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El conocimiento en materia de leyendas relativas al sur español es escaso hasta para sus propios habitantes. A pesar de la vasta riqueza etnográfica de dicha región, parece que las creencias mágicas e historias maravillosas han quedado relegadas a un segundo plano, situación probablemente inducida por la falta de estudiosos en este campo o la dificultad para localizar hoy fuentes escritas.
Pese a todo esto, hay una serie de leyendas que, bien sea por publicidad turística o por otra clase de fortuna, han resurgido en los últimos tiempos. La de la Tragantía de Cazorla (Jaén) es, sin duda, una de las más conocidas: dicho personaje sería un ser monstruoso con el que se asustaba a los niños de dicho pueblo, además de una criatura muy relacionada con las celebraciones de la Noche de San Juan y que ha terminado por convertirse en uno de los iconos populares de la localidad. La leyenda que hoy se narra y que explica el origen de la Tragantía parece tan única como invariable, lo que ha propiciado toda clase de obras teatrales, musicales y artísticas sobre ella. Sin embargo, dicha narración es solo una de las muchas que podemos encontrar recogidas en diversas fuentes a lo largo del último siglo, las cuales apuntan a que la Tragantía sería un ser de gran antigüedad o, al menos, con resonancias míticas que la emparentan con antiquísimas creencias y figuras mitológicas europeas.
1. La princesa-serpiente
La versión más extendida de la leyenda, referenciada hasta por el propio ayuntamiento cazorleño en su página web, es la recogida por Juan Eslava Galán en Leyendas de los castillos de Jaén, obra de 1981. Narra Eslava que, en tiempos de la Reconquista, Cazorla estaba regida por un rey musulmán, quien veía cómo las huestes del arzobispo de Toledo se acercaban cada vez más a sus dominios. Incapaz de hacerles frente, permitió el éxodo de sus vasallos a tierras más seguras, y él mismo abandonó su fortaleza (conocida hoy como Castillo de la Yedra) días después con varios soldados como escolta. Pese a ello, al poco de partir fueron emboscados por un grupo de ballesteros cristianos que acabaron con la vida del rey mediante un certero disparo.
Las tropas cristianas, a diferencia de lo que creía el rey, no asolaron Cazorla y pasaron de largo: en su lugar se establecieron en la localidad y la repoblaron, perdiéndose poco a poco el recuerdo del dominio musulmán previo. Pero hubo un secreto que el rey se llevó a la tumba: había escondido a su hija en unas mazmorras secretas del castillo, pues creyó que allí se encontraría más segura que llevándola consigo lejos de Cazorla. Para ello la dotó de provisiones suficientes para sobrevivir varios meses, el tiempo necesario para que pudiera regresar a por ella. Sin embargo, desaparecido el rey y con él esta información, la princesa quedó encerrada bajo tierra, sin que nadie supiese de ella y con las provisiones menguando día a día. Así lo narra Eslava:
A la zozobra de las primeras horas sucedió la resignada paz de la prisionera y luego su desesperación y su locura cuando comprendió que el mundo se había olvidado de ella. Las provisiones se acabaron, la lámpara extinguió su luz con un chisporroteo. Aterida de frío, quizá porque ya llegaba el invierno y allá fuera el río arrastraba tortas de nieve montañera, la infeliz se dispuso a morir debajo de las mantas de su oscuro lecho. Durmió, o creyó dormir, un espacio de tiempo frecuentada por atroces pesadillas. Cuando despertó sentía, en el hervor de una fiebre, las piernas heladas y doloridas. Quiso frotarlas con las manos. Le devolvían un tacto viscoso de piel desconocida y áspera que le produjo asco y escalofríos. No sentía hambre ni impaciencia. Dormía y no se movía del lecho. Sin horror ni sorpresa aceptó en su cuerpo el lento prodigio de mudarse en serpiente hasta la adolescente redondez de las caderas. Reptaba por sus tinieblas entre silbos a los pilares que sostenían el techo.
De esta forma la desdichada princesa acabó transformada en una criatura mitad serpiente, que vaga por los subterráneos del Castillo de la Yedra y solo emerge en las Noches de San Juan (el día que su padre fue asesinado), para devorar a los niños cristianos de Cazorla como venganza. El monstruoso aspecto de esta Tragantía, como fue llamada desde entonces, contrasta con su dulce voz, pues cuando la princesa-serpiente repta por las calles se la oye cantar:
Yo soy la Tragantía,
hija del rey moro,
el que me oiga cantar
no verá la luz del día
ni la noche de San Juan[1].
Termina diciendo esta versión de la leyenda que todo niño que oye la cantinela de la Tragantía es devorado, por lo que los padres insisten en que dicha noche deben acostarse temprano para evitar ser víctimas del monstruo. Tenemos así un personaje que podríamos incluir en la extensa familia de los «asustaniños», seres imaginarios utilizados para educar a los niños traviesos y lograr, entre otras cosas, que se acostaran temprano. Y, pese a que resulta evidente ante la profusión de detalles que Eslava añadió toques literarios a la leyenda popular, aún es posible hallar en la Tragantía componentes míticos que nos retrotraen a otras figuras del folclore y las creencias.
Acudiendo a la mitología popular española nuestro personaje encajaría en el arquetipo de la «encantada», mujer humana que por maldición o magia de alguna clase abandona sus características mortales y entra a formar parte del mundo feérico o de las hadas[2]. El caso de esta Tragantía es especialmente notable ya que, además del cambio físico, se pone de manifiesto su inmortalidad, rasgo común a la mayor parte de las hadas y seres feéricos y que en este caso le permite dar rienda suelta a sus impulsos homicidas año tras año.
Cabe recalcar que las diferencias entre las «encantadas» (humanas presas de un encantamiento que las ata al mundo mágico) y las hadas o seres femeninos intrínsecamente sobrenaturales son prácticamente inexistentes. Ambos grupos, al igual que la Tragantía, suelen hacer acto de presencia en las noches de San Juan, custodian tesoros, se dejan ver peinando sus cabellos y aparecen asociados a cuevas, fuentes y masas de agua.
Si hacemos notar además que las leyendas sobre «encantadas» se encuentran principalmente presentes en la franja sur de la península ibérica, zona con mayor influencia cristiana, mientras que en el norte sus hadas son personajes mágicos «puros» (las lamias vascas, las xanas asturianas o las anjanas cántabras, por citar ejemplos populares), todo nos lleva a pensar que la figura de la mujer encantada es una capa superficial o añadido de los últimos siglos sobre las narrativas de seres de naturaleza feérica, probablemente en un intento de combatir, simplificar o sincretizar la creencia o culto hacia dichos personajes. Por supuesto, estas afirmaciones son fruto de un análisis superficial ante el tema de las leyendas sobre encantadas y su relación con las hadas tradicionales, que entraña gran complejidad y no ha sido demasiado estudiado en nuestro país; su análisis sería un interesante campo de estudios en el que, ojalá, se profundice en futuros artículos y trabajos.
Por otro lado, y volviendo a la historia cazorleña, la aparición de los rasgos serpentinos en la leyenda recogida por Eslava es otro punto de conexión con el mundo feérico. Las mujeres encantadas y las hadas a menudo son protegidas por algún dragón o reptil gigantesco (en Asturias, por ejemplo, este papel lo ocuparía el Cuélebre), cuando no se transforman ellas mismas en algún tipo de sierpe monstruosa al ser contrariadas o para proteger los tesoros que custodian. También, como en el caso de nuestra Tragantía o de la Melusina de los romances franceses, las damas sobrenaturales pueden poseer partes de reptil en su anatomía. El por qué de ello podría tener que ver, tal y como apuntan investigadoras de la talla de Marija Gimbutas, Anne Baring y Jules Cashford, con la relación de la serpiente y las antiguas deidades femeninas o «Diosas madre», figuras objeto de culto por parte de las sociedades neolíticas indoeuropeas. Así, y a la vista de los hallazgos arqueológicos, estos reptiles y la llamada «Diosa serpiente» representarían el ciclo de muerte, renacimiento y transformación, así como el inframundo al relacionarse el movimiento serpenteante con los cauces acuáticos subterráneos[3]. La Tragantía de Cazorla encaja a la perfección en esta narrativa: muere y renace convertida en una criatura mitad sierpe, la cual habita en unos húmedos calabozos bajo la tierra.
Todos estos símbolos se unen también con un tropo narrativo muy presente en el universo mítico del sur español: la doncella cautiva. Decíamos que parece probable que las leyendas sobre mujeres encantadas fueran en su origen narraciones sobre criaturas enteramente feéricas, siendo la historia de una mortal hechizada una mera justificación para no reconocer unas raíces paganas o pre-cristianas. A ello también contribuyeron sin duda los romances populares, especialmente aquellos relativos a las tierras de «Frontera» y la convivencia entre islam y cristianismo tan habitual en el sur peninsular. Desde la perspectiva y propaganda cristiana, que sería la que moldearía el imaginario en los siglos posteriores tras su victoria sobre los musulmanes, estos serían vistos como un grupo exótico, misterioso y habitualmente relacionado con la magia y lo sobrenatural. Prueba de ello son las casi interminables leyendas del sur ibérico sobre tesoros mágicos escondidos por los «moros», o la identificación de mujeres encantadas con princesas musulmanas hechizadas por sus padres o víctimas de algún tipo de maldición, como es el caso de la Tragantía. Esto último tiene, eso sí, cierta justificación histórica: durante las guerras de cristianos y musulmanes y muy especialmente en las conflictivas tierras fronterizas entre ambos dominios (espacio mítico donde se desarrolla nuestra leyenda), fue habitual en ambos bandos la toma de prisioneros para su venta como esclavos, intercambio por otros cautivos o liberación a cambio de un rescate. Las mujeres jóvenes y de clase social elevada eran las prisioneras más cotizadas, y no faltaron casos donde los captores desarrollaban una atracción sentimental hacia las cautivas o viceversa. Los desenlaces de tales relaciones eran de diversa índole, a veces trágicos, propiciando así romances sobre amoríos imposibles o episodios truculentos en los siguientes siglos[4].
Por último, es especialmente curioso en la leyenda cazorleña la mención a la tétrica cantinela que el monstruo entona durante sus nocturnas e infanticidas correrías. De ella hablaremos más adelante, pues, aunque es la más conocida, la versión recogida por Eslava no es la única ni la más curiosa variante de esta narración.
2. El fantasma de canto mortal
Existe otra versión de la leyenda cazorleña localizada en El Adelantado de Cazorla de 1935, obra de Medardo Lainez López y Miguel Polaino Gil y que Juan Eslava cita como referencia en su obra. En el capítulo dedicado a las tradiciones cazorleñas, los autores narran la leyenda de una forma similar a la versión anterior pero con ligeras e interesantes diferencias:
Cazorla, en poder del sarraceno, escucha las cuernas que sobresaltan a los guerreros moradores de la fortaleza, en la que cada siglo puso una piedra. En las cercanías brillaban armaduras de ejércitos cristianos que se disponían al asalto del castillo, bajo las órdenes de D. Rodrigo Jiménez de Rada, que, sobre sus paños rojos, viste el acero de la guerra, empuñando con una mano la cruz y con la otra la espada. El rey moro que rige el castillo, ante el temor de la derrota y con la esperanza de pronta represalia, quiere librar a su doncella hija del furor de las tropas mercenarias, que defienden, como venderían a Cristo, por treinta dineros. En la mazmorra del castillo, que sólo conoce el alcaide, encierra a la bella musulmana y tapia la entrada a cal y canto, mientras fuera se oyen los gritos victoriosos del sitiador y los angustiados del sitiado. Es el día de San Juan. Pasó el tiempo y la media luna no quita a la cruz el sitio más alto de la torre, pero desde entonces, el ánima condenada de la principesca doncella, encarnada en su cuerpo, horrorosamente afeado por el sufrimiento, toma venganza contra los hijos del cristiano, a los que amenaza de muerte en las noches vísperas de San Juan de cada año, con una coplilla de lúgubre música que dice así: Yo soy la Tragantía, la hija del rey moro; el que me oiga cantar no verá la luz del día ni la noche de San Juan[5].
Aparecen aquí elementos que ya resultan familiares: los ejércitos del Arzobispo de Toledo, el rey que encierra a su hija en las mazmorras y la princesa transformada en criatura terrible y vengativa. Pero difiere en cuanto a la actuación del padre, pues aquí hallamos a un caudillo no tan bienintencionado que empareda a la joven para evitar que sea violada por la soldadesca enemiga. Tampoco aparece por ninguna parte el aspecto serpentino de la princesa; en su lugar se habla de su «ánima condenada», si bien más que un fantasma parece algún tipo de criatura física de ultratumba, pues se halla «encarnada en su cuerpo». En cualquier caso dicha aparición debe poseer un aspecto sin duda horrible, «horrorosamente afeado por su sufrimiento», quizá dando muestra de su penosa muerte por sed e inanición.
Años después, en 1959, aparece un artículo en el Boletín del Instituto de Estudios Giennenses titulado El Castillo de Cazorla y firmado por El Licenciado Pedriza, quien se presenta como hijo de Miguel Polaino Gil (coautor de la anterior versión de 1935). Aquí vuelve a mencionarse el plan de rescate del rey moro y se da un nuevo dato: la princesa habría sido encerrada junto a varias doncellas.
Pero el Castillo tiene una leyenda propia muy cazorleña, la de «La Tragantía», princesa mora enterrada por su propio padre, con sus doncellas, en la mazmorra, en la hora de la conquista del Castillo por los cristianos, para liberarlas de los abusos de la soldadesca conquistadora, y en la esperanza frustrada de una inmediata recuperación de la fortaleza en el caso de que se perdiese. Fallada aquella esperanza, la princesa y sus doncellas murieron en la mazmorra presas de los más terribles sufrimientos que les impusieran el frío, la sed y el hambre; y encarnada después en un fantasma terrorífico, todos los años, en la noche víspera de San Juan, aniversario de su muerte, toma venganza de los hijos de los cristianos, con una tonadilla mortal, de lúgubre música, que dice así: Yo soy la Tragantía, — la hija del rey moro; — el que me oiga cantar — no verá la luz del día — ni la noche de San Juan[6].
La Tragantía, de nuevo fantasmagórica, parece contar aquí con un canto que directamente acaba con la vida de quien la oye, la «tonadilla mortal» con la que se venga de los niños cristianos (matándolos, se entiende), un componente que se diluiría en la mayoría de versiones modernas perdiendo su característica mortífera y quedando como una simple y amenazante cancioncilla.
Este canto o lamento con consecuencias funestas es algo común a numerosos seres del folclore europeo: los más famosos serían las sirenas, que entonaban cánticos para atraer a los marineros a su perdición, pero existe otro grupo de mujeres sobrenaturales más similares a la Tragantía cuyas voces eran directamente relacionadas con la fatalidad. En esta escalofriante familia estarían entre otros la Gwrâch y Rhibyn galesa, criatura alada que bate sus alas contra la ventana de quien va a morir próximamente mientras grita su nombre varias veces, o la Klage-weib de Luneburgo (Alemania), criatura espectral y gigantesca que, entre gritos lastimeros, se inclina sobre las casas donde algunos de sus moradores fallecerá al cabo de poco tiempo. También la ya mencionada Melusina, hada serpentina del folclore francés, podía cantar y barruntar la muerte, aunque sin duda la más conocida de estas anunciadoras de desgracias es la Banshee irlandesa, quien con sus llantos vaticinaba el deceso inminente de algún miembro del clan noble al que se encontrara asociada[7]. Cabe recalcar que en este tipo de leyendas, en realidad, lo habitual es que la dama sobrenatural no sea la causante de la muerte, sino una mera anunciadora de esta. Es probable que la Tragantía perteneciera a este grupo, tal y como veremos más adelante, pero la evolución del personaje con el paso de los siglos (y su asimilación a una criatura asustaniños) acabara por transformar el augurio en canto mortal.
Prosiguiendo con las variantes de la leyenda sobre la Tragantía, Leocadio Zafra recoge esta versión en 1962, dentro de su artículo sobre Cazorla para la revista de la Cruz Roja Española:
El castillo de la Hiedra, o de las Cuatro Esquinas, tiene, como tantos otros, su leyenda. Una leyenda de tintes sombríos y lúgubres que se remonta a los tiempos de la reconquista de la ciudad, en los días en que las huestes cristianas asediaban la población sometiéndola a estrecho cerco. Temeroso el rey moro de que su única hija cayera en poder de los atacantes si la fortaleza era ocupada, la escondió con dos de sus doncellas en una mazmorra que se abre bajo el piso de la torre y que dicen comunica por un pasadizo con el río Cerezuelo, bajo la bóveda de Santa María, y con el castillo de las Cinco Esquinas. Los cristianos se hicieron dueños de la fortaleza y sus defensores huyeron hacia lo más abrupto de la sierra, trepando por los escarpados breñales. La princesa mora y sus doncellas, al no encontrar la salida, murieron de hambre en su lóbrego escondite. Desde entonces, todos los años, en la serena noche de San Juan, día en que estos hechos sucedieron, dicen que aparece tras las almenas de la torre el fantasma de la princesa que, con voz apesadumbrada, entona temerosa cantilena[8].
Más allá de la especificación del número de doncellas que acompañaban a la princesa (dos) o la mención a un pasadizo cuyo final no logran encontrar, la Tragantía es aquí un fantasma de corte clásico que aparece tras las almenas cantando lúgubremente. Datos idénticos a los recogidos por un artículo sin firma de ese mismo año de 1962 e incluido en el Anuario del Adelantamiento de Cazorla, el cual aporta un nuevo detalle que no volverá a aparecer: el nombre de la princesa. Referenciando al anterior texto de Zafra, el autor comenta que la joven era conocida como «Memora»[9] (nombre probablemente único en las princesas legendarias andaluzas, que suelen recibir nombres exóticos como Aixa, Zulema, Zoraida…).
3. La bruja informe
Tras la lectura de estas referencias, escritas a lo largo de casi 30 años, resulta extraño que en ningún momento se mencionen las características serpentinas de la Tragantía, las cuales parecen inseparables hoy de su leyenda. Llega la hora de acudir al estudio más pormenorizado sobre la figura de la Tragantía, realizado por Arcadio Martínez Montesinos en 1966 y donde narra la siguiente versión de la leyenda:
El Rey moro de Cazorla, acosado por las huestes cristianas, se vió en la necesidad de abandonar el Castillo. Pero antes de retirarse con su ejército, tuvo buen cuidado de poner a salvo a su hija; de manera que la ocultó en los subterráneos de la misma fortaleza, y cerró con una gran losa la entrada que a ellos conducía. Pensaba volver a rescatarla antes de que se le agotaran los escasos víveres de que la había provisto, pero no le salieron bien sus cálculos, y nunca pudo regresar. Pronto empezaron a oír los nuevos moradores unos misteriosos lamentos que los llenaron de terror; eran los de la princesa, agonizante en su demasiado seguro refugio. Desde entonces, todos los años ronda por la noche de San Juan la hija del Rey moro convertida en Tragantía, y con su voz mata a los niños que la oyen cantar[10].
Este último detalle confirma un dato sugerido en versiones anteriores: el canto de la Tragantía no es un simple augurio de muerte, sino que resulta mortal de necesidad. En cuanto al aspecto del monstruo, Montesinos insiste numerosas veces en que la tradición popular tiene a la Tragantía por una princesa transformada en un monstruo, aunque parece que para la mayoría de cazorleños de la época este era un ser difuso y sin forma concreta. Tal falta de concreción es algo común a gran cantidad de ogros y asustaniños del folclore popular: la inconsistencia de estas figuras juega a su favor, pues la mente infantil suele dotar a esta amenaza de la forma más pavorosa que pueda imaginar. La única descripción que el autor menciona es un breve apunte al comentar, precisamente, las dificultades que experimentó para lograr una descripción de la Tragantía por parte de sus informantes, los cuales la asimilaban «vagamente a la clásica bruja de escoba y negros harapos».
Por otro lado, resulta sorprendente ante esta inconcreción que el artículo de Montesinos aparezca acompañado de una ilustración que representa a una mujer con la parte inferior de su cuerpo de serpiente. Tal dibujo, firmado por un tal Jesús Miguel, es desconcertante: se trataría de la primera referencia que muestra a la Tragantía como personaje con características serpentinas, pero aparece acompañando a un texto que en ningún momento se hace eco de ello. ¿Se trata de una licencia del artista, quizá una visión de cómo imagina él al personaje fantástico? ¿Es otra versión de la leyenda que se contaba en Cazorla y que Montesinos, por desconocimiento, no incluyó en su artículo? ¿Se inspiraron en esta imagen los autores futuros para describir a la hoy famosa mujer-serpiente?
Sea como fuere, para Montesinos la Tragantía «devoraniños» es en realidad una mezcla de dos figuras míticas anteriores que la tradición cazorleña habría fundido en un solo ser. Por un lado, una princesa encantada (leyenda, según el autor, relativamente reciente y nacida de la imaginación popular en torno al castillo de la Yedra) y por el otro una criatura más antigua que habitaba una cueva denominada «de la Tragantía», situada en el camino de Montesión. Algún tipo de ser antropófago que el autor asemeja a una lamia, personaje de las creencias griegas del que ya habla Aristófanes en el siglo v a. C., si bien sus descripciones son muy diversas al ser considerada una experta transformista. La mayor parte de textos, eso sí, coinciden en que se trata de un ser antropófago e infanticida.
Otras versiones señalan que Lamia era, en realidad, una mujer que como nuestra Tragantía fue víctima de un maleficio: se trataba de una princesa de Libia que tuvo la desgracia de tener amoríos con Zeus. Y decimos desgracia porque, cuando Hera tuvo conocimiento de la nueva infidelidad de su marido, castigó a Lamia de forma terrible. Sus hijos murieron (según autores como Horacio, devorados por la propia madre) y ella acabó transformada en un ser horrible, sin párpados e incapaz de dormir, que se colaba en las alcobas para asesinar a niños de otras mujeres por envidia. Tal era su fama que se convirtió en un asustaniños fantástico, en ambos sentidos de la palabra, el cual aún es invocado en determinadas zonas de Grecia e Italia para amedrentar a los chiquillos díscolos[11].
Largo y tendido podríamos hablar de las diversas versiones existentes sobre el mito de Lamia, algunas de las cuales la describen como un personaje con busto de mujer y cola de serpiente. Así lo menciona Montesinos citando al autor romano Dion Crisóstomo, quien ya en el siglo I describe a la lamia como un monstruo con busto de mujer y cuerpo de serpiente que emboscaba y devoraba a los viajeros atrayéndolos con su melódico canto. Es probable también que esta semblanza de la lamia fuera la que inspirara al autor de la ilustración antes mencionada. Sea como fuere las similitudes de la lamia con nuestra Tragantía cazorleña son más que evidentes: en ambas leyendas existe un maleficio, una transformación y una pulsión infanticida de venganza. Pero esta es solo una de las conexiones con la Antigüedad clásica en la narrativa de nuestra princesa maldecida; la otra nos dirige al municipio jiennense de Úbeda, donde también recuerdan a la Tragantía aunque con unas características distintas a lo visto hasta el momento.
4. El ave infanticida
La Tía Tragantía es una figura extendida por toda la comarca de la Loma[12], pero es en Úbeda donde encontramos mayor cantidad de testimonios sobre ella, siendo bastante diversos a la hora de señalar su origen y naturaleza.
Quien más variedad de datos aporta es Antonio Muñoz Molina al mencionarla en El jinete polaco, novela de 1991 donde plasma el universo mítico ubetense que conoció en su juventud. Así, describe a la Tía Tragantía de diversas maneras; en primer lugar habla de ella como una «mujer fantasma que fue enterrada viva en un sótano de la Casa de las Torres» (quizá un traslado de la narrativa cazorleña del castillo de la Yedra), la cual recorre «como una alma en pena sus salones con pavimento de mármol y sus galerías en ruinas y la cornisa de las gárgolas llevando un hachón encendido». De nuevo, tenemos a una Tragantía fantasmal que aparece en la parte alta del edificio donde murió en cautiverio. En otro momento de la novela, Muñoz Molina también habla de ella como una «giganta vestida de harapos que ronda las esquinas sin luces en las primeras noches del verano» cantando su célebre canción, la cual aparece revestida de gran peligrosidad ya que, si los niños la escuchan, la Tragantía se los «llevaría embrujados tras ella[13]».
La Tragantía ubetense también puede ser descrita como una suerte de bruja inconcreta y arquetípica[14], pero el testimonio más diferencial lo proporciona Juan Ráez Ortega, quien en 2003 escribía sobre el personaje y lo definía de la siguiente manera:
Cuento extraído de una vieja leyenda, por la que se asustaba a los niños traviesos en la noche de San Juan. Las madres acostaban a sus hijos apenas anochecido e incluso les cubrían la cabeza con el embozo de la sábana, a fin de no oír los horribles gritos que esta ave nocturna profería al sobrevolar los tejados de las casas, pues era de muy mal agüero oírla cantar: Yo soy la Tía Tragantía,/ Hija del Rey Baltasar,/ el que me oiga cantar/ no durará más que un día/ y la noche de San Juan. Según la leyenda esta fabulosa ave se ocultaba en la Huerta del Canónigo, hasta volver a renacer misteriosamente en vísperas de San Juan[15].
La Tragantía es ahora un ave nocturna, capaz de cantar aunque, eso sí, mediante gritos horribles y agoreros. Probablemente, y enlazando con las damas anunciadoras de muerte anteriormente vistas, pronostica decesos próximos, tal y como apunta Cristóbal Raéz en su libro Cuentos y leyendas de Úbeda al mencionar el caso de «un hombre que había muerto de forma horrible después de haber oído cantar a la misteriosa y siniestra tía Tragantía[16]».
Esta nueva criatura aviar recuerda inevitablemente a la Estrige, Estirge o Strix del folklore y las creencias romanas. Son habituales las menciones a este ser en las fuentes clásicas, donde aparece descrito como un género de ave nocturna, infanticida y de graznido terrible (de ahí provendría su nombre: del verbo stridere, graznar). Así lo apunta Ovidio en sus Fastos, donde aporta una de las descripciones más completas sobre estas criaturas:
Hay unos pájaros voraces, no los que engañaban las fauces de Fineo con los manjares, pero tienen la descendencia de ellos. Tienen una cabeza grande, ojos fijos, picos aptos para la rapiña, las plumas blancas y anzuelos por uñas. Vuelan de noche y atacan a los niños, desamparados de nodriza, y maltratan sus cuerpos, que desgarran en la cuna. Dicen que desgarran con el pico las vísceras de quien todavía es lactante y tienen las fauces llenas de la sangre que beben. Su nombre es «striges»; pero la razón de este nombre es que acostumbra a graznar (stridere) de noche en forma escalofriante[17].
Los pájaros relacionados con Fineo que menciona Ovidio no son otros que las famosas harpías, criaturas aviares y terribles de la mitología clásica. Estas, que también pueden ser presentadas como infanticidas, comparten características con la nocturna estrige romana y con la lamia griega; de hecho, estas dos últimas figuras han vivido una evolución similar, pues han acabado entremezcladas con la figura moderna de la bruja. En los tratados sobre brujería a partir del siglo xv, lamia era sinónimo de bruja (especialmente aquella que desangraba y devoraba a los niños), y aún hoy, el término strega evoca directamente a la bruja en Italia. Por no hablar de la relación de ambos seres con las rapaces nocturnas, que también se asocian a la bruja y cuya familia es conocida con el nombre científico Strix.
Casualidad o no, esto nos recuerda, inevitablemente, a la Tragantía ave de Úbeda y también a la «bruja» presente en testimonios de Cazorla y Úbeda anteriormente citados, por lo que no es descabellado suponer que nuestro personaje pudiera poseer parte de su raíz en las lamias y estriges grecorromanas.
5. ¿Un origen vegetal?
Hemos transitado por antiguos imaginarios llenos de seres terribles: brujas, fantasmas, mujeres maldecidas y aves asesinas. Y, sin embargo, los registros más antiguos que conocemos sobre la Tragantía parecen muy alejados de esta visión más sanguinaria y descarnada del personaje.
Tanto es así que Arcadio Martínez Montesinos lo señala al decir que la propia palabra Tragantía no deriva del verbo tragar, señalando así los apetitos antropófagos de la criatura como podría pensarse. Para él todo el personaje tendría su origen en una confusión o evolución relativa al nombre de una planta: la dragontina, dragontea o dragoneta (dracunculus vulgaris). Dicho vegetal, presente en muchas zonas de la Península ibérica, es nombrado así por su aspecto capaz de rememorar a la piel o aspecto de un pequeño dragón o serpiente, lo cual podría relacionarla con el asustaniños serpentino en la versión más popular de la leyenda. A primera vista esta puede parecer una relación endeble, pero lo cierto es que Montesinos no ha sido el único autor en notar esta similitud. Si nos centramos en lo puramente lingüístico, hacia la misma corrupción de la palabra apuntaba nada menos que Sebastián de Covarrubias tres siglos antes al definir la Taragontía en su Tesoro de la lengua castellana como una «Yerva conocida, cuyo tallo tiene la variedad y diferencia de colores que el dragón, o la serpiente, y por ello la llamaron serpentaria, y dragontea, corrompimos el vocablo, y llamamos taragontía[18]».
Llegamos así al texto más antiguo localizado sobre la Tragantía: un artículo de Antón de Jaén aparecido en el Diario de Linares a mediados de 1913. Según el autor, la Tragontía era un personaje extendido por gran parte de Jaén con el que asustar a los pequeños, diciéndoles que debían acostarse pronto en la Noche de San Juan pues a las doce esta criatura haría acto de presencia entonando su terrorífica cantinela. Aunque también señala que, en realidad, el ogro sería una evolución de la ya citada planta, cuyas características monstruosas señala al describirla de una manera tan visual como evocadora:
Era una planta de poco más de pie y medio de altura, muy derecha, aunque con ligeras ondulaciones, sin perder su erección. Su color era verde oscuro, salpicado de puntos y líneas como la piel de una serpiente. En su parte inferior tenía unas hojas, también verdosas oscuras, en forma de saetas. De esas hojas nacía la planta recta; un bohordo, como el que nace de las hojas de la pita. En la parte superior de ese bohordo ó tallo, nace la flor, y la flor es como la boca de un reptil enmedio de la cual avanza una lengua estrecha y sangrienta. Algo así como si una culebra se elevase de entre un grupo de hojas y abriese la boca desmesuradamente... [19]
Además de incidir en la similitud del nombre del personaje con la planta, este autor señala otras virtudes mágicas que dan una nueva dimensión a la asociación de ambos. En zonas de Jaén, Murcia y Valencia se creía que la dragontea canta durante las noches de San Juan, y este canto es asociado a la muerte y la fatalidad. El por qué de esta creencia, que bien podría ser el origen de la faceta cantora de nuestra Tragantía, tendría que ver con una característica natural de la planta: la roja y alargada flor de la dragontea, la cual brota en primavera y florece al final de la estación, despide un olor tan desagradable que existía la costumbre de cortarla antes del inicio del verano. Por ello muchos creían que tal mutilación obedecía a cortar la «lengua» de la planta para evitar que entonara su funesto cantar en la ya mencionada fecha.
Cabe decir que, aunque hoy no sea fácil localizar esta costumbre, la creencia en plantas capaces de emitir cantos que provocan la muerte no es ajena a tierras españolas y andaluzas. En Extremadura tenemos noticias de huertos enteros donde las plantas entonan cantinelas en la noche de San Juan, o de flores arbóreas capaces de provocar la muerte de quien las escuche cantar esa misma noche[20]. Pero si hablamos de plantas con habilidad vocal asesina es capital recordar el mortífero grito atribuido a la mandrágora, el cual no era ajeno a los andaluces o, al menos, a los habitantes de la Sierra de las Nieves (Málaga). Así lo recogió el botánico Edmond Boissier a principios del siglo xix, quien también apuntó los curiosos métodos que los lugareños tenían para recolectar dicha planta[21].
Pero no acaba aquí lo sorprendente en relación a nuestra dragontea pues, volviendo al texto de 1913, el autor señala que el consenso legendario popular apuntaba que la Tragantía/planta habría sido «la hija de un rey», presa de un encantamiento eterno. Más completa descripción sería la aportada años después por Antonio Alcalá en su Vocabulario andaluz de 1951, donde describe a la Tragantía de la siguiente manera:
Personaje fabuloso en Úbeda (Jaén). Se dice que es la hija de un rey, convertida en planta, en el llamado Huerto del Canónigo. Sólo recobra su ser la noche víspera de San Juan, en la que sale cantando por los tejados: Yo soy la Tragantía, / hija del Rey Baltasar; / el que me oyere cantar / no durará más que un día / y la noche de San Juan[22].
Sorprendente es cuanto menos la cantidad de elementos que confluyen en esta descripción, una de la más antiguas sobre la Tragantía, que estarán presentes en narrativas posteriores: la princesa encantada, la criatura que se mueve sobre los tejados y, claro está, la omnipresente Noche de San Juan.
Tal profusión de datos, variantes y apariencias de la Tragantía resulta algo vertiginosa. Aunque el origen vegetal de nuestra criatura, o al menos de su nombre, parece sólido, el resto de variantes (la encantada-serpiente, la lamia o el pájaro estrige) tampoco parecen estar fuera de lugar. Resulta plausible que diversas leyendas se hayan mezclado e integrado en el personaje de la Tragantía, algo común en mitología y tradiciones populares. Sea como fuere, queda patente que las resonancias de la figura cazorleña y ubetense se hunden y pierden en la noche de los tiempos.
6. A modo de conclusión
El estudio de las leyendas nunca es del todo satisfactorio. Las fuentes son a menudo escasas, más aún en España y específicamente en Andalucía, y tan solo nos permiten remontarnos unos pocos siglos atrás, cuando los estudios folclóricos comenzaron a ser acometidos y pusieron en relieve la importancia de las historias y tradiciones populares. El campo de la mitología comparada nos permite tratar de rellenar los enormes vacíos que habitualmente encontramos a la hora de estudiar una creencia específica y tratar de reconstruir un tapiz que, sin duda, ha perdido gran parte de sus hilos con el paso del tiempo y la evolución del pensamiento. Pero esos hilos sueltos a menudo son tan sugerentes que nos permiten contemplar gran parte del conjunto. Tal es el caso de la Tragantía jiennense, hoy una leyenda consolidada gracias a autores modernos y a la imparable industria turística, que han acabado por erigirla como un icono popular de Cazorla.
Esto no es mala cosa, pues insufla a las leyendas una nueva vitalidad y permite que se conozcan y pervivan en el imaginario colectivo, aunque también tiende a homogeneizarlas y reducir su riqueza y variedades a la mínima expresión. El relato hegemónico desplaza a todos los demás, los cuales, como hemos visto a lo largo de este artículo, dotan al personaje de la Tragantía de nuevas dimensiones que apuntan a una enorme antigüedad e importancia en la historia cultural de la región.
La Tragantía cazorleña y la ubetense configuran una de tantas muestras de lo desconocido y poco estudiado del folclore fantástico andaluz, además de ser las últimas herederas de un árbol genealógico poblado por lamias, estriges, sirenas, banshees y mujeres feéricas que podemos encontrar a lo largo y ancho del imaginario europeo y universal.
Este artículo pretende ser un primer acercamiento a su figura, a la espera de la aparición de nuevas fuentes que aporten datos sobre otras encarnaciones o características capaces de arrojar luz sobre tan enigmático y atrayente personaje.
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NOTAS
[1] Juan ESLAVA GALÁN, Leyendas de los castillos de Jaén (Jaén: Caja Rural de Jaén, 1989), 19-21.
[2] Jesús CALLEJO CABO, Hadas. Guía de los seres mágicos de España (Madrid: Edaf, 1995), 81-82.
[3] Anne BARING y Jules CASHFORD, El mito de la diosa (Madrid: Siruela, 2005), 41, 89.
[4]Carmen ARGENTE DEL CASTILLO OCAÑA, «Cautiverio y martirio de las doncellas en la Frontera», en IV Estudios de Frontera. Historia, tradiciones y leyendas en la Frontera, ed. Diputación Provincial de Jaén (Jaén: Diputación Provincial de Jaén, 2002), 52.
[5]Medardo LAINEZ LÓPEZ y Miguel POLAINO GIL, «Leyendas y tradiciones», El Adelantado de Cazorla (Cazorla: Imprenta SAP, 1935), 204-205.
[6] Licenciado PEDRIZA, «El Castillo de Cazorla», Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, Año VI, núm. 21 (1959): 38-39.
[7] Thomas Crofton CROKER, Fairy Legends of the South of Ireland (Londres: John Murray, 1834), 126.
[8] Leocadio ZAFRA, «Por las tierras del Adelantamiento de Cazorla», Cruz Roja Española. Revista mensual ilustrada 641 (1962): 7-11.
[9]ANÓNIMO, «Cazorla en la prensa», Anuario del Adelantamiento de Cazorla, núm. 11 (1962): 104.
[10]Arcadio MARTÍNEZ MONTESINOS, «La noche de San Juan en Cazorla II», Anuario del Adelantamiento de Cazorla, núm. 15 (1966): 42.
[11] Curiosamente, y como ya hemos mencionado, en la Península Ibérica la palabra lamia se asocia a las hadas de las creencias vascas, descritas como bellas mujeres con pies de pato que habitan ríos y masas de agua.
[12]Juan Antonio LÓPEZ CORDERO, «El miedo, fuente de leyendas», El Toro de Caña, núm. 7 (1997): 255.
[13]Antonio MUÑOZ MOLINA, El jinete polaco (Barcelona, Booket, 2005), 30-31.
[14]Antonio MILLÁN, «Ubedí básico», Revista Gavellar, núm. 25 (1976): 5.
[15]Juan RÁEZ ORTEGA, «Noche de San Juan», Ibuit, núm. 127 (2003): 6.
[16]Cristóbal RÁEZ ORTEGA, Cuentos y leyendas de Úbeda (Sevilla, Signatura Ediciones de Andalucía, 1998), 92.
[17] OVIDIO, Fastos, (Madrid, Gredos, 1988), 205-206.
[18] Sebastián de COVARRUBIAS, Tesoro de la lengua castellana o española (Madrid, Luis Sanchez, 1611).
[19] Antón de JAÉN, «La Tragontía», Diario de Linares: periódico político y de información, (25/06/1913).
[20] Israel J. Espino, «Plantas mágicas, los secretos del curandero», Diario Hoy, (22/05/2012).
[21] Edmond BOISSIER, Voyage botanique dans le midi de l’Espagne pendant l’année 1837, Tomo I, (Paris, Gide et Cie, 1839), 156.
[22] Antonio ALCALÁ VENCESLADA, Vocabulario andaluz (Jaén, Universidad de Jaén, 1998), 619.