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En las llanuras inundables de las tierras bajas de Tabasco, sofocadas de vegetación densa y humedad, existe un intrincado sistema de ríos, arroyos y lagunas que se entrelazan durante la estación de las lluvias. El agua anega una geografía ya de por sí caracterizada por el agua. La dinámica del movimiento la presiden actores cosmológicos, sostienen los yoko yinikob o mayas chontales que cultivan y pescan en esta región desde tiempos precolombinos[1]: entre los seres involucrados en estas interconexiones y movimientos acuáticos figura el manatí.
Este mamífero adaptado por entero al medio acuático es objeto de narraciones mitológicas y de reflexiones acerca de su comportamiento que lo tornan en uno de los protagonistas del ciclo hidrológico-cosmológico chontal.
El manatí (Trichechus manatus) es una especie en peligro de extinción documentada en distintos lugares de esta geografía pero considerablemente difícil de observar debido tanto a las aguas turbias como a sus hábitos reservados[2]. Su cuerpo es grande y alargado, de color gris o pardo, y carece de aleta dorsal y de extremidades posteriores; está prácticamente libre de pelo, excepto por las cerdas que le cubren el hocico y finos pelos dispersos en el dorso. Las extremidades delanteras son aletas; la cola, en forma de remo, está aplanada horizontalmente. Los adultos suelen medir unos 3 metros. Su dieta es herbívora: tienen preferencia por la grama de agua (Paspalum sp.), el jacinto (Eichornia crassipes) y la lechuguilla (Pistia stratiotes), junto a un amplio espectro de plantas acuáticas[3].
Dos aspectos de su comportamiento se destacan en la región: la capacidad de vivir en agua dulce y salada, y la movilidad que presentan los manatíes por la hidrología tabasqueña que los hace recorrer ríos, arroyos, lagunas y estuarios, llegando a las aguas costeras y pudiendo permanecer largo tiempo en el mar. A menudo se enfatiza que el manatí utiliza los grandes ríos como medio para disiparse por el entorno. En la época de lluvias se establece comunicación de los ríos con las múltiples lagunas, lo que permite el paso de los manatíes hacia ellas. En ese momento se lo ve desplazándose de los ríos a las lagunas y es cuando alcanza la mayor distribución territorial. En la estación seca desciende el nivel del agua y los manatíes buscan nuevamente los ríos y sus zonas profundas. Nadando río abajo a favor de la corriente, algunos se dirigen hacia el mar, donde permanecen hasta la siguiente época de lluvias.[4] De esta manera, el ciclo hidrológico se corresponde con la circulación de los manatíes por los distintos dominios (incluyendo la costa) de la cosmología chontal.
El origen humano del manatí
Los chontales llaman la atención sobre la apariencia humana del manatí: su aspecto es el de una mujer con rostro, senos y, se dice a veces, cabello largo. Estos rasgos se ponen en relación con un origen humano. Siguiendo un motivo mitológico presente en el Popol Vuh –el de la madre mala por cuyo comportamiento sus hijos se tornan en animales–, un relato procedente de la localidad de Tamulté de las Sabanas describe cómo, por culpa de su madre, dos niños se convirtieron en manatíes.
Una madre vivía sola con sus hijos, cerca de una laguna. Les daba muy poco de comer. Como los dejaba solos en casa, un día tomaron lo que la madre guardaba para la cena. Ésta lo descubrió, se enojó, y ya no les dio comida. Paraban los días y el hambre de los niños aumentaba. Entonces consumieron la comida guardada en la casa. Al regresar la madre por la noche, no los encontró. Salió fuera a llamarlos. Concluye el relato:
[…] llegó a la orilla de un río, que desembocaba en una laguna […]. Y buscó por toda la orilla del río, hasta llegar a la laguna. Llamó a sus hijos, y nadie le contestó. Cuando por fin escucha una voz que dice: ‘Ya no se preocupe por nosotros, mamá, estamos bien; tomamos su comida, ahora ya no te vamos a molestar. Vamos a vivir feliz en el agua’. La madre vio que sus hijos ya se habían vuelto o cambiado en forma de un manatí [5].
Los manatíes tienen, pues, una interioridad humana, que el mito de origen permite conocer. El motivo de los humanos tornados en animales es común en los mitos mesoamericanos y amerindios, que presentan a los animales como «ex-humanos»[6], y en este caso observamos que la identidad oculta de los manatíes es la de unos niños hambrientos y tristes que huyen de su hogar temiendo el castigo materno, para encontrar una vida feliz en el agua.
Es interesante observar cómo en el relato los manatíes se ponen en relación con las lagunas, advirtiéndonos desde el principio que la madre vivía cerca de una, a la que se supone los niños convertidos en manatíes llegan después de sumergirse en el río. La madre reproduce al final del mito este recorrido «a lo largo del río» antes de alcanzar la laguna. De esta manera, se sugiere un viaje río-laguna de los manatíes, y el establecimiento preferencial de éstos en las lagunas, donde los niños-manatíes terminan habitando[7].
El manatí como Yumja’, el Dueño del Agua
En ciertas ocasiones el manatí puede ser concebido como el Dueño del Agua, denominado en yokot’an Yumja’. En Tamulté de las Sabanas se dice que «el Yumja’ es el dueño del agua, y es el manatí. Es el Yumja’ que siempre escarba los ríos para que nunca se sequen»[8]. En este sentido, «durante la temporada de las grandes crecientes de los ríos, el hombre ve al manatí en medio del afluente cuando emerge para respirar. A pesar de la turbiedad de las aguas de los ríos, este animal puede trasladarse hacia donde le plazca. Se dice que cuando el manatí viaja en sentido contrario a la corriente del río, anuncia la temporada de seca, y cuando nada a favor de la corriente del río, anuncia lluvias y creciente»[9].
El manatí manifiesta un comportamiento que pareciera corresponderse con la noción de circulación acuática. El Yumja’ escarba el cauce de los ríos para lograr el flujo de agua permanente; ahonda los cauces, para que no queden cegados. Y su desplazamiento se asocia con el «anuncio» de la época seca o húmeda, que desconecta o bien interconecta el sistema fluvial y lagunar tabasqueño. No sólo vela por la presencia de agua en los ríos, sino que sus movimientos se ponen en relación con el aumento o el descenso del agua.
El manatí se comporta como Yumja’ cuando se manifiesta poderoso en sus dominios:
Dicen que el Yumja’ sale como un toro encima del agua, o como el manatí. Entonces hasta miedo daba, porque dicen que la ola del río dicen que hacía así, yendo con viento dicen, como un remolino. El manatí es como un pez, como un bobo[10] grande, hay aquí pero hasta la laguna, tiene senos como mujer, pero son animales indefensos, no muerden y tienen cola como pez, pero grande como un abanico. Ese río de Jolochero, donde dicen que hay manatí allí, ese río nunca se seca, uy siempre está hondo allí. Dicen que allí tiene su yum [dueño], porque está hondo siempre o sea ese animal es el mismo que escarba el río tal vez, el dueño del agua, más o menos por decir un dueño de casa, no, allí vive[11].
El manatí yumja’ envía olas con viento, remolinos, da miedo. Se conjuga la imagen del manatí como ser inofensivo, que no muerde, y su dimensión de dueño del agua, que escarba el fondo del río para lograr la hondura ligada con el abastecimiento continuo de agua; una vez más se pone en relación el río con la laguna y se define la particular relación del manatí con el agua como la de «un dueño de casa». Tiene la potestad de velar por la abundancia y la circulación del líquido, a cuyo cuidado él se consagra. Las evoluciones del manatí en el agua resultan entonces significativas; los pescadores lo consideran un animal extremadamente ágil, al que se observa haciendo giros, piruetas, saltos, volteretas, e incluso nadando con el dorso hacia abajo. Su movilidad no sólo conecta los ríos con las lagunas, sino la hondura con la superficie, pues es cuando surge y se muestra sobre el agua para anunciarse que se lo considera un ser peligroso. El dueño «escarba el río», pero también «sale» encima del agua. Se oculta y se muestra; su trabajo se corresponde con su faceta oculta y su identidad de dueño se avisa visiblemente sobre el agua. El cuerpo del manatí posee aletas y uñas con las que puede rasguñar, así como una potente cola como un remo que le permite desplazarse horizontalmente de los ríos a las lagunas y del fondo profundo a la superficie del agua.
En la comunidad de Tabasquillo nos previnieron sobre el riesgo que comporta para los cayucos el manatí cuando, en tanto yumja’, de forma desprevenida, como una mole oscura que emerge de las profundidades, surge en su cercanía: los remolinos y olas revelan su poder sobre el agua, en calidad de «dueño».
En nuestra visita a Tamulté de las Sabanas durante el Día de Muertos pudimos constatar que el manatí, en forma de una figura hecha de pan, acompaña a otros animales acuáticos de pan depositados sobre el altar, en honor probablemente del yumja’ que custodia el agua donde trabajan a diario los remeros y pescadores[12].
El manatí como «animal doméstico» de Ix Bolón, la diosa del mar
La noción del manatí como «dueño del agua» o yumj’a se pone en relación con otra concepción que lo presenta como un animal al cuidado de Ix Bolon.
Ix Bolon es concebida por los chontales como la diosa del mar, que vive en el fondo del océano en una casa hecha de chapopote[13]. Cuando era joven, habitaba en lagunas, ríos y arroyos tabasqueños, pero, al envejecer, huyó al mar, donde reside todavía hoy. En particular, los chontales le atribuyen el fenómeno climático del Norte, asociado con el mar, es decir, las mudanzas atmosféricas que se traducen en fuertes vientos, precipitaciones, crecida de las corrientes y fuertes mareas que tienen lugar anualmente en los meses de invierno. Es entonces cuando Ix Bolon extiende sus dominios desde el mar a los entornos fluviales y lacustres. Ix Bolon propicia la comunicación del mar con los cursos fluviales, las lagunas y pantanos remontando los ríos tabasqueños y vinculándose con el fluir del agua.
En ocasiones se dice que el manatí es el «animal doméstico» de Ix Bolon. Con ello se quiere indicar que es un ser subordinado a su dominio y cuidado. Un pescador explicó que, en la mirada de Ix Bolón, el manatí es su cerdo o su vaca. Cuando este animal es herido, acude al ámbito de la diosa, donde ésta le brinda remedio. Contamos con un relato que explica cómo un pescador, al matar un manatí, fue llevado a la vivienda subacuática de Ix Bolon; allí fue retenido y tuvo que curar al animal para que le dejaran regresar a su casa.[14]
El manatí podría ser entendido como un ser supeditado a Ix Bolon, un auxiliar de la diosa que, en tanto «dueño» o yumja’, reviste una posición jerárquica menor que la figura marina. Un aspecto significativo es que ambos parecen seguir el mismo circuito acuático: de los ríos y lagunas hacia el mar, y de regreso. El ciclo mítico de la vida de Ix Bolon se corresponde con el viaje del manatí por la hidrografía tabasqueña. Es, en ambos casos, un viaje de ida y vuelta. La juventud de Ix Bolon se asocia con los ríos y lagunas, que es donde vive el manatí, y su vejez con el mar, que es donde el animal acude en ocasiones a habitar durante la estación seca[15].
Los Nortes que envía desde el mar Ix Bolon y que se asocian con la creciente de los ríos también conciernen al manatí. En la localidad de Tabasquillo, mientras navegábamos a bordo de un cayuco y atravesábamos un lugar profundo donde entroncaban dos canales[16], vimos un lomo y una cola palmeada que se sumergía a continuación. El remero explicó que el manatí anunciaba el Norte con su comportamiento alborotado e inquieto, como el que mostraba precisamente en ese mes de noviembre. Al día siguiente llovió copiosamente. Esto pone en estrecha relación al manatí con Ix Bolon: la diosa envía el Norte que el manatí anuncia con su comportamiento acuático; Norte que, se asume, procede del mar.
La identificación del manatí con el mar aparece claramente en un relato de Quintín Arauz, donde se cuenta: «en estas aguas ha habido siempre mucho manatí; éste nos ha causado muchos problemas volteando los cayucos; todavía se encuentran algunos de los que nos tenemos que cuidar; por otro lado [surgen] los remolinos, que nosotros conocemos dónde están […]. Ese dios manatí cuentan que venía del mar a visitarnos y que quería ofrendas para su beneficio»[17].
En este relato se identifica claramente al manatí con el dominio de Ix Bolon, su categorización como dios marino, y su movimiento desde el mar al interior del territorio chontal a través de los ríos. Además, encontramos en el relato las mismas manifestaciones acuáticas que ostenta el manatí en tanto «dueño del agua», yumja’: forma remolinos, vuelca cayucos. Del mar regresa al agua de los ríos el manatí y del mar regresa con su efecto hidrológico del Norte Ix Bolon. Dios del mar, diosa del mar.
En este mismo sentido, en ocasiones se habla de Ix Bolon como de una «sirena», que es «la madre del agua»; también el manatí puede ser descrito como una sirena que es, por su parte, el «dueño del agua». Al mismo tiempo una identificación y una suerte de complementariedad.
Si Ix Bolon y el manatí aparecen asociados al agua y al mismo recorrido hidrográfico, hay también ciertos aspectos que parecen atestiguar una naturaleza coesencial en ambos.
Ix Bolon es una figura que aparece a menudo en las invocaciones de los curanderos chontales[18], y en particular de los hueseros o «cura-huesos» (ts’ak bak) de la localidad de Tamulté de las Sabanas[19]. En sus rituales terapéuticos convocan a la diosa como principio de curación mencionándola en sus oraciones. Significativamente, la captura del manatí tiene uno de sus principales motivos, como explican los pescadores, en el hecho de que sus huesos son considerados como provistos de valor terapéutico: se emplean como eficaz remedio contra el reumatismo[20]. Que la diosa Ix Bolon y su animal doméstico compartan atribuciones curativas en el ámbito de los huesos, curando una mediante su intervención propiciada en las oraciones y el otro a través del empleo de sus huesos como remedio suministrado al paciente, manifiesta cierta naturaleza común[21].
De esta manera, se aprecia una estrecha relación entre Ix Bolon y el manatí que comprende el dominio sobre el elemento acuático, el ciclo de ida y regreso del mar, la asociación con el fenómeno hidrográfico de los Nortes, la manifestación en forma de «sirena», y la atribución a ambos de facultades terapéuticas vinculadas con el mismo ámbito curativo. El manatí parece manifestarse así como un ser subordinado a la diosa que comparte sus cualidades y atributos, y al que ella se encarga de proteger y cuidar dado que es tenida por la entidad gobernante de sus dominios, así como por su poseedora o «dueña».
El manatí: humano, dueño del agua y deidad
El manatí en la cosmología maya chontal de Tabasco se revela al mismo tiempo como un animal provisto de interioridad humana, atisbable en sus rasgos fisonómicos; como un «dueño del agua» asociado con las pozas profundas y la capacidad de ahondar los ríos para propiciar el libre flujo del agua; y como un animal supeditado a la diosa del mar Ix Bolon, a la vez que como un ser que reviste cierta complementariedad con respecto a ella, ya que en ciertas tradiciones puede aparecer como un «dios del mar». Estas nociones coexisten cuando se analizan los discursos de los pescadores y pobladores chontales que enfatizan siempre el «viaje» del manatí, sus constantes movimientos por el entorno fluvial, lagunar y marino de la hidrografía tabasqueña, principalmente en la estación de las lluvias asociada con el ciclo de inundaciones.
El movimiento del manatí se asimila con el de la propia agua que, siguiendo el ciclo de la crecida con la estación de las lluvias y el descenso con la sequía, fluye en el territorio chontal. Los manatíes se desplazan de los ríos hacia las lagunas adyacentes y hacia zonas inundadas en correspondencia con los ritmos de la inundación; una vez que el agua comienza a descender, se repliegan de nuevo hacia el río, lugares profundos o el mar. Mientras Ix Bolon comprende a la vez la diosa del mar, de los ríos y las lagunas, el manatí se desplaza por estos tres dominios propiciando con sus movimientos la interconexión. Los chontales no conciben las distintas aguas separadas –ríos, arroyos, lagunas y aguas costeras–; antes bien, integran un mismo ciclo: una misma agua que cambia de signo según la zona, pero conectada entre sí como un mismo y único fenómeno, mediante la acción del manatí.
En este «viaje» en que, además de desplazarse, «mueve» y propicia la circulación del agua, el manatí está sujeto a distintas convergencias, desdoblamientos e identificaciones en la cosmología de los yoko yinikob. Es la Sirena. Se asimila y se distingue de Ix Bolon. Es el dios del mar. Es el remolino y el viento de la laguna. Su identidad fluctúa también en función del observador: en los mitos, es un humano convertido en manatí; en la mirada de Ix Bolón es un animal doméstico: su cerdo o su vaca, o su «ganado». Puede aparecer como «dueño» principal o como un ser subordinado a una diosa que lo cuida y protege de los humanos.
Y un aspecto final del manatí como «dueño del agua» debe ser destacado: no sólo cuida todo lo que respecta al agua, sino que es el dador de los productos de la pesca y de riquezas. Cuida a los animales que viven en el agua, y es el que los esconde o hace salir para que pueda atraparlos el pescador. Es dueño de peces, tortugas y demás fauna acuática, y puede enviar remolinos para castigar al explotador excesivo. Y es el dueño de los encantos que misteriosamente se abren en el río y las lagunas y en los que aparecen riquezas y tesoros de oro que casi siempre desaparecen al tratar de sacárselos del agua.
El «viaje» del manatí relacionado con la circulación e interconexión de las aguas aparece ligado entonces con el contenido de las profundidades subacuáticas que este animal, en tanto dueño, se encarga de gestionar. Controla el agua y su correcto movimiento, y custodia lo que se encuentra escondido bajo la superficie: una vasta fauna acuática y áureos tesoros.
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NOTAS
[1] Este artículo forma parte de una investigación etnográfica más amplia efectuada entre los chontales de Tabasco de las poblaciones de Tucta, Guatacalca, Tecoluta y Tamulté de las Sabanas (véase Lorente 2017, 2018, 2023a, 2023b, 2023c).
[2] Según los estudios biológicos, «en los sistemas fluviolagunares de Tabasco se distribuye la que puede ser la población más grande de manatíes en México, y junto con la costa sur de Quintana Roo y algunos sistemas fluviolagunares de Veracruz conforman el grueso de la distribución actual de la especie en este país» (Pablo-Rodríguez y Olivera-Gómez 2012: 16).
[3] Arriaga y Contreras (1993: 19, 42).
[4] Véanse Arriaga y Contreras (1993: 32-33), Puc-Carrasco et al. (2016) y Jiménez-Domínguez y Olivera-Gómez (2014).
[5] Van Broekhoven (1995: 144-145).
[6] Viveiros de Castro (1996: 119).
[7] En Tucta, Nacajuca, 16/9/2014, se nos llamó la atención acerca de la preferencia del manatí por las aguas profundas, por «lo hondo», donde estos animales acuden siempre, se dice, para refugiarse o resguardarse.
[8] Van Broekhoven (1995: 201).
[9] Van Broekhoven (1995: 126).
[10] Bobo: Ictalurus meridionalis.
[11] Van Broekhoven (1995: 222).
[12] Tamullté de las Sabanas, Centro, 1/11/2014.
[13] Véase una caracterización de la diosa Ix Bolon a partir de distintas narrativas chontales en Lorente (2018). En cuanto a su gestión sobre el mar, un interlocutor de Incháustegui la llama «la Dueña de los Mares, la Reyna del Mar» (1987: 309). Cabe señalar que Ix Bolon es tenida también por diosa de la luna y la fertilidad, asociada con la procreación, que influye sobre el crecimiento de las plantas y la salud de los hombres; su figura destaca la femineidad.
[14] Van Broekhoven (1995: 255).
[15] Tecoluta, Nacajuca, 16/10/2016. Cuando pregunté a los pescadores de Tecolutla acerca del manatí, me respondieron con contundencia: «manatí nunca hubo en la zona, vive en el mar».
[16] Canal Tabasquillo, Centla, 1/1/2018.
[17] Maimone (2010: 279).
[18]Campos (1988: 75).
[19] Pérez Salvador (1987: 122-123).
[20] En Guatacalca, Nacajuca, 17/9/2014, nos hablaron acerca del consumo actual de la carne del manatí y del empleo de sus huesos como recurso terapéutico.
[21] No ahondamos aquí en lo significativo de que dos entidades acuáticas participen en la curación de dolencias asociadas en ocasiones con la humedad y con el agua.