientas y técnicas habremos de utilizar para descubrir sus mecanismos de funcionamiento. Así se estudia el Folklore en nuestros días; hacer de la propia cabeza un arsenal de fichas sobre exotismos populares, puede aproximarnos al tema, pero bien poco nos enseña. Pienso que, hace tiempo, el saber dejó de ser entendido como conocimiento "a lo ancho", como amontonamiento de datos aislados, para ser concebido como facultad que nos permite profundizar en las cosas e interrelacionarlas. La acromegalia intelectual es una monstruosidad que a nada conduce y que en España se ha practicado con aún no desfallecido entusiasmo.
Los folkloristas actuales han enfatizado, como señala Roger D. Abrahams, la importancia del proceso y actuación, pero, en realidad, ambos son sólo parte de la realidad que el folklorista estudia, cuyo valor había sido, generalmente, descuidado por los primeros estudiosos del Folklore. El folklorista, ahora, persigue y propone un modelo de comprensión -o interpretación- de la realidad enormemente cercano a nuestra propia experiencia. El Folklore que, como apunta Dundes, ha sido "creado, transmitido y degustado desde mucho antes que quien pretende analizarlo apareciera en la escena", es como una clase de "etnografía autobiográfica" y, también, un "espejo de cultura", de la propia cultura.
El folklorista es, en este marco, el poeta que entra en el espejo para saber más sobre la imagen que, fugazmente, en él se proyectaba, para indagar acerca de las fases y elementos de ese proceso creador. Poeta al revés que desanda los pasos de muchos poetas sin nombre y sin rostro, da, finalmente, "su" interpretación entre las diversas visiones de la realidad que fueron codificadas: en este rito o aquel poema; lee hoy una de las posibles interpretaciones cifradas en esa creación colectiva, pues es quien desinventa un arte que nunca estará escrito del todo, terminado del todo, ni podrá ser leído del principio al final.
Un arte con tantas caras como autores.
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