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El cuento de hadas «La bella durmiente» surge, como tantos otros de su clase, de la tradición oral y, por ello, tuvo diferentes versiones y títulos por sus compiladores posteriores, como son los casos de Giambattista Basile, Charles Perrault y los hermanos Grimm. Las dos últimas versiones mencionadas son las más conocidas, aparte del éxito que tuvo en 1959 la adaptación cinematográfica de Walt Disney. Además, se han realizado otras adaptaciones y reescrituras para el cine, la televisión, la música, los videojuegos y la literatura. En este último campo, autores como Alfred Tennyson, William Makepeace Thackeray, Anne Sexton y Anne Rice, entre otros muchos, se inspiraron en dicha narración.
El presente artículo se centra en el relato «El avión de la bella durmiente», que pertenece a Doce cuentos peregrinos (1992) de Gabriel García Márquez (1927-2014). Diversos estudios que se han hecho sobre esta narración la han mencionado de manera tangencial formando parte de un comentario más amplio sobre dicha colección de relatos, algunas veces limitándose a un breve apunte sobre las referencias a los cuentos de hadas (Ferreira 1994, 127; Sanabria 2001, 60), y, cuando se han realizado análisis individuales han sido estudios comparados (Lang 2013, 51ss) o sobre intertextos (De la Fuente 1997, 453ss) y no tanto sobre la relevancia de la obra por sí misma. En relación a este aspecto, es lógico considerar la significación del cuento de hadas de manera específica en este relato. En concreto, dentro de la atracción física que el narrador siente por la protagonista, este trabajo reflexiona sobre la importancia que tiene el contraste entre realidad y fantasía. Para abordar dicho objetivo, se comenzará por exponer, de manera breve, unos ejemplos de cómo el carácter fantástico trata de enmarcar el comienzo del relato y, después, se verá de qué manera se presenta la oposición entre realidad y fantasía.
En efecto, dos de los rasgos de los cuentos de hadas son su componente fantástico (Propp 1968, 5) y ubicaciones y tiempos indefinidos (Orenstein 2003, 9). Se pueden ver ejemplos de ello en «El avión de la bella durmiente» desde el comienzo de la narración.
Ya en el primer párrafo, cuando el narrador describe a la bella, dice que tenía «una aura de antigüedad que lo mismo podía ser de Indonesia que de los Andes» (García 2002, 26). Este rasgo se relaciona con el tiempo que llevaba durmiendo la protagonista del cuento folklórico, ya que, después de un sueño de cien años, vestía de manera anticuada para los tiempos del momento en el que despierta, y Perrault en concreto añade: «El príncipe se guardó muy bien de decirla que aquel traje pertenecía a una moda muy atrasada» (Perrault 1892, 47), en una muestra de prudencia. Pero García Márquez utiliza los rasgos de antigüedad para destacar que es la mujer más bella que ha visto en su vida, de la misma forma que el príncipe de las versiones del cuento tradicional también queda deslumbrado por la belleza de la protagonista de la narración.
En lo que se refiere al espacio en el que se sitúa el comienzo del relato, el narrador dice: «En el vestíbulo del aeropuerto, en cambio, la vida seguía en primavera» (García 2002, 26), lo que supone una diferencia con el ambiente invernal fuera del lugar. De hecho, pese a la gran nevada, la temperatura, las flores y la música hacían que el aeropuerto pareciese estar en dicha estación. Por eso, resulta lógico que después lo describa así: «el palacio de plástico transparente parecía una inmensa cápsula espacial varada en la tormenta» (García 2002, 26-27), lo que da fe del aislamiento en el que se encuentra, debido en ese momento a la gran nevada, de igual forma que el castillo de la bella quedó durante un siglo inaccesible.
Además, como se ha avanzado, la bella y el narrador se relacionan con la realidad y la fantasía, respectivamente. De nuevo, se exponen ejemplos de ello para cada uno de estos personajes.
Es necesario partir de la base de que en esta reescritura que hace García Márquez sobre el cuento folklórico, no se puede decir que haya un amor no correspondido, sino que la bella no es consciente de haber despertado ningún deseo o emoción en el narrador puesto que él es para ella solo un pasajero más del avión en el que viaja. No hay rechazo, simplemente desconocimiento. Puesto que la relación se plantea en estos términos, el narrador se muestra cercano a la fantasía que desea alcanzar mientras que la bella muestra la cruda realidad.
Desde el primer momento, el narrador se muestra obnubilado por la belleza de una mujer desconocida que ha visto en el aeropuerto, de ahí que las referencias que hay a él y sus pensamientos se relacionan con el mundo de la fantasía. Cuando está haciendo cola para facturar el equipaje, está tan absorto en sus elucubraciones sobre la bella que hay un momento en el que «la empleada me bajó de las nubes con un reproche por mi distracción» (García 2002, 26), cuando ya era su turno para facturar el equipaje. Entonces la disculpa que se le ocurre es preguntarle a la empleada si cree en los amores a primera vista, a lo que ella responde que sí, ya que los imposibles son los otros amores, una explicación que lo reafirma en su preferencia por la idealidad. Llama la atención, en cambio, que, dentro de los asientos que le ofrece, no escoja el número siete, muy vinculado con los cuentos de hadas al hacer referencia al número de atributos de Dios (Schimmel 1993, 132-133), y que, pese a ello, acabe teniendo la «suerte», que conoce más tarde, de sentarse junto a la bella, algo que entonces no sabía que iba a suceder, puesto que ya había perdido la esperanza de volverla a encontrar. Quizás por eso, se consuela en ese momento con que la empleada de la aerolínea lo mire con sus ojos «color de uva», en contraste con los de la bella que son «de almendras verdes» (García 2002, 26). Y es que el narrador fantasea con que la bella se encuentre allí, en medio de la muchedumbre que abarrotaba el aeropuerto. Ante el desborde que tienen los restaurantes y cafeterías, se agotan las provisiones y el narrador dice que pudo conseguir «los dos últimos vasos de helado de crema en una tienda infantil», lo que no deja de señalar el tipo de comportamiento que tiene. A continuación, se contempla en un espejo «con el último vasito de cartón y la última cucharita de cartón, y pensando en la bella» (García 2002, 27), como si, en efecto, fuese un enamoradizo niño pequeño. Finalmente, cuando ya puede embarcar, comprueba que es la bella la persona que se ha acomodado al lado del asiento que le corresponde, por lo que piensa que, si alguna vez escribiera eso, nadie lo creería. Se trata de una referencia metaliteraria que también es irónica, según se va a comprobar más tarde. Poco después, avanza una característica que relaciona a la bella con la protagonista del cuento folklórico: «Se instaló como para vivir muchos años, poniendo cada cosa en su sitio y en su orden» (García 2002, 27), lo que da cuenta de que es una viajera avezada y, además, avisa para que no la despierten en ningún momento. Entonces, el narrador añade: «Hacía todo de un modo metódico y parsimonioso, como si no hubiera nada que no estuviera previsto para ella desde su nacimiento» (García 2002, 27), como ocurre con la protagonista del cuento de hadas que, por mucho que los padres tratan de evitar la maldición, sigue el destino que tiene marcado. Poco después, pese a que ella le da la espalda para dormirse, reconoce: «Siempre he creído que no hay nada más hermoso en la naturaleza que una mujer hermosa, de modo que me fue imposible escapar ni un instante al hechizo de aquella criatura de fábula que dormía a mi lado» (García 2002, 27), es decir, se encuentra tan fascinado por la belleza de ella que para él pertenece a otro mundo. Por eso, interviene cuando una azafata quiere despertarla, lo que recuerda al comentario del cuento tradicional cuando indica que el bosque que hace crecer el hada es para proteger el palacio: «No quería que los curiosos molestaran a la princesa durante el sueño» (Perrault 1892, 43), y es que, dentro de la amplia simbología del bosque, se le asocia con un lugar peligroso al poder albergar animales salvajes (Ferber 1999, 78). No obstante, en el transcurso del viaje, llega a mostrar su preocupación en un momento: «Su sueño era tan estable, que en cierto momento tuve la inquietud de que las pastillas que se había tomado no fueran para dormir sino para morir» (García 2002, 27), en una nueva alusión al cuento tradicional. Poco después, tras recordar algunos versos del soneto de Gerardo Diego titulado precisamente «Insomnio», dice: «Luego extendí la poltrona a la altura de la suya, y quedamos acostados más cerca que en una cama matrimonial» (García 2002, 28), dentro de la extensión de la fantasía amorosa que continúa haciendo. Y luego, vuelve a mostrar sus deseos sentimentales ante el aviso de turbulencias, por lo que acude rápido desde el baño a su asiento «con la ilusión de que sólo las turbulencias de Dios despertaran a la bella, y que tuviera que refugiarse en mis brazos huyendo del terror» (García 2002, 28), en una imagen un tanto típica y cinematográfica.
Hay que destacar ya, para concluir este punto, que parece más lógico que el título del relato fuera «La bella durmiente del avión», siguiendo el ejemplo de «La bella durmiente de bosque», siendo este uno de los títulos que recibe el cuento folklórico, pero al intercambiar los términos se le da más relevancia al lugar donde tuvo el encuentro, un lugar elevado, en las nubes, lejos de pisar la realidad de la tierra, porque ese es el lugar en el que habita la imagen ideal que tiene de la bella.
Ante toda esta fantasía, la bella representa la realidad con la que se encuentra el narrador. Al principio, cuando este busca a la bella en los salones del aeropuerto, esperando ver cumplido su deseo de verla de nuevo, se topa con una decepción: «Pero la mayoría eran hombres de la vida real que leían periódicos en inglés» (García 2002, 26), es decir, se encuentra con la realidad, o con la realidad peculiar del mundo moderno. No obstante, la realidad se le presenta de una manera más patente cuando tiene a la bella junto a él en el avión y nada es como a él le gustaría. En primer lugar, ella no percibe el saludo indeciso de él cuando se va a acomodar en el asiento. Pero ello no impide que él deje de prestarle atención en todo momento. Después tiene lugar otro ejemplo de la realidad que choca con los deseos del narrador cuando ella se acuesta de espaldas a él. A continuación, mientras la observa, dentro de las conjeturas que hace, como ella es joven, se consuela con la idea de que el anillo que llevaba no era de casada sino de un «noviazgo efímero» (García 2002, 27-28), como si él fuera el equivalente al príncipe del cuento que finalmente se va a unir a la princesa. Pero la realidad es que solo es un pasajero que está haciendo un ejercicio de voyerismo, de ahí que recuerde la novela La casa de las bellas durmientes (1961) de Yasunari Kawabata. Esta imagen idealizada de la bella contrasta con la de la anciana holandesa, que se encontraba despatarrada y que «parecía un muerto olvidado en un campo de batalla» (García 2002, 28). El contraste es patente porque si la bella puede parecer que está difunta por su inacción, al menos tiene a su lado a alguien que se interesa por ella. El protagonista es consciente por un momento de la realidad cuando se mira de nuevo al espejo, en este caso del baño del avión, y se ve «indigno y feo» (García 2002, 28), una imagen muy alejada de un príncipe de cuento de hadas o de, simplemente, un seductor. Al final del relato, reconoce que lo único que deseaba en ese momento era verla despierta y que se tuvo que contener para no hacerlo, en una nueva muestra de ajuste a la realidad, lo que le lleva a continuación a una observación astrológica lamentándose de no ser Tauro. Este hecho, a su vez, apunta a una diferencia de carácter con el príncipe del cuento folklórico quien, cuando le advierten del peligro que supone ir al castillo, dice: «Yo no tengo miedo y he de ver a la bella» (Grimm 2013, 54). Cuando ya despierta la bella del avión, no se dan los buenos días, ella no lo mira, da una disculpa para salir al pasillo y no se despide. Ella continuará en el mundo de la realidad ya que el narrador dice que desaparece en la amazonia de Nueva York, es decir, en la jungla urbana de una gran ciudad, muy diferente del marco permanentemente idílico en el que acaban numerosos cuentos de hadas.
No fue hasta 2014, unos meses después de la muerte de García Márquez, cuando se supo que el autor se basó en una vivencia personal y que la mujer que inspiró a la bella de su relato fue la ex actriz y modelo Silvana de Faria, pero el encuentro entre ella y García Márquez no fue tal y como aparece plasmado en el relato.
Silvana de Faria nació en Acre, un pueblo del Amazonas brasileño. Siempre tuvo el sueño de ir a París, algo que consiguió cuando le dieron un pequeño papel en la película La selva esmeralda (The Emerald Forest, John Boorman, 1985). Así, con 20 años, marchó a la capital francesa para estudiar Historia del Arte. Con el objeto de ayudarse económicamente, hizo algunos trabajos esporádicos como modelo y actriz. Se casó con el director de cine francés Gilles Behat, con quien tuvo a su hija Oona. En un momento en el que no la veía contenta, él pensó que a Silvana le vendría bien ver a sus padres. En octubre de 1990, Silvana fue a recibirlos al aeropuerto Charles de Gaulle de París y allí tuvo un encuentro casual con García Márquez, a quien no reconoció en un primer momento. Silvana asegura que en el cuento de García Márquez nada ocurre como sucedió en la realidad entre ellos, pero hay muchos detalles de la larga conversación que tuvieron: el Amazonas, el amor, los signos del zodiaco, las pastillas que ella tomaba entonces, la calefacción alta del aeropuerto. También indicó que, en su despedida, ella le pidió que le escribiera un cuento (Arango 2014).
Para elaborar «El avión de la bella durmiente», Gabriel García Márquez se basó en una vivencia autobiográfica de una conversación que entabló con una mujer desconocida y que concluía con su promesa de escribir un cuento. Para ello, utilizó también el intertexto del conocido relato folklórico y, lejos de un desarrollo maravilloso o mágico y un final feliz, utilizó fantasía y realidad con otros objetivos. En esa línea, el narrador aparece como enamoradizo, infantil, tímido y, en líneas generales, fantasioso, mientras que el desconocimiento de la bella sobre los sentimientos y elucubraciones que este alberga hacia ella es el contrapeso que supone la realidad. De esta manera, el autor muestra la atracción física que siente un hombre por una mujer con la que coincide casualmente e indica el posible resultado de dicho encuentro en el que él no tiene el arrojo suficiente ni siquiera para empezar un simple intento de cortejo, con lo que se limita a fantasear, por lo que el resultado no puede ser otro que la pérdida de la oportunidad. Así, combinando fantasía y realidad de esta manera, le da a su historia una credibilidad mayor que la que tienen las historias de amor de los cuentos de hadas, sobre todo teniendo presente que los lectores y el propio autor viven en el mundo contemporáneo, ya que, por mucho idealismo que se pueda tener, al final siempre se impone la realidad.
BIBLIOGRAFÍA
Arango, Gustavo. «La verdadera historia de la modelo que inspiró a Gabriel García Márquez». Las 2 Orillas (26 julio 2014).
https://www.las2orillas.co/la-verdadera-historia-de-la-modelo-que-inspiro-a-gabriel-garcia-marquez/
De la Fuente, José Luis. «‘El avión de la bella durmiente’: Bryce Echenique y García Márquez». En Quinientos años de soledad, coord. por Rosar Pellicer Domingo y Alfredo Saldaña Sagredo, 453-458. Zaragoza: Universidad de Zaragoza, 1997.
Ferber, Michael. A Dictionary of Literary Symbols. Cambridge: Cambridge U. P., 1999.
Ferreira, César. «Entre América y Europa: Doce cuentos peregrinos de Gabriel García Márquez». MIFLC Review 4 (1994): 120-130.
García Márquez, Gabriel. «El avión de la bella durmiente». Doce cuentos peregrinos, 26-28. Buenos Aires: Sudamericana, 2002.
Grimm, Jacob, y Grimm, Wilhelm. «La pequeña Briar-Rose». Cuentos, 53-55. San José: Imprenta Nacional, 2013.
Lang, Karen Poe. «En la triste calma de tu sueño. Lectura de dos textos de Gabriel García Márquez: ‘El avión de la bella durmiente’ y Memoria de mis putas tristes». Filología y Lingüística 39, núm. 2 (2013): 51-60.
Orenstein, Catherine. Little Red Riding Hood Uncloaked. Nueva York: Basic Books, 2003.
Perrault, Charles. «La bella durmiente del bosque». Cuentos, 37-53. Madrid: Biblioteca Universal, 1892.
Propp, Vladimir. Morphology of the Folk Tale. Austin: University of Texas Press, 1968,
Sanabria Sing, Carolina. «¿Extraños peregrinos o extraño peregrinaje? Un acercamiento a los últimos cuentos de García Márquez». Filología y Lingüística XXVII, núm. 1 (2001): 53-66.
Schimmel, Annemarie. The Mystery of Numbers. Nueva York: Oxford U. P., 1993.