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Vamos a realizar en el presente artículo una reflexión sobre mentalidad y cultura tradicional, pero lo haremos con una cita procedente de otro ámbito de estudio. Las obras del gran teólogo D. Olegario González de Cardedal proporcionan, sin necesidad de estar de acuerdo siempre con él, la ocasión de leer textos que destacan por reflejar su extraordinaria formación humanística y teológica. En cierta ocasión nos encontramos con la siguiente reflexión, referida a su especialidad:
[…] es revelador que Francia y Alemania estén llevando a cabo ediciones actualizadas y situadas mediante introducciones históricas de los grandes maestros de la época anterior. Así, las obras completas de Rahner en 32 volúmenes; las de De Lubac en 49 volúmenes; las de Balthasar, Welte, Kasper, Ratzinger. La continuidad en la lectura de los maestros es la condición de posibilidad para un renacimiento futuro. Esta es la diferencia en el cultivo de la tradición entre estos países y España. Entre nosotros la permanente ruptura con lo anterior para estar comenzando siempre de nuevo, en un adanismo esterilizador, es la causa de nuestra incapacidad creadora e infecundidad institucional[1].
Las dos últimas frases de la cita nos recordaron una idea expresada por el filósofo (experto en estética), traductor y poeta D. José María Valverde, respecto a Inglaterra:
[…] los ingleses –y no sólo en historiografía literaria, sino en general- tienen la plausible tendencia a minimizar la importancia de las novedades, disimulándolas bajo un aspecto conservador, especialmente por lo que toca a la nomenclatura y las formas visibles[2].
Nos resultó curioso que dos grandes pensadores, desde campos diferentes, mostrasen una opinión parcialmente similar en relación a que en otros países exista una tendencia, una muestra de mentalidad colectiva en la línea de tener en cuenta la tradición más que en España[3].
Algo de esto puede apreciarse en diversos campos. Mencionaremos una comparación, a modo de muestra, tomada del ámbito educativo. En París se encuentra el famosísimo Lycée Louis le Grand. Aunque fue fundado como colegio de jesuitas en 1563, ha pasado por muchas circunstancias diferentes, cambios profundos y variación de denominaciones, sin embargo, no se marca como fecha de su creación la de comienzos del siglo xix, en el que pasó a ser un lycée, sino que se sigue indicando la del primitivo origen (repetimos: 1563)[4]. Y en Inglaterra hay un colegio jesuítico, Stonyhurst, cuya año de fundación es 1593, aunque pasó por varias ubicaciones hasta su asentamiento actual en 1794[5]. Si buscamos una institución educativa española de destacada trayectoria histórica, podemos mencionar, entre otras, el IES El Greco, de Toledo, un magnífico centro al que, por cierto, quien esto escribe le tiene mucho afecto, pues allí trabajó y de él mantiene un gran recuerdo. Es un centro histórico, el más antiguo entre los públicos de secundaria de su provincia, fundado en 1845, y así se hace constar, de modo correcto. Pero en ese año lo que se hizo no fue la fundación de un instituto ex novo, sino la transformación, sin solución de continuidad, de la Universidad de Toledo, fundada en 1520, en centro de secundaria. Mas la Universidad de Toledo tampoco surgió de la nada, sino que es el desarrollo del original Colegio de Santa Catalina, fundado en 1485[6] (de hecho, el escudo del IES El Greco representa la rueda de Santa Catalina, recordando tal origen). Si el mencionado instituto toledano estuviese en Francia o en Inglaterra quizá se indicase como año de origen del mismo el de 1485, o bien 1485-1845, es decir, la fecha del primer origen y la de su refundación, pero en España no. Y no es, ni mucho menos, el único ejemplo que podríamos citar. Cada país tiene sus costumbres, sus idiosincrasias, algunas mentalidades propias.
Pero, respecto a la cultura tradicional y su estudio, ¿tiene alguna aplicación lo indicado anteriormente desde el punto de vista del análisis etnográfico?
Tras padecerse en España un secular retraso estructural desde el punto de vista económico, el desarrollismo implementado desde finales de los años 50 del siglo pasado, además de generar una masiva emigración que contribuyó a vaciar poblacionalmente las zonas rurales, planteó una imagen de la modernidad que proyectó hacia la cultura tradicional un velo de negatividad, de modo que se generalizó la idea de que el progreso implicaba hacer tabla rasa de muchos elementos de la tradición que se asociaron en la mentalidad colectiva con la pobreza y el atraso. La relación entre el pasado y el presente (una dialéctica no siempre fácil, por cierto, y basta recordar para ejemplificarlo, la famosa querella de los antiguos y los modernos), pasó a caracterizarse por una actitud en la que, frecuentemente, no se hizo un análisis equitativo de la tradición para ver qué parte de ella había que integrar en la «modernidad», sino que no pocas veces se prefirió olvidar lo anterior. No pretendemos defender que haya que conservar absolutamente todo lo del pasado, lo que sería imposible, además de absurdo. Sin embargo, entre la preservación de todo y el elevadísimo grado de deterioro y/o destrucción de, por ejemplo, la arquitectura tradicional en no pocas localidades rurales de nuestro país hay una enorme diferencia. La modernidad bien entendida es la que enriquece lo nuevo con lo mejor de la tradición, no la que pretenda argüir que lo nuevo es lo mejor solo por ser nuevo.
Vamos a centrarnos en un solo aspecto para ejemplificarlo. En zonas enteras de la provincia de León eran muy abundantes las construcciones tradicionales con teito (permítasenos usar el término en la forma empleada comúnmente en El Bierzo[7]), es decir, con cubierta vegetal. Sin embargo, hoy hay localidades de comarcas en las que la citada cubrición era tradicional y, sin embargo, en la actualidad no queda ni un solo ejemplo conservado, y ello a pesar de que ya ha habido llamadas de atención al respecto[8]. Es como si, en la mentalidad colectiva, el teito llevase asociada, de modo indisoluble, la idea de atraso, lo cual marca un contraste con lo que sucede en otros países europeos. Gran Bretaña o Alemania, entre otros, manifiestan magníficos ejemplos en los que casas tradicionales con tejado vegetal son reformadas y actualizadas para tener las comodidades y la seguridad que el desarrollo técnico proporciona pero manteniendo ese tipo de cobertura o, incluso, se edifican nuevas viviendas con este tipo de techado (siendo, además, un interesante modo de unir arquitectura y ecología). Un diálogo fructífero donde se aúnan los elementos positivos que el progreso tecnológico ha traído con determinados aspectos de la tradición de cada zona y que constituyen parte de su acervo cultural tradicional, al que no se quiere renunciar. Todo esto muestra, en este sentido, una mentalidad diferente.
Es más: hay destacados ejemplos arquitectónicos en Europa que muestran hasta qué punto lo tradicional puede enriquecer lo más innovador. Cabe recordar, como muestra, la famosa Chesa Futura, en la localidad alpina de Sankt Moritz, en Suiza, de Foster Partners, la cual, según se indica en la página web de la mencionada empresa de arquitectura, «fuses state-of-the-art computer design tools with centuries-old construction techniques»[9].
Escribía D. Antonio Carreira respecto a los «estudios tecnológicos de Caro Baroja»:
La vida tradicional española, que agonizaba cuando in extremis se realizaron estas investigaciones, ha expirado hace tiempo. No es cosa de enjuiciar si para bien o para mal. Se trata de no compartir la general indiferencia gnoseológica ante un corte abrupto con una tradición multisecular. Al principio recordamos que países muy desarrollados, con avatares nada suaves en su historia reciente, han dado ejemplo de armonía en su proceso modernizador, adoptando un talante humanístico respecto a su cultura[10].
No vamos a negar que en España se ha ido mejorando en los últimos años y, por ejemplo, no pocos museos etnográficos, de mayor o menor dimensión, se han ido creando. Empero, el vaciamiento poblacional de nuestros pueblos, el abandono y desaparición de una parte importante de la arquitectura tradicional y, también, el peso de cierta mentalidad anteriormente analizada, hace que el diálogo entre la cultura tradicional y la modernidad no haya producido todavía todos los frutos que serían deseables.
Nuestra reflexión quedaría incompleta si no mencionásemos otro aspecto de la cuestión. El catedrático y académico D. Carlos García Gual expuso en un interesante análisis, aunque planteado en relación a la educación, algo que sería pertinente aplicar a la etnografía:
«Tradición» es una palabra que no goza hoy de buena prensa. (Probablemente su descrédito viene de que muchos confunden el estudiar la tradición con ser tradicionalista. Del mismo modo que amar la propia nación es una cosa y otra ser nacionalista, conviene resaltar que el conocer y estudiar una tradición no significa la más mínima simpatía por lo que se llama tradicionalismo. Puede y suele ir en contra de este[11].
En efecto, el interés (analítico y crítico) por elementos culturales de la tradición no entra en contradicción con el progreso; es más, si este está bien planteado habrá de incluir lo mejor de aquella. Abundan los ejemplos; así, el filósofo D. José Antonio Marina escribió en cierta ocasión sobre los colegios universitarios de la Universidad de Cambridge:
He pasado un mes en Cambridge. Vivir en Cambridge es vivir en dos mundos diferentes. Los colleges son estructuras tradicionales habitadas por la modernidad[12].
Difícilmente podríamos encontrar un concepto más integrador que lo indicado en la última frase de la cita: un ámbito donde lo tradicional acoge el progreso y este conserva lo mejor del pasado. En España también se hace, sin duda, en determinados ámbitos[13], pero, en nuestra opinión, debería insistirse más. De no hacerlo, seguiremos perdiendo elementos de nuestro acervo cultural que merecerían ser conservados y/o integrados en nuevas realizaciones. La llamada España vaciada merece y necesita (de modo urgente) oportunidades de progreso y de futuro que, además, permitan que mantenga elementos definitorios de su propia tradición.
NOTAS
[1]OLEGARIO GONZÁLEZ DE CARDEDAL, El quehacer de la teología. Génesis. Estructura. Misión, Salamanca 2008, p. 630.
[2] JOSÉ MARÍA VALVERDE, Historia de la Literatura universal. 5. Reforma, Contrarreforma y Barroco, Barcelona 1984, 424.
[3] No entraremos en nuestro análisis en el hecho, indicado por el gran analista cultural que fue Umberto Eco, del poco interés por el pasado en la sociedad de los Estados Unidos: «En la cultura estadounidense esta nivelación del pasado sobre el presente se vive con mucha desenvoltura y puede ocurrir que un profesor de filosofía les comente lo irrelevante que es saber lo que dijo Descartes sobre nuestra forma de pensar, ya que lo que nos interesa es qué están descubriendo las ciencias cognitivas hoy en día. Se está olvidando que, si las ciencias cognitivas han llegado a donde están, ha sido porque con los filósofos del siglo xvii se empezó un determinado discurso, pero lo peor es que se renuncia a extraer del pasado una lección para el presente». (UMBERTO ECO, De la estupidez a la locura. Cómo vivir en un mundo sin rumbo, Barcelona 2016, p. 58).
[4] Estos datos los hemos consultado en la página web de este centro.
[5] Como en el caso anterior, estas informaciones las hemos consultado en la página web del colegio.
[6] Remitimos, sobre estos aspectos, a las diversas y muy documentadas publicaciones que sobre el tema escribió D. Florentino Gómez Sánchez como, por ejemplo, La Universidad de Toledo, Toledo 1980.
[7] Puede constatarse esto en JANICK LE MEN, Léxico del leonés actual. VI. R-Z, León 2012, p. 538-539 (s. v. «techo»).
[8] Por ejemplo, EMILIO GANCEDO, «Techos, teitos, chozos, pallazas y pallozas»: Diario de León (17/12/2003).
[9] http://www.forsteranpartners.com/projects/chesa-futura
[10] ANTONIO CARREIRA, «Los estudios tecnológicos de Caro Baroja»: Julio Caro Baroja, Premio Nacional de las Letras Españolas 1985, Barcelona 1989, 111.-133, concretamente pp. 129-130.
[11] CARLOS GARCÍA GUAL, «El debate de las humanidades»: Claves de Razón Práctica, 243 (2015). 136-155, concretamente pp. 142-143.
[12] JOSÉ ANTONIO MARINA, Memorias de un investigador privado, Madrid 2003, p. 177. Lo que menciona de los colegios universitarios de Cambridge no deja de ser, en cierto sentido, un reflejo de la característica inglesa que D. José María Valverde indica en la cita que incluimos en la parte inicial del presente artículo.
[13] Ya que hemos mencionado un ámbito universitario inglés, citaremos ahora otro español, aunque muy diferente en algunos sentidos: la biblioteca de la UNED en Lavapiés (Madrid), aprovechando las ruinas de una iglesia barroca.