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Revista de Folklore número

511



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Dos reflexiones etnohistóricas a la luz de algunas ideas del P. Benito Jerónimo Feijoo

MARTINEZ ANGEL, Lorenzo

Publicado en el año 2024 en la Revista de Folklore número 511 - sumario >



Cuando quien esto escribe pasa junto a la iglesia de San Juan y San Pedro de Renueva, en la ciudad de León, donde se encuentran diversos elementos procedentes del monasterio de Eslonza, ha pensado en alguna ocasión que el P. Feijoo debió de conocer alguna de sus puertas del siglo xvi, ya que estuvo en el citado cenobio benedictino cuando finalizaba el siglo xvii y comenzaba la siguiente centuria.

Pero, más allá de esto, el P. Feijoo nos interesa de modo especial porque la lectura de algunas partes de su Teatro crítico universal resulta de utilidad para quien desee profundizar en el estudio de la etnohistoria hispánica. Resultado de ello son las dos notas que constituyen en presente artículo.

Sobre una leyenda repetida

Hace más de veinticinco años escribimos un pequeño artículo sobre la Patadica de la Mula, en Colle (municipio de Boñar, provincia de León)[1]. En él realizamos alguna observación al respecto de la cuestión, recordando que ya el P. Alba, un eclesiástico del siglo xix, había publicado algo sobre el tema: unas presuntas huellas en la roca del caballo del apóstol Santiago.

Tiempo después, a lo largo de los años hemos leído ocasionalmente algunos textos relacionando la Patadica de la Mula y otros ejemplos similares con uno de los ramales del Camino de Santiago, concretamente el conocido como Camino Olvidado, que atraviesa tanto territorio del municipio de Boñar y de otros de la Montaña leonesa como de El Bierzo. Es una conexión oportuna para el estudio del tema que, cuando redactamos nuestro pequeño artículo sobre el tema, desconocíamos[2].

Pues bien, recientemente hemos leído algo que consideramos de singular interés para analizar tanto el caso mencionado caso de Colle como el de otros muchos similares:

Quando la tradicion es de algun hecho singular que no se repite en los tiempos subsiguientes, y de que por tanto no pueden alegarse testigos suple por ellos, para confirmacion, qualquiera vestigio imaginario, ó la arbitraria designacion del sitio donde sucedió el hecho. Juan Jacobo Schenzer, docto Naturalista que al principio de este siglo o fines del pasado hizo varios viajes por los montes Helvéticos, observando en ellos quanto podia contribuir á la Historia Natural, dice que hallándose en muchas de aquellas Rocas varios lineamentos que rudamente representan, ó estampas del pie humano, ú de algunos brutos, ó efigie entera de ellos, ú de hombres […], la Plebe supersticiosa ha adaptado varias Historias prodigiosas y ridiculas á aquellas estampas, de las quales refiere algunas.

[…]

He oído varias veces, que sobre la cumbre de una Montaña del territorio de Valdeorras hay un peñasco donde se representan las huellas de un Caballo. Dicen los rusticos del Pays que son del Caballo de Roldan, el qual desde la cumbre de otra Montaña , puesta enfrente, saltó a aquella de un brinco, y de hecho llaman al sitio el Salto de Roldán. De suerte, que estos imaginarios, rudos, y groseros vestigios, vienen á ser como sellos que autorizan en el estúpido Vulgo sus mas ridículas y quiméricas tradiciones[3].

Dejando a un lado la mala opinión que sobre el «Vulgo» expresa el P. Feijoo, que no compartimos[4], resulta de gran interés el análisis que realiza el docto benedictino, atendiendo tanto a las observaciones del autor foráneo de comienzos del siglo xviii que menciona como a algún ejemplo hispánico concreto. Consideramos que es una referencia insoslayable, de valor no solo por sí misma sino también por la relevancia de su autor y la época en la que escribió. Habrá, pues, que tenerlo en cuenta para futuros estudios etnográficos relacionados con esta temática[5].

El gran Umberto Eco escribió, en cierta ocasión, que en un libro apenas conocido del siglo xix encontró la clave para resolver un punto crucial de su tesis doctoral:

¡Qué iluminación! ¡Había encontrado la clave! Y me la había proporcionado el pobre abate Vallet. El –sic– había muerto hacía cien años, nadie se ocupaba ya de él, y sin embargo tenía algo que enseñar a quien se pusiera a escucharle.

Esto es la humildad científica. Cualquiera puede enseñarnos algo[6].

Pues bien: el P. Feijoo, justamente renombrado aunque quizá no excesivamente leído en nuestros días, sigue teniendo no poco que aportar al estudio de la etnohistoria. Hay que recordarlo no solo por justicia sino también por «humildad científica», citando a Umberto Eco.

Sobre un topónimo de Bembibre

D. Emilio Lledó ha escrito:

La historia es lenguaje, porque éste constituye un modo privilegiado de cómo lo «ya antes» se comunica al «ahora»[7].

Esto es cierto, a nivel general, y también resulta aplicable a la toponimia. En el presente caso, nos centraremos en un ejemplo en concreto.

Es bien conocido desde hace años, y se ha publicado en varias ocasiones, que el cementerio hebreo de Bembibre (en la comarca de El Bierzo, provincia de León) se encontraba en el paraje llamado «San Cebollón». Así, en un documentado trabajo, D. Manuel Olano escribió:

El problema de la localización del cementerio hebreo de Bembibre quedaría desvelado en 1581 con motivo del pleito acaecido entre los vecinos de Villar de los Barrios, Álvaro Carvajo de Quirós […] y Ares García de Valcarce […]. La disputa sobrevino al proceder a la lectura del padrón de hermanos, no aceptando el primero la posición en que se le había inscrito, por lo que puso en duda la autoridad judicial del segundo y le acusó de descender por vía materna de judeoconversos de Bembibre, subrayando a su vez que le «…llevaría a batiçar e despues de vatiçado le tirarian con cevollos motejandolle de judio…» e incidiendo en que sus antepasados estaban sepultados en aquella localidad, en el despoblado de …«Sant Çevollon, que era un termino e fosario antiguo a donde se solian enterrar los judíos…»[8].

Es interesante esto por el nombre del cementerio y por lo que indica respecto a la referencia a las cebollas para echar en cara a un cristiano nuevo sus orígenes hebreos. Respecto a lo segundo, conviene recordar lo siguiente:

Los conversos del siglo xv conservaban, pues, casi todas las costumbres de sus antepasados, merced a su trato con los judíos no convertidos, sus parientes. El mismo Bernáldez, sacerdote andaluz, describe sus comidas de modo que hoy nos toca, pues hace pensar que del siglo xv a acá el régimen alimenticio ha cambiado mucho en Andalucía. Señala –por ejemplo– como hábito judaico el de guisar la carne con aceite y hacer fritos de ajos y cebollas…, cosas todas hoy comunes[9].

Y también este otro:

Además de los platos especiales del sábado y de las fiestas que hemos descrito en sus respectivos capítulos, los criptojudíos del mundo ibérico conservaban con cariño muchas otras recetas tradiciones[10].

Y la cebolla formaba parte de esas recetas:

Cebollas. Las cebollas acompañadas de una salsa de especias eran un plato favorito de los conversos castellanos en la década de 1480[11].

Parece, pues, que en El Bierzo de finales del siglo xvi se conservaba el recuerdo de lo que acabamos de ver, lo cual no resulta particularmente extraño. Lo que verdaderamente nos ha llamado la atención desde hace años es el topónimo, pero no nos animamos a emprender su análisis hasta que leímos una frase del P. Feijoo en su Teatro crítico universal. Y, además, lo realizamos como ejercicio metodológico de análisis de una posible etimología popular.

Partiremos para nuestro análisis de dos consideraciones generales, proporcionadas nada menos que por D. Julio Caro Baroja. La primera:

El cementerio judío o moro, para diferenciarse del camposanto cristiano, es designado en escrituras medievales con vocablo de origen árabe macaber, almocávar, etc. Es, como la aljama y la sinoga, xinoga o sinagoga, un punto de referencia clásico de referencia en la topografía de cada ciudad, villa o poblado[12].

La segunda:

A veces incluso en la toponimia actual ha quedado recuerdo de los cementerios aludidos: no obedecen a otra razón –por ejemplo– los nombres de Montjuic –catalán–, Juzimendi (vasco) o Montjuif (francés)[13].

Recapitulemos antes de proseguir: los cementerios hebreos solían recibir un nombre distinto del cristiano y quedan huellas del pasado judío en la toponimia.

Prosigamos. ¿Qué nombre podría recibir en tiempos medievales un cementerio hebreo en Bembibre? Habida cuenta de que sería, por la historia de la localidad, muy poco probable que se usase un término árabe y que, además, las comunidades judías medievales hispánicas mantenían el uso del hebreo[14], tendría bastante sentido que se emplease para denominarlo un término en este idioma.

Quien esto escribe no es hebraísta (no hizo, en este campo, más que aprender el alfabeto, algunos rudimentos y unas pocas frases de la Biblia con un ejemplar de la famosa Gramática hebrea de D. Blas Goñi y D. Juan Labayen). Pero no es necesario serlo para buscar en Internet y encontrar que hay varios términos en esa lengua para designar un cementerio, y una de ellas nos llamó particularmente la atención: beth shalom.

Continuamos con otro aspecto de la cuestión. D. Fernando Millán Chivite escribió:

4) Ullmann admite cuatro alteraciones producidas por etomología popular:

[…]

modificación de la forma y del significado.

[…]

6) La etimología popular se produce especialmente en las siguientes situaciones: los derivados, los compuestos, los homónimos y las palabras extranjeras.

Saussure, por su parte, pensaba que la etimología popular

«solo actúa en condiciones particulares y afecta sólo a palabras raras, tecnicismos o préstamos que los hablantes asimilan imperfectamente».

Menéndez Pidal añade dos nuevos elementos propicios a la etimología popular: los topónimos y las frases hechas[15].

Así pues, una palabra hebrea en un ámbito castellanohablante, utilizada como topónimo, sería muy proclive a su transformación, tanto en la forma como en su significado.

Con todo lo anterior ya tenemos configurado el marco metodológico en el que insertaremos «San Cebollón».

En cuanto a la primera parte, «San», parece claro a primera vista. Sin embargo, no necesariamente ha de ser así. D. Javier Goitia Blanco ha recopilado múltiples ejemplos de topónimos que comienzan con «San», «Santo», «Santa», que considera no relacionados con la religión. De hecho, ha escrito:

Siguiendo con fisiografía, «santa», «salta» es un precursor de algunos tipos de cortes abruptos del terreno[16].

Resulta particularmente interesante esto para el caso de «San Cebollón» en Bembibre porque se ubica en una ladera de considerable desnivel, con independencia de que sea, o no, la explicación de este topónimo.

Pero donde nos centramos es en la segunda parte del topónimo: «Cebollón». Es una palabra que existe en castellano y basta consultar el diccionario de la Real Academia Española para comprobarlo. A ello cabe añadir que en El Bierzo el término tiene un significado que no aparece en el citado diccionario, como que veremos posteriormente.

En las etimologías populares no resulta extraño que se produzcan metátesis . Esto podría explicar beth shalom – *shebatlom. Un breve cambio vocálico, también algo típico de las etimologías populares, unido a que «Cebollón» aparece, como ya vimos, en documentación del siglo xvi con ce con cedilla y nos encontraríamos con un razonable parecido, una plausible explicación etimológica de «Cebollón».

Mas, siendo lo anterior verosímil, y fruto de un procedimiento correcto desde un punto de vista filológico e histórico, no significa que nos atrevamos a afirmar que fue, en efecto, lo que sucedió. Escribió el P. Feijoo en un pasaje que nos ha parecido particularmente interesante:

Ni ignoro que algunos Escolásticos acusan como empleo poco decoroso á la nobleza Filosófica la aplicación á los experimentos. ¡Absurdísimo error![17]

Dicho de otra manera: el uso de la razón no excluye la comprobación en la realidad. Aplicado a nuestro propósito: nuestro procedimiento, metodológicamente razonable, aplicado a este topónimo en concreto carece de una prueba histórica o filológica suficientemente concluyente.

Es más: el mismo P. Feijoo nos proporciona una pista para poder apuntar otra posible etimología popular. Escribió algo que refleja lo que, otrora, fue una triste e injusta realidad, aunque, afortunadamente, ya superada:

La grande displicencia y fastidio, con que todos los Christianos miramos á la Nacion Judayca[18].

A esto cabe añadir lo que aparece en el Vocabulario del Bierzo de D. Verardo García Rey en relación con la palabra «cebollón»:

Animal flojo y de escasa pujanza. Fam. Persona de pocos bríos[19].

¿Podría pensarse que el antisemitismo de tiempos pretéritos hiciese que se utilizase un nombre burlesco o irrespetuoso para referirse al cementerio hebreo? El añadido de la palabra «San» quizá reforzaría tal matiz.

¿O, acaso, el cementerio hebreo de Bembibre se ubicó en un lugar que, ya con anterioridad, era conocido con el topónimo anteriormente citado?

Quizá alguien que esté leyendo las presentes páginas piense que quien esto escribe ha olvidado otra posibilidad, bastante evidente: que «San Cebollón» haga mención a la palabra «cebolla», pues, como hemos visto anteriormente, se asociaba este alimento a la comunidad hebrea. Sería, por tanto, un nombre irónico o despectivo basando en el antisemitismo de siglos pasados. Pero no tendría que ser incompatible con el hecho de una etimología popular basada en un término hebreo adaptado a una palabra castellana: ¿pudo beth shalom acabar, en Bembibre, en «Cebollón» atraído por la palabra «cebolla», alimento asociado a los hebreos en los siglos xv y xvi?

Es más: si lo que se hubiese producido es la deformación de un término hebreo en función de la palabra castellana «cebolla», poco cambiaría, en cuanto al resultado, que el punto de partida hubiese sido bet shalom u otro de los varios empleados el idioma hebraico para designar a un cementerio, como, por ejemplo, bet olam.

La lectura de textos de un preclaro representante de la Ilustración hispánica como fue el P. Feijoo nos ayuda a estar precavidos en cuanto a alcanzar presuntas seguridades etimológicas[20], pero esto no significa que haya que renunciar a tal estudio, por más que sea difícil, en una parte de los topónimos, llegar a conclusiones indubitables. Como bien escribió el ya citado D. Julio Caro Baroja, en referencia al tema de las etimologías: «la palabra puede dar un arranque a toda averiguación»[21]. Nos gustaría que lo aquí escrito sirva para que se profundice más no solo en el análisis del topónimo «San Cebollón», en conexión con la investigación sobre la comunidad hebrea de Bembibre, sino sobre el tema de la toponimia de origen hebreo. Además, a veces las inseguridades toponímicas pueden llegar a ser superadas, y de ello da buena fe el mismo término «Bembibre», cuyo origen ha quedado aclarado a partir del descubrimiento, a finales del siglo pasado, del llamado Bronce de Bembibre (al que se han dedicado varias publicaciones).

Lo que aquí hemos redactado no pretende, pues, decir la última palabra sobre el topónimo del que nos hemos ocupado sino ser sino una sencilla reflexión sobre metodología etnohistórica inspirada por la lectura del ilustrado P. Feijoo.




NOTAS

[1] LORENZO MARTÍNEZ ÁNGEL, «Sobre la Patadica de la Mula, en Colle (Boñar, León)»: Revista de Folklore, 211 (1998) 32-33.

[2] Reconocer un error o una limitación que se detecta en un trabajo propio, como acabamos de hacer, no hace sino seguir, humildemente, el gran ejemplo de San Agustín con sus Retractationum libri duo.

[3] FR. BENITO GERÓNYMO FEYJOO Y MONTENEGRO, Teatro crítico universal. Tomo quinto, Madrid 1778, pp. 351-352.

[4] Conviene no olvidar que la mayoría de la población en los tiempos del P. Feijoo no tenía acceso al estudio. Las personas que padecían esto eran, en nuestra opinión, víctimas, no culpables, de las estructuras socioeconómicas que originaban tal situación.

[5] En la admirable y monumental obra que ha escrito D. José Luis Puerto, Leyendas de tradición oral en la provincia de León (León 2011), se recoge el caso citado de Colle y de otras localidades en el apartado «Huellas impresas en rocas» (pp. 575-591). No se cita al P. Feijoo en la bibliografía. Quizá en alguna futura edición (en caso de hacerse, y bien lo merecería tan destacable libro) podría añadirse, pues, aunque no se refiere a casos leoneses, es un precedente claro del estudio de esta temática, como hemos expuesto.

[6] UMBERTO ECO, Cómo se hace una tesis doctoral, Barcelona 1983, apartado IV.2.4.

[7] EMILIO LLEDÓ, Filosofía y lenguaje, Barcelona 2015, p. 95.

[8] MANUEL OLANO PASTOR, «El legado hebreo de Bembibre (y II)»: Argutorio, 16 (2006) 9-12, concretamente p. 11; en la nota 22 del citado trabajo su autor agradece a D. José Diego Rodríguez Cubero «la comunicación de la existencia de esta ejecutoria».

[9] JULIO CARO BAROJA, Los Judíos en la España Moderna y Contemporánea, Madrid 1978, p. 411. No podemos dejar de recordar la importancia de esta obra, la cual (según D. Pedro Laín Entralgo, dirigiéndose a D. Julio), fue «convirtiendo en sentido –sentido en la España de entonces, sentido para los españoles de hoy– lo que antes de tu obra resurrectora no pasaba de ser ingente documentación» (PEDRO LAÍN ENTRALGO, Más de cien españoles, Barcelona 1981, p. 284).

[10] DAVID M. GITLITZ, Secreto y engaño. La religión de los criptojudíos, Salamanca 2002, p. 478.

[11]Ibíd., p. 480.

[12] JULIO CARO BAROJA, o. c., p. 65.

[13]Ibíd., pp. 65-66.

[14] DAVID M. GITLITZ, o. c., p. 371: «Entre los judíos ibéricos de los siglos XIV y XV la mayoría de los varones instruidos sabía suficiente hebreo para decir en esa lengua sus oraciones litúrgicas y leer la Torá. Eran frecuentes las buenas bibliotecas privadas de obras religiosas, filosóficas y médicas en hebreo, y muchos judíos ibéricos lo hablaban y escribían bien.»

[15] FERNANDO MILLÁN CHIVITE, «Etimologías populares en Andalucía Occidental y Badajoz»: Cauce, 1 (1978) 21-54, concretamente pp. 21-22.

[16] JESÚS GOITIA BLANCO, «San, Santo, Santa, que no son de santidad (ampliado)» (texto publicado en la página web Eukele.com

[17] FR. BENITO GERÓNYMO FEYJOO Y MONTENEGRO, o. c., p. 267.

[18]Ibíd., p. 110.

[19] VERARDO GARCÍA REY, Vocabulario del Bierzo, Madrid 1934, p. 65.

[20] Bien sabido resulta lo muy difícil que es llegar a seguridades plenas en el estudio etimológico de algunos topónimos.

[21] JULIO CARO BAROJA, Temas castizos, Madrid 1980, p. 17.



Dos reflexiones etnohistóricas a la luz de algunas ideas del P. Benito Jerónimo Feijoo

MARTINEZ ANGEL, Lorenzo

Publicado en el año 2024 en la Revista de Folklore número 511.

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