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Sacerdote y soldado
DIAZ GONZALEZ, JoaquínPublicado en el año 2025 en la Revista de Folklore número 515 - sumario >
Hace más de cuatro décadas, andaba yo entusiasmado comprobando los primeros resultados que llegaban de diferentes partes de España acerca de la recién nacida Revista de Folklore. La publicación había surgido de la generosa ayuda de la Caja de Ahorros Popular de Valladolid y de los primeros números nos ocupábamos cuidadosamente el jefe de la obra cultural de la Caja, Luis Fernando González y yo mismo, buscando colaboradores cualificados y acudiendo un par de veces al mes a la imprenta Cristo Rey, de cuyos talleres tipográficos salían las pulcras ediciones de esos primeros números. En ocasiones, ocupaba alguna de las mesas vacías que graciosamente me dejaban para poder corregir las galeradas y cada cierto tiempo levantaba la cabeza y veía pasar a algunas de las personas que iban a entrevistarse con Luis Fernando. Entre todas ellas me llamaba la atención la discreta figura de un jesuita con una carpeta bajo el brazo, casi siempre vestido de gris, que se sentaba frente a mí y a quien al poco tiempo decidí abordar. Se trataba del Padre Luis Fernández, que estaba tratando la publicación de un trabajo extenso y minucioso sobre los años jóvenes de San Ignacio de Loyola que, según sus palabras, iba a prologar el jesuita terracampino Manuel Revuelta. Hablaba con tal entusiasmo de sus investigaciones y descubrimientos que me contagió, y bien pronto contó con un seguidor atento y fiel. En particular, le intrigaba un episodio «humano y muy humano» que le aconteció a Íñigo después de la muerte de su protector Juan Velázquez de Cuéllar. En una visita a Valladolid se topó casualmente con un tal Francisco de Oya, criado de Inés de Monroy, condesa viuda de Camiña. Oya tenía un odio tan grande hacia Íñigo (Fernández sospechaba que por algún lío de faldas) que, a pesar de los intentos vanos de reconciliación del joven, intentó por todos los medios averiguar dónde residía para matarle. Por fortuna, la intervención de una mujer que dio aviso al de Loyola de las malas intenciones de su contrario, evitó su posible muerte o al menos un peligroso duelo.
Tan interesantes consideraciones y la conversación amena y fluida del Padre Luis Fernández, me hicieron pronto deudor de su erudición y me animaron a pedirle una colaboración para la Revista, que llegó tan pronto vio su trabajo publicado. Como no podía ser menos, la admiración que Fernández sentía por su compañero de Orden el Padre Isla le sirvió de excusa para adentrarse en los aspectos populares de su obra, enviando un interesantísimo artículo que acrecentó mi admiración hacia él y definitivamente nuestra amistad.