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Revista de Folklore número

512



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Blanquear los tejidos

PUERTO, José Luis

Publicado en el año 2024 en la Revista de Folklore número 512 - sumario >



El blanco ha ejercido siempre una gran fascinación en el ser humano. En nuestra cultura, en ritos de paso como los del bautismo, de la primera comunión o las bodas, los niños y niñas, así como las novias, utilizan trajes blancos con un alto valor simbólico, otorgado por las comunidades en que tales ritos se realizan. Y, en los ámbitos rurales del dominio leonés, el camisón o camisa blanca de lienzo (lino) que lleva el hombre aparece connotado con diversas virtudes y poderes.

Algunos valores simbólicos

Y, en otras culturas y civilizaciones, también el blanco adquiere significaciones especiales. El blanco marca las cosmogonías inspiradas por la luz y, por ejemplo, entre los bambaras –al decir de Gilbert Durand– «blancos son los gorros de purificación de los circuncisos» y el este, el punto cardinal del sol naciente, es conocido como «el lugar de la blancura»[1].

Por otra parte, si queremos recurrir a las significaciones simbólicas atribuidas a la blancura y al blanco, el propio Gilbert Durand nos indica la existencia de «una constelación simbólica donde convergen lo luminoso, lo solar, lo puro, lo blanco, lo real, lo vertical, atributos y cualidades que, al fin y al cabo, son de una divinidad urania»[2], esto es, del ámbito celeste.

En relación con lo que acabamos de indicar, Juan Eduardo Cirlot recalca cómo el blanco «tiene una función derivada de lo solar, de la iluminación mística, de Oriente; … es el color de la intuición y del más allá, en su aspecto afirmativo y espiritual»[3].

Y, continuando con los valores simbólicos que se le otorgan, el blanco ha sido visto como síntesis de la luz; por lo que se le han adherido significaciones de pureza y virginidad, así como de inocencia y santidad de la vida[4].

Tras del fulgor del blanco

No ha de extrañarnos, por todo ello, que, en determinados ámbitos campesinos, se hayan realizado prácticas y se haya tratado de conseguir, tanto en los hilos como en los tejidos con ellos elaborados en los telares, el máximo fulgor del blanco, para que, de ese modo, luciera al máximo, cuando lo vestían niños y niñas, mozos y mozas, hombres y mujeres, ancianos y ancianas.

Vamos a mostrar tres ejemplos de lo que decimos, coincidentes de un modo u otro en tal práctica de blanquear los hilos y tejidos, para conseguir y obtener en ellos la máxima blancura.

Dos de tales ejemplos proceden uno de la localidad salmantina de La Alberca, pueblo ubicado al sur de la provincia, en la emblemática comarca de la Sierra de Francia; y el otro, de la comarca o área geográfica leonesa de la ribera del Torío, relativamente cercana a la capital, esto es, a la ciudad de León.

Mientras que el tercer ejemplo nos lleva a tierras mucho más lejanas, a ese Oriente –al que hemos aludido–, considerado como «el lugar de la blancura», esto es, al Japón; ámbito al que llegamos a través de una fuente literaria que, enseguida, pasaremos a citar.

Vayamos ahora por orden y documentemos tal práctica de blanquear hilos y tejidos, a partir de los tres ejemplos que acabamos de indicar.

Habilidad de las mujeres de La Alberca

El cultivo del lino y la elaboración de tejidos con sus fibras ha tenido en el pasado y hasta no hace menos de un siglo una gran importancia en La Alberca. Contamos con diversos datos sobre ello, al menos desde finales del siglo xvii.

El clérigo albercano Bachiller Tomás González de Manuel, en su «Sumaria descripción de dicho lugar», esto es, de La Alberca, incluida en Verdadera relación y manifiesto apologético de la antigüedad de Las Batuecas y su descubrimiento (1693), nos indica como la localidad «Tiene cuarenta tejedores de lienzos, y se inventó en este lugar el tejer los labores, que llaman Alemanisco y Real de dospies»[5].

En las respuestas generales del Catastro de Ensenada, que llevan fecha de 6 de octubre de 1753, se alude al cultivo del lino, y, entre los oficios en que se emplean los vecinos del pueblo, se alude a nueve tejedores de mantelería, así como a otros varios tejedores de lienzos, de los que se nombran otros nueve, aunque en la redacción de la respuesta parecen sugerirse varios más[6].

Mientras que, a finales del mismo siglo, en las respuestas que, en 1791, da La Alberca al interrogatorio de la Real Audiencia, de trescientos cincuenta y ocho vecinos que tiene el pueblo, se nos indica que existen «ochenta tejedores de lienzos y mantelería»[7], un número, a todas luces, muy elevado. Y se añade, en el mismo interrogatorio, que «los vecinos de oficio tejedor» también «tratan en tejer lienzos de mantelería para vender»[8], aunque lo hagan sin formar compañía o gremio.

También, claro está, en tal interrogatorio de la Real Audiencia, se nos dan algunos datos sobre la producción de lino, destinado a tantos telares como –según hemos visto– había en el pueblo. Se nos indica que se recogen «trescientas cincuenta arrobas de lino de regadío, el que se consume en el pueblo para propios usos, advirtiendo que la simiente se pierde parte por impedirle los árboles el que grane la vaga»[9].

Avancemos ya al siglo xix, para ver cómo evoluciona en La Alberca la producción de lino y la tejeduría de tal fibra vegetal en sus distintos telares. En 1826, esto es, en el primer cuarto de tal siglo, Sebastián de Miñano, en el primer tomo de su Diccionario, nos proporciona valiosos datos sobre nuestro asunto.

Por una parte, entre las diversas producciones del pueblo, se cita expresamente la del lino; por otra, se nos indica que, en sus telares, se producen «mantelerías de labores graciosas», en las que, es de suponer, intervinieran bordadoras, ya que el bordado tradicional albercano y serrano está documentado al menos desde el siglo xvii; y tales «labores graciosas» acaso sean las del bordado sobre las telas de lino producidas por los telares; aunque no hay que descartar que el propio tejido podía tener –blanco sobre blanco– motivos decorativos (geométricos, cruciformes, etc., como tiene la tela llamada de ‘real’).

Pero Miñano es el primero que nos proporciona y documenta el motivo de nuestro trabajo, cuando indica que «las mujeres blanquean los lienzos»[10]. Esto es, que realizaban esa labor de blanquear los tejidos a la que venimos aludiendo. Además de proporcionarnos la noticia de que celebra La Alberca mercado todos los domingos, donde también se vendían tales lienzos.

Pascual Madoz, en su mucho más conocido Diccionario, publicado entre 1845 y 1850, toma, sin duda alguna, datos que le interesan de los proporcionados por Miñano. En la entrada que dedica a La Alberca, acentúa ese dato proporcionado por el palentino y nos indica lo siguiente sobre la abundancia de lino («se coge bastantelino»), la tejeduría de lienzos y la habilidad de las mujeres albercanas para blanquearlos; determinados vecinos –nos indica– se dedican «a tejer lienzos de mucha aceptación en el país, y a blanquearlos, para lo que tienen fama las mujeres en toda la provincia»[11].

Así, pues, en cuanto a la producción de diversos tejidos vegetales, en La Alberca, se realiza un triple proceso: siembra, cultivo, recogida y tratamiento del lino hasta extraer sus distintos tipos de hilos (de fibra y de estopa); tejeduría del lino en los telares; y, en tercer, lugar, blanqueo de los lienzos (nombre genérico que se da a los tejidos de lino), para lo que tienen habilidad las mujeres.

Ribera leonesa del Torío: fabricación del hilo blanco

Julio Caro Baroja, con la agudeza y sagacidad que lo caracteriza, distingue tres grandes áreas geográficas en la provincia de León: la montaña (que corona, con todas sus variedades, por el oeste y el norte la provincia), la ribera (hay varias riberas: del Esla, del Porma, del Curueño, del Torío, del Bernesga, del Órbigo…) y el páramo.

Pues, bien, distintos pueblos de la ribera del Torío, al norte de la propia ciudad de León, río cuyas aguas terminan pasando por la capital, antes de su desembocadura, se especializaron en el pasado –dentro del ámbito de análisis del presente trabajo que abordamos– en fabricar hilo blanco, tal y como vamos a ver enseguida.

El de la ribera del Torío es un paisaje de prados, en cada una de las márgenes del cauce fluvial, acotado a uno y otro lado por montes. Los prados están separados, para diferenciar las propiedades, por paredes de seto vivo llamadas sebes, lo que nos está hablando de un ámbito paisajístico cantábrico, que nos encontramos también en Asturias (documentado, por ejemplo, literariamente en el conocido cuento «¡Adiós, ‘Cordera’!» de Leopoldo Alas ‘Clarín’) y en Cantabria.

En tales prados, hubo en el pasado un cultivo de lino, de ahí que reciban el nombre popular entre los campesinos de «las linares», de cuya planta se obtenía el lino, que era más fino si procedía del cerro de la planta y más basto si se obtenía de la estopa.

Pues, bien, a mediados del siglo xviii, según nos documentan las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada[12], la actividad laboral de no pocos vecinos de cada uno de estos pueblos del Torío consistía en producir hilos, caracterizados por su blancura y alcanzando, por ello, un gran prestigio, para llevarlos a vender, sobre todo, al mercado a León, aunque también –como se desprende de las respuestas de alguna localidad– a algún otro destino.

En el antiguo régimen, varios de estos pueblos pertenecían a la abadía de San Isidoro de León. Y tal abadía de canónigos seglares de San Agustín tenía y ejercía el señorío civil jurisdiccional sobre los pueblos llamados del Abadengo de Torío, entre los que se encontraban el propio Abadengo de Torío, La Flecha, Fontanos, Pedrún, Riosequino, Ruiforco y otros. Se les solía denominar pertenecientes al «partido y jurisdicción del Abadengo».

Veamos los datos que nos proporcionan las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada sobre la actividad que hemos indicado de producir hilo blanco para venderlo en el mercado de la capital leonesa.

En la respuesta trigésimo tercera que contesta Abadengo de Torío, se nos citan los nombres de ocho vecinos que se dedican a «fabricar el hilo blanco», con el rendimiento económico que le produce a cada uno tal actividad (expresado siempre en reales, como ocurrirá también en los demás pueblos), aclarándonos que «ninguno de dichos vecinos tienen otro género de comercio alguno».

En la respuesta trigésimo segunda que contesta Garrafe de Torío, se alude a cómo algunas personas (se citan, en concreto, los nombres de nueve de ellas y la producción económica que la actividad les rinde a cada una) «tienen el tráfico de hacer y vender el hilo en las ferias de León»; en este caso, no se alude expresamente a la cualidad de su blancura.

En la respuesta trigésimo tercera que da la localidad de La Flecha de Torío, se dan los nombres de seis vecinos cuya actividad consiste en «la fábrica del hilo blanco», con los rendimientos económicos que cada uno obtiene de ella.

Manzaneda de Torío alude a tal actividad en la contestación a la pregunta trigésimo segunda. Por ella, nos enteramos de cómo, en la indicada localidad, «hay el tráfico entre los vecinos de fabricar hilo blanco doble para vender en las ferias de León, adonde tienen comodidad». Y se relacionan los nombres nada menos que de treinta y cuatro vecinos que se dedican a tal labor, con el rendimiento económico que cada uno obtiene en ella.

En Navatejera –nos indica la respuesta a la pregunta trigésimo segunda–, «muchos vecinos del pueblo tienen el tráfico y comercio de hilo blanco, llevándolo a vender a la ciudad de León». En concreto, se indican los nombres de once vecinos y el rendimiento económico de cada uno de ellos.

También en Palacio de Torío, si hacemos caso a la respuesta trigésimo tercera, determinadas personas (se citan los nombres de veinte personas, así como de sus respectivos ingresos por tal actividad) «hacen y venden hilo blanco».

Y otro tanto ocurre en Pedrún de Torío, donde, en la respuesta trigésimo segunda, se nos indica que «hay muchas personas que tienen comercio en el hilo blanco, llevándolo a vender a las ferias de la ciudad de León, o a donde les parece». Aquí ya podemos advertir cómo, si el destino comercial absolutamente dominante de tal hilo blanco es, sobre todo, la ciudad de León, también estaba destinado a otros mercados («a donde les parece»). Se indican los nombres nada menos que de diecinueve vecinos con sus respectivos rendimientos económicos.

No se queda atrás Robledo de Torío en la dedicación a la actividad indicada. Ya que, en la respuesta trigésimo segunda, se alude a cómo «comúnmente todos los vecinos de este pueblo comercian en llevar a vender hilo blanco a las ferias y mercados de León. Y, en concreto, se relacionan los nombres de trece de ellos con las cantidades que obtienen por tal mercadeo.

En Ruiforco de Torío, nos indica la respuesta trigésimo tercera, algunas personas «tienen el comercio de hilo blanco». Se citan en concreto nada menos que los nombres de veinticuatro de ellas, un elevado número de tal vecindad, con los ingresos dinerarios de cada una de ellas.

«También hay en este pueblo –nos indica la respuesta trigésimo segunda de San Feliz de Torío– muchos vecinos del comercio de hilo blanco, para vender en las ferias de León». Y se nombran nada menos que a veintiuno con sus correspondientes ingresos por la indicada actividad.

En Villamoros de las Regueras, ya muy cerca de la capital, son cinco vecinos los que se nombran, con sus respectivos rendimientos económicos, como dedicados al «trato y comercio de hilo blanco para venderlo en las ferias y mercados de León en los tiempos que les parece». En Villanueva del Árbol, se nos indica en la respuesta trigésimo segunda cómo prácticamente «cada vecino domiciliario tiene el comercio del hilo blanco, llevándolo a vender a las ferias y mercados de León», de lo que obtiene cada uno un rendimiento de veinte reales de vellón anuales, tal y como se nos indica.

En Villaquilambre –cabeza actual de ayuntamiento de varios de estos pueblos–, también en la respuesta trigésimo segunda, se alude a la actividad del «comercio de hilo blanco» y se nos citan los nombres de veinte vecinos, con sus respectivos ingresos, que se dedican a tal comercio.

En Villarrodrigo de las Regueras –se contesta a la pregunta trigésimo segunda–, también se ocupan «en el comercio de hilo blanco que se vende en León» ocho vecinos, cuyos nombres se detallan con sus respectivos rendimientos económicos.

Mientras que en Villasinta de Torío –conocemos también por la respuesta trigésimo segunda–, se nos indica cómo «los vecinos de este pueblo venden cada año y comercian con hilo blanco en las ferias de León». Son nada menos que treinta y uno (el pueblo de una mayor relación de entre todos) los vecinos que se relacionan, así como sus correspondientes ganancias.

Y, en fin, en Villaverde de Arriba –y ya terminamos la relación– son diez vecinos los que se citan en concreto, pese a que se nos diga que «todos los vecinos se ingenian a hacer hilo blanco para vender en las ferias de León».

Hemos querido referenciar pueblo a pueblo, por aportar datos concretos de cada uno. Las invariantes de tales datos nos llevarían al siguiente enunciado: muchos de ls pueblos de la ribera del Torío, próximos a la ciudad de León, en la época moderna eran productores de hilo blanco (en algún caso, se concreta: «hilo doble»), actividad a la que se dedicaban no pocos vecinos de cada pueblo (pertenecientes no pocos de ellos, durante el antiguo régimen, al «partido y jurisdicción del Abadengo»); su destino eran las ferias y mercados de la ciudad de León, aunque también se nos sugiere, en algún caso, que también se vendía en otros lugares («o a donde les parece»). Y, en cuanto a los momentos del año en que realizaban tal actividad mercantil, podemos deducir que eran variados («en los tiempos que les parece», se nos indica en algún momento).

Así, pues, con esta aportación, damos un segundo paso en el objeto de nuestra pequeña exposición. A mediados del siglo xviii, tenemos documentada, en la provincia de León, la existencia de una comarca en la ribera del Torío, muy próxima a la capital y en el norte de la misma, especializada en la elaboración de hilo blanco para surtir a la capital regularmente, donde, en los diversos telares que hubiera, se elaborarían prendas textiles de todo tipo, marcadas por ese rasgo, tan simbólico, del blanco y de la blancura.

Japón: la tela de Chijimi

El tercer paso nos lleva a Japón. Y a la tela conocida como Chijimi. Nos la documenta el gran narrador japonés contemporáneo Yasunari Kawabata (Osaka, 1899 - Zushi, 1972), que obtendría el Premio Nobel de Literatura en 1968, en su novela titulada Yukiguni, publicada originalmente en 1937 y traducida a nuestro idioma con el título de País de nieve, en 1961[13].

El Chijimi es una tela de cáñamo cuya cualidad más notable es «el frescor exquisito que proporciona a la piel durante los calores veraniegos» (p. 224). Se elabora artesanalmente en telares durante el invierno. Pero vamos a proceder con orden, para exponer todo lo relativo a esta tela nipona y todo el contexto que la rodea.

La tela de ‘Chijimi’: rasgos y cualidades

El cáñamo del que se elabora el Chijimi se cosecha en los campos en pendiente de la montaña, en el País de Nieve. Como indica Kawabata: «El hilo se hila en la nieve y se teje en la nieve. Y es la nieve lo que blanquea la tela. Toda la fabricación empieza y acaba en la nieve» (p. 215).

Entre sus rasgos y cualidades, el narrador japonés alude a «el frescor exquisito que proporciona a la piel durante los calores veraniegos» (p. 224). También la blancura, presente en los quimonos elaborados con tal tela de cáñamo, conduce a una poderosa sensación psíquica de purificación, que pasa de la tela al ser que con ella se viste:

Con sólo pensar en aquel cáñamo blanco, extendido sobre la nieve y confundiéndose con ella para sonrosarse bajo la luz del amanecer, Shimamura experimentaba una sensación tan poderosa de purificación, que no sólo estaba seguro de que sus quimonos habían dejado allá los miasmas y las máculas del verano, sino que le parecía que también él quedaba purificado. (p. 217)

Pero también se alude al Chijimi como tela de cáñamo caracterizada por la brillantez y la claridad, así como por una blancura marcada por la pureza. Su elaboración es muy costosa y cada pieza exige una enorme suma de trabajo, de ahí que su rentabilidad sea escasa para quien la realiza.

Su elaboración artesanal en los telares

El Chijimi se elabora a lo largo del invierno, en telares manejados por mujeres y por muchachas («las manos de las mujeres se pasan los meses nevados del invierno hilando, tejiendo, transformando en tela sutil el cáñamo» p. 215).

Y la mejor tela, aquella que posee las más altas cualidades de belleza, es la producida por muchachas entre catorce y veinticuatro años, que es cuando las manos femeninas elaboran las obras maestras de Chijimi:

Las muchachas, que aprendían a tejer desde la niñez, producían sus obras maestras entre los catorce y los veinticuatro años. Después, la agilidad de movimientos, que era el secreto del valor de la tela de Chijimi, perdía calidad. Así la emulación era muy viva entre aquellas muchachas, que trabajaban con tanto ardor como afición durante los meses en que la nieve las tenía prisioneras, es decir, desde el décimo mes, en que se comenzaba el hilado, hasta la segunda luna, con la cual debía terminarse el blanqueo en los campos, los prados y los jardines cubiertos aún de nieve. (pp. 216-217)

Hay en la producción de la tela de cáñamo de Chijimi una cierta ritualidad, se alude al ritmo de los gestos de las tejedoras, que se transmite a la elaboración de la tela; al tiempo que, en su elaboración, aparecen una serie de analogías, de las que participan el blanco, el frío, el invierno, la nieve, la pureza, la sensación de caricia cuando el hombre se pone el quimono elaborado con tal tela de Chijimi. De ahí que Yasunari Kawabata no se resista a plasmar del siguiente modo ese prodigio textil que es el Chajimi:

La fibra de aquel cáñamo de las montañas, más delicada todavía que la seda animal, sólo podía ser tratada, al parecer, dentro de la humedad cómplice de la nieve; de manera que el invierno de largas noches, en el País de Nieve, era la estación perfecta para los diversos trabajos del tejedor. Y los buenos conocedores de los tiempos antiguos no dejaban de explicar como un efecto armonioso de los principios de la luz y de la noche, la frescura notable de aquella tela, tejido en el frío del invierno, y que se perpetuaba hasta en el corazón del verano más tórrido. (pp. 219-220)

La frescura del invierno y de la nieve, la armonía de la luz y de la noche… se impregnan en la tela, que conserva tales sensaciones en su propia materia, atenuando, en el corazón del verano, la sensación de calor más tórrido en quien se viste con ella. Se alude, asimismo, a «los tiempos antiguos», ya que estamos ante una materia textil elaborada del mismo modo desde antiguo.

La acción de blanquear el ‘Chijimi’

Yasunari Kawabata, en su novela, nos plasma perfectamente el proceso del blanqueo del Chijimi. Conviene, antes que un resumen que podríamos realizar nosotros, que lo escuchemos a él, que nos plasma perfectamente esta labor antigua para lograr el mejor blanco, el más acabado blanco:

Este «blanqueo con nieve», desde hacía innumerables años, era confiado a unos especialistas; los tejedores no se ocupaban de ello. El Chijimi blanco, después de tejido, se blanqueaba por piezas enteras, mientras que la tela de colores era tratada en el mismo telar, a medida que se iba fabricando. La mejor estación para aquel proceso era durante los meses de la primavera y la segunda luna. Prados y jardines, muy nevados en aquella época, se transformaban por doquier en talleres de blanqueo.

Se empezaba por empapar el hilo o la tela, toda una noche, en agua con cenizas. Abundantemente aclarado por la mañana y bien escurrido, era expuesto entonces todo el día sobre la nieve; y así día tras día. Shimamura había leído recientemente que, al final de esta operación, cuando la tela alcanzaba la blancura inmaculada y recibía la caricia del sol sonrosado del amanecer, el espectáculo era indescriptible. (pp. 217-218)

Así, pues, una vez tejido, el Chijimi se blanquea por piezas enteras, que se extienden por prados y jardines muy nevados. Se realiza la labor a lo largo de los meses de primavera y la segunda luna.

Durante toda una noche se empapa la tela en agua con ceniza. Se aclara y escurre por la mañana, para exponerla todo el día sobre la nieve; y así, durante días y días, hasta que «la tela alcanzaba la blancura inmaculada y recibía la caricia del sol sonrosado del amanecer».

Su venta en mercados y ferias en los inicios de la primavera

Las ferias de Chijimi se celebraban en primavera, tras la fusión de las nieves, «cuando en las casas del país se habían retirado ya las dobles ventanas del invierno». Llegaban gentes de todas partes para adquirir aquella tela con tanto prestigio, hasta mercaderes de ciudades tan importantes como Edo, Nagoya y Osaka.

Y así nos plasma Kawabata la atmósfera de aquel comercio de la compra y venta del Chijimi cuando se iniciaba la estación primaveral:

La juventud de todo el país descendía de los altos valles con el producto de sus últimos seis meses de trabajo; y en un ambiente de fiesta se alineaban los tenderetes de los vendedores, cestas de todas clases, feriantes y espectáculos al aire libre, ante los cuales los jóvenes y las muchachas se codeaban en muchedumbre. Los tejidos expuestos llevaban una etiqueta de papel en la que figuraba el nombre y la dirección de la tejedora, porque se celebraba un concurso para premiar el trabajo más primoroso. También era una excelente ocasión para encontrar un buen partido. (p. 216)

Uso y carácter

El Chijimi se utiliza para confeccionar con él los quimonos de verano. Pese a ser una tela muy frágil, si se cuida, conserva su calidad y su viveza. Y –sigue insistiendo el narrador japonés– el Chijimi hace las delicias de quien conoce el secreto y el valor de esta antigua tela de cáñamo, por el frescor exquisito que proporciona a la piel durante los calores veraniegos.» (pp. 223-224)

Coda

A través de tres ejemplos (la destreza de las mujeres albercanas para blanquear los lienzos; la elaboración y venta de hilo blanco por parte de las gentes campesinas de la ribera leonesa del Torio; así como la tejeduría –siempre por manos femeninas– y mercadeo del Chijimi, la tela japonesa de cáñamo), hemos tratado de llamas la atención sobre esa acción humana de blanquear hilos y tejidos, de lograr en ellos la máxima blancura, claridad y fulgor, como si el ser humano, al elaborar tales tejidos y diseñar prendas con ellos para su indumentaria, necesitara de la claridad, de lo celeste, de la luz, para estar investido de gracia.

Por otra parte, hemos de advertir cómo son las jóvenes y mujeres (en dos de los casos) quienes tienen un especial protagonismo en esa adquisición y consecución de lo blanco, con tantos valores psíquicos y simbólicos, que tratábamos de exponer al principio.

Como si el ser humano intuyera y entendiera que el blanco transmite ánimo y alma, luz y claridad, fulgor y gracia. De ahí, su anhelo de conseguirlo en los textiles y su necesidad de vestirse con él en momentos especiales de su existir.




NOTAS

[1] Gilbert Durand, Las estructuras antropológicas del imaginario. Introducción a la arquetipología general, trad. de Víctor Golstein, Madrid, FCE, Sección de Obras de Antropología, 2002, p. 152.

[2] Gilbert Durand, Op. cit., p. 152.

[3] Juan Eduardo Cirlot, Diccionario de símbolos tradicionales, Barcelona, Luis Miracle, Editor, 1958, p. 144.

[4] Cf. J. A. Pérez Rioja, Diccionario de símbolos y mitos, 4ª ed., Madrid, Tecnos, 1992, pp. 96-97.

[5] Tomás González de Manuel, Verdadera relación y manifiesto apologético de la antigüedad de Las Batuecas y su descubrimiento, Edición e introducción de José Luis Puerto, Valladolid, Castilla Ediciones, Biblioteca de las Sierras, 4, 2008, p. 91.

[6]https://pares.mcu.es/Catastro/servlets/ServletController?accion=4&opcionV=3&orden=0&loc=8506&pageNum=1

[7]Interrogatorio de la Real Audiencia. Extremadura a finales de los tiempos modernos. Anexo: Poblaciones disgregadas de Extremadura, Edición a cargo de Gonzalo Barrientos Alfageme y Miguel Rodríguez Cancho, Introducción de Ángel Rodríguez Sánchez, Badajoz, Asamblea de Extremadura, 1996., p. 62.

[8]Interrogatorio de la Real Audiencia. Extremadura a finales de los tiempos modernos. Anexo: Poblaciones disgregadas de Extremadura, ed. cit., p. 64.

[9]Ibid., p. 74.

[10] Sebastián de Miñano, Diccionario geográfico-estadístico de España y Portugal, tomo I, Madrid, Imprenta de Pierart-Peralta, 1826, p. 74.

[11] Pascual Madoz, Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar, tomo I, Madrid, Est. Literario-Tipográfico de P. Madoz y L. Sagasti, 1845, p. 313.

[12] Realizamos nuestras consultas de las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada, por el portal de internet PARES (Portal de Archivos Españoles), del Ministerio de Cultura, en que se hallan digitalizadas. Para no seguir citando a pie de página en cada caso, indicamos ya aquí la dirección a través de la que se accede a las respuestas de estos pueblos leoneses: https://pares.mcu.es/Catastro/servlets/ServletController

[13] Nosotros realizaremos todas las referencias y citas por la siguiente edición: Yasunari Kawabata, País de nieve, 4ª ed., traducción de César Durán, Barcelona, Ediciones Zeus, 1969.



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PUERTO, José Luis

Publicado en el año 2024 en la Revista de Folklore número 512.

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