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Volvemos a la localidad de Béjar, al sur de la provincia de Salamanca, para estudiar una fiesta típica de primavera como es la procesión, misa y celebraciones en honor de San Gregorio Ostiense, hoy desaparecidas aunque de hondas raíces populares. Y permitidme que me recree en los recuerdos de cuando era una niña y los grupos de catequesis marchábamos al paraje cercano a la población donde se ubica la ermita de Santa Ana. Desde allí, en una romería infantil, acompañábamos al santo hasta La Corredera, corazón de la ciudad y donde se ubica el Parque Municipal. Llevábamos, no se me olvida, roscas y varitas de ramas de árboles. Al regresar, éramos agasajados con caramelos y golosinas, dulces y algún panecillo. Estos recuerdos pertenecen a los años 80, pero la fiesta estaba en franca decadencia por entonces y desapareció poco después hasta el día de hoy en que el santo reposa en una hornacina en la iglesia parroquial de San Juan Bautista, con rosca, pero sin fiesta.
Para describir los cultos a esta advocación en Béjar, nos hemos servido de fuentes primarias (los libros de la cofradía guardados celosamente en el archivo parroquial de San Juan Bautista), de la bibliografía y de las hemerotecas, sobre todo, y claro está, de la prensa local. Con estos testimonios, pretendemos ofrecer unas pinceladas de una celebración que fue cambiando con el tiempo, aunque sin modificar la unión indisoluble de san Gregorio con la naturaleza, al ser intermediario desde tiempos antiguos entre los hombres y el cielo cuando azotaba una plaga de oruga o de tiña sobre el arbolado.
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Durante varios siglos coincidieron en Béjar distintas celebraciones vinculadas a la primavera[1] tales eran san Gregorio, el Corpus Christi y su Octava, la Virgen de La Antigua, la bendición de campos desde la Peña de la Cruz y otros parajes, a las que se sumaron en los siglos xix y xx la Fiesta del Árbol (1912), los Arcos de San Juanito, las primeras comuniones, el Sagrado Corazón, la fiesta denominada de los Paporros, M.ª Auxiliadora (por la presencia salesiana en la ciudad con un colegio masculino desde finales del siglo xix[2]) y últimamente la aparición de las Cruces de Mayo (que sí tienen calado en pueblos de la comarca con los Mayos, pero no se celebraba en Béjar ciudad). Sin entrar en honduras en cada una de ellas, tema que daría para estudios independientes –como ha ocurrido en esta misma revista con la Fiesta del Árbol[3] y los Arcos de San Juanito[4], o los numerosos artículos y libros dedicados a la importante procesión del Corpus Christi[5]–, no nos ha de extrañar la saturación de celebraciones dedicadas a la primavera durante los meses de mayo y junio en un lugar donde abundan los bosques de castaños, las aguas impetuosas que brotan del deshielo de las nieves de la sierra coincidiendo con la llegada de temperaturas más benévolas, y los valles fértiles, húmedos, aunque serranos y agrestes. La eclosión de la nueva estación era celebrada de manera sacra por los habitantes de la Villa y Tierra con actos religiosos de bienvenida, pero también con oraciones para solicitar al Altísimo abundantes cosechas, frutas y frutos silvestres. De ellos dependía al fin y al cabo su subsistencia. En otro trabajo publicado en esta misma revista hicimos hincapié en la otra pata de la supervivencia en el Antiguo Régimen: la ganadería y, por ende, el culto sacro a San Antonio Abad[6], también de raigambre en la localidad, aunque emplazado en el invierno.
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Bosques y riqueza, vegetación y árboles, cosechas y frutos. Y es que el lugar desde donde se daba culto a san Gregorio Ostiense, del cual hablaremos un poco más adelante, se situaba (y sitúa) en lo más frondoso del monte bejarano. La ermita de Santa Ana, emplazada en medio de un monte del Castañar poblado de frondosos castaños de plantación antrópica, albergará a lo largo de la historia los ritos festivos en su honor. Hemos de tener en cuenta que para los habitantes de la Villa y Tierra el próximo Castañar era el monte sagrado por antonomasia, pues en él dos pastores del cercano pueblo de La Garganta hallaron a mediados del siglo xv la talla de la Virgen del Castañar, patrona de Béjar[7]. Y desde mucho antes otros puntos divinos salpicaban este lugar enigmático en cuanto a su poder sacro en tiempos antiguos y medievales: las ermitas de Santa María del Monte, de Santa Lucía, de Santa Marina, de la Magdalena y de Santa Ana, sin olvidar la Peña de la Cruz, donde muy probablemente se alzaba un altar prerromano[8]. Dado que de la mayoría se desconoce a día de hoy sus emplazamientos –si acaso perduran algunos topónimos más o menos precisos en cuanto a la posición de los mismos, con hipótesis variadas sobre sus puntos concretos–, pondremos el foco en la abundancia de vegetación que se despliega en ese paraje tan ligado, como veremos, a los cultos dedicados a san Gregorio.
Acabamos de afirmar que no sabemos con exactitud la posición de estas ermitas, aunque sería del todo incorrecto dejar pasar en este punto de la narración el único testimonio gráfico que poseemos de la antigua Villa de Béjar: el cuadro Vista de Béjar, del pintor italiano Ventura Lirios[9]. Al servicio del XI titular de Béjar, Juan Manuel de Zúñiga y Guzmán, plasmó la población en 1724-1725, destacando su caserío sobre un cerro alargado, cercado por una doble muralla que se unía en el palacio ducal e incidiendo en sus iglesias, conventos y, lo que nos interesa para el caso, en sus ermitas, incluyendo la del Castañar con su plaza de toros cuadrada (en la que se está celebrando una corrida de toros, por cierto), la Magdalena, Santa Marina y Santa Ana (San Lázaro, San Albín o Santa María de las Huertas, también representadas, no se situaban en el monte). Todas ellas se emplazan disgregadas por ese monte del Castañar, pleno de vegetación, de riachuelos y frutos. Y ahí está, con el número que le corresponde –porque Lirios puso a cada lugar un número y una cartela con sus nombres para ser identificados–, la ermita de Santa Ana (datada en el siglo xiv), una de las más cercanas a la población, el lugar de culto a san Gregorio. Vendría a ser, por lo que vamos a contar a continuación, «un agregado», un santo no titular de la ermita, pero que acabó protagonizando el momento más festivo de este lugar sacro. De su primitiva construcción poco podemos decir salvo por los testimonios documentales, porque fue incendiada en febrero de 1936. Según un anónimo articulista «La imagen de Santa Ana, la de San Gregorio el altar, que era de muy buen gusto y de puro estilo renacimiento, y el artesonado mudéjar que había en Santa Ana constituían cuatro obras de arte, tres de las cuales se perdieron en el incendio»[10].
Y es que no sabemos exactamente cómo se articulaba el espacio circundante a esta ermita en aquellos momentos de la Edad Moderna en que comienza el culto a este santo. Un camino permitiría el acceso desde la población y una pequeña explanada, justo frente al pequeño soportal que aún se conserva, se desplegaría para poder realizar la fiesta que a continuación, en el siguiente capítulo, trazaremos. Durante los siglos xix y sobre todo el siglo xx, el espacio circundante se ampliaría hasta convertirse en un lugar ameno para pasar al fresco los meses de verano e incluso poder situar mesas y bancos para la fiesta, tenderetes y otros elementos festivos. En ese mismo sitio, el ayuntamiento permitió la construcción de viviendas de recreo a principios del siglo xx y, a finales de la misma centuria, viviendas adosadas. En la actualidad esas villas de recreo han desaparecido, no así los adosados y un parque con juegos para niños. La ermita fue incendiada en febrero de 1936 al igual que la iglesia parroquial de El Salvador. Años después sería levantada de nuevo, intentando preservar la edificación precedente, de la cual se conservaban sus muros. Se restituyó el pequeño soportal de entrada, con un tejadillo sobre columnas graníticas, rehaciéndose la espadaña.
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Según un artículo de Béjar en Madrid, cuyo autor bien pudo ser Juan Muñoz García, el V titular de Béjar, Francisco de Zúñiga y Sotomayor, habría traído desde Navarra una ampolla con «agua de san Gregorio» en 1598 para evitar las continuas plagas de oruga que afectaban con asiduidad los campos bejaranos[11]. En efecto, en la villa navarra de Sorlada se realizaba anualmente la tradición de verter agua sobre el relicario que representa la cabeza del santo y recogerla en unas ampollas. Cada una se enviaba a un destinatario previa cédula de petición y se realizaba una especie de exorcismo en el lugar afectado por la plaga[12]. Que el señor de Béjar trajera la ampolla de Navarra no es baladí: el linaje de los Zúñiga era oriundo de este reino del norte y la presencia de uno de sus antepasados en la batalla de las Navas de Tolosa explica las cadenas que luce el escudo de la familia. El resultado de la bendición de los campos con esta agua vendida, las rogativas y procesiones fue el esperado: «parece que hay poca tiña, Dios sea loado, está dada la flor de las más huertas y viñas de Béjar y huertas del cuarto de arriba[13]».
Y abundamos más: las plagas de oruga, recurrentes en la población arbórea de los alrededores de la villa, mermaban la frondosidad del monte, decreciendo tanto los frutos silvestres que pudieran ser recogidos por los vecinos como la explotación maderera del mismo. Cualquier vecino que precisara de madera, normalmente con fines constructivos, debía pedir permiso al Concejo y éste regulaba la explotación del monte para que no mermase de manera antrópica. Los bosqueros y guardas se encargaban de su vigilancia y se establecían elevadas multas para aquellos que cortasen árboles sin permiso, como dictaban las ordenanzas municipales[14]. En La Edad Moderna se establecían penas pecuniarias que podían ascender hasta los 2.000 maravedíes, cuyo montante iba a parar a las arcas concejiles[15].
San Gregorio y la protección de los árboles y del monte acabaron indisolublemente unidos en el imaginario colectivo y en los cultos y manifestaciones sacras, como veremos. De hecho, se le considera un culto relacionado con el ramo[16].
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La imagen que hoy conservamos de san Gregorio parece ciertamente antigua, aunque no sabemos si es la original o si la que se conserva en la iglesia parroquial de San Juan Bautista fue traída o adquirida en momentos más cercanos a éste en que vivimos. Dado que la ermita fue incendiada, es muy posible que la talla original se perdiera o quizá la actual sea la misma salvada a última hora. El santo viste como obispo y se toca con una mitra, capa pluvial, unos guantes cubren sus manos, con la derecha bendiciendo y con la izquierda portando el báculo propio de su cargo. Es tradicional que ensartada en el brazo derecho luzca una rosca. Abundando sobre el tema de la protección ante las plagas de oruga, el cronista Juan Muñoz García afirmaba que la imagen del santo lucía una mano más oscura que la otra porque con ella mataba las langostas e insectos causantes de plagas[17].
Hemos incidido en la vinculación de esta devoción con el monte, pero no es menos importante su creciente relación con los dulces y los niños a medida que se iba acercando el siglo xx. De hecho, acabó siendo una de las fiestas propias de la primavera de carácter infantil. Pero, ¿cómo se produjo esta transformación de san Gregorio Ostiense de protector contra las plagas de oruga y su definición final como fiesta infantil?
Las referencias más antiguas sobre su culto aparecen descritas en el libro de la Regla del Cabildo Eclesiástico de Béjar[18]. En él se consignan las fiestas anuales a las que debía asistir el Cabildo de la villa y sus sacerdotes. Así sabemos que san Gregorio Ostiense era un santo al que se daba culto varias veces al año, dos de manera fija y varias extraordinarias si una desgracia hacía estragos en la Villa y Tierra.
Su fiesta se celebraba el 9 de mayo con una romería que iba desde la ermita de Santa Ana hasta la iglesia parroquial de El Salvador. A mayores la talla era procesionada, además, el día del Corpus Christi. De gran importancia en el calendario litúrgico (no en vano es Fiesta de Interés Turístico Internacional), creció al amparo del patronato ejercido por los Duques de Béjar. Y lo que nos interesa para lo que nos ocupa: en el largo cortejo en el que desfilaban los miembros de los distintos gremios, representantes civiles y religiosos, coros y danzas, gigantes y cabezudos, soldados de la Villa y Tierra, los hombres de musgo y otras figuras alegóricas, tenían cabida las cofradías y sus santos titulares, entre ellos san Gregorio[19]. A sus porteadores, miembros de su hermandad, agasajaban sus hermanos con un refresco para aliviarles de su carga al finalizar la larga procesión[20].
A estos cultos habituales, hemos de añadir los momentos puntuales en los que se recurría a su intercesión cuando sobrevenía una calamidad; por ejemplo, en el caso de que se produjera una plaga de tiña u oruga sobre el arbolado. En ese momento, el consistorio daba aviso a la cofradía para que organizase una procesión desde Santa Ana hasta la iglesia principal de la Villa, Santa María la Mayor, donde se le daba culto hasta que cesaba el estrago. Este tipo de procesiones y rezos de novenarios tenían lugar en momentos determinados y de manera extraordinaria, no solo por este motivo concreto, sino por otras calamidades como sequía, epidemias y pestes. Si a san Gregorio se le daba culto por las plagas de oruga, a la Virgen del Castañar se le hacía lo propio por la peste, a san Roque por epidemias, y a la Virgen del Rosario y la Virgen de la Misericordia por sequía[21].
La petición de los traslados de estas imágenes desde sus ermitas del monte partía del consistorio y se enviaba al abad del Cabildo Eclesiástico, quien daba su consentimiento y organizaba los cultos requeridos contando con la cofradía[22]. Asistimos, pues, a una especie de apropiamiento por parte de la villa de estos protectores e intercesores ante el Altísimo, privilegio del cual no se va a desprender el santo que centra este trabajo. Desde tiempos antiguos se convierte en una devoción popular, en cierta medida civil, que asiste a los bejaranos cuando así lo necesitan, en el momento en que una calamidad, en este caso que afecta al monte, les sobreviene.
Son muchos los momentos consignados en los Libros de actas de plenos consistoriales del siglo xviii en que estas manifestaciones de piedad tienen como centro a san Gregorio. En unas fechas tan tempranas en ese siglo como 1703 se dice que
Por quanto Dios Nuestro Señor sea servido de ynbiarnos en los frutales de las guertas gran Plaga de tiña y oruga y para que Su Magestad sea servido de quitarla y apaçiguarla Acordaron Sus Merçedes se aga proçesion General desde la Yglesia de Santa María llebando en ella al vendito Sr. San Gregorio para que ynterçeda con Su Magestad nos alivie desta plaga de tiña la qual vaia hasta la Yglesia y hermita de Sta. Ana a don esta y tiene su Capilla el vendito San Gregorio y se diga misa, y se suplique a Nuestro Señor nos favorezca en esta suplica[23].
En esa misma línea, en 1782 el ayuntamiento organiza una rogativa «por la epidemia de oruga en las heredades, huertos y castañares»[24]. Y pueden ser más los momentos puntuales en que hacen novenas al santo por idéntico motivo, aunque creo que es suficiente para ilustrar lo que hemos especificado aquí.
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Las referencias más detalladas sobre la fiesta las podemos encontrar en el Libro de la Cofradía del Señor San Gregorio que comienza a correr desde el día quinze de junio de 1758 (1758-1802). En él el escribano detalla los ingresos y los gastos, casi en su totalidad vinculados a la celebración principal. Haciendo un rápido repaso de cada año los ingresos procedían de:
Los gastos eran abundantes, pero no podían (o no debían) exceder a los ingresos, aunque habitualmente hay descubiertos arrastrados a lo largo de distintas mayordomías. Los datos nos ofrecen pistas sobre la forma en que se celebraba la fiesta, aunque en muchos casos sean demasiado lacónicos como para reconstruirla enteramente. Así sabemos que había vísperas con misa cantada, asistido el sacerdote por un sacristán y varios monaguillos. El día siguiente, el día grande, volvía a tener lugar una misa y una procesión en la que se sacaban tres mangas con sus cruces. El sacerdote oficiante, un clérigo de la Villa o el abad del Cabildo Eclesiástico, pronunciaba un sermón acorde con la solemnidad del evento sacro y era asistido por uno o varios monaguillos. El gasto de cera para velas llegó muchos años a ascender a los 100 reales.
El complemento más festivo ocurría a las afueras de la ermita, pues se contabiliza el pago de un tamborilero y, de manera extraordinaria, un escenario con tablones de madera para hacer comedias por un importe de 106 reales. También se ofrecía un refrigerio a los hermanos cofrades.
Sobre la organización de la cofradía, el libro nos describe la elección del abad correspondiente al año 1760. En una reunión a la que habían sido convocados los cofrades, el abad saliente José Miranda, el alcalde Joseph Bueno, los diputados de la villa Diego Hernández de Medina y Manuel Téllez, los mayordomos de cada una de las parroquias de Béjar (Santa María, El Salvador y San Juan Bautista), entre todos ellos eligieron al abad entrante, Miguel García Carpintero, en un procedimiento usual al del resto de los años. Además, se celebraba una misa anual por los hermanos difuntos.
A pesar de las anotaciones más o menos esperables en cuanto a gastos de la celebración de la fiesta, notario y escribano, el ermitaño de Santa Ana, el refrigerio pagado a los cofrades que llevaban al santo en el Corpus («20 reales por los quartos de cabrito y refresco que dio a los que llevaron el santo») o cera para velas, hay desembolsos extraordinarios. Ya hemos hablado del tablado para comedias, pero no debemos dejar de lado otros desembolsos como el realizado en 1761 para unos vestidos nuevos destinados al santo por un montante de 353 reales o una peana por 8 reales.
La lástima es que no se conserven los libros de la cofradía entre 1804 y 1950. Su reconstrucción, al menos a principios del siglo xx, debemos hacerla por medio de las hemerotecas.
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Que la fiesta seguía celebrándose con bríos a principios del siglo xx, nos lo indican las numerosas referencias en prensa con pormenorizadas descripciones que podemos rastrear año a año. En general, seguía las mismas pautas de celebración desde la Edad Moderna. Así, había vísperas con misa cantada y procesión hasta la iglesia de El Salvador el 8 de mayo. El día grande tenía lugar una misa solemne en dicha parroquia y volvía el santo en romería hasta su ermita, donde terminaba la jornada con celebraciones musicales en la explanada de este paraje.
La procesión seguía ligada a los ritos vegetales y se introduce un componente nuevo: la vinculación con la infancia. No sabemos cuándo se produce esta unión indisoluble entre los niños y el culto a san Gregorio, pero los testimonios de la prensa nos hacen pensar en el siglo xix como punto de inflexión. También aparece el borrego que la cofradía rifaba para obtener dinero y hacer obras de caridad con el sobrante. Continúa el componente musical, un elemento indisolublemente unido a la fiesta, y su relación con lugares amenos, al aire libre y a la primavera.
Una de las referencias más interesantes en tal sentido es la publicada por José Atienza en el periódico local Béjar en Madrid en 1927[25] porque se retrotrae a su infancia, es decir, y según su propio testimonio, a 60 años antes. Estamos hablando, por tanto, a los años 60 del siglo xix. De su vinculación con la vegetación y la primavera nos dice:
Acaso sea debido en gran parte al mes en que se efectúa que es el 9 de mayo, mes de las flores, mes de la luz y la alegría, mes en que los árboles muestran sus nuevas hojas y el monte se cubre de verdor; al olor de los tomillos, el aroma de las mil florecillas esparcidas por todo el campo; el susurro del agua que se desliza por todas partes, el alegre gorjeo de los pajarillos, entre los cuales se hallaban los quinquines…
Y añade
[…] recuerdo que cargué con medio árbol, pues sabido era que los muchachos nos afanábamos por ver quién podía llevar el árbol más grande. A la hora señalada nos dirigíamos todos, grandes, chicos y medianos cargados con nuestro ramo correspondiente a la ermita de Santa Ana, donde se venera a San Gregorio.
Los muchachos que acudían a la romería llevaran ramos y ramas de árboles adornados con cintas, lazos y flores en un cortejo que, a decir de un testigo, más parecían árboles andantes que niños[26]. De la polémica que se suscitó en 1912 y años posteriores en confrontación con la recién implantada Fiesta del Árbol hablaremos en el siguiente apartado.
La descripción de la romería hasta la Plaza Mayor y la iglesia de El Salvador es descrita de nuevo por Atienza con un añadido: la devoción que demuestra un bejarano que había recibido sus favores curativos.
Reunidos allí en los anchos paseos, esperamos impacientes a que saliera el Santo, llevado en andas por los congregantes y presidido del tamboril y la gaita, que alegraban a la concurrencia. Puestos en orden marchábamos delante todos los de los ramos, habiendo algunos que llevaban árboles enteros, claro es, que conducidos por dos o tres muchachos. Detrás del Santo iban los congregantes y las andas del Santo se llenaban de rosquillas. Seguía la procesión por la Puerta de Ávila, calle Mayor adelante hasta llegar al portal de la casa de don Enrique Atienza, entrando el Santo y los cofrades en el portal. Allí les bajaban unas bandejas de bizcochos y vasos de vino y después de tomar un «tente en pie», seguía la procesión calle Mayor abajo hasta la iglesia de El Salvador. Esta costumbre de entrar al Santo en el portal de la casa de don Enrique Atienza databa de lo siguiente: el citado señor don Enrique había padecido mucho del estómago y como el Santo bendito era y es abogado de ese padecimiento, don Enrique que le tenía mucha devoción, viendo que el Santo estaba muy deslucido, lo mandó llevar a su casa donde los restauraron completamente, pintaron, etc., etc. Desde entonces todos los años entraban al Santo en el portal de la casa como si hiciera una visita a la morada donde estuvo bastante tiempo.
Y continuaba el cortejo hasta la iglesia de El Salvador, donde se disolvía la romería hasta el día siguiente, en que era devuelto a su ermita y tenía lugar la fiesta.
A la mañana siguiente volvían a reunirse a la puerta de la iglesia y emprendían de nuevo la marcha hacia la ermita. Llegados allí se celebraba la fiesta con misa cantada, sermón, etc., y después sacaban unos bancos y unas mesas que colocaban en el paseo. Allí se procedía por los cofrades a la subasta de los regalos de frutas, dulces, etc. Que habían hecho al Santo y a la rifa del clásico borrego, con cuyos productos atendían los gastos que originaba la fiesta. Todo esto era amenizado por el cásico tamboril y la dulzaina. Los confiteros ambulantes establecían sus puestos en el paseo, donde rifaban los dulces a la inmensa chiquillería que se agrupaba alrededor de los puestos. Por la tarde aquellos estaba animadísimo, las voces de los vendedores decía: ¡Uno falta para cuarterón y rosca! ¡Uno falta para media libra y dos roscas! No cesaba esta baraúnda y el polvo, el sol y la gente que no cesaba de ir y venir, daban a aquello una sensación de alegría y satisfacción. Al anochecer cesaba todo aquello y casa uno se retiraba a su casa tranquilo y satisfecho.
Esta excelente descripción relativa a mediados del siglo xix puede aplicarse sin muchas variaciones al periodo comprendido entre 1900 y 1936. El único cambio sustancial es el traslado de las vísperas al sábado siguiente al 9 de mayo y de la fiesta al domingo, probablemente por la imposibilidad de asistir los trabajadores de las fábricas y los niños a esta celebración tan popular. Así nos lo cuenta el periódico Béjar en Madrid en 1901[27]:
El día anterior, sábado 11 de mayo, se cantarán vísperas por la tarde en la ermita de Santa Ana y luego se traerá en procesión la imagen del santo con ramos y luces, como de costumbre, a la iglesia de El Salvador, volviendo el domingo, en la misma forma, a la ermita donde será la fiesta. Allí hará un sermón Benito Jesús Sánchez. El sábado por la noche se quemarán cohetes de luces y una rueda en la plaza del Solano. Asistirán a las procesiones del sábado y el domingo la banda de Enrique Hernández. Los iniciadores y promotores de la fiesta este año son dos trabajadores de Saturnino Hernández.
En los testimonios de esta época se insiste en el nombramiento de abades entre personas de la clase trabajadora, con un sistema curioso de rotación de obreros de distintas fábricas. Ruperto Fraile Álvarez comenta que el abad debía de ser soltero[28], aunque no hemos encontrado referencia documental sobre el particular. Por su parte, el escritor Ángel Calles en sus Cuentos bejaranos[29] describe el festejo con todo lujo de detalles. También Ruperto Fraile Álvarez, más adelante, pero hablando de su infancia recuerda a este santo querido por niños y mayores[30].
La importancia de la música continúa, pues no hay año (salvo en 1902 en que los abades no pudieron costearla[31]) que no esté presente alguna banda de música privada o la banda del colegio salesiano[32], hasta que el Ayuntamiento comienza a enviar a la Banda Municipal de Música[33] dirigida por Gonzalo Martín, que solía tocar pasodobles en la explanada de Santa Ana durante la tarde del domingo[34]. Incluso se hace referencia a un baile en la Plaza Mayor en la víspera[35]. «Mas que fiesta religiosa parece pagana por la algarabía de los muchachos y el constante pom-poron-pom del tamboril», decía Béjar en Madrid en 1917. En los alrededores de la ermita había puestos de churros, chucherías, almendras garrapiñadas y golosinas[36].
Hay noticias durante estos años de diversos retoques en la talla original. Por ejemplo, resulta polémica la realizada en 1914, cuando acomete una restauración el pintor Alberto Galván de manera gratuita[37]. Unos años más tarde, en 1919, Béjar en Madrid recoge la opinión de un bejarano sobre ella. La imagen de San Gregorio es antigua, de cierto mérito, con ramito en el báculo y rosquilla al brazo. Ha sido restaurada «con colorines» y «no parece la misma». «En esto de las restauración de imágenes y templos donde se conservan las muestras de arte antiguo, debía procederse con más cautela e inteligencia, porque se cometen, con muy buen deseo –y no nos referimos al caso de San Gregorio–, verdaderas profanaciones[38]». Parece en este sentido como si no hubiese pasado el tiempo.
Uno de los actos centrales de la fiesta era la rifa del carnero por la cofradía después de la romería. El borrego era donado por una persona o varias, o bien se compraba por parte de la cofradía, y se vendían papeletas para el sorteo. Con el montante se sufragaban los gastos de la celebración y el resto del dinero era entregado a instituciones benéficas, como por ejemplo el hospital civil. El animal o animales eran paseados tanto en la procesión de las vísperas como en el regreso, yendo adornado con cintas y lazos entre la chiquillería.
En 1921 un concejal denuncia en un pleno municipal los abusos de la cofradía por las rifas del carnero al venderse hasta un total de 16.000 papeletas por 800 pesetas[39]. Una cantidad asombrosa para la época, ciertamente. También se consignan regalos en forma de dulces que eran puestos a sorteo en un tálamo similar al que todavía lleva a cabo la Cofradía de la Santa Vera Cruz de Béjar en la mañana de Jueves Santo para sufragar los gastos de la Semana Santa. O la «subasta de la Rosca del Santo[40]» a la puerta de la ermita.
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Aludíamos más arriba a que el componente vegetal e infantil eran dos de sus señas de identidad. Del primero sabemos su origen: la protección de san Gregorio contra las plagas de oruga y tiña que afectaban a los árboles. Pero del segundo nos faltan datos. Es posible que esa unión surgiera en el siglo xix y creara un poso afectivo de los bejaranos ligado a los recuerdos de su infancia.
De hecho, los testimonios en la prensa de principios del siglo xx destacan las roscas dulces y saladas, y golosinas en general, que se repartían entre los niños asistentes a las celebraciones. De ahí partía el refrán popular de «San Gregorio goloso, se comió la rosquilla y dejó el bizcocho»[41]. Pero es que san Gregorio era acompañado por niños y niñas que le escoltaban durante el trayecto desde la ermita de Santa Ana y la iglesia de El Salvador en las dos romerías de bajada y subida al casco urbano. Y lo hacían portando ramas de árboles adornados con lazos, flores y rosquillas que además entraban en un concurso con premios a los más hermosos[42]. Las familias, abuelos, padres, hijos y nietos, rivalizaban en confeccionar el mejor, siendo así un vehículo para la relación intergeneracional[43]. La demasía a la hora de las cortas de las ramas convirtió al cortejo en un bosque ambulante y los chiquillos lucían sus ramos en una competición por ver quién llevaba el más más frondoso y grande, el más original y adornado. La situación provocó un choque de trenes entre la civil Fiesta del Árbol[44], organizada por primera vez en 1912, y la sagrada de san Gregorio con polémicas volcadas en la prensa.
Por un lado, la confrontación tenía un componente esencial: el respeto hacia el arbolado en dos celebraciones tan próximas en el calendario festivo. Por otro, son fiestas ambas de la primavera y con un componente infantil. Pero, sobre todo, se asistía al conflicto entre una fiesta civil y una fiesta religiosa, una celebración de nueva creación y otra de raíces antiguas, es decir, una pugna entre lo nuevo y lo tradicional.
La Fiesta del Árbol, celebrada por primera vez por el ayuntamiento de 1912 presidido por el alcalde Bernabé Sánchez-Cerrudo, proponía educar a la infancia en el respeto por la naturaleza. Así se organizaba todos los años la plantación de árboles por los niños de las escuelas municipales en distintos parajes de la población con una pequeña fiesta en la que el consistorio daba regalos y obsequiaba con un pequeño convite. Que entraba en confrontación con la fiesta de san Gregorio por la poda indiscriminada de árboles y ramas por parte de los niños era algo previsible y la polémica saltó en 1912. El periódico Cultura y tolerancia[45], fundado y dirigido por José María Blázquez de Pedro, uno de los impulsores de la Fiesta del Árbol, advertía que «los niños y las niñas dejen de llevar ramas de árboles a la fiesta de San Gregorio», a la que llama «Contrafiesta del árbol».
La polémica siguió en los años siguientes en la prensa local, si bien La Victoria defendía la fiesta de san Gregorio por ser un periódico católico, mientras que Béjar en Madrid[46] propugnaba los beneficios de la Fiesta del Árbol por su tendencia más aperturista. Este último decía en 1917: «Siendo fervorosos defensores del árbol resulta un tanto paradójico encomiar la procesión de San Gregorio», porque «al desembocar en La Corredera semejan un bosque ambulante». Y añade: «Ninguno que haya pasado en Béjar los años de su infancia habrá dejado de talar árboles por llevar a la procesión el mejor ramo».
Realmente podría perdonarse el destrozo que causa esta simpática costumbre si el resto del año se evitara, incluso apelando al castigo, que se tocase un árbol; porque esa manía de los mozalbetes de no pasar por cerca de uno sin arrancar una varita, es lo que más daño causa […] pero destrozan por salvajismo, por fiero instinto de hacer daño, y eso solamente se evita con fiestas como la reseñada en otro lugar y con la labor perseverante del maestro.
La confrontación, sin visos de arreglo, se enciende y parece como si la pugna quisiera eliminar una de las dos celebraciones, por ser incompatible y contradictorio mantener ambas. Desde Béjar en Madrid, en un artículo titulado «Fiestas de la primavera. Ideas y comentarios[47]», se propone unir las fiestas en una. Porque si la Fiesta del Árbol propone a los niños el respeto por la naturaleza, cuidando y mimando a los árboles, plantándolos en parajes baldíos,
[…] esos mismos chicos, arrastrados por la tradición, por la costumbre y por la esperanza de una tarde de asueto, faltan un día a clase con permiso de los profesores, van al monte, destrozan unas docenas de árboles, cortando sus más hermosas ramas en salvaje emulación por ver quién la lleva más grande, y cargados con ellas van a la ermita de Santa Ana y forman una pintoresca y preciosísima procesión de San Gregorio, que desde su poético retiro le llevan sobre un bosque ambulante a la iglesia del Salvador.
Y es un contrasentido: «primero se le hace plantar al niño un árbol y se le estimula para que le cuide y le defienda, y después se le autoriza a que destroce otro árbol, o al menos se le consiente». Pero ni una ni otra deben suprimirse: la Fiesta del Árbol porque es educadora, cultural e instructiva; la de san Gregorio porque es tradicional, típica, poética y una página de la vida bejarana. Incluso se llega a plantear la posibilidad de que el día de la Fiesta del Árbol se lleve a san Gregorio para que bendiga los plantones.
La respuesta por parte del arcipreste de Béjar y párroco de San Juan Bautista, José María Santamera Tejedor[48], no se hace esperar. Y se produce en el periódico La Victoria en un artículo titulado «Sobre ideas y comentarios de las fiestas bejaranas de primavera». Alega que los niños solo llevan media docena de ramas, «solo retoños o varetas de castaño», que no hacen ningún daño al árbol. Y propone que «la Junta del Árbol solicite a algún propietario que un jornalero experimentado corte los retoños la víspera para no dañar al árbol y entregarlas a la ermita, bendecirlas allí y darle a cada uno su ramo. Y si un niño lleva un ramo de otro sitio se le castigue[49]».
También está de acuerdo en unir las celebraciones en junio si los plantones del ayuntamiento hubiesen arraigado e incluso que se considerase a san Gregorio oficialmente patrono del arbolado en Béjar. Y es interesante la interpretación que ofrece de la unión entre la vegetación y el culto a san Gregorio, abundado en lo que apuntábamos más arriba: que alguna plaga de oruga se ensañase en el monte, y que los bejaranos acudieran a rogar al santo su intercesión, ofrendándole los primeros retoños del año y trayéndole a Béjar entre ramos y cánticos.
Sin embargo, la polémica pareció no aplacarse y en 1927 el alcalde de Béjar, Fructuoso García-Castrillón, dirige una carta pública[50] al arcipreste insistiendo en el respeto por el árbol y los excesos de la infantil concurrencia en san Gregorio. Y todo a cuenta de que la máxima autoridad municipal recomendaba a los niños asistentes a la procesión que, en vez de cortar ramas, llevaran banderitas adornadas, a fin de que no se vandalizase el arbolado. Ampara la Fiesta del Árbol y también la de san Gregorio por ser una tradición intrínseca de Béjar. Eso sí, sin defender el destrozo y las conductas poco educativas. La idea de la banderita pareció calar por un tiempo, como vemos en la procesión del año siguiente[51], en la que los niños llevan banderas y ramas de chopos y castaños. Durante los días previos el Ayuntamiento repartió una hoja alentando el uso de las banderas. «En el ánimo del señor alcalde no estaba suprimir los ramos, sino hacer que los niños llevaran ramos y banderas, mezclados, confundidos, y de esta forma la fiesta gana en colorido y en vistosidad».
El caso es que al final la Fiesta del Árbol acabó desapareciendo, mientras que la de san Gregorio continuó hasta 1936 y, como veremos, más allá con cortes y parones a lo largo del tiempo.
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La Guerra Civil pone un punto de inflexión en la fiesta; o mejor dicho, antes de ella, en sus prolegómenos. En febrero de 1936 un grupo de personas, coincidiendo con la victoria del Frente Popular en las elecciones, incendia la iglesia de El Salvador y la ermita de Santa Ana. Y hasta 1950, en que se reinaugure, no se vuelve a celebrar porque no había dónde.
Durante estos años son varios los bejaranos que publican artículos en la prensa evocando la tradición perdida. Por ejemplo, Ricardo Sánchez Regadera en su artículo «Sobre la inolvidable procesión de la imagen de San Gregorio»[52] alienta a los bejaranos a que recuperen la costumbre; o en 1944 otra persona anónima escribe «Otro San Gregorio sin Gregorio»: «Hoy es un lugar muerto, lo que en otro tiempo fue Itálica famosa para los muchachos. Ya no es el centro de la chiquillería futbolera como era antes[53]».
Y es entonces, seis años después de esta queja, cuando las limosnas recibidas permitirían su restauración, destacándose la aportación económica de José López-Manzanares, tanto para la rehabilitación del edificio como para costear la fiesta de ese año. A partir de 1950 tenemos la suerte de que se ha conservado el libro de la cofradía[54] y podemos de nuevo reconstruir las celebraciones.
San Gregorio se festeja de un modo especial en 1950 porque a la reinauguración de la ermita asiste el obispo de Plasencia, Juan Pedro Zarranz y Pueyo, «pronunciando una elocuente alocución dirigida a los fieles, exhortándoles a continuar la tradición de sus antepasados en la devoción y culto al Glorioso San Gregorio del que mandó una reliquia para la veneración de los fieles». La idea es recuperar su esencia siguiendo la tradición. Así, la procesión fue presidida por el abad Nicolás Campo Sánchez-Cerrudo, «después de veinte años de interrupción», realizándose el sábado por la tarde hasta la iglesia de El Salvador. Al día siguiente, domingo, se procesionó hasta Santa Ana saliendo a las 10.30 de la mañana y diciéndose misa en la ermita. Al finalizar se sorteó el borrego como era tradición.
En 1953 se recupera la celebración del tálamo en el paseo de Santa Ana el lunes después de la comunión de los niños. La fiesta fue amenizada con música de la Banda Municipal y el tamboril tradicional. Con la venta de las papeletas, las limosnas y lo ingresado en el tálamo se recaudaron 1.580 pesetas, gastándose 1.552 pesetas en los músicos, gastos de librería e imprenta, cohetes, sacristán, tamborilero, borrego, fotógrafo y fiesta, restando 28 pesetas que se guardaron para el año siguiente. El listado que se ofrece de los donativos, desglosado por los nombres de los donantes, nos da idea de los regalos: seis limones, una botella de anís, dos roscones, dos roscas, un hornazo, medio kilo de caramelos y un conejo. Al igual que están detallados los regalos, se anotan los nombres de los compradores y su importe.
En la reunión cofrade del año siguiente se toman distintos acuerdos, entre ellos regalar papeletas a los niños de las escuelas nacionales para agradecer su presencia en esta fiesta tan infantil. La misa en El Salvador fue oficiada por el párroco de San Juan, don Juan Félix García del Río, y cantada por los niños y niñas de las escuelas parroquiales. Los obsequios fueron una tarta, una rosca dulce y dos saladas, varios bollos, una «fuente de manzanas» y un postre. Sabemos que durante esta década seguían rifándose los borregos que salían desfilando delante del cortejo junto a los tamborileros, uno de los cuales era el famoso Cañanda.
La prensa, en concreto Béjar en Madrid, nos describe que en la procesión de 1959[55] la calle Mayor se convirtió en un bosque viviente de follaje con niños y niñas llevando ramas de árboles adornadas con cintas, roscas y dulces. El santo lucía una rosca regalada por un panadero bejarano que luego fue subastada.
Y así continuó durante los años siguientes, hasta 1960 en que no se celebró por el mal tiempo según se confiesa en el libro de la cofradía, aunque otras versiones nos dicen que no fue éste el único motivo. Hilario Hernández se queja amargamente en su artículo «Una tradición rota»[56] de su ocaso, recordando su infancia y haciendo referencia a los niños que ese año esperaban la llegada del cortejo con sus ramos en la mano, en vano. Este temor provoca que, a partir del año siguiente pasara a organizarse por la cofradía de la Santa Vera Cruz de Béjar.
No sabemos si se entibió el fervor o se perdieron las ganas de festejar a san Gregorio, el caso que es que acabó por desaparecer. Hasta que unos entusiastas la retoman entre 1981 y 1990, variando y acortando los festejos y reduciéndolos al mínimo.
Por ejemplo, en 1982 se varía el recorrido que se hace más corto y las vísperas desaparecen. La celebración se concentra la tarde del sábado con la romería desde la ermita hasta la iglesia de San Juan. El componente musical nunca se pierde y el cortejo es acompañado por la Banda Municipal de Música, la Rondalla del Colegio «Marqués de Valero» y los dulzaineros de la Peña Recreo. Al día siguiente se convocaba a los niños a los sorteos de los regalos en el paraje de Santa Ana[57].
En 1987 son los jubilados del Hogar de la Caja de Ahorros quienes toman el relevo, suprimiendo llevar al santo a la iglesia de San Juan y el tramo procesional se acorta aún más, saliendo de Santa Ana y volviendo a la ermita en la misma tarde del sábado, pasando por la calle Colón, La Corredera y la calle Mayor. Continúan los repartos de premios a los ramos más adornados y la rifa del borrego[58].
Organizada por la Asociación de Vecinos de Los Praos, tras un breve paréntesis de un par de años sin convocarse, fue la de 1990. El recorrido fue en este caso circular: partiendo de Santa Ana, atravesó la Nacional 630, tomó la Travesía de Santa Ana, llegó a La Corredera y desde allí volvió a la ermita, donde se obsequió a los asistentes con Roscas del Santo y regalos para los niños que llevasen el ramo tradicional[59]. La música corrió a cargo de la Peña Recreo. Y es curioso que precisamente en 1990 José de Frutos preveía en su artículo «Se nos pierden las tradiciones» su nuevo ocaso porque los jubilados que la organizaban se iban haciendo mayores y sería ésa la última vez que saldría. Sus funestos presagios se hicieron realidad y la festividad de san Gregorio acabó por desaparecer de nuevo en Béjar. En los últimos años el 9 de mayo se coloca la talla en una peana con su rosca de pan en el brazo rodeado de ramas de árboles y se dice una misa en la iglesia de San Juan Bautista, donde está siempre expuesta al público, pero el componente festivo principal se ha perdido de nuevo. ¿Volverá de nuevo a celebrarse?
Mª Carmen Cascón Matas
Centro de Estudios Bejaranos
FUENTES DOCUMENTALES Y BIBLIOGRAFÍA
FUENTES DOCUMENTALES
-Archivo Histórico Nacional. Sección OSUNA.
-Archivo Histórico Municipal de Béjar (AHMB).
-Archivo Parroquial de San Juan Bautista de Béjar (APSJBB)
-Archivo Parroquial de Santa María la Mayor de Béjar (APSMB)
Hemerotecas
-Béjar en Madrid.
-La Victoria.
-Cultura y Tolerancia.
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–«La historia de la fiesta de San Antonio Abad en Béjar. Pervivencias y pérdidas del Día del Chorizo». Revista de Folklore, núm. 500 (2024): 10-24.
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NOTAS
[1] Lo explica excelentemente bien José Luis Puerto en su discurso de entrada al Centro de Estudios Bejaranos. Celebración del mundo, celebración del tiempo (Ritos y creencias sobre la vegetación en las Tierras de Béjar), núm. 22. Centro de Estudios Bejaranos y Ayuntamiento de Béjar, 2006.
[2] José María Hernández, «Educación y sociedad en Béjar en el primer tercio del siglo xx (1900-1936)» en Historia de Béjar, volumen II, Ed. Centro de Estudios Bejaranos, Diputación de Salamanca y Ayuntamiento de Béjar (Béjar, 2013), 353-433.
[3] Carmen Cascón, «Recuperando la memoria de una celebración civil de carácter educativo: la Fiesta del Árbol en Béjar (1912-circa 1930)». Revista de Folklore, núm. 500 (2023): 76-88.
[4] Carmen Cascón, «Los Arcos de San Juanito de Béjar: una tradición ligada a los ritos vegetales. Explicación y evolución histórica». Revista de Folklore, núm. 350 (2011): 4-10. Carmen Cascón, «Un ejercicio de recuperación de la memoria: la fiesta de San Juan y los arcos de San Juanito». Especial Béjar en Madrid, núm. 4.633 (31/12/2010): 107-114.
[5] Alejandro López, Ideología, control social y conflicto en el Antiguo Régimen: El derecho de patronato de la Casa ducal sobre la procesión del Corpus Christi de Béjar. Ed. Centro de Estudios Bejaranos y Ayuntamiento de Béjar (Béjar: 1996), 201 págs. Gabriel Cusac y José Muñoz, Los Hombres de Musgo y su parentela salvaje. El mito silenciado, Ed. Diputación de Salamanca y Centro de Estudios Bejaranos (Béjar: 2011), 224 págs.
[6] Carmen Cascón, «La historia de la fiesta de San Antonio Abad en Béjar. Pervivencias y pérdidas del Día del Chorizo». Revista de Folklore, núm. 500 (2024): 10-24.
[7] Fray Francisco Yagüe, Historia de la imagen del Castañar que se venera en la villa de Béjar y exercicios útiles para excitarse a contrición por la intercesión de la Virgen (Salamanca. Imprenta de Toxar1795). Reedición Facsímil, LFC Ediciones (Béjar: 2012).
[8] José Francisco Fabián, «El tiempo más antiguo (del Paleolítico al siglo XII)», en Historia de Béjar, vol. 1. Ed. Centro de Estudios Bejaranos y Ayuntamiento de Béjar (Béjar: 2012), 126 y 127.
[9] José Muñoz, Juan Félix Sánchez y Urbano Domínguez, Catálogo de la exposición De Lirios, Venturas y Desventuras. La Villa de Béjar desde el siglo xviii, Ed. Grupo Cultural San Gil y Caja Duero (Béjar: 2008), 12 págs. Ceferino García, Un paseo por el Béjar del siglo xviii, ed. Béjar en Madrid (Béjar: 1987), 95 págs.
[10] «Nota sobre el culto a Santa Ana y sobre la devoción de San Gregorio», Béjar en Madrid (2/05/1942) núm. 1.052: 5.
[11] «Nota sobre el culto a Santa Ana y sobre la devoción de San Gregorio», Béjar en Madrid (2/05/1942), núm. 1.052: 5. Remite a AHN. OSUNA, C.233, D.75.
[12] Juan José Barragán, «Las plagas del campo español y la devoción a San Gregorio Ostiense», Cuadernos de etnología y etnografía de Navarra, núm. 29 (1978): 273-298. También Alberto Alberolá. «Plagas de langosta y clima en la España del siglo xviii», 44 Relaciones 129, invierno (2012): 21-50.
[13] «Nota sobre el culto a Santa Ana y sobre la devoción de San Gregorio», Béjar en Madrid (2/05/1942), núm.1.052: 5.
[14] Carmen Martín, «Bases y desarrollo de la economía medieval», en Historia de Béjar, volumen I, ed. Centro de Estudios Bejaranos y Ayuntamiento de Béjar (Béjar: 2012), 328 y 329.
[15] José Luis de Las Heras, «Historia social del Estado de Béjar en la Edad moderna», en Historia de Béjar, volumen I, ed. Centro de Estudios Bejaranos y Ayuntamiento de Béjar (Béjar: 2012), 394 y 395.
[16] José Luis Puerto.
[17]«Nota sobre el culto a Santa Ana y sobre la devoción de San Gregorio», Béjar en Madrid (2/05/1942), núm. 1.052: 5. Remite a AHN. OSUNA, C.233, D.75.
[18] APSMB. Regla del Cabildo Eclesiástico de Béjar, s/f.
[19] Alejandro López, Ideología, control social y conflicto en el Antiguo Régimen: El derecho de patronato de la Casa ducal sobre la procesión del Corpus Christi de Béjar. Ed. Centro de Estudios Bejaranos y Ayuntamiento de Béjar (Béjar: 1996), 201 págs.
[20] Dato extraído del Libro de la Cofradía del Señor San Gregorio que comienza a correr desde el día quinze de junio de 1758 (1758-1802) conservado en el Archivo Parroquial de San Juan Bautista de Béjar, s/f. (a partir de ahora APSBB).
[21] Sobre esto hicimos referencia en nuestro artículo Carmen Cascón, «Los traslados de la Virgen del Castañar, patrona del alfoz de Béjar, a la villa. Una forma de aproximación a las tradiciones y las formas de vida durante el siglo xviii». Revista de Folklore núm.360 (2012): 24-41.
[22] AHMB. Libros de actas de plenos del consistorio de Béjar a lo largo del siglo xviii.
[23] AHMB. Libro de actas de plenos de 1703. Sig. 1596, s/f.
[24] AHMB. Libro de actas de plenos consistoriales de 1782. Sig. 1610, s/f.
[25] José Atienza, «La fiesta de San Gregorio», Béjar en Madrid, 1927.
[26] «San Gregorio». Béjar en Madrid (16/05/1919): 5.
[27]La Victoria núm.353 (4/05/1901).
[28] Ruperto Fraile, El Árbol de los Príncipes (Béjar, 1990), 106; José de Frutos, Costumbres y Tradiciones bejaranas (Salamanca: Caja Salamanca y Soria, 1994), 26.
[29]Cuentos Bejaranos compendia distintas narraciones que fue publicando este farmacéutico afincado en San Sebastián, aunque nacido en Béjar, en Béjar en Madrid en fechas anteriores a 1950. En el apartado dedicado a San Gregorio cuenta que un industrial llamado Gregorio solía hacer una fiesta en su establecimiento fabril el 9 de mayo, invitando a todos sus obreros por el día de su santo. Las mesas las llenaba de viandas: vino aloque, truchas del Barco, entremeses, café, cigarrillos, puros, roscones y pasteles. No podía faltar un suculento calderillo preparado ex profeso en el corral del edificio fabril. Carmen Cascón, «Calendario festivo anterior a 1950. Siguiendo el libro de Cuentos Bejaranos de Ángel Calles». Revista de Ferias y Fiestas de Béjar (2023): 10-15.
[30] Ruperto Fraile, Recuerdos de una vida (Béjar, 1984), 121 y 122.
[31]La Victoria, núm. 406 (10/05/1902): 3.
[32]La Victoria, núm. 615 (12/05/1906): 3.
[33] Fue creada en 1922. Roberto Domínguez, «La Banda Municipal de Béjar: los orígenes de una banda que cumple cien años». Revista de Ferias y Fiestas de Béjar (2017): 10-15.
[34] Ruperto Fraile, El Árbol de los Príncipes (Béjar, 1990), 106; y José de Frutos. Costumbres y Tradiciones bejaranas (Salamanca: Caja Salamanca y Soria, 1994), 26.
[35]«La Fiesta de San Gregorio». Béjar en Madrid (15/05/1926), núm. 236: 5.
[36] JOMAR. «Paseo de Santa Ana». Béjar en Madrid (29/05/1976), núm. 3.400: 3.
[37]La Victoria, núm. 1031 (2/05/1914): 3.
[38]Béjar en Madrid (16/05/1919)
[39]La Victoria, núm. 1399 (21/05/1921): 3.
[40] JOMAR. «Paseo de Santa Ana». Béjar en Madrid (29/05/1976), núm.3.400: 3.
[41] Ruperto Fraile, El Árbol de los Príncipes (Béjar, 1990): 106.
[42]«Los premios a los mejores ramos se adjudicaron en la plaza». La Victoria, núm.773 (22/05/1909): 3. Y «Los patronos de este año piensan conceder tres premios a los ramos más artísticos». La Victoria, núm.772 (15/05/1909): 3.
[43] Ricardo Sánchez, «Sobre la inolvidable procesión de la imagen de San Gregorio». Béjar en Madrid (9/05/1942), núm.1053: 2 y 3.
[44]«San Gregorio». Béjar en Madrid (16/05/1919): 5.
[45]Cultura y Tolerancia: revista eventual. Portavoz del Ateneo Bejarano, núm. 10 (20/04/1912).
[46]Béjar en Madrid (16/05/1917): 5.
[47] «Fiestas de primavera. Ideas y comentarios». Béjar en Madrid (16/04/1918): 2-4.
[48] Probablemente el impulsor de otra fiesta primaveras ligada a la naturaleza: los Arcos de San Juanito. Oriundo de Sigüenza, y tras realizar estudios de sacerdocio en el seminario de Plasencia, acabó recalando en Béjar. Es curioso que la fiesta surja en Béjar a principios del siglo xx, precisamente a su llegada a la ciudad, y solo se lleve a cabo en Béjar y en Sigüenza y con grandes similitudes. De esta tradición, además de citar las referencias de la nota 4, pensamos que fuera este sacerdote quien implantara en la ciudad textil esta fiesta.
[49] José María Santamera, «Sobre ideas y comentarios de las fiestas bejaranas de primavera». La Victoria (27/04/1918), núm. 1269: 1 y 2.
[50] Fructuoso García-Castrillón, «Carta abierta al señor párroco don José M.ª Santamera». Béjar en Madrid (14/05/1927), núm. 288: 7.
[51] «La procesión de San Gregorio». Béjar en Madrid (14/05/1927), núm. 288.
[52] Ricardo Sánchez. «Sobre la inolvidable procesión de la imagen de San Gregorio». Béjar en Madrid (9/05/1942), núm. 1053: 2 y 3. Del mismo autor «Hacia la restauración de la ermita de Santa Ana», núm.1053 (16/05/1942): 1 y 2; y «¡Fiestas de San Gregorio! ¡Ermita de Santa Ana!» Béjar en Madrid (2/05/1942), núm. 1052: 1 y 2.
[53] Juan Muñoz, «Restauración». Béjar en Madrid, núm.1053 (9/05/1942): 1 y 2.
[54] APSJBB. Libro de la cofradía de San Gregorio.
[55] Hilario Hernández, «La típica procesión de San Gregorio». Béjar en Madrid (29/05/1959):5.
[56] Hilario Hernández, «Una tradición rota». Béjar en Madrid (20/05/1960): 2.
[57] «Hoy sábado, Romería de San Gregorio». Béjar en Madrid (12/05/1984): 6.
[58] «La festividad de San Gregorio». Béjar en Madrid (2/05/1983), núm. 3398: 5.
[59] «El sábado se celebra la Romería de San Gregorio» (12/05/1990), n.º 3556: 5.