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A Dani y Carmen Sueiro Sanz, nacidos en el siglo XXI junto a estas cruces
Resumen: Se estudia el reciente descubrimiento de unas cruces incisas en un afloramiento rocoso en un lugar significativamente llamado «Cruviejas», así como dos «cruces de guijarros», todas en Madarcos (Madrid). La fragilidad de estos testimonios pertenecientes a la cultura popular tradicional aconseja su correcta conservación ante las amenazas que se ciernen sobre ellos. De hecho, recientemente se destruyó la segunda cruz de guijarros.
Palabras clave: Cruces, Mojones, Apeos, Piedra seca, Microtoponimia
Five Old Crosses on rock and two Pebble Crosses on walls in Madarcos (Madrid)
Abstract: This paper deals with the recent discovery of some incised crosses on a rocky outcrop in a place significantly called «Cruviejas» (Old Crosses) as well as two «pebble crosses», all of them in Madarcos (Madrid). The fragility of these testimonies belonging to traditional popular culture makes it advisable that they be properly conserved in view of the threats to them. In fact, the second pebble cross was recently destroyed.
Key Words: Crosses, Landmarks, Boundaries Making, Dry Stone, Michrotoponymy
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Jaime Sánchez Barajas, amigo, pastor y vecino de Madarcos (Madrid), se percató en el año 2020 de la presencia de unas cruces talladas que sobreviven en un afloramiento rocoso del pequeño término municipal de su pueblo, cercano a su vivienda [Fig. 1]. Me comunicó el hallazgo casual, ponderamos su importancia[1] y se informó al Ayuntamiento primero y a la Dirección General de Patrimonio Cultural de la Comunidad de Madrid después[2]. El primero recibió el «descubrimiento» con preocupante frialdad. La segunda administración apreció inmediatamente su valor y apenas dos meses después calificó de BIC el enclave a comienzos del año 2022, al amparo de la disposición adicional primera de la Ley 3/2013, de 18 de junio, de Patrimonio Histórico de la Comunidad de Madrid[3].
Pocos signos como la cruz tienen lecturas más polisémicas en Occidente, el símbolo universal en Occidente por excelencia junto a las estrellas[4], si bien dos mil años de cristianismo le han hecho a la primera multiplicar exponencialmente su popularidad. La inventio crucis por santa Elena a comienzos del siglo iv cambiaría para siempre la consideración del sencillo grafismo crucífero y antes de terminar la misma centuria San Juan Crisóstomo decía que la cruz «se la puede ver exhibida en todas partes, en las casas, en los lugares públicos, en los desiertos, en los caminos, en las montañas, en lo profundo de los bosques, en medio de los mares, en las naves y en las islas, sobre los lechos y en los vestidos» (cit. en Teja 2014, 82). Pedro Cruz, que es de los mejores conocedores del signum crucis en las infinitas variaciones recreadas secularmente en la cultura popular afirma:
Existe unanimidad a la hora de asignar un sentido ritual a la práctica de grabar cruces en piedras y en paredes […] Muchas de estas piedras adquieren el carácter sagrado, tanto por erigirse en referencias del paisaje, como por la práctica de grabar cruces y visitarlas de forma periódica, según ocurre con las cruces de término y al mencionarse en numerosos documentos sobre amojonamientos y apeos medievales y modernos (Cruz Sánchez 2014, 228).
A veces su presencia fuera de poblado marca sucesos luctuosos ocurridos en las inmediaciones. Otras, se han asociado a la presencia cercana de un santuario cristiano[5], cuando no a meros deslindes. Podemos hallarnos en este caso ante cruces que actúan como límite territorial, al modo que también lo hicieron luego las cruces de término o las que se dispusieron en las encrucijadas de caminos. En este caso, las cruces que presentamos pueden estar asociadas a marcas territoriales, afirmación genérica que trataremos de argumentar.
Cinco cruces en un afloramiento rocoso
Visibles para quienes las quieran mirar y a unos setecientos metros del núcleo urbano de Madarcos[6], alguien talló en un momento indeterminado cinco cruces en los esquistos que afloran del terreno, formaciones rocosas que esmaltan, con mayores o menores prominencias, el territorio de pie de monte de esta parte de la sierra madrileña, a unos 1.100 m de altura sobre el nivel del mar. Las cruces se orientan al este, como la faz de la roca en que se inscriben, con el paisaje de los montes de La Acebeda detrás [Figs. 2, 7].
Se trata de cinco cruces griegas y latinas (de brazos iguales o con el stipes más largo que el patibulum) de trazo grueso, desmañado, distribuidas por la mitad inferior de la piedra sin aparente orden. La roca se ve afectada por exfoliaciones antiguas, sobre todo en la parte superior. También tiene cazoletas naturales arriba. El plano inclinado donde se disponen las cruces mide 192 x 204 cm (alto y ancho), y el «campo epigráfico» 72 x 79 cm. El bisel que forma las incisiones llega en algunos casos a los 3 cm de anchura y a los 2 cm de profundidad. Las cinco cruces, de izquierda a derecha según se miran de frente, tienen las siguientes medidas (stipes y patibulum) en cm: 16 x 12; 21 x 18; 21 x 19; 16 x 15; 16 x 12. Vetustos líquenes las recubren, denunciando antigüedad. En función de la cronología y características que se le asignen, suelen identificarse historiográficamente como petroglifos, grabados, insculturas, grafitos históricos… [Figs. 3-4]
La cruz como hito territorial
Los accidentes del terreno, y especialmente las formaciones geológicas particularmente llamativas, han sido referentes territoriales por su fácil identificación y su visibilidad. Bastaba para ese fin en ocasiones la presencia simplemente de grandes piedras para cumplir esa función o un agrupamiento artificial de ellas. Además de mojones como denominación genérica, también se llaman arcas, murias, higueras, hitos, hitas, majanos… A falta de elementos tan peculiares, también se recurrió a marcar signos sobre tales grandes bloques regalados por la naturaleza. Es el caso que nos ocupa.
Las cruces mojoneras incisas en grandes piedras, permanentemente renovadas, se documentan intensamente a partir del siglo xiv, pero son continuadoras de una tradición anterior[7]. Su inscripción en tales rocas garantizaba su perdurabilidad, al contrario de lo que ocurría con mojones artificiales separadores de fincas, sujetos a la malicia de propietarios que en ocasiones los desplazaban, dando lugar a episodios que han provocado históricamente gran conflictividad entre vecinos y familias en pueblos de tradición agropecuaria.
Otras veces tales cruces se inscribían en los árboles, que igualmente ofrecían permanencia de larga duración. Así ocurrió en el deslinde entre los concejos de Cuenca y Las Majadas (año 1390) por sus respectivas tierras en la sierra de Cuenca. Afirmaban los testigos que se habían movido los mojones antiguos (las palabras no cursivas siempre son nuestras):
E dende recude[8] a un pino que está en el camino mismo e tiene dos cruzes. E dende recude al alto adelante fasta un teso donde están unas piedras en cabo de la hoya Las Cortezas e está el mojón en las piedras mismas, çerca de un pino grande que tiene dos cruzes, e dende recude el çerro de medio arriba fasta un pino grande que está en par de la hoya El Contadero que tiene dos cruzes e un mojón de piedras cabo él. E dende recude al çerro adelante como dizen las vertientes a la una parte e a la otra, fasta el alto donde está un mojón e un pino alvar çerca en que están dos cruzes. E dende recude a la mano ysquierda el llano adelante fasta un pino grande que está en el llano e tiene dos cruzes viejas, e hicieron otras dos nuevas. E dende recude por mitá del çerro de medio arriba fasta un mojón de piedras que está çerca de un pino que tiene dos cruzes viejas. E dende recude el çerro delante de rededor de una hoya labrada fasta un pino que tiene una cruz vieja e hizieron otra cruz nueva […] e está ençima de la cunbre un pino que tiene una cruz ( ), e luego buelve otra hoya adelante El Estepar, e recude a un pino que está de la otra parte del vallejo que tiene una cruz […] E dende recude a otro mojón que está a hojo de la hoya Las Yeguas que está çerca de un pino grande que tiene dos cruzes, la una vieja e la otra nueva. E dende recude al teso ayuso fasta el mojón que está çerca de la senda que va a Valsalobre, çerca de dos pinillos que tiene uno una cruz vieja e está asentado en el mojón ençima de un enebrillo (Ortega Cervigón 2008, 44-45).
Lo mismo hallamos en el apeo realizado por esas fechas entre los concejos de Cuenca y Uña:
E dende recude a un pino seco que stá en el altillo de ençima del llano en que está hecha una cruz antyguamente. E dende recude el çerrillo ayuso a un teso de un pedregal que está un mojón de piedras çerca de un pino negral que hicieron una cruz e tiene una cortadura antygua (Ortega Cervigón 2008, 43).
Y entre Cuenca y Beamud leemos otra vez:
Está el primer mojón que parte entre Cuenca e Moya e Behamud en el çerro del Hoyo, e dende parte con Cuenca e recude el teso ayuso a un pino alto capado e tiene una cruz nueva e otra vieja e un majano de piedras cabo él (Ortega Cervigón 2008, 47, nota 28).
La función de ese majano («montón de cantos sueltos que se forma en las tierras de labor o en las encrucijadas y división de términos», dice el DLE) bien pudo cumplirla el afloramiento de Madarcos, piedras fijas esta vez, hitos visibles y delimitadores a los que se añadieron cruces para marcar su función de marca territorial, inamovible, la misma que cumplieron esas formas particulares del paisaje geológico a que aludíamos antes[9].
En el siglo xi ya se mencionan mojones crucíferos presentes en caminos palentinos que servían para orientar a los naturales: «…et el perfixo del moion de la cruz de la antyqua carrera …»[10]. Este hecho está documentado en prácticamente toda la península ibérica, desde Extremadura[11] al País Vasco.
En el amojonamiento que separa las tierras de Errentería (Guipúzkoa) del señorío de Murguía en 1425, autoridades y testigos se dedican a poner piedras y cruces, el mismo sistema que se empleará todavía allí en los amojonamientos de los siglos xix y xx: «E dende fueron adelante recudiendo a un logar que se llama La piedra del sepulcro de Santa Barbara, que está en el dicho logar puesto e raygado aquella mesma piedra del dicho sepulcro surzido por mojón con su cruz»[12]. Por su parte, en dos pleitos abulenses de finales del siglo xv, en tierras de paisaje y colonización parecido al del norte madrileño donde se ubica el paraje de Cruviejas, se lee:
E dende fue a dar al mojón de la Madroñera, donde halló una cruz vieja que estava en un peñascal grande, e fizo fazer un mojón […], en una peña grande se halló una cruz vieja que se sygue con los otros monjones, la qual cruz se aclaró más de conmo estava. Yten, más adelante, está una peña grande, donde se hizo otra cruz. Et más adelante, se falló en otra peña otra cruz vieja, la qual se aclaró (Ser Quijano 1998)[13].
Los 8,7 km2 del término de Madarcos forman un paisaje que mantiene los rasgos genuinos de un paisaje agrario tradicional como el conformado por esta gavilla de testimonios escritos. A ellos puede sumarse alguno vivo todavía en la tradición oral salmantina, que refiere ejemplos idénticos al que nos ocupa:
Existen tres cruces pequeñitas, pero esas delimitan Sorihuela, o sea, los límites de Sorihuela, Ledrada y La Nava, y existen allí, bueno, es precisamente un prao nuestro, donde está, en el límite…[14].
Pues hay una peña, que yo, que la he andao buscando y ya no la encuentro, en la raya de Las Casillas, que tenía unas cruces, picás, tenía cinco o seis cruces la peña aquella […] La Peña las Cruces la llamábamos siempre, la Peña las Cruces. No sé si la haría algún pastor, o lo mismo era la raya de Las Casillas y Rinconada[15].
Sin duda, el documento más cercano geográficamente que atestigua el posible uso de estas cruces madarquinas lo encontramos en el documento de compraventa del valle de la Hiruela por el que los vecinos de Prádena del Rincón lo vendieron a los de La Hiruela, firmado en la primera localidad en 1893. El valle se sitúa tan solo a unos quince kilómetros al este de Madarcos. La mojonera «divide del territorio de Prádena, cuesta del collado del Espino habiendo en dicha cuesta una peña y por mojón una cruz en ella con dirección al collado del Espino». Además, a la hora de apearlo también se marcaron como límites «una cruz al pie del mojón en la misma morra al lado del saliente bajo y norte alto que mide diecinueve pies; del mojón otra cruz al poniente que mide seis pies […]; hay una cruz en una peña en la tierra de Santiago González y María González; no hay mojón, nada más que la cruz; hay una cruz en otra piedra a la parte de debajo de pedazo de Víctor Martín, vecino de Prádena, a la orilla de la Revedilla»[16]. Desconocemos de qué material serían esos mojones con cruces tan grandes, pero se revela la presencia de cruces incisas en la sierra de Madrid todavía activas como marcadores territoriales a finales del siglo xix.
Los verbos empleados en los documentos escritos medievales ofrecen pistas, siquiera indiciarias, para caracterizar la técnica con la que tales cruces se hicieron. «Se halló» da a entender que no eran objetos físicos, sino representaciones de las mismas que había que identificar y localizar, como era obligación cuando se hacían apeos. De ser cruces físicas (piedra o madera) el verbo utilizado hubiera sido otro. Por el contrario, «se aclaró» parece significar que estaban pintadas o incisas, y entonces aclarar significa que se repasaron las incisiones, consecuencia de lo cual se blanqueaban, porque al rascuñar se elimina la pátina y emerge el verdadero color del mineral. Viene en apoyo de esta suposición la memoria de un vecino del pueblo leonés de Verdiago, que recuerda términos con el que se conoce a los mojones en la provincia, a la pregunta de qué suponía renovar las arcas o murias:
Marcarlas más. Entonces normalmente o iba el alcalde o nombraba a alguno más conocedor, donde está el lugar donde estaban las cruces, le llamaban las arcas. Iba, a lo mejor, con dos muchachos que anduvieran y pues, bueno, llevaban una piqueta de aquéllas, y iban y marcaban las arcas en combinación con los vecinos del otro pueblo, quedaban de acuerdo y iban y las marcaban y, aparte de marcarlas pa que se vieran más, pa que esa gente joven que iban supieran dónde estaban las arcas (Puerto 2011, doc. 366).
En definitiva, tales signos delimitadores son transmisores de un mensaje codificado y cuya simbología es harto conocida a lo largo de los siglos por las diferentes comunidades poblacionales. Ítems que responden a puntos de referencia que físicamente decretan la articulación de un determinado espacio territorial, comportamiento que se encuentra enraizado en el propio carácter humano de apropiación y control del territorio en el que habita y desarrolla sus actividades sociales y económicas. Por ello lugares, cuya lectura semántica es la demostración palpable de contener dentro de su perímetro una especial significancia –material o inmaterial– para el grupo o individuo interesado. Tal modo de actuar mediante este tipo indicadores marcadamente se nos muestra ser característica de los siglos históricos a partir del medievo. Se delimita –marca– un determinado espacio para llevar a cabo también una determinada actuación por unos determinados intereses. Este tipo de actuación es clara y definitivamente uno de los aspectos de la denominada antropización del paisaje (Fernández y Lamalfa 2018, 240-241).
Por ello, además de en la provincia de León también en la de Burgos la etnografía ha registrado la costumbre de llevar a niños acompañando a las autoridades y vecinos encargados de revisar las mojoneras para asegurar que no se perdiera la memoria de hasta dónde llegaban las lindes (Rubio Marcos 2022, 17-23; Puerto 2018, nº 367), un proceso transmitido generacionalmente desde tiempos remotos hasta su pérdida en la sociedad actual.
En Madarcos, la cercanía al núcleo urbano desaconseja pensar que fueran cruces mojoneras o de término (es decir, de divisoria entre las tierras de dos pueblos). Desconocemos, pues, qué era exactamente lo que marcaban. A falta de más documentación y de restos de cultura material en el entorno próximo al afloramiento es difícil aventurar una hipótesis sobre cuándo se inscribieron estas cruces, algo común a este tipo de testimonios, pero en el caso madarquino viene en nuestra ayuda un inesperado microtopónimo.
El microtopónimo Cruviejas, otro indicio de antigüedad
La microtoponimia es fuente de información fundamental, pues los nombres de lugar responden frecuentemente a un porqué lógico[17] y uno de tales estriba en el uso del propio término «cruz» como delimitador territorial, ya documentado en los siglos xi-xii en muy diversas partes de la península ibérica (Ripoll Vivancos 2014 y 2018; Molero García 2001).
El caso que nos ocupa es todavía más explícito, pues el topónimo del pago madarquino donde se aloja este afloramiento es conocido por Cruviejas, obvio apócope de «cruces viejas». Sin duda alguna, estas cruces conservadas certifican la marca que originó el topónimo. Fonéticamente la explicación es sencilla y cabal, sin ningún retorcimiento filológico. De «Cruces viejas» se llega a Cruviejas a través de «Cruz viejas», y de aquí por elisión del sonido interdental fricativo sordo (la zeta, /θ/), que resulta cacofónico y difícil cuando le sigue el sonido /b/[18], o directamente por la dificultad de pronunciar el sintagma. Compuesto por dos palabras, el habla tiende a pronunciarlo como si fuera una sola. Significativamente se mantuvo el plural, manteniendo el sufijo flexivo –s, acorde a la realidad, pues eran varias cruces, y eso era relevante de cara a su identificación. Esta vinculación de un resto material, las cruces viejas incisas, a un topónimo homónimo, Cruviejas, es sin duda una feliz e inesperada supervivencia de un testimonio antiquísimo que vincula cultura material e inmaterial.
Otros topónimos similares se han conservado en la península, y así «Cruces viejas» se llama al camino que desde Ujué (Navarra) dirige a la ermita de la Santa Cruz, quizá en alusión a un antiguo viacrucis, hoy perdido. El mismo sentido tiene la calle homónima en Vila Real (Valencia). Se desconoce el porqué del nombre de una dehesa en Benalup-Casas Viejas (Cádiz), pero no nos equivocaremos si lo relacionamos con este universo crucífero. Hubo de haberlas, y por ello se nombró así. En Ávila, Cruz Vieja lleva por nombre la calle más angosta y quebrada intramuros. Calles, plazas, incluso puertos, con este nombre se extienden por donde lo hizo la lengua castellana.
Una cruz de guijarros en una tapia del núcleo urbano
Una cruz de guijarros es aquella que se forma por la disposición de piedras cromáticamente contrastantes en un muro de piedra seca. Habitualmente son de color claro (cuarzos o cuarcitas) para que resalte entre los oscuros mampuestos de pizarra o esquisto con los que se apareja el resto del muro.
Pedro J. Cruz ha dignificado este tipo de manifestaciones culturales materiales y es quien más las ha estudiado, principalmente en la provincia de Salamanca (único territorio fehacientemente investigado), aportando también ejemplos de las de León, Lugo, Zamora (Lorenzo Arribas 2021) y Guadalajara. Una cruz de este tipo es un elemento que ya está previsto durante la construcción de la tapia o muro en que se hace, al contrario que los ejemplos incisos parietales, que son formas de apropiación de las construcciones por el pueblo no previstas por el constructor. Según este investigador, los tipos de cruces de guijarros oscilan apenas entre cruces latinas o de calvario, más esquemáticas figuras antropomorfas derivadas de formas crucíferas (Cruz Sánchez 2012 y 2023)[19]. Si estas cruces se integran en el muro de un edificio (arquitectura doméstica) funciona a modo de espantademonios. En una tapia de una heredad también prima su valor apotropaico (posiblemente para proteger a las cosechas y al labrador) sobre el decorativo que, en todo caso, no debe excluirse. Posiblemente ofrece un plus de protección a aquello que protege el murete.
La cruz de guijarros de Madarcos participa de todas estas características. Es de tipo latino, se forma de cuarcitas de color acanelado en una tapia de piedra seca de esquistos oscuros que realiza una suave curva al comienzo de la travesía urbana del pueblo según se viene de Horcajo de la Sierra, a mano izquierda[20]. Mide 95 x 110 cm (alto y ancho) y sorprende la gran longitud de los brazos de la cruz. Tal como la vemos hoy el remate de su stipes prácticamente alcanza la línea de coronación de la tapia, que en la sierra norte madrileña no se protege sino con mampuestos de mayor tamaño que por gravedad asientan la pared [Fig. 5].
No conocemos más ejemplos en el territorio de la actual Comunidad de Madrid de estas características, que sin duda los habrá[21], y es de el ejemplo en que la bicromía es más matizada de los documentados, a pesar de que en el término de Madarcos abundan cuarzos de color níveo. Como suele ser habitual en este tipo de construcciones, se acude a lo que se tiene más a mano, sin mayores pretensiones.
Un ejemplo de cruz de guijarros hoy desaparecida lo registró la cámara de Tomás Camarillo en el pueblo guadalajareño de Alcorlo, que quedó sumergido por el pantano homónimo en el año 1978, por lo que queda como único el testimonio fotográfico[22]. Por otro lado, a cuarenta kilómetros al este de Madarcos se encuentra Campillo de Ranas (Guadalajara), que cuenta al menos con dos cruces en otras tantas viviendas de blanquísimos mampuestos sobre lienzos propios de esta tierra de «arquitectura negra» [Fig. 6].
Cronología
Es muy difícil fechar una grafía del tipo de las cruviejas si no hay otra información contextual que venga en nuestra ayuda. La presencia en las cercanías de una fuente puede haber tenido algo que ver a la hora de señalar la mojonera, o quizá una divisoria de caminos que hoy ya no se aprecian. En el término de Madarcos hay restos arqueológicos que prueban ocupación desde el Calcolítico o Bronce Antiguo. No obstante, el sustrato geológico (granitos y gneis muy meteorizados) no es el mejor para la preservación arqueológica. La cruz –dos simples rayas cruzadas– se ha utilizado en todas las culturas, desde tiempos prehistóricos hasta hoy, si bien su significado se multiplicó con la llegada del Cristianismo. La opinión de los primeros investigadores que trataron sobre ellos y los hicieron siempre prehistóricos hoy está revisada ante el nuevo caudal de información que conocemos[23].
Un modelo tan sencillo como el que nos ocupa no permite echar mano de criterios tipológicos o artísticos, así que no nos saca de dudas, pues ha permanecido inmutable durante siglos. En este caso hay razones que parecen aconsejar adscribir estas grafías a cruces cristianas, posiblemente realizadas en algún momento de la Edad Media con la intención de proteger un cruce, un lugar de paso o para señalar un antiguo mojón.
No es mucho lo que se conoce del pasado medieval de Madarcos, dada la ausencia de restos de entidad pertenecientes a esta época[24]. La escasa bibliografía recoge referencias genéricas a su pertenencia a la Comunidad de Villa y Tierra de Buitrago de Lozoya y a la existencia entonces del pueblo de La Nava, ya despoblado en el siglo xvii e integrado en su término (Fernández García 1970; Fernández Montes 1990, 127-150; González Alcalde 2001)[25]. No obstante, si el término «cruz» ha servido por doquier en la península ibérica para asociar microtopónimos a marcadores territoriales ya existentes en la Edad Media se antoja que «cruces viejas» remite, cuando menos, a la misma cronología.
En otro orden simbólico, funcional y cronológico, la cruz de guijarros aparejada en la tapia urbana de Madarcos, que los vecinos mayores del pueblo han visto siempre allí, permite sospechar su relativa antigüedad, si bien no debe predatar más allá de comienzos del siglo xx[26].
Amenazas y propuestas de conservación
Los principales riesgos para este tipo de bienes culturales patrimoniales, sean las cruces inscritas o las de guijarros, pasan por su destrucción, intencionada o inconsciente, ya que al no ser percibidos como tal patrimonio no se repara en ellos.
En el primer caso, una vez advertidos puede existir eventualmente riesgo de vandalismo (sobre los propios grabados, yuxtaponiéndose a otros actuales, o realizados junto a ellos, en el mismo plano), si bien no suelen ser frecuentes. La principal amenaza, no obstante, viene por la ocasional actuación de obra pública o privada en su entorno, que los puede afectar a la hora de su correcta comprensión (apertura de una carretera, camino, merendero, nave…) a la hora de facilitar su acceso (alambradas, vallados…) o a su propia destrucción, como recientemente ha ocurrido en una comarca leonesa, donde en los últimos años se han perdido una gran parte de las rocas donde se habían advertido grabados[27]. A pesar de su aparente robustez por estar en afloramientos rocosos, por tanto, son testimonios sumamente frágiles.
El caso de la cruz de guijarros es distinto, pues la amenaza de colapso del muro soporte no es descartable. Frente a la estabilidad de la roca en la que las cruviejas se asientan, la naturaleza relativamente efímera de una tapia de piedra aparejada en seco, que históricamente ha de ser periódicamente reconstruida, no presagia nada bueno. El muro, abandonado su mantenimiento, está abombado y sin uso la finca cuyas tierras contiene. Crece la maleza dentro y con ella la colmatación de la finca y el riesgo del crecimiento de raíces que puedan desestabilizar el muro. La presencia inmediata de la carretera que atraviesa el pueblo, el desarrollo urbano de Madarcos, el hecho de conservarse sin protección en una tapia privada o la poca sensibilidad de los representantes municipales pueden acabar con este humilde testimonio en cualquier momento en un pueblo que ha visto caer en los últimos años construcciones tradicionales y ha apostado, normas urbanísticas subsidiarias mediante, por la recreación de paramentos exteriores en los nuevos edificios con piedra aparejada de manera muy distinta a la que secularmente se ha venido empleando, más el inevitable acero corten.
Una fotografía del verano de 2021 mostraba la cruz de guijarros urbana todavía con la piedra blanca del brazo izquierdo (según se mira de frente) contigua al cuadrón que ahora le falta, dificultando su interpretación. El muro se va desmoronando.
El estado actual de conservación de las grafías de las «cruviejas» y su entorno es bueno, si bien son testimonios frágiles por naturaleza al estar expuestas al exterior y sometidas a eventuales alteraciones del paraje en que se hallan. Acrecienta su interés el hecho de que no se hayan documentado o investigado petroglifos crucíferos medievales de este tipo en la Comunidad de Madrid. Sería conveniente su documentación completa, una opción barata y rápida (localización, descripción completa, registro gráfico, fotográfico y disposición en planimetría). Posteriormente, sería imprescindible asegurar la protección legal necesaria para asegurar que el entorno natural no se va a alterar en las particularidades que lo definen: cobertera vegetal, uso agropecuario, movimiento de tierras, limpieza etc. A la genérica que ofrece la declaración de BIC debiera sumarse otra específica municipal[28]. A mayores, se haría necesaria una prospección arqueológica del entorno cercano, con especial atención a otros afloramientos rocosos y a las piedras hincadas que se diseminan por las fincas, restos de tapias en algunos casos u otro tipo de marcadores territoriales, para saber si se repiten estas cruces, u otras grafías, en otros puntos.
La cruz de guijarros de Madarcos debe preservarse in situ. Sería barato. En caso extremo de inminente derrumbe de la tapia se debiera desmontar el lienzo que acoge la cruz y remontarlo en el mismo lugar con la disposición de las piedras cuarcíticas más cercana a la original, con la reposición de la pieza perdida para permitir entenderla como lo que es. Pero todas las tapias de piedra seca se encuentran afectadas por la falta de mantenimiento y la pérdida de quienes sabían el oficio de levantar muros con esta ancestral técnica.
Otra cruz de guijarros, recientemente destruida
Acabado de redactar este artículo me llegó la noticia de la existencia de otra cruz de guijarros en el término de Madarcos, en este caso en una tapia el monte, fotografiada en la entrada de un blog en 2009[29]. En este caso se conformó con cantos mayoritariamente muy blancos. La cruz, nuevamente, ocupa todo el alto de la tapia, y de hecho su coronación sobresale un poco, lo que provocó ponerle dos lajas de cierre por encima que producía una pequeña elevación.
Según la persona responsable del blog, a quien pertenece la imagen, con ella se recordaba a los muertos en la guerra civil española. Obviamente, diferimos de esa interpretación.
Esta magnífica cruz, en pie en 2016, hace pocos años fue destruida impunemente por un ganadero del pueblo para abrir un paso para ganado, por lo que lo dicho en el epígrafe anterior cobra todavía más vigencia. Por lo que fuere, decidió que molestaba y prefirió destruirla que colocar el portón un poco más allá o acá de la cruz, donde no había ningún impedimento. Inconsciente quizá del valor patrimonial de la cruz, lo cierto es que su eliminación no parece una casualidad. Algunas de las piedras blancas que conformaron la cruz se observan caídas o recolocadas en el muro [Fig. 8].
Las amenazas referidas que penden sobre estas cruces no son potenciales, sino reales. En algún caso ya se han ejecutado, y en tantos otros («las muchas cruces de piedra blanca» que aseguraba el folleto turístico que existían) quedarán sin documentar, con la consiguiente pérdida de patrimonio.
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NOTAS
[1] Fruto de una primera inspección lo dimos a conocer sumariamente (Lorenzo Arribas 2020). A Jaime se debe el «descubrimiento», la primera valoración del mismo, ya consciente de su alcance y la revisión de este texto. A José Manuel Pedrosa Bartolomé le agradezco igualmente su colaboración.
[2] Redacté para ello un breve informe en abril de 2021, base de este artículo, a petición de la Asociación Magdalena Morán de Madarcos.
[3] Código de referencia CM/078/0064, con el nombre de Crubieja (sic), enclavado en la Parcela 17 del Polígono 3 del término Municipal de Madarcos.
[4] Tratamos de cruces incisas en muros en Lorenzo Arribas 2021.
[5] Así por ejemplo, en las cruces talladas en las proximidades de la ermita cacereña de Nuestra Señora de la Peña en Perales del Puerto (Ramo y San Macario 2019, 3-19).
[6] Sus coordenadas ETRS89 son: 41º 2’ 38» N y 3º 34’ 30» W.
[7] Es distinto del fenómeno de la «litolatría», residuo de ancestrales creencias de naturaleza animista. En este caso las piedras son mero soporte, aprovechando su condición de hito visual, y no se relaciona con culto alguno ni prácticas devocionales.
[8] La voz recudir la marcaba el Diccionario académico de 1817 como antigua, con esta acepción: «Concurrir, venir á juntarse en un mismo lugar algunas cosas como las calles, caminos, arroyos etc.».
[9] Así ocurre en tierras maragatas (León), donde también se han documentado algunas cruces sobre piedras fincadas (Campos Gómez 2021, 62)
[10] «Alfonso VI da al Campeador y a su pariente el abad Lecenio, hijo de Sancha Vermúdez, el monasterio de Santa Eugenia de Cordobilla, con su término de behetría en territorio de Aguilar», documento falso del abad Lecenio fechado en 1075 que establece los límites de una heredad. Debe basarse en otro anterior, lo que, a efectos que nos ocupa, sirve para confirmar la antigüedad de la práctica de emplear cruces como mojones para establecer demarcaciones territoriales (Menéndez Pidal 1929, 851).
[11] «No es difícil encontrar documentos en los archivos municipales de Cáceres en los que se pueda seguir el itinerario de los deslindes entre los siglos xii y xiv, con una llamada de atención sobre la cantidad de veces en la que la marca de la cruz se cita como instrumento de separaciones. Se equiparan con esta costumbre las ocho cruces que separan los términos de Jarandilla, Losar y Robledillo de la Vera; el conjunto existente en el pico de San Salvador que separa Garganta de la Olla, Cuacos de Yuste y Aldeanueva dela Vera y quizá alguna más disfrazada entre la maraña de interpretaciones que hemos glosado» (Barroso y González 1996-2003, 97).
[12] «…e pusieron en el dicho çerro un otro mojón grande de piedra e luengo e está escripto commo en medio del dicho mojón, poco más o menos, de partes de la Villa Nueba d’Oyarçon e de partes de Murguia está fecha en el dicho mojón una sennal de crus […], en el dicho mojón que asý pusieron en el sobredicho logar de partes de la dicha Villa Nueba Oyarçon de partes de Murguia está fecha una sennal de crus en el dicho mojón […], pusieron ende un otro mojón nuebo e en çiertos árbores fizieron çiertas cruzes en derredor del dicho mojón commo en manera e sennales de mojones» (Crespo, Cruz y Gómez 1991, doc. 33).
[13] En un deslinde de 1575 de las localidades burgalesas de Brañosera y Redondo se lee: «y en cada peña y monjón que pusiseren (sic) se faga una cruz que signifique y aclare la dicha comunydad» (Pérez Mier 1998, 248).
[14] Testimonio recogido en 2007 en La Nava de Béjar (Puerto 2018, nº 433).
[15] Testimonio recogido en 2017 en Rinconada de la Sierra (Puerto 2018, nº 541).
[16] Archivo Regional de la Comunidad de Madrid. Archivo Municipal de La Hiruela, 97367/8. Dado a conocer y transcrito por García Barrio 2024).
[17] A apenas veinticinco kilómetros de Madarcos se ubica Sieteiglesias, pequeño pueblo con una necrópolis medieval, que posiblemente aluda a un lugar con «agrupación de iglesias», como se documentan en otros lugares.
[18] Apenas empleado en español –salvo cabizbaja/o–, y en palabras de origen foráneo, como Luzbel, uzbeko…
[19] En la Maragaterías se utilizaron los «geijos» (cuarzos lechosos) para amontonarlos y que resaltaran en el paisaje (Campos Gómez 2021, 55), pero también se han documentado cruces de guijarros en paredes de viviendas y pajares (Campos Gómez 2022, 182, 185). La relación de las cruces en viviendas con pasos del viacrucis, hipótesis del autor, nos parece poco probable.
[20] Carretera de la red local M-143 de la Comunidad de Madrid.
[21] Más abajo se noticia otra cruz de guijarros desaparecida. En un folleto turístico (formato tríptico) editado en 2016, «Ruta de la casilla del Madarquillos», se mencionan «las muchas cruces de piedra blanca insertadas en los muros de piedra de los cercados de esta zona de la sierra, para recordar hechos de diversa índole».
[22] Su conocimiento se lo debemos a la entrada de un blog, «Alcorlo, mi pueblo». Recoge la fotografía de Tomás Camarillo, tomada entre 1923-1948, titulada «Aldeanos en una calle de típica arquitectura popular serrana» (CEFIHGU, Fondo Camarillo, CAM-44). En el muro de la casa que está en último plano se aprecia una cruz de guijarros.
[23] Hace más de medio siglo un intuitivo investigador advirtió del «exacto paralelo que muchos grabados esquemáticos guardan con otros existentes en edificios históricos» (Fortea 1970-1971, 156).
[24] En las inmediaciones, de pueblos pertenecientes a la Tierra de Buitrago destacan la iglesia parroquial de Santo Domingo de Silos en Prádena del Rincón, de origen románico, y los restos de la del despoblado de Santo Domingo (Piñuécar).
[25] En las Respuestas Generales del Catastro del Marqués de la Ensenada (firmadas el 7 de septiembre de 1751) se afirma «…hay asimismo agregado a este territorio un lugar que se malla (sic, llama) Santa Cruz de la Nava y se halla despoblado y solo hay los bestigios donde estubo la yglesia y dos casas» (AGS. CE, RG, L311-794, f. 747 r).
[26] Solo sabemos de una cruz de guijarros datada, en el año 1910, que se encuentra en la localidad salmantina de Vilvestre (Cruz 2023, 315).
[27] «… en la actualidad la zona aparece fuertemente alterada debido a la ampliación de la pista desde el pueblo de Pendilla y a la construcción de una nave ganadera en el entorno del Pontón de Fornillos, ante la cual se desarrolla una potente escombrera. Esta intervención ha hecho desaparecer la mayoría de las rocas donde se ubicaban los grabados» (Mallo Viesca 2017, 25).
[28] En la Asamblea Vecinal de Madarcos celebrada el día 17 de mayo de 2022 la alcaldesa, doña Eva María Gallego Berzal, aseguró haber tenido noticia de que fue un pastor quien realizó tales cruces porque se lo dijo el propio «autor», restando importancia a las cruviejas, una vez conocida la declaración BIC. Madarcos perdió el concejo abierto que había mantenido desde la llegada de la democracia por decisión del equipo municipal salido de las elecciones de 2023.
[29] Se situaba en la Parcela 158 del Polígono 5 (La Cerca), en su linde exterior del muro oriental.