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Cuando en 1924 José Aznar Soler publica La cuadrilla del gatico negro, la novela regionalista, herencia del costumbrismo, está dando sus boqueadas y ya sólo autores de segunda o tercera fila incidirán en el subgénero. También de 1924 es Mosen Bruno Fierro, novela original de José Llampayas, una de las últimas que obtendrán cierto éxito, a partir de la versión narrativa de este desmedido cura de aldea, que ofició en el pirenaico pueblo de Saravillo, donde murió en 1890, fecha en la que sus comportamientos y facecias, ya habían pasado al folklore.
La peculiaridad de la novela de Aznar Soler (Frías de Albarracín, Teruel, 1881-Valencia, h. 1950) no estriba, desde luego, en el consabido argumento: la joven asediada por un viejo rico que sufrirá un calvario hasta conseguir matrimonio con su enamorado, tema que se prolongará, incluso en el cine, desde los Siglos de Oro hasta avanzada la última centuria del segundo milenio. La novedad es que en este caso aparecerán elementos, como las pugnas electorales, la corrupción socio-política, la inclusión de ciertas tecnologías que modifican el contexto en el que se desarrollan estas narraciones… Por otra parte, y como saben los muchos que aún lo recuerdan, la vida cotidiana en el agro español apenas cambió hasta los años sesenta.
Relacionemos los elementos que suponen una novedad en el decurso de la acción:
a. Un inglés, conchabado, con el cura y el sacristán del pueblo, «Tío Sacris», adquiere las obras de arte de la parroquia. El sacristán, mano derecha del cacique, un noble que vive en la capital, a través de la usura y la manipulación de los poderes locales, es el verdadero amo del pueblo y el malo de la película.
b. Los dos casinos del pueblo disponen de gramófono –al que nombran como El cacharro– donde se escuchan las grabaciones de moda en los primeros años de las máquinas parlantes[1].
c. Entre otra gran cantidad de mutaciones, los discos de gramófono suponen la introducción de ritmos y géneros nuevos, con lo que en muy pocos años cambian radicalmente las formas de baile y la diversión, con el consiguiente perjuicio para el folklore y las tradiciones autóctonas. Se citan concretamente al Boston y al Fox-trot, como lo «primero que llegaba a aquella tierra» (p. 67), lo que nos sirve para situar la acción a finales de la segunda década del siglo xx, es decir sólo unos años antes de publicarse la novela.
d. Aunque de pasada, se nombra al «Tío cinero, que venía a hacer cuadros», es decir, proyectaba películas cinematográficas, lo que habitualmente se hacía en el trinquete, la pared más amplia de las que solían disponer los pueblos. Los vecinos traían sus sillas para presenciar «los cuadros», explicados por el tío cinero o su ayudante.
e. El vino y el aguardiente de las tabernas eran las bebidas universales en los núcleos rurales. Sin embargo, también se cita al ron, como lo que más se pedía, y al anís de Escatrón (p. 64). Muchos de los pueblos grandes solían albergar alguna destilería que surtía de alcohol a la comarca. El anís era, sin duda, el producto más demandado y se solía servir a las visitas. La maledicencia popular atribuía a las mujeres, particularmente a las viejas, que camuflaban, oculta en la alacena, la afición a esta bebida[2].
f. En las últimas páginas del relato, el pueblo toma conciencia de la iniquidad del tío Sacris y se organiza una suerte de levantamiento popular que recuerda los sucesos revolucionarios de la época y la reciente revolución rusa. ¿Quién se espera que en una narración costumbrista se registre un cambio de paradigma social en un remoto pueblo turolense? (163).
g. Continuando con la parte final de la novela, resulta ilustrativa la mostración de las distintas artimañas electorales (184), habituales en los núcleos rurales en el periodo de la Restauración, manejados por el caciquismo, que denunciaron Joaquín Costa y los regeneracionistas. Estas argucias se describen vividamente en el capítulo 50, así como el recorrido de la comisión electoral, de casa en casa comprando votos (224-231).
h. En el contexto de sociedad tan conservadora, llama poderosamente la atención, la propuesta de casamiento civil que Fidel, el protagonista, lanza a su novia, Luz, ante las maniobras de quienes buscan evitar el enlace de los enamorados:
Tengo tanta (prisa) que, a no ser por respetar los escrúpulos de tu madre, ya te hubiese propuesto el viaje a Madrid para casarnos allí civilmente.
A lo que responde ella:
(…) tan mujer tuya me consideraría habiéndonos unido la Iglesia como si nuestra unión hubiese tenido como único sacerdote la Luna, en plena naturaleza, supliendo al yugo canónico, la luz de plata de la sacerdotisa. (187).
i. También es ilustrativa la actitud de los hombres durante la Misa dedicada al santo patronal, el arcángel San Miguel:
«Ellos con el pañuelo de seda enrollado a la cabeza, y las medias blancas como alas de cisne rameadas artísticamente de su propio punto (…) Los jóvenes llenos de vida, retadores hasta para la misma Parca permanecían formando corro a la puerta del templo, charlando, organizando bailes, partidos de pelota y carreras de gallos para por la tarde, rehuyendo aguantar la verbosidad del cura (…) la primera campanada acompañada del estampido del morterete interrumpían la charla de los mozos para descubrise y darse en el pecho los tres golpes repetidos, aunque sin recitar el «mea culpa» ni recitar el «Confiteor Deo»(…) de rato en rato, asomaba uno la cabeza dentro de la sala y volvía a salir noticiando el estado de la misa:
–Aura cantan la pistola[3]… (205-206).
El autor y su escenario
Junto a esta serie de ejemplos que delatan el enunciado cambio de paradigma social, La cuadrilla del gatico negro, conserva una serie de elementos, que vinculan la narración –no por nada subtitulada «Novela de costumbres baturras»[4]– con otras muestras del género. Podemos situarla geográfica y temporalmente con cierta precisión, por alguno de los datos ya expuestos y por otros salpicados a lo largo del relato.
Vegas, el pueblo en que desde el principio se sitúa la acción: «en el bajo Aragón, entre Alcañiz y Alcorisa, entre Calanda y Albalate del Arzobispo» (7) no existe. Los tres primeros lugares pertenecen, en efecto, a la actual comarca del Bajo Aragón y Albalate, a la del Bajo Martín, Sin embargo, no se ubica entre ellos ningún pueblo que tenga juez, casino y otros elementos que aparecen en la historia. Quizá el más parecido puede ser Andorra, pero sería muy aventurado identificarlo. Se trata de una zona predominantemente olivarera con abundante ganadería lanar, cereales, vino y con una gran tradición jotera[5].
José Aznar Soler, el autor, no procedía de esta comarca, sino que había nacido en Frías de Albarracín, localidad turolense, pero muy distante de la zona en que transcurre la novela. Por otra parte, aunque el texto y la lengua denotan que conocía bien los escenarios, la mayor parte de su vida la pasó en Valencia. (V. Apéndice)
En cuanto a las fechas en las que se desarrolla el argumento, ya se vio que han de situarse pocos años antes de la publicación de la novela. Probablemente, a fines de la segunda década del siglo xx.
Folklore y costumbrismo
Desde el título es patente la vinculación de la obra con la jota, aunque las coplas del gatico negro (30) no sean estrictamente jotas, sino una creación de Fidel para denostar al sacristán, cantándoselas durante las noches de ronda en las que compiten con la rondalla de El Cañicero, «el mozo malo», violento y adicto a los caciques. Su jota es la «fiera»[6], brava modalidad de reto para acoquinar a las cuadrillas enemigas.
Otras jotas aparecen distintas ocasiones (94-95, 102, 164-165, 203) e, incluso, cuando Dolores, la dueña del café, viaja a Zaragoza, acude para pedir ayuda a un jefe de policía, admirador dese que «hace dos años», ella había obtenido el premio de bailadores de jota (190)[7].
Es de señalar que en una escena desarrollada en el café de Dolores (61-62), Luz, acompañada por Fidel a la guitarra, canta cuatro tientos flamencos y él le responde con una jota y otra copla flamenca, lo que se corresponde con el anterior comentario de las novedades musicales introducidas por cilindros y discos en lugares en los que era impensable unas décadas antes. La rápida difusión de la música popular o folklórica hasta entonces podría atribuirse a la convivencia de jóvenes de distintas procedencias en el servicio militar, a los ciegos y a otros juglares o buhoneros itinerantes, pero desde finales del siglo xix el fenómeno se incrementó sustancialmente.
Quizá el más frecuente de los entretenimientos de ocio en el pasado fue el juego, sobre todo en los ámbitos rurales, antes de ser desplazado por la televisión. En la novela aparecen juegos de naipes como el mus, el tute subastao, el monte, el monte perrero, y el moscón. No aparece, sin embargo, el guiñote, todavía el juego de cartas más popular en Aragón. Como juego deportivo, sólo se alude al tiro de garrote[8] (77-79), que hoy puede considerarse olvidado.
Aparecen asimismo usos y costumbres desaparecidas como la llamada Sal de la higuera[9] (35), el uso de los cuchillos de Sástago[10] (44, 121), el sereno pregonando el estado atmosférico, los cuartos y las horas (95) y, sobre todo, las fiestas patronales de San Miguel (29 de septiembre) y Santa Bárbara (4 de diciembre), cuando todavía se conservaban las costumbres, que implicaban cambios en la vida cotidiana a partir de dichas fechas. En la primera (203–215) se describen ampliamente las procesiones, los pasacalles, los productos que se consumen, los petardos y cohetes, los atuendos, las cofradías… y la Loa de San Miguel con intervención de una virgen asediada por Satanás con cohetes en los cuernos, la cintura y el rabo, hasta que aparece el angelote:
¡Vade retro, Satanás!
¡Aparta de esta morada,
que a esta oveja del Señor
la guardo yo con mi espada!
Contesta Pedro Botero:
¡A tu espada no la temo,
pues tu poder no es bastante
para impedir que la funda
con mi fuego en un instante!
Pero el diablo retrocede hasta entrar en una cueva rodeada de cohetes, figurando el cráter de un volcán, donde desaparece, mientras San Miguel coreado por los fieles, concluye:
Por la gracia del señor
he vencido a Satanás,
si queréis libraros de él
no hagáis pecado mortal.
Especialmente curiosa resulta la Fiesta de los Bárbaros, «Fiesta de la carne y el vino» (232–233), que se celebraba el día de la Santa y que no he podido documentar en la zona turolense donde se desarrolla la acción. Comenzaba el día 2 de diciembre y la protagonizaba una cofradía exclusivamente masculina. La primera jornada comenzaba con la fiesta del abadejo, «pagada por el clavario[11] saliente, cuya casa se ve llena de pellejos de vino y fardos de bacalao». Al día siguiente, comen en la del nuevo clavario, rodeados de los pellejos y carneros colgados en canal y, si sobra, también comen el tercer día al que dan el nombre de «la agüela». Desde la primera lifara, salen en cuadrilla con la cara tiznada por la sartén donde han comido, muchos con sayas e imitando los ademanes de las mujeres[12]. Salvo la misa y procesión, «esta es su diversión, durante los tres o cuatro días, no consistiendo las fiestas en otra cosa».
Como se aprecia, esta fiesta más parece tener que ver con las de Carnaval, propias de pueblos ganaderos del norte de España que Caro Baroja y otros han descrito cumplidamente. Por otra parte, y pese a localizarse en zona muy cercana a las poblaciones conocidas por sus tambores de Semana Santa, no hay ni lejana referencia a ellos.
La lengua
En todas las narraciones adscritas al costumbrismo regional parece imprescindible un acercamiento a las modalidades dialectales que en ellas se usan. Aznar Pellicer no es demasiado partidario de reproducir exageradamente el habla de los personajes sujetándose a la fonética propia de la zona[13], salvo en el caso de apócopes o simplificaciones propias del habla popular del español, pero sí que aparecen numerosos aragonesismos puestos en boca de los personajes y también en la narración que conduce su autor. Comentaremos unos cuantos que pueden resultar ilustrativos para lectores que ya no han tenido contactos con muchos vocablos que han entrado o pronto entrarán en la categoría de arcaísmos.
El personaje del cura, casi siempre importante en los ámbitos rurales, en gran parte de Aragón es el «Mosen» (9), palabra llana que en otras regiones se convierte en aguda.
Tío Amolanchín (37). Aunque el contexto no la aclara, ha de tratarse de quien tiene el oficio de amolar, afilar o cortar, bien el metal, bien la piedra. Los apelativos «tío/tía», aunque en retroceso desde mitad del siglo xx, en zonas rurales se han mantenido hasta finales del mismo.
Presquillas (43). Uno de los muchos nombres que se dan en Aragón al albaricoque y la pavía. El más extendido fue alberje o dorasnilla, pero hay algunos tan curiosos como domasquino, alusión al origen de esta fruta en la actual capital de Siria.
No son muy frecuentes en el texto las sentencias o refranes, pero señalaremos alguna por su particularidad: «¡Te conocemos, pajarel!» (140). Sustantivo que podría ser también «pájaro», es decir un personaje con muchas mañas y al que hay que vigilar, aunque se aplica con más familiaridad que agresividad. «Pajarel», incluso intensifica la connotación de viveza a quien se le aplica.
«Más vale tener al padre alcalde que amigo del alcalde» (184) se compadece con la corrupción que el tío Sacris y sus compinches siembran en el contexto de la ficción novelesca.
«Padre mosén, tú lo quieres, tú lo ten» (198) no parece expresión turolense. Como se dijo, el Mosen aragonés no se pronuncia como palabra aguda y parece refrán importado por Aznar Pellicer.
Pascualico o El trovero de Las Bochas. Una novela costumbrista cercana en el tiempo y en el espacio
Dieciocho años antes de editarse la narración estudiada, Manuel Sancho Aguilar (1874-1936), fraile mercedario, natural de Castellote (Teruel), residente en el monasterio de El Olivar de Estercuel, muy cercano a su lugar de nacimiento, había conseguido uno de los premios concedidos en los Juegos Florales de la Zaragoza de 1905 por Pascualico o El trovero de Las Bochas, novela de costumbres aragonesas publicada en 1906 en la tipografía de Manuel Salas, una entretenida narración costumbrista, que sería su obra más conocida y en la que se adivinan muchos ingredientes autobiográficos.
Desarrollada en una población imaginaria pero identificable con los pueblos mencionados, aunque por ellos no discurre el río Martín, éstos no distan del escenario de La Cuadrilla del gatico negro más allá de 35 kilómetros. Sin embargo, la diferencia del ambiente popular y enfoque sociológico entre ambas es palmario. Quizá, literariamente, es más alto el nivel de la obra de Fray Manuel, músico y autor de muchas obras de teatro, y también el interés folklórico-etnológico de su obra, pero los contextos resultan muy lejanos entre una población anclada en el pasado y otra en la que se han incorporado tecnologías y mentalidades muy siglo xx y muy cosmopolitas, parafraseando a Rubén Darío.
Pascualico, el protagonista, es un trovero habitante de Las Bochas, un pueblo turolense a orillas del río Martín. Los troveros eran poetas populares, cuya historia es muy poco conocida y en Aragón no ha sido estudiada. No se trataba de improvisadores netos, como los troveros del sudoeste español o los payadores sudamericanos, sino de gentes, de origen muy popular, con facilidad para componer coplas, trovas o jotas, que actuaban en ferias y fiestas y a los que se pedía versos, con unos u otros motivos.
Anécdotas, dichos, un rico lenguaje popular, combinado con escenas costumbristas que dan cuenta tanto de la sencillez e ingenuidad como de la brutalidad de la vida cotidiana de hace un siglo en estas poblaciones, conforman un obra en la que aparecen abundantes jotas, conocidas o no, muchas de ellas de origen popular y que Manuel Sancho acomodó en su historia, por lo que el libro puede servir de complemento a los cancioneros que conocemos y cuyos contenidos algún día habrá que inventariar ahora que, en vez de gentes como don Francisco Rodríguez Marín, tenemos ordenadores. Unas son amorosas, otras alegóricas, otras religiosas y muchas satíricas, sin pararse en barras en la invectiva, como corresponde al genio del estro regional. Cualquiera que haya visitado las bodegas de hace unas décadas reconocerá perlas como esta: «Tienes la cara de burra, / el pelo de zorra fuina, /orejas de morcegala / y los morros de tocina». Las numerosas ilustraciones son de Segundo Cantero.
Está por estudiar la frecuencia con que, hasta hace unas décadas, en el ámbito rural aragonés, los hablantes intercalaban coplas de su propia creación, muchas veces improvisadas, lo que, naturalmente, se trasladaba a las rondas joteras. Los más dotados para este menester, que muchas veces eran analfabetos, obtenían un prestigio social que, por otros medios, era difícil de lograr.
Lo que aquí tratamos de destacar es la distancia de esta obra entre bucólica y realista, donde no faltan las pasiones, pero enmarcadas en un contexto inmovilista e idílico, con el aceleramiento de la vida cotidiana que se percibe en La cuadrilla del gatico negro. Igualmente, es dintinto el desenlace de las dos pasiones amorosas. Si en la narración de 1924 los enamorados consiguen su propósito, en la de 1906, Pascualico fracasa en su intento de conseguir los amores de una moza de superior estatus y ha de conformarse con la criada, cosa que el autor parece concluir que es el camino sensato.
Pascual y Fidel, los dos protagonistas, componen y cantan jotas, pero qué lejano parece su mundo en tiempos y lugares tan próximos.
APÉNDICE[14]
José Aznar Pellicer, nacido el 20 de enero de 1881 en Frías de Albarracín (Teruel), fue hijo de maestra y es probable que la familia emigrara a Valencia siendo todavía niño. Las inquietudes de José se inclinaron hacia el periodismo y en 1903 ya encontramos su firma en un periódico tan importante como La Correspondencia de España. En Valencia fue temprano colaborador del diario republicano El Pueblo, mientras en 1907 editaba y dirigía el semanario Tribuna Libre. Un año más tarde, aparecía como propietario y máximo responsable de El Faro de Sagunto. De nuevo en Valencia, estuvo al frente de una revista de humor gráfico titulada Ninots (1912) y fundó y dirigió el periódico El Día y también, la editorial Arte y Letras en la que publicó varias de sus obras. Presidente del Ateneo Regional de Valencia desde 1929, durante la II República impulsó la publicación de la colección teatral Galería d´Obres Valencianes.
Valedor constante de las ideas republicanas, procesado varias veces, fue concejal del Ayuntamiento de Sagunto y organizador de las Juventudes Republicanas del distrito. Miembro de la Unión Republicana Nacional, durante la Guerra Civil, formó parte del consejo de administración de la Caja Postal de Ahorros y ocupó cargos de responsabilidad en la organización local del Frente Popular. Al final de la contienda civil fue expedientado, condenado y, hasta el 12 de diciembre de 1942, no fue liberado de cargos, según consta en el Boletín Oficial del Estado (5-I-1943). Varios de sus hijos marcharon al exilio y se establecieron en Venezuela. Se desconoce la fecha de su muerte.
Poeta, dramaturgo y, sobre todo, narrador, se dio a conocer con El buey mudo, novelita premiada en un concurso organizado por la Asociación Española Artístico-Literaria. Junto a ésta, su creación más ligada a Aragón es La cuadrilla del gatico negro[15], en la que desgrana tipos y costumbres propios de las comarcas del sur de Teruel. Además de las citadas, publicó otras obras, aparecidas como folletín en distintas publicaciones periódicas, tanto en castellano como en valenciano. No en vano, era miembro de «Lo Rat Penat», sociedad cultural dedicada a la defensa, promoción y enseñanza de la lengua y cultura valencianas. Se desconoce la fecha de su muerte.
OBRAS
–El buey mudo (novela breve), Madrid, Tip. La Nación Militar, 1904. / Valencia, Arte y Letras, 1926.
–Cosas que pasan (colección de novelas breves), Valencia, Antonio López, 1907.
–La cuadrilla del gatico negro (novela de costumbres baturras), Valencia, Arte y Letras, 1924.
–Aventura de viaje (novela breve), Valencia, Arte y Letras, 1925.
–Las dos madres (novela), Valencia, Arte y Letras, 1926.
–El safraner. Emigrantes (novelas breves ya incluidas en Cosas que pasan), Valencia, Arte y Letras, 1926.
–La hora tonta (novela escenificada), Valencia, Arte y Letras, 1929.
–El Misterio de la Trinidad (humorada), Valencia, Arte y Letras, 1930.
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Manuel Sancho Aguilar nació el 12 de enero de 1874 en Castellote (Teruel). A los trece años ingresó en la Orden Mercedaria y en 1893 hizo los votos solemnes. La mayor parte de su vida transcurrió entre Lérida y el monasterio de El Olivar en Estercuel. En la primera década del siglo xx obtuvo algunos premios.
Aparte de Pascualico o El trovero de Las Bochas, el Padre Sancho trabajó y escribió como un poseso, si vale el medio oxímoron y, además de literatura «edificante», compuso numerosas comedias y, sobre todo, zarzuelas, de las que escribía libreto y partitura, ya que tenía conocimientos musicales. Generalmente, iban destinadas a la representación en colegios o ámbitos religiosos.
Al comienzo de la Guerra Civil, Fray Manuel huyó del Monasterio de El Olivar en compañía de otros frailes, todos con ropa civil, pero sus manos, color de piel y actitudes los delataban a la legua. El 7 de agosto de 1936 fueron sorprendidos por un grupo de milicianos en Muniesa (Teuel) y asesinados.
NOTAS
[1] Concretamente se hace mención a títulos como Oratoria fin de siglo (monólogos cómicos); Décimas del 2 de mayo de Bernardo López García y La vida es sueño de Calderón, recitadas por los famosos actores Ricardo Calvo y Antonio Vico. Y, sobre todo, cantables de la zarzuela y género chico interpretados por actores: Mesejo (La casa de Dios), Riquelme (El bateo), Carreras (La Revoltosa), Ontiveros (Los niños llorones).
[2] En el Aragón de esa época fue muy popular el Anís Pedro Saputo, fabricado, primero en Almudévar y luego en Tardienta. Javier Barreiro, «El anís Pedro Saputo y su impulsor, Don Manuel Lalana»: https://javierbarreiro.wordpress.com/2021/02/08/el-anis-pedro-saputo-y-su-impulsor-don-manuel-lalana/
[3] «pistola» por epístola.
[4] El significado del adjetivo «baturro», más o menos sustantivado, según los casos, aludiendo a un aragonés rústico, bruto y de habla dialectal, no aparece hasta la segunda mitad del siglo xix y se populariza a partir de sus dos últimas décadas.
[5] José Iranzo, «El Pastor de Andorra» (1915–2016) fue durante las últimas décadas el representante de la vertiente más auténtica de la jota aragonesa de ronda.
https://javierbarreiro.wordpress.com/2015/12/22/la–jota–en–aragon–y–jose–iranzo–el–pastor–de–andorra/
[6] Concretamente se cita la muy popular copla (de 5 versos): «No tiréis piedras, cobardes / que el tirar es cobardía. / Saca tu navaja en mano / que yo sacará la mía / y aquel que pueda, la lleve». En el argumento aparecen diversas situaciones de violencia durante las rondas que se corresponden con la realidad de aquel tiempo y, sobre todo, de las décadas anteriores. Están por estudiar en los archivos las consecuencias judiciales de estos enfrentamientos entre rondallas en los que hubo muertes y llevaron a muchos a la cárcel.
[7] Se refiere al Certamen Oficial de Jota, convocado anualmente por el Ayuntamiento de Zaragoza, desde 1886 hasta el presente, el más preciado galardón de la jota aragonesa.
[8] Puede jugarse con dos o más contendientes que los agarran por detrás. Sentados en el suelo con las plantas de los pies pegadas y las manos con tierra para mejor agarre a un palo puesto entre ambos. Hay que tirar hasta que uno se levante obligado por la fuerza del contrario.
[9] Se trata del sulfato de magnesio o sal de Epsom, que se utilizaba para baños, como exfoliante y, también, como suplemento alimenticio.
[10] La tradición cuchillera de Sástago, pueblo zaragozano ribereño del Ebro, se remonta al siglo xvi. Fueron muy apreciadas y siguen siendo buscadas las navajas con cachas de un molusco bivalvo de parecido aspecto al mejillón, Margaritifera auricularia, que estuvo a punto de extinguirse. V. Álvarez Halcón, Ramón M., «La industria del nácar de Margaritifera auricularia en Aragón y la gestión ambiental», Temas de Antropología Aragonesa, 8 1998, pp. 113–212.
[11] Quien custodia las llaves de la cofradía.
[12] V. Julio Caro Baroja, «Inversiones». El Carnaval». Madrid, Taurus, 1979, pp. 98–100.
[13] Una excepción sería este parlamento de la bientencionada mesonera Dolores: «Te echas a la caeza un peso mu grande y «cutio» aploma, pero si te aduyan a llevalo…» El autor señala en nota el significado de cutio: «seguido». Pero, en la mayoría de las ocasiones tiene un significado adverbial: ininterrumpidamente. Se utilizaba mucho en la expresión «pa’cutio»: para siempre. También fue general en el habla popular aragonesa la metátesis «aduyar» por ayudar.
[14] Adaptación de las voces «Aznar Pellicer, José» y «Sancho Aguilar, Manuel» extraídas de Javier Barreiro, Diccionario de Autores Aragoneses contemporáneos (1885–2005), Zaragoza, Diputación Provincial, 2010, pp. 133–134 y 994–995.
[15] Al final de la novela, bajo el marbete «Obras que tenemos en preparación», figura El señor Eugenio (continuación de La cuadrilla del gatico negro). No he encontrado rastros de que fuera finalmente editada.