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Don Ramón de la Cruz (1731-1794): Nacido y criado en el seno de una familia aristocrática, se sintió fuertemente atraído por el ambiente popular madrileño de aquella época y en él halló su fuente de inspiración para desarrollar sus aficiones literarias. Cultivó varios géneros literarios, pero al fin centró sus afanes en sus sainetes, que habían de darle gran fama.
Puede afirmarse, pues, que el sainete fue una creación de don Ramón de la Cruz. Como afirma el ilustre profesor de Literatura Alonso Cortés, "toda la sociedad popular de la época desfila por los sainetes (de don Ramón de la Cruz): majas, chisperos, abates, castañeras, lechuguinos, petimetres, payos, sacristanes, mondongueras, etc., y en trazos pintorescos reaparece el espectáculo de botillerías, bailes de candil, teatros caseros, saraos y otros mil lugares de la Corte".
He aquí los títulos más conocidos entre los innumerables sainetes que escribió don Ramón de la Cruz: Las majas vengativas, La presumida burlada, La pradera de San Isidro, los bandos del Avapiés, La maja majada, El muñuelo, La Casa de Tócame Roque, Las tertulias de Madrid, La petimetra en el tocador, La avaricia castigada, La devoción engañosa, Las bellas vecinas, El caballero del Chisme, El sordo y el confiado, Los baños inútiles, Las castañeras picadas... No se olvide que son unos cuatrocientos los sainetes que escribió don Ramón de la Cruz, todos ellos con un diálogo muy animado y lleno de gracejo.
Tuvo, ¿cómo no?, aquel gran sainetero autores que pretendieron imitarle, pero generalmente con muy poca fortuna. González del Castillo gaditano, imitó el estilo, si bien recogiendo costumbres andaluzas. Un siglo más tarde, aparecieron en Madrid algunos escritores de "sainetes madrileños", entre ellos, Narciso Serra, que había nacido en Madrid, donde tiene una calle que lleva su nombre, y que escribió ¡Don Tomás! y algunas comedias de capa y espada y de tema histórico, como La calle de la Montera, El reloj de San Plácido, El loco de la guardilla.
De don Ramón de la Cruz escribió el ilustre crítico literario y lingüista Eduardo Benot: "Goya nos retrata inmóviles los tipos populares que quiso inmortalizar. Don Ramón de la Cruz nos los presenta con movimiento y con lenguaje propio. Los sainetes de este ingenio felicísimo son fábulas de potente inventiva sobre espléndidos hechos de la vida real".
En realidad, don Ramón de la Cruz no tuvo continuador de su obra hasta los últimos años del siglo XIX y primeros del XX en que surgió en las letras españolas un auténtico sainetero: Carlos Arniches.
Carlos Arniches había nacido en Alicante, en el año 1866, pero vino a Madrid siendo aún muy niño. Un niño, por cierto, que en Madrid "vio transcurrir muchos días sin más aliento que el clásico café con media tostada", como ha escrito uno de sus biógrafos. Como sainetero, se le considera continuador de don Ramón de la Cruz y de Ricardo de la Vega en el sainete de puro ambiente madrileño. Carlos Arniches adquirió muy pronto popularidad y el afecto de los madrileños, porque su obra mostraba un gran ingenio, una indudable maestría teatral, una chispeante propensión al chiste y un acierto en llevar a la escena el popular costumbrismo madrileño. Arniches contribuyó en gran manera a propagar y aun a inventar muchas frases tópicas del habla popular madrileña.
El cultivo del género chico y los éxitos que alcanzaron sus muchísimos sainetes, le llevaron, como sin proponérselo, a ser uno de los libretistas de zarzuelas más populares y más celebrados por el público madrileño. Puede afirmarse que con él comienza un nuevo período de triunfos de la zarzuela, especialmente de la zarzuela cómica o asainetada. Alcanzó grandes éxitos con zarzuelas como El santo de la Isidra, El amigo Melquíades, Don Quintín el Amargao, Alma de Dios, El terrible Pérez, El pobre Valbuena..., algunas de ellas en colaboración con escritores de libros de zarzuela tan populares como Enrique García Alvarez. Sin olvidar títulos que alcanzaron tanta popularidad y éxito teatral como Los pícaros celos, Las estrellas, El puñao de rosas, la señorita de Trévelez, ¡Qué viene mi marido!, Es mi hombre, La diosa ríe, La sobrina del cura...
El puro sainete va dando paso a la zarzuela. Del género llamado chico va pasándose al llamado género grande.
La zarzuela vino a dar al sainete un mayor rango artístico, no sólo en su aspecto literario, sino sobre todo en el musical, pues ya es sabido que la zarzuela es una obra dramática y musical en la que no .solamente se declama, sino que se canta, de manera que la zarzuela se emparenta con el drama y la ópera, porque en ella la parte declamada alterna con la cantada. Mas no por pasar a la zarzuela, el género chico perdió su fondo popular. La zarzuela siguió siendo una obra teatral de carácter popular, tradicional, costumbrista, folklórico en suma.
Sin embargo, no es que la zarzuela naciera como una prolongación del sainete. La zarzuela española posee un origen más remoto. Como género teatral, tiene su origen nada menos que en las Eglogas de Juan del Enzina; en las Farsas de Lucas Fernández, y en los Autos de Gil Vicente. En España es considerada como la primera zarzuela representada La selva sin amor, de Lope de Vega, el autor de cuya música es desconocido. Se representó en el año 1629, en la casa de recreo que los reyes poseían en el Real Sitio de El Pardo, a la que se le conocía entonces por el nombre de La Zarzuela, y de ahí nació este nombre aplicado a este género teatral.
Posteriormente, se estrenó El jardín de Falerina, comedia mitológica de Calderón de la Barca, con música de Juan Hidalgo. Pero no faltan autores que afirman que uno de los famosos sainetes de don Ramón de la Cruz, La Briseida, con música de Rodríguez de Hita, fue la primera zarzuela conocida, y aun más tarde, el gran músico Boccherini, que vivió y murió en Madrid, había puesto música a otro libreto de don Ramón de la Cruz titulado Clementina.
En todo caso, lo cierto es que durante mucho tiempo compitieron en popularidad y en el favor del público madrileño el sainete y la zarzuela.
Grandes poetas, músicos y pintores nacieron en Madrid. Pero fueron también muchísimos los que habiendo nacido en otros lugares de España, sintieron la comenzón de venir a vivir en Madrid, sin duda atraídos por aquel encantador ambiente popular de majos y manolas, de chulapas y chulapones, de nobles y menestrales, de cortesanos y chisperos, que tan admirablemente eran reflejados en las obras teatrales de saineteros y músicos e interpretados sus personajes con tanto realismo por actores y actrices españoles.
Solamente a título de ejemplo -valiosísimos ejemplos-, traeré aquí el recuerdo somero de algunos triunfos zarzueleros en Madrid.
Barbieri: El maestro Francisco Asenjo Barbieri nació en Madrid, el año 1823. Su abuelo José Barbieri fue gerente del famoso Teatro de la Cruz, y en él vivió de niño el gran músico. Su zarzuela Jugar con fuego fue una de las primeras que se estrenaron en Madrid. Pero alcanzaron también gran fama sus zarzuelas Pan y toros, El barberillo de Lavapiés, Los diamantes de la corona, por citar algunas.
Chueca: Federico Chueca y Robles nació en la madrileñísima Plaza de la Villa y precisamente en la histórica Torre de los Lujanes, el año 1846. Siempre gustó de mezclarse con las clases populares y sus biógrafos le recuerdan jugando con frecuencia al cané o a las chapas con algún grupo de golfillos, con los que, dicen, era feliz, porque en ellos aprendía la jerga peculiar de aquellas gentes. La música de Chueca fue siempre entrañablemente madrileña y aun en las contadas ocasiones en que escribió la música de zarzuelas inspiradas en otras regiones españolas, como La alegría de la huerta, de ambiente murciano, la famosísima jota de aquella zarzuela rezuma aire madrileño.
Entre las muchísimas zarzuelas del maestro Chueca, recordaré, por citar algunas, La Gran Vía, Agua, azucarillos y aguardiente, El bateo, El año pasado por agua...
Tomás Bretón nació en Salamanca, el año 1850, pero fue un castizo autor de zarzuelas madrileñas. Cuando contaba apenas 14 años de edad vino a Madrid y se colocó como violinista, en el puesto de concertino, de la orquesta del Teatro Variedades. Se contagió de tal manera del ambiente de madrileñismo, que su música ha sido calificada como de honda raigambre madrileña. No hay más remedio que recordar aquí y ahora la música que Tomás Bretón puso a un saladísimo sainete de Ricardo de la Vega, titulado nada más y nada menos que La verbena de la Paloma, o el boticario y las chulapas y celos mal reprimidos.
Esta chispeante zarzuela se estrenó el 17 de febrero de 1894 en el casticismo Teatro Apolo, al que los madrileños llamaron desde entonces "la catedral del género chico", así como llamaban al Teatro de la Zarzuela "el templo de la zarzuela grande".
También la gente del pueblo
tiene su corazoncito,
y lágrimas en los ojos
y celos mal reprimidos.
¿Quién no recuerda estos apasionados versos de Ricardo de la Vega, cantados por el castizo "Julián" de La Verbena con música del maestro Bretón?
Tomás Bretón, el pequeño violinista salmantino, triunfaba entre los madrileños y se ganaba un puesto de honor en el escalafón de "madrileño fetén". Escribió Bretón también una ópera, La Dolores, y puso música a otras varias zarzuelas: El clavel rojo, El guardia de Corps, El Domingo de Ramos... Pero el maestro Bretón fue ya siempre para el pueblo madrileño "el autor de La verbena de la Paloma".
Chapí: Nació Ruperto Chapí en Villena (Alicante), en 1851, pero se trasladó a Madrid en 1867. En 1874 ganó una plaza de pensionado en la Academia Española de Bellas Artes en Roma con su ópera Las naves de Cortés, que fue estrenada en el Teatro Real de Madrid en el mismo año 1874. Pero muy pronto se dejó atraer por el casticismo de la música madrileña y puso música a zarzuelas que se hicieron tan populares y famosas como La Revoltosa, El tambor de Granaderos, El barquillero, La patria chica, El puñao de rosas, el rey que rabió, La bruja, Las bravías, esta última con libro de Carlos Fernández Shaw y López Silva, estrenada el 12 de diciembre de 1896, en el Teatro Apolo, estaba inspirada en La fierecilla domada del famoso autor inglés Shakespeare; pero el tono chulesco era evidentemente madrileño:
Pero ven aquí, frazmento
de gloria, ¿por qué te quejas?,
si eres el ser femenino
más feliz que hay en la tierra.
¿No te envidian
hasta las propias duquesas
cuando al compás de un chotise,
de un vals o de una habanera
nos ven hacer feligranas.
con el cuerpo en las verbenas?
Amadeo Vives, catalán de nacimiento, pero también, como Chapí, ganado para el quehacer musical de la zarzuela por el ambiente sainetero y zarzuelero, chico y grande, que se vivía en aquel Madrid de finales del siglo XIX. A caballo entre ambos siglos, Amadeo Vives cerró un siglo y abrió otro, siempre con grandes éxitos artísticos tan representativos de lo mejor del folklore madrileño. Si el éxito alcanzado por Don Lucas del Cigarral, zarzuela que Vives estrenó en el año 1899, cierra un siglo de éxitos zarzueleros como el XIX, el estreno de Bohemios, también de Vives, en el año 1904, abre un nuevo siglo que conocerá la consagración definitiva de quien habla de dar muchos días de gloria a la zarzuela madrileña y española.
Amadeo Vives puso música a más de noventa zarzuelas, entre ellas, La generala, caricatura de la ópera vienesa, estrenada en 1912; Maruxa, en 1914; La villana, en 1927. Pero la zarzuela que yo diría, si vale la expresión, más de Vives, fue sin duda Doña Francisquita, en la que se vio más claramente cómo el ambiente zarzuelero que se respiraba en Madrid por aquel tiempo había calado en el gran músico catalán. Se ha dicho que Amadeo Vives mostró deseos de escribir una zarzuela de ambiente propiamente madrileño. Hernández Girbal, que ha escrito la biografía de Amadeo Vives más completa y mejor documentada, cuenta así la anécdota del nacimiento de Doña Francisquita.
"Vives llamó a dos jóvenes autores: Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw, puso en sus manos un breve librito: La discreta enamorada, de Lope, y les dijo:
-En estas páginas hay una zarzuela deliciosa. Como está. Las dos primeras escenas son ya música. ¿Se atreven ustedes a hacer el libreto?
-¡Pues claro! -contestaron.
-Nadie como Lope -les explicó Vives-,ha captado el ambiente de Madrid. Fenisa personifica la listeza, la oportunidad, la simpatía y el ingenio innatos en la mujer madrileña. Y no son de ahora, sino de siempre"
Así nació la popularísima zarzuela, Doña Francisquita, que se estrenó en el Teatro Apolo el 17 de octubre de 1923. En ella, el ya famoso compositor supo captar el ambiente de Madrid y los caracteres humanos que adornan la personalidad de la mujer madrileña, tal como los había prefigurado el genial madrileño Lope de Vega.
Todo el garbo y el salero de las manolas tienen su más vibrante expresión en el famosísimo pasacalle Soy madrileña, y no digamos en la majeza de
Aurorilla la Beltrana,
soberana del bolero,
ni se rinde por zalemas
ni se vende por dinero.
Pero donde vibra la melodía de más alto vuelo lírico es en aquel
canto alegre de la juventud,
que es alma del viejo Madrid.
Es una gozosa confesión de cómo en la alegre juventud madrileña de hoy surge la estampa del Madrid de ayer.
Federico Moreno Torroba nació en Madrid el año 1891. Es el otro gran campeón del género lírico junto a Amadeo Vives, ambos destacadísimos en la zarzuela de ambiente madrileño. Moreno Torroba alcanzó su mayor éxito con Luisa Fernanda. Junto al acierto en el tono del casticismo madrileño, consiguió una cabal pintura de la época y un lenguaje y un tono madrileñísimo en sus personajes. Muchísimos números musicales son todavía recordados gozosamente por el público.
"A San Antonio, como es un Santo casamentero"... "Caballero del alto plumero"... "¡Ay mi morena, morena clara!"... "Cuánto tiempo sin verte, Luisa Fernanda"...
En 1934, Moreno Torroba estrenó La Chulapona, también en el Teatro Calderón y con los mismos libretistas de Luisa Fernanda. En un ambiente muy madrileño, dos chulapas rivalizan en la disputa por el amor de un castizo acostumbrado a suscitar este género de rivalidades. Moreno Torroba escribió una partitura en su conocida línea de gracia y garbo populares del Madrid de la época.
Otras zarzuelas de éxito de Moreno Torroba fueron: La Caramba, Maravilla, La ilustre moza, El cantar del organillo, Una noche en Aravaca, Las matadoras...
Podría continuar la referencia de músicos tan celebrados en el cultivo de la zarzuela grande como Serrano, Luna, Usandizaga, Guridi, Lleó, Penella, Millán, Díaz Giles, Francisco Alonso, Jacinto Guerrero, Sorozábal y muchos más, así como de la copiosísima producción sainetera y zarzuelera del llamado género chico que representa ese sabrosísimo repertorio de música, de letra, de ingenio, de gracia, que compone lo mejor de un auténtico folklore madrileño, pero daría a este modestísimo trabaja una excesiva extensión.