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LOS MAYOS A LAS MOZAS
DE HUERTAHERNANDO (Guadalajara)
Solo: Ya estamos a treinta
y en abril cumplido,
alegraos damas
que mayo ha venido.
Todos: Alegraos damas
que mayo ha venido.
Solo: Ha venido mayo,
bien venido sea,
bendiciendo trigos,
cebadas y avenas.
Todos: Bendiciendo trigos,
cebadas y avenas.
Solo: Esa es tu cabeza
tan rechiquitita
que en ella se forma
una margarita.
Todos: Que en ella se forma
una margarita.
Solo: Esa es tu frente
es campo de guerra
donde el Presidente
plantó su bandera.
Todos: Donde el Presidente
plantó su bandera.
Solo: Esos tus cabellos
Son dos trenzas de oro
donde yo me enredo
cuando me enamoro.
Todos: Donde yo me enredo
cuando me enamoro.
Solo: Esas Son tus cejas
un poquito arqueadas,
con arcos de cielo
están comparadas.
Todos: Con arcos de cielo
están comparadas.
Solo: Esos son tus ojos
Son dos luces claras
que con ellos ves
todo lo que pasa.
Todos: Que con ellos ves
todo lo que pasa.
Solo: Tu nariz aguda,
tu boca un piñón,
tu lengua dispara
cadenas de amor.
Todos: Tu lengua dispara
cadenas de amor.
Solo: Esa es tu boca
con sus dos carreras
de dientes pequeños
que parecen perlas.
Todos: De dientes pequeños
que parecen perlas.
Solo: Esa es tu garganta
tan clara y tan bella
que el agua que bebes
se clarea en ella.
Todos: Que el agua que bebes
se clarea en ella.
Solo: Esos son tus pechos
son dos fuentes claras,
donde yo bebiese
si tu me dejaras.
Todos: Donde yo bebiese
si tu me dejaras.
Solo: Tu cintura un junco
criado en el río,
todos van a verte,
jardín tan florido.
Todos: Todos van a verte,
jardín tan florido.
Solo: Ese es tu vientre,
es una arboleda
que a los nueve meses
cría fruta nueva.
Todos: Que a los nueve meses
cría fruta nueva.
Solo: Ya vamos llegando
a partes vedadas
donde yo no puedo
dar las señas claras.
Todos: Donde yo no puedo
dar las señas claras.
Solo: Esos son tus muslos
son de oro macizo,
donde se sostiene
todo el edificio.
Todos: Donde se sostiene
todo el edificio.
Solo: Esas tus rodillas
un poquito arqueadas,
con arcos de iglesia
están comparadas.
Todos: Con arcos de iglesia
están comparadas.
Solo: Zapatito blanco
y media encarnada,
pequeña es la chica
pero bien portada.
Todos: Pequeña es la chica
pero bien portada.
Solo: Ya te hemos cantado
todas tus facciones
ahora falta el mayo
que te las adore.
Todos: Ahora falta el mayo
que te las adore.
Solo: Si quieres saber María
el mayo que te ha caído
Prudencio tiene por nombre
y Abánades de apellido.
Estos mayos se cantaban la noche del día 30 de abril, una vez que se había realizado la subasta de las mozas (mayas). Dicha subasta consistía en hacer una relación con todas las mujeres solteras de Huertahernando, incluso las niñas recién nacidas. Posteriormente se hacía una papeleta con cada nombre. Se introducían en una urna y un encargado subastador iba sacando papeleta por papeleta, anunciando la puja inicial:
-Por esta moza dan cinco pesetas ¿Hay quien dé más?
Se daban casos en que varios mozos (mayos) interesados en una misma moza se picaban a ver quien subía más y adjudicársela.
Ese día, la maya tenía la obligación de bailar con el mozo que la hubiese logrado en la subasta, no pudiéndolo hacer con los otros mozos, a no ser que su mayo se lo concediese.
Después se ponía el "mayo", un pino de los mejores del monte, y acto seguido es cuando se iba a cantar a las mozas por todas las calles del pueblo.
En la actualidad se sigue poniendo el "mayo", pero son los casados que, con el dinero que obtienen por su venta, compran un cabrito para merendar juntos.
A la mañana siguiente salían los mozos acompañados por la música, de casa en casa de las mayas para pedirles alimentos que, generalmente, consistían en huevos, una docena o más, según la elevación de la puja en la subasta de la moza que hacía la donación.
Por la noche, con todo lo recogido, se hacía una cena conjunta de mayos y mayas.
No había Mayo de la Virgen.
Recopilador: J. Ramón López de los Mozos.
Localidad: Guadalajara.
Fecha: 15 de febrero de 1985.
Informante: Prudencio Abánades Rebollo, de 58 años, natural de Huertahernando (Guadalajara), que formó parte de la ronda.
CABECILLA DE AJOS
Hace muchos, muchos años que en un pequeño pueblo había ,una familia que era muy pobre. La familia se componía de la madre, el padre y un hijo que era tan pequeño, tan pequeño, que en vez de llamarle la gente por su nombre, todos le llamaban Cabecilla de Ajos, hasta que sus mismos padres dejaron de llamarle por su nombre y le llamaban como todo el pueblo; Cabecilla de Ajos. Tan pequeño era el niño, que no valía para nada; el niño sufría mucho porque veía que todos crecían y hacían cosas y él no hacía nada nunca.
El padre era labrador, así que se levantaba muy pronto, muy pronto, y se iba a cuidar las tierras y cultivarlas. Aquel día su padre no tenía comida, se la iba a llevar la madre, pero al llegar la hora dijo Cabecilla de Ajos a su madre: "Madre, hoy llevo yo la comida a mi padre. Déjame, madre, déjame; yo quiero hacer algo, porque si no me aburro mucho." La madre le dijo que no podía ser, que era muy pequeño y no podía ir por los caminos él solo, porque le podía pisar la gente, atropellarle algún rebaño de ovejas o pasarle otras muchas cosas. Entonces el niño, que era muy listo y quería trabajar, le dijo a su madre que a él le metiera en la oreja del burro, y la cesta con la comida la colocara en la alforja y la pusiera sobre el lomo del burro. De esta manera no le pasaría nada en el camino.
La madre quedó convencida al ver cómo su hijo Cabecilla de Ajos había discurrido la mejor forma de ser útil ayudando a sus padres. Entonces, la madre les puso la comida para los dos tal y como lo había dicho el niño; de esta manera iba Cabecilla de Ajos tan comento por el camino metido en la oreja del borriquillo contemplando el paisaje y a los pasajeros. Al cruzarse el burro con la gente, estos decían: "Anda, mira ese burro: va solo, sin el dueño, y lleva la alforja con la cesta de la comida." Y así se quedaron sorprendidos mirando al burro; pero Cabecilla de Ajos no chistaba, fue callado hasta llegar a la tierra donde su padre estaba arando.
El padre, al ver al burro que llegaba solo, se dio un susto creyendo que a su mujer le había pasado algo, pero pronto el susto aumentó al oir una voz que decía fuertemente una y otra vez: "Padre, padre." Entonces su padre, rápidamente, se dio cuenta que la voz salía de la oreja del burro; el padre fue deprisa a sacarle, pero antes le preguntó: "Hijo, ¿estás aquí?" "No; padre. Estoy en esta otra oreja del burro", dijo el niño. En seguida le sacó y le preguntó que cómo había hecho eso. El niño se lo contó todo tal y como fue.
Mientras su padre y él comían en el campo, comió el niño con mucho apetito, y estaba muy contento porque había hecho una cosa bien, y así ya le dejarían ir muchos días a llevar la comida a su padre.
Cuando ya habían comido, Cabecilla de Ajos le dijo a su padre: "Mira, padre, quiero que me dejes arar un rato con los bueyes." "Hijo mío, eso sí que no puede ser." "¿Por qué no puede ser?", decía el niño. "Pues, hijo, porque eres muy pequeño, y si el buey hace sus necesidades, te tapa." Pero el niño, acordándose de que anteriormente no le había pasado nada, le dijo a su padre: "Méteme en la oreja del buey y así verás cómo puedo arar y te ayudo. Mientras tanto tú descansas." Así lo hizo también el padre: le metió en la oreja y arreaba a los bueyes, y aró unos cuantos surcos hacia arriba y hacia abajo, hasta que se cansó. Le dijo al padre que se iba a casa, que le sacara de la oreja del buey y le metiera en la del burro. Así lo hizo el padre. Cabecilla de Ajos dijo adiós y se marchó otra vez él solo.
Cuando había andado la mitad del camino vio una banda de ladrones que se repartían el dinero que habían robado; estuvo escuchando un rato y les oyó todo lo que decían los ladrones, y al ver que tenían tanto dinero se salió de la oreja del burro, se subió a un árbol y nadie le vio por ser tan pequeño. Desde allí vio unos montones de dinero muy grandes, y decían los ladrones: "Esto para ti, esto para mí, esto para ti, esto para mí." Entonces, Cabecilla de Ajos dijo en voz alta: "¿y para mí?" Los ladrones, sorprendidos, se pusieron a mirar a su alrededor. Como no vieron nada, siguieron: "Esto para ti, esto para mí, esto para ti, esto para mí." Otra vez se oyó fuerte: "¿y para mí?" Ellos miraban, y al no ver a nadie se ponían a repartir otra vez. Al oir de nuevo la voz de "¿y para mí?", fue tal el miedo que les dio, que echaron a correr, dejando allí todos los montones de dinero que se repartían.
Cabecilla de Ajos se bajó del árbol, echó todo el dinero en las alforjas y hasta llenó la cesta en la que había llevado la comida. Se fue a su casa, que ya le estaba esperando su madre, preocupada.
Cuando llegó se lo contó todo a ella, y luego a su padre, y desde entonces fueron muy ricos y vivieron muy contentos y felices.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
Contado por Laura Domingo Guijarro.
Recopilado por Angelines de Diego Arranz. Fuentecén (Burgos).