Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >


En el primer artículo de este mes, Javier Barreiro propone una hipótesis interesante que nos sugiere reflexiones múltiples. El título de su texto alude a un cambio en el paradigma sociocultural del regionalismo. El movimiento artístico que se había desarrollado con el costumbrismo en el siglo XIX, ha derivado hacia un interés por lo local como origen de un pintoresquismo que implica principalmente a la pintura y la literatura. Los cuadros de costumbres se alían así con las pinceladas naturalistas de un género que daría a la imprenta numerosos ejemplos hasta la guerra civil de 1936 a 1939. En el período de las tres primeras décadas del siglo XX se fomenta y se desarrolla el tipo de novela que nos ofrece Javier Barreiro, alentado –cuando no fomentado y difundido– por la aparición de numerosas revistas, cortadas por el mismo patrón, cuyos contenidos parecen anunciar un nuevo mundo en el que todavía se sostiene lo peculiar con tintes folklóricos. Esas publicaciones sobreviven gracias al prestigio de sus colaboradores, encargados número tras número de crear textos numinosos que aíslen al lector de los inventos sorprendentes que se anuncian en la propia revista como el cine, los elegantes reproductores de sonido, los novedosos modelos de automoción o los avanzados remedios farmacéuticos, tan diferentes de la superada revalenta arábica. Supongo que existen estudios que hayan comparado las tendencias que se atisban en el Manifesto regionalista de Gilberto Freyre (1926), con propuestas para un Brasil moderno y tradicional frente a la Europa decadente, o en las obras pictóricas de Grant Wood (inspirador del gótico americano) y Norman Rockwell (el excelente dibujante del medio rural de los Estados Unidos). Cuanto más nos adentramos en el modelo artificial de la inteligencia, más nos asusta el estudio de los errores recientes, incurriendo en una damnatio memoriae que afecta a la cultura más próxima a nuestros días. No interesa, casi por sabido y por cercano, el intento fallido de combinar lo regional con lo global, pero en novelas del tipo «La cuadrilla del gatico negro» hay muchos ejemplos de que los nuevos tiempos no aceptaban fácilmente convivencias espureas y apostaban con claridad por el futuro imperfecto antes que por el pretérito anterior.