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Introducción
El presente trabajo[1] versa sobre la identidad rural y la influencia que tiene en ella el folklore. Este trabajo se realiza mediante la técnica de la autoetnografía, recorriendo mis experiencias como nieta de emigrantes de un pequeño pueblo conquense: Castillejo del Romeral. Se trata de una reflexión sobre la identidad, de la mano del vínculo con el folklore y las tradiciones de Castillejo. Mi experiencia es solo una de las muchas similares que han vivido este pueblo y muchos otros pueblos españoles. Quiero observar cuál es la influencia que tiene el folklore en la identificación y el arraigo en el territorio. Para ello, en primer lugar, se sitúa a Castillejo del Romeral demográfica y socialmente, definiendo a los habitantes del pueblo: jubilados retornados y neorrurales. En un segundo apartado se reflexiona sobre los términos arraigo e identidad, planteando quién es del pueblo. En tercer lugar, se procura visitar el folklore e historia de Castillejo, lo que se sigue de una reflexión autoetnográfica sobre mi vínculo identitario con el pueblo y su folklore, llegando a una última reflexión sobre el presente y el futuro de Castillejo del Romeral.
Se ha considerado oportuno emplear la técnica de la autoetnografía, entendida como «un acercamiento a la investigación y la escritura que busca describir y analizar sistemáticamente la experiencia personal con el fin de comprender la experiencia cultural» (Ellis et al., 2010 citado en Montgaud Mayor 2016, 4). Mediante la autoetnografía la ciencia social acepta «la intersubjetividad entre el sujeto, el objeto y el medio de investigación sin abdicar de su pretensión científica» (Montgaud Mayor 2016, 3). Mi experiencia familiar y cultural no me permite desvincularme del tema tratado, ni elevarme como un ser objetivo para su análisis. Por ello, mi experiencia también forma parte de la investigación. Así, la persona investigadora y narradora coinciden en el mismo sujeto para revelar un problema social más amplio que aquel en el que está inmerso (Montgaud Mayor 2016, 4).
Este trabajo se acompaña de la revisión bibliográfica, revisión de material audiovisual y fotográfico y del uso de técnicas cualitativas: tres entrevistas en profundidad y una deriva. El material fotográfico y audiovisual, aportado por familiares y vecinas de Castillejo, y recuperado de Youtube, ha sido de gran utilidad para ilustrar la sociedad y las tradiciones del pueblo, pues las imágenes contienen informaciones significativas representando con gran riqueza datos que de otra forma no se obtienen (Brisset Martín 1999, 1). Las entrevistas se han realizado a tres personas con perfiles diferentes en lo que respecta a su relación con el pueblo y al folklore. Entre ellas se encuentran: un hombre de 90 años, exalcalde de Castillejo muy involucrado en el desarrollo del folklore a partir de los años 80; un hombre de 90 años, mi abuelo, involucrado con la vida agraria, ejemplo de retornado tras su jubilación; una mujer de mediana edad involucrada con el folklore, hija de emigrantes nacida en el pueblo que desarrolla la mayor parte de su vida en la ciudad. Las entrevistas tienen como objetivo dibujar la historia sociodemográfica y folklórica del pueblo a partir de las vivencias personales de las personas entrevistadas. La deriva busca algo similar de una forma más participativa, dando lugar al debate entre tres personas de un grupo coetáneo de edad. El paseo de la deriva se realiza, a sugerencia de las participantes, por el recorrido que lleva la procesión el día 24 de agosto, día del patrón del pueblo: San Bartolomé.
Demografía de Castillejo del Romeral
Para entender la identidad a partir del caso de Castillejo, hay que observar su demografía y su composición social. Los datos del INE nos muestran un municipio con una población muy reducida desde mediados del siglo xix. Ya en el año 1842, momento en el que tiene mayor población, Castillejo no superaba los 600 habitantes. Se trata, por lo tanto, de un municipio de tamaño reducido. Su población oscila alrededor de los 500 habitantes hasta los años 50 del siglo xx. A partir de los años 50 se empieza a observar una reducción más acusada de la población. Partiendo de los 523 habitantes de derecho censados en 1940, en 1950, la población se reduce a 456 habitantes, en 1960 a 395, llegando a 1970, año en el que Castillejo tiene 221 habitantes de derecho. En 30 años más de 300 personas dejan de residir en Castillejo del Romeral.
Este fenómeno coincide con las dinámicas migratorias del pueblo a la ciudad que se observan en toda España (Figura 2). A lo largo del siglo xx, la sociedad española deja de ser principalmente rural y agraria, para transformarse en una sociedad principalmente urbana. Si en 1900 casi el 70% de la sociedad era rural, en 2001 poco más del 20% continuaba siéndolo. Este éxodo rural se da con mayor fuerza entre las décadas de los 60 y los 70 del siglo xx. Este éxodo influye en el tamaño del sector agrario. En 1960 la agricultura representaba el 24% del PIB y empleaba al 41.7% de la población activa, mientras que en 1970 ya se había bajado a un 13% del PIB y a un 29.2% de la población activa (Moya-Maleno 2018, 351). Algunos factores como las crisis de producciones agrícolas y la mecanización del campo empobrecen a la población rural y agraria (Romero Valiente 2003, 213), suponiendo la expulsión de casi cuatro millones de personas de los pueblos españoles entre 1963 y 1970 (Fusi 1985 citado en Moya-Maleno 2018, 352).
Estas personas, que en un principio podían tener la intención de volver al pueblo, se quedan en las ciudades a las que migran, alentados también por dar un futuro mejor a sus hijos que conforman una generación con mejor formación que los padres (Martínez Pozo, M. A. 2019, 6).
En los años 60 es cuando el pueblo se despobló bastante. Bastante. O sea, del 65 al 75 el pueblo se quedó muy… luego después se ha despoblado más, porque claro, los que se quedaron aquí ya se han muerto la mayoría. Y los hijos pues han estudiado y tal y se han quedado fuera (Deriva. Entrevistada 1. Mujer 64 años).
Este proceso migratorio tiene gran influencia en el pueblo y en su gente. El abandono del pueblo no es solo poblacional, si no también político. Alrededor de la década de los 70, tal como se indica en la Figura 1, debido a la masiva reducción de la población, el municipio de Castillejo del Romeral desaparece, integrándose en Huete, un municipio de mayor tamaño a 20km de distancia. Castillejo deja de tener ayuntamiento y es en Huete donde se gestionan sus impuestos y recursos. En los años 80 comienza un movimiento que pretendía recuperar la autonomía del pueblo, animado por el que sería alcalde tras su consecución:
Fue en los años 80 cuando yo vine aquí, me di cuenta de que podía ayudar al pueblo a levantar el pueblo otra vez, porque estaba la cosa muy decaída, el ayuntamiento había ido a Huete. No teníamos ni ayuntamiento e hicimos una asociación de vecinos, que éramos 150, mucha gente, y a través de esa asociación intentamos saber qué podíamos hacer por el pueblo porque Huete nos tenía abandonados en todos los sentidos. Aquí se invertían cuentos reales cuando les interesaba los de Huete y todos los impuestos iban a Huete y esto no funcionaba (Entrevista 1. Hombre 90 años).
Castillejo dejó de tener alcalde durante cuatro años, y durante seis cesó el servicio de tren. La asociación de vecinos convocó una manifestación contra la supresión del tren y presionó a Huete. Además, en ese momento se creó el Grupo Folklórico. Entre 1990 y el año 2000, Castillejo se convierte en una EATIM (Entidad de Ámbito Territorial Inferior al Municipio), recuperando parte de su capacidad administrativa y su gestión presupuestaria. Ahora bien, la localidad no deja de perder población.
Entre 1970 y el año 2000, la población de Castillejo se reduce a un cuarto, pasando de tener 213 habitantes a 55. Desde el año 2000 hasta el 2023, se dan pequeñas variaciones en la población. Los saldos positivos se deben principalmente al retorno de personas jubiladas que migraron en los años 60 y 70 y al empadronamiento de neorrurales. Los saldos negativos de población se deben al fallecimiento de las personas jubiladas y al abandono del pueblo por los segundos. En 2020, el pueblo había llegado a un mínimo de población de 32 personas, pero a raíz de la pandemia del Covid19 algunas personas deciden trasladar su residencia al pueblo. Ahora bien, estos movimientos hacia los pueblos son mayoritariamente de carácter temporal y, como indica el leve aumento de la población de Castillejo, no tienen tanta influencia en pueblos pequeños y alejados de grandes ciudades (González-Leonardo et al 2022, 2). Como se puede observar, la población de Castillejo del Romeral es muy reducida, en 2023 solo tiene 42 habitantes.
Esta pequeña población está conformada principalmente por jubilados retornados y neorrurales. Los jubilados retornados forman parte del grupo que Martínez Pozo (2019, 16), define como emigrantes permanentes, en concreto emigrantes pasionales y nostálgicos. Este grupo de personas emigró a la ciudad para conseguir mejorar su situación económica. Desde Castillejo se emigró principalmente a Madrid, Valencia, Barcelona o Cuenca. Estas personas siguen manteniendo relación con la ciudad donde emigraron, pero transmiten el apego y la añoranza a su pueblo influyendo en futuras generaciones (Martínez Pozo 2019, 16). Suelen mantener una vivienda en la ciudad que les acogió, y sus hijos y nietos siguen viviendo allí. Mantienen el vínculo con la ciudad tanto a través de la familia, como por necesidades médicas y administrativas. Volver al pueblo tras la jubilación forma parte de su proyecto vital. El pueblo representa su identidad, su juventud y su forma de vida (Martínez Pozo 2019, 16).
Entrevistado
Aún habiendo estado viviendo en la ciudad por motivos de economía y de trabajo, digamos que mi pensamiento y mi intención de toda mi vida fue lo que luego sucedió, de volver a la vida de rural. (…) Independiente de lo a gusto que me encontré con mi profesión, de la cual me proporcionó medios para vivir una vida adecuada y muy bien, pero la intención era, como luego ocurrió, que al jubilarme volviera al campo.
Entrevistadora
¿Y qué es lo que te hacía, te movía para volver?
Entrevistado
Pues muy sencillo. Principalmente actividades que yo no pude realizar al marcharme joven a la ciudad, como era cultivar las olivas y recrearme en el huerto, haciendo las actividades que había visto hacer a mis antepasados. (Entrevista 3. Hombre 90 años).
Los neorrurales son un grupo de personas que hacen un proceso migratorio de la ciudad al campo, con «una vinculación económica y voluntaria al mundo rural» (Rodríguez Equizabal y Trabada Crende 1991, 73). Atendiendo a la clasificación que realiza Egea Cariñanos (2021, 6), en Castillejo podemos encontrar dos tipos de neorrurales:
Ahora bien, raras veces esta residencia crea arraigo en el pueblo. «La mayoría de los ‘trasladados’ experimentan una primera etapa de entusiasmo inicial que rápidamente se transforma en desencanto» (Sánchez-Oro 2013 citado en Egea Cariñanos 2021, 6). Por ello, suelen desplazarse al finalizar el contrato laboral o al encontrar una oportunidad de residencia en otro lugar. A estas personas que llegan al pueblo sin vínculos familiares se las describe como gente de otros lugares, que no es del pueblo. Es difícil que el que no es del pueblo sea integrado en las formas de ocio de los que sí lo son. Se destaca la diferencia entre el forastero y el del pueblo mediante la identidad y el sentimiento de pertenencia. A la vez que resaltan que los forasteros no tendrán nunca el mismo sentimiento que una persona del pueblo y añaden que no se integran, se lamentan por su marcha y reconocen no ayudar a su integración, cayendo en una contradicción.
Entrevistada 1
Y entonces, aunque viniese gente, tú imagínate que viene gente de otros pueblos, de otras ciudades, que compras en casa, que vienen con niños, pero ese sentimiento no lo tendrán nunca.
Entrevistadora
Y vosotros consideráis a esa gente que viene ahora hemos visto algo así. ¿Consideráis que son del pueblo?
Entrevistada 3
No. Porque no se han querido integrar en el pueblo.
Entrevistado 2
Exactamente. Hay gente que no se integra.
Entrevistada 1
O no las hemos integrado.
Entrevistada 3
Bueno, algunos los hemos integrado y luego se han ido.
Entrevistado 2
Pero la mayoría, pero la mayoría no.
Entrevistada 1
Pero yo creo que mucha culpa tenemos nosotros también, porque tampoco integramos a la gente. (Deriva).
La identidad rural y el arraigo. «Ser del pueblo»
Llevo muchos años pensando que lo que yo sentía por mi pueblo era arraigo. Es una palabra tan bonita, con una sonoridad que llena la boca y te evoca a un sentimiento muy concreto. En un principio este trabajo trataba el arraigo con esa concepción que tenía yo del término. Un sentimiento de amor hacia mi pueblo. Un sentimiento de pertenencia a una tierra y a una comunidad heredado en la familia, las raíces y las tradiciones. Pensar en mi pueblo me lleva a ese sentimiento. Este sentimiento lo comparten conmigo las personas con las que he hablado. Una de ellas recurre a la palabra arraigo de la misma manera que yo recurría a ella:
Yo creo que es el arraigo. Vienes muchas veces vienes, muchas veces. Te pongo mi ejemplo. Por ejemplo, yo vengo cada 15 días por ahí. Por ejemplo, Raquel tiene una casa aquí, vive la mitad del año aquí o más. (…) Adela ha estado con sus padres aquí. Pues siempre. (…) Es el arraigo. (Deriva. Entrevistado 2. Hombre 65 años).
Aunque soy de las personas que piensan que las palabras tienen el significado que tu les das, mi tutor del TFG y la Real Academia de la Lengua Española me han enseñado que el arraigo es otra cosa. La RAE define arraigar como:
1. intr. Echar raíces. U. t. c. prnl.
2. intr. Dicho de un hábito o de un modo de comportarse: Hacerse muy firme. U. m. c. prnl.
3. intr. Establecerse de manera permanente en un lugar, vinculándose a personas y cosas. U. t. c. prnl.
El arraigo supone vivir, socializar, trabajar, formarse en ese lugar, elementos que influyen tanto en el arraigo como en el desarraigo (Díaz Méndez 2005, 71). El arraigo se entiende a la vez como la decisión de establecerse en un lugar y no tener proyectos de emigrar, como el vínculo que se tiene en ese territorio a través de lo social, lo familiar y la vida diaria. Las personas entrevistadas por Lázaro (2023) pertenecientes al Proyecto Arraigo, hacen hincapié en lo fundamental de fomentar la vida social para «que lleguen a formar parte del pueblo». Hoy en día, el arraigo es un requisito legal para conseguir el permiso de residencia, una herramienta para llenar la España vaciada. El arraigo se formaliza, y lo emocional queda relegado a un segundo plano.
El arraigo, ese arraigo emocionante, lo veo en mis abuelos. Mi abuelo no quiere ir a Madrid por nada del mundo, pero sus hijos y los médicos le arrastran a la ciudad. Él mismo expresa muy bien cómo se siente cuando está lejos de su casa: «Mi pensamiento cuando no estoy en el pueblo, si es para muchos días, es no estar con mucha satisfacción, puesto que siempre mi pensamiento está en el pueblo, digamos, un poco. Y en la vida del pueblo» (Entrevista 3, Hombre 90 años). Y mi abuela no se siente en su casa cuando llega al piso donde ha criado a sus hijos y nietos. Mi madre me dice al llegar a Madrid: «¿no ves que la abuela no para de decir lo a gusto que está en esta casa?, creo que es su forma de convencerse de que aquí está bien, pero su casa es la del pueblo». Una experiencia similar tenían los padres de una de las personas entrevistadas:
Mis padres iban a Madrid cuando tenían que ir al médico y te llamaban que nos vamos ya al pueblo, digo, ala, venga, a correr. Llegaban, iban al médico, a lo mejor se iban por la mañana, iban al médico y por la tarde ya te llamaban, que nos vamos otra vez para el pueblo. Digo, ala, venga, correr, que no se os va a caer la casa encima. Pero claro, tenían aquí su red social. Es decir, quedaban todas las tardes, jugaban a las cartas, celebraban sus cumpleaños, o sea. (…) Pero está en su pueblo y es volver a tu casa. (Entrevista 1. Mujer 64 años).
Entonces, si no es arraigo, pues no vivo en el pueblo, ¿qué es lo que siento?, ¿a caso tiene ese sentimiento un nombre? Hay un uso del lenguaje común en las personas que han sido entrevistadas: para sentir esto tienes que «ser» del pueblo. El empleo del verbo ser nos lleva a la identidad. El pueblo tiene que formar parte de tu identidad. Además, a la hora de referirse a Castillejo, hablan de «nuestro» pueblo o de «mi» pueblo. Se emplean determinantes posesivos. A la vez que eres del pueblo, el pueblo te pertenece. Tiene lugar una reciprocidad entre el pueblo como lugar y comunidad y el individuo. El pueblo forma parte del individuo y el individuo forma parte del pueblo. Es al mismo tiempo identidad y pertenencia. Mediante la revisión de bibliografía he intentado cuadrarlo en términos académicos: identidad rural, identidad cultural o sentimiento de pertenencia.
Vivir en el pueblo no supone ser del pueblo, no supone identidad. Puede ser más extraño un residente que no se relaciona con los demás, que un familiar que lleva 20 años sin pasar por el pueblo. Si el que vive no es necesariamente del pueblo, ¿quién sí lo es? El caso de Castillejo, probablemente debido a la reducida población, es particular, pues el emigrante que Báez Mediano (2018, 173) define como veraneante[2], que en el caso de La Encina no se considera uno más de la localidad, en Castillejo del Romeral forma parte del grupo de «los del pueblo» e incluso se considera más parte del pueblo que una persona residente. Una de las personas entrevistadas define qué significa ser del pueblo:
Ser de aquí significa, no te digo haber nacido, sino, haber, haber vivido, haber vivido. (…) Tú eres de aquí, ¿vale? Eres, tus abuelos son de aquí, y tu madre es de aquí, ¿vale? Pues tú has vivido, tú eres del pueblo. Realmente del pueblo somos los que tenemos unas raíces, los que sentimos el pueblo. (Deriva. Entrevistada 1. Mujer 64 años).
Para ella, ser del pueblo supone tener un vínculo familiar y emocional reforzado por haber vivido el pueblo. Con vivir el pueblo no se refiere a vivir en él, sino a acudir al pueblo en fines de semana, festivos y vacaciones, participar y tener presencia en las actividades locales. Este perfil que se ha llamado veraneante, Martínez Pozo (2019, 16) lo define como emigrante pasional, término que se aplica mejor al caso de Castillejo. El emigrante pasional es aquel que está plenamente implicado en la localidad y en la fiesta y que con su pasión influye a que futuras generaciones continúen teniendo conexión con el pueblo (Martínez Pozo 2019, 16). Son muy pocas las personas que no llevaron a cabo un proceso migratorio y la gran mayoría de ellas ya han fallecido, haciendo que no exista un grupo de personas suficientemente grande que haya permanecido en la localidad desde su nacimiento. Por ello, en el caso de Castillejo, «los del pueblo» son los emigrantes y los jubilados retornados, y la pasión de estos dos grupos es la que le da vida.
Algo menos habitual, que ocurre de manera excepcional, es que hijos y nietos de veraneantes no vinculados a través de la familia con el pueblo acaben considerándose parte del pueblo. Este grupo de personas llega al pueblo desde la ciudad como turistas, buscando un lugar donde pasar las vacaciones y acaban formando un vínculo con el pueblo a través de las amistades y de la participación en las tradiciones y el folklore local. Ahora bien, son sobre todo los veraneantes de segunda o tercera generación los que son más dados a crear ese vínculo. Es decir, los hijos y nietos de aquellos que compraron la casa donde pasar sus vacaciones.
Gente que ha venido a vivir y los padres, por ejemplo, no se han integrado a la comunidad del pueblo. Sin embargo, los hijos jóvenes de esas mismas familias que han vivido aquí o viven, sí se han incorporado y han practicado los bailes. (…) Pero una integración total no es, es una integración parcial y momentánea, pero vamos, han bailado y han participado. (Entrevista 3. Hombre 90 años).
El emigrante conserva la unión con el pueblo y su identidad. Pero el emigrante ha vivido la mayor parte, si no toda su vida en la ciudad y ha construido su vida allí. En un pueblo con una población tan reducida es el emigrante el que construye casas, el que mantiene las tradiciones e incluso quien es alcalde y concejal. Es la persona que proviene de la ciudad quien mantiene vivo el pueblo. Por ello, hoy en día la dicotomía campo-ciudad, que desarrolla Moya-Maleno (2018, 353), desaparece. El campo y la ciudad se construyen mutuamente en una relación constante. Ahora, es difícil que el emigrante se plantee trasladar su residencia al pueblo, pues vivir en el pueblo se percibe como un aislamiento laboral, social, educativo e incluso familiar.
El emigrante va al pueblo veranos, fines de semana y fechas señaladas, llenando el pueblo cuando llega. En Castillejo, el fin de semana de la fiesta del patrón en agosto puede llegar a haber alrededor de 300 personas. La fiesta
[…] sirve como lugar de encuentro con familiares y amigos de la infancia, de socialización e integración con nuevas generaciones que aún viven en la localidad o bien son hijos de antiguos emigrantes que se identifican y se sienten de la población porque sus padres le transmitieron el amor hacia la tierra que les vio nacer y tristemente partir. (Martínez Pozo 2019, 12).
A través de la fiesta se expresa la identidad y el apego al pueblo. El emigrante pasional participa de sus tradiciones enorgulleciéndose de ellas (Figura 4). «Una fuerte y positiva identidad nacional (o cualquier otro tipo de identidad social) presupone sentimientos de pertenencia, satisfacción y orgullo de esta pertenencia, compromiso y participación en las prácticas sociales y culturales propias» (De la Torre 2005, 113).
La expresión de esta identidad se observa también en las casas, en todas aquellas en las que cuelga una imagen del pueblo junto a las fotos familiares (Figura 5). Estas personas están vinculadas al pueblo y a su paisaje. Un paisaje a su vez natural y construido que es necesario conocer y comprender «para apropiárselo y finalmente llegar a identificarse con él» (Aponte García 2003, 158).
Como hemos observado anteriormente, la familia también juega un papel muy importante en la transmisión de la identidad. Quien tiene familia en el pueblo es del pueblo si ese vínculo se cuida. Esto es, teniendo presencia en el territorio. Todas las personas entrevistadas hacen referencia a su familia para explicar su conexión con el pueblo, con sus raíces. Hablan de sus padres, de sus abuelos, de sus hijos y de sus hermanos. También hablan de sus amistades, del círculo intrafamiliar con el que se socializa y que vincula a las personas con su pueblo (Pinilla, M., 2022).
Entrevistada 3
Veníais porque estaban los abuelos y eso tiraba mucho. Yo estoy convencida de que eso tiraba mucho. Yo lo veo con los míos cuando estaban mis padres, a ver a los abuelos, venga, pues hay que estar con los abuelos, hay que comer el día de San Bartolomé con los abuelos. Cuando los abuelos se van, pues vienen o no vienen.
Entrevistado 2
Y cuando son mayores, otro este que si tú te haces mayor y tienes unas amistades que ya no van a venir al pueblo, ya tiendes a venir menos el pueblo porque tienes que ir a otro. (Deriva).
La identidad se puede expresar de formas diversas. Se puede rechazar o abrazar. Exaltar o reducir. E incluso intentar cambiar por otra. Yo siento que mi identidad rural se ha visto a la vez exaltada y expresada a través del folklore. El folklore forma parte del patrimonio cultural, que como Soto Uribe (2006, 4) señala, representa valores históricos, estéticos y simbólicos que «construyen memoria, sentidos y lazos de pertenencia tanto espaciales como temporales para un grupo o colectivo humano».
Las representaciones compartidas en torno a las tradiciones, historia, raíces comunes, formas de vida, motivaciones, creencias, valores, costumbres, actitudes, rasgos y otras características de un pueblo son, precisamente, las que permiten decir que un pueblo tiene una identidad (De la Torre 2005, 112).
Esta autoetnografía pretende observar esa relación entre la identidad y el folklore. Tanto en mi propia experiencia, como en la de las personas que me rodean y que son parte de Castillejo del Romeral.
Evolución del folklore de Castillejo y su devenir demográfico
Las tradiciones folklóricas se ven afectadas por los cambios demográficos y procesos migratorios. A partir de la democracia hay un interés local en recuperar tradiciones que acaban incorporándose a las nuevas dinámicas sociales y culturales de la población residente y emigrante. Los testimonios de las gentes de Castillejo recogidos en las entrevistas y la deriva, junto al material fotográfico y audiovisual que se me ha proporcionado y he recopilado, me ha permitido dibujar una imagen del pueblo y sus tradiciones en el siglo xx. Durante este siglo, el pueblo sufre grandes cambios, reflejo de las dinámicas que se observan en la época en el resto del país. Estos cambios se perciben de forma muy evidente en la demografía y en el folklore.
Hoy en día, el folklore de Castillejo, como el de tantos otros pueblos, está fuertemente ligado a las festividades estivales. Los emigrantes vuelven al pueblo para celebrar sus raíces y su identidad, para encontrarse con sus familiares y amigos de la infancia (Martínez Pozo 2019, 12). En la fiesta de San Bartolomé, patrón del pueblo, se hace una demostración de las seguidillas, mazurkas y jotas típicas acompañadas de su música[3]. Estas danzas se bailan en parejas. Además, se bailan los paloteos tanto en la procesión, como en la plaza. Los paloteos los bailan un grupo de ocho personas dirigidos por un alcalde. Los danzantes, vestidos con trajes con cintas de colores, chocan palos entre ellos formando dos ruedas, una dentro de otra[4]. Los danzantes también visten la vara: de una vara de madera salen ocho cintas de colores que los danzantes entrelazan al ritmo de la música[5]. Es también típico en Castillejo el galopeo, una danza popular que se suele bailar después de la procesión o por la noche en la fiesta. Todo el pueblo se da la mano formando un círculo y «galopea» al ritmo de la dulzaina y el tambor. A estas músicas y bailes que se suelen representar en el verano, se le suman los villancicos y la tradición de representar un Belén viviente en el puente de diciembre[6].
Esto no siempre ha sido de esta forma, en el recuerdo de los mayores sobreviven otras tradiciones. Tenemos constancia, a través de fotografías, de la representación de Moros y Cristianos (Figura 6) que se celebró algunos años el día de San Bartolomé, cesando su escenificación a finales de los años 60 del siglo xx, fechas en las que tuvo lugar la mayor parte de la emigración de Castillejo. Para los más mayores, acostumbrados a vivir en el pueblo en su juventud, el folklore no se reducía a las fiestas nacionales y estivales, el folklore, para ellos, son las músicas y bailes dominicales que añoran y que hoy en día ya no se practican:
Por ejemplo, en los años de mi juventud, el folklore era que dominicalmente siempre había bailes, puesto que vivía mucha gente en el pueblo y era un poco la distracción del domingo principalmente, no solo del domingo, puesto que entonces las músicas se utilizaban incluso en matanzas, en festividades, en cumpleaños, en cualquier acontecimiento que hubiera en el pueblo era motivo para ver unos músicos, sobre todo. La música entonces aquí principalmente era de cuerda, laúd, guitarra o violín. (Entrevista 3. Hombre 90 años).
A lo largo del siglo xx tienen lugar dos momentos en los que cesa la celebración de tradiciones y la representación del folklore del pueblo. El primero se da en los años de la guerra civil, entre 1936 y 1939. Las seguidillas y mazurkas habían dejado de practicarse años antes. Pero, tras este paréntesis, se retoman los bailes dominicales y festivos y los paloteos ofrecidos el día de San Bartolomé. Los paloteos solamente se practicaban ese día. Un grupo de ocho o nueve hombres que ya habían realizado el servicio militar obligatorio, y que, por lo general, pertenecía a la misma generación o grupo de amigos, aprendía a bailar guiado por un alcalde. Tras danzar en la procesión, ofrecían los bailes a los vecinos a cambio de comida, bebida y dinero que luego compartían. Esta exclusividad no impedía que otros grupos trataran de practicar los paloteos:
Porque yo, sin embargo, yo por fuera nos juntábamos unos cuantos y practicábamos. Intentábamos danzar sin que nadie que nos enseñara y nada más que a nuestra manera. O sea que claro, por eso nos juntábamos allá arriba, en el corral del tío Sisto, donde la Dioni, y allí nos juntábamos unos cuantos y danzar sin decirlo nadie, éramos porque queríamos, porque afición sí había. (Entrevista 3. Hombre 90 años).
Eran característicos los pantalones de colores, amarillos y rosas, y la fuerza con que los jóvenes chocaban los palos. Unos palos hechos en casa, heredados o tallados por algún familiar. En la Figura 7, aunque el blanco y negro no nos permita definir el color, se observa el tono claro de los pantalones.
La Figura 8 muestra una imagen muy representativa de las fiestas en ese momento. Se captura una procesión abarrotada y masculinizada. No solo los danzantes son hombres, si no también todas las personas que pueden disfrutar de su baile, los músicos y los que llevan al santo a hombros. Todos llevan su traje de domingo en señal de respeto a las festividades religiosas. Se atisba la figura de alguna mujer al fondo, con la cabeza tapada, y a una, con aspecto infantil, subida al escalón de la puerta de una casa para poder disfrutar de las danzas. La cámara no alcanza a capturar a las mujeres, relegadas al final de la procesión. En los actos religiosos, ellas siempre se encuentran separadas de los hombres: al final de las procesiones y ocupando solamente la mitad derecha de la iglesia. En otros lugares son las mujeres las que ocupan el primer lugar en la procesión (Briones Gómez 1991, 5). A mediados del siglo xvi la Iglesia prohíbe que hombres y mujeres se mezclen en la asistencia a actos religiosos, esta prohibición se convierte en costumbre en la Iglesia en el siglo xvii (Martin Viana 1983, 213). Tradición que aún hoy se puede observar, pues sobre todo los más mayores, se colocan en el sitio en el que les han acostumbrado a estar toda la vida. Se representa una sociedad rural patriarcal comprometida con la religión. El gran aforo concuerda además con el momento demográfico del pueblo.
En los 60, la tradición del paloteo se pierde durante algunos años, coincidiendo con el momento en el que el proceso de emigración rural tiene mayor influencia. Como hemos visto, el pueblo pasa de tener 456 habitantes en 1950, a 221 en 1970. Aunque durante estos años no se bailen las danzas y paloteos, tal como señalan en la deriva, el galopeo nunca se pierde. El galopeo es un momento de unión física del pueblo. Después de la procesión y alguna noche de la fiesta, suena la música de la dulzaina y el tambor y los mantequeros se dan de la mano mientras recorren las calles «galopeando»[7].
Coincidiendo con el momento en el que se pierde el Ayuntamiento de Castillejo debido a la pérdida de población, surge un movimiento para recuperar las tradiciones y el folklore del pueblo. En 1977 se recuperan los bailes procesionales, acogidos con gran emoción por todos aquellos que acuden a los festejos de agosto y, sobre todo, por los que tienen el placer de bailar y tocar. Se recuerda la música y a los músicos que, sin saber leer partituras, tocaban de oído las melodías sin ensayar ni un solo día.
Entrevistada 1
Aquí lo que sí era vamos, se ha vivido muchísimo, muchísimo, muchísimo la danza, mucha danza. Fue muy emotivo.
Entrevistada 3
En el 77.
Entrevistado 2
Cuando la recogimos, cuando volvimos a hacer entrenar porque no lo habíamos visto casi nada, nada.
Entrevistada 1
No conocíais nada.
Entrevistado 2
Pero no sabíamos nada. Y el padre, Cruz, su padre de Adela y el tío Julián, o sea, mi suegro, su tío y Colmena empezaron a bueno, ensayábamos una cantidad de noches increíble.
Entrevistada 1
Y se recuperó.
(...)
Entrevistada 1
Pero ese año la verdad es que entonces fue muy emotivo.
Entrevistado 2
Y la verdad es que emocionaba mucho. Yo he danzado y los primeros años era espectacular. En la iglesia era… (Deriva).
A lo largo de los años 80 se recupera el folklore de Castillejo. Algunas personas, con especial mención a Luis Puerta, hacen un gran trabajo consiguiendo, a partir de los testimonios de las personas mayores del pueblo, recuperar bailes antiguos que llevaban décadas sin practicarse. Entre ellos se encuentran las seguidillas y las mazurkas[8]. En ese momento se conforma la Asociación Folklórica Río Mayor.
Hicimos también la asociación folklórica para levantar todo el ánimo del Castillejo. Todo lo que aquí había de folklore, de seguidillas. De seguidillas, de todo lo que había aquí de folklore, lo analizamos, lo estudiamos y lo pusimos en marcha para hacer un grupo folklórico que fuera por todas partes, por todas partes, viendo lo que había en Castillejo. (Entrevista 1. Hombre 90 años).
Desde la democracia, se intensifica el sentido de la identidad hacia un lugar, comunidad o región (Martínez Pozo 2019, 8). Se le da especial importancia al sentido de pertenencia y comunidad a través de la fiesta o el folklore. Tal como expresa el primer entrevistado, él sabe que el folklore puede levantar el ánimo de Castillejo ante un momento en el que el pueblo se veía cada vez más abandonado. Fomenta la identidad a través de lo propio, de la raíz.
Creo que ha sido importante, muy importante que tengamos aquí un grupo folklórico. Pues mira, la juventud ha venido y si viene la juventud vienen los mayores, con lo cual pues, o sea, ha sido sociológicamente hablando, ha sido un acicate, un motor para que el pueblo, al menos, aunque no haya gente, no pierda su cultura, no pierda sus monumentos que tiene y su vida folklórica, en fin, todo eso. (Entrevista 1. Hombre 90 años).
El Grupo Folklórico tiene gran importancia en Castillejo, pues a través de él se vuelven a bailar danzas que llevaban muchos años perdidas en la memoria de los más mayores. Estas danzas y sus músicas se estudian y recuperan con la ayuda de profesionales. Mientras que los paloteos siguen reservados para los chicos, aunque más jóvenes que en años anteriores, las seguidillas, las jotas y mazurkas permiten que las jóvenes de Castillejo también puedan disfrutar de sus danzas. El grupo folklórico lleva el folklore de Castillejo por muchas partes de España y de Europa, y enseñar lo propio del pueblo, genera orgullo y pasión en sus habitantes. A través de la comparación y la competición con el resto se construye la identidad propia del territorio (Soto Uribe 2006, 8).
La primera vez que salimos, que estaba yo en el grupo, que fue en los dos primeros años, fuimos a Huete, Candela, iba yo, porque ya te digo que fue el primero o el segundo año que danzamos. Al día siguiente, a los dos días, en el periódico que había entonces, que se llamaba Día de Cuenca, ahí estábamos todos los de Castillejo, que nos hicieron unas fotos y poniéndonos de maravilla. Porque si fuimos 7 u 8 pueblos, nadie fue como Castillejo, nadie. Subimos desde la Merced al reloj, todos bailando, cantando, riendo, galopeando, con una alegría que el periódico puso a Castillejo de Romeral. Madre mía. Que no había otro pueblo como nosotros. (Deriva. Entrevistada 3. Mujer 64 años).
El cambio político en España en esos años, enmarcado por la Constitución del 78 que reconoce los derechos de las mujeres, favorece la inclusión de la mujer en todos los aspectos de la vida y también en las fiestas y el folklore.
A partir de entonces, la incorporación de la mujer a las fiestas se hizo cada vez con mayor intensidad en la mayoría de las localidades lo que supuso un engrandecimiento de las mismas, sin olvidar, la participación de los niños y niñas desde sus primeros días de vida lo que da a las festividades un carácter de supervivencia. (Martínez Pozo 2019, 10).
Los niños y niñas de Castillejo aprenden a bailar de la mano del Grupo Folklórico y las escuelas de verano, permitiendo la continuidad en el tiempo de estas tradiciones. También los paloteos sufren un cambio debido a esta nueva forma de transmitir la tradición. A principios del siglo xix, las chicas se empiezan a incorporar entre los danzantes: al grupo de 8 o 9 hombres trabajadores, les sustituye un gran número de niños, niñas y adolescentes[9].
Mi baile
Los veranos eran especiales porque pasaba mucho tiempo en el pueblo. Era de aquellas personas afortunadas que en verano hacía «la maleta con esa sensación de pertenencia que solo proporciona saber que hay un lugar llamado pueblo que siempre te recibe con los brazos abiertos» (Pinilla, M., 2022). En el pueblo tenía una vida muy diferente a la de Madrid y estaba rodeada de personas a las que quería mucho. Dormía en casa de mis abuelos en la misma habitación que mis padres. Las habitaciones restantes las ocupaban mi tío y mis primos. Esta mezcla intergeneracional en un mismo hogar es habitual en los pueblos, fomentando el vínculo dentro de la familia (Pinilla, M., 2022).
Mi prima era mi mejor amiga. Me sentía verdaderamente afortunada al pasar veranos y fines de semana jugando con ella. Jugábamos todo el día, con una libertad que solo disfrutábamos allí. Todos los días por la mañana, después de desayunar lo que encontrábamos en la despensa de la abuela, alguna amiga tocaba a la puerta de casa buscándonos para jugar y pasábamos las horas en la calle y en el campo hasta que era hora de comer. Lo mismo se repetía después de la siesta y después de la cena. Además de con la familia, en el pueblo creas relaciones con personas de grupos y edades diferentes, fomentando una relación de confianza entre familia, amigos y vecinos que siempre velarán por la seguridad y el cuidado de los demás (Pinilla, M., 2022). Cuando una de sus amigas se preocupaba por dejar a sus hijas solas, una de las entrevistadas le explicaba que en el pueblo sus hijas tienen muchos abuelos:
Entonces a lo mejor digo, venga, vamos a andar, a dar un, hacernos una rutilla por tal, y decía Mari Carmen: pero cómo me voy yo, que se quedan aquí mis hijas. Tú no te preocupes, Mari Carmen, si aquí tienen muchos abuelos, no te preocupes que aquí les pasa algo a tus hijas y van a tener personas que les van a atender. (Entrevista 2. Mujer 64 años).
Todos los veranos se organizaban por la mañana escuelas para los niños. Hacíamos talleres y manualidades y después, algunas de las chicas del Grupo Folklórico nos enseñaban los bailes típicos de Castillejo. El día de antes de empezar las fiestas enseñábamos lo que habíamos aprendido. Los más pequeños bailaban los paloteos en filas, la cruz y las seguidillas de cuadros, las mayores bailaban los paloteos, las seguidillas de corro, la jota y las mazurkas. Todo el pueblo se reunía en la plaza para vernos danzar, les apeteciera o no ver los bailes que llevan toda la vida viendo. Cada uno traía una silla de su casa y se sentaba alrededor de la plaza. Los niños y niñas que aún no habían aprendido a bailar correteaban por la plaza vestidos con los trajes típicos. A las chicas se les vestía con refajo, a los chicos de danzantes[10]. Estas prácticas y la educación en ellas integran a niños y niñas en la cultura de su pueblo, haciendo de unas prendas un símbolo de identidad (Santoveña Zapatero 2020, 145). Este puede ser mi recuerdo más lejano del pueblo. Quizás porque viene ilustrado por las fotos que más he visto, quizás porque es al que más cariño tengo. Aunque de las dos yo fui la única que después bailó, a mi prima también le ponían el refajo (Figura 10).
El año en el que se divorciaron mis padres no lo recuerdo. Solo sé lo que me han contado. En San Bartolomé iba a ir de vacaciones con mi padre y yo lloré tanto por ello, que nunca más se planteó la posibilidad de saltarme las fiestas de mi pueblo. Tenía unos seis años. Renunciar a las fiestas era renunciar a mis abuelos, a las comidas familiares, a mi prima, a mis amigas y al baile. Uno o dos años antes mi padre sacó mi foto favorita. Mi abuela me está peinando en el baño de su casa antes de salir a la plaza a bailar (Figura 11).
Todo lo que he bailado no hubiera sido posible sin mi abuela. Para ella todo era relativamente nuevo, ya que esos bailes recuperados en los años 80, que tenían un traje diferente al del paloteo, no los había bailado nadie en mi familia excepto yo. Aún así, ella buscaba los trajes entre los familiares y vecinos del pueblo; iba a comprar las zapatillas, las telas y las cintas a Madrid si hacía falta; arreglaba los refajos y pantalones y se ingeniaba las formas de que un traje me durara el mayor tiempo posible poniendo botones y gomas elásticas. Además, me peinaba, me tiraba y tiraba del pelo y me echaba la laca maloliente que se echaba ella. Solo con ella no me quejaba de que me hacía daño. En las procesiones preparaba agua, refrescos, y rosquillas para que repusiera fuerzas con mis amigas. Y cuando terminaba la jota en la plaza, me acompañaba a casa para prepararme un barreño con agua y sal que aliviara el dolor de mis pies, mientras ella terminaba de hacer la comida. Algo que indica «la menor fortaleza que tiene ahora la gente joven comparada con la gente que estaba curtida del campo» (Entrevista 3. Hombre 90 años).
Mientras mi madre trabajaba en vacaciones y fines de semana, mi abuela siempre cuidaba de mi. Esto refleja las brechas de la conciliación laboral y la gran importancia que tiene la familia, en concreto las abuelas, para cuidar a los más pequeños (Mestre-Miquel et al. 2012, 232). El folklore de mi pueblo me ha unido a mi abuela de una forma muy especial y ella, a su vez, me ha unido al pueblo. Me aportaba los cuidados y el amor que yo necesitaba, llevando a cabo el rol que le habían enseñado a ejercer desde pequeña.
Los roles de género no escapan de las formas de relación familiares ni del folklore. Pero estamos ante roles cambiantes. En mi generación eran pocos los chicos que bailaban los paloteos y los demás bailes solo los bailaban chicas. Antiguamente, el baile era algo masculino y tal como dicen en la deriva, a las chicas no las dejaban palotear:
Entrevistada 3
Sí, sí, mira, yo sí, porque siempre he tenido el gusanillo ese de cuando mi padre a mí me encantaba, yo me sabía todos los y si me pongo ahora te canto los paloteos. Porque yo con mi padre lo viví muchísimo, Candela. Pero no nos dejaban, que no querían.
Entrevistada 1
Entonces el hombre, ya sabes, sociedad machista. (Deriva).
Con 10 años intenté rebelarme lo máximo posible con los roles de género. Mi forma de expresar que no quería ser una niña débil a la que le gustaba el rosa y las princesas fue apuntarme a fútbol, a percusión y ponerme el traje de chico en lugar del de chica para bailar en el pueblo. El fútbol tardé una semana en dejarlo, la percusión cinco años, pero el traje de chico aún hoy sigo usándolo, porque una vez que aprendes a bailar como chico, es difícil cambiar. Si fui chico es porque esos bailes solo los bailábamos chicas, y por lo menos la mitad, teníamos que dejar las enaguas, los pololos y el refajo para ponernos el chaleco y el pantalón. No me arrepiento de mi pequeña revolución, pero ahora me encantaría poder mover más las caderas.
Los roles de género cambian, pero que solo las chicas bailaran en mi pueblo también era un efecto de esa sociedad machista que mencionan en la deriva. Influenciados por su educación en la ciudad, los chicos asociaban el baile con lo femenino o con la homosexualidad. La construcción de la masculinidad hegemónica se articula a partir del rechazo de la feminidad (Moreno Chía 2008, 12). La mayoría se negaba a palotear por muy masculino que fuera el baile en sus orígenes y ninguno practicaba las demás danzas. Si las chicas bailaban, el baile era de chicas, por lo que, si un chico bailaba, no era suficientemente masculino.
A mí nunca se me ha dado especialmente bien bailar. Soy la primera de mi familia en hacerlo. Y aunque pensaba que la familia de músicos de mi padre compensaría a la de arrítmicos de mi madre, mi abuelo opina que no doy pie con bola. En todos los vídeos que he visto para hacer este trabajo me acabo equivocando en algo. Hago el paso que no es, giro cuando no tiene que ser, o termino antes de tiempo[11]. Aún así, siendo la más patosa del grupo, nunca me desanimé, me seguía gustando. Cuando pude bailar por primera vez los bailes más complejos me sentí verdaderamente afortunada y orgullosa. Algún año nos contrataron en otros pueblos para bailar, un año hicimos un encuentro de todas las nuevas y antiguas danzantes del Grupo Folklórico y una vez salimos en la televisión autonómica de Castilla-La Mancha[12]. Siempre volvía a Madrid contándole a mis amigas lo que había hecho en al pueblo, hacía todas las exposiciones y trabajos posibles sobre mi pueblo. Guardo especial cariño a uno de los primeros relatos que escribí en Lengua Castellana en la ESO. Describía una escena ambientada en la cima de la colina que corona Castillejo, la protagonista escapaba de la ansiedad sentada allí arriba, con los pies colgando, viendo el paisaje y escribiendo sobre ello. Mi pueblo era mi vía de escape, mi lugar seguro. Y aún lo sigue siendo.
Quien nunca ha sentido lo que yo por el pueblo y el folklore, pero siempre me ha acompañado por el amor que siente por mi y por su familia, es mi madre. Ella no se cansa de repetir lo que le aburren los bailes, que son siempre lo mismo. Pero en la procesión no se olvida llevar una botella de agua y cada vez que bailamos en la plaza se sienta junto a todos los demás. Mi madre representa un perfil de emigrante desencantado, que no entiende el atractivo del folklore, en concreto, el de su propio pueblo. Este rechazo al folklore es un signo de una generación influenciada por un discurso elitista y cosmopolita que identifica lo rural como «paleto» o cateto, estereotipo parodiado en los medios de comunicación de la época de la transición (Moya-Maleno 2018, 384).
Existe una
[…] tendencia latente de descrédito de todo lo rural emanada y/o asumida por las propias generaciones de emigrantes y por sus hijos, a la sazón las nuevas hornadas de élites culturales o de creadores de contenidos que ridiculizaron a los paletos, o de investigadores que olvidaron/estigmatizaron el estudio de las tradiciones populares como fuente (pre)histórica por ser consideradas una antigualla de los preceptos decimonónicos y filofascistas (Moya-Maleno 2018, 388).
Pero aún sintiendo ese desapego al folklore, aún identificándose más con la vida urbana, ella no deja de ir al pueblo, atraída por los vínculos familiares que le unen a él. Si no es por ella yo no hubiera sido nunca de Castillejo.
El folklore y la identidad de Castillejo de hoy y de mañana
El folklore de Castillejo ha evolucionado junto a su demografía. El baile hoy en día no es como era, algo que tiene mucha relación con la forma en la que la gente se vincula al pueblo. Mientras que hace unos años, se pasaba todo el verano en el pueblo, la normalidad ahora es estar presente solo en los días de la fiesta, lo que hace muy difícil ensayar con regularidad. La pandemia del Covid19 hizo renacer al pueblo temporalmente. Tras la crisis sanitaria y económica que se sufrió por todo el mundo, el pueblo ofrecía un lugar donde moverse más libremente y pasar las vacaciones. Se buscaban viviendas en espacios abiertos que ofrecieran sensación del libertad y aire puro (Seco González 2020, 51). En este momento, una nueva generación de danzantes se lanzó a palotear. El primer año después de la pandemia, sustituyendo a los músicos por un altavoz -pues hoy en día muchas personas saben bailar, pero son pocas las que saben tocar-, y cubriéndonos la boca con mascarillas, fue una alegría poder recuperar la procesión de San Bartolomé. Además, cambió la dinámica sexista en la que se sumía la danza, ahora la procesión la bailan chicos y chicas. Muchos de estos chicos también se están animando a aprender esos bailes de pareja que resultaban demasiado femeninos durante un tiempo. Ha tenido gran influencia la educación hacia una nueva masculinidad positiva antisexista y antihomofóbica, que refleja la multiplicidad de formas en las que se puede expresar el género, y en concreto, la masculinidad (Boscán Leal 2008).
Pero atendiendo a la realidad de un pueblo cada vez más deshabitado, es inevitable plantearse cuánto van a poder sostenerse en el tiempo estas tradiciones y, por lo tanto, la identidad de Castillejo del Romeral. Pues no son pocos los municipios que han dejado de practicar sus tradiciones a raíz de su pérdida poblacional. Hay quienes se sorprenden y se alegran de que, de la manera que sea, el folklore y el pueblo siga con vida:
Digo y aquí en Castillejo la cantera que hay, madre mía, o sea, es que es para mí es una gozada. A mí hasta me emociona. O sea, yo en San Bartolomé o cuando os veo a lo mejor que estáis ensayando y demás, a mí es que me emociona, me emociona. Y yo creo que eso es una joya lo que tenemos en este pueblo, que hay que conservar dentro de lo posible. (Entrevista 2. Mujer 64 años).
Pero también existe la preocupación de que las próximas generaciones dejen de venir al pueblo y, en consecuencia, de que estas tradiciones se pierdan:
Yo veo cantidad de niños aquí en el pueblo que vienen poquísimo, que sí que los hay, vienen poco, no se involucran o los padres no los involucran en cosas. Entonces esos niños no pueden tener ese sentimiento. Esos niños nunca jamás van a galopear, esos niños nunca jamás van a bailar, esos niños. Es así. (Deriva. Entrevistada 1. Mujer 64 años).
Estas dos perspectivas podrían entenderse como una contradicción, pero verdaderamente son dos maneras de interpretar la misma realidad. Es verdad que la manera de involucrarse con el pueblo ha cambiado y la generación que nació en el pueblo cada vez es más lejana de los que nacen ahora en la ciudad. El sentimiento que puede generar el vínculo cercano a la raíz puede perderse, pero también se puede transformar. La perspectiva pesimista viene de la mano de la preocupación de ver a su pueblo transformarse en algo nuevo, algo diferente que, para ella, no puede generar el sentimiento que le ha unido a él. El optimismo de la primera entrevistada nace de un sentimiento similar y de la esperanza de que lo que ella tanto quiere no se pierda.
El futuro de los pueblos está por ver. Se podrían hacer varias proyecciones a futuro. Velasco, (1997) y Moreno, (2015), se plantean dos opuestas (Martínez Pozo 2019, 15): La desaparición de muchos pueblos por el fallecimiento de los ancianos que aún los habitan y el abandono de los jóvenes trasladándose a las ciudades o la transformación de lo rural y su tradición, pasando a ser «una pequeña parcela del mundo moderno». Castillejo del Romeral ya se encuentra en una situación similar a la segunda, yo planteo una tercera perspectiva de futuro, quizá demasiado optimista, en la cual las ciudades saturadas y las nuevas tecnologías dibujen el camino que lleve a los pueblos más deshabitados a tener vida de nuevo, también entre semana.
Conclusiones
El desarrollo del folklore en Castillejo tiene mucho que ver con los cambios sociodemográficos que se presentan a lo largo de los años. Como se ha podido ver, el éxodo rural que tiene lugar entre los años 60 y los 70, resulta en la interrupción de las prácticas tradicionales durante algunos años. Tras esta crisis, la forma de las gentes de Castillejo de relacionarse con el pueblo cambia radicalmente y el folklore aparece como un motor para la formación y reformulación de la identidad de Castillejo del Romeral. En un pueblo con una población tan reducida, la construcción de arraigo es un fenómeno insólito. Quien da vida y mantiene el pueblo es el emigrante pasional (Martínez Pozo 2019, 16), que procura no romper sus lazos con el pueblo que le vio nacer, ni con la ciudad que le proporcionó una vida de mayor prosperidad profesional y económica. Esta pasión se pasa de padres a hijos al fomentar el vínculo de sus herederos con el pueblo, permitiendo que las nuevas generaciones sigan siendo del pueblo a pesar de no vivir en él.
El desarrollo del folklore en Castillejo surge en un momento de crisis poblacional, política e identitaria. El movimiento a favor de la recuperación del folklore favorece a la construcción de la identidad de Castillejo. Esto encaja con lo que señala Eric Hobsbawm (2012, 13), según el cual la «invención» de la tradición tiene lugar en un momento de rápida transformación que debilita los antiguos modelos sociales. Las personas que llevan a cabo esta iniciativa reconocen el poder que tiene el folklore para motivar a las gentes de Castillejo. El folklore se entiende como esencia y herencia del pueblo, como aquello que diferencia al pueblo de los demás:
Y esa cultura de cómo se baila aquí, cómo se viste aquí, cómo se canta aquí, todo eso es esencia. Es de aquí. Esto es de aquí, de este pueblo. Nos distingue de otros pueblos, pero los de al lado también. No se baila igual aquí el paloteo. (…) Es lo que distingue al pueblo. Esa es la esencia de este pueblo. (Entrevista 1. Hombre 90 años).
Los bailes y músicas definen la identidad, permiten el orgullo, la diferenciación y la identificación con símbolos determinados. El folklore ha sido a su vez una herramienta para fomentar y resignificar la identidad de todos los «hijos del pueblo», permitiendo que, en un momento crítico, en el que ya no habitaban el territorio, siguieran relacionándose e identificándose con él y sus tradiciones.
No solo el folklore influye en la formación de identidad, el paisaje, las amigas y la familia son también esenciales en este proceso. La familia merece especial mención, las raíces son fundamentales para poder identificarse con el pueblo. Sin un vínculo familiar es una ardua tarea ser aceptado y mucho más, ser identificado como parte del pueblo. Los lazos familiares unen al pueblo, pero la identidad y el sentimiento que la acompaña nace de la implicación y el compromiso con él. La familia educa en el rechazo o en la unión. Esto es, teniendo presencia en el territorio, socializando y participando en la comunidad y tradiciones. Así nace un sentimiento de amor y pasión por el pueblo.
Ese sentimiento lo he identificado en mí misma y en muchas otras personas que lo comparten conmigo. Hay quien dice que el suyo es diferente, pues ha vivido más cosas en el pueblo, hay quien se sorprende y se alegra por identificarlo en los demás y en los pequeños. Hay quien lo expresa colgando fotos en las paredes de sus casas o vídeos en las redes sociales. Hay quien se lamenta cuando falta un año a las fiestas y quien se escandaliza si dices que no puedes ir. Hay quien ríe y quien llora y se emociona en la procesión, aunque cada año el baile sea un poco nuevo, un poco diferente. Hay quien quiere aprender a tocar la dulzaina o el tambor para que lo que tocaban los Canos no caiga en el olvido. Hay quien toca las músicas y villancicos con su familia, en su casa de Madrid. Hay quien escribe libros y hace exposiciones para que conozcan nuestro folklore más allá de Castillejo, y de Cuenca, y de España. Hay quien quiere que los danzantes bailen en su boda y quien celebra su boda en la iglesia, en la plaza. Hay quien organiza la Candelaria, la Ascensión y la Semana Santa y quien limpia la iglesia. Hay quien abre su ventana para poder tirarle peladillas a San Bartolomé como hacía su madre. Y quien contrata a las orquestas para que no falte el baile en la fiesta, y quien pone el escenario, y un tractor, y un remolque si se necesita. Y hay quien baila, y con ello dice: «yo soy de Castillejo».
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NOTAS
[1] Este artículo se basa en el Trabajo de Fin de Grado de Sociología presentado el año 2024 en la Universidad Complutense de Madrid y tutorizado por el profesor Juan Andrés Walliser.
[2] El grupo de los veraneantes se forma por «los emigrantes que salieron de la localidad en su juventud, y sus familiares de segunda y tercera generación» y «se hace presente en los periodos vacacionales y, sobre todo, en las fiestas que se celebran en el periodo estival» (Báez Mediano 2018, 173)
[3] Seguidillas paradillas y jota de dulzaina. Año 2011. Colección de vídeos de Luis Puerta.
https://youtu.be/C44kqYjzQhI
[4] Paloteo «Chilindrón». Procesión día 24 de agosto San Bartolomé en los años 80. Colección de vídeos de Luis Puerta. https://www.youtube.com/watch?v=iT5MwEjXROg
[5] Danzantes del Grupo Folklórico Río Mayor vistiendo la vara. Años 80. Colección de vídeos de Luis Puerta. https://youtu.be/-1Eg3YahWIc
[6] Belén viviente año 2023. Vídeo de Roxana.
https://www.youtube.com/watch?v=2e-ncESOKMw&t=15s
[7] Galopeo entrando en la plaza del pueblo tras la procesión el día de San Bartolomé de 2007. Vídeo de Albert Garrit. https://www.youtube.com/watch?v=yeR0bSJVgt0
[8] Mazurkas en la plaza de Castillejo 2011. Colección de vídeos de Luis Puerta.
https://youtu.be/v4-1Pexe_7Q
[9] Paloteo «Volaréis» 2022. Bailan dos grupos de danzantes. Colección de vídeos personal. https://youtu.be/TEUxdKwr7g4
[10] Niñas y niños juegan en la plaza de Castillejo vestidos con los trajes típicos 2004. Vídeo de Javier Sangüesa. https://youtu.be/1z_WoSPfoLs
[11] Seguidillas corridas y jota. Yo soy la niña más bajita vestida de chico. Me equivoco en muchas ocasiones. Año 2011. Colección de vídeos de Luis Puerta. https://youtu.be/hSb6rG2kmTg
[12] Fragmento del programa El Templete de la Televisión de Castilla-La Mancha dedicado a Castillejo del Romeral en el año 2012. https://www.youtube.com/watch?v=UUHhtToWTVM