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Revista de Folklore número

511



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Nuevos apuntes sobre las dóminas de San Caralampio en San Esteban de Gormaz (Soria)

TUDELA RODRIGUEZ, Fernando

Publicado en el año 2024 en la Revista de Folklore número 511 - sumario >



Introducción

Las dóminas o nóminas de San Caralampio surgen a mediados del s. xix para su comercialización como pliegos de cordel. Torre define las dóminas, según la jerga popular, como «el documento que acredita a su poseedor la condición de protegido del diablo» (Torre 1986, 49). No es de extrañar dicha descripción puesto que en el verso de estos documentos ya encontramos el título que nos expone explícitamente ante que nos encontramos: «Cruces contra las brujas: llamadas rescriptos contra toda clase de enfermedades o maleficios» (Figuras 1 y 2).

Es posible enlazar y relacionar este tipo de supuestas protecciones con la labor realizada por los curanderos. Esa cultura en la que la fe, y en ocasiones la desesperación, era la encargada de volcar la esperanza del que portara este documento para que resultase «efectivo». Algunas de las protecciones, que supuestamente, abarcaba eran las de mal de ojo, ganado, cosechas, enfermedades y recién nacidos. Para ello, la dómina debía estar lo más próxima posible al beneficiario de la misma, ya fuera una persona o un animal. Algunos de los lugares destinados para su custodia eran los zurrones, bajo el colchón de las cunas o en pequeños escapularios (Díaz 2018, 3). En el caso de los hogares y establos, estas eran colocadas en ventanas, puertas o chimeneas, es decir, en lugares de acceso.

En el momento de su compra o expedición, la persona encargada de su distribución debía escribir en el recto de la dómina a quién iba dirigido, cuál era la protección que debía realizar y el plazo de validez, normalmente un año.

Torre señala en su estudio el tiempo de validez en un año, en el caso de las dóminas empleadas para el estudio no se encuentra este dato registrado. Según la cultura popular, las dóminas eran vendidas por personas no videntes, resultando curioso no obstante puesto que debían registrar por escrito la información antes citada.

En cuanto al análisis codigológico del documento se clasifica como dómina, presentando morfología de pliego de cordel. A modo ilustrativo, señalar que los pliegos de cordel pertenecen a un género literario homónimo. Estos estaban compuestos por cuadernillos de pequeños pliegos dedicados a la difusión de la literatura popular, abarcando temáticas paganas como adulterios, crímenes y venganzas. El apellido «de cordel» lo recibe ya que la forma de venta que precisaban era atada a un cordel o caña (Lorenzo 1982, 146). En un interesante estudio acerca de la literatura de cordel, Amezcua menciona las dóminas de San Caralampio, subcatalogándolas como romances salutíferos (Amezcua 1991, 31). En 1991, el autor afirma que este tipo de romances, como él califica, siguen estando en vigencia a través de fotocopias y diversos métodos mecanográficos, pudiéndose obtener en pueblos, fiestas y mercadillos ambulantes. Desde la heterodoxidad que nos ofrece el tiempo de actualidad entendemos que la protección mediante dóminas previo pago es una actividad que ha caído en desuso, aunque desconocemos si esta práctica se sigue llevando a cabo.

Las dóminas de San Caralampio y San Esteban de Gormaz

Estos documentos llegan a San Esteban de Gormaz, en la provincia de Soria, durante el periodo de la posguerra española, a través de Jacinto Barral Pascual (ca. 1875-1948), «el tío Garbancero» (Figura 3).

En casa de mis abuelos, en San Esteban de Gormaz, siempre fue conocido el tema de las dóminas, no por ser clientes usuales, sino porque dicha casa se encuentra emplazada en el solar donde «el tío Garbancero» las ponía a disposición del público. No fue hasta el año 2023 en el que llegaron a mí dos ejemplares de dóminas de parte de dos sanestebeños conocedores de mi interés. Hasta entonces para saciar mi curiosidad dispuse durante años de una fotografía que ilustraba el libro de otro sanestebeño (Bas 1993: 71). Antes de mí, ya en 1981, el oriundo Enrique Gonzalo Álvarez se interesó por esta temática y lo plasmó sobre el desaparecido periódico «Campo Soriano», dónde nos describe las dóminas como «un curioso papelajo, impreso en tinta añil, sin pie de imprenta y enlatinado» (Bas 1993: 134).

Barral disponía, junto a su mujer Juana Gil, de una amplia tienda de ultramarinos y fonda en el número 82[1] de la calle Mayor de San Esteban (Figuras 4 y 5). Así mismo, dedicaba parte de su industria en la comercialización al por mayor y por menor de legumbres, obteniendo de ahí su apodo. En la fonda, donde además de servir comidas y ofrecer hospedaje, era donde se ponían a disposición del público a precio de cinco pesetas las dóminas, o «indulgencias», como se refería a ellas el propio Jacinto Barral.

Sobre la llegada de las dóminas a San Esteban de Gormaz, Gonzalo nos dice lo siguiente: «No hay recuerdo cierto de cómo, ni cuando, aparecieron estas nóminas. Parece ser y he oído hablar que el tío Garbancero dio casualmente con una y luego imprimió por su cuenta un lote de ellas» (Bas 1993: 134). En base a estas palabras se plantean varias hipótesis en base a las cuales Jacinto Barral pudo acceder a los documentos, teniendo en cuenta la dedicación propia de su negocio a la alimentación y tratándose de un periodo de escasez económica en el que dispondría del total de su capital para el negocio principal:

- La primera de ellas sería la obtención mediante pedido postal directamente a la Imprenta Universal. Las dóminas comercializadas en San Esteban de Gormaz fueron fabricadas cuando la Imprenta Universal se encontraba en la Travesía San Mateo de Madrid. Tomando como cierta la data crónica que nos ofrece la RAE respecto a su ejemplar (ca. 1866-70), entendemos que las dóminas de San Esteban fueron fabricadas posterior al año 1870 y puestas en venta a partir de 1939, siendo en el mayor de los casos casi 70 años después de su impresión. No obstante podemos afirmar que se trataba de un documento con cierta antigüedad ya en el momento de su puesta a la venta, pudiendo pensar que Barral las obtuviese al final de la Guerra Civil española a modo de saldo de alguna librería o imprenta anterior.

- Jacinto Barral Pascual era natural de Villar de Sobrepeña (Segovia), localidad cercana a Sepúlveda, en la que se comercializaron las dóminas décadas antes que en San Esteban de Gormaz y durante todo el siglo xx. En Sepúlveda estas fueron distribuidas por Juan Casado, impresor natural de Aranda de Duero (Burgos), el cual las adquiría en el desaparecido Monasterio Cisterciense de Nuestra Señora del Valle, también de la localidad burgalesa (Antoranza, 2012). Resulta fácil pensar que Barral ya conocía de la existencia de las dóminas y su procedencia antes del traslado de su residencia de Villar de Sobrepeña a San Esteban de Gormaz en 1920. Conociendo la práctica y dónde obtener las dóminas, solo debía acudir al Monasterio posiblemente a través de la desaparecida línea férrea Valladolid-Ariza, la cual separaba Aranda de Duero y San Esteban de Gormaz por cuatro núcleos.

- Otra hipótesis menos probable sería obtenerlos a través de otro negocio de San Esteban de Gormaz o El Burgo de Osma. Se plantea el estanco regido por Marcos Martín Antón (1872-1951), el cual comercializaba con todo tipo de publicaciones impresas y fue un negocio coetáneo al de Barral en San Esteban de Gormaz.

Según testimonios de los que vivieron el comercio de dóminas en San Esteban de Gormaz, esta actividad se realizaba con total discrección y normalidad, tratándose de un secreto a voces. Pese a tratarse del comercio con la imagen de un santo, las autoridades eclesiásticas de la diócesis de Osma-Soria no mostraron preocupación al respecto, o por lo contrario, debió ser benevolente respecto a esta práctica. No concurrieron con la misma suerte aquellos que se dedicaron a comercializarlas en otras provincias como es la de Jaén. En esta provincia, en julio de 1885 el obispo dictaminó a través del Boletín Oficial Eclesiástico del Obispado la prohibición de las mismas, instando a los párrocos la recogida y destrucción de estos ejemplares (Amezcua 1991, 31).

Descripción formal, material e iconográfica

La dómina presenta unas dimensiones de tamaño cuartilla. En el recto presenta la supuesta imagen de San Caralampio, su nombre y la inscripción «Abogado contra la peste y de todos los maleficios». Por el verso podemos apreciar la inscripción «Cruces contra las brujas llamadas rescriptos contra toda clase de enfermedades o maleficios», bajo ella la cruz de San Benito y la siguiente oración en latín: «Vade Retro. Sathana. // Numquam Suadeas. Mihi Vana. // Sunt Mala. Quæ libas. // Ispe venena. Bibas. // Cruz Sancta. Sit Mihi Lux. // Non Draco. Sit Mihi Dux». La traducción de la oración correspondería con: «Apártate Satanás // No sugieras cosas vanas // Pues maldad es lo que brindas // Bebe tú mismo el veneno // Mi luz sea la cruz santa // No sea el demonio mi guía».

Al pie de la oración aparece la señalética de la imprenta y todo esto se encuentra rodeado por una cenefa con motivos geométricos. Al tratarse de un ejemplar usado, podemos leer hacia quien iba dirigida la dómina y cuál era el efecto solicitado: «para que sirva de salud a ganado lanar de (Nombre y apellidos) / líbraselas de espíritus mali(g)nos y de todo mal». En este caso no queda estipulado el tiempo de validez, pero teniendo en cuenta el estudio de Torre, entendemos que se trataría de una disponibilidad anual, debiendo renovarse al cabo del año.

El soporte está realizado en papel de fabricación mecánica o continuo, fabricado con pastas de madera, aditivos y aprestos. Presenta dirección de fibra en sentido horizontal. No muestra presencia de verjura ni de filigrana debido al proceso de fabricación. Respecto a la fabricación de los pliegos de cordel, los bifolios que formaban estos cuadernillos eran facturados generalmente con materiales de poca calidad. Así pues, no se encuadernaban ni encolaban, por lo que el resultado eran una producción destinada a un tipo de literatura fugaz o efímera. Las producciones industriales de imprenta efímeras están destinadas a una rápida destrucción, habiendo llegado pocos ejemplares de dóminas a nuestro tiempo, y en su totalidad ya manuscritos.

La técnica de impresión que presenta ser, trata de una impresión en relieve mediante xilografía. La imagen muestra en la impronta de la xilografía un defecto, tratándose probablemente una fractura del taco de madera debido al uso. La tinta utilizada para este tipo de documentos consiste en tinta de impresión con base grasa, ya que esta permite la impresión por recto y verso. Como característica tras la impresión quedan restos de tinta acumulada en los bordes del área.

La Imprenta Universal surge en 1850 en Madrid, comercializando sus obras y pliegos de cordel, tipología que nos incumbe, desde su establecimiento en la calle Cabestreros núm. 5 y posteriormente en la Travesía San Mateo núm. 10. Además disponía de envío de pedidos a las provincias Españolas y de Ultramar, siempre previa libranza del sobre de Correos. En su publicidad[2] advertían que no se emitiría respuesta, ni se enviarían aquellos pedidos que no remitiesen el importe. Así mismo, anunciaban que tampoco contestarían aquellas cartas que no contuvieran un sello de franqueo en su interior. Como se ha mencionado anteriormente, estas dóminas estaban dedicadas a su vez a otros santos benefactores aparte de a San Caralampio, por eso la Imprenta Universal realizó otros documentos como estos dedicados a San Antonio de Padua.

En la Real Academia Española conservan un ejemplar muy similar al comercializado en San Esteban de Gormaz y objeto de estudio de este trabajo. La dómina propiedad de la RAE presenta una variación en su tipología de fuente textual en el título del verso y en la identificación de la imprenta en el verso. Ambas dóminas fueron realizadas por la Imprenta Universal en Madrid, pero esta fue en la sucursal de Cabestreros, núm 5. La RAE a través de su ficha de registro del documento nos ofrece una data crónica ca. 1866-1870. Pese a tratarse de una obra inicialmente comercializada como pliego de cordel, esta se encuentra conservada en el archivo encuadernada en tipo pasta valenciana, en un compendio de obras similares de la imprenta. Así mismo, en la Fundación Joaquín Díaz encontramos otro ejemplar dentro de su colección de pliegos de cordel. En este caso sí que ha sido impresa en la Travesía de San Mateo núm. 10, al igual que las que ponía a disposición Jacinto Barral en San Esteban de Gormaz.

La elección de San Caralampio para ilustrar estos documentos no es para nada arbitraria. Este santo-mártir es, como indica el pie de la xilografía que los ilustra, «el abogado contra la peste y de todos los maleficios». San Caralampio no fue el único al que se encomendaron estas plegarias, sino a otros benefactores tales como San Antonio de Padua, San Alejo, San Benito o San Bernardo. Comprendido el porqué de la elección del santo en el verso y de su supuesto poder protector contra brujerías, enfermedades y maleficios, entendemos desde un punto de vista completamente heterodoxo este tipo de documentos como algo completamente esotérico y perteneciente a la cultura popular.

San Caralampio fue un presbítero y mártir de la Iglesia Católica, poco común y cuya devoción llegó a España a través de las ciudades portuarias de Cartagena, Génova y Galicia, y de ahí se extendió a América. Durante el análisis iconográfico de la dómina nos percatamos de la discrepancia entre los atributos que permiten la identificación de este santo, y los existentes en el documento. San Caralampio es comúnmente representado durante su martirio, arrodillado y vestido de presbítero. En la dómina aparece erguido y vistiendo hábito blanco, conformado por una túnica, una capilla con capucha y capa de color negra, tratándose claramente de la indumentaria dominica. Además, porta un rosario en su mano izquierda y en su mano derecha un báculo con gran similitud con el del avellano de Santo Domingo de Silos. Este cambio en la iconografía se puede tratarse de un error en la elección del taco xilográfico en el proceso de impresión, aunque difícil de creer dado la supervisión que regía este tipo de trabajos. También puede tratarse de la reutilización de taco anterior por desconocimiento de la iconografía de San Caralampio o por ahorro de costes.

La estampa de San Caralampio se encuentra enmarcada por una decoración geométrica con motivos que recuerdan al estilo gótico. En la parte superior se observan cinco arcos ojivales poyados sobre cuatro querubines, están flanqueados con un círculo con decoración vegetal en su interior a cada lado. En sus laterales, y bajo los círculos anteriores, se muestran a cada lado dos pináculos apoyados sobre columnas y culminados con crestería. En la sección inferior se ven tres círculos similares a los superiores, separados mediante dos rombos con cruces con círculos inscritos en su interior.

Estado de conservación del ejemplar de San Esteban de Gormaz

Tras la llegada del documentó al taller de restauración se realizó un primer estudio organoléptico de la pieza para la realización del estado de conservación y establecer la propuesta metodológica de intervención. El test cualitativo de medición del pH con empleo de indicador cualitativo determinó un valor de 4, considerándose ácido y un valor no aceptable de conservación. Así mismo, se realizó un examen con radiación visible y ultravioleta (Figura 6). El proceso de documentación fotográfica se ha extendido a lo largo del proceso de restauración, registrando de este modo cada uno de los procesos de intervención que se han llevado a cabo sobre el documento.

El documento presentaba a su llegada al taller de restauración una serie de deterioros y alteraciones, los cuales modificaban las características físico-mecánicas de la dómina y, por ende, su degradación. Presentaba una combinación de factores de deterioro, primando los factores extrínsecos. Está dómina estaba dedicada a la protección de ganado, por lo que mínimo un año, había estado en contacto con animales o en corrales, siendo alteraciones de tipo antropogénicas, principalmente una inadecuada manipulación.

La dómina presentaba roturas divididas en pequeñas grietas y lagunas, desgarros y roces, correspondientes principalmente a la zonas de doblez y produciendo pequeñas pérdidas de elementos gráficos. Así mismo, presentaba en la cara exterior depósitos superficiales de suciedad y polvo.

Desarrollo de la intervención

Como criterios de intervención para la obra se planteó el empleo de las técnicas japonesas de restauración «Sōkō», debido a su respeto con la obra original y los beneficios que ofrece la reversibilidad de sus tratamientos. Se trata de procesos respetuosos con la identidad, estructura y elementos originales de la obra, estabilizando los daños, frenando los mecanismos de alteración y permitiendo su consolidación y legibilidad.

En primer lugar se realizó una documentación fotográfica con luz visible con toma general y de detalles, dejando así constancia del estado de conservación del documento. Se realizó una primera limpieza mecánica con empleo de brocha, esponjas y gomas de naturaleza plástica y sintética, quedando limitada la dureza de las mismas por el riesgo de abrasión en la superficie. El segundo paso consistió en una limpieza química acuosa mediante inmersión, eliminando en conjunto gran parte de la suciedad del soporte.

Para nivelar la acidez que presentaba el documento y su fragilidad debido a la degradación química del papel se realizó un proceso de estabilización mediante desadificación. La justificación del tratamiento recae en la medición del pH y en la composición del soporte, el cual al estar fabricado con una pasta de madera que presenta una pequeña cantidad de celulosa, existencia de lignina y fibras cortas y afectadas por el proceso de fabricación. Se aportó una reserva alcalina mediante baño en hidróxido de calcio (Ca(OH)2), consiguiendo restablecer un valor de pH neutro. El hidróxido de calcio es un buena sustancia alcalina y el tratamiento por baño facilita una buena penetración, neutralización, aportando la reserva alcalina y a su vez la extracción de aquellos compuestos ácidos solubles.

A modo preventivo se realizó un reapresto para adherir las fibras entre sí y conseguir resistencia mecánica en el soporte. El adhesivo empleado para esta fase fue almidón de trigo debido a sus buenas propiedades adhesivas y su reversibilidad a largo plazo. Una vez finalizado el proceso de consolidación se llevó a cabo la reparación de roturas y grietas mediante la adhesión por el verso de tiras de papel japonés tipo «tissue» teniendo en cuenta la dirección de fibra. En el caso de zonas faltantes se realizó una reintegración física con pequeños injertos de papel japonés de 36 gr/m2. Las zonas injertadas fueron reintegradas cromáticamente con acuarela. Finalizó la intervención una digitalización a alta calidad de la obra restaurada a modo de herramienta de preservación y difusión.




Agradecimientos

Desde estas líneas transmitir mi agradecimiento a los sanestebeños amigos, conocidos y anónimos que me han hecho llegar ejemplares de dóminas y me han transmitido su conocimiento sobre la temática para la redacción del presente estudio. Así mismo, agradecer a Helena Khol Barral, bisnieta de Jacinto Barral Pascual, por su disposición y valiosa información acerca de su bisabuelo.




BIBLIOGRAFÍA

Amezcua Morillas, Manuel. «El ciego de los romances y la literatura de cordel en la tradición jiennense». Revista de Folklore 11, núm. 127 (1991): 29-36.

Antoranza Onrubia, María Antonia. «Una costumbre que desaparece: la Nómina o Cédula Bendita». El Pregonero de Sepúlveda. Disponible en: https://www.elpregonerodesepulveda.es/index.php/hemeroteca/88-sepulveda-en-la-historia/89-una-costumbre-que-desaparece-la-qnominaq-o-cedula-bendita.

Bas Gonzalo, Eduardo. «Memorias de mi pueblo. San Esteban de Gormaz». Soria: Ingrabel, 1993.

Díaz González, Joaquín. «Hechicerías». Revista de Folklore, núm. 433 (2018): 49-51.

Fundación Joaquín Díaz. «Cruces contra las brujas: llamadas rescriptos contra toda clase de enfermedades o maleficios». Imprenta Universal. Sig. PL 307.

Fundación Joaquín Díaz. «Nueva historia de el judío errante». Imprenta Universal (ca. 1880): 32. Sig. PL 337.

Lorenzo Vélez, Antonio. «Una apróximación a la literatura de cordel en la tradición jienense». Revista de Folklore 2, núm. 17 (1982): 146-151.

Real Academia de la Historia. «Cruces contra las brujas: llamadas rescriptos contra toda clase de enfermedades o maleficios». Imprenta Universal. Sig. 39-VII-17(33).

Torre García, Leopoldo. «La dómina. Cruces contra las brujas». Revista de Folklore 6, núm. 62 (1986): 49-51.




NOTAS

[1] Actual número 74 según el Ayuntamiento de San Esteban de Gormaz y número 68 según la Sede Electrónica del Catastro.

[2] Información obtenida de la última página de Nueva historia de el judío errante, donde en la página 32 publicitan las obras publicadas y sus servicios.



Nuevos apuntes sobre las dóminas de San Caralampio en San Esteban de Gormaz (Soria)

TUDELA RODRIGUEZ, Fernando

Publicado en el año 2024 en la Revista de Folklore número 511.

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