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Revista de Folklore número

051



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Las antiguas fiestas del carnaval de Cevico de la Torre, localidad del Cerrato Palentino

CEPEDA IGLESIAS, Pablo

Publicado en el año 1985 en la Revista de Folklore número 51 - sumario >



De la exposición que seguidamente se indica sobre las mencionadas fiestas, guarda una imprecisa y borrosa memoria quien esto escribe.

Ante esta imprecisión, y con el fin de concretar más los datos y ceremonias de que se revestían tales ritos, se ha recurrido al sistema de encuesta. Para ello se ha consultado a varias personas de la localidad, de más avanzada edad, quienes concuerdan en casi toda la descripción, excepto en algún pequeño detalle, que se ha refundido o se ha expuesto de la manera más lógica en que presumiblemente se desarrollaría, si la discordancia se refiere al orden ritual de que se trata.

MARTES DE CARNAVAL

Era un día muy señalado en las Fiestas de Carnaval, de Cevico de la Torre.

Los actos específicos se iniciaban mediante la Santa Misa, a las doce de la mañana, que se celebraba con especial solemnidad en la iglesia parroquial de San Martín, que se alza sobre un pequeño cerro, donde en tiempos medievales estuvo la famosa Torre de la Atalaya y el primitivo castillo del siglo XII, hoy desaparecido.

La subida a la puerta de la citada Parroquia ha de realizarse a través de las ochenta escaleras de que consta la ascensión, amplias y delimitadas lateralmente por las construcciones de piedra denominadas "barbacanas", que, en círculo, además, rodean las explanadas o grandes atrios que rodean la parte frontal de la iglesia, desde donde se divisa todo el hermoso panorama del dilatado valle, en dirección hacia Dueñas, y al otro lado del valle, las laderas que suben al páramo; entre ellas, la que conduce a la Virgen del Monte o del Rasedo, Patrona de Cevico de la Torre.

Durante la celebración de la Misa, se producía el rito de "revolear la bandera". Era una bandera especialmente destinada para ese día. La tela de la misma formaba una combinación llamativa de distintos colores, como cuadros sucesivos, cada uno de un color, análoga a la combinación del traje de los "birrias" (uno de los danzantes significativos y simbólicos que intervienen en el día del Corpus Christi, en otra fiesta también muy espectacular). La bandera la solía guardar el Párroco de un año para otro. Estaba adornada con algunas insignias o lazos. La empuñadura del asta de la bandera no era lisa, sino que formaba ondulaciones, como de rosca, para que fuera más fácilmente sujetada. Pues se necesitaba fuerza, habilidad y destreza para el "revoleo", ya que, en caso contrario, se corría el riesgo de que se escapara del brazo de quien la "revoleaba" y lesionar gravemente a alguna persona.

El "revoleo" lo hacía un mozo. Acompañándole y cercano a él, estaban otros cinco o seis mozos, quienes llevaban una insignia llamada "lombarda", que era como un hachero del Ayuntamiento, mientras los demás mozos exhibían otras llamativas cintas.

El acto del "revoleo" se producía después del Evangelio. Se iniciaba cuando el tambor (que manejaba otro mozo) empezaba el repique, y al son del ritmo de ese repique, más o menos lento o rápido, se ajustaban los movimientos del "revoleo". Existían diversas fases del "revoleo": en la primera de ellas, el mozo ejecutante estaba en pie ante el altar; seguía otra fase de "revoleo" en posición de rodillas, y, después de haber impreso cierta velocidad al acto, al son del tambor, volvían paulatinamente a un compás más lento, pasando la bandera, de vez en cuando, de una mano a la otra. Y en la penúltima de las vueltas de ese "revoleo" dejaba la bandera completamente extendida en el suelo, ante las gradas del altar. A continuación el ejecutante iba a besar la estola del sacerdote. y tras otro corto "revoleo" se dejaba la bandera extendida, cubriendo gran parte del cuerpo de él. Durante el resto de la celebración eucarística, quedaba la bandera sujeta en un hachero, al pie del altar. Finalmente, a la salida del templo, a la puerta de la iglesia parroquial de San Martín, altozano rodeado de barbacanas, y desde donde se divisa el extenso y magnífico valle, se producía otro revoleo ante todo el pueblo, en un acto de suma espectacularidad.

Como advertimos, estaban perfectamente delimitadas las sucesivas fases del "revoleo", en una ejecución acorde con el desarrollo de los actos litúrgicos y cuyo simbolismo seria muy fecundo investigar, lo que daría origen a sugestivas reflexiones sobre la concatenación entre los actos profanos y los específicamente religiosos. En todo caso, prendía la emoción en todo el pueblo ante las fases tan marcadas, y era como si los sueños más o menos heroicos de la comunidad, amasados durante las calmas de los quehaceres camperos, se sublimaran en un acto de fe, por el engarce de las destrezas con el desarrollo de la liturgia.

Seguidamente partía toda la comitiva, descendiendo desde las puertas de la iglesia parroquial de San Martín por las ochenta escaleras, amplias, hacia las calles del pueblo.

Estaba compuesta la comitiva por el mozo que había "revoleado" la bandera, acompañado de los otros que lucían insignias y habían formado grupo, acompañándole en el interior del templo, así como de otros amigos que también portaban insignias adornadas con cintas, o bien iban con andillas de las que se usan como soporte para llevar las imágenes de los santos en las procesiones. y ya en casa del protagonista del "revoleo ", eran obsequiados con abundantes "rajas" de chorizos, pastas, etcétera, acompañado del correspondiente vinillo ceviqueño.

MURGA. En la misma mañana del martes de Carnaval salían las cuadrillas de mozos a entonar sus "murgas". Se acompañaban de varios instrumentos, desde los de percusión de hierro hasta otros hechos con huesos, pitos y acordeón. Disfrazados con trajes extravagantes de Carnaval, aunque con cara descubierta, recorrían las calles en grupos de diez o doce.

He aquí algunos ejemplos o letras de "murgas", que nos ha sido posible recoger de personas ya ancianas:

Dicen que van a poner
cutachunchu -cutachunchu,
una fonda colosal,
taratachunchu -taratachunchu-,
sin que nos cueste un real.

¡Ay que alegría si fuese cierta
la novedad,
ay que atracones estos muchachos,
se van a dar.

Estos compañeros, siempre,
siempre están,
somos eminentes en lo musical,
y si se fijaran en el Director ,
lleva más "medallas"
todas de honor.

(Las medallas eran cajas de lustre, del que se daba para abrillantar los zapatos.)

Cuando estuvimos
en Filipinas,
nos regalaron diez mil sardinas,
y a última hora
en Nueva York,
del escándalo que mangamos
nos echó el gobernador .

No faltaban tampoco "murgas" picantes o de sentido erótico.

Era costumbre que en ese día de martes de Carnaval las novias obsequiaran a los novios con rosquillas.

Sobre las cinco de la tarde del martes de Carnaval, alguna de las cuadrillas que por la mañana había dado la "murga" sacaba una carroza. Consistía en un carro, tirado por un caballo, y tanto el carro como el animal iban adornados con profusión de banderines, ramas, serpentinas, etc. Los mozos de la cuadrilla organizadora marchaban montados en la carroza y, cantando, recorrían todas las calles del pueblo. Se acompañaban de los instrumentos más diversos, tanto de percusión, con hierros, como huesos unidos con una cuerda y sobre los que se accionaban unos pitos, como, además, se solía tener el acompañamiento de un acordeón. (Estos instrumentos a los que nos acabamos de referir eran normalmente utilizados en una fiesta completamente distinta, la del "cantar los Reyes", en la cual y en la noche de vísperas de esta fiesta litúrgica, se organizaban muy diversas cuadrillas, cuyos componentes se tiznaban para aparecer desfigurados, llevando cada cuadrilla un farol, que portaba un mozo sobre unos palos o hierros ingeniosamente preparados. Recorrían, de puerta en puerta, todas las casas del pueblo, en cada una de cuyas puertas se paraban para cantar villancicos o dedicatorias musicales a los Reyes Magos. y al día siguiente, por la mañana, hacían el mismo recorrido con igual atuendo, para pedir el "aguinaldo", que empleaban en una merienda.

Por la tarde del martes de Carnaval había baile

Sostienen los entrevistados, naturales de Cevico de la Torre, que el pueblo se destacaba en estos días por la solemnidad y el ritualismo de tales fiestas, comparado con otros de la zona.

Se asegura que durante la República empezó a desaparecer el acto del "revoleo" de la bandera.

MIERCOLES DE CENIZA

Surgían las inevitables cuadrillas de mozos.

Algunas de ellas llevaban un burro, cubierto con un traje viejo, al que iban dando "humazas" mediante un caldero, en el que había lumbre y cenizas.

Otras cuadrillas se limitaban a llevar el caldero de ceniza, del que extraían puñados para arrojarlos a cualquier transeúnte. y aunque éstos procuraban evitarlo, había algunos momentos en los que con el temor de acoso de las cuadrillas, se eludía el salir de casa.

Después de estas "procesiones" de "ceniza" era frecuente que algún grupo de jóvenes se reuniera a comer juntos en alguna casa de ellos.

CORRIDA DE GALLOS

Era otro de los esparcimientos de gran vistosidad.

Se solía celebrar sobre las cinco de la tarde del miércoles de Ceniza.

Por supuesto, la decisión y la organización corría a cargo de los mozos. Se necesitaba la autorización del señor alcalde.

Atados por las patas, los pollos o gallos vivos se colgaban de una cuerda o soga, y por ello, con la cabeza hacia abajo. La soga atravesaba una calle, desde un balcón a otro de ambas aceras, balcones en los que había algún grupo de mozos sujetando la soga.

La entrega de los pollos para el espectáculo la hacía cualquiera que voluntariamente se prestara a ello.

Se preparaban unos caballos ricamente o llamativamente enjaezados y limpios, en los que el jinete hacía gala de su destreza. El juego consistía en que, desde cierta distancia y desde un lugar fijado de antemano, se iniciaba la carrera por el jinete con su montura hasta llegar, veloces, al lugar donde estaban colgados los gallos y, al paso de la galopada, intentar coger y arrancar una cabeza de gallo o pollo. Después de un jinete venía otro y otro, repitiendo los turnos, si no habían conseguido terminar arrancando todas las cabezas de las aves existentes. Era un trofeo conseguir arrancar alguna cabeza. La picaresca consistía en que desde los balcones que estaban los mozos sujetando las sogas de las que colgaban las aves, solían tirar tensando la soga o alzándola, para dar mayor o menor facilidad al mozo o al jinete que pasara, según fuera o no de la cuadrilla adicta o perteneciente al participante, con lo que, a veces, se daba ocasión para protestas de viva voz o bravuconerías, que no llegaban más que a palabras, pues todos los asistentes procuraban calmarlos.

Uno de los lugares donde se celebraba el espectáculo era en la amplia calle, saliendo del pueblo, en dirección a Palencia.

Se aseguraba por los encuestados que esta tradición venía "de toda la vida".

En ocasiones se colgaba un gato, y el juego consistía en pasar, jinete tras jinete, y lograr alcanzarlo con un palo, hasta matarlo.

Mantienen los entrevistados que la corrida de gallos o, al menos, la forma tan espectacular de celebrarla, se daba sólo en Cevico de la Torre y no en muchos pueblos de alrededor , excepto en Villalobón, localidad muy cercana a Palencia.

La costumbre se perdió con el advenimiento de la Guerra Civil, si bien esporádicamente se ha celebrado en algún año posterior.

Por la tarde, entre las cuadrillas intervinientes y cada una por separado, se conmemoraba la fiesta con una opípara merienda.

LA CARRERA DE CINTAS

Se celebraba durante los días del Carnaval, generalmente después del miércoles.

Cada cinta era de un color, y en la parte inferior tenía una argolla. Los participantes iban montados en bicicletas o a pie, y el que al llegar a la cinta colgada de una soga que atravesaba la calle, tenía el acierto de introducir un punzón en la argolla, se quedaba con la cinta como trofeo.

Se dice que, de modo análogo a la corrida de gallos, se practicaba en Cevico de la Torre y desapareció con la Guerra Civil.

Tampoco solía faltar el entierro de la sardina, en cuyo acto se llevaba a un hombre echado sobre una escalera, que portaban otros, al que se le daban "humazas que salían de un caldero, así como se entonaban canciones grotescas sobre el "entierro".




Las antiguas fiestas del carnaval de Cevico de la Torre, localidad del Cerrato Palentino

CEPEDA IGLESIAS, Pablo

Publicado en el año 1985 en la Revista de Folklore número 51.

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