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INTRODUCCIÓN
En el año 1729 el tantas veces citado Diccionario de Autoridades definía la cencerrada como algo que "en los lugares cortos, suelen los mozos las noches de días festivos andar haciendo este ruido por las calles y también quando hai bodas de viejos o viudos, lo que llaman Noche de Cencerrada, Dar Cencerrada, Ir a la Cencerrada". Al igual que hoy, la manifestación adquiría un doble sentido: carácter festivo asimilado a fechas determinadas del calendario profano-religioso (San Sebastián, San Blas, Carnavales o San Juan) y censura comunitaria contra los infractores de las normas o leyes consuetudinarias.
Es el segundo de los aspectos de la antedicha definición, al que voy a referirme en este trabajo, ya que éste presenta unas especiales connotaciones y una gran vigencia en la zona norte de la provincia de Cáceres, concretamente en el área comprendida en el antiguo partido judicial de Granadilla, donde he tenido la oportunidad de realizar mis investigaciones. Comprende su espacio una superficie aproximada de 400 kilómetros cuadrados, a ambas márgenes del curso del río Alagón, contabilizando una treintena de núcleos. Entre éstos se pueden citar los siguientes: Abadía, Ahigal, Aldeanueva del Camino, Casar de Palomero, Cerezo, Granja, Guijo de Granadilla, Hervás, Mohedas, Palomero, Pesga, Santibáñez el Bajo, Zarza de Granadina, Caminomorisco, Pinofranqueado y Nuñomoral.
Antes de adentrarnos en el tema conviene que nos hagamos una pregunta: ¿Qué es la cencerrada? El Diccionario de Autoridades la define someramente. Más explícito es el Diccionario de Ayala, fechado en 1693. Su autor escribe: "En el reyno de Valencia, quando un viejo se casa con una niña o un moço con una vieja, o dos sumamente viejos, o alguna, aunque no sea muy anciana, ha tenido muchos maridos y se casa tercera o quarta vez, la gente popular acostumbra darles chascos la noche de boda, haziendo ruido con sartenes y hierros viejos o cencerros, de donde tomó el nombre y a esto llaman cencerrada. También se usa en Francia y lo llaman charivari...".
Cuanto se señala para Valencia es común a toda la geografía peninsular. Sin embargo, notamos la ausencia de algunos motivos que aún hoy son causa de cencerrada en esta comarca y que posiblemente, en un pasado más o menos lejano, estarían difundidos por todo el país.
Parece que efectivamente el vocablo cencerrada deriva de la voz cencerro, ya que éste es desde antiguo el instrumento más usado en el concierto. Mas no es el único nombre conocido. En un repaso por las distintas regiones nos encontraremos distintas denominaciones para la misma práctica. Casi siempre la nominación proviene del instrumental más destacado en la orquestación, aunque no falten los alusivos al propio carácter que toma la manifestación. Veamos algunos ejemplos:
País vasco: charivari, zintzarrots y toberak.
Galicia: chocallada, encerrallada, cornetada, toa, cencerrellada y sarrallo.
Asturias: chocallada, choca, chueca, cencerrada, lloquerada, turga y pandorga.
Cataluña: esquellot, esquellatada y esquellotada.
Aragón: esquilada.
Castilla y León: cencerrada, murga, matraca y chasco.
Extremadura: cencerrá, campanillá, murga, matraca, esquilá, correr los campanillos, dolón-dolón, carantoñá y ronda del cuerno.
Fuera de España la lista es muy amplia. Estos son los nombres que la cencerrada recibe en algunos países representativos:
Portugal: pandeirada, latada, assuada, chocalhada, troça, cortiçada, ronda y festa dos cornos.
Italia: scampanata, chiassata y chiasso.
Francia: chirivari.
Alemania: katzenmusik y schellenklingel.
Inglaterra: chirivari y rong music.
También en América encontramos el vocablo schivaree.
En la comarca media del río Alagón el nombre más usualmente empleado para definir la cencerrada es el correr los campanillos, siguiendo a mayor distancia los de matraca, murga y campanillá. Cuando a la cencerrada propiamente dicha se le añaden efectos teatrales o dramáticos se la denomina indistintamente ronda del cuerno o carantoñá. Campanillo es sinónimo de cencerro en toda Extremadura y a él se refieren algunos dichos populares que relacionan sus centros de producción con el acto de la cencerrada: Por falta de campanillos no la dieron en Montehermoso; En Burguillos, campanillos para dar campanillás; Campanillos, campanillos, / sí que hay muchos campanillos, / pero para la campanillá / que sean de Torrejoncillo.
A los campanillos acompañan en el partido de Granadilla otros instrumentos sonoros no menos interesantes: esquilas, botes con piedras, pitos, carracas, cuernos, matracas, tambores, trompetas, sartenes, calderos, hierros, tapaderas, cucharas jarreñas, cañas hendidas e, incluso, bocinas.
Al contrario de lo que ocurre en otras regiones, donde las cencerradas parece que dejaron de llevarse a efecto en el primer tercio de siglo, aquí siguen constituyendo una manifestación popular que sale a relucir en el momento menos esperado. En los últimos diez años he sido testigo ocular de cuatro cencerradas, dos en Torrejoncillo y dos en Ahigal. En las primeras participaron no menos de trescientas personas. Al lado de los jóvenes acudieron personas casadas de ambos sexos. Se censuraba el arrejuntamiento de una viuda de mediana edad y de un solterón. La última agarada de Ahigal reunió a unos cien jóvenes. Famosa fue hace un par de años, por cuanto que de ella se hizo eco la prensa nacional, la campanillá de Galisteo, pueblo próximo al área de mi estudio, que aún arrastra secuelas de tipo judicial.
La principal opositora de la cencerrada ha sido la legislación. Desde hace siglos las condenas han llovido contra estas genuinas censuras populares. La primera que deja la huella de su prohibición es la Iglesia, allá por el siglo XIII. El Concilio de Turín, en 1455, decreta la excomunión para los que participen en las cencerradas. Las normas emanadas de este concilio van a servir de base para la redacción de numerosas leyes diocesanas que se emiten con el mismo espíritu. Así ocurre en Portugal, en España y en otros países mediterráneos.
Hasta el siglo XVIII la legislación eclesiástica no cesa de condenar con excomunión a los que defienden a su manera la moral pública. Ejemplos sobran. En 1751 gira su visita pastoral el obispo de Palencia a Medina de Ríoseco y, tras condenar varios actos vejatorios, prohibe también el estilo de los chascos: que es cuando se quieren casar dos, que así la mujer como el hombre son viudos, o cuando un viudo se casa con soltera que nunca se ha casado, o cuando una viuda se casa con un hombre que nunca se casó. Por lo cual manda S. I. a los curas tenientes, bajo la pena de suspensión de su oficio por seis meses, que siendo informados de la persona o personas que transgredieren esta prohibición, luego al punto pongan cartel a la puerta de la iglesia de donde fueren feligreses, declarándolos por públicos excomulgados. Seis años antes el obispo de Teruel había cambiado la excomunión por penitencia pública, aunque parece ser que con nulos resultados. Condenaba el prelado turolense a oír Missa Mayor en medio de ella (la iglesia) a vista de todos, sin capa ni sombrero o montera y con una vela amarilla en la mano. A fines del siglo XIX, según el folklorista Vicente Moreno Rubio, el clero seguía poniendo cortapisas a la práctica de la cencerrada en la provincia de Cáceres, pues no faltaban ocasiones en las que las ruidosas serenatas iban dirigidas contra los sacerdotes. En 1892 el cura de Ahigal condenaba a dos vecinos que habían corrido los campanillos a cuatro duros de multa. Con tal dinero se le compró un estandarte nuevo a la Cofradía del Rosario.
Es posible que las leyes eclesiásticas inspiraran algunas normas civiles condenatorias de las cencerradas, que empiezan a ser frecuentes a partir del siglo XVIII. La ley LIX recogida en los Cuadernos de leyes de las Cortes de Navarra de los años 1724 a 1726 impone a los que intervengan en éstas una multa de cincuenta ducados y un mes de cárcel. En caso de reincidencia la condena será de azotes y destierro. Las mismas Cortes volverán sobre el tema en 1743, 1744, 1780 y 1781, lo que ponen de manifiesto el poco éxito alcanzado. En 1757 las Ordenanzas Municipales de Túy fijan la pena en cien azotes y destierro de la ciudad por un año. Carlos III deja la sanción en.cuatro años de presidio y multa de cien ducados. El Código Penal de 1870 impone multas de cinco a veinticinco pesetas y la reprensión consiguiente. En el siglo XX las cencerradas siguen siendo objeto de prohibición. El código anterior servirá de base al Código Penal Español de 1944, como a sus posteriores revisiones y modificaciones de 1963 y de 1968. Su artículo 570 castiga con multas de 25 a 1.000 pesetas y represión privada...(a) los que promovieren o tomaren parte en cencerradas u otras reuniones tumultuosas.
Está claro que estas leyes civiles y eclesiásticas nunca se aplicaron con rigidez, no siendo la única causa de la disminución del número de cencerradas. Hay que señalar que las autoridades locales, sobre todo en los núcleos rurales, solían ser conocedores del día, de la hora y de la calle en la que la cencerrada tendría lugar. Hubo casos en los que las autoridades participaron en la juerga o la promovieron. Se dice que un alcalde de Zarza de Granadilla, hacia 1890, cuando tenía conocimiento de algún hecho merecedor de cencerrada echaba el siguiente bando: He teniu sabienda de que los campanillus van a jacel tolón una nochi d'éstas y que los japerus de la cocina van a tamborileal y que la volandera va a jacel cri, cri, cri. Allá ca unu, porqui en el ayuntamientu no queremus sabel na. Lógicamente el bando animaba al pueblo y el puritano alcalde conseguía de una manera solapada que la censura contra los inmorales reuniera al máximo posible de personas.
En 1922 una joven de Ahigal, de vida un tanto alegre, se presentó al juez a denunciar una cencerrada contra su persona: Señol jué, qu'es c'anochi m'han corríu los campanillus. Pos mira, vaíti pa casa y ancierra los campanillus en el chiveru y daíli pa mojal el gualguero, no vayan a salilsi a esparigilsi otra vé. No te s'olví encerrailus bien, c'antovía no los han oyíu pal Guiju, fue la lógica respuesta del juez de paz. Efectivamente, el atraerse a los rondadores y engatusarlos con vino ha sido más positivo que enfrentarse a ellos.
En la zona objeto de mi investigación son numerosos y variados los motivos por los que se celebran cencerradas. Estos son los que he constatado: casamiento de viudos; casamientos de viejos y de viejo con joven; casamientos anormales; malos tratos dentro del matrimonio y separación de éste; relaciones anormales; arrejuntamientos; oposición a la comunidad y el no pagar el piso. A cada uno de estos apartados me referiré por separado.
1.-CASAMIENTOS DE VIUDOS.
El hecho de que siempre en el mundo cristiano se haya considerado al matrimonio como sagrado e indisoluble ha sido causa más que suficiente para que, ya desde los primeros siglos, se creara un ambiente de animadversión a las segundas nupcias, lo que serviría para potenciar una práctica que considero prerromana.
San Pablo no parece muy partidario de los matrimonios de viudos; la mujer está ligada durante el tiempo que vive su marido; pero si el marido muere, queda libre para casarse con quien quiera, aunque sólo en el Señor. Con todo, será más feliz, según mi consejo, si permanece como está... San Ignacio de Antioquía (siglos I-II) no difiere gran cosa en su pensamiento. Hermes (siglo III) parece más complaciente respecto a las segundas nupcias, al contrario de Atenágoras (siglo II) y de Tertuliano (siglo III). Para el primero de éstos el casamiento de los viudos es un decente adulterio. Tertuliano, por su parte, arremete con más energía y califica estos enlaces de especie de inmoralidad. Podrían aumentarse las citas que inciden en los mismos términos.
Pero no sólo son los Padres de la Iglesia. También las comedias griegas ironizan las segundas nupcias y los matrimonios fuera del contexto lógico de la época. Las fuentes antiguas dan pie a pensar en esta misma oposición entre los hispanos. Dice Enrique Casas Gaspar que los iberos no acompañaban en la carroza a la esposa en las segundas nupcias; lo hacía en representación un amigo que desviaba de su representado el maleficio de la viuda.
Con el tiempo la postura de la Iglesia se hizo más flexible y acabó aceptando claramente los segundos casamientos. No obstante, surgirán contradicciones, hasta el extremo de que algunos sínodos redactarán normas opuestas al sentir general de la Iglesia. Este es el caso del Concilio de Salamanca, celebrado en 1335, que en el Decreto número nueve arremete contra los enlaces de los viudos. Posiblemente la norma del concilio salmantino ejerció su influencia en zonas de Castilla, León y norte de Extremadura, donde está el área que estudiamos, y ello indirectamente serviría para potenciar la cencerrada, no siempre mal vista por la jerarquía eclesiástica en una región en la que todavía la costumbre permanece viva.
El pueblo habla y se define opositor a estos matrimonios. La paremiología, los dichos, las canciones, etcétera, confirman esta aversión en la mayor parte de los habitantes del valle medio del río Alagón. En los refranes la viuda sale malparada, creándole una fama que la obliga a permanecer en su estado y aleja a los posibles pretendientes. Los ejemplos abundan: A la viuda y a la guitarra, el que no las toca la agarra; la viuda y los mantecaos buenos son pa sobarlos; la viuda rica con un ojo llora y con el otro repica; viuda y casamentera, que la coja el que la quiera; si encuentro una viuda decente le doy con un tranco en la frente, pero como no la he encontrao, aquí tengo el tranco oxidao.
Algunos dichos son elocuentes en cuanto al mismo sentir: De casá no parió y con el maríu defuntu ajuntó una piara; Tieni más componenda que la virgo de la viuda; Al morilsi el Tomasu le diju a la su mujel: Si t'arrebujas con otru, güelvu. Y al desotru día resucitó. También las canciones y coplas reflejan el parecer unánime, habiendo pequeñas variantes de las que cantan los hombres a las que entonan las mujeres. Entre las recogidas en la comarca destaco las siguientes:
-No te cases con un viudo,
manque te lleve de fiesta,
que aluegu pregona a voces
que mejor la otra que ésta.
-Me casé con una viuda
porque decían que era rica;
como la rica era ella,
ella es la que administra.
-No me quieru casal contigu,
ni quieru llevalti al güertu,
que no quiero metel el jopu
andi ya te lo metió el muertu.
El tema de la madrastra con malos instintos está muy popularizado en el norte de Cáceres, lo que induce a los hijos, y esto más comúnmente de lo que se cree, a aconsejar a sus padres que no contraigan nuevas nupcias. Y casi siempre los padres viudos obedecen estos consejos filiales. Por otro lado, existe la creencia sobre lo nefasto que resulta el casarse con una viuda que hubiera echado el guipo el día que enterraron a su marido y, según opinión muy extendida en este área, las viudas suelen observar a su perindolu en los mismos funerales del consorte.
La viuda en abstracto, que no el viudo, es objeto de chanzas respecto a una sexualidad sin escrúpulos. Sólo cuando sus dotes personales le fallan se hacen iniciadoras del despiste moral de las que con ellas conviven. Son especie de trotaconventos del mundo rural altoextremeño. Al primer punto se refieren algunos cantares que, con pequeñas variantes, he escuchado en distintos pueblos de la comarca:
A toas las viudas le pica,
y no le pica la narí;
a toas las viudas le pica
la punta de la perdí;
la perdí, la perdí,
que a toas las viudas le rascan
andi yo te rasco a ti.
En cuanto al carácter celestinesco de las viudas y sus iniciaciones a las que viven a su vera podemos verlo reflejado en bastantes cancioncillas populares, de las que copio una como botón de muestra:
La viudina del Legíu
y la su hija la soltera
me jacin sitiu en la cama
pa que les quiti las penas.
Hay un caso en el que una soltera queda asimilada al rol de la viuda. Tal sucede cuando el novio desaparece o muere poco tiempo antes de celebrarse la boda, cosa bastante frecuente en el primer tercio de siglo. En la cuenca del Alagón, no mucho después del drama, los mozos recordaban el suceso con una cierta ironia:
-Pa vistil santu has queáu
y Santu m'he de llamal;
si vistil santu no sabis
a Santu sabrás esnual.
-El muertu era el mi primu,
peru el primu se murió.
Qu'el muertu se casi contigu,
qu'el muertu fu'el que te jodió.
Fácilmente se puede ver que todo lo anterior es un mecanismo de defensa cuya finalidad es impedir las segundas nupcias. Ni que decir tiene que estas criticas muchas veces fueron suficientes para que los hipotéticos pretendientes desistieran de su empeño enamoradizo hacía el viudo o viuda. Sólo cuando la critica no era disuasoria el pueblo se veía obligado a echar mano de la correspondiente cencerrada.
Los casamientos de viudos responden a varias combinaciones posibles: boda de viudo y viuda; boda de viudo y soltera; y boda de soltero y viuda.
Como tónica general estas celebraciones matrimoniales entre viudos suelen hacerse en el máximo secreto, lo que no impide que los mozos se enteren del acontecimiento con tiempo suficiente para desempolvar los instrumentos sonoros que se tienen guardados para tales ocasiones. A veces son los propios allegados de los contrayentes los que difunden la noticia, tomando entonces la cencerrada un aspecto de diversión conjunta más que de oposición. Casos se han dado en los que los novios invitaron a vino, magra y chorizos a cuantos participaron en la algarada, aunque esto dista mucho de ser un comportamiento generalizado. Una nota a destacar en estos casamientos es que siempre se celebran por la noche, siendo los contrayentes acompañados exclusivamente por los arrimaus. Casi nunca el enlace es seguido de convite.
El tiempo que dura la cencerrada varia de unos lugares a otros. En los concejos de Pinofranqueado y Caminomorisco éstas comenzaban cuando se leían las primeras amonestaciones y terminaban la misma noche de la boda. Más al sur se iniciaban la semana anterior al enlace y duraban hasta una semana después. En Guijo de Granadilla, Santa Cruz de Paniagua, Palomero, Cerezo y Ahigal la cencerrada empezaba la misma noche de los desposorios y su terminación dependía de las circunstancias. Las últimas cencerradas que se han dado por estos motivos sólo duraron la noche del casamiento.
En Ahigal preparaba todo lo concerniente a correr los campanillos un grupo de mozos, que solía avisar al resto de los solteros mediante un curioso mecanismo. Apostados de dos en dos en las esquinas se coreaban unos versos, contestando una pareja a la otra e intercalando ruidos entre preguntas y respuestas:
-¿A qué tocan?
-A boa, a boa, a boa.
-¿A qué tocan?
-A correl los campanillos.
-Pos esperal,
que allá van los monacillos.
De esta manera los que aún no estaban en la ronda salían de sus casas para unirse a ésta y comenzar la cencerrada. Normalmente, aunque dependía del talante de los novios, se iba a casa de éstos y se les aconsejaba montar en los dos peores burros del pueblo. De esta guisa los llevaban hasta la iglesia, siempre rodeados de la desafinada orquestina que no paraba un instante. En los llanos del trayecto detenían a los jumentos para incensar a los contrayentes con un zajumeriu de sustancias malolientes e insospechadas (pelo, suelas, goma, pimienta...). A la salida de la iglesia, a la que ya habían acudido muchas personas que no asistieron a la primera parte, el nuevo matrimonio era recostado sobre unas esparijuelas y transportado por los mozos hasta la casa en que iba a vivir. En el trayecto no cesaban de tocar los cencerros y un grupo de personas salmodiaba cantos fúnebres, como si de un entierro se tratara.
Pero no siempre quienes se casaban por segunda vez colaboraron con los que de esta forma censuraban su enlace. En estos casos los mozos se disfrazaban de cura, de sacristán y de padrinos, al tiempo que fabricaban dos muñecos que representaban a los novios, y actuaban como si de una boda de viudos se tratara. Montaban a los peleles en sus respectivos asnos, los incensaban y, en una plazuela, el que hacía de cura echaba un sermón cargado de ironía hacia los novios. En él reprendía a los novios por olvidar a sus respectivos cónyuges difuntos y condenaba a ambos "pol la bobá de querelsi casal a lo joguera del infiernu". Los dos muñecos acababan quemados.
En Cerezo cuentan de un enfrentamiento de los que corrían los campanillos con la familia de la novia, una bella soltera que se casaba con un viudo. Fue en los primeros años de siglo. A la semana justa de la gresca, los mozos organizaron un entierro nocturno en la misma calle a la que se había ido a vivir el matrimonio. No faltaron ni los campanillos, ni las velas, ni el incensario, ni el cura, ni el sacristán, ni el acompañamiento. Y, por supuesto, también había muerto. Era éste un muñeco de paja que representaba al marido. Antes de que fuera incinerado la comitiva lo paseó por el pueblo, dedicando al difunto estrofas como éstas:
De vieju se casó el Fidel
con una bruja mujel,
y los amigus le dicíamus:
Fidelón, Fidel,
qu'esu no puedi sel.
Por la noche jacía fríu
y s'ajuntó a la mujel;
a la semana fue asina:
Fidelón, Fidel,
que nama tenía que güesos y piel.
El meicu le recetaba
que na de na de joel,
melecina que no cataba:
Fidelón, Fidel,
muertu hoy y vivu ayel.
El probi Fidel ya s'ha muertu
y lo llevamus a enterral.
Qu'el que quiera toqui a muertu
con esta carantoñá.
2.-CASAMIENTOS DE VIEJOS.
Hay que incluir en este apartado las bodas entre viejo y vieja, así como los matrimonios llevados a cabo por cualquiera de ellos con una soltera o con un soltero.
En los pueblos del partido de Granadilla no se aconsejan esta clase de emparejamientos. En Mohedas hay un dicho sumamente explícito: La carni de vieja es badana; si la tocas se rompi y si no la tocas, ¿pa qué la quieris? Un refrán muy popular en toda la zona dice que casar a moza con viejo no es buen consejo, y casar a mozo con vieja ni es consejo ni conseja. En La Pesga ironizan a la vieja que va a contraer matrimonio con la siguiente frase: Por aburacá no la quisun y con el buracu ahora laciu repica a gloria. En Santibáñez el Bajo y en Ahigal los entendidos asesoran a los incautos: No te arrimis a vieja soltera ni a laguna con sanguijuelas. En Hervás, cuando un viejo y una vieja entablan relaciones, otra frase sale a relucir: Bien s'arrebuja la que unus dejarun con el que otras no quisieron. También hay cancioncillas que dibujan esta oposición, como la siguiente, muy conocida en la zona:
Yo me casé con un vieju
para bebel chocolati,
y, ¡válgame Dio del cielu!,
qu'el molinillu no bati.
El pasado invierno escuchaba una conversación relativa a un matrimonio de dos ancianos, del que se había hecho eco la prensa. Una mujer, mirando detenidamente la foto que venía en la revista, exclamó: ¡Pobrecitus! ¿Pa qué se quedrán casal a esa edad? Si serán esmerilis (estériles) y no podrán jacel vida marítima (marital). Y es que en Extremadura sigue considerándose que la única misión del matrimonio es la de procrear y, por lo tanto, los enlaces que de antemano se suponen como incapaces para lograr tal fin están carentes de sentido, no siendo bien vistos.
El pueblo manifiesta su aversión a estas nupcias también con la cencerrada. Los campanillos se corrían en el instante en que los novios salían camino de la iglesia y no cesaban en toda la noche, ya que por la noche se celebraban estas bodas. El aviso para la cencerrada era el mismo que ya se vio en el caso de los viudos. Normalmente los que corrían los campanillos no se encontraban con la oposición formal de los contrayentes. Estos solían invitar avino en un intento de librarse de las chanzas que seguían a la ceremonia religiosa, como eran el uncir al yugo a los recién casados y hacerles tirar del arado, así como montarlos en un carro y pasearlos por las calles del pueblo al ritmo de los campanillos.
Sin embargo, esta buena armonía de la cencerrada puede romperse si, pasado un tiempo, sucede lo anormal, es decir, que la joven casada con un viejo espere descendencia. En los pueblos se duda entonces de la paternidad del marido y el nacimiento del niño es saludado con una sonora campanillá. A veces a los ruidos se unen cantos explicativos, como el siguiente:
La Juana parió un muchachu,
lavín, lavín, lavaina;
la Juana parió un muchachu
sin jacel-li na el maríu.
La Juana parió un muchachu,
lavín, lavín, lavaina;
la Juana parió un muchachu
con la ayúa de un jabíu.
Este tipo de cencerrada la encontramos en Extremadura con un carácter casi rayano a la irreverencia. En la Nochebuena de Guijo de Santa Bárbara los mozos corren los campanillos para rememorar cada año el parto de la Virgen, esposa del muy senil San José. En Villagarcía de la Torre los tambores comienzan a atronar las noches el día 16 de diciembre y no cesan hasta la noche del 24. Dicen en el pueblo que la serenata tiene como objeto festejar los nueve meses de la preñez de la Virgen. En ambos casos la Iglesia asimiló el festejo y lo que era cencerrada se convirtió en glorificación.
3.-"ARREJUNTAMIENTOS".
En este apartado nos referimos a una doble modalidad o componenda, ya que la palabra arrejunlamiento se emplea para designar la situación de dos personas que hacen vida marital avista de todos sin estar casadas entre sí, como a la situación de aquellas otras que mantienen contactos íntimos de manera oculta o semioculta. En ello son posibles varias combinaciones: arrejuntamientos de casados; de casada con soltero; de casado con soltera; de viudos entre sí o con personas de otro estado; y de soltero con soltera.
En estos casos el correr los campanillos adquiere unas características especiales. Raras son las personas que no sepan de algunas de estas cencerradas en las que la tragedia rondó la noche. La manifestación se prepara con enorme cautela para evitar que la organización de la misma llegue a oídos de los amancebados. Se fija la noche conveniente, se estudia la estrategia de cada uno de los participantes y, en un momento dado, los ruidos comienzan a oírse desde todas las esquinas.
Hacia 1920 tuvo lugar en Ahigal una sonora cencerrada. Los arrejuntaos y la Guardia Civil se habían enterado que en aquella noche se corrían los campanillos y se propusieron que ello no fuera posible. En un momento dado todo el pueblo se llenó de un ruido ensordecedor. Más de cincuenta perros corrían por las calles arrastrando toda clase de latas y pucheros que se les habían atado al rabo y a las patas. La correría de los animales duró hasta el amanecer.
En relación con los arrejunlamientos se encuentra lo que en el partido de Granadilla se conoce como reguero de paja. Con el máximo secreto y amparado siempre en la oscuridad de la noche se hace con paja un camino entre la casa del hombre y la casa de la mujer que mantienen estas relaciones censurables para el pueblo. Si sopla el viento la paja es humedecida para que no se vuele. Por la mañana estas relaciones secretas se convierten en la noticia más importante para la comunidad, que gusta disfrutar de sensaciones fuertes que rompan la diaria monotonía.
En ocasiones el reguero de paja fue utilizado como venganza personal o por otros motivos, sin que hubiera razón de índole amorosa. Contribuye a ello el que sólo sea una persona la que lo realiza, con lo que el secreto de quién fue está asegurado. Muy comentado llegó a ser el reguero que hace años unió la casa parroquial de Horcajo de Hurdes con la de una mozuela de la alquería. Ello motivó que el cura abandonara la parroquia y el concejo, aunque se demostrara que todo se debía a una falsedad.
El reguero de paja es el aviso previo de toda cencerrada y tras aquél ésta no tarda en producirse.
4.-CASAMIENTOS ANORMALES.
Dos de los apartados anteriores, el referente a los matrimonios de viudos y de viejos, participan de esta calificación. Pero existen otros muchos casos a los que se considera como casamientos anormales en la comarca de Granadilla y que aún eran objeto de cencerradas en el primer tercio de siglo. Entre éstos cabe citar las uniones en las que uno de los novios era tonto y los llamados matrimonios de interés. En el último caso sólo se aceptaba la anormalidad cuando alguno de los contrayentes había dejado a un pretendiente anterior por imposición de los padres. Sin embargo, la cencerrada únicamente acaecía cuando el abandonado era un mozo. Sus amigos harían causa común y organizaban el tumulto.
Los campanillos se corrían en el instante en que era conocida la imposición paterna y no cesaban hasta después de la boda, razón por la cual estos casamientos iban envueltos en un halo de misterio en cuanto a la hora y el día de la celebración, habiendo ocasiones en las que se celebraron fuera del lugar de residencia de los contrayentes. Pero no eran los ruidos lo peor, sino los cantos y las coplas que los mozos entonaban explicando las razones que habían movido a los padres a tomar aquella determinación contra la voluntad de la hija. Al mismo tiempo se salmodiaban conocidos romances referentes al fin trágico de algunas jóvenes que habían sido casadas contra su deseo. No faltaban tampoco las conocidas pitañas, es decir, la relación de secretos familiares que recitaban en pareado varios mozos que fingían la voz para no ser reconocidos. El Informe de Arias Antonio Mon y Velarde, del siglo XVIII, ya señala esta costumbre generalizada en toda la provincia de Cáceres e indica que es origen de grandes quimeras en sus pueblos. En más de una ocasión el autoritarismo de los padres cedió ante el miedo a la cencerrada y a que se pusieran al descubierto sus intimidades.
El otro casamiento ha encontrado también una cierta oposición en los pueblos de la Alta Extremadura que he estudiado, habiendo tenido noticias de que en alguna ocasión hubieran de sufrir la lata de la cencerrada.
Ya he señalado más arriba que el fin del matrimonio en esta comarca es la procreación. No obstante, a los tontos se les ha supuesto desde siempre incapaces para esta función fisiológica. Hace bastantes años, en unos carnavales, se popularizaron en Ahigal unos versos que criticaban el reciente casamiento de una moza de buen ver con un pobre hombre, aunque rico de bolsillo, que responden claramente a la opini6n generalizada:
Periquillu mojigatu
se casó con la María,
y no tocaba la flauta
pol no sabel pa qué valía.
Y la María le diju
la nochi del casamientu:
Periquillu mojigatu,
¿Pa qué quies el estrumentu?
Y el Periquillu le diju
a la María enmariá:
¿Pa qué quieru el estrumentu?
Pos lo quieru pa meal.
Aluegu de muchus añus
a Periquillu lo enterrarun
y la María tenía el bochi
siquiera sin estrenailu.
Pero igualmente se intenta mediante la animadversión a este tipo de matrimonio una inconsciente selección humana dentro del grupo o pueblo, puesto que es comúnmente aceptado que los hijos de los tontos, si es que en algún caso llegan a tenerlos, han de ser tontos de solemnidad. Una serenata que los quintos daban con percusión de pandereta la víspera de marchar al servicio resulta elocuente:
El tonto y la tonta
parió un tontón,
que con una tontona
parió un tontín.
y todo fue asín:
el tonto y la tonta...
5.-RIÑA DE CASADOS y SEPARACION MATRIMONIAL.
Cuando un matrimonio andaba a la gresca, sólo era objeto de cencerrada por parte del pueblo si el maltratado era el hombre, ya que se ha tenido como normal y razonable el que el marido zumbara las estallaeras a su mujer. Los mozos recurrían a la carantoñá. Al oscurecer de cualquier domingo o festivo, después de acabar el baile, se reunían en la plaza provistos de campanillos para acompañar, echado sobre una manta, a un pelele o muñeco de paja en representación del marido apaleado. En todas las esquinas se paraba por obligación para mantear a perico. Al tiempo de subir y bajar el muñeco un grupo coreaba:
Vení a vel
cÓmo queó el pericu
de pegarli su mujel.
Normalmente éste constituía un espectáculo que muy pocos se perdían. En ocasiones se recitaban poemas en los que se aconsejaba al sufrido marido romo librarse de la pendenciera consorte. El recorrido acababa a la puerta del matrimonio enzarzado, donde se tocaban los cencerros largo rato y se depositaba el maltrecho muñeco pa qu'el probi viera cómu iba a queal si la su mujel le siguía pusiendo la pata en el caletri.
El correr los campanillos en caso de separación matrimonial podía adquirir tintes dramáticos. Se daban tales cencerradas los domingos y festivos. El mecanismo era el ya descrito y la noche también se convertía aquí en aliada de los orquesteadores. No faltaban ocasiones en las que el mismo marido se unía a los que alborotaban para dar la lata a su mujer e incluso los invitaba a vino por el trabajo. Esto ocurría mayormente cuando el problema rebasaba el ámbito de la pareja y existían enfrentamientos a escala de las respectivas familias. Si pasado un tiempo la pareja hacía las paces, los campanillos volvían a sonar, esta vez como manifestación de buenos deseos para el matrimonio nuevamente avenido
6.-RELACIONES ANORMALES.
Incluyo en este apartado aquellas relaciones amorosas de mujeres viudas o separadas a raíz de las cuales llega el nacimiento de un niño. Cuando el embarazo es ya patente la cencerrada se hace realidad. Si se conoce la persona del hombre implicado en ese embarazo el reguero de paja aparece para señalar culpabilidades.
Estas mismas cencerradas se reservan igualmente para aquellas mujeres que, estando sus maridos ausentes durante meses, buscaron quienes le calentaran las pezuñas y el desliz terminó en una maternidad no deseada. En estos casos el regreso del marido al pueblo era saludado con una sonora cencerrada.
7.-OPOSICION A LA COMUNIDAD.
Este tipo de cencerrada tuvo su muerte con el fin de los concejos abiertos, que en el partido de Granadilla duraron hasta últimos del pasado siglo.
Cuando una persona se oponía al sentir unánime de la comunidad, ésta solía responder de forma airada e irónica contra el cabezón. Dicha respuesta se condensaba en una carantoñá, dándose en ella cabida a la cencerrada y a la patochá o ripios jocosos. Y todo ello duraba hasta que el contradictor cambiaba su opinión o se la lambía, es decir, se la callaba.
La última de estas cencerradas que se dio en la comarca tuvo por protagonista al que luego sería llamado tíu sin puenti. El concejo de Ahigal se reunió para aprobar la construcción de un puente sobre el río Alagón que facilitara la comunicación de los pueblos de Granadilla con la tierra de Plasencia. Sólo hubo una voz discordante en la asamblea. En la carantoñá se sacó un muñeco de paja, que representaba al tío sin puenti. Iba totalmente empapado de agua y colgado de un palo por un pie. Sobre sus espaldas habían colocado este letrero: Pol pasal el ríu a nau. Cuando los cencerros callaban la comitiva entonaba unos versos que tuvieron fama durante bastantes años:
Prestu jaldremus un puenti
con doblonis de oru y plata
pa que vengan de Plasencia
a dal-li a esti tíu la lata.
8.-NEGATIVA A "PAGAR EL PISO".
Existe la costumbre en el partido de Granadilla de que todo mozo que inicia relaciones con una joven de pueblo distinto haya de pagar a los paisanos de ésta la cantidad que ellos estipulen, puesto que en caso contrario impedirán que tales relaciones sigan un curso normal.
Al segundo domingo del emparejamiento, que suele hacerse en el baile, se le acerca al forastero ligón el quinto más viejo. A éste le acompañan el secretario y el tesorero. Los tres le recordarán al visitante la tradición local y le señalan lo que cuesta la mocita de sus sueños. Como plazo para pagar le darán una semana, siendo posible la negociación y el descuento.
Los valores establecidos están de acuerdo con el nivel económico y social de la muchacha. Pero también se tiene en cuenta la situación del pretendiente para exigirle mayor o menor cuantía. La tasa se fija en un determinado dinero o en vino y carne.
Hay ocasiones en las que los quintos perdonan el pago al que pretende a una moza pueblerina. Se hace esto cuando el muchacho que entabla relaciones se encuentra en una precaria situación económica o cuando la muchacha de la que se enamora, por razones de su baja moralidad, amenaza con romper la estabilidad social del pueblo. En este caso incluso se comenta la posibilidad de pagarle los quintos al forastero para que se lleve el estorbo.
La picaresca juega un papel importante entre los quintos para lograr el pago de un piso, sin que falte en ello un curioso celestineo. Algunos se dedican a enamorar a forasteros incautos e ilusionados con muchachas del pueblo que ni siquiera saben que se las pretende. A éstos le cobran el piso, que pagan de mil amores, por una novia que creían suya y que, sin embargo, no tardarán en darse cuenta de que la calabaza es como un templo.
Cuando a un mozo se le ha pedido el piso y tarda en pagarlo o paga menos de lo que su novia cuesta, lo más normal es que se le aconseje que no vuelva al pueblo. Si el joven no obedece es casi seguro que se ganará algunos palos, que se le dé un chapuzón en la laguna o en el río en pleno invierno, que se le bautice con un mote para toda la vida, que se le haga un vacío absoluto y, por último, y esto siempre ocurrirá, que se le corran los campanillos el mismo día de la boda.
BIBLIOGRAFIA
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