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El día de Jueves Santo comienza el denominado Triduo Pascual que culmina con la vigilia que conmemora, en la noche del Sábado Santo, la Resurrección del Señor. Los Santos Oficios del Jueves Santo se celebran con una misa vespertina. Una vez que se ha repartido la Comunión, el Santísimo Sacramento se traslada desde el Altar donde se ha celebrado la Misa, en procesión por el interior de la iglesia, al llamado «Altar del Monumento». Se trata de un altar efímero que se coloca exclusivamente para esta celebración, que debe estar fuera del presbiterio y de la nave central, debido a que en la celebración del Viernes Santo no se celebra la Eucaristía. Debemos aclarar, sin embargo, que en gran parte de los pueblos de nuestra provincia y de nuestra comarca estos altares se adaptaban al presbiterio y altar mayor de las iglesias que así lo decidían, siempre cubriendo el retablo con un gran telón.
Los llamados «monumentos de Semana Santa» constituyen una singularidad dentro de las arquitecturas efímeras o provisionales, que alcanzaron su máximo desarrollo durante el barroco, debido al reforzamiento que el misterio eucarístico experimentó a raíz del Concilio de Trento. Debido a la fragilidad de los materiales y como consecuencia de su sustitución por otros nuevos adaptados al gusto de los tiempos son pocos los que se conservan.
Es conveniente, pues, antes que desparezcan los dos monumentos que vamos a presentar, dar fe de su existencia y comentar algunas características con las pocas informaciones que hemos podido recoger.
Los monumentos de Semana Santa eran comúnmente unos altares en la mayoría de las iglesias, o en grandes ciudades, suntuosas estructuras donde se guardaban o reservaban las formas consagradas desde el Jueves al Viernes Santo. El Monumento era costumbre colocarlo, como he señalado arriba, en un altar lateral de la iglesia, adornándolo lo más artísticamente posible, según las posibilidades de cada iglesia, con un sagrario portátil en el centro para la adoración solemne de los fieles. Se ordenaba que no hubiera Cruz, reliquias de santos o imágenes, a no ser de ángeles en actitud de adorar. Sin embargo, poco a poco se fueron introduciendo imágenes de alegorías, personajes de la Pasión, etc. En el Renacimiento se le añaden arcos triunfales, torres de luz y de rica ornamentación.
Tal como marca la tradición este monumento se usaba únicamente para guardar el cuerpo de Cristo tras la eucaristía del Jueves Santo y ante él se mantiene la tradición de velar hasta el Viernes Santo. Se constituía el monumento en el sanctasanctorum y en centro de atención de los fieles, quienes recorrían los templos parroquiales para visitar los monumentos. El Jueves Santo por la tarde las imágenes de los santos se cubrían con unos paños morados, se quitaban las flores de los altares y las campanas de los campanarios enmudecían hasta la Pascua de Resurrección. Los monaguillos y los chicos del pueblo tocaban a celebrar los oficios usando no una campanilla, sino una carraca, (Fig. 1) Todo ello con el objetivo de que los fieles se concentraran en la pasión de Jesucristo.
Estos monumentos, obras efímeras, estaban ideados para ser montados y desmontados en pocas jornadas. Durante el tiempo de exposición, estos altares no permanentes se transformaban en singulares espacios de culto que focalizaban la plegaria de los fieles. El monumento desde el punto de vista religioso era como un templete que alojaba y exhibía la urna, colocada en distinguido espacio de culto, donde se guardaban las formas consagradas en la misa de Jueves Santo. También se ha interpretado al monumento como la tumba de Cristo después de su Crucifixión.
Como el Viernes Santo no había misa por centrarse la celebración en la Cruz del Señor, el Jueves Santo, después de la Misa in Cena Domini había que reservar la Eucaristía para la comunión de ese día. Y eso se hizo, como he escrito arriba, con los llamados monumentos. Este uso antiquísimo hizo que cuando se empezó a rendir culto positivo a la reserva del Santísimo, en el auge creciente de la piedad eucarística del segundo milenio, se pensara darle una mayor solemnidad en esta jornada en que se conmemoraba la institución del Sacramento y que se desarrollara la procesión de traslado, así como que se conservara ya no en la sacristía, sino en un altar de la iglesia convenientemente preparado para ello.
En torno al Santísimo se recuperaron por toda España costumbres tales como la custodia del monumento por soldados vestidos a la usanza del siglo xvi como es el caso de Tarancón. Tradicionalmente, también, se han venido promoviendo las visitas a estos monumentos el día de Jueves Santo por las diversas parroquias o distintos pueblos con las correspondientes indulgencias.
Historia de los monumentos
Sin intentar hacer un recorrido exhaustivo por la historia de los monumentos, que no es objetivo de este trabajo, sí he de señalar que, como recoge Morte García: «el origen de estas estructuras precarias parece hallarse en los escenarios teatrales bajomedievales que se montaban para representar los dramas de Pasión»[1]. Hay constancia de los monumentos en perspectiva –como es el caso del de Madruédano– desde el siglo xvi, alcanzando «su máximo desarrollo durante el barroco, dado el reforzamiento que el misterio eucarístico experimentó a raíz del concilio de Trento y al consiguiente auge de las festividades del Jueves Santo y del Corpus Christi»[2].
En el xviii era habitual que se cubriera el retablo mayor complementándolo con las representaciones de motivos propios de la Semana Santa. Y es en este siglo xviii cuando se empiezan a colocar en las capillas laterales. Durante el siglo xix las iglesias «se habían convertido en un verdadero teatro y, movidos por la devoción, la tradición y/o la curiosidad estética, la gente acudía en masa, en tal cantidad que se hacía necesario ordenar su discurrir para evitar situaciones y agolpamientos indecorosos».
Llegamos a dos fechas importantes en el siglo xx: Por el decreto Maxima Redemptionis Nostrae Mysteria de Pio XII (1955) se imponía una clara y profunda simplificación de las celebraciones de Semana Santa con el objetivo de lograr una mayor participación de los fieles. Algunos años más tarde con la Constitución Sacrosanctum Concilium en aspectos de la Sagrada liturgia de 4 de diciembre de 1963, se abogaba por volver a una noble sencillez y belleza, a la eliminación de la suntuosidad superflua y de todo lo que pudiera crear confusión.
Con estas recomendaciones de las autoridades religiosas dejaron de instalarse en su mayoría los vetustos monumentos. En los pueblos de la Castilla emigrante y hoy despoblada se dejaron de montar estos monumentos «quedando establecido que la reserva se haría en una capilla convenientemente adornada de forma que invitase a la oración y la meditación, con austeridad y sobriedad»[3]. Esto también sucedió en los pueblos de Retortillo y Madruédano y, en general, en todos los de nuestra Comarca de Tiermes-Caracena.
Pérez de Castro –y seguimos, en los párrafos que siguen, sus ideas plasmadas en el trabajo citado– aclara que los antiguos monumentos teatrales no resultaban adecuados para los nuevos tiempos por varios motivos. En primer lugar, por cuestiones formales como el exceso ornamental, la filiación con las escenografías teatrales profanas o la representación de escenas de la Pasión y Muerte de Cristo que hacían referencia a su tumba, no siendo apropiado al día en que se levantaban los monumentos para ensalzar al Santísimo. Por otro lado, estaba el uso popular o paralitúrgico de estos monumentos, entendidos como costumbres vacías y erróneas bien lejanas de las prácticas de adoración piadosa que se pretendían inculcar: la visita como acto social para ver y ser visto, la presencia de soldados y armados y un largo etcétera.
A estas causas de fuerza mayor se añadían otros problemas relacionados con la precaria situación en lo económico y en lo material de muchas parroquias por el cierre y ruina de muchos templos rurales, los inicios de la despoblación y por el alejamiento de fórmulas tradicionales.
Triunfó lo estrictamente litúrgico frente a lo popular. Efectivamente, se cambió el idioma del oficio para hacerlo más inteligible, pero resultó interesante comprobar que el auditorio se identificaba más plenamente con el misterio del rito anterior, convenientemente aderezado por una plástica artística secular que entendían y valoraban como propia. Muchos textos de los años inmediatos a esta reforma de 1955 subrayan y critican cómo para el común de los fieles la Semana Santa consistía fundamentalmente en la bendición de las palmas, las visitas al monumento (mucho más que la comunión del Jueves Santo) y las procesiones.
Iglesia de San Pedro en Retortillo de Soria
La tradición de los telones que ayudaban a configurar el «Monumento» de Semana Santa es una vieja tradición de las iglesias de España, Francia e Italia, ya casi desaparecida. Consistía en cubrir los retablos de los presbiterios o capillas laterales con grandes telones, accionados mediante poleas, creando, a la manera del teatro, marcos escenográficos, al pintarse sobre ellos al óleo o a la cera motivos relacionados con escenarios o personajes de la Pasión y Muerte de Jesucristo.
Los autores de estos monumentos solían ser pintores o aficionados locales que representaban la iconografía habitual de una forma tosca y sencilla, aunque a veces con cierta originalidad. Este monumento de Retortillo de Soria data del siglo xx, en concreto del año 1916 como lo corrobora la inscripción en uno de los lienzos donde se escribe quién y cuándo se pintó, (Fig. 2) No obstante, no se descarta que hubiera habido un monumento anteriormente y que el nuevo se hiciera siguiendo sus pautas.
Don Julio de la Llana nació en Barca (Soria) en 1876. Hizo los estudios sacerdotales en Sigüenza. Fue párroco en Miedes de Atienza (1910-1915), Retortillo de Soria (1915-1922), Campillo de Dueñas (1922-1927) y Atienza (1927-1959), donde falleció el día 26 de junio de 1959, siendo párroco-arcipreste jubilado.
En general estas construcciones se caracterizan por la fragilidad y ductilidad de los materiales, pues suelen consistir en telones pintados, normalmente sobre lienzo o sarga, que luego se adherían o clavaban a bastidores o tableros de madera que a su vez se disponían configurando espacios reales o ilusorios. También se hacía uso de estopa, cartón, papeles, cal, escayola..., elementos todos ellos de gran modestia que, sin embargo, eran tratados para aumentar, al menos aparentemente, su dignidad y prestancia, enmascarando su auténtica naturaleza mediante la imitación de mármoles, jaspes, bronces y dorados.
Otros elementos escenográficos que no suelen faltar son las colgaduras de tela, en ocasiones móviles mediante ingenios de tramoya que permiten efectistas alteraciones espaciales y lumínicas, e incluso personajes de carne y hueso disfrazados de soldados romanos que «guardaban el monumento», como se hace todavía en muchas iglesias.
El telón de este monumento, como hasta el momento hemos encontrado, está formado por tres lienzos que están pintados al temple sin ninguna preparación. Dos lienzos de 6’70 de alto por 1’55 de ancho cada uno más 0’15 de pata, a modo de columnas. (Fig. 3). En la de la izquierda se representa a Jesucristo coronado de espinas en una medalla redonda con fondo granate. En la parte más baja se representa la figura de un soldado romano sosteniendo una lanza en posición vertical con la mano izquierda y el peto circular con la mano derecha, apoyado en el suelo. Este soldado está enmarcado en un arco ojival sujeto por dos columnas de color verde. La parte central de ambas imágenes está decorada con cinco arcos neogóticos. El lienzo de la derecha está formado por el busto de la Virgen que está en posición de semiperfil, con manto azul, dentro de una medalla redonda; el soldado mira hacia el Santísimo y sostiene la lanza con la mano derecha y el peto rectangular con la izquierda en la misma postura que el anterior. Este soldado también está enmarcado en un arco ojival. En la parte central de este lienzo también encontramos cinco arcos románicos. Finalmente, los dos telones rectangulares en vertical están sujetos a un marco de madera por sus cuatro lados.
La parte central que se muestra es la tercera pieza, (Fig. 4), que se conserva y que los que vieron puesto el monumento, como Rufina Andrés Medina, nos explican que había un gran telón de tela que cubría el altar mayor, desde justo por encima de la cabeza de San Pedro hasta el suelo. Se conservan unas argollas justo a esa altura en ambos lados donde se sujetaba esta parte central, que mide 3’40 de alto por 2’86 de ancho. Sobre este telón se colocaban las diversas partes que presentamos aquí, si bien nos parece que había alguna más que se ha perdido.
El monumento de la Semana Santa de Madruédano
Por lo general, la forma de los monumentos escenográficos es bastante repetitiva compositivamente y solían adoptar la apariencia de una capilla o edificio fingido. Se levantaban a partir de varios planos en perspectivas con forma de arcos triunfales, de tamaño y complejidad decreciente. Se disponían creando un camino central longitudinal con final en el altar tradicional de la iglesia donde estaba el Santísimo. Todo el espacio del presbiterio se ocupaba para falsear una auténtica caja escénica.
En el plano exterior se hacia el telón de boca o arco de fachada; el resultado era una gran portada en cuya parte superior solía estar la presentación del Ecce Homo en el balcón de la Pretoría de Pilatos y, en otras ocasiones, la Última Cena u otros motivos. En este de Madruédano, vemos cómo Pilatos muestra a Jesús, coronado de espinas y con un soldado (sayón) al lado, (Fig. 5).
El cuerpo inferior del plano de fachada era generalmente de orden columnado y mostraba algunas escenas fundamentales de la Pasión, las arma Christi, los símbolos eucarísticos o las figuras de soldados romanos, muchas veces como siluetas independientes. Podemos observar en este monumento dos soldados romanos, (Fig. 7), uno a cada lado de la puerta de entrada al interior del monumento.
A un lado del balcón de Pilatos figura la columna en la que ataron a Jesús para la flagelación cruzándose dos lanzas y con el gallo en la parte superior de dicha columna. Al otro lado del dicho balcón la escalera con dos lanzas en aspa. En primer plano abajo a la derecha y fuera de la pieza monumental, se sitúa el candelabro de 14 velas, haciendo referencia a los catorce salmos del oficio de tinieblas. Por cada salmo rezado se iba apagando una vela hasta quedar a oscuras o en tinieblas.
El segundo arco, de dimensiones más pequeñas, no tiene ninguna representación iconográfica de otros momentos de la Pasión. Tras este arco, al fondo, se dispone el sagrario del propio retablo mayor sobre el altar de dicho retablo.
El monumento en su parte más importante y central y al fondo de la vía hacia el Santísimo, consta del altar del retablo, y por detrás una representación de la ciudad de Jerusalén con gran profusión de torres y casas multiaventanadas con tejados rojos, ciudad a la que se entra por una gran puerta en arco de corte neoclásico, (Fig. 6). Esta ciudad se repite en la decoración de los altares dedicados a la pasión en los retablos dedicados al Santo Cristo en las parroquias castellanas. En general los artistas de estas representaciones copian las ciudades de su entorno contemporáneo, las grandes urbes flamencas o españolas del barroco, o proyectan las ideas del Renacimiento sobre la ciudad ideal; también hay algunas representaciones que son pura fantasía. Así se ha formado una figura standard de la Jerusalén Celeste, apareciendo como telón de fondo en escenas narrativas.
La pintura de estos telones ha sido aplicada directamente y montados en ligeros bastidores desmontables. En general, este monumento escenográfico de corte clásico típico del xix había sufrido alguna evolución en el sentido de incorporar elementos ornamentales de diferentes épocas.
Epílogo
La situación de estos dos monumentos es realmente lamentable. Tras décadas de abandono, arrumbados en trasteras y almacenes, a medida que ha ido desapareciendo la memoria de su uso se ha ido produciendo la destrucción de su propia materialidad. Por ello antes que desaparezcan estos dos últimos testigos de épocas pasadas de esta Comarca de Tiermes-Caracena, se hacía necesario plantearse con urgencia su identificación, conservación y estudio antes de que la desaparición de los últimos habitantes que lo vivieron –unido a la destrucción de sus estructuras– ocasionara el olvido total.
NOTAS
[1] MORTE GARCÍA, C.:» Monumentos de Semana Santa en Aragón en el siglo xvi», Artigrama, nº 3, p.197, 1986.
[2] CALVO RUATA, J.I. y LOZANO LÓPEZ J,.C: «Los monumentos de Semana Santa en Aragón» en Artigrama, núm. 19, 2004, 95-137 I.S.S.N. 0213-1498.
[3] PEREZ DE CASTRO, Ramón: «Teatralizando el espacio sagrado: una aproximación a los Monumentos escenográficos de la semana santa del siglo xix en Castilla y León», pp 89 y sgts., inserto en IV Congreso Latino Americano de Religiosidad Popular: Palabras a la Imprenta, Tradición oral y literatura en la religiosidad popular de Pilar Panero García, José Luis Alonso Ponga, Fernando Joven Álvarez (coordinadores), Valladolid, 2018.